En Marzo de 1985, Manu Leguineche publicó la primera edición de Sobre el volcán, libro de viajes en el que relataba los entresijos del huracán centroamericano, la explosiva realidad de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, durante la segunda mitad del siglo XX. La obra comenzaba y terminaba con la consabida pintada leída en Tecún Uman (Guatemala): la vida es una enfermedad hereditaria, que se hizo famosa merced a la pluma de Manu Leguineche.
Algunos vieron en el libro de Leguineche una evocación de otra obra no menos significativa, también relativa a América Central, Bajo el volcán, publicada en 1947 y llevada al cine por John Houston en 1984 y que, según su autor, Malcolm Lowry, “amplía nuestro conocimiento del infierno”.
Lowry dijo que su novela se refiere a ciertas fuerzas existentes en el interior del hombre que le producen terror de sí mismo. También se refiere a la culpa del hombre, al remordimiento, a su ascenso incesante hacia la luz bajo el peso del pasado, y a su destino último.
Ambas obras reflejan, a su manera, un clima parecido al que apreciamos hoy, no sólo en América Central, sino en el quinto aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001: vivimos una situación mucho más explosiva que la de América Central en los años ochenta descrita en Sobre el volcán, y las fuerzas internas del hombre que le producen terror de sí mismo, que decía Lowry, se han institucionalizado en las mentes contemporáneas, después del espectáculo del derribo de las Torres Gemelas.
Pocos cambios de fondo
Para Foreign Police, sin embargo, el 11S no representó un choque de civilizaciones ni un éxito para Al Qaeda, sino una confrontación política que todavía continúa abierta y sin perspectivas inmediatas de solución. Considera que en el fondo los atentados no cambiaron significativamente la política internacional, ya que el comercio internacional y la globalización no se vieron de verdad afectados por los atentados.
Además, según FP, los puntos candentes continúan siéndolo, en Oriente Medio hay incluso más continuidad que cambio, la dependencia mundial del petróleo del Golfo Pérsico es tan grande como siempre. Y concluye: A pesar de su espectacularidad y su dramatismo, el 11-S dejo intactas muchas de las tensiones constantes de la política internacional. Además, el impacto en la política doméstica de Estados Unidos ha sido completamente marginal.
Se trata de una visión ponderada del impacto de los atentados, pero que tiene muchos más matices. Según Bruno Tertrais, de la Fundación para la Investigación Estratégica, el balance de estos cinco años es similar al que trazó Richard Ned Lebow en 1995: Todos hemos perdido la guerra fría, es decir, Al Qaeda y Estados Unidos han perdido con la experiencia, tanto de los atentados, como de la lucha contra el terrorismo, si bien se trata de una apreciación prematura porque este proceso será históricamente largo.
En la agenda norteamericana de los últimos cinco años hay que anotar el fracaso de Irak (el pasado mes de julio fue el más sangriento de los últimos tres años, con 3.438 muertos), la degradación en Afganistán (no sólo por el aumento de la violencia, sino por el progreso del tráfico de estupefacientes, cuya superficie cultivable ha crecido un 44% este año respecto a 2005), la persistencia de tensiones con Corea del Norte e Irán, apenas contrastadas con la moderación de Libia.
En la agenda de Al Qaeda, si bien hay que anotar un aumento significativo de las corrientes integristas (las doce webs simpatizantes de este movimiento en 2001 han subido a 4.500 en 2005), se aprecia un significativo debilitamiento de la organización como consecuencia de la guerra de Afganistán y de las detenciones de sus dirigentes, al mismo tiempo que los atentados terroristas en 2005 fueron muy inferiores a los de 2004. La salvedad son los atentados interiores, particularmente en Irak. Las últimas acciones se consideran más fruto de la espontaneidad que de una planificación organizada. The Washington Post las atribuye incluso a “radicales libres”.
Frustración terrorista
La frustración de algunos proyectos terroristas evidencia a su vez un mejor funcionamiento de la inteligencia norteamericana. Por lo demás, los objetivos pretendidos por Al Qaeda tampoco se han alcanzado: los pretendidos atentados no han sido tan contundentes para la estabilidad de la civilización y no se ha producido una alineamiento del mundo musulmán en torno a sus posiciones. No deja de sorprender al respecto que Bin Laden evocara en enero de 2006 la posible derrota de su organización.
El impacto psicológico de la actividad terrorista también se ha moderado: si después del 11 de septiembre la economía tardó tres años en recuperar la confianza, la dinámica económica apenas se alteró tras el 11M (Madrid, 2004) o el 7J (Londres, 2005). En el ámbito moral, el deterioro de Estados Unidos también ha sido evidente después de las torturas en Abou Ghraib y Guantánamo, así como por la masacre de Haditha (Irak, noviembre de 2005).
La política antiterrorista norteamericana también se ha atemperado desde 2001, limitándose desde febrero pasado a terminar con la capacidad de golpear de Al Qaeda y considerando como máxima de esta estrategia que el adversario real es una ideología, llamada “extremismo violento” o “radicalismo islámico”.
Estados Unidos reconoce ahora que la batalla de las ideas es tan importante como la lucha antiterrorista y, según The Washington Post, esta política está en profunda revisión. Confirmando esta apreciación, otro artículo del mismo periódico informa de la financiación que Estados Unidos está dispuesto a ofrecer a los medios que difundan una imagen positiva de la situación en Irak.
Teorías de la conspiración
De todas formas, no todo es política y economía. En este aniversario, las teorías de la conspiración que ensombrecen el conocimiento de los hechos del 11S se han multiplicado. Muchas han caído en el disparate, pero otras proceden de fuentes respetables que merecen más atención. Básicamente, se puede dar por sentado que el FBI tenía conocimiento previo de los ataques y que no hizo lo suficiente para impedirlos.
The Washington Post ha dedicado un artículo a las dudas despertadas en la sociedad norteamericana respecto a los acontecimientos del 11S. Señala una encuesta según la cual el 36% de los norteamericanos cree que su Gobierno planificó deliberadamente los ataques o que no hizo lo suficiente para impedirlos, el 16% considera que las Torres Gemelas cayeron por efecto de explosivos y no por el impacto de los aviones, y el 12% estima que fue un misil lo que chocó contra el Pentágono. Son los incrédulos, según el periódico.
Lo cierto, tal como se explica en este dossier, es que ha habido contradicciones oficiales entre diferentes episodios de los hechos, dudas sobre lo que realmente ocurrió en el ataque al Pentágono, sobre la causa real del derrumbe de las Torres Gemelas, sobre el papel jugado por la cercana Torre 7 de Nueva York durante los atentados...
Todo este material arroja sombras que ayudan poco a la opinión pública a hacerse una idea precisa de lo que realmente está pasando y de qué nivel de intoxicación existe en torno al 11S. La información oficial del Gobierno ayuda poco a disolver estas dudas, que son difundidas incluso por círculos judíos como la ADL.
Por lo que sabemos y sospechamos del 11S, por lo que hemos vivido después y lo que se intuye que puede pasar, el mundo global vive sobre un volcán en este quinto aniversario de los atentados de Nueva York y Washington.
Bajo nuestros pies circulan corrientes subterráneas que nos aterrorizan (hoy podría escribirse que el terrorismo se ha convertido en una enfermedad hereditaria) y vivimos un clima de pesimismo que demanda mayor transparencia por parte de las instituciones, mayor inteligencia en la defensa de nuestra civilización y una estrategia política basada más en el consenso que en la presión para asegurar lo que es la aspiración de la mayoría: convivencia pacífica entre todas las naciones de nuestro planeta global, lo que Naciones Unidas llama alianza de civilizaciones.
Algunos vieron en el libro de Leguineche una evocación de otra obra no menos significativa, también relativa a América Central, Bajo el volcán, publicada en 1947 y llevada al cine por John Houston en 1984 y que, según su autor, Malcolm Lowry, “amplía nuestro conocimiento del infierno”.
Lowry dijo que su novela se refiere a ciertas fuerzas existentes en el interior del hombre que le producen terror de sí mismo. También se refiere a la culpa del hombre, al remordimiento, a su ascenso incesante hacia la luz bajo el peso del pasado, y a su destino último.
Ambas obras reflejan, a su manera, un clima parecido al que apreciamos hoy, no sólo en América Central, sino en el quinto aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001: vivimos una situación mucho más explosiva que la de América Central en los años ochenta descrita en Sobre el volcán, y las fuerzas internas del hombre que le producen terror de sí mismo, que decía Lowry, se han institucionalizado en las mentes contemporáneas, después del espectáculo del derribo de las Torres Gemelas.
Pocos cambios de fondo
Para Foreign Police, sin embargo, el 11S no representó un choque de civilizaciones ni un éxito para Al Qaeda, sino una confrontación política que todavía continúa abierta y sin perspectivas inmediatas de solución. Considera que en el fondo los atentados no cambiaron significativamente la política internacional, ya que el comercio internacional y la globalización no se vieron de verdad afectados por los atentados.
Además, según FP, los puntos candentes continúan siéndolo, en Oriente Medio hay incluso más continuidad que cambio, la dependencia mundial del petróleo del Golfo Pérsico es tan grande como siempre. Y concluye: A pesar de su espectacularidad y su dramatismo, el 11-S dejo intactas muchas de las tensiones constantes de la política internacional. Además, el impacto en la política doméstica de Estados Unidos ha sido completamente marginal.
Se trata de una visión ponderada del impacto de los atentados, pero que tiene muchos más matices. Según Bruno Tertrais, de la Fundación para la Investigación Estratégica, el balance de estos cinco años es similar al que trazó Richard Ned Lebow en 1995: Todos hemos perdido la guerra fría, es decir, Al Qaeda y Estados Unidos han perdido con la experiencia, tanto de los atentados, como de la lucha contra el terrorismo, si bien se trata de una apreciación prematura porque este proceso será históricamente largo.
En la agenda norteamericana de los últimos cinco años hay que anotar el fracaso de Irak (el pasado mes de julio fue el más sangriento de los últimos tres años, con 3.438 muertos), la degradación en Afganistán (no sólo por el aumento de la violencia, sino por el progreso del tráfico de estupefacientes, cuya superficie cultivable ha crecido un 44% este año respecto a 2005), la persistencia de tensiones con Corea del Norte e Irán, apenas contrastadas con la moderación de Libia.
En la agenda de Al Qaeda, si bien hay que anotar un aumento significativo de las corrientes integristas (las doce webs simpatizantes de este movimiento en 2001 han subido a 4.500 en 2005), se aprecia un significativo debilitamiento de la organización como consecuencia de la guerra de Afganistán y de las detenciones de sus dirigentes, al mismo tiempo que los atentados terroristas en 2005 fueron muy inferiores a los de 2004. La salvedad son los atentados interiores, particularmente en Irak. Las últimas acciones se consideran más fruto de la espontaneidad que de una planificación organizada. The Washington Post las atribuye incluso a “radicales libres”.
Frustración terrorista
La frustración de algunos proyectos terroristas evidencia a su vez un mejor funcionamiento de la inteligencia norteamericana. Por lo demás, los objetivos pretendidos por Al Qaeda tampoco se han alcanzado: los pretendidos atentados no han sido tan contundentes para la estabilidad de la civilización y no se ha producido una alineamiento del mundo musulmán en torno a sus posiciones. No deja de sorprender al respecto que Bin Laden evocara en enero de 2006 la posible derrota de su organización.
El impacto psicológico de la actividad terrorista también se ha moderado: si después del 11 de septiembre la economía tardó tres años en recuperar la confianza, la dinámica económica apenas se alteró tras el 11M (Madrid, 2004) o el 7J (Londres, 2005). En el ámbito moral, el deterioro de Estados Unidos también ha sido evidente después de las torturas en Abou Ghraib y Guantánamo, así como por la masacre de Haditha (Irak, noviembre de 2005).
La política antiterrorista norteamericana también se ha atemperado desde 2001, limitándose desde febrero pasado a terminar con la capacidad de golpear de Al Qaeda y considerando como máxima de esta estrategia que el adversario real es una ideología, llamada “extremismo violento” o “radicalismo islámico”.
Estados Unidos reconoce ahora que la batalla de las ideas es tan importante como la lucha antiterrorista y, según The Washington Post, esta política está en profunda revisión. Confirmando esta apreciación, otro artículo del mismo periódico informa de la financiación que Estados Unidos está dispuesto a ofrecer a los medios que difundan una imagen positiva de la situación en Irak.
Teorías de la conspiración
De todas formas, no todo es política y economía. En este aniversario, las teorías de la conspiración que ensombrecen el conocimiento de los hechos del 11S se han multiplicado. Muchas han caído en el disparate, pero otras proceden de fuentes respetables que merecen más atención. Básicamente, se puede dar por sentado que el FBI tenía conocimiento previo de los ataques y que no hizo lo suficiente para impedirlos.
The Washington Post ha dedicado un artículo a las dudas despertadas en la sociedad norteamericana respecto a los acontecimientos del 11S. Señala una encuesta según la cual el 36% de los norteamericanos cree que su Gobierno planificó deliberadamente los ataques o que no hizo lo suficiente para impedirlos, el 16% considera que las Torres Gemelas cayeron por efecto de explosivos y no por el impacto de los aviones, y el 12% estima que fue un misil lo que chocó contra el Pentágono. Son los incrédulos, según el periódico.
Lo cierto, tal como se explica en este dossier, es que ha habido contradicciones oficiales entre diferentes episodios de los hechos, dudas sobre lo que realmente ocurrió en el ataque al Pentágono, sobre la causa real del derrumbe de las Torres Gemelas, sobre el papel jugado por la cercana Torre 7 de Nueva York durante los atentados...
Todo este material arroja sombras que ayudan poco a la opinión pública a hacerse una idea precisa de lo que realmente está pasando y de qué nivel de intoxicación existe en torno al 11S. La información oficial del Gobierno ayuda poco a disolver estas dudas, que son difundidas incluso por círculos judíos como la ADL.
Por lo que sabemos y sospechamos del 11S, por lo que hemos vivido después y lo que se intuye que puede pasar, el mundo global vive sobre un volcán en este quinto aniversario de los atentados de Nueva York y Washington.
Bajo nuestros pies circulan corrientes subterráneas que nos aterrorizan (hoy podría escribirse que el terrorismo se ha convertido en una enfermedad hereditaria) y vivimos un clima de pesimismo que demanda mayor transparencia por parte de las instituciones, mayor inteligencia en la defensa de nuestra civilización y una estrategia política basada más en el consenso que en la presión para asegurar lo que es la aspiración de la mayoría: convivencia pacífica entre todas las naciones de nuestro planeta global, lo que Naciones Unidas llama alianza de civilizaciones.