Hace un par de días Shackleton nos ha informado que volveremos a intentarlo. Otra vez recogeremos lo indispensable, montaremos los botes en los trineos e intentaremos de nuevo avanzar algo más hacia el Norte.
No puedo decir que la noticia me haya alegrado, tampoco ha levantado las manifestaciones de alegría entre el personal. El recuerdo de lo que sufrimos para movernos unos miserables kilómetros está todavía muy presente en nuestros ánimos. Pero el Jefe ha dado una orden y la cumpliremos.
Aproximarnos a isla Paulet
Desde que naufragamos en el hielo este es el objetivo a alcanzar: isla Paulet. No sé si ya lo he contado, en los albores de este siglo junto a la primera expedición de Scott a la Antártida, hubo otra sueca a esta zona. Las cosas no fueron bien y el barco que tenía que rescatarles fue apresado por los hielos, como el nuestro, y se hundió.
Al no regresar el barco con los expedicionarios, los argentinos mandaron un barco a socorrerlos. Al frente del barco estaba un marino, Irizar, que estaba de agregado naval en la embajada en Londres. Allí se entrevistó con expertos británicos en la Antártida y, por sugerencia de Shackleton, se decidió instalar un depósito de comida en la isla Paulet.
Así, si otro barco naufragaba, al menos los supervivientes sabían a dónde dirigirse a encontrar alimentos. Supongo que Shackleton nunca podría imaginar que, unos pocos años después, iba a ser él quien se dirigiese a esa tabla de salvación.
La verdad es que las corrientes y los vientos nos dirigen en esa dirección, pero el Jefe nos ha dicho que es mejor acelerar el proceso poniéndonos a caminar hacia isla Paulet.
Yo no me lo creo
Como todos ustedes saben, no soy marino y nada entiendo de vientos, marejadas, hielos o navegación, pero no me parece lógico que lo volvamos a intentar después del mínimo avance conseguido la otra vez que lo intentamos.
Tampoco entiendo esas prisas por comenzar mañana mismo. Lleva cuandomos aquí desde que tuvimos que abandonar el barco hace casi dos meses. No entiendo por comenzar precisamente mañana, cuando parece que estamos moviéndonos bastante bien –sin esfuerzos- en dirección Noroeste.
No voy a decir que soy la persona que más conoce a Shackleton, no soy más que un periodista que tiene poco de hombre de acción en las venas. Pero creo que he ido calando en la psicología de Shackleton.
Por eso, al rato de hacer el anuncio me hice el encontradizo. Estaba dando órdenes a sus muchachos, como les llama. Percibió que quería preguntarle algo y nos apartamos un poco del resto.
Empecé a preguntarle cosas, como si quisiese ampliar la información para mis lectores. Le pregunté por los motivos de este nuevo intento, sobre el ánimo de la gente y mil cosas más de esas que se nos ocurren a los periodistas. Le di la mano agradeciéndole su tiempo e hice además de marcharme.
Ya se disponía a volver junto a sus hombres cuando me giré y le pregunté, o más bien afirmé.
-Supongo que de esta manera, cuando llegue el auténtico día de Navidad, los muchachos no sentirán la añoranza de sus hogares. ¿Verdad?
Abrió los labios de forma espontánea. Creo que estaba a punto de decir que sí, cuando estalló en una sonora carcajada que prolongó lo suficiente para encontrar otra respuesta.
-Alex –dijo por fin- aunque, como buen periodista, te gusta trabajar en solitario, serías un magnífico jefe.
Y volvió a echarse a reír.
-Pero esto…-dijo guiñándome un ojo- que quedé entre nosotros.
Me parece que he acertado, ¿no les parece a ustedes?
Ahhhhh, FELIZ NAVIDAD desde el mar de Weddell
No puedo decir que la noticia me haya alegrado, tampoco ha levantado las manifestaciones de alegría entre el personal. El recuerdo de lo que sufrimos para movernos unos miserables kilómetros está todavía muy presente en nuestros ánimos. Pero el Jefe ha dado una orden y la cumpliremos.
Aproximarnos a isla Paulet
Desde que naufragamos en el hielo este es el objetivo a alcanzar: isla Paulet. No sé si ya lo he contado, en los albores de este siglo junto a la primera expedición de Scott a la Antártida, hubo otra sueca a esta zona. Las cosas no fueron bien y el barco que tenía que rescatarles fue apresado por los hielos, como el nuestro, y se hundió.
Al no regresar el barco con los expedicionarios, los argentinos mandaron un barco a socorrerlos. Al frente del barco estaba un marino, Irizar, que estaba de agregado naval en la embajada en Londres. Allí se entrevistó con expertos británicos en la Antártida y, por sugerencia de Shackleton, se decidió instalar un depósito de comida en la isla Paulet.
Así, si otro barco naufragaba, al menos los supervivientes sabían a dónde dirigirse a encontrar alimentos. Supongo que Shackleton nunca podría imaginar que, unos pocos años después, iba a ser él quien se dirigiese a esa tabla de salvación.
La verdad es que las corrientes y los vientos nos dirigen en esa dirección, pero el Jefe nos ha dicho que es mejor acelerar el proceso poniéndonos a caminar hacia isla Paulet.
Yo no me lo creo
Como todos ustedes saben, no soy marino y nada entiendo de vientos, marejadas, hielos o navegación, pero no me parece lógico que lo volvamos a intentar después del mínimo avance conseguido la otra vez que lo intentamos.
Tampoco entiendo esas prisas por comenzar mañana mismo. Lleva cuandomos aquí desde que tuvimos que abandonar el barco hace casi dos meses. No entiendo por comenzar precisamente mañana, cuando parece que estamos moviéndonos bastante bien –sin esfuerzos- en dirección Noroeste.
No voy a decir que soy la persona que más conoce a Shackleton, no soy más que un periodista que tiene poco de hombre de acción en las venas. Pero creo que he ido calando en la psicología de Shackleton.
Por eso, al rato de hacer el anuncio me hice el encontradizo. Estaba dando órdenes a sus muchachos, como les llama. Percibió que quería preguntarle algo y nos apartamos un poco del resto.
Empecé a preguntarle cosas, como si quisiese ampliar la información para mis lectores. Le pregunté por los motivos de este nuevo intento, sobre el ánimo de la gente y mil cosas más de esas que se nos ocurren a los periodistas. Le di la mano agradeciéndole su tiempo e hice además de marcharme.
Ya se disponía a volver junto a sus hombres cuando me giré y le pregunté, o más bien afirmé.
-Supongo que de esta manera, cuando llegue el auténtico día de Navidad, los muchachos no sentirán la añoranza de sus hogares. ¿Verdad?
Abrió los labios de forma espontánea. Creo que estaba a punto de decir que sí, cuando estalló en una sonora carcajada que prolongó lo suficiente para encontrar otra respuesta.
-Alex –dijo por fin- aunque, como buen periodista, te gusta trabajar en solitario, serías un magnífico jefe.
Y volvió a echarse a reír.
-Pero esto…-dijo guiñándome un ojo- que quedé entre nosotros.
Me parece que he acertado, ¿no les parece a ustedes?
Ahhhhh, FELIZ NAVIDAD desde el mar de Weddell