Durante días hemos sido testigos de cómo, con un chirrido aterrador, los trozos de hielo aplastados por unas fuerzas ciclópeas se elevaban amontonándose cada vez a más altura, hasta que, de pronto, las invisibles fuerzas cambiaban de dirección y desaparecían dejando tras de sí largas acumulaciones de hielo que seguían la línea por donde se había producido el choque.
Desafiando a la lógica, bloques que pesaban varias toneladas, y tenían metro y medio de espesor, se levantaban como si fuesen decorados de papel y cartón, mientras un sonido chirriante, como si un gigante estuviese frotando las vías del ferrocarril, penetraba en el cerebro y te hacía temblar el alma.
El barco se estremece
Hasta ahora todo esto había sucedido a distancia, pero desde hace unos días el peligro se ha acercado hasta casi rozarnos. Una grieta, de casi un metro de ancha y de más de tres kilómetros de longitud, se ha abierto a treinta metros de la borda.
La grieta en sí misma no era un problema, a no ser que se hubiera abierto justo debajo de las perreras y se hubiese tragado a nuestros perros. El problema estaba a menos de 300 metros de distancia donde enormes bloques de hielo se estaban apilando en salvaje y amenazadora confusión hasta una altura de cinco o seis metros.
Lógicamente, el barco se estremeció en varias ocasiones. Fue como si una mano poderosa agitase el tronco de un arbolillo para hacer caer sus frutos. Nunca he sentido en mi vida un terremoto, pero los marineros que sí lo han experimentado dijeron que esto era mucho peor.
En cuanto comenzaron las presiones contra el barco, Shackleton ordenó reforzar las guardias y que, durante la noche, siempre estuvo presente junto con el capitán Worsley o el primer oficial Wild. Y por las ojeras que les he visto, parece que ninguno de ellos ha podido dormir mucho esta semana.
El sol ha regresado
Dentro de este ambiente tenso, que parece preceder a un ataque generalizado del hielo contra el Endurance, hemos podido ver –en el sentido más literal de la palabra- un rayo de sol.
Ayer, 26 de julio, justo antes del mediodía, la parte superior del disco solar apareció por refracción sobre el horizonte durante un escaso minuto. Pero fue suficiente para alegrarnos a todos con la esperanza de que la largo noche invernal estaba tocando a su fin.
Curiosamente, el que más parecía alegrarse era Clark, el biólogo, dado que, según repetía una y otra vez, las diatomeas volverán a multiplicarse por efecto de la luz y sus redes volverán a verse teñidas de un débil color amarillo.
Pese a todos sus intentos por contagiarnos su entusiasmo, pocos son los que comparten sus puntos de vista de biólogo marino. Para todos ellos lo que importa es que pronto el calor de los rayos de sol nos ayudará a dejar esta prisión de hielo donde estamos encerrados.
Pero antes de que eso tenga lugar, me temo -mejor dicho- Shackleton y los veteranos del antártico se temen que el Endurance va a tener que librar una épica batalla contra el hielo. O varias, como he escuchado decirles.
Desafiando a la lógica, bloques que pesaban varias toneladas, y tenían metro y medio de espesor, se levantaban como si fuesen decorados de papel y cartón, mientras un sonido chirriante, como si un gigante estuviese frotando las vías del ferrocarril, penetraba en el cerebro y te hacía temblar el alma.
El barco se estremece
Hasta ahora todo esto había sucedido a distancia, pero desde hace unos días el peligro se ha acercado hasta casi rozarnos. Una grieta, de casi un metro de ancha y de más de tres kilómetros de longitud, se ha abierto a treinta metros de la borda.
La grieta en sí misma no era un problema, a no ser que se hubiera abierto justo debajo de las perreras y se hubiese tragado a nuestros perros. El problema estaba a menos de 300 metros de distancia donde enormes bloques de hielo se estaban apilando en salvaje y amenazadora confusión hasta una altura de cinco o seis metros.
Lógicamente, el barco se estremeció en varias ocasiones. Fue como si una mano poderosa agitase el tronco de un arbolillo para hacer caer sus frutos. Nunca he sentido en mi vida un terremoto, pero los marineros que sí lo han experimentado dijeron que esto era mucho peor.
En cuanto comenzaron las presiones contra el barco, Shackleton ordenó reforzar las guardias y que, durante la noche, siempre estuvo presente junto con el capitán Worsley o el primer oficial Wild. Y por las ojeras que les he visto, parece que ninguno de ellos ha podido dormir mucho esta semana.
El sol ha regresado
Dentro de este ambiente tenso, que parece preceder a un ataque generalizado del hielo contra el Endurance, hemos podido ver –en el sentido más literal de la palabra- un rayo de sol.
Ayer, 26 de julio, justo antes del mediodía, la parte superior del disco solar apareció por refracción sobre el horizonte durante un escaso minuto. Pero fue suficiente para alegrarnos a todos con la esperanza de que la largo noche invernal estaba tocando a su fin.
Curiosamente, el que más parecía alegrarse era Clark, el biólogo, dado que, según repetía una y otra vez, las diatomeas volverán a multiplicarse por efecto de la luz y sus redes volverán a verse teñidas de un débil color amarillo.
Pese a todos sus intentos por contagiarnos su entusiasmo, pocos son los que comparten sus puntos de vista de biólogo marino. Para todos ellos lo que importa es que pronto el calor de los rayos de sol nos ayudará a dejar esta prisión de hielo donde estamos encerrados.
Pero antes de que eso tenga lugar, me temo -mejor dicho- Shackleton y los veteranos del antártico se temen que el Endurance va a tener que librar una épica batalla contra el hielo. O varias, como he escuchado decirles.