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Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida
25 de agosto 1915
No nos habíamos vuelto locos pero lo que veíamos era una ciudad llena castillos que flotaba ante nosotros. Y que además, cambiaba de forma, convirtiéndose en las cosas más variopintas.
Eso fue lo que vimos hace unos días cuando nos levantamos. La verdad es que el marinero, que se había pasado las últimas horas de guardia, nos despertó a todos diciendo que había una ciudad volando delante del Endurance.
Se pueden imaginar la juerga que se organizó. La mayor parte de nosotros le preguntó si se había bebido una botella de ron esa noche. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando subimos a cubierta y la vimos allí… flotando delante de nuestros ojos.
Algunos no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Incluso yo me pellizqué para asegurarme que no estaba todavía durmiendo. En eso se escuchó la voz de Shackleton: “Vaya, es una simple Fata Morgana”.
Como podrán imaginar, a mí eso todavía me dio más miedo y empecé a pensar que todos nos hubiéramos vuelto locos.
Pese a ese nombre tan pomposo es un simple espejismo que se suele dar en el mar, cuando se producen unas condiciones muy especiales. Y esas condiciones las tuvimos nosotros hace unos días.
El resultado es una ilusión óptica que hace que objetos que se encuentran en el horizonte aparezcan ante nuestros ojos extraordinariamente alargados en dirección vertical. Incluso, en muchos casos, imitando formas similares a castillos de cuentos de hadas que flotan en el aire.
Un mundo flotante
Eso fue lo que ocurrió hace unos días. Era un día claro y luminoso, y ante nosotros, de repente, aparecieron grandes ciudades blancas y doradas de aspecto oriental. Lo más sorprendente es que cambiaban mientras las mirábamos.
Las líneas que las conformaban se elevaban o bien descendían o se ponían a temblar como las hojas de un árbol agitado por el viento.
Le han puesto ese nombre en referencia a una poderosa hechicera de la leyenda artúrica, que es la hermanastra del rey Arturo, y que era un hada que podía cambiar su forma a voluntad.
Shackleton, y todos los que tenían experiencia antártica, así como algunos marineros, las había visto ya con anterioridad y se reían de nosotros cuando exclamábamos atónitos viendo como un témpano se convertía primero en un castillo de hadas y luego en un globo que se alejaba del horizonte. Para convertirse poco después en un inmenso hongo o en una mezquita de los cuentos de “Las mil y una noches”.
Una lección magistral de física
Los científicos aprovecharon la ocasión para ganar prestigio ante los ojos de todos nosotros explicándonos que es un producto de la refracción en el aire, que tiene lugar cuando el tiempo está en calma y hay una separación estable entre el aire caliente y el aire frío.
En nuestro caso, se habían abiertos grandes grietas en el mar helado, y como en estos meses el agua está mucho más caliente que la atmósfera, la primera capa de aire que está en contacto con el mar calienta, mientras que capa superior mantiene su baja temperatura.
Esto hace que la atmósfera se convierta en una lente refractante y produzca una imagen invertida, sobre la que la imagen real distante… parece flotar.
En fin, que el físico James nos dio una auténtica disertación sobre lo que él llamaba “espejismos superiores” como la Fata Morgana, y los “espejismos inferiores” que son los habituales y crean la ilusión de lagos de agua distantes en los desiertos o en carreteras cuando están muy calientes por el sol.
Verdaderamente, la cantidad de cosas que se aprenden en una expedición a la Antártida.
Se pueden imaginar la juerga que se organizó. La mayor parte de nosotros le preguntó si se había bebido una botella de ron esa noche. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando subimos a cubierta y la vimos allí… flotando delante de nuestros ojos.
Algunos no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Incluso yo me pellizqué para asegurarme que no estaba todavía durmiendo. En eso se escuchó la voz de Shackleton: “Vaya, es una simple Fata Morgana”.
Como podrán imaginar, a mí eso todavía me dio más miedo y empecé a pensar que todos nos hubiéramos vuelto locos.
Pese a ese nombre tan pomposo es un simple espejismo que se suele dar en el mar, cuando se producen unas condiciones muy especiales. Y esas condiciones las tuvimos nosotros hace unos días.
El resultado es una ilusión óptica que hace que objetos que se encuentran en el horizonte aparezcan ante nuestros ojos extraordinariamente alargados en dirección vertical. Incluso, en muchos casos, imitando formas similares a castillos de cuentos de hadas que flotan en el aire.
Un mundo flotante
Eso fue lo que ocurrió hace unos días. Era un día claro y luminoso, y ante nosotros, de repente, aparecieron grandes ciudades blancas y doradas de aspecto oriental. Lo más sorprendente es que cambiaban mientras las mirábamos.
Las líneas que las conformaban se elevaban o bien descendían o se ponían a temblar como las hojas de un árbol agitado por el viento.
Le han puesto ese nombre en referencia a una poderosa hechicera de la leyenda artúrica, que es la hermanastra del rey Arturo, y que era un hada que podía cambiar su forma a voluntad.
Shackleton, y todos los que tenían experiencia antártica, así como algunos marineros, las había visto ya con anterioridad y se reían de nosotros cuando exclamábamos atónitos viendo como un témpano se convertía primero en un castillo de hadas y luego en un globo que se alejaba del horizonte. Para convertirse poco después en un inmenso hongo o en una mezquita de los cuentos de “Las mil y una noches”.
Una lección magistral de física
Los científicos aprovecharon la ocasión para ganar prestigio ante los ojos de todos nosotros explicándonos que es un producto de la refracción en el aire, que tiene lugar cuando el tiempo está en calma y hay una separación estable entre el aire caliente y el aire frío.
En nuestro caso, se habían abiertos grandes grietas en el mar helado, y como en estos meses el agua está mucho más caliente que la atmósfera, la primera capa de aire que está en contacto con el mar calienta, mientras que capa superior mantiene su baja temperatura.
Esto hace que la atmósfera se convierta en una lente refractante y produzca una imagen invertida, sobre la que la imagen real distante… parece flotar.
En fin, que el físico James nos dio una auténtica disertación sobre lo que él llamaba “espejismos superiores” como la Fata Morgana, y los “espejismos inferiores” que son los habituales y crean la ilusión de lagos de agua distantes en los desiertos o en carreteras cuando están muy calientes por el sol.
Verdaderamente, la cantidad de cosas que se aprenden en una expedición a la Antártida.
18 de agosto de 1915
Podría pensarse que con un barco atrapado por los hielos y, por lo tanto, a merced de los vientos y corrientes marinas, no es posible hacer ninguna contribución geográfica. Pues no es así. Nosotros acabamos de desenmascarar a un farsante.
El capitán Morrell
Los hombres que vivimos en 1915 nos consideramos muy presuntuosos y creemos que ya lo hemos descubierto todo. Evidentemente, esta expedición de Shackleton a la Antártida, en la que me encuentro, es una prueba de que no es así, y de que todavía quedan muchas tierras sin descubrir, especialmente en la región antártica.
Pero al igual que quedan tierras por explorar también se da el caso de que algunos de los descubrimientos que han hecho nuestros predecesores, y que en algunos casos los anunciaron a bombo y platillo, no han sido más que espejismos o equivocaciones o mentiras.
Y la historia que les voy a narrar en mi crónica de hoy trata precisamente de uno de estos casos.
Un capitán bastante cuentista
En el verano austral de 1823, la goleta norteamericana bautizada como “Wasp” (que traducido significa “Avispa”) se internó por estas aguas en busca de focas a las que cazar. Dado que ya se habían esquilmado todas las que había en las islas de Shetland del Sur.
La goleta estaba al mando del capitán Benjamín Morrel quien, aunque la campaña de caza no le fue muy bien, regreso a puerto con la fascinante noticia de que había descubierto nuevas tierras en el mar de Weddell.
Posiblemente pensó que, puesto que con el dinero procedente de las escasas focas que había cazado no iba a poder pagar unas rondas de whisky a sus amigos, mejor que se las pagasen ellos al él mientras les contaba cómo eran las nuevas tierras que había descubierto.
Así, sobre un mapa dibujado por el mismo, revivía los 500 kilómetros de costa que decía haber seguido. Dando, incluso, relación precisa de las coordenadas geográficas de sus puntos más significativos.
Puesto que había sido el primer navegante en avistarla, lo que le confería el derecho a otorgarle nombre, la denominó “Nueva Groenlandia del Sur”. Evidentemente para los nombres no era muy imaginativo.
Y aunque era famoso por sus embustes y sus cuentos, desde entonces la nueva tierra fue apareciendo en los cartas con ese nombre o con el de “Tierra de Morrell”. Lo que le hubiera llenado de orgullo, si hubiera vivido para verlo.
En cualquier caso, dadas las dificultades de navegación por el mar de Weddell y a que, además, no había por allí nada que cazar, pocos fueron en busca de tan misteriosas tierras.
Somos como el Cid Campeador
Lógicamente no era el objetivo de esta expedición buscar unas tierras sin valor alguno. Pero la casualidad ha querido que las corrientes marinas y los vientos hayan empujado los hielos que atrapan nuestro barco hacia la zona donde Morrell situaba su descubrimiento.
Como podrán imaginar no hemos encontrado nada de nada. El mar congelado se extendía decenas y decenas de kilómetros congelado a nuestro alrededor y no pudimos ver ni rastro de las islas.
De hecho, en nuestra derrota pasamos por “encima” de esas tierras. Evidentemente sin encontrar el más mínimo obstáculo.
Ayer, cuando Shackleton y Worsley estuvieron comentando todo esto con los otros miembros de la expedición, a mí se me ocurrió decir que el Endurance era como el Cid Campeador, que incluso después de muerto ganó una batalla.
Este comentario no les hizo mucha gracia, no sé si porque no se refería a un héroe del Imperio (no sé qué hubiera pasado si hubiera dicho Ricardo Corazón de León), o porque la comparación del barco con un muerto no se debe de hacer nunca a un marino.
Afortunadamente, los científicos –que permanecieron indiferentes al revuelo que provocó mi comentario- comenzaron a decir que ellos tienen las pruebas científicas de que la “Tierra de Morrell” nunca existió. Pero eso se los contaré en mi siguiente crónica, si es que no me echan del barco por mi comparación.
Pero al igual que quedan tierras por explorar también se da el caso de que algunos de los descubrimientos que han hecho nuestros predecesores, y que en algunos casos los anunciaron a bombo y platillo, no han sido más que espejismos o equivocaciones o mentiras.
Y la historia que les voy a narrar en mi crónica de hoy trata precisamente de uno de estos casos.
Un capitán bastante cuentista
En el verano austral de 1823, la goleta norteamericana bautizada como “Wasp” (que traducido significa “Avispa”) se internó por estas aguas en busca de focas a las que cazar. Dado que ya se habían esquilmado todas las que había en las islas de Shetland del Sur.
La goleta estaba al mando del capitán Benjamín Morrel quien, aunque la campaña de caza no le fue muy bien, regreso a puerto con la fascinante noticia de que había descubierto nuevas tierras en el mar de Weddell.
Posiblemente pensó que, puesto que con el dinero procedente de las escasas focas que había cazado no iba a poder pagar unas rondas de whisky a sus amigos, mejor que se las pagasen ellos al él mientras les contaba cómo eran las nuevas tierras que había descubierto.
Así, sobre un mapa dibujado por el mismo, revivía los 500 kilómetros de costa que decía haber seguido. Dando, incluso, relación precisa de las coordenadas geográficas de sus puntos más significativos.
Puesto que había sido el primer navegante en avistarla, lo que le confería el derecho a otorgarle nombre, la denominó “Nueva Groenlandia del Sur”. Evidentemente para los nombres no era muy imaginativo.
Y aunque era famoso por sus embustes y sus cuentos, desde entonces la nueva tierra fue apareciendo en los cartas con ese nombre o con el de “Tierra de Morrell”. Lo que le hubiera llenado de orgullo, si hubiera vivido para verlo.
En cualquier caso, dadas las dificultades de navegación por el mar de Weddell y a que, además, no había por allí nada que cazar, pocos fueron en busca de tan misteriosas tierras.
Somos como el Cid Campeador
Lógicamente no era el objetivo de esta expedición buscar unas tierras sin valor alguno. Pero la casualidad ha querido que las corrientes marinas y los vientos hayan empujado los hielos que atrapan nuestro barco hacia la zona donde Morrell situaba su descubrimiento.
Como podrán imaginar no hemos encontrado nada de nada. El mar congelado se extendía decenas y decenas de kilómetros congelado a nuestro alrededor y no pudimos ver ni rastro de las islas.
De hecho, en nuestra derrota pasamos por “encima” de esas tierras. Evidentemente sin encontrar el más mínimo obstáculo.
Ayer, cuando Shackleton y Worsley estuvieron comentando todo esto con los otros miembros de la expedición, a mí se me ocurrió decir que el Endurance era como el Cid Campeador, que incluso después de muerto ganó una batalla.
Este comentario no les hizo mucha gracia, no sé si porque no se refería a un héroe del Imperio (no sé qué hubiera pasado si hubiera dicho Ricardo Corazón de León), o porque la comparación del barco con un muerto no se debe de hacer nunca a un marino.
Afortunadamente, los científicos –que permanecieron indiferentes al revuelo que provocó mi comentario- comenzaron a decir que ellos tienen las pruebas científicas de que la “Tierra de Morrell” nunca existió. Pero eso se los contaré en mi siguiente crónica, si es que no me echan del barco por mi comparación.
Alexander V. O'Hara
11 de agosto de 1915
El temporal de estos días nos ha propinado un buen empujón hacia el Norte, pero también nos ha producido un cierto número de destrozos en el barco. Pero lo peor ha sido lo de los perros. Casi no me atrevo a contarlo.
Después de la tensión de los días anteriores la calma volvió a reinar a nuestro alrededor. O más bien un aparente calma dado que el panorama que se veía desde el puesto del vigía en lo alto del palo mayor no podía ser más desolado.
No me gustan mucho las alturas y no me hubiera subido de no ser porque Hurley me pidió que
le ayudase a hacer unas placas fotográficas.
Belleza en cualquier lugar
La banquisa, hasta donde alcanzaba la vista, estaba en un estado caótico. La presión había reventado toda la superficie de hielo. Parecía como si hubiese entrado en ebullición, pero con la diferencia que no había formas redondeadas. Todos eran aristas y bloques de hielo partidos una y mil veces que cubrían hasta el más mínimo espacio.
-Bonito, ¿verdad? –Me dijo Hurley o comentó para sí mismo.
Yo no fui capaz de contestar. Aquella superficie me dolía cuando la miraba, pero tampoco podía aparte la vista de ella. Sin quererlo mis ojos vagaban de un lado a otro. Estaba como hipnotizado.
-No sé si conseguiremos captar toda la fuerza que tiene –Seguía diciendo Hurley, mientras buscaba en el precario equilibrio de los mástiles el mejor encuadre.
Daños en el timón
Desgraciadamente, el episodio de presiones gigantescas en las que nos habíamos visto envueltos ha provocado importantes daños en el timón. Por el momento no es posible estimar el alcance de los destrozos dado que grandes masas de hielo siguen atascadas contra la popa.
En cualquier caso, si en algo nos ha beneficiado el efecto combinado de las presiones y el vendaval es que nos ha desplazado, en tan sólo cuatro días, más de 60 kilómetros en dirección Norte.
Cuanto más al Norte nos lleve, antes nos encontraremos con aguas más cálidas que fundan esta coraza helada que nos atenaza.
Les acompañé en su último paseo
Pese a todos los cuidados de los médicos, no está siendo posible atajar la enfermedad que afecta a varios de estos nobles animales. Los parásitos que tienen en el estómago continúan imparables su labor destructiva y, ayer, Shackleton tuvo que tomar la decisión de que se sacrificasen los cuatro que estaban en peor estado.
Como siempre, esa labor tan ingrata la tuvo que realizar Frank Wild. Todos sabíamos que no se podía hacer nada por aliviar sus dolores, pero nadie se atrevía a terminar con su vida. Hasta que Wild tomó la decisión de hacerlo él mismo.
Por una de esas malditas circunstancias de la vida yo estaba con Tom Crean cuando se acercó para pedirle que le ayudase. Yo tragué saliva y les acompañe. Sabía que no me necesitaban para nada, pero sentí que no podía dejarles solos en ese trago.
Por la pasarela les bajamos a la banquisa y caminamos un poco entre aquel caos de bloques de hielos. Los que estaban en la cubierta del barco, salvo Shackleton, desaparecieron.
Con un gesto de Wild nos paramos. Entonces, les fue cogiendo uno a uno por el collar y se los llevaba detrás de un montículo de hielo.
Se dejaban conducir dócilmente. Luego se escuchaba un disparo y volvía a por otro.
El último, como si supiera lo que le iba a hacer, o incluso como si le estuviese agradecido por evitarle mayores sufrimientos. Le estuvo lamiendo la mano mientras se lo llevaba.
Como se podrán imaginar, fue uno de los peores momentos de mi vida.
-Gracias. -Nos dijo Wild cuando volvíamos al barco.
No me gustan mucho las alturas y no me hubiera subido de no ser porque Hurley me pidió que
le ayudase a hacer unas placas fotográficas.
Belleza en cualquier lugar
La banquisa, hasta donde alcanzaba la vista, estaba en un estado caótico. La presión había reventado toda la superficie de hielo. Parecía como si hubiese entrado en ebullición, pero con la diferencia que no había formas redondeadas. Todos eran aristas y bloques de hielo partidos una y mil veces que cubrían hasta el más mínimo espacio.
-Bonito, ¿verdad? –Me dijo Hurley o comentó para sí mismo.
Yo no fui capaz de contestar. Aquella superficie me dolía cuando la miraba, pero tampoco podía aparte la vista de ella. Sin quererlo mis ojos vagaban de un lado a otro. Estaba como hipnotizado.
-No sé si conseguiremos captar toda la fuerza que tiene –Seguía diciendo Hurley, mientras buscaba en el precario equilibrio de los mástiles el mejor encuadre.
Daños en el timón
Desgraciadamente, el episodio de presiones gigantescas en las que nos habíamos visto envueltos ha provocado importantes daños en el timón. Por el momento no es posible estimar el alcance de los destrozos dado que grandes masas de hielo siguen atascadas contra la popa.
En cualquier caso, si en algo nos ha beneficiado el efecto combinado de las presiones y el vendaval es que nos ha desplazado, en tan sólo cuatro días, más de 60 kilómetros en dirección Norte.
Cuanto más al Norte nos lleve, antes nos encontraremos con aguas más cálidas que fundan esta coraza helada que nos atenaza.
Les acompañé en su último paseo
Pese a todos los cuidados de los médicos, no está siendo posible atajar la enfermedad que afecta a varios de estos nobles animales. Los parásitos que tienen en el estómago continúan imparables su labor destructiva y, ayer, Shackleton tuvo que tomar la decisión de que se sacrificasen los cuatro que estaban en peor estado.
Como siempre, esa labor tan ingrata la tuvo que realizar Frank Wild. Todos sabíamos que no se podía hacer nada por aliviar sus dolores, pero nadie se atrevía a terminar con su vida. Hasta que Wild tomó la decisión de hacerlo él mismo.
Por una de esas malditas circunstancias de la vida yo estaba con Tom Crean cuando se acercó para pedirle que le ayudase. Yo tragué saliva y les acompañe. Sabía que no me necesitaban para nada, pero sentí que no podía dejarles solos en ese trago.
Por la pasarela les bajamos a la banquisa y caminamos un poco entre aquel caos de bloques de hielos. Los que estaban en la cubierta del barco, salvo Shackleton, desaparecieron.
Con un gesto de Wild nos paramos. Entonces, les fue cogiendo uno a uno por el collar y se los llevaba detrás de un montículo de hielo.
Se dejaban conducir dócilmente. Luego se escuchaba un disparo y volvía a por otro.
El último, como si supiera lo que le iba a hacer, o incluso como si le estuviese agradecido por evitarle mayores sufrimientos. Le estuvo lamiendo la mano mientras se lo llevaba.
Como se podrán imaginar, fue uno de los peores momentos de mi vida.
-Gracias. -Nos dijo Wild cuando volvíamos al barco.
4 de agosto de 1915
Acabamos de sufrir el primero de los ataques. Durante más de 24 horas la presión de los hielos alrededor del barco ha sido tal que Shackleton nos avisó para que estuviésemos preparados por si había que abandonar el barco.
Había pasado una mala noche. Un vendaval había estado zarandeando el barco. Mis compañeros, que están más acostumbrados a navegar, ni se inmutaron, pero yo no podía dormir entre el ulular del viento y las sacudidas que propiciaba al barco y antes de las seis me levante.
Me sorprendió encontrar en el puente de mando a Shackleton, Wild y Worsley junto con el personal del guardia. Tenían cara de no haber dormido mucho.
Una copiosa nevada reducía la visibilidad. Una mirada de Shackleton y un ligero movimiento de cabeza hicieron que uno de los soñolientos marineros que estaba de guardia se levantase inmediatamente y me trajese una taza de café.
Me uní al grupo. Se les notaba preocupados. Pese a todo Wild bromeó con mi incapacidad para adaptarme a la vida en el mar. Todos rieron.
Tomábamos el café a pequeños sorbos y hablábamos de cualquier cosa hasta que de repente, como si alguien hubiera estado esperando que dieran las 8 en punto, se escuchó un tremendo chasquido seco que nos sobresaltó. Bueno, al menos a mí.
Comienza el ataque
Un golpe seco sacudió al barco e instintivamente alargué la mano para sujetarme. Fui el único.
Traté de disimular, pero nadie parecía haberse fijado en mi movimiento. Todos buscaban el origen de aquello. Wild fue el primero en verlo. En silencio señaló a la parte de estribor de la proa. Allí, la placa de hielo se había rajado varias docenas de metros.
-Vamos a tener un día ajetreado –escuché a Shackleton que le decía al capitán.
En las siguientes dos horas todo el hielo que nos rodeaba se había fracturado en mil pedazos.
En algún lugar la placa había comenzado a moverse y la presión sobre hielo crecía hasta que bloques de dos metros de espesor salían disparados. Como cuando se aprieta entre el índice y el pulgar un hueso de aceituna y éste aguanta la presión… hasta que sale disparado.
Las órdenes de Shackleton no se hicieron esperar. En primer lugar su preocupación fueron los perros. Nada más producirse la primera embestida mandó que se subieran a bordo a los perros.
Curiosamente, como si intuyesen el peligro, aquellos animales siempre dispuestos a pelear fieramente entre ellos, se comportaron con una educación que nos sorprendió.
Fue una medida acertada porque en poco tiempo los iglús de los perros habían desaparecido. Unos sepultados por grandes bloques de hielo. Otros, tragados por el mar al abrirse una grieta justo por debajo y para luego volverse a cerrar, aplastando lo poco que hubiese quedado.
Preparados para la evacuación
Luego mandó que se subieran provisiones a los botes y se los preparase por si era necesario utilizarlos. Igualmente, ordenó que todo el mundo tuviera preparada la ropa más abrigada que tuviera por si había que abandonar al barco.
Todo el mundo cumplía las órdenes con celeridad y cuando todo estuvo preparado, pidió que toda la tripulación, salvo los que estaban de guardia, se fuese a dormir todo lo que pudiera. Para estar lo más descansados posible. El panorama parecía… al menos sombrío. Yo me quedé con ellos en el puente. Tampoco creo que hubiera podido dormir.
El barco se había inclinado ostensiblemente por efectos de las formidables presiones que estaba sufriendo.
Continuamente se oían los penetrantes sonidos de los trozos de hielo al restregarse unos contra otros, que me recordaban el chirriar de las ruedas de un tren sobre los raíles. Parece mentira que el hielo produzca esos sonidos más propios de metales.
Y por si fuera poco, o bien se veían levantarse bloques de hielo de toneladas de peso o se sentían cómo chocaban contra los costados del barco. Hasta el punto de hacer que las vigas se doblasen ante tan tremendas presiones que amenazaban con estrujar el barco como si se tratara de una cáscara de nuez.
Afortunadamente, el Endurance había sido construido para soportar los ataques de los hielos. Su quilla era más redondeada que la de un barco normal y esto le permitía levantarse cuando las placas de hielo sometían sus costados a gran presión. Permitiendo que las placas se deslizasen por debajo.
Sin lugar a dudas, fue eso lo que nos salvó. Pero les puedo asegurar que no es una sensación agradable el notar el escuchar cómo suenan las cuadernas al torcerse y menos el sentir que el barco se eleva. Aunque eso nos salve la vida.
Me sorprendió encontrar en el puente de mando a Shackleton, Wild y Worsley junto con el personal del guardia. Tenían cara de no haber dormido mucho.
Una copiosa nevada reducía la visibilidad. Una mirada de Shackleton y un ligero movimiento de cabeza hicieron que uno de los soñolientos marineros que estaba de guardia se levantase inmediatamente y me trajese una taza de café.
Me uní al grupo. Se les notaba preocupados. Pese a todo Wild bromeó con mi incapacidad para adaptarme a la vida en el mar. Todos rieron.
Tomábamos el café a pequeños sorbos y hablábamos de cualquier cosa hasta que de repente, como si alguien hubiera estado esperando que dieran las 8 en punto, se escuchó un tremendo chasquido seco que nos sobresaltó. Bueno, al menos a mí.
Comienza el ataque
Un golpe seco sacudió al barco e instintivamente alargué la mano para sujetarme. Fui el único.
Traté de disimular, pero nadie parecía haberse fijado en mi movimiento. Todos buscaban el origen de aquello. Wild fue el primero en verlo. En silencio señaló a la parte de estribor de la proa. Allí, la placa de hielo se había rajado varias docenas de metros.
-Vamos a tener un día ajetreado –escuché a Shackleton que le decía al capitán.
En las siguientes dos horas todo el hielo que nos rodeaba se había fracturado en mil pedazos.
En algún lugar la placa había comenzado a moverse y la presión sobre hielo crecía hasta que bloques de dos metros de espesor salían disparados. Como cuando se aprieta entre el índice y el pulgar un hueso de aceituna y éste aguanta la presión… hasta que sale disparado.
Las órdenes de Shackleton no se hicieron esperar. En primer lugar su preocupación fueron los perros. Nada más producirse la primera embestida mandó que se subieran a bordo a los perros.
Curiosamente, como si intuyesen el peligro, aquellos animales siempre dispuestos a pelear fieramente entre ellos, se comportaron con una educación que nos sorprendió.
Fue una medida acertada porque en poco tiempo los iglús de los perros habían desaparecido. Unos sepultados por grandes bloques de hielo. Otros, tragados por el mar al abrirse una grieta justo por debajo y para luego volverse a cerrar, aplastando lo poco que hubiese quedado.
Preparados para la evacuación
Luego mandó que se subieran provisiones a los botes y se los preparase por si era necesario utilizarlos. Igualmente, ordenó que todo el mundo tuviera preparada la ropa más abrigada que tuviera por si había que abandonar al barco.
Todo el mundo cumplía las órdenes con celeridad y cuando todo estuvo preparado, pidió que toda la tripulación, salvo los que estaban de guardia, se fuese a dormir todo lo que pudiera. Para estar lo más descansados posible. El panorama parecía… al menos sombrío. Yo me quedé con ellos en el puente. Tampoco creo que hubiera podido dormir.
El barco se había inclinado ostensiblemente por efectos de las formidables presiones que estaba sufriendo.
Continuamente se oían los penetrantes sonidos de los trozos de hielo al restregarse unos contra otros, que me recordaban el chirriar de las ruedas de un tren sobre los raíles. Parece mentira que el hielo produzca esos sonidos más propios de metales.
Y por si fuera poco, o bien se veían levantarse bloques de hielo de toneladas de peso o se sentían cómo chocaban contra los costados del barco. Hasta el punto de hacer que las vigas se doblasen ante tan tremendas presiones que amenazaban con estrujar el barco como si se tratara de una cáscara de nuez.
Afortunadamente, el Endurance había sido construido para soportar los ataques de los hielos. Su quilla era más redondeada que la de un barco normal y esto le permitía levantarse cuando las placas de hielo sometían sus costados a gran presión. Permitiendo que las placas se deslizasen por debajo.
Sin lugar a dudas, fue eso lo que nos salvó. Pero les puedo asegurar que no es una sensación agradable el notar el escuchar cómo suenan las cuadernas al torcerse y menos el sentir que el barco se eleva. Aunque eso nos salve la vida.
27 de julio de 1915
Según han pasado los días desde mi anterior crónica, los crujidos del hielo se han multiplicado y las placas han comenzado a entrechocar a nuestro alrededor, cada más más cerca del barco. Nuestros largos meses de tranquilidad han terminado.
Durante días hemos sido testigos de cómo, con un chirrido aterrador, los trozos de hielo aplastados por unas fuerzas ciclópeas se elevaban amontonándose cada vez a más altura, hasta que, de pronto, las invisibles fuerzas cambiaban de dirección y desaparecían dejando tras de sí largas acumulaciones de hielo que seguían la línea por donde se había producido el choque.
Desafiando a la lógica, bloques que pesaban varias toneladas, y tenían metro y medio de espesor, se levantaban como si fuesen decorados de papel y cartón, mientras un sonido chirriante, como si un gigante estuviese frotando las vías del ferrocarril, penetraba en el cerebro y te hacía temblar el alma.
El barco se estremece
Hasta ahora todo esto había sucedido a distancia, pero desde hace unos días el peligro se ha acercado hasta casi rozarnos. Una grieta, de casi un metro de ancha y de más de tres kilómetros de longitud, se ha abierto a treinta metros de la borda.
La grieta en sí misma no era un problema, a no ser que se hubiera abierto justo debajo de las perreras y se hubiese tragado a nuestros perros. El problema estaba a menos de 300 metros de distancia donde enormes bloques de hielo se estaban apilando en salvaje y amenazadora confusión hasta una altura de cinco o seis metros.
Lógicamente, el barco se estremeció en varias ocasiones. Fue como si una mano poderosa agitase el tronco de un arbolillo para hacer caer sus frutos. Nunca he sentido en mi vida un terremoto, pero los marineros que sí lo han experimentado dijeron que esto era mucho peor.
En cuanto comenzaron las presiones contra el barco, Shackleton ordenó reforzar las guardias y que, durante la noche, siempre estuvo presente junto con el capitán Worsley o el primer oficial Wild. Y por las ojeras que les he visto, parece que ninguno de ellos ha podido dormir mucho esta semana.
El sol ha regresado
Dentro de este ambiente tenso, que parece preceder a un ataque generalizado del hielo contra el Endurance, hemos podido ver –en el sentido más literal de la palabra- un rayo de sol.
Ayer, 26 de julio, justo antes del mediodía, la parte superior del disco solar apareció por refracción sobre el horizonte durante un escaso minuto. Pero fue suficiente para alegrarnos a todos con la esperanza de que la largo noche invernal estaba tocando a su fin.
Curiosamente, el que más parecía alegrarse era Clark, el biólogo, dado que, según repetía una y otra vez, las diatomeas volverán a multiplicarse por efecto de la luz y sus redes volverán a verse teñidas de un débil color amarillo.
Pese a todos sus intentos por contagiarnos su entusiasmo, pocos son los que comparten sus puntos de vista de biólogo marino. Para todos ellos lo que importa es que pronto el calor de los rayos de sol nos ayudará a dejar esta prisión de hielo donde estamos encerrados.
Pero antes de que eso tenga lugar, me temo -mejor dicho- Shackleton y los veteranos del antártico se temen que el Endurance va a tener que librar una épica batalla contra el hielo. O varias, como he escuchado decirles.
Desafiando a la lógica, bloques que pesaban varias toneladas, y tenían metro y medio de espesor, se levantaban como si fuesen decorados de papel y cartón, mientras un sonido chirriante, como si un gigante estuviese frotando las vías del ferrocarril, penetraba en el cerebro y te hacía temblar el alma.
El barco se estremece
Hasta ahora todo esto había sucedido a distancia, pero desde hace unos días el peligro se ha acercado hasta casi rozarnos. Una grieta, de casi un metro de ancha y de más de tres kilómetros de longitud, se ha abierto a treinta metros de la borda.
La grieta en sí misma no era un problema, a no ser que se hubiera abierto justo debajo de las perreras y se hubiese tragado a nuestros perros. El problema estaba a menos de 300 metros de distancia donde enormes bloques de hielo se estaban apilando en salvaje y amenazadora confusión hasta una altura de cinco o seis metros.
Lógicamente, el barco se estremeció en varias ocasiones. Fue como si una mano poderosa agitase el tronco de un arbolillo para hacer caer sus frutos. Nunca he sentido en mi vida un terremoto, pero los marineros que sí lo han experimentado dijeron que esto era mucho peor.
En cuanto comenzaron las presiones contra el barco, Shackleton ordenó reforzar las guardias y que, durante la noche, siempre estuvo presente junto con el capitán Worsley o el primer oficial Wild. Y por las ojeras que les he visto, parece que ninguno de ellos ha podido dormir mucho esta semana.
El sol ha regresado
Dentro de este ambiente tenso, que parece preceder a un ataque generalizado del hielo contra el Endurance, hemos podido ver –en el sentido más literal de la palabra- un rayo de sol.
Ayer, 26 de julio, justo antes del mediodía, la parte superior del disco solar apareció por refracción sobre el horizonte durante un escaso minuto. Pero fue suficiente para alegrarnos a todos con la esperanza de que la largo noche invernal estaba tocando a su fin.
Curiosamente, el que más parecía alegrarse era Clark, el biólogo, dado que, según repetía una y otra vez, las diatomeas volverán a multiplicarse por efecto de la luz y sus redes volverán a verse teñidas de un débil color amarillo.
Pese a todos sus intentos por contagiarnos su entusiasmo, pocos son los que comparten sus puntos de vista de biólogo marino. Para todos ellos lo que importa es que pronto el calor de los rayos de sol nos ayudará a dejar esta prisión de hielo donde estamos encerrados.
Pero antes de que eso tenga lugar, me temo -mejor dicho- Shackleton y los veteranos del antártico se temen que el Endurance va a tener que librar una épica batalla contra el hielo. O varias, como he escuchado decirles.
Editor del Blog
Javier Cacho
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.
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Blog de Tendencias21 sobre la legendaria expedición de Shackleton a la Antártida
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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