Desde que quedamos atrapados por el hielo sabíamos que la inmensa placa de helada en la que nos encontramos no es una masa única que ocupa todo el mar de Weddell.
Aparentemente puede parecer que es la misma, pero pronto nos dimos cuenta de que estaba subdividida en miles de trozos, cada uno de una dimensión considerable, que chocaban y arremetían entre ellos.
Aunque los científicos nos lo explicaron, no hicieron más que dar una justificación a algo que ya habíamos apreciado. Puesto que, afortunadamente, a gran distancia, todos habíamos podido ver cómo la presión entre dos de esas placas llenaba el aire de amenazadores sonidos, semejantes a truenos.
Poco después, en el lugar desde donde procedían esos estruendos, había aparecido, como por ensalmo, un amontonamiento de trozos de hielos que se extendía por centenares de metros y que podía alcanzar los 5 metros de altura. Lógicamente, estos cordones de hielo seguían la línea por donde se había producido el choque entre placas.
¿Por qué chocan las placas?
Como nos decían los científicos, puede no ser intuitivo el entender las razones por las que se producen esas embestidas entre las diferentes placas. Si bien el mar al congelarse produce una única superficie absolutamente plana e igual, ésta lleva incrustados los trozos de hielo, y especialmente los grandes icebergs, que flotaban en el mar y cuya distribución, forma y tamaño es absoluta aleatoria.
Por lo tanto al romperse esa gran masa, produciendo miles de placas, algo similar a las piezas desordenadas de un puzzle extendidas sobre una mesa, cada una será diferente en forma y contenido a las restantes.
En esta situación, aunque todas están guiadas por las mismas corrientes marinas y los mismos vientos, y por lo tanto todas seguirán la misma dirección, cada una responderá de manera ligeramente distinta a la de al lado, provocando rotaciones o desplazamientos que lleva a continúas colisiones sobre sus bordes exteriores.
¿Estamos seguros?
Por el momento el barco estaba protegido por la gigantesca placa de hielo que lo contenía, era en sus bordes externos donde se producían esta guerra de titanes.
Pero si su placa se fraccionaba por donde estaba el barco, nos encontraríamos en el lugar del enfrentamiento y sus consecuencias se dibujaban claramente en la mente de todos.
Y eso fue lo que nos ha pasado hoy. Los estruendos y el rechinar se han multiplicado y, peor que eso, se oyen mucho más próximos. El ruido parece el feroz rugido de un mar que se aproxima como una galerna.
He bajado a la placa de hielo con Shackleton, el capitán Worsley y Wild. Nos hemos quedado mirando al lugar del que procedía la perturbación. Bajo nuestros pies notábamos claramente un temblor que no podía pronosticar nada bueno.
Por un momento tuve la sensación de que era la poderosa respiración y los primeros movimientos de un gigante que se estaba despertando de un largo sueño. Y el pensamiento me provocó un escalofrío y, precisamente, no de frío.
Como si Shackleton hubiera sentido lo mismo hizo un gesto con la cabeza y todos volvimos al barco. Me pareció escuchar a Shackleton que le decía a Worsley: “vamos a ver, capitán, cómo se comporta su barco”.
Me temo que se lo contaré en la próxima crónica. O más bien… espero contárselo en la próxima crónica.
Aparentemente puede parecer que es la misma, pero pronto nos dimos cuenta de que estaba subdividida en miles de trozos, cada uno de una dimensión considerable, que chocaban y arremetían entre ellos.
Aunque los científicos nos lo explicaron, no hicieron más que dar una justificación a algo que ya habíamos apreciado. Puesto que, afortunadamente, a gran distancia, todos habíamos podido ver cómo la presión entre dos de esas placas llenaba el aire de amenazadores sonidos, semejantes a truenos.
Poco después, en el lugar desde donde procedían esos estruendos, había aparecido, como por ensalmo, un amontonamiento de trozos de hielos que se extendía por centenares de metros y que podía alcanzar los 5 metros de altura. Lógicamente, estos cordones de hielo seguían la línea por donde se había producido el choque entre placas.
¿Por qué chocan las placas?
Como nos decían los científicos, puede no ser intuitivo el entender las razones por las que se producen esas embestidas entre las diferentes placas. Si bien el mar al congelarse produce una única superficie absolutamente plana e igual, ésta lleva incrustados los trozos de hielo, y especialmente los grandes icebergs, que flotaban en el mar y cuya distribución, forma y tamaño es absoluta aleatoria.
Por lo tanto al romperse esa gran masa, produciendo miles de placas, algo similar a las piezas desordenadas de un puzzle extendidas sobre una mesa, cada una será diferente en forma y contenido a las restantes.
En esta situación, aunque todas están guiadas por las mismas corrientes marinas y los mismos vientos, y por lo tanto todas seguirán la misma dirección, cada una responderá de manera ligeramente distinta a la de al lado, provocando rotaciones o desplazamientos que lleva a continúas colisiones sobre sus bordes exteriores.
¿Estamos seguros?
Por el momento el barco estaba protegido por la gigantesca placa de hielo que lo contenía, era en sus bordes externos donde se producían esta guerra de titanes.
Pero si su placa se fraccionaba por donde estaba el barco, nos encontraríamos en el lugar del enfrentamiento y sus consecuencias se dibujaban claramente en la mente de todos.
Y eso fue lo que nos ha pasado hoy. Los estruendos y el rechinar se han multiplicado y, peor que eso, se oyen mucho más próximos. El ruido parece el feroz rugido de un mar que se aproxima como una galerna.
He bajado a la placa de hielo con Shackleton, el capitán Worsley y Wild. Nos hemos quedado mirando al lugar del que procedía la perturbación. Bajo nuestros pies notábamos claramente un temblor que no podía pronosticar nada bueno.
Por un momento tuve la sensación de que era la poderosa respiración y los primeros movimientos de un gigante que se estaba despertando de un largo sueño. Y el pensamiento me provocó un escalofrío y, precisamente, no de frío.
Como si Shackleton hubiera sentido lo mismo hizo un gesto con la cabeza y todos volvimos al barco. Me pareció escuchar a Shackleton que le decía a Worsley: “vamos a ver, capitán, cómo se comporta su barco”.
Me temo que se lo contaré en la próxima crónica. O más bien… espero contárselo en la próxima crónica.