|
Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida
23 de abril de 1915
Aunque llevo casi cinco meses enviando mis crónicas, me acabo de dar cuenta de que no me he presentado. En principio, y puesto que mi estancia en el Endurance iba a ser corta, pensé que con ser el corresponsal del Diario Crítica sería suficiente, pero me temo que vamos a pasar bastante tiempo juntos, al menos hasta la próxima primavera antártica. Luego será mejor que les diga quién soy y cómo he llegado hasta aquí.
Todo empezó a finales del pasado año de 1914, el Endurance había llegado al puerto de Buenos Aires camino de la Antártida. En Argentina la exploración polar, aunque por polar nosotros entendemos únicamente la antártica, es un tema que siempre despierta interés entre la población.
Especialmente desde que nuestra corbeta “Uruguay” rescatase en 1903 a la expedición del sueco Otto Nordenskjöld, que se había quedado atrapado en la Isla de Cerro Nevado al hundirse el barco que tenía que llevarles de vuelta a la civilización. Aquella fue una gesta memorable que hizo que los ojos del mundo se fijasen en la proeza que había hecho nuestro país. Y en la que yo participe, no sé si de forma significativa, pero al menos participé aunque fuese por casualidad.
En aquel año yo me encontraba haciendo el servicio militar en la Armada Argentina y acababa de ser destinado con el rango de cabo a la dotación de la corbeta Uruguay. Aquel era un destino anodino, sin mucho trabajo, que me permitiría seguir con mis estudios de periodismo. Pero entonces ocurrió la tragedia.
El hundimiento del Antarctic
En noviembre de 1902 el Antarctic, el buque, que había llevado a la expedición sueca a la Antártida en 1901, se hizo de nuevo a la mar para recoger a los expedicionarios, pero pasaron los meses y el barco no regresó.
Era evidente que algo había pasado con los expedicionarios y su barco. Era urgente ir en su ayuda y los gobiernos de Suecia y de Francia preparan operaciones de rescate. Pero antes de que sus barcos lleguen a la Antártida, el gobierno argentino decide que la corbeta Uruguay traté de localizarlos y… allí estaba yo.
Lógicamente como simple cabo no hubiera tenido una participación muy relevante, pero aquí el destino volvió a ponerse de mi parte. No sé si saben que mi nombre completo es Alejandro Vera O’Hara, y como ya habrán podido imaginar mi padre era argentino, de origen español, por cierto, y mi madre irlandesa. Luego, desde pequeñito he sido bilingüe.
Esta circunstancia hizo que cuando localizamos a los expedicionarios, el capitán de la corbeta Uruguay, me mandase a mí como intérprete. Aquello me permitió escribir, casi sin saber nada de periodismo, algunos artículos en diarios bonaerenses y mi nombre empezó a “sonar” en ese mundo.
La entrevista a Shackleton
Por eso cuando el Endurance recala en Buenos Aires, mi periódico me mandó a mí para entrevistar al famoso explorador anglo-irlandés. No es que yo fuese otro explorador, pero algo más que mis compañeros sabía de la Antártida. Además, hablaba inglés.
Cuando me presenté a entrevistarle, Shackleton se llevó una gran sorpresa. Le habían dicho que vendría a verle un reportero del Diario Crítica llamado Alejandro Vera, que es como yo firmaba en Argentina y, de repente, apareció un joven que hablaba, no solo inglés, sino que además con “un apestoso acento irlandés” como me dijo bromeando.
Y cuando se enteró de que había participado en el rescate de la expedición de Nordenskjöld, empezó a preguntarte tantas cosas que, al final, parecía que la entrevista me la estaba haciendo él a mí.
Una decisión rápida
Seguimos hablando en su camarote durante un largo rato. El debió notar que mis ojos se iluminaban cuando hablaba de la Antártida, todos mis amigos me dicen que me pasa eso, y de repente me dijo.
“Alex, sabes que el Endurance zarpa mañana por la mañana. Si eres capaz de preparar tu petate y estar aquí a las 8 de la mañana, te vienes con nosotros”.
Yo creo que ni le respondí. Me faltó tiempo para despedirme e irme a la redacción del periódico a preparar el artículo, que lógicamente terminaba con la pregunta que me había hecho Shacketon. Al llegar a ella mi editor levanto la cabeza y me miró por encima de las gafas y me preguntó:
“¿Y tú qué le has contestado?””
“Pues ponlo –siguió diciéndome mi editor con voz grave- pues ponlo en el artículo. Esa es la forma correcta de terminar un artículo. Llevo tres años tratando de hacer de ti un buen periodista y no creo que lo vaya a conseguir si no sabes terminar un artículo”.
Y Llévalo al tipógrafo, pero antes cambia ese título ridículo que has puesto por el de “Con Shackleton en el Endurance”.
Y aquí estoy.
Especialmente desde que nuestra corbeta “Uruguay” rescatase en 1903 a la expedición del sueco Otto Nordenskjöld, que se había quedado atrapado en la Isla de Cerro Nevado al hundirse el barco que tenía que llevarles de vuelta a la civilización. Aquella fue una gesta memorable que hizo que los ojos del mundo se fijasen en la proeza que había hecho nuestro país. Y en la que yo participe, no sé si de forma significativa, pero al menos participé aunque fuese por casualidad.
En aquel año yo me encontraba haciendo el servicio militar en la Armada Argentina y acababa de ser destinado con el rango de cabo a la dotación de la corbeta Uruguay. Aquel era un destino anodino, sin mucho trabajo, que me permitiría seguir con mis estudios de periodismo. Pero entonces ocurrió la tragedia.
El hundimiento del Antarctic
En noviembre de 1902 el Antarctic, el buque, que había llevado a la expedición sueca a la Antártida en 1901, se hizo de nuevo a la mar para recoger a los expedicionarios, pero pasaron los meses y el barco no regresó.
Era evidente que algo había pasado con los expedicionarios y su barco. Era urgente ir en su ayuda y los gobiernos de Suecia y de Francia preparan operaciones de rescate. Pero antes de que sus barcos lleguen a la Antártida, el gobierno argentino decide que la corbeta Uruguay traté de localizarlos y… allí estaba yo.
Lógicamente como simple cabo no hubiera tenido una participación muy relevante, pero aquí el destino volvió a ponerse de mi parte. No sé si saben que mi nombre completo es Alejandro Vera O’Hara, y como ya habrán podido imaginar mi padre era argentino, de origen español, por cierto, y mi madre irlandesa. Luego, desde pequeñito he sido bilingüe.
Esta circunstancia hizo que cuando localizamos a los expedicionarios, el capitán de la corbeta Uruguay, me mandase a mí como intérprete. Aquello me permitió escribir, casi sin saber nada de periodismo, algunos artículos en diarios bonaerenses y mi nombre empezó a “sonar” en ese mundo.
La entrevista a Shackleton
Por eso cuando el Endurance recala en Buenos Aires, mi periódico me mandó a mí para entrevistar al famoso explorador anglo-irlandés. No es que yo fuese otro explorador, pero algo más que mis compañeros sabía de la Antártida. Además, hablaba inglés.
Cuando me presenté a entrevistarle, Shackleton se llevó una gran sorpresa. Le habían dicho que vendría a verle un reportero del Diario Crítica llamado Alejandro Vera, que es como yo firmaba en Argentina y, de repente, apareció un joven que hablaba, no solo inglés, sino que además con “un apestoso acento irlandés” como me dijo bromeando.
Y cuando se enteró de que había participado en el rescate de la expedición de Nordenskjöld, empezó a preguntarte tantas cosas que, al final, parecía que la entrevista me la estaba haciendo él a mí.
Una decisión rápida
Seguimos hablando en su camarote durante un largo rato. El debió notar que mis ojos se iluminaban cuando hablaba de la Antártida, todos mis amigos me dicen que me pasa eso, y de repente me dijo.
“Alex, sabes que el Endurance zarpa mañana por la mañana. Si eres capaz de preparar tu petate y estar aquí a las 8 de la mañana, te vienes con nosotros”.
Yo creo que ni le respondí. Me faltó tiempo para despedirme e irme a la redacción del periódico a preparar el artículo, que lógicamente terminaba con la pregunta que me había hecho Shacketon. Al llegar a ella mi editor levanto la cabeza y me miró por encima de las gafas y me preguntó:
“¿Y tú qué le has contestado?””
“Pues ponlo –siguió diciéndome mi editor con voz grave- pues ponlo en el artículo. Esa es la forma correcta de terminar un artículo. Llevo tres años tratando de hacer de ti un buen periodista y no creo que lo vaya a conseguir si no sabes terminar un artículo”.
Y Llévalo al tipógrafo, pero antes cambia ese título ridículo que has puesto por el de “Con Shackleton en el Endurance”.
Y aquí estoy.
15 de abril de 1915
Todos los expedicionarios polares han sufrido los rigores de la larga noche polar. De esa oscuridad total que impregna el alma de desidia y fatalismo. Yo empezaba a sentirme asfixiado por sus tentáculos helados, hasta que tuve una larga charla con Shackleton.
Tengo que reconocer que esto se me está haciendo muy difícil. Me había embarcado para un viaje de poco más de tres meses, que puede que a alguno de mis lectores ya se le haga largo. Mi plan era haber acompañado a los expedicionarios hasta bahía Vahsel, montar la base y regresar a Buenos Aires. Pero como todos saben las cosas no han salido como estaban previstas. Y ahora me veo atrapado por los hielos sin saber qué va a ser de mí.
Ya sé que otras 28 personas están en mi misma situación, aunque las circunstancias son distintas para cada uno. Los expedicionarios se habían preparado para estar inmóviles al menos un invierno en la base de bahía Vahsel. Los marineros están acostumbrados a largas travesías en las que durante semanas y semanas no ven más que las mismas caras.
Para unos y otros el estar aquí encerrados puede no ser excepcional, pero sí para mí, que soy un urbanitas, un periodista de ciudad. Mi mundo cambia vertiginosamente, las personas van y vienen, las actividades son incesantes y más en una ciudad cosmopolita como Buenos Aires y… me siento ahogado en este barco.
Y lo peor de todo es que llevamos tres meses atrapados por el hielo, otro mes y medio más en este barco y la cosa no parece que se vaya a solucionar de forma inmediata. Cuando pregunto a las personas con experiencia antártica me dicen que hasta dentro de, al menos, seis meses no se librará el barco de los hielos. Y esa perspectiva se me hace insoportable.
Un paseo por el hielo
Este es mi estado de ánimo y aunque trato de que no se me note algo he debido de translucir, porque ayer Shackleton entró en mi camarote y me pidió que le acompañase a ver cómo cargaban en un trineo una foca que acababan de cazar a cierta distancia del Endurance.
No me hizo mucha gracia. Ni me apetecía salir, ni ver a nadie y mucho menos tener que vestirme con toda esa ropa. Pero no pude negarme. Aunque en su rostro se dibujaba una sonrisa, algo me hizo pensar que aquello, más que una petición, era una orden a la que no podías negarme.
Cuando me terminé de vestir y bajé por la pasarela que comunica la cubierta con el hielo, allí me estaba esperando. Comenzamos a caminar e inmediatamente me preguntó ¿cómo lo estás llevando, Alex? Me chocó que no me llamara por mi apellido O`Hara, o simplemente “Periodista” como hacía habitualmente, y más que utilizara el diminutivo de Alexander.
Sin embargo, más que eso me sorprendió la pregunta. Creí que había ocultado bastante bien mi tedio y me molestó el que tuviera que explicarle cómo me encontraba. Afortunadamente no tuve que hacerlo. Empezó a hablar mientras caminaba a toda velocidad, como si tuviera prisa, y durante un largo rato, aunque hubiera querido, no hubiera podido interrumpir su aluvión de palabras.
Historias, historias y más historias
Me habló de su primera expedición a la Antártida. De la difícil experiencia de afrontar una noche polar. De la forma en que aflige a las personas, más incluso que las bajas temperaturas. Del hastío que produce el ver una y otra vez a los mismos compañeros. De la indolencia que produce que adormece cuerpo e intelecto… De no ser porque, lógicamente, no dormimos en el mismo camarote, hubiera dicho que me había oído hablar en sueños.
Luego me contó la forma de evitar ese letargo que horada la voluntad. Me dijo que lo que mejor había visto él que funcionaba es no pensar en los largos meses que teníamos por delante, sino en esperar al próximo domingo, de mantener una rutina de trabajo y mantenerla como si fuera algo sagrado.
Hablo de muchas cosas que harían esta crónica, que ya es demasiado larga, casi interminable. Pero sobre todo… nos reímos. Las historietas que contaba siempre tenían algo de cómico que me hacía estallar en carcajadas, a las que él se unía a gusto. Y así llegamos a donde estaban cargando la foca en el trineo, aunque yo creo que nos podíamos haber atravesado el mar de Weddell y no hubiese parado de contar historias y… de reírnos.
Ya sé que otras 28 personas están en mi misma situación, aunque las circunstancias son distintas para cada uno. Los expedicionarios se habían preparado para estar inmóviles al menos un invierno en la base de bahía Vahsel. Los marineros están acostumbrados a largas travesías en las que durante semanas y semanas no ven más que las mismas caras.
Para unos y otros el estar aquí encerrados puede no ser excepcional, pero sí para mí, que soy un urbanitas, un periodista de ciudad. Mi mundo cambia vertiginosamente, las personas van y vienen, las actividades son incesantes y más en una ciudad cosmopolita como Buenos Aires y… me siento ahogado en este barco.
Y lo peor de todo es que llevamos tres meses atrapados por el hielo, otro mes y medio más en este barco y la cosa no parece que se vaya a solucionar de forma inmediata. Cuando pregunto a las personas con experiencia antártica me dicen que hasta dentro de, al menos, seis meses no se librará el barco de los hielos. Y esa perspectiva se me hace insoportable.
Un paseo por el hielo
Este es mi estado de ánimo y aunque trato de que no se me note algo he debido de translucir, porque ayer Shackleton entró en mi camarote y me pidió que le acompañase a ver cómo cargaban en un trineo una foca que acababan de cazar a cierta distancia del Endurance.
No me hizo mucha gracia. Ni me apetecía salir, ni ver a nadie y mucho menos tener que vestirme con toda esa ropa. Pero no pude negarme. Aunque en su rostro se dibujaba una sonrisa, algo me hizo pensar que aquello, más que una petición, era una orden a la que no podías negarme.
Cuando me terminé de vestir y bajé por la pasarela que comunica la cubierta con el hielo, allí me estaba esperando. Comenzamos a caminar e inmediatamente me preguntó ¿cómo lo estás llevando, Alex? Me chocó que no me llamara por mi apellido O`Hara, o simplemente “Periodista” como hacía habitualmente, y más que utilizara el diminutivo de Alexander.
Sin embargo, más que eso me sorprendió la pregunta. Creí que había ocultado bastante bien mi tedio y me molestó el que tuviera que explicarle cómo me encontraba. Afortunadamente no tuve que hacerlo. Empezó a hablar mientras caminaba a toda velocidad, como si tuviera prisa, y durante un largo rato, aunque hubiera querido, no hubiera podido interrumpir su aluvión de palabras.
Historias, historias y más historias
Me habló de su primera expedición a la Antártida. De la difícil experiencia de afrontar una noche polar. De la forma en que aflige a las personas, más incluso que las bajas temperaturas. Del hastío que produce el ver una y otra vez a los mismos compañeros. De la indolencia que produce que adormece cuerpo e intelecto… De no ser porque, lógicamente, no dormimos en el mismo camarote, hubiera dicho que me había oído hablar en sueños.
Luego me contó la forma de evitar ese letargo que horada la voluntad. Me dijo que lo que mejor había visto él que funcionaba es no pensar en los largos meses que teníamos por delante, sino en esperar al próximo domingo, de mantener una rutina de trabajo y mantenerla como si fuera algo sagrado.
Hablo de muchas cosas que harían esta crónica, que ya es demasiado larga, casi interminable. Pero sobre todo… nos reímos. Las historietas que contaba siempre tenían algo de cómico que me hacía estallar en carcajadas, a las que él se unía a gusto. Y así llegamos a donde estaban cargando la foca en el trineo, aunque yo creo que nos podíamos haber atravesado el mar de Weddell y no hubiese parado de contar historias y… de reírnos.
8 de abril de 1915
Todos somos conscientes de que somos un pequeño grupo alejado de la civilización y rodeado de una naturaleza amenazante, quizá por eso buscamos la diversión continua que nos proporcionan nuestros perros. Con ellos uno nunca se aburre.
Según pasan las semanas la noche va ganando al día. Hace unos días medimos que las horas de oscuridad ya son más que las de luz. Por si esto fuera poco el frío aumenta paulatinamente y la sensación de aislamiento y de preocupación por nuestro futuro aumenta.
Los únicos que permanecen indiferentes a todo esto son nuestros perros. Parecen insensibles al frío, se mueven indiferentes sobre el hielo y son capaces de dormir tranquilamente bajo la más fuerte de las venticas. Simplemente se hacen un ovillo y desaparecen bajo la nieve que se va acumulando sobre ellos. Como me ha explicado uno de nuestros científicos, es esa capa de nieve que les cubre la que les aísla del viento.
Con el fin ejercitarlos, Shackleton ha dividido los perros en seis grupos y los ha puesto bajo la dirección de Wild, su lugarteniente, del fotógrafo Hurley, de los dos médicos, Macklin y McIlroy, de Crean, el segundo oficial y de Marston, el dibujante oficial de la expedición. Según me dijo estaba seguro de que pronto surgiría una sana rivalidad entre todos ellos que ayudaría a sobrellevar la larga espera que teníamos por delante.
Y no se equivocó. Todos los días la tripulación se divertía viendo como los seis hombres se esforzaban por lograr que los perros que tenían encomendados les obedeciesen, dejasen de pelearse entre ellos y tirasen de los trineos. Aunque pueda parecer sencillo no lo es, y tuve ocasión de comprobarlo cuando un día hice de ayudante en el trineo de Crean. Durante horas, y para diversión de todos, nos desgañitamos tratando de que dejasen de pelearse entre sí y unieran sus fuerzas para tirar del trineo.
El único consuelo fue que a los demás conductores de los otros trineos y respectivos ayudantes les ocurrió lo mismo. Mal de muchos…
Otro día les hablaré de los perros y de la extraña enfermedad que les aflige.
Los únicos que permanecen indiferentes a todo esto son nuestros perros. Parecen insensibles al frío, se mueven indiferentes sobre el hielo y son capaces de dormir tranquilamente bajo la más fuerte de las venticas. Simplemente se hacen un ovillo y desaparecen bajo la nieve que se va acumulando sobre ellos. Como me ha explicado uno de nuestros científicos, es esa capa de nieve que les cubre la que les aísla del viento.
Con el fin ejercitarlos, Shackleton ha dividido los perros en seis grupos y los ha puesto bajo la dirección de Wild, su lugarteniente, del fotógrafo Hurley, de los dos médicos, Macklin y McIlroy, de Crean, el segundo oficial y de Marston, el dibujante oficial de la expedición. Según me dijo estaba seguro de que pronto surgiría una sana rivalidad entre todos ellos que ayudaría a sobrellevar la larga espera que teníamos por delante.
Y no se equivocó. Todos los días la tripulación se divertía viendo como los seis hombres se esforzaban por lograr que los perros que tenían encomendados les obedeciesen, dejasen de pelearse entre ellos y tirasen de los trineos. Aunque pueda parecer sencillo no lo es, y tuve ocasión de comprobarlo cuando un día hice de ayudante en el trineo de Crean. Durante horas, y para diversión de todos, nos desgañitamos tratando de que dejasen de pelearse entre sí y unieran sus fuerzas para tirar del trineo.
El único consuelo fue que a los demás conductores de los otros trineos y respectivos ayudantes les ocurrió lo mismo. Mal de muchos…
Otro día les hablaré de los perros y de la extraña enfermedad que les aflige.
22 de marzo de 1915
Lo único que nos permitirá mantenernos vivos en este mundo helado es el calor. Es decir el carbón. ¿Tendremos suficiente con el tenemos? En cualquier Shackleton ya tiene alternativas. ¿Os imagináis cual puede ser?
En este entorno helado el calor es sinónimo de supervivencia. Necesitamos combustible para cocinar, para calentarnos y también para dar presión a las calderas y que el barco pueda navegar, cuando logremos salir de estos hielos que nos encierran.
Por eso era de vital importancia el conocer nuestras existencias de carbón. Máxime cuando la navegación entre los hielos, y más cuando tratamos de atravesarlos, consumió grandes cantidades.
Por eso Shackleton ordenó hace unos días que se hiciera un inventario de todo el carbón contenido en las carboneras del Endurance. El resultado fue relativamente optimista: nos quedan 52 toneladas de carbón. Es decir, 52.000 kilogramos, que parece que son más. Sin embargo, no es demasiado. Y Shackleton ha ordenado apagar las calderas y vaciar de agua el calderín, para que no se congele.
Ayer estuve hablando un largo rato con él de este tema. Apagar las calderas significa que si se abriese una vía de agua por donde pudiéramos escapar, necesitaríamos casi un día para tener la suficiente presión de vapor para movernos. Pero ya no espera que eso ocurra y lo mejor es economizar al máximo, dado que tenerlas encendidas, aunque a poca presión, supone un consumo de 100 kilogramos de carbón al día.
En cualquier caso, estamos consumiendo otro tanto para cocinar y alimentar las estufas que calientan las dependencias donde vivimos. Puesto que no parece posible que los hielos nos liberen antes de 9 meses, eso significa que vamos a consumir cerca de 30 toneladas.
Según me ha comentado Shackleton, con el restante no tendremos suficiente para regresar a puerto, pero ya me ha dicho que tiene pensado utilizar grasa de foca para alimentar las calderas cuando el carbón se termine.
Este hombre es una fuente constante de recursos. Se está tranquilo a su lado.
Por eso era de vital importancia el conocer nuestras existencias de carbón. Máxime cuando la navegación entre los hielos, y más cuando tratamos de atravesarlos, consumió grandes cantidades.
Por eso Shackleton ordenó hace unos días que se hiciera un inventario de todo el carbón contenido en las carboneras del Endurance. El resultado fue relativamente optimista: nos quedan 52 toneladas de carbón. Es decir, 52.000 kilogramos, que parece que son más. Sin embargo, no es demasiado. Y Shackleton ha ordenado apagar las calderas y vaciar de agua el calderín, para que no se congele.
Ayer estuve hablando un largo rato con él de este tema. Apagar las calderas significa que si se abriese una vía de agua por donde pudiéramos escapar, necesitaríamos casi un día para tener la suficiente presión de vapor para movernos. Pero ya no espera que eso ocurra y lo mejor es economizar al máximo, dado que tenerlas encendidas, aunque a poca presión, supone un consumo de 100 kilogramos de carbón al día.
En cualquier caso, estamos consumiendo otro tanto para cocinar y alimentar las estufas que calientan las dependencias donde vivimos. Puesto que no parece posible que los hielos nos liberen antes de 9 meses, eso significa que vamos a consumir cerca de 30 toneladas.
Según me ha comentado Shackleton, con el restante no tendremos suficiente para regresar a puerto, pero ya me ha dicho que tiene pensado utilizar grasa de foca para alimentar las calderas cuando el carbón se termine.
Este hombre es una fuente constante de recursos. Se está tranquilo a su lado.
16 de marzo de 1915
A veces parece como si la naturaleza quisiera compensarnos por tener encerrados entre los hielos y nos regala unos espectáculos de ensueño. En esos momentos te sientes como transportado al cielo.
Desde que nos quedamos atrapados el Endurance ha seguido derivado en dirección Noroeste. Hace un par de días Worsley pudo realizar unas observaciones y fijar la posición del barco. Estábamos 76º 54’ de latitud Sur y 36º 10’ de longitud Oeste. El continente se encuentra a unos 60 kilómetros y, a esa distancia, prácticamente ya no podemos verla.
Bueno, eso creíamos nosotros porque lo que sucedió no podíamos ni imaginárnoslo.
Todo empezó con un vendaval moderado del noreste. Poco después, al atardecer, el tiempo aclaró y pudimos presenciar un maravilloso crepúsculo de color carmesí. Shackleton nos dijo que esas tonalidades no se dan más que en las regiones polares.
Pero eso no fue todo. Aunque ya casi no distinguíamos el continente, de repente pudimos observar con total nitidez los acantilados de hielo del continente suspendidos en el aire. Los científicos nos explicaron que se trataba de un espejismo producido por extensas regiones de agua libres de hielo próximas a tierra. Dado que la temperatura del agua es mayor que la del aire, se calientan las capas de aire más al agua y ascienden, provocando que la luz se refracte (igual que cuando metemos un palo recto en un vaso de cristal lleno de agua).
El fenómeno se repitió al día siguiente, pero en esta ocasión todavía con más intensidad. Ante nuestros ojos se irguieron s más caliente ahí no terminó atardecer y ante nuestros asombrados ojos aparecieron sobre el horizonte dobles e incluso triples líneas de acantilados. Algunos de ellos incluso invertidos.
Creo que por muchos años que viva nunca podré olvidar semejante espectáculo.
Bueno, eso creíamos nosotros porque lo que sucedió no podíamos ni imaginárnoslo.
Todo empezó con un vendaval moderado del noreste. Poco después, al atardecer, el tiempo aclaró y pudimos presenciar un maravilloso crepúsculo de color carmesí. Shackleton nos dijo que esas tonalidades no se dan más que en las regiones polares.
Pero eso no fue todo. Aunque ya casi no distinguíamos el continente, de repente pudimos observar con total nitidez los acantilados de hielo del continente suspendidos en el aire. Los científicos nos explicaron que se trataba de un espejismo producido por extensas regiones de agua libres de hielo próximas a tierra. Dado que la temperatura del agua es mayor que la del aire, se calientan las capas de aire más al agua y ascienden, provocando que la luz se refracte (igual que cuando metemos un palo recto en un vaso de cristal lleno de agua).
El fenómeno se repitió al día siguiente, pero en esta ocasión todavía con más intensidad. Ante nuestros ojos se irguieron s más caliente ahí no terminó atardecer y ante nuestros asombrados ojos aparecieron sobre el horizonte dobles e incluso triples líneas de acantilados. Algunos de ellos incluso invertidos.
Creo que por muchos años que viva nunca podré olvidar semejante espectáculo.
Editor del Blog
Javier Cacho
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
Blog colectivo
Síguenos en Facebook
Últimos posts
Cuando la muerte se disfraza de foca
14/02/2016
Hemos tenido que matar a los perros
03/02/2016
Estamos peor que antes
18/01/2016
Shackleton también se equivoca
07/01/2016
Todo fue inútil
29/12/2015
El valor de un banjo
16/12/2015
La estrategia de Shackleton
09/12/2015
Se nos va, muchachos
01/12/2015
Cuando no es posible avanzar… se espera.
25/11/2015
Archivo
Tags
Antártida
bahía Vahsel
Balboa
Banquisa
Discovery
Endurance
Fata Morgana
foca de Weddell
Gerlache
Hurley
mar de Weddell
mar de Weddell.
mar de Weddell. Antártida
mar de Weddell. Isla Paulet
McNish
Nordenskjold
Shackleton
Sir James Caird
Terra Nova
Tierra de Coast
Tom Crean
Wild
Wilhelm Filchner
William Bruce
Worsley
Blog de Tendencias21 sobre la legendaria expedición de Shackleton a la Antártida
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850