El número de infectados en todo el mundo por el SARS-CoV-2 aumenta cada día y, previsiblemente, lo seguirá haciendo durante un tiempo.
El hecho de que ya no sea un único foco descontrolado, como ocurría en China, sino que sean múltiples y mundiales, aumenta el desconocimiento sobre la progresión que seguirá.
Además, las medidas que se toman no tendrán un efecto inmediato en el descenso del número de contagiados.
Una cuarentena obligatoria y extendida por todo el país, como la que acaban de imponer en Italia, reducirá el número de infectados sin ninguna duda, pero su efecto se verá tras unos días.
Esto es debido a que los nuevos infectados tardan un tiempo en mostrar síntomas y, una vez que los muestran, tardarán otros pocos días en tener resultados sobre si su infección es o no SARS-CoV19.
Restricciones puestas hoy frenarán los contagios, pero durante los días inmediatos el número de infectados aumentará, ya que éstos se contagiaron antes.
Un hecho que también ayuda a que, muy probablemente, el número de infectados esté infrarrepresentado. Cuando hablan de casos confirmados, la realidad puede ser hasta diez veces superior.
Sin consenso
Respecto a cómo abordar la enfermedad, aún no hay un consenso. Los datos de la infección son insuficientes y demasiado variables según el país. No tenemos aún claro cuál es la tasa de mortalidad, la de contagio y el tiempo hasta que un enfermo deja de ser infectivo.
Para ilustrar, a día 11 de marzo en Irán, por 9.000 infectados confirmados, hay 354 muertes achacables al Covid-19, cerca de un 4%. Por otro lado, en Alemania, por 1.622 infectados confirmados sólo hay 3 muertes registradas, un 0,18%.
Por lo tanto, podemos hacer predicciones y modelos matemáticos, pero tendrán un error suficientemente grande como para no ser representativos de la realidad, al menos a corto plazo.
Lo que sí está casi claro es que es demasiado tarde para contenerlo completamente y hacer que el virus desaparezca en los próximos meses, tal como se hizo con otros coronavirus: el SARS y el MERS.
Las medidas actuales, como el cierre de centros educativos o, de momento en otros países, las cuarentenas totales, no van a eliminar la enfermedad. Son medidas de contención encaminadas a disminuir la pendiente de la curva epidémica.
Al ser una enfermedad muy contagiosa, aunque sea de carácter leve para la mayoría, puede llegar a saturar los servicios sanitarios. Es ahí donde se produciría una situación realmente grave. Por ello hay que frenar la enfermedad, para evitar un colapso.
¿Endémica?
En cuanto a su futuro a medio plazo podemos hacer algunas aportaciones, pero tampoco son definitivas. Aunque en parte depende de nuestra actuación en este momento, la difusión de la enfermedad depende mayoritariamente de las características del virus.
Fundamentalmente son 2 factores: el valor β, que indica el número de contagios que provoca una persona infectada; y el valor α, que es igual a 1/t; siendo t el tiempo que tarda un nuevo infectado en adquirir resistencia al virus.
Con β ≤ 1, la enfermedad está abocada a su extinción. Con el nuevo coronavirus, esto se sabe que no ocurrirá, pues tiene, al menos, una β=2,3.
Algunos datos la evalúan mucho más contagiosa, llegando a valores de 5 ó 6. Además, el tiempo de infección está alrededor de 14 días, bastante alto teniendo en cuenta su contagio.
Cuanto mayores sean los contagios y mayor sea el tiempo que tarda en un humano en hacerse resistente, más posibilidades hay de que la enfermedad se quede entre nosotros de forma permanente, como una enfermedad endémica. Con esa α y β, será muy probable que la enfermedad logre hacerse endémica.
Una vez así, podrá sufrir variaciones estacionales, como le ocurre a la gripe. Pero esto son aún divagaciones. Sólo conoceremos su futuro cuando realmente lo observemos.
El hecho de que ya no sea un único foco descontrolado, como ocurría en China, sino que sean múltiples y mundiales, aumenta el desconocimiento sobre la progresión que seguirá.
Además, las medidas que se toman no tendrán un efecto inmediato en el descenso del número de contagiados.
Una cuarentena obligatoria y extendida por todo el país, como la que acaban de imponer en Italia, reducirá el número de infectados sin ninguna duda, pero su efecto se verá tras unos días.
Esto es debido a que los nuevos infectados tardan un tiempo en mostrar síntomas y, una vez que los muestran, tardarán otros pocos días en tener resultados sobre si su infección es o no SARS-CoV19.
Restricciones puestas hoy frenarán los contagios, pero durante los días inmediatos el número de infectados aumentará, ya que éstos se contagiaron antes.
Un hecho que también ayuda a que, muy probablemente, el número de infectados esté infrarrepresentado. Cuando hablan de casos confirmados, la realidad puede ser hasta diez veces superior.
Sin consenso
Respecto a cómo abordar la enfermedad, aún no hay un consenso. Los datos de la infección son insuficientes y demasiado variables según el país. No tenemos aún claro cuál es la tasa de mortalidad, la de contagio y el tiempo hasta que un enfermo deja de ser infectivo.
Para ilustrar, a día 11 de marzo en Irán, por 9.000 infectados confirmados, hay 354 muertes achacables al Covid-19, cerca de un 4%. Por otro lado, en Alemania, por 1.622 infectados confirmados sólo hay 3 muertes registradas, un 0,18%.
Por lo tanto, podemos hacer predicciones y modelos matemáticos, pero tendrán un error suficientemente grande como para no ser representativos de la realidad, al menos a corto plazo.
Lo que sí está casi claro es que es demasiado tarde para contenerlo completamente y hacer que el virus desaparezca en los próximos meses, tal como se hizo con otros coronavirus: el SARS y el MERS.
Las medidas actuales, como el cierre de centros educativos o, de momento en otros países, las cuarentenas totales, no van a eliminar la enfermedad. Son medidas de contención encaminadas a disminuir la pendiente de la curva epidémica.
Al ser una enfermedad muy contagiosa, aunque sea de carácter leve para la mayoría, puede llegar a saturar los servicios sanitarios. Es ahí donde se produciría una situación realmente grave. Por ello hay que frenar la enfermedad, para evitar un colapso.
¿Endémica?
En cuanto a su futuro a medio plazo podemos hacer algunas aportaciones, pero tampoco son definitivas. Aunque en parte depende de nuestra actuación en este momento, la difusión de la enfermedad depende mayoritariamente de las características del virus.
Fundamentalmente son 2 factores: el valor β, que indica el número de contagios que provoca una persona infectada; y el valor α, que es igual a 1/t; siendo t el tiempo que tarda un nuevo infectado en adquirir resistencia al virus.
Con β ≤ 1, la enfermedad está abocada a su extinción. Con el nuevo coronavirus, esto se sabe que no ocurrirá, pues tiene, al menos, una β=2,3.
Algunos datos la evalúan mucho más contagiosa, llegando a valores de 5 ó 6. Además, el tiempo de infección está alrededor de 14 días, bastante alto teniendo en cuenta su contagio.
Cuanto mayores sean los contagios y mayor sea el tiempo que tarda en un humano en hacerse resistente, más posibilidades hay de que la enfermedad se quede entre nosotros de forma permanente, como una enfermedad endémica. Con esa α y β, será muy probable que la enfermedad logre hacerse endémica.
Una vez así, podrá sufrir variaciones estacionales, como le ocurre a la gripe. Pero esto son aún divagaciones. Sólo conoceremos su futuro cuando realmente lo observemos.
Posible mutación
A largo plazo, lo que normalmente ocurre es una disminución de los contagios y de la gravedad de la enfermedad. Conforme pase el tiempo entenderemos mejor la dinámica del Covid-19 y su forma de dar la patología.
De esta manera se podrán hacer planes de prevención más adecuados, aplicar los fármacos más adecuados para su tratamiento e incluso, se podrían desarrollar vacunas.
Un ejemplo de esto es el VIH. Cuando apareció, su letalidad y el número de contagiados alrededor del mundo abrumaba. Pero con los años y su estudio se han encontrado tratamientos que hacen que los infectados puedan llevar vidas normales.
Es más, recientemente se ha documentado la segunda persona en el mundo que ha logrado curarse completamente de sida. El avance científico necesita tiempo, pero logra grandes resultados.
Por otra parte, la aparición de un nuevo virus endémico, con el potencial para mutar que tiene, supone un aumento en el riesgo de nuevos brotes más peligrosos.
Al igual que la gripe, que muta y se recombina, dando cepas con mayor o menor patogenicidad, el Covid-19 podría mutar desde una población humana infectada, teniendo más fácil el acceso al resto de personas que si tuviera que saltar la barrera de especies nuevamente.
Sin embargo, los virus endémicos también tienden a suavizarse por sí mismos. La evolución favorece a aquellos virus que más se contagian. Si un virus no es letal, la infección podrá durar más tiempo, lo que hará que se reproduzca más.
Pero si, en cambio, provoca una muerte rápida de los infectados, no podrá contagiar a tantos individuos. Es el fin último de gran cantidad de virus: adaptarse tanto a su hospedador, que ni tan siquiera se produce enfermedad.
Es muy probable que virus como los que hoy provocan un simple resfriado, en su día fueran virus altamente patógenos que provocaron cientos o miles de muertes.
Inmunidad progresiva
Otro factor a tener en cuenta es la progresiva inmunidad que se irá difundiendo en la población. Al superar la enfermedad, a priori, se desarrolla una resistencia que hace que no se vuelva a contraer.
En teoría, si se hace endémica, sólo las personas que aún no la han adquirido podrán infectarse, lo que provocará un gran descenso en el número de contagios. La inmunidad adquirida puede durar años, en ocasiones toda la vida.
En contra de esto tenemos, de nuevo, las mutaciones. Si el virus cambia lo suficiente, puede llegar a sortear la barrera inmunitaria, provocando de nuevo la enfermedad aunque ya se haya superado. Esto ocurre año tras año con las gripes.
Resumiendo: lo único claro es que hay que frenar los contagios. Intentar no colapsar los centros sanitarios y así poder dar una atención óptima a todos es esencial, por lo que se requieren medidas de contención que corten la propagación de la enfermedad.
Sobre el futuro del nuevo coronavirus necesitamos tiempo para entender bien cómo funciona. Una vez tengamos más información, podremos actuar en consecuencia para reducir su mortalidad y contagio o, incluso, exterminarlo, como ya se logró hacer con la viruela.
A largo plazo, lo que normalmente ocurre es una disminución de los contagios y de la gravedad de la enfermedad. Conforme pase el tiempo entenderemos mejor la dinámica del Covid-19 y su forma de dar la patología.
De esta manera se podrán hacer planes de prevención más adecuados, aplicar los fármacos más adecuados para su tratamiento e incluso, se podrían desarrollar vacunas.
Un ejemplo de esto es el VIH. Cuando apareció, su letalidad y el número de contagiados alrededor del mundo abrumaba. Pero con los años y su estudio se han encontrado tratamientos que hacen que los infectados puedan llevar vidas normales.
Es más, recientemente se ha documentado la segunda persona en el mundo que ha logrado curarse completamente de sida. El avance científico necesita tiempo, pero logra grandes resultados.
Por otra parte, la aparición de un nuevo virus endémico, con el potencial para mutar que tiene, supone un aumento en el riesgo de nuevos brotes más peligrosos.
Al igual que la gripe, que muta y se recombina, dando cepas con mayor o menor patogenicidad, el Covid-19 podría mutar desde una población humana infectada, teniendo más fácil el acceso al resto de personas que si tuviera que saltar la barrera de especies nuevamente.
Sin embargo, los virus endémicos también tienden a suavizarse por sí mismos. La evolución favorece a aquellos virus que más se contagian. Si un virus no es letal, la infección podrá durar más tiempo, lo que hará que se reproduzca más.
Pero si, en cambio, provoca una muerte rápida de los infectados, no podrá contagiar a tantos individuos. Es el fin último de gran cantidad de virus: adaptarse tanto a su hospedador, que ni tan siquiera se produce enfermedad.
Es muy probable que virus como los que hoy provocan un simple resfriado, en su día fueran virus altamente patógenos que provocaron cientos o miles de muertes.
Inmunidad progresiva
Otro factor a tener en cuenta es la progresiva inmunidad que se irá difundiendo en la población. Al superar la enfermedad, a priori, se desarrolla una resistencia que hace que no se vuelva a contraer.
En teoría, si se hace endémica, sólo las personas que aún no la han adquirido podrán infectarse, lo que provocará un gran descenso en el número de contagios. La inmunidad adquirida puede durar años, en ocasiones toda la vida.
En contra de esto tenemos, de nuevo, las mutaciones. Si el virus cambia lo suficiente, puede llegar a sortear la barrera inmunitaria, provocando de nuevo la enfermedad aunque ya se haya superado. Esto ocurre año tras año con las gripes.
Resumiendo: lo único claro es que hay que frenar los contagios. Intentar no colapsar los centros sanitarios y así poder dar una atención óptima a todos es esencial, por lo que se requieren medidas de contención que corten la propagación de la enfermedad.
Sobre el futuro del nuevo coronavirus necesitamos tiempo para entender bien cómo funciona. Una vez tengamos más información, podremos actuar en consecuencia para reducir su mortalidad y contagio o, incluso, exterminarlo, como ya se logró hacer con la viruela.
(*) Héctor Miguel Díaz-Alejo Guerrero es investigador en el departamento de Producción Animal (Genética) de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid.