Unir Arte y Ecología es tanto como reconocer que la vida, esa que se manifiesta en la naturaleza, es una cuestión que va mucho más allá de lo meramente racional; que se instala tercamente en los mundos de la intuición, de las emociones, de la fantasía, los mitos y los sueños.
Por ello, el bien obrar, de acuerdo con las leyes de la naturaleza y en el respeto a los demás, es, en definitiva, “el arte de saber vivir”, un arte que toma sus referencias en todo el conocimiento existente pero que, en última instancia, es siempre una aventura irrepetible, llena de incertidumbres, de avances y retrocesos, en la que cada uno de nosotros va descubriendo sus luces y sus sombras para aprender a ser persona desde ellas.
Durante siglos, en la larga Modernidad que se inició con Bacon, Descartes y Newton y que hoy todavía se deja sentir, se nos repitió con insistencia que sólo el mundo de la ciencia y las instancias racionales llevarían a la humanidad a su emancipación.
Lo peligroso de este aserto no fue la idea misma, sino sus excesos: la evolución hacia un racionalismo feroz que ha ido expulsando del mundo a cuanto no le era funcional: el amor, el llanto, la risa, el abrazo amoroso..., la vida en su expresión primera, la que contiene al ser humano en su totalidad.
La ciencia que nació entonces, reduccionista, determinista y mecanicista, inició así un camino en solitario que, si bien permitió alcanzar notables éxitos en la resolución de problemas concretos (fabricar un avión, curar enfermedades...), cayó en una especialización diseccionadora bajo la cual el ser humano y la naturaleza fueron contemplados a modo de máquinas, como lo haría un relojero. La fragmentación social que hoy vivimos, la pérdida del sentido de unidad con todo lo existente, el panorama de un mundo divido entre un Norte y un Sur cada vez más distantes, son, en buena medida, consecuencias de este modo de contemplar la realidad, como una colección de piezas aisladas y no como un verdadero conjunto organizado en el que el todo y las partes se imbrican íntimamente.
Hoja de hierba
Muchos artistas reaccionaron frente a este paradigma. Por fortuna, ellos supieron ver, como Walt Withman, que todo el mundo sideral vale tanto como una hoja de hierba, y que lo humano, esa capacidad para amar, soñar, dolerse y alegrarse, es algo que desborda a cualquier ley o teoría. Cuando Hölderlin nos recordaba que “poéticamente habita el ser humano la Tierra”, algo se estaba removiendo en los cimientos de ese pretendido mundo racionalista. Habitar poéticamente la Tierra significa hacerlo como creadores..., como hacedores de nuestras propias vidas..., pero también como constructores de mundos posibles..., de sociedades más equitativas, en las que la riqueza y el bienestar estén mejor repartidos..., de mundos más respetuosos, en los que los límites de la naturaleza sirvan como referente y freno para la ambición y la codicia de unos pocos.
Felizmente, también entre los propios científicos aparecieron disidentes, personas que, una vez alcanzado un cierto conocimiento teórico sobre la vida, se atrevían a enfrentarse al misterio, a aceptar la presencia del desorden, a negociar con el azar... De su mano supimos que el conocimiento que no arde, que no se somete a la prueba del fuego purificador, no es verdadero conocimiento. Ellos nos enseñaron, como Bateson, a encontrar pautas y conexiones en el mundo de lo real para verlo como un todo integrado. O, como Heisenberg, David Bohm, Prigogine y tantos otros..., se atrevieron a hablar en alto sobre la incompletitud del conocimiento científico para dar cumplida cuenta de la complejidad del mundo.
El pensamiento complejo: un abrazo entre razón e intuición
Complejidad. He ahí un concepto clave que ha servido de eje referencial para que algunos de nuestros maestros, científicos y artistas, comenzasen a caminar juntos, en un saludable ejercicio de humildad que nos fue abriendo las puertas a quienes vendríamos después. Decía Ramón y Cajal que “en la ciencia, como en la vida, el fruto llega siempre después del amor” (o sea, después de una convulsión, de una entrega, de renunciar a nuestras certezas...). Muchos científicos adoptaron esta tensión, la que se produce cuando, al avanzar en el conocimiento, comprendemos la imposibilidad de llegar hasta el final. Tal vez por ello algunos se asomaron, necesariamente, al terreno del arte, que daba cobijo a su asombro, a sus preguntas últimas sobre el mundo...
Éste, el arte, se aparecía entonces como lo que es: un medio inigualable para proveernos de expresiones de lo invisible, lo intuido, lo que existe pero no se manifiesta..., en la difícil tarea de conocer y comunicar complejidades que resultan ininteligibles desde el mero análisis racional. También como un instrumento para imaginar mundos posibles, para salir del acoso de lo real y encontrar cobijo en el escenario de los sueños, sin el cual la vida sería difícil tarea.
Por fortuna, unos y otros, científicos y artistas, fueron así superando el viejo desencuentro en muchos lugares del mundo, a la vez que alumbraban un nuevo paradigma interpretativo de la realidad en el que el sujeto ya no resulta excluido e incluso se acepta su influencia en aquello que conoce y en las leyes que formula. Así se fue abriendo paso una ciencia con consciencia (y con conciencia...) que habla más de probabilidades que de verdades inamovibles. Una ciencia en la que tienen cabida el azar, el desorden... Un saber que hace suya la propuesta de Edgar Morín: “el conocimiento es una navegación por un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”...
Ley y realidad
Me vienen a la mente las palabras de Paul Klee, cuando nos advertía que “precioso es el conocimiento de las leyes con la condición de precaverse de todo esquematismo que confunda la ley desnuda con la realidad viva”. Porque buscando ese equilibrio, otorgando su justo lugar a la noble tarea científica y a la creación artística, muchos artistas, poetas, científicos y filósofos, promovieron sinceramente este abrazo entre razón e intuición, entre lo que pensamos y lo que soñamos. La gran maestra María Zambrano hizo una excelente síntesis de todo ello en la que llamó “razón poética”. Desde su doble condición de poeta y pensadora, nos habló así de esa “confluencia entre dos razones del cosmos: la naturaleza, en lo que tiene de irreductible a fórmulas matemáticas, y el alma humana en lo que tiene de extraña a las luces de la razón”...
Llegados a este punto, permítanme ahora que, animada por las palabras de María Zambrano, les hable un poco de los sueños, los goces y la búsquedas de esta otra María que, en su tránsito por el territorio del conocimiento y por la tarea artística, pretendió hacer de ambos saberes una única forma de estar en el mundo, quiso poner en diálogo profundo su mente y su corazón, lo que la razón le iba anunciando y ese movimiento del alma del que no puede dar cuenta ninguna ley o teoría.
Inicié mi andadura de defensa de la naturaleza en el año 1975, con la lucha por una zona verde de mi ciudad que, felizmente, salvamos para la comunidad. No es casual que también en 1975 publicase mi primer libro de poemas –Yo no sé-, una obra de juventud que ya anunciaba la que sería mi trayectoria espiritual y profesional de los años siguientes: un caminar asentado en la convicción de que el conocimiento absoluto sobre nosotros y sobre el mundo resulta una aventura imposible; una aceptación activa del misterio, de ese “estar atentos” que precede a la llegada inadvertida de la luz, cualquier luz, para después marcar el regreso al silencio, recomponer la pregunta, enseñarnos de nuevo la espera sin señales...
Lo que somos se construye en paralelo con nuestras creaciones
En los años siguientes fui sintiendo la necesidad de establecer una convivencia armónica entre las dos Marías que llevaba dentro: la que indagaba y pedía respuestas a la ciencia, y la que experimentaba la pulsión creadora del arte. Así aprendí, por necesidad, que el diálogo entre mente y corazón es algo posible. Y entonces, empeñada ya en trabajar en la defensa de la naturaleza a través de la educación ambiental, soñé con compartir esa experiencia con aquellos que caminaban a mi lado, no sólo físicamente sino, como está sucediendo ahora, por los caminos del alma, del compromiso con la naturaleza, de la búsqueda de sentido para nuestras vidas.
Mi trabajo durante todos estos años al frente de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible ha sido así una tarea, siempre inacabada, en la que la docencia universitaria y mis viajes, sobre todo los que me han asomado a América Latina, me han permitido conocer a gentes de las que he aprendido enormemente. De esos aprendizajes se fue alimentando mi pequeña capacidad para ayudar a los estudiantes a construir conocimiento... Y de ellos aprendí, al igual que de mis maestros, que una mirada limpia cara a cara, o un apretón de manos a tiempo, valen más que muchas lecciones, aunque éstas sigan siendo necesarias, que lo son, si queremos restablecer el diálogo entre el ser humano y el resto del mundo vivo.
Educar sobre principios éticos que hablan del valor intrínseco de la vida; promover una visión compleja del mundo de lo real..., fueron convirtiéndose así en objetivos de mi actividad profesional como educadora, pero también en referentes de todos los otros ámbitos en los que se desenvolvía mi vida, sin saber ni querer separarlos, intentando aunar el saber construido y el saber que se construye con otros..., procurando crear un tipo de conocimiento que no fuese reproductor sino creativo. Es seguro que ha habido muchas lagunas, errores y fracasos en ese largo intento, pero no es menos cierto que, aprendiendo de mis fallos, he seguido y sigo caminando convencida de que la única forma de no quemarse es seguir ardiendo...
Inspirado por estas ideas, hace aproximadamente veinte años, en 1986, nació el Proyecto Ecoarte. Inicialmente surgió como un esfuerzo de integración personal de mis pinturas y poesías con los saberes científicos. Los cuadros producidos a partir de ese momento comenzaron entonces a dialogar con las teorías que hablaban de la flecha del tiempo, del orden y el desorden, del valor del contexto, de las relaciones entre el microcosmos y el macrososmos... Mis poemas, en la misma dirección, darían lugar a dos nuevos libros: Libertad no conozco (1991) y Microcosmos (2000).
Pero enseguida se me hizo evidente algo que ya sabía: que no existe mejor arte de vivir que el de hacerlo en compañía, y que ello servía también para este proyecto. Así que Ecoarte se convirtió en un Foro en el que, a través de Seminarios Internacionales, científicos y artistas comenzamos a poner en común nuestras visiones del mundo sobre cuestiones concretas:
-Las relaciones entre ciencia, arte y medio ambiente.
-Cómo imaginar una nueva globalización basada en el respeto a la naturaleza y la equidad social.
-La invisibilidad de la mujer y de la naturaleza como expresiones de un mismo modelo de dominación.
-La complejidad del mundo vivo y las vías posibles para comunicarla educativamente...
La mayoría de edad de Ecoarte
En el recorrido colectivo de estos últimos años, en el marco del Proyecto Ecoarte se han realizado varias exposiciones de pintura y poesía, hemos publicado algunos libros, y ha visto la luz un Manifiesto sobre Ciencia, Arte y Medio Ambiente a favor de un desarrollo sostenible, firmado por un nutrido grupo de gentes de uno y otro ámbito.
Nos queda mucho camino por recorrer. Pero lo importante es que hoy el proyecto, que nació en solitario, vive una experiencia de crecimiento compartido, de quehacer comunitario, en el que, modestamente y con medios que no son muchos, estamos contribuyendo a mostrar la fecundidad del encuentro de saberes, y la posibilidad de alcanzar, aunque sea de forma imperfecta, un conocimiento integrado y comprometido de la realidad.
En una de nuestras primeras publicaciones, definí el Ecoarte como “el arte de la confluencia”, un arte que promueve el mestizaje de saberes, para iluminar el escenario ambiental y contribuir a una interpretación compleja de los problemas de nuestro mundo ecológico y social. Un arte que plantea un nuevo concepto de frontera, no como aquello que separa, sino como ese tejido poroso y transparente a través del cual, en un proceso de ósmosis, los que hemos llamado “contrarios” se mezclan y se funden: el ser humano y la naturaleza; el cuerpo y la mente; lo masculino y lo femenino; el vacío y la forma... También la creación artística y el quehacer científico.
Toda fijeza es siempre momentánea
Toda fijeza es siempre momentánea, tiene algo de ilusorio, así que en Ecoarte pretendemos seguir caminando, continuar en la búsqueda de referentes que nos permitan construir un conocimiento integrado e integrador. Pero no hemos llegado hasta aquí por casualidad. La Corporación “Artistas pro Ecología”, son una muestra evidente de que hay grupos que nos preceden y que nos permiten seguir aprendiendo. Por suerte, hoy existen en el mundo multitud de científicos y artistas que practican este abrazo fecundo, que buscan soluciones complejas para problemas complejos como los ambientales, y que, haciendo un reconocimiento de los límites, en cada caso, aceptan complementarse con los otros saberes para la interpretación del mundo y de la vida.
De manera que, cuando estamos iniciando un nuevo milenio cargado de daños y riesgos ambientales; un milenio en el que una parte de la humanidad esquilma los recursos y reduce a la otra a la pobreza... En medio de la desazón y de la búsqueda..., cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso..., la crisis ecológica y social que padece el planeta se nos aparece como un reto para la reconciliación de la ciencia y el arte, como una oportunidad para el trabajo compartido.
Porque, tras el camino recorrido, quienes nos hemos asomado a la aventura del conocimiento desde uno u otro campo sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
Desde esa visión del mundo –la que integra y no excluye; la que abraza y no niega- quiero agradecer de corazón el premio N'aitun que me han otorgado, no sólo porque será un estímulo para seguir caminando, sino porque se constituye en un vínculo precioso entre los miembros que la Corporación de Artistas pro Ecología de Chile, uno a uno y en conjunto, están haciendo y soñando, y lo que, desde aquí, en este otro pequeño grupo de gentes de Ecoarte, estamos viviendo. Un vínculo que, por encima de cualquier falsa frontera, nos permite entendernos como parte indivisible de un mismo proyecto:
Convivir con lo vivo,
decirnos, sin fronteras,
dónde está nuestro abrazo,
y si es posible arar espacios de esperanza
en los que crezcan libres el trigo y el sosiego.
Un poema
Y, como a mí también me gustaría corresponder con un modesto regalo, no se me ocurre mejor forma que regalarme yo misma a través de uno de mis poemas:
No es posible saber si la luz tiene nombre
si el sonido del sueño
se rige por la Luna
si podremos nombrar
el lugar que nos habla
o tal vez nos escucha
en todo caso está
sin más
y es un olor
que describe el aroma
de esta Tierra que amamos.
No podemos saber casi nada.
Tal vez sólo afirmar
que hoy es verano
arroparnos con tejido ligero
y dejarle un lugar a lo incierto.
Poco sabe el granado si es miércoles o jueves
pero su flor persigue vertical
los aromas del sol que lo alimenta
y su fruto contiene
resumida
toda la geometría de la historia.
Estar vivo es sencillo
es dejarse vivir
sin pretender
que huela a primavera en el otoño.
Reconocer, tal vez,
el pulso de los días y las noches
y dejar que nos digan
qué pasa por aquí,
por nuestro cuerpo.
Tenemos la mirada tan atenta al saber
que el azar nos atrapa y anega nuestro sueño
allí donde buscamos el nombre de las cosas
la tarea imposible de poseer respuestas.
En ese macrocosmos donde nada es sagrado
habita sin embargo toda el alma del mundo
parte de ella nosotros
imágenes de un cortísimo minuto
paseantes de la vida
que quisimos entenderla
y al fin nos conformamos con amarla.
Perseguir la certeza no vale en este juego.
Imposible nombrar lo que está en el principio.
Mejor entonces sonreír
desde este no saber.
Basta que huela a día
simplemente.
Razón de más
para sentir que somos.
María Novo es Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación. Escritora. Artista plástica. Directora de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España. Este texto es una adaptación elaborada por nuestra Redacción del discurso que la autora pronunció con motivo de recibir el Premio Internacional N'aitun que le concedió la Corporación de Artistas Pro Ecología de Chile en el año 2007.
Por ello, el bien obrar, de acuerdo con las leyes de la naturaleza y en el respeto a los demás, es, en definitiva, “el arte de saber vivir”, un arte que toma sus referencias en todo el conocimiento existente pero que, en última instancia, es siempre una aventura irrepetible, llena de incertidumbres, de avances y retrocesos, en la que cada uno de nosotros va descubriendo sus luces y sus sombras para aprender a ser persona desde ellas.
Durante siglos, en la larga Modernidad que se inició con Bacon, Descartes y Newton y que hoy todavía se deja sentir, se nos repitió con insistencia que sólo el mundo de la ciencia y las instancias racionales llevarían a la humanidad a su emancipación.
Lo peligroso de este aserto no fue la idea misma, sino sus excesos: la evolución hacia un racionalismo feroz que ha ido expulsando del mundo a cuanto no le era funcional: el amor, el llanto, la risa, el abrazo amoroso..., la vida en su expresión primera, la que contiene al ser humano en su totalidad.
La ciencia que nació entonces, reduccionista, determinista y mecanicista, inició así un camino en solitario que, si bien permitió alcanzar notables éxitos en la resolución de problemas concretos (fabricar un avión, curar enfermedades...), cayó en una especialización diseccionadora bajo la cual el ser humano y la naturaleza fueron contemplados a modo de máquinas, como lo haría un relojero. La fragmentación social que hoy vivimos, la pérdida del sentido de unidad con todo lo existente, el panorama de un mundo divido entre un Norte y un Sur cada vez más distantes, son, en buena medida, consecuencias de este modo de contemplar la realidad, como una colección de piezas aisladas y no como un verdadero conjunto organizado en el que el todo y las partes se imbrican íntimamente.
Hoja de hierba
Muchos artistas reaccionaron frente a este paradigma. Por fortuna, ellos supieron ver, como Walt Withman, que todo el mundo sideral vale tanto como una hoja de hierba, y que lo humano, esa capacidad para amar, soñar, dolerse y alegrarse, es algo que desborda a cualquier ley o teoría. Cuando Hölderlin nos recordaba que “poéticamente habita el ser humano la Tierra”, algo se estaba removiendo en los cimientos de ese pretendido mundo racionalista. Habitar poéticamente la Tierra significa hacerlo como creadores..., como hacedores de nuestras propias vidas..., pero también como constructores de mundos posibles..., de sociedades más equitativas, en las que la riqueza y el bienestar estén mejor repartidos..., de mundos más respetuosos, en los que los límites de la naturaleza sirvan como referente y freno para la ambición y la codicia de unos pocos.
Felizmente, también entre los propios científicos aparecieron disidentes, personas que, una vez alcanzado un cierto conocimiento teórico sobre la vida, se atrevían a enfrentarse al misterio, a aceptar la presencia del desorden, a negociar con el azar... De su mano supimos que el conocimiento que no arde, que no se somete a la prueba del fuego purificador, no es verdadero conocimiento. Ellos nos enseñaron, como Bateson, a encontrar pautas y conexiones en el mundo de lo real para verlo como un todo integrado. O, como Heisenberg, David Bohm, Prigogine y tantos otros..., se atrevieron a hablar en alto sobre la incompletitud del conocimiento científico para dar cumplida cuenta de la complejidad del mundo.
El pensamiento complejo: un abrazo entre razón e intuición
Complejidad. He ahí un concepto clave que ha servido de eje referencial para que algunos de nuestros maestros, científicos y artistas, comenzasen a caminar juntos, en un saludable ejercicio de humildad que nos fue abriendo las puertas a quienes vendríamos después. Decía Ramón y Cajal que “en la ciencia, como en la vida, el fruto llega siempre después del amor” (o sea, después de una convulsión, de una entrega, de renunciar a nuestras certezas...). Muchos científicos adoptaron esta tensión, la que se produce cuando, al avanzar en el conocimiento, comprendemos la imposibilidad de llegar hasta el final. Tal vez por ello algunos se asomaron, necesariamente, al terreno del arte, que daba cobijo a su asombro, a sus preguntas últimas sobre el mundo...
Éste, el arte, se aparecía entonces como lo que es: un medio inigualable para proveernos de expresiones de lo invisible, lo intuido, lo que existe pero no se manifiesta..., en la difícil tarea de conocer y comunicar complejidades que resultan ininteligibles desde el mero análisis racional. También como un instrumento para imaginar mundos posibles, para salir del acoso de lo real y encontrar cobijo en el escenario de los sueños, sin el cual la vida sería difícil tarea.
Por fortuna, unos y otros, científicos y artistas, fueron así superando el viejo desencuentro en muchos lugares del mundo, a la vez que alumbraban un nuevo paradigma interpretativo de la realidad en el que el sujeto ya no resulta excluido e incluso se acepta su influencia en aquello que conoce y en las leyes que formula. Así se fue abriendo paso una ciencia con consciencia (y con conciencia...) que habla más de probabilidades que de verdades inamovibles. Una ciencia en la que tienen cabida el azar, el desorden... Un saber que hace suya la propuesta de Edgar Morín: “el conocimiento es una navegación por un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”...
Ley y realidad
Me vienen a la mente las palabras de Paul Klee, cuando nos advertía que “precioso es el conocimiento de las leyes con la condición de precaverse de todo esquematismo que confunda la ley desnuda con la realidad viva”. Porque buscando ese equilibrio, otorgando su justo lugar a la noble tarea científica y a la creación artística, muchos artistas, poetas, científicos y filósofos, promovieron sinceramente este abrazo entre razón e intuición, entre lo que pensamos y lo que soñamos. La gran maestra María Zambrano hizo una excelente síntesis de todo ello en la que llamó “razón poética”. Desde su doble condición de poeta y pensadora, nos habló así de esa “confluencia entre dos razones del cosmos: la naturaleza, en lo que tiene de irreductible a fórmulas matemáticas, y el alma humana en lo que tiene de extraña a las luces de la razón”...
Llegados a este punto, permítanme ahora que, animada por las palabras de María Zambrano, les hable un poco de los sueños, los goces y la búsquedas de esta otra María que, en su tránsito por el territorio del conocimiento y por la tarea artística, pretendió hacer de ambos saberes una única forma de estar en el mundo, quiso poner en diálogo profundo su mente y su corazón, lo que la razón le iba anunciando y ese movimiento del alma del que no puede dar cuenta ninguna ley o teoría.
Inicié mi andadura de defensa de la naturaleza en el año 1975, con la lucha por una zona verde de mi ciudad que, felizmente, salvamos para la comunidad. No es casual que también en 1975 publicase mi primer libro de poemas –Yo no sé-, una obra de juventud que ya anunciaba la que sería mi trayectoria espiritual y profesional de los años siguientes: un caminar asentado en la convicción de que el conocimiento absoluto sobre nosotros y sobre el mundo resulta una aventura imposible; una aceptación activa del misterio, de ese “estar atentos” que precede a la llegada inadvertida de la luz, cualquier luz, para después marcar el regreso al silencio, recomponer la pregunta, enseñarnos de nuevo la espera sin señales...
Lo que somos se construye en paralelo con nuestras creaciones
En los años siguientes fui sintiendo la necesidad de establecer una convivencia armónica entre las dos Marías que llevaba dentro: la que indagaba y pedía respuestas a la ciencia, y la que experimentaba la pulsión creadora del arte. Así aprendí, por necesidad, que el diálogo entre mente y corazón es algo posible. Y entonces, empeñada ya en trabajar en la defensa de la naturaleza a través de la educación ambiental, soñé con compartir esa experiencia con aquellos que caminaban a mi lado, no sólo físicamente sino, como está sucediendo ahora, por los caminos del alma, del compromiso con la naturaleza, de la búsqueda de sentido para nuestras vidas.
Mi trabajo durante todos estos años al frente de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible ha sido así una tarea, siempre inacabada, en la que la docencia universitaria y mis viajes, sobre todo los que me han asomado a América Latina, me han permitido conocer a gentes de las que he aprendido enormemente. De esos aprendizajes se fue alimentando mi pequeña capacidad para ayudar a los estudiantes a construir conocimiento... Y de ellos aprendí, al igual que de mis maestros, que una mirada limpia cara a cara, o un apretón de manos a tiempo, valen más que muchas lecciones, aunque éstas sigan siendo necesarias, que lo son, si queremos restablecer el diálogo entre el ser humano y el resto del mundo vivo.
Educar sobre principios éticos que hablan del valor intrínseco de la vida; promover una visión compleja del mundo de lo real..., fueron convirtiéndose así en objetivos de mi actividad profesional como educadora, pero también en referentes de todos los otros ámbitos en los que se desenvolvía mi vida, sin saber ni querer separarlos, intentando aunar el saber construido y el saber que se construye con otros..., procurando crear un tipo de conocimiento que no fuese reproductor sino creativo. Es seguro que ha habido muchas lagunas, errores y fracasos en ese largo intento, pero no es menos cierto que, aprendiendo de mis fallos, he seguido y sigo caminando convencida de que la única forma de no quemarse es seguir ardiendo...
Inspirado por estas ideas, hace aproximadamente veinte años, en 1986, nació el Proyecto Ecoarte. Inicialmente surgió como un esfuerzo de integración personal de mis pinturas y poesías con los saberes científicos. Los cuadros producidos a partir de ese momento comenzaron entonces a dialogar con las teorías que hablaban de la flecha del tiempo, del orden y el desorden, del valor del contexto, de las relaciones entre el microcosmos y el macrososmos... Mis poemas, en la misma dirección, darían lugar a dos nuevos libros: Libertad no conozco (1991) y Microcosmos (2000).
Pero enseguida se me hizo evidente algo que ya sabía: que no existe mejor arte de vivir que el de hacerlo en compañía, y que ello servía también para este proyecto. Así que Ecoarte se convirtió en un Foro en el que, a través de Seminarios Internacionales, científicos y artistas comenzamos a poner en común nuestras visiones del mundo sobre cuestiones concretas:
-Las relaciones entre ciencia, arte y medio ambiente.
-Cómo imaginar una nueva globalización basada en el respeto a la naturaleza y la equidad social.
-La invisibilidad de la mujer y de la naturaleza como expresiones de un mismo modelo de dominación.
-La complejidad del mundo vivo y las vías posibles para comunicarla educativamente...
La mayoría de edad de Ecoarte
En el recorrido colectivo de estos últimos años, en el marco del Proyecto Ecoarte se han realizado varias exposiciones de pintura y poesía, hemos publicado algunos libros, y ha visto la luz un Manifiesto sobre Ciencia, Arte y Medio Ambiente a favor de un desarrollo sostenible, firmado por un nutrido grupo de gentes de uno y otro ámbito.
Nos queda mucho camino por recorrer. Pero lo importante es que hoy el proyecto, que nació en solitario, vive una experiencia de crecimiento compartido, de quehacer comunitario, en el que, modestamente y con medios que no son muchos, estamos contribuyendo a mostrar la fecundidad del encuentro de saberes, y la posibilidad de alcanzar, aunque sea de forma imperfecta, un conocimiento integrado y comprometido de la realidad.
En una de nuestras primeras publicaciones, definí el Ecoarte como “el arte de la confluencia”, un arte que promueve el mestizaje de saberes, para iluminar el escenario ambiental y contribuir a una interpretación compleja de los problemas de nuestro mundo ecológico y social. Un arte que plantea un nuevo concepto de frontera, no como aquello que separa, sino como ese tejido poroso y transparente a través del cual, en un proceso de ósmosis, los que hemos llamado “contrarios” se mezclan y se funden: el ser humano y la naturaleza; el cuerpo y la mente; lo masculino y lo femenino; el vacío y la forma... También la creación artística y el quehacer científico.
Toda fijeza es siempre momentánea
Toda fijeza es siempre momentánea, tiene algo de ilusorio, así que en Ecoarte pretendemos seguir caminando, continuar en la búsqueda de referentes que nos permitan construir un conocimiento integrado e integrador. Pero no hemos llegado hasta aquí por casualidad. La Corporación “Artistas pro Ecología”, son una muestra evidente de que hay grupos que nos preceden y que nos permiten seguir aprendiendo. Por suerte, hoy existen en el mundo multitud de científicos y artistas que practican este abrazo fecundo, que buscan soluciones complejas para problemas complejos como los ambientales, y que, haciendo un reconocimiento de los límites, en cada caso, aceptan complementarse con los otros saberes para la interpretación del mundo y de la vida.
De manera que, cuando estamos iniciando un nuevo milenio cargado de daños y riesgos ambientales; un milenio en el que una parte de la humanidad esquilma los recursos y reduce a la otra a la pobreza... En medio de la desazón y de la búsqueda..., cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso..., la crisis ecológica y social que padece el planeta se nos aparece como un reto para la reconciliación de la ciencia y el arte, como una oportunidad para el trabajo compartido.
Porque, tras el camino recorrido, quienes nos hemos asomado a la aventura del conocimiento desde uno u otro campo sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
Desde esa visión del mundo –la que integra y no excluye; la que abraza y no niega- quiero agradecer de corazón el premio N'aitun que me han otorgado, no sólo porque será un estímulo para seguir caminando, sino porque se constituye en un vínculo precioso entre los miembros que la Corporación de Artistas pro Ecología de Chile, uno a uno y en conjunto, están haciendo y soñando, y lo que, desde aquí, en este otro pequeño grupo de gentes de Ecoarte, estamos viviendo. Un vínculo que, por encima de cualquier falsa frontera, nos permite entendernos como parte indivisible de un mismo proyecto:
Convivir con lo vivo,
decirnos, sin fronteras,
dónde está nuestro abrazo,
y si es posible arar espacios de esperanza
en los que crezcan libres el trigo y el sosiego.
Un poema
Y, como a mí también me gustaría corresponder con un modesto regalo, no se me ocurre mejor forma que regalarme yo misma a través de uno de mis poemas:
No es posible saber si la luz tiene nombre
si el sonido del sueño
se rige por la Luna
si podremos nombrar
el lugar que nos habla
o tal vez nos escucha
en todo caso está
sin más
y es un olor
que describe el aroma
de esta Tierra que amamos.
No podemos saber casi nada.
Tal vez sólo afirmar
que hoy es verano
arroparnos con tejido ligero
y dejarle un lugar a lo incierto.
Poco sabe el granado si es miércoles o jueves
pero su flor persigue vertical
los aromas del sol que lo alimenta
y su fruto contiene
resumida
toda la geometría de la historia.
Estar vivo es sencillo
es dejarse vivir
sin pretender
que huela a primavera en el otoño.
Reconocer, tal vez,
el pulso de los días y las noches
y dejar que nos digan
qué pasa por aquí,
por nuestro cuerpo.
Tenemos la mirada tan atenta al saber
que el azar nos atrapa y anega nuestro sueño
allí donde buscamos el nombre de las cosas
la tarea imposible de poseer respuestas.
En ese macrocosmos donde nada es sagrado
habita sin embargo toda el alma del mundo
parte de ella nosotros
imágenes de un cortísimo minuto
paseantes de la vida
que quisimos entenderla
y al fin nos conformamos con amarla.
Perseguir la certeza no vale en este juego.
Imposible nombrar lo que está en el principio.
Mejor entonces sonreír
desde este no saber.
Basta que huela a día
simplemente.
Razón de más
para sentir que somos.
María Novo es Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación. Escritora. Artista plástica. Directora de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España. Este texto es una adaptación elaborada por nuestra Redacción del discurso que la autora pronunció con motivo de recibir el Premio Internacional N'aitun que le concedió la Corporación de Artistas Pro Ecología de Chile en el año 2007.