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Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida
23 de febrero de 1915
He tenido una larga conversación con Shackleton. Con serenidad ha enjuiciado la situación, la oportunidad de desembarcar que dejó pasar pero, sobre todo, las posibilidades que tenemos.
En otras circunstancias ayer podía haber sido un gran día ya que atravesamos el paralelo de 77 de latitud Sur. El punto más meridional que hemos alcanzado desde que salimos de Georgia. Estamos a un paso del continente antártico pero ya sabemos que, al menos en esta temporada, no llegaremos hasta él.
Las temperaturas han descendido por debajo de -23ºC y la banquisa se está congelando y compactando alrededor del barco. Las focas casi han dejado de verse y los pájaros vuelan en dirección Norte. Todo parece señalar que el verano ha terminado y que, por lo tanto, los hielos nos han atrapado definitivamente.
Esta mañana he mantenido una larga charla con Shackleton en su camarote. “Debemos esperar a la primavera que puede que nos traiga mejor suerte” –me ha comentado con un semblante sereno donde la preocupación está dejando sus huellas.
Puesto que algunos miembros de la tripulación insinúan que debíamos haber desembarcado en la bahía del Glaciar que encontramos el 15 de enero, he querido preguntarle su opinión. Me ha mirado con tristeza, sintiendo el reproche de mis palabras. “Alex, si hace un mes hubiera adivinado que el hielo nos atraparía aquí´, hubiese mandado desembarcar en aquella bahía cuyo glaciar parecía tan prometedor para instalar la base”.
Dio una larga calada a su pipa y luego la apoyó en la mesa para poder tener las dos manos libres y dar la sensación de que sujetaba una esfera mientras continuaba: “Pero no tengo una bolita mágica. En aquel momento no había razones objetivas para anticipar que el destino iba a ser tan cruel”.
Volvió a coger la pipa y a fumar, luego señalándome con un dedo en señal de advertencia me dijo: “Puedes comentar esto a tus lectores, pero no a mis hombres. Me preocupa a dónde nos llevaban los vientos y las corrientes, que gobiernan esta banquisa, durante los largos meses de invierno que nos esperan?.” Luego, algo cambió en su ánimo y sus ojos recobraron la viveza de siempre: “Pero, tranquilo, saldremos de ésta. Puedes estar seguro”.
Las temperaturas han descendido por debajo de -23ºC y la banquisa se está congelando y compactando alrededor del barco. Las focas casi han dejado de verse y los pájaros vuelan en dirección Norte. Todo parece señalar que el verano ha terminado y que, por lo tanto, los hielos nos han atrapado definitivamente.
Esta mañana he mantenido una larga charla con Shackleton en su camarote. “Debemos esperar a la primavera que puede que nos traiga mejor suerte” –me ha comentado con un semblante sereno donde la preocupación está dejando sus huellas.
Puesto que algunos miembros de la tripulación insinúan que debíamos haber desembarcado en la bahía del Glaciar que encontramos el 15 de enero, he querido preguntarle su opinión. Me ha mirado con tristeza, sintiendo el reproche de mis palabras. “Alex, si hace un mes hubiera adivinado que el hielo nos atraparía aquí´, hubiese mandado desembarcar en aquella bahía cuyo glaciar parecía tan prometedor para instalar la base”.
Dio una larga calada a su pipa y luego la apoyó en la mesa para poder tener las dos manos libres y dar la sensación de que sujetaba una esfera mientras continuaba: “Pero no tengo una bolita mágica. En aquel momento no había razones objetivas para anticipar que el destino iba a ser tan cruel”.
Volvió a coger la pipa y a fumar, luego señalándome con un dedo en señal de advertencia me dijo: “Puedes comentar esto a tus lectores, pero no a mis hombres. Me preocupa a dónde nos llevaban los vientos y las corrientes, que gobiernan esta banquisa, durante los largos meses de invierno que nos esperan?.” Luego, algo cambió en su ánimo y sus ojos recobraron la viveza de siempre: “Pero, tranquilo, saldremos de ésta. Puedes estar seguro”.
19 de febrero de 1915
Continuamos almacenando carne y grasa de foca, pero las partidas de caza no están exentas de peligro. El hielo puedo romperse y terminar en el agua helada, pero más terrorífico son la presencia de orcas.
No es nada agradable ver su inmensa cabezota asomando del agua y menos sus amenazadores dientes
Supongo que comprenderán que estemos desilusionados. Pese a todos los esfuerzos, que les conté en mi anterior crónica, no logramos alcanzar aguas libres de hielo. Aunque, como dice el primer oficial –Greenstreet-, “hicimos todo lo posible por salir”. Y para contribuir aún más a nuestra frustración, el Sol ya se oculta al anochecer, lo que es un cruel recordatorio de que el verano antártico está llegando a su fin.
En cualquier caso, nos mantenemos activos. Todos los días salen cazadores para conseguir el mayor número de focas posible. Ya narré en una crónica anterior las dificultades que tenemos para localizar una foca entre el laberinto de montículos de nieve que nos rodea. Pero además tenemos un problema adicional que son la presencia de orcas. Que también reciben el nombre, bastante expresivo, de ballenas asesinas.
Son criaturas agresivas que deambulan bajo el hielo y asoman su cabeza por las aberturas del hielo. Desde allí, sus malvados ojos inspeccionan si hay focas descansando encima del hielo. De localizar alguna, su estrategia de caza consiste en sumergirse y golpear con su cabeza el hielo, haciendo un boquete y engullendo a la desprevenida víctima.
Hace unos días pudimos ver como una de ellas había hecho, en un hielo de más de 30 centímetros de espesor, un agujero de tres metros de diámetro. Es sencillo imaginarse lo que había sucedido a continuación.
Aunque hay evidentes diferencias entre un ser humano y una foca, no tenemos muy claro si las orcas son capaces de distinguirlas. Precisamente ayer, mientras uno de los científicos, el geólogo Wordie, estaba ocupado en medir el espesor del hielo joven, éste se le rompió bajo sus pies y se hundió en las aguas hasta la cintura. Justo en ese momento una orca emergió para resoplar en el canal adyacente.
Ni que decir que sus compañeros le sacaron a toda prisa. Al volver al barco, todavía estaba blanco.
En cualquier caso, nos mantenemos activos. Todos los días salen cazadores para conseguir el mayor número de focas posible. Ya narré en una crónica anterior las dificultades que tenemos para localizar una foca entre el laberinto de montículos de nieve que nos rodea. Pero además tenemos un problema adicional que son la presencia de orcas. Que también reciben el nombre, bastante expresivo, de ballenas asesinas.
Son criaturas agresivas que deambulan bajo el hielo y asoman su cabeza por las aberturas del hielo. Desde allí, sus malvados ojos inspeccionan si hay focas descansando encima del hielo. De localizar alguna, su estrategia de caza consiste en sumergirse y golpear con su cabeza el hielo, haciendo un boquete y engullendo a la desprevenida víctima.
Hace unos días pudimos ver como una de ellas había hecho, en un hielo de más de 30 centímetros de espesor, un agujero de tres metros de diámetro. Es sencillo imaginarse lo que había sucedido a continuación.
Aunque hay evidentes diferencias entre un ser humano y una foca, no tenemos muy claro si las orcas son capaces de distinguirlas. Precisamente ayer, mientras uno de los científicos, el geólogo Wordie, estaba ocupado en medir el espesor del hielo joven, éste se le rompió bajo sus pies y se hundió en las aguas hasta la cintura. Justo en ese momento una orca emergió para resoplar en el canal adyacente.
Ni que decir que sus compañeros le sacaron a toda prisa. Al volver al barco, todavía estaba blanco.
16 de febrero de 1915
Han sido dos días de trabajo ímprobo para tratar de liberar el barco. Pero al final todos nuestros esfuerzos no han servido de nada y aquí seguimos atrapados.
Hemos trabajado desesperadamente para abrir un canal, pero todo ha sido inútil
Todo comenzó hace unos días cuando, desde lo alto del mástil se descubrió que en las inmediaciones había una vía de agua libre de hielos. Como la distancia era significativa decidimos no hacer nada, pero antes de ayer vimos que se había abierto una gran grieta en el hielo que comunicaba con el agua libre que llegaba, aproximadamente, a medio kilómetro de la proa de la embarcación.
Teníamos una oportunidad de escapar del hielo y no estábamos dispuestos a dejarla pasar de largo. Así que se encendió la caldera y todos los hombres bajamos al hielo para abrir un canal que permitiese pasar al Endurance. Sierras, escoplos, picos, barras…cualquier herramienta era buena con tal de que rompiera el hielo.
Era un trabajo agotador. Si serrar una capa de hielo que mide 3 metros de espesor es cansado, todavía lo es más sacarlo del agua para que el barco pudiera avanzar. Porque no estamos hablando de trozos pequeños de hielo, sino de bloques que podían llegar a pesar 200 kilógramos. Cuando llegó la noche y subimos al barco a descansar habíamos abierto un canal de más de cien metros de longitud.
A la mañana siguiente reanudamos el trabajo. Pero las cosas se complicaban cada. El barco, pese a que golpeaba a toda velocidad el hielo, no lograba avanza, porque el hielo que teníamos por delante era cada vez de mayor espesor. Calculamos que podría tener entre los cuatro y los seis metros. Aquello era demasiado y todavía nos quedaban por delante más de 350 metros. Shackleton dio la orden de parar las máquinas para ahorrar carbón.
Pero nosotros, desoyendo la orden de Shackleton, seguimos todavía unas horas más tratando de abrirnos paso. Todo fue inútil y al anochecer regresamos agotados y derrotados al buque. Fuera hacía 17ºC bajo cero y las aguas, que con tanto esfuerzo habíamos liberado, volvían a helarse a nuestro alrededor.
Teníamos una oportunidad de escapar del hielo y no estábamos dispuestos a dejarla pasar de largo. Así que se encendió la caldera y todos los hombres bajamos al hielo para abrir un canal que permitiese pasar al Endurance. Sierras, escoplos, picos, barras…cualquier herramienta era buena con tal de que rompiera el hielo.
Era un trabajo agotador. Si serrar una capa de hielo que mide 3 metros de espesor es cansado, todavía lo es más sacarlo del agua para que el barco pudiera avanzar. Porque no estamos hablando de trozos pequeños de hielo, sino de bloques que podían llegar a pesar 200 kilógramos. Cuando llegó la noche y subimos al barco a descansar habíamos abierto un canal de más de cien metros de longitud.
A la mañana siguiente reanudamos el trabajo. Pero las cosas se complicaban cada. El barco, pese a que golpeaba a toda velocidad el hielo, no lograba avanza, porque el hielo que teníamos por delante era cada vez de mayor espesor. Calculamos que podría tener entre los cuatro y los seis metros. Aquello era demasiado y todavía nos quedaban por delante más de 350 metros. Shackleton dio la orden de parar las máquinas para ahorrar carbón.
Pero nosotros, desoyendo la orden de Shackleton, seguimos todavía unas horas más tratando de abrirnos paso. Todo fue inútil y al anochecer regresamos agotados y derrotados al buque. Fuera hacía 17ºC bajo cero y las aguas, que con tanto esfuerzo habíamos liberado, volvían a helarse a nuestro alrededor.
12 de febrero de 1915
Muchas veces no sabemos el porqué pasan las cosas. Nos esforzamos para tratar de lograr algo y, cuando parece imposible de alcanzar, nos encontramos con que ya está en nuestras manos.
Aspecto de los hielos que nos rodean desde arriba del mastil
Precisamente ayer, tuvo lugar uno de esos sucesos. Las placas de hielo habían aflojado la presión y apareció una grieta. Lógicamente, el capitán Worsley mandó encender las calderas y tratamos de abrirnos paso a su través. Pero el hielo se había pegado a los costados del casco y no había forma de zafarse de él.
Así que Shackleton reunió a todos los hombres en cubierta y les hacía correr a la vez de una borda a la otra, pensando que el cambio de peso haría oscilar el barco y liberarlo de la tenaza helada que los sujetaba.
Aparentemente era sencillo, pero como las perreras ocupan la parte central de la cubierta, las dos docenas de personas nos vimos obligados a correr de un lado a otro en tropel, en el limitado espacio que rodeaba al timón.
El momento fue ridículo, porque lo único que se consiguió fue que los hombres chocaran entre si y cayeran unos sobre otros entre risotadas.
Finalmente, posiblemente más por la fuerza de nuestras carcajadas que por nuestros saltos, el barco se zafó. Aunque no logramos avanzar por la grieta y, nuevamente, seguimos esperando.
Las risas nos alegraron buena parte del día, pero la preocupación va creciendo según avanza el mes.
Así que Shackleton reunió a todos los hombres en cubierta y les hacía correr a la vez de una borda a la otra, pensando que el cambio de peso haría oscilar el barco y liberarlo de la tenaza helada que los sujetaba.
Aparentemente era sencillo, pero como las perreras ocupan la parte central de la cubierta, las dos docenas de personas nos vimos obligados a correr de un lado a otro en tropel, en el limitado espacio que rodeaba al timón.
El momento fue ridículo, porque lo único que se consiguió fue que los hombres chocaran entre si y cayeran unos sobre otros entre risotadas.
Finalmente, posiblemente más por la fuerza de nuestras carcajadas que por nuestros saltos, el barco se zafó. Aunque no logramos avanzar por la grieta y, nuevamente, seguimos esperando.
Las risas nos alegraron buena parte del día, pero la preocupación va creciendo según avanza el mes.
10 de febrero de 1915
Es normal que uno tenga ideas raras sobre lo que no conoce. Por eso, estoy seguro de que mis lectores se sorprenderían si pudiesen ver el ambiente que hay en el Endurance.
Uno de los camarotes de los científicos
Cuando uno se encuentra en un lugar aislado con mucho tiempo para pensar, como me está ocurriendo ahora a mí mismo, se le ocurren las ideas más peregrinas. Precisamente esta mañana pensaba en qué responderían los lectores del periódico para el que estoy escribiendo estas crónicas, el Diario Crítica de Buenos Aires, si les preguntara su opinión sobre cómo sería el ambiente en una expedición a la Antártida.
Tengo la seguridad de que muchos pensarían que esto sería como un monasterio de clausura. En cierto modo tendrían razón, puesto que hay un cierto parecido, porque aquí ni hay mujeres, ni podemos salir para ir al pueblo más cercano a tomar una cerveza.
Otros pensarían que esto está lleno de científicos estirados y aburridos que, encerrados en sus camarotes, sólo piensan en leer gruesos libros académicos y en escribir ininteligibles textos.
O de marineros ceñudos, de torva mirada, que pasan las horas fumando en silencio mientras rumian sus recuerdos de tiempos mejores.
Nada más parecido a la realidad. No sé si otros científicos serán engreídos y reservados, pero estos son cercanos y siempre están dispuestos a explicar, en las palabras más sencillas, sus investigaciones a todo el que se lo pregunta. Y en cuanto a la tripulación, no sé si es que el ejemplo de Shackleton, siempre alegre y dispuesto a contar historias les ha contagiado, o es que eligió a personas dispuestas a disfrutar de lo que están haciendo. Pero aquí todos están dispuestos a disfrutar, hasta con lo más absurdo.
Y, si no se lo creen, esperen a mi siguiente crónica en que les demostraré que unas buenas risotadas puede romper el más duro de los hielos.
Tengo la seguridad de que muchos pensarían que esto sería como un monasterio de clausura. En cierto modo tendrían razón, puesto que hay un cierto parecido, porque aquí ni hay mujeres, ni podemos salir para ir al pueblo más cercano a tomar una cerveza.
Otros pensarían que esto está lleno de científicos estirados y aburridos que, encerrados en sus camarotes, sólo piensan en leer gruesos libros académicos y en escribir ininteligibles textos.
O de marineros ceñudos, de torva mirada, que pasan las horas fumando en silencio mientras rumian sus recuerdos de tiempos mejores.
Nada más parecido a la realidad. No sé si otros científicos serán engreídos y reservados, pero estos son cercanos y siempre están dispuestos a explicar, en las palabras más sencillas, sus investigaciones a todo el que se lo pregunta. Y en cuanto a la tripulación, no sé si es que el ejemplo de Shackleton, siempre alegre y dispuesto a contar historias les ha contagiado, o es que eligió a personas dispuestas a disfrutar de lo que están haciendo. Pero aquí todos están dispuestos a disfrutar, hasta con lo más absurdo.
Y, si no se lo creen, esperen a mi siguiente crónica en que les demostraré que unas buenas risotadas puede romper el más duro de los hielos.
Editor del Blog
Javier Cacho
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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