La proliferación de noticias indicando que en una serie de vagones del metro de Madrid hay amianto ha causado preocupación a trabajadores y usuarios.
Al parecer algún trabajador del metro ha enfermado gravemente como consecuencia de la exposición a esta sustancia tan dañina. Tras las protestas la empresa habla de planes de retirada, urgentes, de ese amianto.
En medio del revuelo se habla de crear una comisión de investigación, pues parece que, contraviniendo la legislación, incluso se han vendido vagones con amianto a terceros países.
Para colmo, también ha trascendido que desde hace mucho tiempo en el metro de Madrid tampoco se realizan las preceptivas -y recomendables- pruebas de gas radón (un elemento radioactivo cancerígeno).
Trágica historia
Por desgracia, España tiene una larga -y trágica- historia de exposición al amianto. Es conocida la historia de URALITA, que fabricaba diversos materiales de amianto-cemento (los que tenemos más edad recordamos las planchas de uralita cubriendo tejados).
Durante décadas, y cuando ya se sabía que el amianto era una sustancia peligrosa que producía severos problemas respiratorios (asbestosis) e inducía cáncer (concretamente mesotelioma de pleura -un cáncer inducido específicamente por la exposición a las fibras de amianto), centenares de operarios siguieron expuestos al amianto y -como era de esperar- muchos de ellos murieron.
Incluso hoy en día, en diversos lugares de España sigue quedando multitud de amianto-cemento, por ejemplo, en las tuberías de las redes de abastecimiento de agua potable a algunas ciudades.
Durante mucho tiempo se utilizó el amianto sin saber que se trataba de un material peligroso. Según parece, ya Alejandro Magno tenía una tela hecha de amianto que, para impresionar a quienes con él negociaban, arrojaba al fuego. Sus contrapartes se quedaban impresionados del poder del gran Alejandro, que conseguía que su tela no ardiese en el fuego.
Este ejemplo de Alejandro Magno ilustra muy bien las propiedades del amianto: es un material fibroso que tiene una extraordinaria resistencia al fuego. Así, el amianto se utilizó durante décadas como aislante térmico.
Los bomberos utilizaban trajes de amianto, los motores de los barcos se aislaban con amianto, e incluso muchos de los más viejos recordamos tostadores de amianto para poner directamente sobre el fuego.
Se utilizaron miles de toneladas de amianto, pues al ser un material fibroso y resistente, permitía desarrollar excelentes fibrocementos.
Al parecer algún trabajador del metro ha enfermado gravemente como consecuencia de la exposición a esta sustancia tan dañina. Tras las protestas la empresa habla de planes de retirada, urgentes, de ese amianto.
En medio del revuelo se habla de crear una comisión de investigación, pues parece que, contraviniendo la legislación, incluso se han vendido vagones con amianto a terceros países.
Para colmo, también ha trascendido que desde hace mucho tiempo en el metro de Madrid tampoco se realizan las preceptivas -y recomendables- pruebas de gas radón (un elemento radioactivo cancerígeno).
Trágica historia
Por desgracia, España tiene una larga -y trágica- historia de exposición al amianto. Es conocida la historia de URALITA, que fabricaba diversos materiales de amianto-cemento (los que tenemos más edad recordamos las planchas de uralita cubriendo tejados).
Durante décadas, y cuando ya se sabía que el amianto era una sustancia peligrosa que producía severos problemas respiratorios (asbestosis) e inducía cáncer (concretamente mesotelioma de pleura -un cáncer inducido específicamente por la exposición a las fibras de amianto), centenares de operarios siguieron expuestos al amianto y -como era de esperar- muchos de ellos murieron.
Incluso hoy en día, en diversos lugares de España sigue quedando multitud de amianto-cemento, por ejemplo, en las tuberías de las redes de abastecimiento de agua potable a algunas ciudades.
Durante mucho tiempo se utilizó el amianto sin saber que se trataba de un material peligroso. Según parece, ya Alejandro Magno tenía una tela hecha de amianto que, para impresionar a quienes con él negociaban, arrojaba al fuego. Sus contrapartes se quedaban impresionados del poder del gran Alejandro, que conseguía que su tela no ardiese en el fuego.
Este ejemplo de Alejandro Magno ilustra muy bien las propiedades del amianto: es un material fibroso que tiene una extraordinaria resistencia al fuego. Así, el amianto se utilizó durante décadas como aislante térmico.
Los bomberos utilizaban trajes de amianto, los motores de los barcos se aislaban con amianto, e incluso muchos de los más viejos recordamos tostadores de amianto para poner directamente sobre el fuego.
Se utilizaron miles de toneladas de amianto, pues al ser un material fibroso y resistente, permitía desarrollar excelentes fibrocementos.
Próspero negocio
Durante décadas el amianto fue un próspero negocio. Como el cáncer producido por el amianto tarda en aparecer varios años tras la exposición al mismo, al principio no hubo problemas y España se llenó de amianto.
Pero, tras años de uso, empezaron a acumularse sólidas evidencias científicas de que la exposición al amianto resultaba extremadamente peligrosa, por tratarse de una potente sustancia cancerígena.
Cuando no quedó la más mínima duda de la peligrosidad del amianto, muchos países respondieron adecuadamente y su legislación prohibió el uso del amianto.
Pero en España, hubo mucha reticencia a la prohibición por parte de importantes sectores industriales y se continuó usando amianto durante mucho tiempo después de saberse que era un potente cancerígeno. Un problema de codicia.
Para justificarse, el sector del amianto argumentó que había un umbral de seguridad en la concentración de amianto por debajo del cual no había problemas de salud.
Nada más falso. La evidencia científica que contradecía la existencia de ese umbral de seguridad se acumuló: por ejemplo, en 1998 New England Journal of Medicine, la revista médica más importante del mundo, publicó una serie de trabajos -algunos de ellos basados en registros epidemiológicos de varias décadas- indicando que no existía ese umbral de seguridad. Hay pocas sustancias cuya peligrosidad está tan bien documentada como la del amianto.
Finalmente, por presión europea terminó por prohibirse el amianto en España. Era el año 2001.
La legislación europea es extremadamente clara en la prohibición absoluta del uso de amianto. Pero, desafortunadamente, a día de hoy sigue habiendo miles de toneladas de amianto en nuestro país (incluyendo muchísimos kilómetros de tuberías de amianto -que algunas fuentes estiman en unos 40.000 kilómetros- en la red de agua potable de muchas ciudades españolas).
Y en general se está haciendo muy poco por retirarlo. Tal vez la engañosa falacia de un umbral de seguridad esté en parte detrás. O tal vez sea solo cuestión de codicia.
Durante décadas el amianto fue un próspero negocio. Como el cáncer producido por el amianto tarda en aparecer varios años tras la exposición al mismo, al principio no hubo problemas y España se llenó de amianto.
Pero, tras años de uso, empezaron a acumularse sólidas evidencias científicas de que la exposición al amianto resultaba extremadamente peligrosa, por tratarse de una potente sustancia cancerígena.
Cuando no quedó la más mínima duda de la peligrosidad del amianto, muchos países respondieron adecuadamente y su legislación prohibió el uso del amianto.
Pero en España, hubo mucha reticencia a la prohibición por parte de importantes sectores industriales y se continuó usando amianto durante mucho tiempo después de saberse que era un potente cancerígeno. Un problema de codicia.
Para justificarse, el sector del amianto argumentó que había un umbral de seguridad en la concentración de amianto por debajo del cual no había problemas de salud.
Nada más falso. La evidencia científica que contradecía la existencia de ese umbral de seguridad se acumuló: por ejemplo, en 1998 New England Journal of Medicine, la revista médica más importante del mundo, publicó una serie de trabajos -algunos de ellos basados en registros epidemiológicos de varias décadas- indicando que no existía ese umbral de seguridad. Hay pocas sustancias cuya peligrosidad está tan bien documentada como la del amianto.
Finalmente, por presión europea terminó por prohibirse el amianto en España. Era el año 2001.
La legislación europea es extremadamente clara en la prohibición absoluta del uso de amianto. Pero, desafortunadamente, a día de hoy sigue habiendo miles de toneladas de amianto en nuestro país (incluyendo muchísimos kilómetros de tuberías de amianto -que algunas fuentes estiman en unos 40.000 kilómetros- en la red de agua potable de muchas ciudades españolas).
Y en general se está haciendo muy poco por retirarlo. Tal vez la engañosa falacia de un umbral de seguridad esté en parte detrás. O tal vez sea solo cuestión de codicia.
(*) Eduardo Costas es Catedrático de Genética en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid y Académico Correspondiente de la real Academia Nacional de Farmacia. Editor, junto a Victoria López Rodas, del blog Polvo de estrellas de Tendencias21.