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El modelo energético es un desafío complejo

Es necesario dejar los prejuicios para abordarlo con garantías de éxito


Es urgente pensar sobre el modelo energético que debemos seguir, pero no hay una apuesta clara. La amenaza climática forma parte de la ecuación, el carbón y las nucleares no son lo que parecen, las microalgas y el diésel han resultado un fiasco. Es necesario dejar los prejuicios para abordar este complejo desafío. Por Eduardo Costas y Victoria López Rodas (*).


Eduardo Costas y Victoria López Rodas
01/03/2017

La vertiginosa subida de los precios de la electricidad en lo más crudo del invierno, la decisión del Consejo de Seguridad Nuclear posibilitando la reapertura de la Central de Santa María de Garoña en medio de la acusación de sus técnicos denunciando una creciente injerencia de los políticos en las decisiones técnicas de dicho organismo, el parón gubernamental a las renovables, el deshielo acelerado en ambos polos, etc., son ejemplos de noticias alarmantes que apuntan a la urgente necesidad de pensar sobre el modelo energético que deberíamos seguir.
 
Ante todo se necesita una reflexión rigurosa, porque el tema es extremadamente complejo. Aunque mucha gente parece tener muy claro lo que se debería hacer (o no hacer) -por más lejos que esté de entender la complejidad técnica del problema-, contrariamente buena parte de los mejores expertos mundiales en energía y medio ambiente, se muestran mucho más cautelosos y piensan que no hay una apuesta de modelo energético a seguir que resulte evidente.
 
No es de extrañar: a título personal, y tras muchos años de labor científica investigando diversos problemas ambientales relacionados con la obtención de energía (desde el petróleo a la energía nuclear), estamos lejos de tener certezas. Pero al menos podemos pasar revista, en sucesivas entregas, a una serie de consideraciones erróneas sobre energía y medioambiente que, impulsadas por noticias escandalosas y tertulias viscerales, están arraigando cada vez más en el imaginario colectivo. Demostraremos que muchos de los conceptos asumidos mayoritariamente son rigurosamente falsos.
 
Amenaza climática
 
En primer lugar, cuando se piensa en el modelo energético del futuro, no puede olvidarse la grave amenaza del cambio climático. Tal vez pueda parecer que el aumento en unos cuantos grados centígrados no es mucho. Pero la Tierra ya sufrió una experiencia parecida: en el Pérmico, el CO2 liberado por un exceso de actividad volcánica aumentó en poco más de 3 grados la temperatura de la Tierra.
 
Este calentamiento global coincidió con la mayor extinción en masa de la historia, cuando más del 99% de las especies existentes desaparecieron para siempre. Y aunque ningún científico estuvo allí para estudiar las relaciones causa-efecto entre el incremento de temperatura y las extinciones masivas, lo ocurrido en el Pérmico es un aviso de que no parece inteligente calentar la Tierra aunque solo sea unos pocos grados.
 
Para empeorar las cosas se van acumulando evidencias indicando que, si bien los modelos de velocidad de calentamiento en función de la concentración de CO2 atmosférico están resultando acertados, los modelos que predicen el deshielo en función de la temperatura media de la Tierra son erróneos.
 
Hace 10 años se asumía que a partir de 2080 podría derretirse en verano la totalidad del hielo marino ártico. La predicción resultó falsa, pues en el verano de 2016 ya se deshizo la mayor parte de este hielo (y parece que el deshielo total ocurrirá en el verano de 2017).
 
La Antártida también se está deshelando mucho más rápido de lo previsto. La consecuencia podría ser una subida del nivel del mar de hasta nueve metros, que tendría lugar en los próximos años (entre 50 y 200 años en función de cuanto CO2 emitamos). De hecho, el nivel del mar ya ha empezado a crecer y algunos pequeños países de la Micronesia han desaparecido, al quedar bajo el mar la totalidad de su territorio.
 
Indudablemente, el aumento del nivel del mar debería preocupar en un país que apostó por el turismo de playa, máxime cuando ya hay importantes aseguradoras y fondos de inversión que se niegan a hacer negocios inmobiliarios en las zonas más amenazadas de la franja costera.
 
A la vista del innegable problema del calentamiento global producido por el incremento del CO2 atmosférico, quemar carbón debería estar completamente desaconsejado, ya que la combustión del carbón es de lo peor que se puede hacer en cuanto a liberar a la atmósfera CO2.
 
Un ejemplo: en España se emiten a la atmósfera cerca 340 millones de toneladas de CO2 al año, pero solamente las diez empresas más contaminantes producen un tercio de esta contaminación. Y nueve de ellas son centrales térmicas de carbón…

Carbón y nucleares
 
Sin embargo, como un ejemplo de la complejidad del tema, la humanidad podría decidir que quemar carbón fuese su principal fuente de energía. A fin de cuentas hay en la Tierra mucho más carbón que petróleo. Y podría hacerse perfectamente sin incrementar ni un gramo el CO2 atmosférico: bastaría con confinar bajo tierra el CO2 resultante de la quema del carbón.
 
Muchos expertos están seguros de que en un plazo muy corto podría conseguirse una tecnología de confinamiento profundo eficaz. Pero, por supuesto, esto no sería, ni mucho menos, tan barato ni eficiente como quemar el carbón liberando directamente a la atmósfera el CO2 resultante.
 
Otro ejemplo: en la búsqueda de certezas, la mayoría de la gente tiene claro que las centrales nucleares son extremadamente peligrosas. La energía nuclear mata. Basta recordar el reciente accidente de Fukushima en el que mucha gente perdió la vida y otros muchos se vieron desplazados lejos de sus hogares. Por el contrario parece evidente que la energía hidroeléctrica es segura. Casi nadie viviría junto a una central nuclear si puede evitarlo. En cambio no suele pensarse que la energía hidroeléctrica tiene sus riesgos.
 
Sin embargo la realidad es muy diferente: los grupos antinucleares más radicales aseguran que como consecuencia del accidente de Fukushima podrían llegar a morir un total cercano a las 19.000 personas. Además unas 470.000 personas se vieron desplazadas de sus hogares. Estas cifras (indudablemente exageradas) causan una lógica indignación contra las nucleares.
 
El peligro de las presas
 
Pero lo que casi nadie recuerda es que unos años antes de Fukushima, el accidente de una presa hidroeléctrica en la región de Zhumadian mató de golpe a más de 170.000 personas y destruyó los hogares de 11 millones de personas. Y es que, aunque parezca increíble, los accidentes en presas han matado a mucha más gente que los accidentes en centrales nucleares (incluyendo a todas las posibles víctimas futuras por cáncer contemplados en los modelos más pesimistas).
 
En Europa Occidental no hubo accidentes que produjesen muertos en centrales nucleares; en Estados Unidos el accidente más grave (Three Mile Island) tampoco produjo muertos. Pero más de 6.300 personas murieron en accidentes con presas hidroelécctricas en Europa Occidental y unas 3.600 personas murieron en Estados Unidos por esta misma causa.
 
Algunos de estos accidentes fueron verdaderamente espeluznantes: en el embalse de la presa de Vajont al norte de Italia, una de las más altas del mundo (262 metros de altura; 27 metros de grosor), un deslizamiento de tierra y roca produjo un megatsunami de 90 metros de alto; la presa resistió, pero la ola pasó por encima. Minutos después había matado a 1.909 personas y destruido varios pueblos. Hace unos días, la presa de Oroville en California amenazó con romperse y 180.000 personas tuvieron que ser evacuadas.
 
Todos conocemos la terrible destrucción de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. En el lugar de la explosión de estas bombas se  alcanzó una temperatura 150 veces mayor que la de la superficie del Sol.
 
Cada una de las explosiones liberaron una potencia similar a la de 20 millones de kilos de TNT detonando simultáneamente. En Hiroshima cerca de doce kilómetros cuadrados quedaron absolutamente arrasados (y algo menos en Nagasaki). Menos conocido fue el ataque de la aviación británica sobre las presas de Möme y Sörpe el 16 de Mayo de 1943. Pero al romperse las presas el agua liberada arrasó completamente un área 5 veces superior al de las bombas atómicas, paralizando la producción de acero alemana durante meses. Aunque no hayamos pensado en ello, el agua embalsada es un gran peligro potencial.

El fiasco de las microalgas de Repsol
 
A la hora de considerar el modelo energético a seguir, la variedad de errores que se pueden cometer es muy elevada. Incluso podemos meter la pata en alguna obviedad. Unos cuantos años atrás parecía que el biodiesel llegaría a ser una buena solución. El biodiesel era un recurso renovable que no incrementaba el CO2 atmosférico. Se empezó a sintetizar biodiesel a partir de recursos agrícolas.
 
Pero surgió un problema: en un mundo con necesidades crecientes de alimentos, no es un buena idea dedicar una considerable parte de la agricultura a producir biodiesel. Y claro, la demanda de productos agrícolas para producir biodiesel incrementó el precio de los alimentos, condenando al hambre a millones de personas…
 
Pero había una alternativa excelente. Utilizar microalgas. Se gastaron fortunas en investigación sobre microalgas como fuente de biodiesel. Recuérdese la campaña televisiva de Repsol destacando sus esfuerzos para producir biodiesel con microalgas. Todo parecía ir sobre ruedas: las microalgas transforman el CO2 en su propia biomasa mediante la fotosíntesis.
 
Además, varias microalgas producen gran cantidad de ácidos grasos idóneos para producir biodiesel (de hecho el petróleo está formado en gran parte de los restos de las microalgas que vivieron en el pasado remoto).
 
Pero nadie tuvo en cuenta una cuestión elemental: la fotosíntesis de las microalgas es un proceso de muy bajo rendimiento. Después de evolucionar durante más de 3.000 millones de años, las microalgas tienen mucha menos eficiencia aprovechando la luz para producir energía que algunas de las tecnologías humanas, como los paneles solares o las plantas termosolares, que existen desde hace apenas unas pocas décadas.
 
Como, por más que lo intentamos, no hemos sido capaces de incrementar significativamente el rendimiento fotosintético de la microalgas (y seguramente nunca lo conseguiremos), no podremos generar, con microalgas, el biodiesel que necesitamos. Algo tan elemental -al alcance de cualquier alumno de biológicas- hubo de evidenciarse tras despilfarrar grandes recursos y esfuerzos (por supuesto de las microalgas de Repsol nunca más se supo).
 
El principal problema es que el modelo energético es lo suficientemente complejo como para que no tengamos garantizado acertar por más que reflexionemos sensatamente. Pero si tomamos decisiones viscerales y nos dejamos llevar por nuestros prejuicios, seguro que nos equivocaremos estrepitosamente. Porque la realidad se empeña tercamente en derribar nuestros mitos más arraigados, incluso en la era de la post-verdad.


(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son catedráticos de universidad. Miembros del Consejo de Sabios de Tendencias21 y editores del Blog  Polvo de Estrellas.

 



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