En otras circunstancias ayer podía haber sido un gran día ya que atravesamos el paralelo de 77 de latitud Sur. El punto más meridional que hemos alcanzado desde que salimos de Georgia. Estamos a un paso del continente antártico pero ya sabemos que, al menos en esta temporada, no llegaremos hasta él.
Las temperaturas han descendido por debajo de -23ºC y la banquisa se está congelando y compactando alrededor del barco. Las focas casi han dejado de verse y los pájaros vuelan en dirección Norte. Todo parece señalar que el verano ha terminado y que, por lo tanto, los hielos nos han atrapado definitivamente.
Esta mañana he mantenido una larga charla con Shackleton en su camarote. “Debemos esperar a la primavera que puede que nos traiga mejor suerte” –me ha comentado con un semblante sereno donde la preocupación está dejando sus huellas.
Puesto que algunos miembros de la tripulación insinúan que debíamos haber desembarcado en la bahía del Glaciar que encontramos el 15 de enero, he querido preguntarle su opinión. Me ha mirado con tristeza, sintiendo el reproche de mis palabras. “Alex, si hace un mes hubiera adivinado que el hielo nos atraparía aquí´, hubiese mandado desembarcar en aquella bahía cuyo glaciar parecía tan prometedor para instalar la base”.
Dio una larga calada a su pipa y luego la apoyó en la mesa para poder tener las dos manos libres y dar la sensación de que sujetaba una esfera mientras continuaba: “Pero no tengo una bolita mágica. En aquel momento no había razones objetivas para anticipar que el destino iba a ser tan cruel”.
Volvió a coger la pipa y a fumar, luego señalándome con un dedo en señal de advertencia me dijo: “Puedes comentar esto a tus lectores, pero no a mis hombres. Me preocupa a dónde nos llevaban los vientos y las corrientes, que gobiernan esta banquisa, durante los largos meses de invierno que nos esperan?.” Luego, algo cambió en su ánimo y sus ojos recobraron la viveza de siempre: “Pero, tranquilo, saldremos de ésta. Puedes estar seguro”.
Las temperaturas han descendido por debajo de -23ºC y la banquisa se está congelando y compactando alrededor del barco. Las focas casi han dejado de verse y los pájaros vuelan en dirección Norte. Todo parece señalar que el verano ha terminado y que, por lo tanto, los hielos nos han atrapado definitivamente.
Esta mañana he mantenido una larga charla con Shackleton en su camarote. “Debemos esperar a la primavera que puede que nos traiga mejor suerte” –me ha comentado con un semblante sereno donde la preocupación está dejando sus huellas.
Puesto que algunos miembros de la tripulación insinúan que debíamos haber desembarcado en la bahía del Glaciar que encontramos el 15 de enero, he querido preguntarle su opinión. Me ha mirado con tristeza, sintiendo el reproche de mis palabras. “Alex, si hace un mes hubiera adivinado que el hielo nos atraparía aquí´, hubiese mandado desembarcar en aquella bahía cuyo glaciar parecía tan prometedor para instalar la base”.
Dio una larga calada a su pipa y luego la apoyó en la mesa para poder tener las dos manos libres y dar la sensación de que sujetaba una esfera mientras continuaba: “Pero no tengo una bolita mágica. En aquel momento no había razones objetivas para anticipar que el destino iba a ser tan cruel”.
Volvió a coger la pipa y a fumar, luego señalándome con un dedo en señal de advertencia me dijo: “Puedes comentar esto a tus lectores, pero no a mis hombres. Me preocupa a dónde nos llevaban los vientos y las corrientes, que gobiernan esta banquisa, durante los largos meses de invierno que nos esperan?.” Luego, algo cambió en su ánimo y sus ojos recobraron la viveza de siempre: “Pero, tranquilo, saldremos de ésta. Puedes estar seguro”.