Había pasado una mala noche. Un vendaval había estado zarandeando el barco. Mis compañeros, que están más acostumbrados a navegar, ni se inmutaron, pero yo no podía dormir entre el ulular del viento y las sacudidas que propiciaba al barco y antes de las seis me levante.
Me sorprendió encontrar en el puente de mando a Shackleton, Wild y Worsley junto con el personal del guardia. Tenían cara de no haber dormido mucho.
Una copiosa nevada reducía la visibilidad. Una mirada de Shackleton y un ligero movimiento de cabeza hicieron que uno de los soñolientos marineros que estaba de guardia se levantase inmediatamente y me trajese una taza de café.
Me uní al grupo. Se les notaba preocupados. Pese a todo Wild bromeó con mi incapacidad para adaptarme a la vida en el mar. Todos rieron.
Tomábamos el café a pequeños sorbos y hablábamos de cualquier cosa hasta que de repente, como si alguien hubiera estado esperando que dieran las 8 en punto, se escuchó un tremendo chasquido seco que nos sobresaltó. Bueno, al menos a mí.
Comienza el ataque
Un golpe seco sacudió al barco e instintivamente alargué la mano para sujetarme. Fui el único.
Traté de disimular, pero nadie parecía haberse fijado en mi movimiento. Todos buscaban el origen de aquello. Wild fue el primero en verlo. En silencio señaló a la parte de estribor de la proa. Allí, la placa de hielo se había rajado varias docenas de metros.
-Vamos a tener un día ajetreado –escuché a Shackleton que le decía al capitán.
En las siguientes dos horas todo el hielo que nos rodeaba se había fracturado en mil pedazos.
En algún lugar la placa había comenzado a moverse y la presión sobre hielo crecía hasta que bloques de dos metros de espesor salían disparados. Como cuando se aprieta entre el índice y el pulgar un hueso de aceituna y éste aguanta la presión… hasta que sale disparado.
Las órdenes de Shackleton no se hicieron esperar. En primer lugar su preocupación fueron los perros. Nada más producirse la primera embestida mandó que se subieran a bordo a los perros.
Curiosamente, como si intuyesen el peligro, aquellos animales siempre dispuestos a pelear fieramente entre ellos, se comportaron con una educación que nos sorprendió.
Fue una medida acertada porque en poco tiempo los iglús de los perros habían desaparecido. Unos sepultados por grandes bloques de hielo. Otros, tragados por el mar al abrirse una grieta justo por debajo y para luego volverse a cerrar, aplastando lo poco que hubiese quedado.
Preparados para la evacuación
Luego mandó que se subieran provisiones a los botes y se los preparase por si era necesario utilizarlos. Igualmente, ordenó que todo el mundo tuviera preparada la ropa más abrigada que tuviera por si había que abandonar al barco.
Todo el mundo cumplía las órdenes con celeridad y cuando todo estuvo preparado, pidió que toda la tripulación, salvo los que estaban de guardia, se fuese a dormir todo lo que pudiera. Para estar lo más descansados posible. El panorama parecía… al menos sombrío. Yo me quedé con ellos en el puente. Tampoco creo que hubiera podido dormir.
El barco se había inclinado ostensiblemente por efectos de las formidables presiones que estaba sufriendo.
Continuamente se oían los penetrantes sonidos de los trozos de hielo al restregarse unos contra otros, que me recordaban el chirriar de las ruedas de un tren sobre los raíles. Parece mentira que el hielo produzca esos sonidos más propios de metales.
Y por si fuera poco, o bien se veían levantarse bloques de hielo de toneladas de peso o se sentían cómo chocaban contra los costados del barco. Hasta el punto de hacer que las vigas se doblasen ante tan tremendas presiones que amenazaban con estrujar el barco como si se tratara de una cáscara de nuez.
Afortunadamente, el Endurance había sido construido para soportar los ataques de los hielos. Su quilla era más redondeada que la de un barco normal y esto le permitía levantarse cuando las placas de hielo sometían sus costados a gran presión. Permitiendo que las placas se deslizasen por debajo.
Sin lugar a dudas, fue eso lo que nos salvó. Pero les puedo asegurar que no es una sensación agradable el notar el escuchar cómo suenan las cuadernas al torcerse y menos el sentir que el barco se eleva. Aunque eso nos salve la vida.
Me sorprendió encontrar en el puente de mando a Shackleton, Wild y Worsley junto con el personal del guardia. Tenían cara de no haber dormido mucho.
Una copiosa nevada reducía la visibilidad. Una mirada de Shackleton y un ligero movimiento de cabeza hicieron que uno de los soñolientos marineros que estaba de guardia se levantase inmediatamente y me trajese una taza de café.
Me uní al grupo. Se les notaba preocupados. Pese a todo Wild bromeó con mi incapacidad para adaptarme a la vida en el mar. Todos rieron.
Tomábamos el café a pequeños sorbos y hablábamos de cualquier cosa hasta que de repente, como si alguien hubiera estado esperando que dieran las 8 en punto, se escuchó un tremendo chasquido seco que nos sobresaltó. Bueno, al menos a mí.
Comienza el ataque
Un golpe seco sacudió al barco e instintivamente alargué la mano para sujetarme. Fui el único.
Traté de disimular, pero nadie parecía haberse fijado en mi movimiento. Todos buscaban el origen de aquello. Wild fue el primero en verlo. En silencio señaló a la parte de estribor de la proa. Allí, la placa de hielo se había rajado varias docenas de metros.
-Vamos a tener un día ajetreado –escuché a Shackleton que le decía al capitán.
En las siguientes dos horas todo el hielo que nos rodeaba se había fracturado en mil pedazos.
En algún lugar la placa había comenzado a moverse y la presión sobre hielo crecía hasta que bloques de dos metros de espesor salían disparados. Como cuando se aprieta entre el índice y el pulgar un hueso de aceituna y éste aguanta la presión… hasta que sale disparado.
Las órdenes de Shackleton no se hicieron esperar. En primer lugar su preocupación fueron los perros. Nada más producirse la primera embestida mandó que se subieran a bordo a los perros.
Curiosamente, como si intuyesen el peligro, aquellos animales siempre dispuestos a pelear fieramente entre ellos, se comportaron con una educación que nos sorprendió.
Fue una medida acertada porque en poco tiempo los iglús de los perros habían desaparecido. Unos sepultados por grandes bloques de hielo. Otros, tragados por el mar al abrirse una grieta justo por debajo y para luego volverse a cerrar, aplastando lo poco que hubiese quedado.
Preparados para la evacuación
Luego mandó que se subieran provisiones a los botes y se los preparase por si era necesario utilizarlos. Igualmente, ordenó que todo el mundo tuviera preparada la ropa más abrigada que tuviera por si había que abandonar al barco.
Todo el mundo cumplía las órdenes con celeridad y cuando todo estuvo preparado, pidió que toda la tripulación, salvo los que estaban de guardia, se fuese a dormir todo lo que pudiera. Para estar lo más descansados posible. El panorama parecía… al menos sombrío. Yo me quedé con ellos en el puente. Tampoco creo que hubiera podido dormir.
El barco se había inclinado ostensiblemente por efectos de las formidables presiones que estaba sufriendo.
Continuamente se oían los penetrantes sonidos de los trozos de hielo al restregarse unos contra otros, que me recordaban el chirriar de las ruedas de un tren sobre los raíles. Parece mentira que el hielo produzca esos sonidos más propios de metales.
Y por si fuera poco, o bien se veían levantarse bloques de hielo de toneladas de peso o se sentían cómo chocaban contra los costados del barco. Hasta el punto de hacer que las vigas se doblasen ante tan tremendas presiones que amenazaban con estrujar el barco como si se tratara de una cáscara de nuez.
Afortunadamente, el Endurance había sido construido para soportar los ataques de los hielos. Su quilla era más redondeada que la de un barco normal y esto le permitía levantarse cuando las placas de hielo sometían sus costados a gran presión. Permitiendo que las placas se deslizasen por debajo.
Sin lugar a dudas, fue eso lo que nos salvó. Pero les puedo asegurar que no es una sensación agradable el notar el escuchar cómo suenan las cuadernas al torcerse y menos el sentir que el barco se eleva. Aunque eso nos salve la vida.