Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Por un problema técnico con Internet no pude ayer colgar la foto de la cubierta del Diccionario de la Biblia. Editorial Sal Terrae, Santander, 2012, que hizo ayer Fernando Bermejo. Aquí está, por fin. Yo quiero sumarme entusiásticamente a las alabanzas de este volumen formuladas por mi colega y amigo Fernando. Cuando tuve el diccionario entre las manos, en seguida caí en la cuenta del enorme esfuerzo social y económico que supone confeccionar un diccionario nuevo y al día. Me parece una obra estupenda: es manejable, sucinta y ofrece lo esencial, no sólo sobre los contenidos, sino sobre el estado de la investigación (confesional, aunque sin distinguir entre católicos y protestantes). No deja de ser interesante al leer artículos de este diccionario observar de nuevo cómo se han ido acercando posiciones entre católicos y protestantes en materias de exégesis bíblica, en interpretaciones históricas (temas de historicidad incluidos), en crítica literaria, y en el uso de los métodos bíblicos El signo de los tiempos hace que sea absolutamente necesaria la abundancia de material gráfico, que veo muy atractivo. Estoy de acuerdo también en lo novedoso de los mapas en relieve, expresamente confeccionados para esta edición. La disposición y contenido de los artículos es muy pedagógica. Por tanto, para los que desean iniciarse en el estudio de la Biblia será un instrumento de primera mano. Me interesa también el que no sólo se traten asuntos históricos o de "prosopografía" (todos los nombres propios que aparecen en la Biblia, sino también los temas más importantes de teología bíblica. Espero que les parezca interesante. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www. antoniopinero.com
Jueves, 13 de Septiembre 2012
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Hoy escribe Fernando Bermejo
Es una alegría poder presentar hoy a los lectores una obra que acaba de aparecer en lengua castellana, el Diccionario de la Biblia, una traducción del Herders Neues Bibellexikon, cuya segunda edición apareció en 2009 en la editorial Herder (Friburgo de Brisgovia). Se trata de una obra colectiva de biblistas, tanto católicos como protestantes, mujeres y varones, de Alemania, Austria, Suiza, Canadá, Italia y Bolivia, dirigida por el Dr. Franz Kogler. La obra ha sido publicada ahora por las editoriales Mensajero y Sal Terrae, Bilbao y Maliaño (Santander), 2012. Estará en las librerías (si no ha llegado ya) en los próximos días, pues acaba de salir de la imprenta. El hecho de que la mayor parte de los traductores sean especialistas reconocidos (de Antiguo y de Nuevo Testamento), y que en todo caso la traducción haya sido sometida a una muy concienzuda revisión, ofrece las mayores garantías al lector de que no se encontrará con galimatías ni con los tan habituales disparates. Además, nos consta que las editoriales españolas se han tomado su tiempo (varios años) para hacer su trabajo, de modo que los lectores pueden confiar en la calidad del resultado. ¿Qué tiene de especial este diccionario? Varias características. En sus más de cinco mil artículos, que van desde “Aarón” hasta “zuzeos”, una de sus novedades es recoger, por primera vez en un diccionario enciclopédico, todos los nombres propios de personas y lugares que aparecen en la Biblia. Su reciente fecha de aparición hace que las obras mencionadas, tanto canónicas como extracanónicas, se expliquen a la luz del estado actual de la exégesis. Uno de los rasgos más llamativos de esta obra es la gran cantidad de ilustraciones (en especial fotografías, todas ellas acompañadas de pies de foto) que contiene: más de un millar, a todo color, que hacen la consulta mucho más agradable y amena. La obra contiene, además, un centenar de mapas y una detallada cronología (historia universal y cronología bíblica). De hecho, el material gráfico constituye casi un tercio de la extensión total de la obra. El mimo y la honradez que caracterizan a este trabajo se ha expresado en el hecho de que los responsables de la edición española han mejorado ocasionalmente el original alemán, para hacerlo más actual y fiable. Esa misma honradez se traduce también en la voluntad de mejora por parte de sus responsables. Así, los editores han habilitado una dirección de correo para enviar sugerencias y propuestas de corrección, con el objeto de subsanar errores tipográficos e inexactitudes. Adelanto ya que no se encontrarán muchos. Por supuesto, resulta obvio que en una obra de esta magnitud siempre es posible encontrar algún error o imprecisión. Así que, con espíritu constructivo, me permitiré señalar uno. Bajo la entrada “Crucifixión”, al referirse a la consideración de esta como la forma más cruel de castigo, se cita la expresión latina mors turpissima crucis como proveniente de Tácito (Historiae IV, 3, 14). Esta atribución a Tácito, aunque se halla muy a menudo en la bibliografía, es sin embargo errónea. La cita pertenece en realidad al Comentario a Mateo del alejandrino Orígenes: “non solum homicidam postulantes ad vitam, sed etiam iustum ad mortem et ad mortem turpissimam crucis” (“pidiendo no solo la vida para un asesino, sino también la muerte para un inocente, y además la muerte, máximamente vil, de la cruz”). Como curiosidad, el origen del error parece hallarse en el artículo de J. Schneider en el famoso Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (original alemán), una obra de referencia. Obviamente, alguna imprecisión menor como esta no desmerece en lo más mínimo el conjunto. Aliquando bonus dormitat Homerus. Y lo cierto es que el Diccionario de la Biblia, cuya edición española ha sido tan competentemente dirigida por Ramón Alfonso Díez Aragón, tiene también, por su extensión y su empeño, rango de epopeya. Nuestras calurosas felicidades a las dos editoriales católicas por un trabajo bien hecho: una de esas obras que los interesados en el mundo bíblico deberían tener siempre a mano. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 12 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Muerte de Santiago El alegato pronunciado por Santiago, tan ilustrado por textos de la Sagrada Escritura, fue motivo de disgusto para los escribas y de admiración para las turbas. Los presentes benévolos gritaron a una voz diciendo: “Hemos pecado, hemos obrado injustamente, danos el remedio. ¿Qué podemos hacer?” La solución era la habitual en las parénesis apostólicas: Creer y recibir el bautismo para la remisión de los pecados. Muchos judíos, según el relato del autor, creyeron y recibieron el bautismo. Indignado con ello el pontífice de aquel año, de nombre Abiatar, promovió una grave sedición contra Santiago. Uno de los escribas arrojó una soga al cuello del apóstol y lo arrastró hasta el pretorio del rey Herodes, el hijo de Arquelao. El rey condenó a Santiago a morir decapitado. Cuando era conducido al suplicio, le abordó un paralítico pidiéndole que lo curara de sus dolencias. Santiago le dijo: “En el nombre de mi Señor Jesucristo crucificado, por cuya fe soy conducido a la muerte, levántate sano y bendice a tu Salvador” (c. 8,3). Se levantó al punto el paralítico y empezó a correr bendiciendo a Dios. Al ver el prodigio aquel escriba, llamado Josías, el que había echado la soga al cuello del apóstol, se arrojó a sus pies suplicando que le perdonara y que lo hiciera discípulo del hombre santo. Santiago le exigió un acto de fe y que creyera que Jesucristo era el Hijo de Dios. Josías respondió con un “yo creo”, y afirmaba que ésa era ya su fe desde ese momento. El pontífice Abiatar oyó aquella clara confesión y ordenó detener al escriba. Le intimó a maldecir el nombre de Jesús, pues de lo contrario padecería la misma pena que el apóstol condenado. La respuesta del escriba a las amenazas del pontífice no abrigaba duda: “Maldito seas tú y malditos sean todos tus días”. Por el contrario, se mantenía en la actitud de bendecir el nombre de Jesús. Abiatar abofeteó al escriba y envió una relación a Herodes suplicando que fuera decapitado junto con Santiago. Llevados el apóstol y Josías al lugar del suplicio, pidió Santiago que le trajeran agua. Cuando la recibió, preguntó a Josías: “¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios?” “Si creo”, respondió el escriba. El apóstol lo bautizó y le dio el ósculo de paz. Puso luego la mano sobre la cabeza de Josías, hizo en su frente la señal de la cruz y ofreció su cuello al verdugo. A continuación, Josías, ya cristiano perfecto, recibió exultante la palma del martirio por aquél a quien Dios envió al mundo para nuestra salvación, “a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos” (c. 9,3). (Santiago el Mayor, cuadro de José Ribera, el Españoleto, s. XVII) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 10 de Septiembre 2012
Notas
El autor del libro, cuyo material hemos resumido antes de ofrecer una crítica, me envía sus aclaraciones. Estimo que es conveniente que los lectores las tengan antes de que el viernes que viene (14 septiembre 2012) presente mi propia crítica
COPIA Estimado D. Antonio. Quiero agradecerle sinceramente su crítica de mi libro. Por si pudiera servir para esclarecer algún que otro punto en el que acaso pudiera explicarme mejor, le hago el siguiente resumen sobre mi trabajo y posición particular: En mi obra me planteo varias cuestiones que trato de responder a partir de los datos o evidencias e hipótesis o interpretaciones disponibles: <!--more--> - ¿Existió Jesús? (resumiéndose en una primera tabla, págs. 54-55, las razones para defender un “sí” o para inclinarse por un “no”.) Mi “sí” va con reservas y sólo para una parte del personaje, presidida por aquellos aspectos que supera la “Lectio difficilior”. - ¿Qué cuenta Pablo? (Y qué nos cuentan otros posibles autores: historiadores, literatura rabínica, evangelistas, “cristianos” de principios del segundo siglo: los gnósticos, Ignacio de Antioquía y otros primeros padres y apologetas...) Realmente poco para construir cualquier biografía humana, aunque en el conjunto de tradiciones que recogen los evangelios, incluye un personaje que participa del credo paulino: un hombre-dios salvador que muere y resucita, y vendrá en breve a completar su misión, la esperanza y promesa redentora, los sacramentos (vivificantes y fraternizadores), el pacifismo universalista y cuasi conformista, etc. - ¿Cómo se construye el material evangélico? I. La primera de estas cuestiones comienza distinguiendo (como hacen los historiadores en general, y Vd. y Puente Ojea en particular) entre el Hombre-Dios que se encarna y muere por nuestra Salvación eterna, que forma parte de un mito preexistente en el tiempo a cualquier tradición sobre el Jesús evangélico, y el hombre concreto que pudo existir (y probablemente existió). Pero el Jesús evangélico es un personaje mixto, complejo y contradictorio, que suma varias capas e incluso interpolaciones que han ido siendo explicadas a la luz de la evolución doctrinal del que se fue constituyendo (al menos desde mediado el siglo II) credo cristiano mayoritario. Es por ello que, incluso despojado de cualquier deificación (y distorsión confesional, en general), seguimos estando ante un personaje complejo y poco creíble del estudio de las escasas fuentes disponibles para su reconstrucción. Los estudiosos (filólogos e historiadores especializados) han ido depurando numerosas interpolaciones y hallando (o denunciado) numerosas copias parciales de textos preexistentes, tanto míticos y religiosos como literarios; tanto de origen griego o romano (a veces una remodelación de escritos o tradiciones cuyo origen es anterior y foráneo: egipcio, persa…), como judío. Pero, a la hora de separar lo más probable de lo menos factible, tanto en referencia a la biografía, como a las palabras y convicciones del personaje que buscamos, los estudiosos más serios siguen un método que distingue entre “lectio diffilior” (lecturas extrañas, que vayan a contracorriente de la propia evolución del pensamiento cristiano, o sean difíciles de justificar desde su idealización progresiva) y “lectio facilior” (las que favorecen las modificaciones explicables desde la evolución ideológica, confesional y cultual que conocemos), entre otras consideraciones, prefiriendo siempre la primera. Distinguen, además, diversas tradiciones, tipos de textos superpuestos o recosidos, capas y subcapas del relato sinóptico, etc. Resumiendo mucho, tenemos un personaje verosímil que predicó la Buena Nueva, el advenimiento próximo del Reino prometido por los profetas para el Final de los Tiempos, que se movió por las aldeas próximas al Mar de Galilea (o Lago de Genesaret) y entró en Jerusalén con pretensiones de depuración y liderazgo nacional-religiosos, enfrentándose al sumo sacerdocio “ilegítimo” y al conjunto de judíos colaboracionistas (herodianos, saduceos…). Un personaje del que quedan frases probables (en especial las que surgen de su “lectio difficilior”), otras más discutibles y unas terceras bastante improbables (atribuidas falsamente y a veces demostradas como interpolaciones incluso tardías). Un personaje que fracasa tanto en sus probables profecías esperanzadoras (para los judíos) como en sus posibles pretensiones mesiánicas; si bien es reconvertido en deidad en el marco de otra cultura y lengua, por seguidores que lo idealizan (hacen de él un Maestro pacifista y universalista; un hombre cuasi perfecto, además de un Dios). II. Pablo cuenta bien poco. Cuesta adivinar si se refiere a un hombre recientemente muerto en la Tierra y no son pocos los autores que lo ponen en duda. “Sabe” mucho por inspiración mística directa, que hace derivar de la lectura de las Escrituras. Pero “sabe” que Jesús es judío, preexistente en el tiempo a su nacimiento terrenal, Segundo Adán, mediador, Hijo de Dios, Cristo celestial, Salvador, Cordero Pascual, sacrificado (traspasado o colgado) por los arcontes, que descenderá viniendo al encuentro de sus creyentes o escogidos para presidir, junto a los resucitados dignos de ello y a los creyentes (o “santos”) supervivientes de las iglesias paulinas, para inaugurar el Reino del Fin de los Tiempos. No nos sirve Pablo para reconstruir el personaje histórico que buscamos. Sí, el dios y la doctrina de salvación que le es inherente, además de los principales sacramentos (no tan exclusivos del cristianismo, según se explicita). III. Pero la doctrina que Pablo sigue, en fin, se incluye en los textos evangélicos. Su Dios, Salvación, Resurrección (con algunos matices considerablemente añadidos) y esperanza de regreso instaurador del Reino, son claramente recogidos, junto a milagros de diversos orígenes y frases que en buena parte tienen un origen incierto. Sobre los dichos de Jesús, parece reconocerse la existencia de una tradición que hoy se estima la primera de todas (mito mistérico-salvífico aparte) las que componen el material evangélico: una serie de dichos de sabiduría sobre la que se superpone otra de dichos de signo escatológico-proféticos y, por último, un relato biográfico final. Un relato que en un principio podría no incluir un tipo de muerte concreta (ni, menos, una ejecución); ni, tampoco, claro está, una resurrección. La obra trata de explicitar de dónde proceden los añadidos literarios y las muertes teóricas, así como la evolución de estos relatos. Finalmente, se incluyen tesis atrevidas, dándole algo más de extensión a la de Cascioli, referida a un personaje (Juan de Gamala) que, aunque muere en una fecha posterior y bajo otro gobernante romano (año 46, Tiberio Alejandro), guarda un cierto paralelismo en procedencia plausible, características de la ciudad (Gamala y el Nazaret descrito en los evangelios), nombre (y sobrenombres) de sus seguidores y lugares de predicación (Genesaret) con el Jesús evangélico. Gracias por su atención y un saludo siempre admirado, D. Antonio. FIN DE COPIA Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 8 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El título de esta postal es el de la obra que comentaremos. El autor: José Manuel Barreda Arias, Editorial Palibrio, Bloomington (Indiana EEUU). Venta por correo. ISBN: 978-1-4633-1785-0. Versión electrónica 978-1-4633-1787-4. El autor de este libro no es un historiador profesional, sino un médico cuya afición es el cristianismo primitivo y en concreto la figura de Jesús. Durante años ha ido recogiendo datos, haciendo lecturas para preparar un libro sobre Jesús con la inatención de abordar, desde un punto de vista no confesional, los temas que él cree cruciales respecto a Jesús, su figura y su mensaje… y ante todo su interpretación como “posible figura histórica”. El autor se confiesa partidario de la probable existencia de Jesús; cree que hay un consenso básico en la historiografía sobre los hechos esenciales de la vida del personaje, pero que aún falta bastante para llegar a un acuerdo final entre los investigadores respecto a todo el conjunto. Por ello trata de resumir y divulgar las investigaciones que cree serias y actuales sobre Jesús. El autor no despacha sin más las posiciones negacionistas, sino todo lo contrario. Es a la que más páginas otorga, pues considera probables la hipótesis de algunos investigadores -– aunque admite que son neta minoría— quienes sostienen la no existencia histórica del personaje Jesús; ahora bien, desea sospesar de nuevo sus argumentos. Es sorprendente en un libro que el autor acepte sus limitaciones personales en cuanto que por su profesión y formación no puede auto alinearse con los estudiosos que han dedicado su vida profesional entera el estudio de Jesús (filólogos e historiadores, bien formados en materias muy diversas), pero se cree lo suficientemente capacitado para hacer resúmenes fidedignos de las opiniones más importantes y enfocarlos con un sentido crítico riguroso. Las primera y segunda partes del libro vuelve a tocar el tema de la existencia, o no, histórica de Jesús, centrándose como guía en una obra de Gonzalo Puente Ojea (La existencia histórica de Jesús; Madrid, Siglo XXI, 2008). Estudia en ella sobre todo las probabilidades de verosimilitud de la versión paulina de Jesús; los argumentos de los negacionistas, centrándose sobre todo en las teorías de Arthur Drews, aunque con citas de Earl Doherty, Guy Fau, Luigi Cascioli y G. A. Wells, a los estudiará a fondo más tarde; la crítica de los argumentos de los que admiten la existencia de Jesús y sus debilidades, y concluye con un “estado actual de la cuestión” en el que dubitativamente cita como final al estudioso norteamericano Robert W. Funk (miembro del “Jesus Seminar”) que afirma: “Como historiador no sé con certeza si Jesús realmente existió, o si es algo más que una quimera (…) el Jesús que los eruditos han aislado en los antiguos evangelios, henchidos de la voluntad de creer, puede ser solo una imagen que refleja nuestros más profundos anhelos” (p. 109). La parte tercera aborda el estudio --con notables ribetes de escepticismo en cuanto a lo que podemos llegar a saber en verdad de ellos-- de los documentos y fuentes del cristianismo primitivo: la formación de los evangelios sinópticos; las fechas de los escritos neotestamentarios; la formación de la historia canónica y las críticas negacionistas de ella, el Evangelio de Juan, Ignacio de Antioquía, Padres Apostólicos, Apologetas, hasta Marción ( hacia el 150 d.C.) La cuarta parte, Jesús de Nazaret, incide ya directamente en la figura de Jesús y su contexto, en precisar de qué Jesús se trata desde el punto de vista estrictamente histórico, cómo interpretar el posible mesianismo de su figura como tema central de ella. En este apartado hace el autor una crítica de los evangelios, cuyos autores, en su opinión, se inspiran demasiado en fuentes griegas, romanas, egipcias, alejandrinas y judías para formar una imagen artificial de Jesús; aborda también el estudio de lo que estima interpolaciones de los evangelios (romanizadoras; trinitarias, favorecedoras de la primacía de Pedro; justificadoras del retraso de la parusía), y la posibilidad, señalada por diversos autores, de falsificaciones masivas en los Evangelios hasta el siglo IV. La figura de Pablo y sus iglesias ocupa la parte V de la obra. En ella el autor se muestra tan crítico con la construcción paulina de Jesús que puede plantearse hasta la cuestión de si Pablo es culpable o inocente de una falsificación; llega incluso a mostrar teorías diversas con dudas sobre la existencia histórica del Apóstol (Siguiendo a Fernando Klein en su obra 101 preguntas sobre el cristianismo, Cádiz, Edit. Absalón, 2010) y cómo existen posibilidades de mostrar una “curiosa evolución del mesianismo desde el Antiguo Testamento a los Evangelios, pasando por Pablo y Marción”. No abraza del todo el autor ciertas interpretaciones extremas, pero las exponen con tanta extensión y respeto que parece incitar al lector a creer que está mucho más de acuerdo con ellas que con las opuestas. La parte VI está ocupada en el estudio de la evolución del cristianismo según los negacionistas (y su contradicción o crítica). El autor aborda el resumen de las tesis de Earl Doherty (The Jesus Puzzle = El rompecabezas de Jesús de 1999; de Luigi Cascioli (La favola de Cristo, Roma 1997; 2ª edic. 2006) y de nuevo Fernando Klein (101 preguntas sobre Cristo). Las conclusiones obtenidas de los argumentos expuestos son provisionales para el autor: el estudio de la historia por ambas partes (afirmadores de la existencia de Jesús y negacionistas) es profundo y crítico, pero el resultado sólo es satisfactorio en cuanto a expurgar elementos advenedizos, falseadores y mitificadores de lo que pudo ser la figura y misión de Jesús. Por último, la parte VII expone a los lectores las hipótesis que considera más atrevidas sobre la no existencia de Jesús: F. Conde Torrens (El grupo de Jerusalén, Pamplona, 2002; Simón ópera Magna, Pamplona Edic. Alta Andrómeda 2004; de nuevo, pero con una exposición más amplia, surge la obra de Luigi Cascioli; aborda de un modo indirecto (por los resúmenes de ideas expuestos por M Baigent y R. Leigh en la Conspiración del Mar Muerto, sic, de 1991) Robert H. Eisenmann, Maccabees, Zadokites, Christians and Qumran, Leiden 1983; Francesco Carotta, War Jesus Caesar, del año 2000, expandido en su versión italiana Il cesare incognito. Da divo Giulio a Gesù, de 2003, apenas sometiéndolas a crítica. La conclusión del libro presenta una suerte de tabla de las teorías generales acerca de Jesús, que van desde el negacionismo a la más pura ortodoxia católica y algunas lecciones personales que el propio autor ha obtenido de sus lecturas: 1. “Lo posible”: aunque no hay pruebas objetivas de que Jesús haya existido queda para él del Jesús histórico una mínima historia que en realidad coincide con la sustancia de lo que se dice sobre Jesús --desde la aparición del personaje que predica la buena nueva de la cercanía del reino de Dios hasta su muerte en cruz—con lo que puede verse en historiadores independientes. Aunque, naturalmente, aparte de los meros hechos desnudos, considera el autor que toda el intento historiográfico que pase de ahí se expone a creer como válido lo que es un puro invento, desarrollo posterior, de las generaciones de creyentes en Jesús. 2. Las posiciones de Jesús y de Pablo son encontradas, en realidad solo “están de acuerdo” en su predicción, fracasada, de un fin del mundo inmediato. Pablo es un visionario al que hay que hacerle poco o ningún caso. 3. El Jesús que pudo existir fue un personaje que se sintió mesías, pero de quien razonablemente no se puede decir si lo fue al uso de su tiempo (un mesías celota y guerrero) o un mesías pacifista radicalmente diferente. 4. La posición ortodoxa respecto a Jesús debe precisar y valorar mejor el material evangélico, por ejemplo, el gran número de contradicciones entre ellos y obtener las consecuencias. Del mismo modo ha de valorar también ciertos hechos, como la “purificación del Templo”, de los que pueden obtenerse muchas conclusiones sobre cómo fue Jesús… que no se obtienen. 5. La ética de Jesús, quizás la parte más rescatable para nuestro mundo de hoy, centrada en un Padre amoroso y el amor al prójimo, es sin duda importante, pero en absoluto novedosa y es una mezcla heteróclita de muchos elementos de otras culturas religiosas. Hasta aquí el amplio resumen del contenido de este libro. Como puede observarse, hay mucho que matizar. Lo haremos la próxima semana, aunque contentándonos en las líneas generales. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 7 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Hace algunas semanas, un amable lector argentino del blog de Tendencias21 escribió un extenso comentario a una de mis postales, que le agradezco sinceramente. Reproduje la semana pasada las partes de su texto que realizan afirmaciones críticas, y hoy escribo una respuesta. De entrada, he de confesar que algunos presupuestos erróneos de esa carta –así como de otras observaciones recibidas– dependen en buena medida del hecho de que yo no he presentado una hipótesis de manera sistemática, sino que solo he abordado algunos de sus aspectos, en un blog, de manera rapsódica. En estas circunstancias, a menudo cada cual es libre de hacer suposiciones, en función de las ideas preconcebidas que alberga sobre el tipo de hipótesis aludidas. A partir de ahora, creo que puede ahorrar malentendidos, y ser intelectualmente más interesante para los lectores interesados, que les remita a trabajos publicados, y eso haré en su momento. Nuestro lector empezaba escribiendo: “Lo que pienso es que la crucifixión de Jesús, solo o acompañado, no basta para afirmar de manera irrefutable que estamos ante la presencia de un fanático religioso, cabecilla de un movimiento armado destinado a imponer por la fuerza el Reino de los Cielos” Dicho así, totalmente de acuerdo. Pero es que ya esta frase muestra, a mi juicio, hasta qué punto –como ya he afirmado, por supuesto inútilmente, en varias ocasiones- las hipótesis incómodas pueden ser sistemáticamente caricaturizadas e imaginadas(lo grave es que esto no ocurre solo en el plano popular, sino también en el académico). Con ello no quiero decir que sean caricaturizadas conscientemente –no tengo razón alguna para creer que el autor de la carta no sea una persona reflexiva e intelectualmente honrada–, pero las maneras que los humanos tenemos de distorsionar inconscientemente lo que nos desagrada son bastante conocidas como para insistir en ello. La idea de que Jesús creyó que el Reino de los Cielos se impondría por la fuerza de las armas ni se me puede achacar a mí, ni se encuentra en autor alguno que yo conozca (no pierdo mi tiempo con literatura-basura). Desde luego, no en Eisler, no en Brandon, no en Maccoby… De hecho, esa idea es una contradictio in terminis: el Reino de los Cielos –o Dios- es de los Cielos –de Dios-, y por tanto llegará cuando los Cielos –Hashamayim-, o Dios, quiera(n). La idea de que es posible probar una hipótesis global “de manera irrefutable” sobre una figura histórica del pasado lejano, sobre la cual disponemos casi solo de fuentes sesgadas, jamás la he mantenido, y no la mantiene ningún autor en su sano juicio. En la reconstrucción de Jesús, como en las demás, jugamos siempre con hipótesis. De lo que se trata es de mostrar cuál es la más probable (lo cual, por consiguiente, no equivale desde luego a mantener la frecuente posición “relativista-dogmática” según la cual “el cuento que yo (me) cuento es tan respetable como la hipótesis del vecino”: no es igual 8 que 80). La idea de que la crucifixión de Jesús, solo o acompañado, basta para afirmar algo con un mínimo de plausibilidad, no es mantenida –que yo sepa- por ningún autor, y desde luego no por mí. Aunque solo sea por la sencilla razón de que en el mundo humano la injusticia y los abusos de poder son moneda demasiado corriente, y hasta de curso legal, y por tanto la crucifixión como tal no indica nada, pues podría ser el resultado de un error judicial, de la presión de un grupo poderoso, del capricho de un prefecto romano, y de otras cosas por el estilo (todo esto se ha barajado para explicar la muerte de Jesús). Pero el hecho es que en el caso de Jesús no tenemos solo la crucifixión: tenemos mucho material neotestamentario convergente, una parte del cual –pero solo una parte– ha sido citado ya varias veces en este blog. A título informativo, una sección de un artículo que estoy escribiendo al respecto contiene prácticamente una treintena de elementos: la crucifixión es solo uno de ellos, y el asunto de los co-crucificados es solo otro. En cuanto a la posibilidad de visiones y sensibilidades diferentes en el seno del grupo de Jesús (“La heterogeneidad de un movimiento que […] bien pudo haber contado con un ala radicalizada que en el contexto del creciente descontento que provocaba la ocupación romana y en el marco del liderazgo que Jesús ejercía, en un momento, la autoridad romana lo haya visto como al referente al que había que imponerle un castigo ejemplar y definitivo”), tampoco veo que nadie lo niegue. Pero uno debería preguntarse si la atribución de las visiones radicalizadas a alguien diferente de Jesús es realmente algo más que una (burda) estrategia apologética para librarse fácilmente del problema del material violento (una estrategia comparable a la de decir que un discípulo que tira de espada es, según convenga, un mero “simpatizante” o un “discípulo importante”). Uno puede especular cuanto quiera, pero la cuestión es que quien pronuncia la frase de Lc 22:36 es Jesús, quien tuvo pretensiones regio-mesiánicas fue Jesús, quien fue crucificado como “rey de los judíos” fue Jesús, quien fue acusado de resistirse al pago del tributo fue Jesús, y de quien nos cuentan las fuentes que era el maestro de su grupo y hablaba con autoridad, etc., etc., era Jesús. Por lo demás, respecto al “pudo haber”… la reconstrucción histórica no consiste simplemente en barajar alegremente posibilidades, sino que consiste en proponer la hipótesis más probable y más explicativa, en función de la totalidad del material disponible. Respecto a la posibilidad de una consideración histórica de las palabras de los crucificados, hay casi unanimidad en lo contrario. Pero no tengo dificultad alguna en conceder que eso no es un argumento válido (a mí la unanimidad de la academia, en especial cuando hablamos de historia del cristianismo antiguo, a menudo me provoca la risa). Sobre este tema, al que dedico una parte no menor de otro artículo que estoy escribiendo, se me permitirá que me exprese cuando se haya publicado mi artículo. Hace el lector muy bien en suponer que los co-crucificados con Jesús fueron seguidores suyos (algo que ya afirmaron Eisler, Brandon, Maccoby, y otros), y también en prestar atención al diálogo que supuestamente sostuvieron los tres crucificados, pues resulta mucho más enjundioso de lo que parece, pero le sugiero que intente deducir de ese diálogo no lo que se dice habitualmente que dice, sino lo que realmente implica, que no va precisamente en el sentido que quisieron los autores de los Evangelios, ni del que acostumbran a proclamar los estudiosos modernos. A veces, un texto dice más de lo que pretende su autor... Por último, respecto a la pregunta “Si Jesús era un líder que luchaba contra los romanos, si esa era más que una veta dominante en su heterogéneo movimiento, si eso fue lo que estuvo en la médula de su convocatoria a los galileos de entonces ¿por qué el evangelista Marcos estaba interesado en dar una imagen pacífica de su maestro cuando la violencia se expandía con más fuerza y la misma podía estimular las expectativas de victoria e inminente intervención divina?”... La respuesta a esta pregunta es doble. Por un lado, aunque yo estoy virtualmente convencido de que Jesús estuvo implicado en al menos un acto de sedición, en el que se manejaron armas –y de que Jesús se opuso al pago del tributo a Roma, y tuvo pretensiones regio-mesiánicas–, y de que por tanto la crucifixión colectiva no fue ningún error, no lo estoy de que la resistencia armada estuviera “en la médula” de su programa. Tal vez no lo estuvo. Si a esto añadimos que la crucifixión obligó a repensar las cosas, la respuesta a la pregunta me parece ser relativamente sencilla: cuando se escribieron los Evangelios, al menos el grueso de los seguidores de Jesús –incluyendo a los autores de los Evangelios canónicos– llevaban tiempo habiendo optado por excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento. Por tanto, a esas alturas se habían tomado ya otros derroteros. Con mi agradecimiento de nuevo. Saludos de Fernando Bermejo
Miércoles, 5 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Relación de Santiago con sus adversarios. Conversión de Hermógenes Cuando Fileto desató a su antiguo maestro y lo dejó libre, Hermógenes quedó abatido y confuso. Santiago no le exigió ni siquiera que se convirtiera. Decía incluso que no es propio de la doctrina de Cristo que alguien se convierta a la fe contra su voluntad. El converso debía actuar con plena libertad. Hermógenes solicitó del apóstol protección contra el furor de los demonios. Santiago le entregó su propio bastón diciéndole: “Toma mi báculo de viaje, con él irás seguro adonde quieras” (c. 3,6). Hermógenes lo tomó estremecido y se marchó confiadamente a su casa. Cuando el que fuera experto en la práctica de las artes mágicas llegó a su casa, tomó todos sus libros y los depositó en unas valijas que cargó sobre sus hombros y los de varios de sus discípulos. Pensaba destruirlos en el fuego, pero Santiago se lo impidió. Le recomendó que los colocara en unos receptáculos, pusiera en ellos piedras y plomo, y los arrojara al fondo del mar. Hermógenes cumplió con exactitud la recomendación y regresó para postrarse a los pies del apóstol y pedirle que lo acogiera como digno penitente. Santiago le brindó la mejor forma de conseguir la reconciliación: “Si ofreces a Dios una verdadera penitencia, conseguirás un perdón verdadero” (c. 4,2). Hermógenes consideraba que su penitencia era verdadera al haberse desprendido de todos sus libros y herramientas de magia como si representara una renuncia definitiva a su vida pasada. Santiago le propuso todavía una forma de practicar la penitencia o cambio de mentalidad (metánoia). Se trataba de una rectificación en toda regla. Es decir, debía vivir una vida contraria a la que había vivido hasta entonces. Tenía que devolver al Señor lo que antes le había robado, enseñar a sus discípulos que era falso lo que antes consideraba verdadero, y que era verdadero lo que les decía que era falso. Debía destruir al ídolo al que adoraba y cuyos presuntos oráculos comunicaba, gastar con buen fin el dinero que había conseguido con malas artes, seguir a Dios como hijo lo mismo que antes había seguido como hijo al diablo. Santiago concluía asegurando que Dios, que tan bien se había portado con Hermógenes cuando era malo, se portaría con él de forma especialmente benigna cuando abandonara la magia y se dedicara a la práctica de las buenas obras (c. 4,3). Hermógenes obedeció en todo a Santiago y se hizo perfecto en el temor de Dios. Su conversión no tenía fisuras. Pero a la vez, los judíos, cuando vieron que Santiago había convertido a la fe cristiana al mago considerado como invencible, reclutaron con dinero a dos centuriones para que detuvieran al apóstol de Jesús. Los fariseos le echaban en cara que predicara a Jesús, un hombre que había sido crucificado entre otros delincuentes. Santiago les dirigió un ardiente alegato de carácter apologético. El argumento fundamental de Santiago era que Abrahán había sido llamado amigo de Dios cuando todavía ni se había circuncidado ni recibido la ley de Dios, sino porque había tenido fe. En consecuencia, si el santo patriarca fue amigo de Dios por haber creído, serán ahora enemigos de Dios los que no crean. Los judíos argumentaban que el que no creía era el que había abandonado la fe de sus padres. Santiago compuso entonces una larga respuesta a base de citas bíblicas, recordando las promesas de Dios a Abrahán, el vaticinio de Isaías sobre la virgen que daría a luz, el de Jeremías sobre los milagros del futuro Mesías, el “hijo del hombre” de Daniel, el de David cuando anunciaba que taladraron las manos y los pies del siervo de Yahvé y otros argumentos por el estilo. Recurría a los textos que auguraban una subida a los cielos (Sal 68,19) y hasta el reinado a la derecha de Dios (Sal 110,1). No faltaban en la alocución de Santiago nuevas referencias a diversos datos del Nuevo Testamento. Según esos datos, se han cumplido los vaticinios anunciados por los Profetas. La actividad taumatúrgica de Jesús fue ejercida con una generosidad, que fue correspondida por los judíos con ingratitud según el dicho de David: “Me devolvían males por bienes y odio por amor” (Sal 109,5). A los numerosos y variados milagros hechos por Jesús, los judíos correspondieron proclamándolo reo de muerte (Mt 26,66). Terminó Santiago sus palabras reprendiendo la incredulidad de los judíos frente a tantos argumentos, cuando muchos gentiles habían creído en las enseñanzas de Jesús. (Santiago el Mayor, del Pompeo Batoni, s. XVIII) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 3 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos la breve reseña de esta obra con una última observación a propósito de una parte del título de la obra: “Orígenes del cristianismo”. Como sabemos, el cristianismo primitivo se basa en la reinterpretación de la Escritura, aplicando a Jesús los pasajes entendidos como mesiánicos, o descubriendo ese sentido en otros pasajes y sosteniendo que se refieren a Jesús. Es sabido que Pablo redefine y reinterpreta textos de la Escritura, de Génesis, Salmos, Deuteronomio e Isaías principalmente, tanto en Gálatas como Romanos, dándoles un sentido muy poco o nada usual entre los judíos de su tiempo. Su “evangelio” se centra en la proclamación de Jesús como mesías y en lo que Dios ha hecho a través de él en la plenitud de los tiempos. Su interpretación de la muerte y resurrección de Jesús conforman la figura de un “cristo celeste”, cuyos rasgos se apartan notablemente de lo que pensamos que el Jesús histórico pudo pensar de sí mismo y de su peripecia acontecida en Jerusalén. De igual modo, el autor de Hebreos, que escribe bastante después de Pablo, reinterpreta en parte el pensamiento de Pablo, que por entonces era ya el maestro indiscutible del cristianismo en su rama “gentil”, es decir, de los grupos cristianos compuestos mayoritariamente de paganos conversos a la fe en Jesús. Por ejemplo: en sus cartas, Pablo nunca habla mal del templo de Jerusalén, e incluso alberga una interpretación sacrificial de la muerte de Jesús, que “quita los pecados del mundo” (como dirá expresamente Mateo en el relato de la Última Cena…). Pero a la vez el Apóstol nunca se muestra ardorosamente partidario, ni mucho menos, de los sacrificios del Templo que aun estaba en pie su vida, y hay notables investigadores paulinos hoy día que sostienen que el Apóstol no construye de manera expresa su intelección de la muerte expiatoria de Jesús sobre la plantilla intelectual de los sacrificios cruentos del Templo. Y esto, a pesar de que Pablo afirma expresamente que “Cristo nuestra Pascua, fue sacrificado” (1 Cor 5,7). Pues bien, el autor de Hebreos, sigue esta tendencia, más o menos implícita en Pablo, pero avanza sobre su pensamiento y liquida dentro de su concepción cristiana todo posible culto en el Templo. Ciertamente éste estaba ya destruido, pero los judíos de su época pensaban aún que sería reconstruido tan pronto como fuera posible. En la teología del autor de Hebreos no cabe el concepto de sacrificios múltiples en él ofrecidos a Dios. Por el contrario, hace de Jesús algo impensable: no sólo lo presenta como sacerdote (nunca lo fue), sino sumo sacerdote, y sostiene que el sacrificio de su vida fue y será el único sacrificio válido que hace superfluos cualesquiera otros sacrificios que pudieran ofrecerse en un futuro templo reconstruido. La reinterpretación del Jesús histórico y del pensamiento del mismo Pablo es impresionante. El desarrollo del cristianismo es totalmente así: un proceso de reinterpretación: Jesús reinterpreta la Ley; Pablo reinterpreta a Jesús; los discípulos de Pablo (por ejemplo, los autores de Colosenses y 2 Tes) reinterpretan a su maestro Pablo; Efesios reinterpreta Colosenses; el Evangelio de Juan reinterpreta el material sinóptico que tiene sin duda ante sus ojos (el material que se muestra en Marcos, Mateo y Lucas); los teólogos de finales del siglo II (Clemente e Ireneo) reinterpretan la teología de los evangelistas; los gnósticos reinterpretan por su lado todo el material evangélico; los Padres de la Iglesia reinterpretan la teología, notablemente más sencilla, de los siglos anteriores a ellos, etc. Y así hasta hoy. La reinterpretación es la esencia de la dinámica evolutiva del cristianismo. No es difícil pronosticar, con el cambio de paradigma cosmológico (de interpretación del universo) que implica la era en la que vivimos, que el cristianismo de dentro de 50 años (si sigue viva la humanidad) será muy distinto al cristianismo de hoy. Cualquier deseo fundamentalista de detener este proceso, que está en la esencia del cristianismo, está condenado al fracaso. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 2 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Y ahora tomo el caso de un artículo sobre tema neotestamentario de este volumen III: “El Hijo y los hijos. Filiación y sufrimiento a propósito de Heb 5,8 y 12,1-11” de César A. Franco Martínez, obispo auxiliar de Madrid. Este trabajo tiene valores intrínsecos, en sí mismo, pues explica muy bien el texto de Heb 5,7-8 y cómo su fondo teológico no tiene que unirse con el pensamiento de la “corrección” de los cristianos por parte de Dios en su vida diaria. Sabemos perfectamente que el autor de este “discurso de exhortación” (Heb 13,23) “hace un alarde de una extraordinaria capacidad creadora al presentar a Jesús con el título de sumo sacerdote de la nueva alianza” (Franco Martínez, p. 155), como Hijo preexistente, que se encarna llegada la plenitud de los tiempos, que ejecuta un sacrificio como sacerdote según el culto que él mismo, como mesías divino ha instituido, para el perdón de los pecados de toda la humanidad (p. 155)). Para el autor de Hebreos, Hijo y Sumo Sacerdote “son dos títulos que van a la par y que se complementan teológicamente” (p. 156). Vuelvo a mi queja básica: nos preguntamos enseguida como historiadores: ¿De dónde han salido estos teologuemas? ¿Qué relación tienen con el Jesús de la historia? Y si pensamos que históricamente no tiene ninguna, ¿cómo se ha llegado a esta teología que modifica sustancialmente la figura y misión del Nazareno? De acuerdo con mi argumentación anterior, a estas preguntas podríamos responder como lectores si en los volúmenes previos se hubieran tratado ya sistemáticamente los temas de la filiación en Jesús de Nazaret, en Pablo de Tarso y en los Evangelios. Por tanto este estudio, con sus conclusiones queda totalmente aislado, sin contexto alguno, sin justificación de su porqué y como prendido en el aire. Del mismo modo: como señalamos en el resumen de la semana anterior, este volumen III termina prácticamente con cuatro estudios sobre la filiación de Jesús, la cristología en general de Justino Mártir o la filiación del cristiano según el mismo Justino (floruit hacia el 150 d.C.). ¿Cómo comparamos –tal como dijimos-- el pensamiento de Justino con el de Jesús, el de Pablo o el de los Evangelistas (los que Justino cita ya como “memorias de los apóstoles” o “evangelios”)? Todo ello queda también igualmente en el aire. Y no digamos el estudio sobre la filiación en los gnósticos setianos (de Fernando Bermejo), excelente en sí…; pero los gnósticos ofrecen una lectura muy peculiar, extraordinariamente peculiar de Jesús…; ¿podemos contrastarla con ésta? Respecto al tema del mesías como “Hijo de Dios” existen una excelente obra monográfica de John J. Collins-Adela Yarbro Collins: King and Messiah as Son of God. Divine, Human, and Angelic Messianic Figures in Biblical and related Literature ("Rey y mesías como Hijo de Dios. Figuras mesiánicas divinas, humanas y angélicas en la Biblia y en la literatura relacionada"), Eerdmans, Grand Rapids-Cambridge U.K. 2008, que ofrece un estudio sistemático de los temas principales que deben abordarse en la Biblia en general, en la literatura del Segundo Templo y en el Nuevo Testamento. A vista de pájaro son los siguientes: • “El rey como hijo de Dios y la realeza en los escritos deuteronomísticos y en los Profetas”; • “Mesías e hijo de Dios en la época helenística!; • “Mesías e Hijo del Hombre”; • “Jesús como mesías e hijo de Dios en las Cartas de Pablo y en los Evangelios”; • “Jesús como Hijo del Hombre”, y • “Mesías, hijo de Dios e Hijo del Hombre en el IV Evangelio y en el Apocalipsis”. Pienso que el enunciado de estos temas es de por sí interesantísimo, y creo que los responsables de los congresos futuros sobre la “Filiación” deberían de encargar ponencias sobre ellos y sobre todos y cada uno de los textos bíblicos y parabíblicos estudiados en esta monografía. Y luego contrastar resultados con ella y otras publicaciones (hay muchas, evidentemente; hasta 1978 aparece recogida lo esencial en Martin Hengel, El Hijo de Dios. El origen de la cristología y la historia de la religión judeo-helenística, Salamanca 1978, libro que he discutido a fondo en la obra colectiva Biblia y Helenismo. Pensamiento griego y formación del cristianismo, El Almendro, Córdoba, 2006, pp. 471-534). Y volviendo al tema del artículo sobre Hebreos 5,7-8 y 12,1-11, que ha dado origen a estas disquisiciones, debo insistir en que está bien en sí mismo aunque el tema pueda parecer marginal en Hebreos. Es erudito (el autor hizo su tesis doctoral sobre esta “homilía) y aprovecha sus muchas lecturas; se circunscribe al tema, está bien expuesto y es interesante desde el punto de vista confesional… aunque no discute en absoluto la relación que la interpretación de Jesús del autor de Hebreos tiene con el Jesús de la historia…algo que me interesaría mucho y a otros también. Como punto interesante deseo destacar en el artículo de Franco Martínez el análisis y traducción propuestos para Heb 5,7-8. Parte de la traducción clásica de Nácar-Colunga (1944): “Habiendo ofrecido (griego prosenénkas) en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte fue escuchado (eisakoustheís) por su reverencial temor. Y aunque era Hijo (kaíper ôn hyiós) aprendió (émathen) por su mandamientos la obediencia”. Franco Martínez critica esta traducción que parece un calco de la Vulgata. Además la critica también por el sentido pues contradice lo que sucedió en la escena de Getsemaní: de hecho el Hijo no fue escuchado por el Padre. Basándose en los estudios del sustrato arameo de los Evangelios de M. Herranz Marco , Huellas del arameo en los evangelios en la catequesis cristiana primitiva (SSNT 5), Madrid 1977, 277-332, acepta la sugerencia de este último autor de que el griego kaíper = “aunque” del texto de Hebreos puede significar algo distinto de “aunque”, a saber “pues”, como aparece en otros dos textos judíos de más o menos la misma época: 3 Macabeos 4,17-9 y 4 Macabeos 16,3-5”, textos que igualmente proceden de autores judíos de lengua griega pero están influenciados por el sustrato de su posible lengua materna, el arameo. Aplicando esta sugerencia, Franco Martínez reproduce y aprueba la traducción de Herranz Marco, que suena así: “El cual (= Cristo) en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte con poderoso clamor y lágrimas, y siendo digno de ser escuchado a causa de su reverencia (filial) pues era Hijo, aprendió por lo que padeció la obediencia”. Franco Martínez rechaza la antigua propuesta de Adolf von Harnack, que no necesita de la curiosa interpretación del kaíper griego como “pues”. El viejo sabio alemán pensaba que en el texto faltaba simplemente un “no” (= griego ouk) y que esta palabra debe colocarse delante de “fue escuchado” (eisakoustheís) = ouk eisakoustheís = “no fue escuchado” (por su Padre). El texto, entonces, quedaría así: “El cual (= Cristo) en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, pero no fue escuchado a causa de su reverencia aunque era Hijo, (y) aprendió de lo que padeció la obediencia”. A mí me gusta más esta traducción basada en la conjetura de Harnack que apenas enmienda el texto. La propuesta entiende un kaí (literalmente “y” copulativo) como adversativo = “pero”, y evita el recurrir a un sustrato arameo, precisamente en un autor como el de Hebreos que tiene un griego bastante bueno. De todos modos, los lectores tienen siempre la última palabra. Concluimos mañana. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 1 de Septiembre 2012
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Voy a dividir mis observaciones al libre en tres partes que publicaré en este Blog hoy viernes, y los días sucesivos, sábado y domingo. En líneas generales estimo que tanto este volumen III como los dos anteriores son dignos de atención. Los artículos son estrictamente científicos, responden bien a lo que exigen sus títulos, son muy informativos, están al tanto de la bibliografía actual y ofrecen, por lo general, unas conclusiones netas. Pero –como ya indiqué en la reseña dedicada a los otros volúmenes— para mí el gran problema de estos congresos y sus respectivas publicaciones es el diseño de ellos. Me explico: pienso que si se dedica tanto tiempo a organizar eventos científicos sobre la filiación en el ámbito histórico y sociológico, dentro del marco de una Facultad de teología católica, y luego se transforman sus resultados en una publicación seria es para iluminar en último término cómo concibe el cristianismo primitivo la filiación de Jesús y consecuentemente como se piensa la filiación de los seres humanos en relación con ese Jesús mesías ya considerado como hijo de Dios. Luego, supongo, se trasladaría esta concepción de los orígenes a los tiempos actuales, o bien se considera como materia puramente histórica. Si esto es así, es evidente que está bien hacer cuantos más estudios previos de las religiones y culturas en torno a donde nace el cristianismo, el Mediterráneo oriental del siglo I d.C. para finalmente acabar en los temas claves de cómo concibió Jesús su filiación respecto a Dios y cómo la entendieron sus seguidores. Primero respecto al Maestro mismo, Jesús de Nazaret y, segundo, respecto a sí mismos, sus seguidores. Una vez que se hayan estudiado los conceptos diversos de “filiación” en esas culturas entorno –pongamos Egipto, todo Oriente Medio próximo desde Sumeria, más el ámbito de Grecia y Roma— habría que centrarse en el Antiguo Testamento y estudiar y analizar ahí, en ese corpus, la filiación desde todos los puntos posibles. Luego habría que estudiar todo lo que conocemos del judaísmo de tiempos del Segundo Templo (obras deuterocanónicas del Antiguo Testamento, admitidas en la lista de libros sagrados por el catolicismo; obras apócrifas y pseudoepigráficas, Qumrán, e incluso material rabínico que pudiera recoger de algún modo doctrinas u opiniones referidas a la “filiación” en los momentos de Jesús y de sus primeros seguidores. Inmediatamente después opino que habría que estudiar al figura de Jesús y qué pensaba él de su Dios y de su filiación respecto a él; inmediatamente vendría el análisis de la “filiación” de mesías en Pablo de Tarso, en sus discípulos, sobre todo en el pensamiento como tal de los Evangelistas si compete (es decir, en sus secciones redaccionales, independientes de la tradición que ofrezcan sobre Jesús), y en el resto del Nuevo Testamento. Finalmente ya se podría abordar el tiempo de los Padres Apostólicos y Apologetas, siglo II y el resto de los escritores y Padres de la Iglesia hasta donde se desee llegar. Y éste es mi “pero”. No recuerdo que en los otros dos volúmenes anteriores de “Filiación” se haya procedido de una manera sistemática, ni tampoco que se hayan estudiado los temas pertinentes en Jesús de Nazaret, en Pablo de Tarso y en los evangelistas y su material redaccional y de un modo sistemático en Padres apostólicos y Apologetas. Y si esto es así, y si cuando en el presente volumen III se ofrece un estudio sobre Hebreos 5,8 (“7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia;”) y 12,1-11 (ejemplo de la fe y confianza de Jesús; aceptación de la lucha que ha tener el cristiano en esta vida; necesidad de la corrección paterna que Dios nos hace en cuanto hijos que cometemos faltas), resulta que el lector no tiene ya estudiado el material previo sobre Jesús, sobre Pablo y probablemente sobre los Evangelios, que le sirva de apoyo no sólo para comparar, sino sencillamente para situar la teología del autor de Hebreos al respecto…, la obra se queda coja. ¿De qué vale en un plan general sobre la “filiación” estudiar a fondo a Justino Mártir si antes no conocemos el pensamiento del Jesús histórico y de Pablo, por ejemplo más el de los Evangelios? Seguimos mañana Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 31 de Agosto 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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