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Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida
21 de julio de 1915
Algo está empezando a suceder. El entrechocar de las placas de hielo, que hasta ahora se producían a gran distancia, se está acercando. Parece que el gigante que dormía bajo nosotros se está despertando. Y eso me asusta.
Desde que quedamos atrapados por el hielo sabíamos que la inmensa placa de helada en la que nos encontramos no es una masa única que ocupa todo el mar de Weddell.
Aparentemente puede parecer que es la misma, pero pronto nos dimos cuenta de que estaba subdividida en miles de trozos, cada uno de una dimensión considerable, que chocaban y arremetían entre ellos.
Aunque los científicos nos lo explicaron, no hicieron más que dar una justificación a algo que ya habíamos apreciado. Puesto que, afortunadamente, a gran distancia, todos habíamos podido ver cómo la presión entre dos de esas placas llenaba el aire de amenazadores sonidos, semejantes a truenos.
Poco después, en el lugar desde donde procedían esos estruendos, había aparecido, como por ensalmo, un amontonamiento de trozos de hielos que se extendía por centenares de metros y que podía alcanzar los 5 metros de altura. Lógicamente, estos cordones de hielo seguían la línea por donde se había producido el choque entre placas.
¿Por qué chocan las placas?
Como nos decían los científicos, puede no ser intuitivo el entender las razones por las que se producen esas embestidas entre las diferentes placas. Si bien el mar al congelarse produce una única superficie absolutamente plana e igual, ésta lleva incrustados los trozos de hielo, y especialmente los grandes icebergs, que flotaban en el mar y cuya distribución, forma y tamaño es absoluta aleatoria.
Por lo tanto al romperse esa gran masa, produciendo miles de placas, algo similar a las piezas desordenadas de un puzzle extendidas sobre una mesa, cada una será diferente en forma y contenido a las restantes.
En esta situación, aunque todas están guiadas por las mismas corrientes marinas y los mismos vientos, y por lo tanto todas seguirán la misma dirección, cada una responderá de manera ligeramente distinta a la de al lado, provocando rotaciones o desplazamientos que lleva a continúas colisiones sobre sus bordes exteriores.
¿Estamos seguros?
Por el momento el barco estaba protegido por la gigantesca placa de hielo que lo contenía, era en sus bordes externos donde se producían esta guerra de titanes.
Pero si su placa se fraccionaba por donde estaba el barco, nos encontraríamos en el lugar del enfrentamiento y sus consecuencias se dibujaban claramente en la mente de todos.
Y eso fue lo que nos ha pasado hoy. Los estruendos y el rechinar se han multiplicado y, peor que eso, se oyen mucho más próximos. El ruido parece el feroz rugido de un mar que se aproxima como una galerna.
He bajado a la placa de hielo con Shackleton, el capitán Worsley y Wild. Nos hemos quedado mirando al lugar del que procedía la perturbación. Bajo nuestros pies notábamos claramente un temblor que no podía pronosticar nada bueno.
Por un momento tuve la sensación de que era la poderosa respiración y los primeros movimientos de un gigante que se estaba despertando de un largo sueño. Y el pensamiento me provocó un escalofrío y, precisamente, no de frío.
Como si Shackleton hubiera sentido lo mismo hizo un gesto con la cabeza y todos volvimos al barco. Me pareció escuchar a Shackleton que le decía a Worsley: “vamos a ver, capitán, cómo se comporta su barco”.
Me temo que se lo contaré en la próxima crónica. O más bien… espero contárselo en la próxima crónica.
Aparentemente puede parecer que es la misma, pero pronto nos dimos cuenta de que estaba subdividida en miles de trozos, cada uno de una dimensión considerable, que chocaban y arremetían entre ellos.
Aunque los científicos nos lo explicaron, no hicieron más que dar una justificación a algo que ya habíamos apreciado. Puesto que, afortunadamente, a gran distancia, todos habíamos podido ver cómo la presión entre dos de esas placas llenaba el aire de amenazadores sonidos, semejantes a truenos.
Poco después, en el lugar desde donde procedían esos estruendos, había aparecido, como por ensalmo, un amontonamiento de trozos de hielos que se extendía por centenares de metros y que podía alcanzar los 5 metros de altura. Lógicamente, estos cordones de hielo seguían la línea por donde se había producido el choque entre placas.
¿Por qué chocan las placas?
Como nos decían los científicos, puede no ser intuitivo el entender las razones por las que se producen esas embestidas entre las diferentes placas. Si bien el mar al congelarse produce una única superficie absolutamente plana e igual, ésta lleva incrustados los trozos de hielo, y especialmente los grandes icebergs, que flotaban en el mar y cuya distribución, forma y tamaño es absoluta aleatoria.
Por lo tanto al romperse esa gran masa, produciendo miles de placas, algo similar a las piezas desordenadas de un puzzle extendidas sobre una mesa, cada una será diferente en forma y contenido a las restantes.
En esta situación, aunque todas están guiadas por las mismas corrientes marinas y los mismos vientos, y por lo tanto todas seguirán la misma dirección, cada una responderá de manera ligeramente distinta a la de al lado, provocando rotaciones o desplazamientos que lleva a continúas colisiones sobre sus bordes exteriores.
¿Estamos seguros?
Por el momento el barco estaba protegido por la gigantesca placa de hielo que lo contenía, era en sus bordes externos donde se producían esta guerra de titanes.
Pero si su placa se fraccionaba por donde estaba el barco, nos encontraríamos en el lugar del enfrentamiento y sus consecuencias se dibujaban claramente en la mente de todos.
Y eso fue lo que nos ha pasado hoy. Los estruendos y el rechinar se han multiplicado y, peor que eso, se oyen mucho más próximos. El ruido parece el feroz rugido de un mar que se aproxima como una galerna.
He bajado a la placa de hielo con Shackleton, el capitán Worsley y Wild. Nos hemos quedado mirando al lugar del que procedía la perturbación. Bajo nuestros pies notábamos claramente un temblor que no podía pronosticar nada bueno.
Por un momento tuve la sensación de que era la poderosa respiración y los primeros movimientos de un gigante que se estaba despertando de un largo sueño. Y el pensamiento me provocó un escalofrío y, precisamente, no de frío.
Como si Shackleton hubiera sentido lo mismo hizo un gesto con la cabeza y todos volvimos al barco. Me pareció escuchar a Shackleton que le decía a Worsley: “vamos a ver, capitán, cómo se comporta su barco”.
Me temo que se lo contaré en la próxima crónica. O más bien… espero contárselo en la próxima crónica.
13 de julio 1915
Las dos primeras semanas de julio nos han regalado uno de los espectáculos más grandiosos que ofrece el invierno en estas latitudes: los largos amaneceres y uno de los colores propios de estas regiones que parecen condenadas al blanco y negro.
Aunque todavía no vemos el Sol sabemos que ya se acerca al horizonte y que esta larga y oscura noche va a llegar a su fin dentro de poco. Así, en estas dos primeras semanas de julio la naturaleza nos está regalando unos maravillosos resplandores que anuncian el próximo amanecer que esperemos que nos traiga la liberación.
Y aunque pueda parecer increíble, como lo es casi todo lo que se relaciona con las regiones polares, hace unos días tuvimos, nada menos, que diez horas de crepúsculo. Pero sobre todo, durante la mayor parte de ese tiempo, el cielo estuvo teñido de un espectacular color rosado. Fue algo inolvidable.
Supongo que en mis crónicas anteriores no he comentado nada de mi familia. No sé si este es el momento más apropiado para hacerlo, pero llevo tanto tiempo contándoles lo que ocurre en este barco y lo que pasa en mi alma, que ya les considero unos viejos amigos ante los que no me avergüenzo de abrirles el corazón.
Recuerdos de familia
Una de las cosas que aprendí de mi madre es el placer por la contemplación de la naturaleza. Desde hace ya bastante tiempo sus manos tiemblan, pero cuando todavía tenía un pulso firme dedicaba muchas horas a pintar. Y puesto que vivíamos en las proximidades de la cordillera de los Andes, teníamos el privilegio de contemplar unos atardeceres de ensueño.
Desde pequeño la recuerdo preparando el caballete, sus pinturas y pinceles cuando se aproximaba el atardecer. “Hay que estar preparado para captar la belleza de este momento efímero” solía decirme.
A veces, el Sol se escondía a hurtadillas, como cansado de un día anodino. Entonces, suspiraba y comenzaba a recoger todo el equipo. Si yo estaba por ahí trataba de ocultar su decepción y me recordaba que “en la vida no todo sale como uno quiere”. La verdad es que esa frase me ha ayudado a superar muchos momentos amargos.
Pero otros días, el cielo se encendía en toda la gama de rojos que cubrían el horizonte. Ante nuestros ojos veíamos transformarse los colores pasando por una gama de matices que parecía no tener fin.
En aquellos momentos sus pinceles producían mezclas que trataban de reproducir los colores que veíamos. Pero no era posible, antes de que el lienzo hubiera copiado la tonalidad que se extendía por el cielo, una nueva coloración se ofrecía a nuestros ojos dejando obsoleta la mezcla de pinturas tan arduamente preparada.
Entonces, con una sonrisa de impotencia comenzaba una nueva mezcla, aun a sabiendas que tampoco tendría tiempo para llegar a plasmarla en el lienzo. Y así una y otra vez.
Curiosamente, cuando las sombras de la noche ya pugnaban por ocultarlo todo, su pincel buscaba y rebuscaba entre aquellos volcanes de colores que ocupaban su paleta para dar vida a un atardecer nuevo y permanente que parecía contener la esencia de todos las coloraciones que habían contemplado sus pupilas.
Qué no hubiese dado mi madre por estar aquí, en este mundo helado, donde ese vertiginoso proceso de cambio de color se ha desacelerado y poder capturar, sin prisas ni frustraciones, las sutiles tonalidades que parecen congeladas en el horizonte que rodea al Endurance.
Pero sobre todo, qué no hubiera dado por tener delante de sus ojos esa coloración rosada que, como me comentó Shackleton, es propia de las regiones polares.
Tengo que reconocer que yo nunca, y les puedo asegurar por las circunstancias que antes les he comentado que he visto muchos atardeceres, había visto hasta que no he estado en la Antártida ese color rosáceo.
Cuando lo vi por primera vez, una emoción especial recorrió todo mi cuerpo. Podría parecer que tendría que ser al revés, que un color determinado me trajese recuerdos de aquellos primeros años de mi vida. Pero no fue así, tuvo que ser aquel color esquivo el que me hiciese recordar aquellos momentos felices de mi niñez en los que mi mundo no podía estar más limitado.
Estos días, esta prisión de hielos que rodea al Endurance y que, tantas veces me oprime el corazón, se ha aligerado y me ha hecho volar en el espacio y en el tiempo. Sólo por ver este cielo una vez, aunque sólo sea una vez, vale la pena afrontar todas las penalidades de una expedición polar.
Y aunque pueda parecer increíble, como lo es casi todo lo que se relaciona con las regiones polares, hace unos días tuvimos, nada menos, que diez horas de crepúsculo. Pero sobre todo, durante la mayor parte de ese tiempo, el cielo estuvo teñido de un espectacular color rosado. Fue algo inolvidable.
Supongo que en mis crónicas anteriores no he comentado nada de mi familia. No sé si este es el momento más apropiado para hacerlo, pero llevo tanto tiempo contándoles lo que ocurre en este barco y lo que pasa en mi alma, que ya les considero unos viejos amigos ante los que no me avergüenzo de abrirles el corazón.
Recuerdos de familia
Una de las cosas que aprendí de mi madre es el placer por la contemplación de la naturaleza. Desde hace ya bastante tiempo sus manos tiemblan, pero cuando todavía tenía un pulso firme dedicaba muchas horas a pintar. Y puesto que vivíamos en las proximidades de la cordillera de los Andes, teníamos el privilegio de contemplar unos atardeceres de ensueño.
Desde pequeño la recuerdo preparando el caballete, sus pinturas y pinceles cuando se aproximaba el atardecer. “Hay que estar preparado para captar la belleza de este momento efímero” solía decirme.
A veces, el Sol se escondía a hurtadillas, como cansado de un día anodino. Entonces, suspiraba y comenzaba a recoger todo el equipo. Si yo estaba por ahí trataba de ocultar su decepción y me recordaba que “en la vida no todo sale como uno quiere”. La verdad es que esa frase me ha ayudado a superar muchos momentos amargos.
Pero otros días, el cielo se encendía en toda la gama de rojos que cubrían el horizonte. Ante nuestros ojos veíamos transformarse los colores pasando por una gama de matices que parecía no tener fin.
En aquellos momentos sus pinceles producían mezclas que trataban de reproducir los colores que veíamos. Pero no era posible, antes de que el lienzo hubiera copiado la tonalidad que se extendía por el cielo, una nueva coloración se ofrecía a nuestros ojos dejando obsoleta la mezcla de pinturas tan arduamente preparada.
Entonces, con una sonrisa de impotencia comenzaba una nueva mezcla, aun a sabiendas que tampoco tendría tiempo para llegar a plasmarla en el lienzo. Y así una y otra vez.
Curiosamente, cuando las sombras de la noche ya pugnaban por ocultarlo todo, su pincel buscaba y rebuscaba entre aquellos volcanes de colores que ocupaban su paleta para dar vida a un atardecer nuevo y permanente que parecía contener la esencia de todos las coloraciones que habían contemplado sus pupilas.
Qué no hubiese dado mi madre por estar aquí, en este mundo helado, donde ese vertiginoso proceso de cambio de color se ha desacelerado y poder capturar, sin prisas ni frustraciones, las sutiles tonalidades que parecen congeladas en el horizonte que rodea al Endurance.
Pero sobre todo, qué no hubiera dado por tener delante de sus ojos esa coloración rosada que, como me comentó Shackleton, es propia de las regiones polares.
Tengo que reconocer que yo nunca, y les puedo asegurar por las circunstancias que antes les he comentado que he visto muchos atardeceres, había visto hasta que no he estado en la Antártida ese color rosáceo.
Cuando lo vi por primera vez, una emoción especial recorrió todo mi cuerpo. Podría parecer que tendría que ser al revés, que un color determinado me trajese recuerdos de aquellos primeros años de mi vida. Pero no fue así, tuvo que ser aquel color esquivo el que me hiciese recordar aquellos momentos felices de mi niñez en los que mi mundo no podía estar más limitado.
Estos días, esta prisión de hielos que rodea al Endurance y que, tantas veces me oprime el corazón, se ha aligerado y me ha hecho volar en el espacio y en el tiempo. Sólo por ver este cielo una vez, aunque sólo sea una vez, vale la pena afrontar todas las penalidades de una expedición polar.
29 de junio de 1915
Se veía venir. Todo hacía pensar que aquello no podía quedar como quedó. Si bien la carrera de hace dos semanas la ganó Wild, el tiro de perros de Hurley había llegado tan próximo que parecía claro que ellos dos debían dirimir, de una vez por todas, cuál era el tiro de perros más veloz.
En el Endurance vivimos en un mundo absolutamente aislado. No sabemos nada de lo que ocurre en el exterior. Si al menos la radio hubiera funcionado, por lo menos habríamos podido recibir alguna noticia, saber algo de lo que está pasando fuera de este barco.
Pero ni nosotros tenemos potencia para que nuestras emisiones alcancen las Malvinas, aquí todos las llaman Falklands, ni ellos parecen que puedan comunicarse con nosotros como nos habían prometido. Quizás la culpa la tenga nuestro receptor de radio.
En cualquier caso, el resultado es que estamos completamente aislados y las únicas noticias que podemos comentar son las que nosotros mismos generamos. Y, lógicamente, no son muchas. Por lo tanto la carrera de trineos de perros que llevamos a cabo hace dos semanas, ha acaparado todas nuestras conversaciones.
Todo tipo de rumores
Si bien el trineo de Wild llegó el primero, le siguió tan de cerca el tiro de perros de Hurley que era lógico que hubiera comentarios de todo tipo. Muchos de ellos alimentados por el propio Hurley o por los que habían apostado por él, que eran bastantes.
Que… si en la salida se le habían cruzado el trineo de Crean. Que… si uno de los perros de Macklin les había atacado. Que… si McIlroy había hecho chocar a su trineo contra el de Hurley para desequilibrarle. Incluso… que… si el propio Wild, antes de empezar la carrera, había echado unos trozos de carne de foca con narcóticos a los otros perros.
En fin, durante dos semanas, el Endurance ha sido un hervidero de comentarios, rumores y cotilleos. En mi opinión, muchos de ellos alimentados por los dos protagonistas. Puesto que Hurley quería conseguir la revancha y Wild buscaba una victoria indiscutible. Incluso por el propio Shackleton, a quien parecía que todo esto le gustaba más que a nadie.
Ni Shackleton fue neutral
Finalmente, los dos –entre el regocijo general- se desafiaron. Y hoy hemos repetido la carrera, que en esta ocasión no ha tenido más que dos protagonistas, para evitar que otros pudieran entorpecer la marcha de los equipos campeones.
En recorrido era el mismo, le juez el mismo, Worsley, al igual que el encargado de cronometrar el tiempo, el físico James.
Cualquiera hubiera podido pensar que Shackleton, como jefe de la expedición, se hubiera mantenido neutral en la contienda. Pues no. Durante las dos semanas ha sido uno de los más ardientes defensores de su lugarteniente, e incluso cuando llegó el momento de la carrera se subió al trineo de Wild para hacer de lastre.
En total, cada tiro de perros tenía que arrastrar un trineo cargado con 400 kilogramos. Lo que hacía que cada uno de los 7 perros tirase de aproximadamente 58 kilogramos. Un esfuerzo realmente importante para los perros.
Una decisión controvertida
Por fin llegó el día, o más bien la noche, porque como la otra vez, la carrera se desarrolló en la más completa oscuridad y únicamente los gritos de los conductores de los trineos nos señalaban por dónde iban.
Ni que decir tiene que Shackleton chillaba tan fuerte que parecía que los perros corrían para huir de sus gritos.
De repente, entre las aclamaciones de una parte del público y los abucheos del resto. El trineo de Wild atravesó el primero la línea de meta. Siete segundos después lo hizo el de Hurley.
Ya parecía que todo había terminado cuando el juez de la prueba, el capitán Worsley, llegó haciendo sonar un pito con autoridad pidiendo silencio. Cuando logró que al menos algunos de los más vociferantes se callaran, anunció que… descalificaba al trineo de Wild porque había hecho el recorrido con menos peso del reglamentario.
En parte tenía razón, faltando escasamente 50 metros para alcanzar la meta, el trineo de Wild patinó en un montón de nieve y Shackleton perdió el equilibrio y cayó del trineo. Luego, los perros tiraron de un trineo más ligero que el de su adversario.
Como podrán suponer, la polémica estaba servida. En el Endurance ya no se habla de nada más. Supongo que vamos a tener tema de conversación para todo lo que queda del invierno. Que me imagino que es lo que deseaban Wild, Hurley, Worsley y el propio Shackleton, tenernos distraídos con estas cosas.
Pero ni nosotros tenemos potencia para que nuestras emisiones alcancen las Malvinas, aquí todos las llaman Falklands, ni ellos parecen que puedan comunicarse con nosotros como nos habían prometido. Quizás la culpa la tenga nuestro receptor de radio.
En cualquier caso, el resultado es que estamos completamente aislados y las únicas noticias que podemos comentar son las que nosotros mismos generamos. Y, lógicamente, no son muchas. Por lo tanto la carrera de trineos de perros que llevamos a cabo hace dos semanas, ha acaparado todas nuestras conversaciones.
Todo tipo de rumores
Si bien el trineo de Wild llegó el primero, le siguió tan de cerca el tiro de perros de Hurley que era lógico que hubiera comentarios de todo tipo. Muchos de ellos alimentados por el propio Hurley o por los que habían apostado por él, que eran bastantes.
Que… si en la salida se le habían cruzado el trineo de Crean. Que… si uno de los perros de Macklin les había atacado. Que… si McIlroy había hecho chocar a su trineo contra el de Hurley para desequilibrarle. Incluso… que… si el propio Wild, antes de empezar la carrera, había echado unos trozos de carne de foca con narcóticos a los otros perros.
En fin, durante dos semanas, el Endurance ha sido un hervidero de comentarios, rumores y cotilleos. En mi opinión, muchos de ellos alimentados por los dos protagonistas. Puesto que Hurley quería conseguir la revancha y Wild buscaba una victoria indiscutible. Incluso por el propio Shackleton, a quien parecía que todo esto le gustaba más que a nadie.
Ni Shackleton fue neutral
Finalmente, los dos –entre el regocijo general- se desafiaron. Y hoy hemos repetido la carrera, que en esta ocasión no ha tenido más que dos protagonistas, para evitar que otros pudieran entorpecer la marcha de los equipos campeones.
En recorrido era el mismo, le juez el mismo, Worsley, al igual que el encargado de cronometrar el tiempo, el físico James.
Cualquiera hubiera podido pensar que Shackleton, como jefe de la expedición, se hubiera mantenido neutral en la contienda. Pues no. Durante las dos semanas ha sido uno de los más ardientes defensores de su lugarteniente, e incluso cuando llegó el momento de la carrera se subió al trineo de Wild para hacer de lastre.
En total, cada tiro de perros tenía que arrastrar un trineo cargado con 400 kilogramos. Lo que hacía que cada uno de los 7 perros tirase de aproximadamente 58 kilogramos. Un esfuerzo realmente importante para los perros.
Una decisión controvertida
Por fin llegó el día, o más bien la noche, porque como la otra vez, la carrera se desarrolló en la más completa oscuridad y únicamente los gritos de los conductores de los trineos nos señalaban por dónde iban.
Ni que decir tiene que Shackleton chillaba tan fuerte que parecía que los perros corrían para huir de sus gritos.
De repente, entre las aclamaciones de una parte del público y los abucheos del resto. El trineo de Wild atravesó el primero la línea de meta. Siete segundos después lo hizo el de Hurley.
Ya parecía que todo había terminado cuando el juez de la prueba, el capitán Worsley, llegó haciendo sonar un pito con autoridad pidiendo silencio. Cuando logró que al menos algunos de los más vociferantes se callaran, anunció que… descalificaba al trineo de Wild porque había hecho el recorrido con menos peso del reglamentario.
En parte tenía razón, faltando escasamente 50 metros para alcanzar la meta, el trineo de Wild patinó en un montón de nieve y Shackleton perdió el equilibrio y cayó del trineo. Luego, los perros tiraron de un trineo más ligero que el de su adversario.
Como podrán suponer, la polémica estaba servida. En el Endurance ya no se habla de nada más. Supongo que vamos a tener tema de conversación para todo lo que queda del invierno. Que me imagino que es lo que deseaban Wild, Hurley, Worsley y el propio Shackleton, tenernos distraídos con estas cosas.
22 de junio de 1915
Es paradójico hablar del día más corto, dado que lo único que tenemos es una cierta luz crepuscular. Pero en cualquier caso, hoy es el solsticio de invierno, el día en que se da la máxima diferencia entre la duración del día y la noche. Una fecha significativa para todas las culturas y que se asocia a fiestas. Como hemos hecho nosotros.
A medianoche la oscuridad era más impenetrable que nunca
Supongo que deberíamos temer la llegada del invierno y, por lo tanto, ponernos en guardia para ese periodo tan duro -por la oscuridad, frialdad y hambre- para la mayoría de las regiones del planeta. Sin embargo, hoy reina en el barco un aire festivo. Las razones son dos, o incluso tres y quisiera explicárselas a continuación.
Por una parte, ya hemos tomado conciencia de lo que nos espera. Para nosotros, el futuro tiene muchas incertidumbres, pero el miedo no va a hacer que desaparezcan. Incluso yo diría que hay como un espíritu de desafío: cuanto antes lleguen… antes nos enfrentaremos con ellas.
Además, cada día que pasa es un día menos de esta condenada de oscuridad e inactividad de la que estamos prisioneros. Hoy he escuchado a muchos comentar que ya llevamos atrapados más de cinco meses, luego –posiblemente- ya hemos pasado más de la mitad del tiempo que tendremos que permanecer encerrados por el hielo.
Nos desplazamos veloces
Otra de las razones para nuestro optimismo es que una brisa procedente del Sur está haciendo que toda la masa de la banquisa, con el Endurance incluido, derive de forma inusualmente rápida hacia el Norte.
De hecho, Worsley nos ha comentado, que en los últimos cinco días nos hemos movido más de 70 kilómetros en dirección Norte. E ir hacia el Norte, hacia arriba, como yo suelo decir con gran diversión de todos, significaba llegar a aguas más cálidas donde el hielo terminará por resquebrajarse.
Hablando de brisas, precisamente Shackleton me comentó hace un par de días, que una de las cosas que más le estaba sorprendiendo, del tiempo que llevamos entre los hielos en el mar de Weddell, es la ausencia de grandes temporales.
Según él, en sus anteriores expediciones a la Antártida, en el mar de Ross, los fuertes vientos y las ventiscas habían barrido día tras día la superficie del mar helado. Y aquí no hay más que brisas, que si llegan a la fuerza de un vendaval, no lo hacen por mucho tiempo.
Gran fiesta en el Ritz
La tercera de las razones para el ambiente optimista de hoy es la gran fiesta que hemos estado preparando para celebrar el solsticio de invierno. El cocinero preparó una de las mejores cenas que hemos probado en el barco y después, toda la tripulación reunida en el Ritz, montamos una juerga por todo lo alto.
Hubo discursos, canciones y brindis durante horas, y con la llegada de la media noche todos puestos en pie cantamos el “Dios Salve al Rey” y nos deseamos éxito en los días de oscuridad y esfuerzo que todavía nos esperaban.
Yo no pude dejar de recordar que en la antigua Roma en el solsticio de invierno se desarrollaba la Saturnalia, unas de sus grandes celebraciones o puede que la mayor. Durante la misma, la gran sacerdotisa pronuncia las siguientes palabras:
"Esta es la noche del solsticio, la noche más larga del año. Ahora las tinieblas triunfan y aún así todavía queda un poco de luz. La respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El Rey Oscuro vive en cada pequeña luz. Nosotros esperamos al alba cuando la Gran Madre engendrará nuevamente al sol, con la promesa de una nueva primavera. Así es el movimiento eterno, donde el tiempo nunca se detiene, en un círculo que lo envuelve todo. Giramos la rueda para sujetar la luz. Llamamos al sol desde vientre de la noche."
Que así sea, porque nos esperan momentos oscuros y duros.
Por una parte, ya hemos tomado conciencia de lo que nos espera. Para nosotros, el futuro tiene muchas incertidumbres, pero el miedo no va a hacer que desaparezcan. Incluso yo diría que hay como un espíritu de desafío: cuanto antes lleguen… antes nos enfrentaremos con ellas.
Además, cada día que pasa es un día menos de esta condenada de oscuridad e inactividad de la que estamos prisioneros. Hoy he escuchado a muchos comentar que ya llevamos atrapados más de cinco meses, luego –posiblemente- ya hemos pasado más de la mitad del tiempo que tendremos que permanecer encerrados por el hielo.
Nos desplazamos veloces
Otra de las razones para nuestro optimismo es que una brisa procedente del Sur está haciendo que toda la masa de la banquisa, con el Endurance incluido, derive de forma inusualmente rápida hacia el Norte.
De hecho, Worsley nos ha comentado, que en los últimos cinco días nos hemos movido más de 70 kilómetros en dirección Norte. E ir hacia el Norte, hacia arriba, como yo suelo decir con gran diversión de todos, significaba llegar a aguas más cálidas donde el hielo terminará por resquebrajarse.
Hablando de brisas, precisamente Shackleton me comentó hace un par de días, que una de las cosas que más le estaba sorprendiendo, del tiempo que llevamos entre los hielos en el mar de Weddell, es la ausencia de grandes temporales.
Según él, en sus anteriores expediciones a la Antártida, en el mar de Ross, los fuertes vientos y las ventiscas habían barrido día tras día la superficie del mar helado. Y aquí no hay más que brisas, que si llegan a la fuerza de un vendaval, no lo hacen por mucho tiempo.
Gran fiesta en el Ritz
La tercera de las razones para el ambiente optimista de hoy es la gran fiesta que hemos estado preparando para celebrar el solsticio de invierno. El cocinero preparó una de las mejores cenas que hemos probado en el barco y después, toda la tripulación reunida en el Ritz, montamos una juerga por todo lo alto.
Hubo discursos, canciones y brindis durante horas, y con la llegada de la media noche todos puestos en pie cantamos el “Dios Salve al Rey” y nos deseamos éxito en los días de oscuridad y esfuerzo que todavía nos esperaban.
Yo no pude dejar de recordar que en la antigua Roma en el solsticio de invierno se desarrollaba la Saturnalia, unas de sus grandes celebraciones o puede que la mayor. Durante la misma, la gran sacerdotisa pronuncia las siguientes palabras:
"Esta es la noche del solsticio, la noche más larga del año. Ahora las tinieblas triunfan y aún así todavía queda un poco de luz. La respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El Rey Oscuro vive en cada pequeña luz. Nosotros esperamos al alba cuando la Gran Madre engendrará nuevamente al sol, con la promesa de una nueva primavera. Así es el movimiento eterno, donde el tiempo nunca se detiene, en un círculo que lo envuelve todo. Giramos la rueda para sujetar la luz. Llamamos al sol desde vientre de la noche."
Que así sea, porque nos esperan momentos oscuros y duros.
15 de junio de 1915
La monotonía de estas semanas se ha roto con la preparación del Gran Derby Antártico. Una carrera en la que los perros han demostrado su fuerza, los conductores su destreza y todos nuestras ganas de divertirnos.
El difícil hablar del silencio de los hielos antárticos cuando sobre ellos se encuentra una jauría de perros divididos en grupos y dispuestos a competir como si en ello les fuera la vida. Pero aunque se hubiese producido un milagro y hubieran enmudecido durante un tiempo, lo que no se hubiera sido posible de acallar eran los gritos de entusiasmo de los hombres del Endurance.
Y es lógico, llevamos semanas esperando este acontecimiento que había anunciado Shackleton hace tiempo: una gran carrera de trineos y perros. Todo había comenzado cuando el Jefe dividió los perros en grupos y asignó a un responsable por grupo. Inmediatamente el espíritu competitivo de hombres y perros hizo que cada grupo se aplicase por hacerlo un poco mejor que el otro.
Las rivalidades surgieron y crecieron, las bravuconadas de un conductor era respondidas con fanfarronadas mayores de los demás. Todos parecían tener los perros más fuertes, veloces y disciplinados, y todos estaban dispuestos a demostrar que lo que vociferaban era la verdad absoluta.
El Gran Derby
Por lo tanto, cuando Shackleton anunció que iba a tener lugar una carrera para dirimir qué tiro de perros era mejor, no hizo más que poner fecha a algo que ya flotaba en el aire. A partir de aquel momento comenzaron las apuestas. Primero tímidamente, casi de forma clandestina, luego de forma más espontánea y decidida, para terminar siendo controladas por el contramaestre con tal profesional que parecía que se había dedicado a eso toda la vida.
Los equipos se prepararon. Se alimentó y cuidó a los perros como si se tratara de puras sangres del hipódromo de Ascot. Un enjambre de “expertos” examinaba a los perros palpándoles los músculos con rigor de profesionales, y si los conductores se hubiesen dejado les hubiesen hecho lo mismo a ellos.
Se observó los entrenamientos con la meticulosidad del que sabe que su futura fortuna o pobreza depende de la decisión que está a punto de tomar. Se hicieron correr todo tipo de rumores malintencionados para desestabilizar las apuestas. El último, que Amundsen cojeaba porque Nelson le había mordido una pata, fue desmentido con tal violencia por Crean, que más parecía que se estaba poniendo en duda la honestidad de su propia madre.
Todo listo para la carrera
Y por fin llegó el gran día. Cinco grupos de perros se dispusieron para tomar la salida. Las apuestas, en las que participaba toda la tripulación sin la menor excepción, habían sido fuertes. Dos acólitos del contramaestre se movían de un lado para otro portando dos pizarras donde habían escrito las cotizaciones. “6 a 4 para Wild, doble apuesta para Crean, 2 a 1 contra Hurley, 6 a 1 contra Macklin y 8 a 1 contra el pobre de McIlory”.
Si bien se rumoreó que había apuestas de dinero, las que más entusiasmo despertaban eran las que se hacían con las asignaciones privadas de chocolate y cigarrillos.
La labor de cronometrar el tiempo se asignó nada menos que al físico de la expedición Reginald James, cuyo título del Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge pareció suficiente garantía.
Por fin todo estuvo listo, los trineos de perros se dispusieron a 640 metros del barco y bajo la débil luz de una aurora que brillaba intermitentemente, Shackleton, que era el juez de salida, hizo destellar una luz en la estación meteorológico.
En ese mismo instante comenzó una loca carrera que tuvimos que intuir, más que ver dado que la oscuridad era casi total pese a ser mediodía, por las voces de los conductores de los trineos. Segundo tras segundo sus gritos e improperios fueron aumentando de volumen, señal cierta de que se aproximaban a gran velocidad.
En la improvisada tribuna que se había instalado delante del Endurance el clamor aumentaba sin que nadie pudiese precisar quién iba por delante.
Hasta que se vio aparecer la figura inconfundible de Wild, o más bien se escuchó su vozarrón inconfundible, que había logrado adelantar a sus competidores y se proclamó campeón indiscutible. Aunque seguido a poca distancia por el tiro de perros de Hurley.
No sé qué me hace pensar… que aquí va a ver revancha
Y es lógico, llevamos semanas esperando este acontecimiento que había anunciado Shackleton hace tiempo: una gran carrera de trineos y perros. Todo había comenzado cuando el Jefe dividió los perros en grupos y asignó a un responsable por grupo. Inmediatamente el espíritu competitivo de hombres y perros hizo que cada grupo se aplicase por hacerlo un poco mejor que el otro.
Las rivalidades surgieron y crecieron, las bravuconadas de un conductor era respondidas con fanfarronadas mayores de los demás. Todos parecían tener los perros más fuertes, veloces y disciplinados, y todos estaban dispuestos a demostrar que lo que vociferaban era la verdad absoluta.
El Gran Derby
Por lo tanto, cuando Shackleton anunció que iba a tener lugar una carrera para dirimir qué tiro de perros era mejor, no hizo más que poner fecha a algo que ya flotaba en el aire. A partir de aquel momento comenzaron las apuestas. Primero tímidamente, casi de forma clandestina, luego de forma más espontánea y decidida, para terminar siendo controladas por el contramaestre con tal profesional que parecía que se había dedicado a eso toda la vida.
Los equipos se prepararon. Se alimentó y cuidó a los perros como si se tratara de puras sangres del hipódromo de Ascot. Un enjambre de “expertos” examinaba a los perros palpándoles los músculos con rigor de profesionales, y si los conductores se hubiesen dejado les hubiesen hecho lo mismo a ellos.
Se observó los entrenamientos con la meticulosidad del que sabe que su futura fortuna o pobreza depende de la decisión que está a punto de tomar. Se hicieron correr todo tipo de rumores malintencionados para desestabilizar las apuestas. El último, que Amundsen cojeaba porque Nelson le había mordido una pata, fue desmentido con tal violencia por Crean, que más parecía que se estaba poniendo en duda la honestidad de su propia madre.
Todo listo para la carrera
Y por fin llegó el gran día. Cinco grupos de perros se dispusieron para tomar la salida. Las apuestas, en las que participaba toda la tripulación sin la menor excepción, habían sido fuertes. Dos acólitos del contramaestre se movían de un lado para otro portando dos pizarras donde habían escrito las cotizaciones. “6 a 4 para Wild, doble apuesta para Crean, 2 a 1 contra Hurley, 6 a 1 contra Macklin y 8 a 1 contra el pobre de McIlory”.
Si bien se rumoreó que había apuestas de dinero, las que más entusiasmo despertaban eran las que se hacían con las asignaciones privadas de chocolate y cigarrillos.
La labor de cronometrar el tiempo se asignó nada menos que al físico de la expedición Reginald James, cuyo título del Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge pareció suficiente garantía.
Por fin todo estuvo listo, los trineos de perros se dispusieron a 640 metros del barco y bajo la débil luz de una aurora que brillaba intermitentemente, Shackleton, que era el juez de salida, hizo destellar una luz en la estación meteorológico.
En ese mismo instante comenzó una loca carrera que tuvimos que intuir, más que ver dado que la oscuridad era casi total pese a ser mediodía, por las voces de los conductores de los trineos. Segundo tras segundo sus gritos e improperios fueron aumentando de volumen, señal cierta de que se aproximaban a gran velocidad.
En la improvisada tribuna que se había instalado delante del Endurance el clamor aumentaba sin que nadie pudiese precisar quién iba por delante.
Hasta que se vio aparecer la figura inconfundible de Wild, o más bien se escuchó su vozarrón inconfundible, que había logrado adelantar a sus competidores y se proclamó campeón indiscutible. Aunque seguido a poca distancia por el tiro de perros de Hurley.
No sé qué me hace pensar… que aquí va a ver revancha
Editor del Blog
Javier Cacho
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
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Blog de Tendencias21 sobre la legendaria expedición de Shackleton a la Antártida
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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