Reconozco que como periodista suelo dar a mis crónicas un tinte épico. Según me enseñaron es la forma de conseguir lectores y que estos permanezcan pendientes de mis frases hasta el final.
Por lo tanto es posible que haya abusado de esta característica de mi forma de escribir y que haya sido demasiado homérico en mis consideraciones, en mi forma de transcribir para todos ustedes lo que aquí está pasando. Si es así…entono una “mea culpa”.
No sé si mi forma de contar las cosas les han dado la sensación de que todo aquí es sencillo, de que pese a las dificultades, hemos aprendido a sobrellevarlas sin rechistar. Si es así… puede que haya hecho un flaco servicio a mi narración.
También es posible que mi manera de hablar de hablar de Shackleton ha traslucido demasiado la admiración y el respeto que siento por él. Si es así…espero no haber caído en la adulación.
Por eso, hoy quería contarles que por aquí las cosas no son tan sencillas como yo he podido dar a entender. Somos muchos y muy diferentes en cultura, educación, estudios, comportamientos, aspiraciones vitales…
El reparto de tiendas
Por lo tanto, comprenderán que no es sencillo tratar de aunar voluntades y trabajar en equipo, máxime cuando las cosas están tan complicadas como lo están ahora. Y hasta la cosa más sencilla, como podría ser el reparto de tiendas, se convierte en un encaje de bolillos para juntar bajo la misma tela en condiciones durísimas a hombres tan dispares.
Y claro, pensarán que vuelvo a caer en lisonja si se les cuento cómo Shackleton decidió a quien poner cada tienda. Pero es que a mí, que me pidió que le ayudase para ir haciendo la lista, me ha parecido un ejercicio exquisito de inteligencia emocional y de conocimiento de las personalidades humanas.
En su tienda reunió al fotógrafo Hurley, un gran profesional con una mente extraordinariamente despierta, pero como persona de gran capacidad creativa, le gusta que le adulen y se sintió en la gloria por el hecho de compartir la tienda del Jefe.
También estaba James, el físico, un científico de gran valía, pero que es bastante desastroso para asuntos prácticos. Eso hace que con ese espíritu de lucha de clases, todos los marineros se rían de él, criticando su falta de preparación para el día a día. En este caso, lo que pretendía era protegerle de las bromas que podían ser hirientes y crueles.
Otra tienda la puso bajo el mando de su fiel lugarteniente Frank Wild y allí situó a McNeish, el carpintero, un gran trabajador, pero también una persona bastante conflictiva porque había viajado mucho y llevaba a gala que sabía tanto de las leyes del mar como el mejor de los abogados de Londres.
Puede que no fuera así, pero alardeaba de ello y siempre estaba buscando las vueltas a todo lo que se ordenaba. Era evidente que Wild neutralizaría cualquier actitud de crítica hacia las órdenes de Shackleton. Y en aquel ambiente ocioso y enclaustrado, las críticas son el peor de los venenos.
Así, uno a uno, fue eligiendo, con naturalidad, como si se le acabase de ocurrir, a todos y cada uno de los integrantes de las tiendas. En mi opinión el resultado fue magistral, ya que supo hacer que en cada tienda hubiera alguien chistoso para evitar que aquello se convirtiera en un velatorio.
Pero también a alguien de su total confianza para impedir que las conversaciones pudieran ir degenerando en actitudes críticas con sus propios compañeros o con el propio Shackleton, que pudieran terminar convirtiéndose en algún tipo de motín.
Supo ir entremezclando las diferentes personalidades para que el conjunto no produjese tiranteces innecesarias. Bastante teníamos ya con lo que teníamos encima para que además se exacerbasen los ánimos.
Por lo tanto es posible que haya abusado de esta característica de mi forma de escribir y que haya sido demasiado homérico en mis consideraciones, en mi forma de transcribir para todos ustedes lo que aquí está pasando. Si es así…entono una “mea culpa”.
No sé si mi forma de contar las cosas les han dado la sensación de que todo aquí es sencillo, de que pese a las dificultades, hemos aprendido a sobrellevarlas sin rechistar. Si es así… puede que haya hecho un flaco servicio a mi narración.
También es posible que mi manera de hablar de hablar de Shackleton ha traslucido demasiado la admiración y el respeto que siento por él. Si es así…espero no haber caído en la adulación.
Por eso, hoy quería contarles que por aquí las cosas no son tan sencillas como yo he podido dar a entender. Somos muchos y muy diferentes en cultura, educación, estudios, comportamientos, aspiraciones vitales…
El reparto de tiendas
Por lo tanto, comprenderán que no es sencillo tratar de aunar voluntades y trabajar en equipo, máxime cuando las cosas están tan complicadas como lo están ahora. Y hasta la cosa más sencilla, como podría ser el reparto de tiendas, se convierte en un encaje de bolillos para juntar bajo la misma tela en condiciones durísimas a hombres tan dispares.
Y claro, pensarán que vuelvo a caer en lisonja si se les cuento cómo Shackleton decidió a quien poner cada tienda. Pero es que a mí, que me pidió que le ayudase para ir haciendo la lista, me ha parecido un ejercicio exquisito de inteligencia emocional y de conocimiento de las personalidades humanas.
En su tienda reunió al fotógrafo Hurley, un gran profesional con una mente extraordinariamente despierta, pero como persona de gran capacidad creativa, le gusta que le adulen y se sintió en la gloria por el hecho de compartir la tienda del Jefe.
También estaba James, el físico, un científico de gran valía, pero que es bastante desastroso para asuntos prácticos. Eso hace que con ese espíritu de lucha de clases, todos los marineros se rían de él, criticando su falta de preparación para el día a día. En este caso, lo que pretendía era protegerle de las bromas que podían ser hirientes y crueles.
Otra tienda la puso bajo el mando de su fiel lugarteniente Frank Wild y allí situó a McNeish, el carpintero, un gran trabajador, pero también una persona bastante conflictiva porque había viajado mucho y llevaba a gala que sabía tanto de las leyes del mar como el mejor de los abogados de Londres.
Puede que no fuera así, pero alardeaba de ello y siempre estaba buscando las vueltas a todo lo que se ordenaba. Era evidente que Wild neutralizaría cualquier actitud de crítica hacia las órdenes de Shackleton. Y en aquel ambiente ocioso y enclaustrado, las críticas son el peor de los venenos.
Así, uno a uno, fue eligiendo, con naturalidad, como si se le acabase de ocurrir, a todos y cada uno de los integrantes de las tiendas. En mi opinión el resultado fue magistral, ya que supo hacer que en cada tienda hubiera alguien chistoso para evitar que aquello se convirtiera en un velatorio.
Pero también a alguien de su total confianza para impedir que las conversaciones pudieran ir degenerando en actitudes críticas con sus propios compañeros o con el propio Shackleton, que pudieran terminar convirtiéndose en algún tipo de motín.
Supo ir entremezclando las diferentes personalidades para que el conjunto no produjese tiranteces innecesarias. Bastante teníamos ya con lo que teníamos encima para que además se exacerbasen los ánimos.