Fuente:
La voz 20/05/2012 00:03 , por
Carlos Schilling Parece un chiste subido de tono, pero
Marcelino Cereijido se tomó muy en serio el trabajo de elaborar una teoría general sobre los hijos de puta. El libro que acaba de publicarse en la Argentina no sólo llama la atención por el título sino también por la tipografía tamaño catástrofe sobre fondo rojo, parecida a un titular del Canal Crónica.
No es para menos. En sus páginas, este veterano científico argentino residente en México,
especialista en fisiología celular y molecular, indaga las causas genéticas y evolutivas de este flagelo conocido como
“los hijos de puta”. La pregunta de buen gusto que se impone es por qué eligió una expresión tan vulgar para referirse a la maldad humana.
El último capítulo de Hacia una teoría general sobre los hijos de puta se titula precisamente “¿Las prostitutas tienen algo que ver con todo esto?”. La respuesta es afirmativa pero sólo en el sentido de que para Cereijido la raíz del problema se hunde en el machismo. Sostiene que la profesión más antigua del mundo no es la de prostituta sino la de proxeneta, pues raramente una mujer elige vender su sexo como primera opción de vida. Lo hace forzada por circunstancias familiares, sociales y económicas.
De modo que si en casi todas las lenguas se impuso una expresión parecida se debe a que junto a los prejuicios contiene también una dosis de explicación. Según Cereijido, “es habitual que en la foja de muchos malvivientes y asesinos seriales conste que ha sido hijo de una prostituta, criado y educado en los bajos fondos de la sociedad. Todos los pueblos de la Tierra han considerado que el hijo de puta es antisocial, mal tipo, y por eso usan ‘hijo de puta’ como paradigma de ‘perverso’”.
En toda su obra como divulgador científico, que incluye libros como
La nuca de Houssay,
La ciencia como calamidad o
La ignorancia debida, Cereijido se muestra como un ferviente
defensor del conocimiento científico, lo cual lo convierte en crítico de cualquier forma de oscurantismo religioso. De allí que no sorprenden sus ataques directos a la Iglesia Católica y sus ácidas reflexiones sobre la condición humana.
Como Cereijido vive y trabaja en México desde 1976, esta nota se elaboró mediante un intercambio de correos electrónicos.
–¿Por qué se le ocurrió investigar el tema de los hijos de puta? – Llegó un momento en que reconocí que es muy ineficaz entender el atraso y la miseria del Tercer Mundo sobre bases puramente cognitivas (tener o no ciencia), y decidí explorar otra variable: la hijoputez. Así como había escrito numerosos ensayos sobre el conocimiento, tuve que dedicarme a dilucidar también el papel de los hijos de puta. En eso estaba cuando llegué a convencerme de que quienes destruyen la capacidad humana de conocer y el derecho de los niñitos a no ser intoxicados cognitivamente con tonterías arcaicas y perversas son también los asquerosos machistas que prostituyen a la mujer desde tiempos ancestrales. En resumen: esto explica la manera en que mis curiosidades acerca del embotamiento cognitivo del Tercer Mundo –la Argentina dentro de él– me llevaron a hacer ensayos sobre la hijoputez.
Analfabetismo científico –¿De modo que el conocimiento es más importante que el dinero? –
Jean Piaget ha dicho que uno no sabe lo que ve, sino que ve lo que sabe, y en el caso de que lo único que sabe es la antigualla “En un país, la variable principal es el dinero”, acaba opinando como el connotado papafrita argentino que enunció: “Los economistas dividimos a la humanidad en Primer Mundo, Tercer Mundo, Japón y Argentina, porque nadie sabe por qué Japón es tan rico y Argentina es tan pobre”. Habría que hacerle notar que
hoy la variable central es, como siempre ha sido, el conocimiento. Tanto el cerebro que conoce como las maneras de conocer son producto de una evolución, y hoy la forma más avanzada y eficaz de conocer es la manera científica.
–¿Y en qué medida la posesión de conocimiento científico determina el lugar que un país ocupa en el mundo? – Hoy, la humanidad está dividida entre el 10 por ciento que tiene ciencia (el Primer Mundo) y el 90 por ciento que carece de ella (el Tercer Mundo) y está, por lo tanto, sumido en un despiadado y bochornoso analfabetismo científico. En el nuevo esquema, Japón cultiva su conocimiento (científico) y pertenece, por lo tanto, al Primero, en cambio Argentina, gracias a su pobre cultivo del conocimiento científico y su visión del mundo añeja e inmoralmente católica, sigue atrapada en el Tercero.
–¿Por qué sufrimos este analfabetismo científico? – Es producto sobre todo de no haber cultivado la ciencia, que se compara al niño que no ha sido mandado a la escuela, pero tiene además dos promotores activos, me refiero a agentes que causan ignorancia adrede: primero, el Primer Mundo, pues cuida que el Tercero no vaya a desarrollar su ciencia, porque manteniéndolo en esa condición puede seguir tomándolo como ganado, y segundo, la religión institucionalizada, pues si el clero consigue apoderarse del aparato educativo se empeñará que el Tercer Mundo no se desarrolle mental y cognitivamente, y no pueda acceder a la manera científica de conocer. De ese modo, las cúpulas de las religiones tradicionales podrán seguir con su visión del mundo plagada de antiguallas misticoides, que alguna vez fueron lo más adelantado del conocimiento humano, y luego pasaron a ser intoxicación cognitiva, que es parte del cognicidio que practican.
Una obsesión personal –Para volver al tema del libro, ¿en qué consistió concretamente la recopilación de datos y cómo la concilió con su trabajo científico diario? – Mi trabajo científico diario se desarrollaba en un laboratorio de la Argentina, cuando en 1976 un nuevo golpe de nazicatolicismo castrense, tan típico y habitual en Argentina a partir del 6 de septiembre de 1930, me obligó (a mí y a miles de científicos-técnicos que debíamos ser expulsados como parte del cognicidio) a establecerme en lo que en mi libro La nuca de Houssay llamo “La Provincia Argentina de Ultramar”. De ahí en más mi vida se dividió, por un lado, en mi trabajo diario de fisiólogo celular y molecular y, por el otro, en tratar de entender por qué Argentina destruye tan sistemática y eficazmente su estructura cognitiva. En resumen, mi trabajo científico diario me llevó al exilio, y mis meditaciones y estudios para entender por qué Argentina no tiene ciencia, ni tiene una cultura compatible con la ciencia, como tienen todos y cada uno de los países del Primer Mundo, me llevaron a indagar la hijoputez.
–Su libro explica muy bien qué es y cómo se origina genética y evolutivamente un hijo de puta. Lo que no queda tan claro es: ¿por qué son necesarios, qué aportan a la especie y a la vida? – No son necesarios ni aportan nada positivo, simplemente así es la cosa. Veamos un par de ejemplos reales tomados de la evolución. En un momento dado, Norteamérica y Sudamérica eran continentes separados y tenían su propia fauna y flora. En el Norte había mamíferos carnívoros que no existían en el Sur, y en el Sur había bichos que no existían en el Norte. Al surgir el istmo de Panamá, los del Norte pudieron ir desplazándose hacia el Sur y extinguieron muchas especies sudamericanas. Pasando a los homínidos, de pronto una serie de circunstancias climáticas transforma selvas en praderas, surgen los ancestros de los Homo sapiens, y sucede que por varias causas conjuntas el macho resulta ser más poderoso que la hembra, condición que recibe el nombre de “dimorfismo sexual”. De ahí en más, al macho Homo sapiens le fue posible explotar a la hembra Homo sapiens, de la misma manera que a los carnívoros de Norteamérica les vino bien nutrirse de los del Sur. No hubo un congreso de bichos para pactarlo porque diera o no ventajas: así se dio.
Cuánta maldad –¿Considera que hay una cantidad de maldad imprescindible en cada ser humano? ¿Puede alguien estar absolutamente libre de cualquier grado de perversión y sobrevivir? – Siempre que algún organismo tiene un atributo que podría darle una ventaja, la va a explotar. Si los médicos viajan a asentarse en poblados donde no los hay, van a ejercer su medicina y vivir de quienes los necesiten. En mi libro cito a Al Capone, que de pronto llega a un lugar y cae en la cuenta: “Aquí no hay prostíbulos, ¡qué oportunidad para instalar algunos!”. No siempre el que llega es quien explota. Alberto Vacarezza y otra gente de teatro describieron tanos, gaitas y moishes a quienes al llegar a la Argentina las condiciones permitieron que compraran tierras y se hicieran agricultores, y sus hijos cursaran carreras universitarias y se hicieran doctores. Cuando el peronismo (y una serie de transformaciones sociales más) hizo que las grandes ciudades argentinas se rodearan de un cinturón de villas miserias, abundaron las muchachas campesinas que entraron a trabajar como domésticas, los estafadores que les hacían el “cuento del tío”, a los payucas desprevenidos les vendían buzones, y aparecieron salones de bailongos de chamamés. Fíjese que la mayoría de estas conversiones no eran perversas sino perfectamente lícitas. Pero en algunos casos la hijoputez tuvo su oportunidad...
–¿Ha identificado algún grado de maldad en usted mismo? ¿Ha tomado alguno de sus rasgos de personalidad como objeto de observación científica en este trabajo? – Yo mismo, no, porque me esfuerzo por cultivar la bondad. Además, soy muy culpógeno y, aún en el caso de que pueda ejercer la hijoputez, evito hacerlo porque me sentiría mal. Pero las circunstancias reales no son tan simples. Así, en cuanto me explicaron que aquí, en México, no se pagan boletas de tránsito sino que se le da unos pesos al policía (“mordida”) y listo el pollo, me tuve que acostumbrar a hacerlo, pues la primera vez que fui a pagar una multa por exceso de velocidad al banco, los empleados no podían entender a qué me refería, y al final me confesaron que no tenían los formularios para cobrarme. Es casi imposible hacer un trámite honestamente (sacar registro de manejo, mandar a cortar una rama de árbol que se volcó sobre mi casa, conseguir que la compañía de luz no te cobre dos veces el mismo mes). Siempre van a encontrar que la foto que traje para el documento no sirve, pues no se me ven las orejas, o que el certificado de domicilio está vencido... hasta que ellos mismos me piden una “mordida” y el trámite se completa. Rara vez un hijo de puta se ve como lo ven los otros. Y llega a considerarse bueno, honesto, cumplidor.
–¿Por qué los hijos de puta, los villanos, son tan fascinantes, al menos en las ficciones? Eso se ve tanto en el Yago, de Shakespeare, como en el Guasón, de Batman. – Porque los niños no podrían entender y apreciar los trámites policiales/legales para defenderse del villano. La mayoría de las veces, las vías legales para solucionar un problema son largas, corruptas, y no llegan a resolver el asunto. En cambio Batman, Superman o el Agente 007 dan tres mamporros, cuatro tiros y arreglan todo a los golpes. Los niños aprenden que el mundo funciona así. Por las dudas, para que en la mente infantil el pleito quede claro, los dibujantes pintan al malo como un tipo muy perverso, y encima feo, y al justiciero, esbelto y hermoso. En la escuela, nos enseñaron que el muy meritorio Don Quijote de la Mancha no salía a “desfacer entuertos” disuadiendo a los perversos, sino que salía munido de una lanza, una espada y protegido por una coraza.
F
ormas de conocimiento –El paradigma de evolución, ¿puede aplicarse a la historia, tal como me parece que usted lo hace en varios segmentos del libro? ¿No es una transpolación conceptual problemática? – Hay que tener en cuenta que yo elijo los ejemplos más obvios para que sean fácilmente comprensibles. En la historia, las variables biológicas pierden visibilidad. San Martín no liberó a Chile porque tenía más fuerza que los godos, sino por
estrategias, tácticas y armas muy alejadas de lo puramente biológico.
–Utiliza mucho el término “inconsciente” e incluso cita a Freud en algún pasaje. Pero el psicoanálisis supone que el inconsciente está estructurado como lenguaje, mientras que usted parece entenderlo de una manera biologista. – Por millones y millones de años no hubo bichos conscientes. Luego, cuando hubo conciencia fue un “además de” y no un “en vez de”, es decir, las maneras inconscientes de interpretar la realidad siguieron ahí; los niñitos siguieron detectando (inconscientemente) que la leche tiene lactosa y siguieron segregando lactosas para digerirla, las raíces siguieron detectando y chupando agua del piso, las abejas siguieron siendo expertas en saber cuáles flores tienen más néctar. Las madres siguieron gestando bebés inconscientemente. Este es el inconsciente al que necesito referirme en mi libro.
–¿Cuáles serían entonces las similitudes y las diferencias de su concepto de inconsciente con el del psicoanálisis? Hasta donde entiendo, el inconsciente al que se refieren los psicoanalistas surge de que ciertos contenidos conscientes son inaceptables y uno los reprime y hunde en la ignorancia (también por procesos inconscientes, pues no entiendo de qué manera los juzgo inaceptables, ni cómo hago para reprimirlos, ni dónde los oculto, ni por qué desde ahí joden mi conducta y manera de ser y me hacen sufrir). Si los quisiera hacer conscientes y entender, y sobre todo curar, debo ir varias veces por semana a un psicoanalista y pagarle sus honorarios, porque él también vive del aprovechar una ventaja sobre mí: tiene un modelo eficaz para entender inconscientes y enderezar neurosis. Yo, en cambio, no necesito ni puedo traer a colación el inconsciente psicoanalítico, me basta con el
inconsciente (no–consciente) animal o vegetal.