CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“Enigmas de la vida de Juan el Bautista” (440-01)
Hoy escribe Antonio Piñero


El conocido biblista hispanoamericano Ariel Álvarez Valdés acaba de publicar un libro breve --cuyo título es el de esta postal-- en la Editorial San Pablo, Librería Virtual, 2012, 160 pp. Formato: 14x21 cm.; ISBN: 9870901969, que encaja muy bien con los temas en torno a Juan Bautista que publicó en este Blog hace tiempo Fernando Bermejo.

Me parece una buena obra, interesante, que he leído con gusto, obra que mezcla historia, investigación, descripción, ciertos elementos de reconstrucción del personaje y rasgos de teología, en el sentido de aplicación a la vida del cristiano de hoy de enseñanzas obtenidas de la figura de Juan Bautista. En este ámbito no entro naturalmente, y me parece bien que lo haga quien se reconoce ante todo como teólogo. Sí es importante que aquello que se aduce como imitable o transportable a la vida actual del creyente esté bien fundado en la historia y no sea un eiségesis introducida en el texto.

Que al autor está decidido a emplear la critica histórica y que no le importe que algunas de las aserciones de esta obra sobre la figura del Bautista pueda molestar a los guardianes de la tradición se muestra en los dos subtítulos del libro que rezan así:

“Porque así como el hablar imprudente lleva al error, también el silencio imprudente deja en el error a los que tendrían que ser instruidos” San Gregorio Magno (Regla Pastoral, II, 4); “Debemos evitar el escándalo. Pero si el escándalo se produce por la verdad, antes que abandonar la verdad se debe permitir el escándalo” (San Gregorio Magno (Homilías sobre Ezequiel, VII, 5).

Álvarez Valdés en un valiente respecto al ambiente eclesiástico en el que se mueve y es digno de encomio por ello.

La obra está articulada sobre preguntas y respuestas, en el supuesto que las cuestiones son las que se haría un ser humano deseoso de saber sobre el personaje, Juan Bautista. Son las siguientes:

1. ¿Cómo fue su infancia?
2. ¿Por qué predicó en el desierto?
3. ¿Era un esenio?
4. ¿Para qué inventó el bautismo?
5. ¿Anunció la llegada del fin del mundo?
6. ¿Por qué comía langostas y miel silvestre?
7. ¿Fue precursor de Jesús?
8. ¿Lo bautizó a Jesús?
9. ¿Fue maestro de Jesús?
10. ¿Era el profeta Elías reencarnado?
11. ¿Cómo murió?
12. ¿Quién fue la bailarina que lo hizo degollar?
13. ¿Dónde fue decapitado?

El autor procura que su libro sea muy inteligible. Véase como por ejemplo cómo formula la síntesis de la predicación del Bautista, quien predicaba “cuatro ideas de Moisés:

a) les hacía ver los errores de su vida pasada (Mt 3,7);
b) los invitaba a arrepentirse y cambiar de vida (Mt 3,8);
c) les anunciaba un castigo divino que caería sobre quienes no se convirtieran (Mt 3,10);
d) les revelaba la llegada de alguien, detrás de él, que vendría para hacer cumplir la Palabra de Dios (Mt 3,11-12).

En líneas generales estoy de acuerdo con los resultados de Ariel, e incluso con conclusiones respecto a las que otros investigadores son más escépticos. Por ejemplo, se puede aceptar que

“Lo único que podemos saber con cierta seguridad de la infancia de Juan es que era el hijo único de un sacerdote”.

Otro caso:

“Vemos pues que, a pesar de las aparentes semejanzas, el pensamiento de Juan el Bautista era absolutamente diferente al de la comunidad de Qumrán, de modo que resulta imposible suponer que haya sido alguna vez un esenio”.

Muy valiente, para la línea de exégesis “normal” que acepta sin rechistar el sesgo de los evangelistas, Ariel formula lo siguiente:

“Todo esto nos lleva a concluir que históricamente el Bautista no fue precursor de Jesús, ni testigo suyo, ni anunció su llegada, ni lo presentó ante la gente como el Mesías e Hijo de Dios. Juan siempre esperó a otro “más Fuerte”, que nunca llegó.”

Es interesante la propuesta, basada en hallazgos arqueológicos seguros de que

“Maqueronte no era únicamente una fortaleza sino también una ciudad. Y el castillo de Maqueronte había tomado el nombre de la ciudad baja de Maqueronte. Este descubrimiento hizo posible pensar que, muy probablemente, Juan no estaba detenido en las mullidas y lujosas dependencias del palacio herodiano de la cima, sino más bien en alguna de las casas de la ciudad baja”.

Esta propuesta explica la facilidad de acceso al encarcelado, que muestran los evangelios, cosa casi imposible si Maqueronte hubiese sido simplemente una terrible fortaleza inexpugnable.

En otros momentos quizás en los que formula hipótesis y conclusiones debería ser –opino- aún más hipotético y no expresar esas opiniones con demasiada contundencia. Por ejemplo:

“¿Por qué entonces Lucas dice que Zacarías fue castigado? Es que, como dijimos, la mudez de Zacarías en el texto original era un elogio” y que Lucas lo mudó en un castigo… Es posible, sin más.

Otro ejemplo:

“Pero ¿para cuándo prometía Juan el perdón? En realidad su bautismo no tenía el verdadero poder de absolución. Lo que Juan otorgaba a cuantos se zambullían en el Jordán era sólo una promesa, una garantía divina de que serían perdonados en el futuro, cuando llegara el fin de los tiempos, que según él estaba cerca. Él mismo lo aclaraba antes de bautizar: “Yo los bautizo con agua; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo; y no soy digno de llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. (Mt 3,7-12; Lc 3,7-9.15-18).

Pienso aquí que el autor podría expresar estas ideas más hipotéticamente porque si entiendo bien el muy conocido pasaje de Flavio Josefo sobre el Bautista en las Antigüedades de los judíos, el historiador daba a entender que el Bautista participaba de la doctrina común judía de que los pecados estaban ya perdonados con el arrepentimiento y que el bautismo era sólo una muestra externa de la verdad de ese arrepentimiento y del propósito del cambio de vida.

Tampoco afirmaría tan rotundamente que Juan Bautista, con su bautismo

“Rompió así con el Templo y con todo el sistema de purificaciones y perdones que en él se ofrecían”.

Pienso que es de suponer que no fue así: si el Bautista se encardinaba en un pensamiento profético típico e Israel, si incluso con su vestimenta intentaba imitar a los profetas de antaño, Elías, en concreto, parece poco probable que quisiera atraer a las masas “rompiendo con el Templo”.

O tampoco sostendría con rotundidad lo siguiente:

“Porque finalmente apareció aquél “más Fuerte”: era Jesús de Nazaret”, ya que muchos especialistas sostienen que el más fuerte para el genuino Bautista podrís ser Dios mismo y no Jesús.

Un caso en el que Ariel presa demasiada credibilidad a la escena del Evangelio de Marcos (muy contraria a lo que pinta Flavio Josefo que fue la muerte del Bautista) del baile de Salomé como totalmente histórico:

“Salomé no fue una mujer perversa. Parece haber sido una buena hija, una buena esposa y una buena madre. Y el episodio más famoso de su vida ni siquiera fue querido por ella sino que se debió a los deseos de venganza de su madre, que la utilizó para sus propósitos”.

¡Demasiado contundente y demasiado benévolo para con la versión de Marcos!

Por último, para no cansar al lector, pienso que hay demasiada teología en la siguiente afirmación que afecta al modo cómo cada evangelista sucesivo remaneja y reinterpreta, creo que abusivamente, el hecho incómodo para la Iglesia del bautismo de Jesús:

“Así es como un hecho histórico, realmente sucedido en la vida de Jesús fue contado de modos distintos por los cuatro evangelistas, según los problemas que las comunidades destinatarias tenían. Sin distorsionar la verdad, sin cambiar el mensaje ni modificar lo esencial, cada autor supo acomodarlo para que los lectores pudieran entenderlo y aprovechar al máximo la riqueza escondida en este suceso de la historia de Jesús”.

Esta opinión es demasiado suave: Lucas trata de escamotear al lector el bautismo de Jesús colocándolo en su evangelio después de la muerte de Juan, y el Cuarto Evangelio lo omite totalmente y hace que su Bautista dé únicamente testimonio de Jesús, y un testimonio que pertenece al teología del evangelista no a la de Juan Bautista.” He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Esto no es contar “un hecho histórico sin modificar lo esencial”.

Como momentos del libro puramente teológicos, llenos de entusiasmo, puede ser el siguiente:

“Muchos siguen esperando que aparezca de una buena vez ese ‘más Fuerte’, que pueda poner orden en la sociedad. Creen que el mundo necesita, hoy más que nunca, una mano dura, una Autoridad Mundial que termine con la inseguridad, con los gobernantes corruptos, con los políticos inescrupulosos, con los sindicalistas que se enriquecen a costa de los trabajadores, con los jueces que fallan por sobornos, con los grandes capitalistas que manipulan los mercados financieros para hundir empresas sin importarles el desempleo. Y piensan que hasta que no aparezca ese poderoso señor, el mundo no va a cambiar. Es que tienen el defecto de Juan. No han entendido que la posibilidad de un cambio social no viene del poder y el autoritarismo. Las sociedades no cambian por la fuerza. La capacidad transformadora reside en los que, como Jesús, son capaces de amar, perdonar, ayudar, hacer el bien, servir, dar desinteresadamente. Quienes viven esos valores, aunque no lo sepan, desencadenan unas fuerzas poderosas que luego cobran vida propia, se vuelven imparables, arrasan cuanto se pone delante de ellos y generan un profundo impacto. Sólo que no creemos que eso sea verdad. Nos parece pura fantasía. No queremos apostar por los valores de Jesús, y seguimos esperando al ‘más Fuerte’. Sin embargo, para quienes siguen creyendo en las utopías, en que otro mundo es posible si se lucha por él, y en que podemos cambiar la historia en vez de sufrirla, siempre estará a mano la poderosa fuerza del Amor”.

Volviendo al libro en su conjunto, yo lo recomiendo vivamente porque me parece muy correcto en líneas generales; está escrito muy claro y ordenado y el autor procura no omitir sus respuestas a un buen monto de cuestiones que sobre el Bautista nos generan los parcos relatos evangélicos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 26 de Octubre 2012
Hoy escribe Fernando Bermejo

Es interesante, en primer lugar, atender al contexto en que se hallan los parágrafos sobre la pena de muerte en el CIC. De las 4 partes en que se divide el Catecismo -Profesión de la fe, Celebración del Misterio cristiano, Vida en Cristo, Oración cristiana-, se hallan en la Parte 3ª, Sección 2ª (“Los Diez Mandamientos”), Capítulo 2º (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”), Artículo 5º (Comentario al 5º Mandamiento), en el apartado sobre la legítima defensa, que comprende los nn. 2263-2267, y fuera del apartado sobre el homicidio voluntario, que se encuentra a continuación. Esta contextualización nos permite ya comenzar a abordar de manera sistemática los contenidos del texto.

En efecto, que la pena de muerte sea tratada en el contexto de la legítima defensa evidencia ya la confusión mental -y al parecer también la confusión moral- de los redactores del Catecismo. ¿Por qué?

Se invoca con frecuencia el concepto de legítima defensa como el mejor fundamento de la licitud moral de la pena de muerte. Esta invocación evidencia su debilidad cuando se repara en que el concepto de legítima defensa es válido únicamente aplicado a la reacción de un individuo particular o un Estado frente a una agresión directa y firme, estribando la legitimidad del uso de la violencia para defenderse en el hecho de que en tal caso no es posible ninguna otra respuesta para hacer frente al agresor.

Ahora bien, la pena de muerte no es un acto de legítima defensa frente a una amenaza inminente contra la vida: consiste, por el contrario, en dar muerte de forma premeditada a un preso que podría ser castigado con otros métodos menos gravosos e igualmente eficaces. Una ejecución constituye una agresión extrema contra la integridad física y mental de una persona que se encuentra indefensa a disposición de las autoridades. Esto muestra ya aquí hasta qué punto llega el carácter inconsistente de todo ordenamiento jurídico que legitime la pena de muerte, pues los mismos ordenamientos jurídicos han establecido que el crimen premeditado es más grave que el pasional.

Hay incluso quien ha argumentado que la pena capital es el más premeditado de los asesinatos, al cual, al menos en cierto sentido, no puede compararse ningún acto criminal. Pues, para que hubiera una equivalencia, la pena de muerte tendría que castigar a un criminal que hubiese avisado a su víctima de la fecha en la que le infligiría la muerte y que a partir de ese momento la hubiera encerrado a su merced durante semanas, meses o años. Significativamente, tales casos no se dan (o apenas) en la vida privada, pero sí en la acción punitiva de los Estados.

Así pues, la legitimidad de la “legítima defensa” está dictada por el hecho de que al agredido no le es posible ninguna otra respuesta para hacer frente al agresor que emplear a su vez la violencia, por lo que ésta adquiere un carácter de necesidad que minimiza o suprime su carácter arbitrario. Aun admitiendo que desde el punto de vista cristiano pueda sostenerse la legitimidad de una defensa en la que algún tipo de violencia sea usada, la pena de muerte no es un acto de legítima defensa contra un agresor frente al cual nos encontramos indefensos, sino más bien al revés: consiste en dar muerte de forma premeditada a una persona que se encuentra indefensa a disposición de las autoridades. No se trata de defendernos de un daño gravísimo que se nos viene encima, sino de exigir responsabilidades por delitos pasados con plena libertad para juzgar y determinar la pena que se considere más oportuna.

La inclusión de la pena de muerte en el contexto de la legítima defensa, y el empleo de la analogía del recurso a las armas en caso de ataque -tal como hace el CIC- constituyen, por tanto, penosas falacias jurídicas.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 24 de Octubre 2012
Vida y ministerio de los Apóstoles Simón y Judas en los Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Vida y Ministerio de los Apóstoles Simón y Judas

Hostilidad de los magos contra Simón y Judas

Conocedores los magos Zaroés y Arfaxat de cuanto había contado el general en presencia del rey, quedaron llenos de indignación. Buscaron la forma de perder a los apóstoles tratando de que adoraran a los dioses del reino, que aquellos advenedizos, al parecer, pretendían destruir. Se comprometían a no dejarlos pronunciar palabra si antes no adoraban a los dioses del lugar. El general aceptó la posibilidad de que los magos mantuvieran un debate con los apóstoles, de forma que si éstos resultaban vencidos, fueran definitivamente destruidos.

Los magos se sentían cómodos en su terreno. Pidieron que se presentaran todos los abogados y elocuentes del reino a los que prometían dejar enmudecidos. Cuando hablaron los magos en presencia del rey y del general, todos aquellos abogados y personajes elocuentes del reino quedaron mudos hasta el punto de que no podían ni siquiera comunicarse por señas. Estaba claro que en tal situación no tenían posibilidad de defenderse frente a los argumentos de los magos. Pasada una hora, los magos siguieron con su estrategia. Hicieron que los abogados pudieran hablar, pero no pudieran caminar. Lograron luego con su magia que volvieran a caminar, pero perdieran la visión aunque tuvieran los ojos abiertos. La jugada parecía encaminarse a buen fin.

El rey quedó espantado ante tal demostración de poder y tuvo miedo de que los magos les provocaran alguna enfermedad o desgracia. Los abogados, por su parte, fatigados por la tensión, regresaron a sus hogares. Pero el general Varardach, que apreciaba a los apóstoles, les refirió cuanto había sucedido. Los apóstoles explicaron al general que los magos no tendrían ningún poder si ellos estaban presentes. Le pidieron que ordenara a los abogados ir a donde estaban los apóstoles antes de acudir a la presencia de los magos. Podrían entonces tener un nuevo debate con ellos con la garantía de vencerlos.

Convocó el general a los abogados y les habló de los apóstoles, que les amonestarían para que pudieran prevalecer sobre los magos y hacer que se retiraran vencidos. Les presentó a los apóstoles, cuyo aspecto humilde decepcionó un tanto a los abogados. Pero Simón tomó la palabra y pronunció un largo alegato, encaminado a trazar ante los abogados el perfil del Dios verdadero. Teorizó en primer lugar sobre el frecuente engaño de las apariencias, ya que en vasijas humildes y horrendas pueden encerrarse ricos tesoros, como en vasos detestables se contienen a veces los mejores vinos. Era preciso apreciar siempre el contenido más que el continente. Ellos presentaban una apariencia de hombres sencillos y pobres, pero poseían en su interior valores eternos. Los hombres se dejan llevar con frecuencia de falsas apariencias, adoran objetos materiales como si fueran dioses y se dejan engañar por demonios como los que guiaban a los magos con los que habían debatido. Ellos venían a conducirlos al Dios verdadero. Si creían en él, ellos les impondrían las manos, harían sobre sus frentes la señal de Cristo y serían invencibles frente a la estrategia de los magos.

Convencidos por el razonamiento de Simón, se postraron los abogados ante los apóstoles para rogarles que impidieran a los magos que anularan el uso de sus lenguas o causaran problemas en sus miembros. Ellos, por su parte, no volverían a creer en los ídolos. Era lo que los apóstoles Simón y Judas esperaban. Se postraron en tierra y elevaron una plegaria recordando las obras de poder que Dios había realizado en la historia del pueblo de Israel. Le pedían que anulara la magia de Zaroés y Arfaxat mientras fortalecía a los abogados para que tuvieran la capacidad de oponerse con ventaja a los magos. Así conocerían todos que Dios es “el único omnipotente que reina por los siglos de los siglos” (c. 15,2). Cuando los abogados respondieron con el “amén”, los apóstoles hicieron la señal de la cruz sobre la frente de los abogados y se retiraron.

Entraron los abogados ante el rey en compañía del general Varardach. Enseguida entraron también los magos, que intentaron repetir lo que habían hecho el día anterior, pero fueron incapaces. Uno de los abogados, de nombre Zebeo, desenmascaró a los magos, contando cómo tenían pacto con los demonios, enemigos del género humano. Por esa razón, pretendían apartar a los hombres del Dios verdadero y someterlos al poder del ángel malo. Pero los apóstoles Simón y Judas eran un estorbo para los planes perversos de los magos. Esos santos apóstoles nos enviaron acá después de hacer sobre nuestras frentes la señal de la cruz. El gesto incapacitó a los magos para repetir el ejercicio de sus artes mágicas.

Los magos hicieron venir gran número de serpientes, que sembraron el pánico entre los presentes, quienes asustados ante el ataque de los ofidios, clamaron al rey para que hiciera venir a los apóstoles. Llegaron Simón y Judas, recogieron las serpientes en sus mantos y las lanzaron contra los magos diciendo: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo no moriréis, pero mordidos por ellas aullaréis de dolor” (c. 16,1). Las serpientes comenzaron a morder las carnes de los magos, que gritaban “como lobos”. El rey y los presentes decían a los apóstoles que permitieran que murieran los magos a consecuencia de las mordeduras de las serpientes. Pero los apóstoles rechazaron la proposición recordando una vez más que no eran ministros de muerte sino de vida.

Después de una oración mandaron los apóstoles a las serpientes que se retiraran llevándose con ellas todo el veneno que habían inoculado en aquellos magos. Para ello renovaban sus mordiscos con nuevos dolores para los heridos. Cuando finalmente huyeron las serpientes, los apóstoles dirigieron a los magos una exhortación a partir del dicho de la Escritura que proclama que “quien prepara una fosa para su prójimo, es el que primero cae en ella” (Prov 26,27; Ecles 10,8; Ecclo 27,29). Los magos habían preparado para los apóstoles la muerte, y ahora los apóstoles han orado para que Dios les devolviera la vida. Así, los que podían haber sufrido durante años los efectos del veneno, se verían libres de todo dolor después de tres días. Era el plazo que Dios les daba para su eventual arrepentimiento.

Cuando los mismos magos Zaroés y Arfaxat se encontraban ya a las puertas de la muerte, se acercaron a ellos los apóstoles diciendo: “Dios no se digna aceptar servicios forzados. Por lo tanto, levantaos sanos, con plena libertad para convertiros del mal al bien y para salir de las tinieblas a la luz” (c. 17,1). Pero aquellos magos emplearon mal la libertad de opción que les ofrecían los apóstoles. Al contrario, llenos de perfidia marcharon por toda Persia provocando la hostilidad contra ellos. Lo mismo que, en otra ocasión, habían huido lejos de Mateo, procuraban mantenerse ahora alejados de Simón y Judas. Pero utilizaban la única estrategia que consideraban provechosa para sus intereses. Propalaban la fama de que eran enemigos de sus dioses y que era preciso obligarlos a dar culto a los dioses del país bajo pena de muerte.

(Cuadro del Pacto Diabólico, por el que los magos pactan presuntamente con los demonios)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 22 de Octubre 2012
Finalizo el comentario “Un Jesús casado”: ¿Y si el papiro es falso?  (439-07)
Hoy escribe Antonio Piñero


Para finalizar, paso ya ahora a comentar directamente el “borrador” del artículo de Karen L. King que puede consultarse en Internet. En general son dos las ideas generales que debo manifestar al respecto:

1. Está muy bien hecha la descripción técnica del papiro, su lectura, su traducción y sus anotaciones críticas al texto, aunque –muy prudentemente— la autora reconoce la notable colaboración en este ámbito de AnneMarie Luijendijk.

2. No hay, en mi opinión, prácticamente ninguna idea novedosa en su artículo, ninguna, salvo quizás la presunta y dudosa distinción en el Evangelio de Felipe, sobre el matrimonio entre paganos y entre cristianos gnósticos. La comentaré, pero creo que la opinión que el matrimonio le merece al autor de este Evangelio es prácticamente la misma. Y esto dicho sin presunción alguna, porque sería estúpido tenerla, el que haya leído Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid, 2006, desde el capítulo 12 en adelante podrá ver que es así, tal como digo, sin exagerar un ápice.

Recuerdo que las nociones principales de este artículo de Karen L. King eran:

• Este papiro es el único texto antiguo que habla explícitamente de Jesús como si tuviera esposa. Me parece que es verdad

• Este hecho, sin embargo, no proporciona pruebas de que el Jesús de la historia estuviera casado, considerando la tardía fecha del fragmento. Opino que es verdad también.

• La fecha probable de composición del original griego fue la segunda mitad del siglo II. Esto es totalmente gratuito por parte del Profesora King.

• Porque ha aparecido este fragmento es necesario plantearse de nuevo en serio la cuestión del estado civil de Jesús. SE puede sin más, aunque el asunto es en sí insoluble por falta de testimonios fehacientes.

• Hay un pasaje del Evangelio de Felipe que puede aducirse en el sentido de que incluso los gnósticos del siglo III podrían ver el matrimonio y su sexo correspondiente como puro precisamente porque no se lleva a cabo impulsado por el mero deseo carnal sino con una voluntad pura de asemejarse a la pura relación espiritual que los espíritus tienen en el ámbito celeste.

Esta opinión debe discutirse. El pasaje es el siguiente:

“[Nadie podrá] saber cuándo cohabitan [el marido] 82 y la mujer excepto ellos solos, pues el matrimonio del mundo es un misterio para los que han tomado esposa. Si el matrimonio del mancillamiento es oculto, ¡cuánto más es el matrimonio inmaculado un verdadero misterio! No es carnal, sino puro; pertenece no al deseo, sino a la voluntad; pertenece no a la tiniebla o a la noche, sino que pertenece al día y a │ la luz. Si un matrimonio se exhibe se torna prostitución; y la novia se prostituye no sólo si recibe el semen de otro varón, sino incluso si sale de su alcoba y es vista. Sólo ha de mostrarse a su padre y a su madre, al amigo del novio y a los hijos del novio. Les es lícito a ellos entrar diariamente en la cámara nupcial, mas los otros anhelan incluso │ llegar a escuchar su voz y beneficiarse de su ungüento, y alimentarse de las migajas que caen de la mesa, como los perros. Los novios y las novias pertenecen a la cámara nupcial. Nadie podrá ver al novio y a la novia a no ser que se convierta en tal.” (Biblioteca Nag Hammadi [Trotta] II 48-49)

El pasaje no es nada fácil. De cualquier modo no veo en absoluto claro que la Prof. King insinúe que el texto prueba que el autor del Evangelio de Felipe sostenía que las relaciones de Jesús con María Magdalena eran de marido y mujer (Jesus’s life as a symbolic-paradigmatic model, including his relation to Mary Magdalene as his spousal partner” p. 44 del Draft y también en las conclusiones, aunque vuelve a insistir que esa opinión es solo una muestra del debare entre los cristianos, no que el Jesús histórico estuviera casado.). Sólo veo que el autor constata que los gnósticos cedían al impulso de la naturales y se casaban con el único deseo de engendrar hijos y no por otros deseos de la carne. Y en consecuencia que el autor del Papiro copto mantiene una postura similar

Y por último: ¿Es falso el papiro?

Así lo sugieren Francis Watson, Alberto Camplani y otros investigadores.

Los argumentos de Camplani sólo los conozco por Religiondigital. Son los siguientes:

• A diferencia de otros papiros no ha sido descubierto en una excavación, sino que proviene de un mercado de antigüedades, hay que adoptar precauciones, que excluyan que se trata de algo falsificado".

• "Torpe falsificación, como tantas que llegan de Oriente Medio"

Los argumentos de Francis Watson de la Universidad de Durham (Email francis.watson@dur.ac.uk) Reino Unido están expuestos en tres artículos, que he tomado de Internet aon:

1) The Gospel of Jesus’ Wife: How a fake Gospel-Fragment was composed. Introduction and summary.

2) The Gospel of Jesus’ Wife:How a fake Gospel-Fragment was composed

3) Addendum: The End of the Line?


Hago un resumen --basándome sobre todo en las propias síntesis del autor y una traducción rápida, selectiva y a veces abreviada—que presento a continuación:


El fragmento de papiro en sí podría ser muy antiguo. La cuestión radica en saber si la tinta también lo es. Las pruebas químicas que se están llevando a cabo podrían decidir si se ha utilizado tinta moderna sobre un papiro antiguo. Por tanto, por ahora lo mejor es reflexionar sobre cómo pudo elaborarse el fragmento.

Argumentaré aquí que el escepticismo es exactamente la actitud correcta. El texto ha sido elaborado a partir de piezas pequeñas - palabras o frases - tomadas principalmente en el Evangelio de Tomás, copto, logia 101 y 114, y ambientada en contextos nuevos. Este modo de proceder es el que utilizaría probablemente un autor moderno y no un hablante nativo de copto.

Seis de las ocho líneas incompletas del recto de este papiro están tan estrechamente relacionados con el Evangelio de Tomás copto, especialmente a los dichos 101 y 114, que esa dependencia es prácticamente segura. Hay una línea adicional tomada del Evangelio de Mateo. El autor ha usado la técnica de composición que se denomina "collage" o "patchwork", lo que apunta de nuevo un autor moderno, cuyos conocimientos de copto son limitados. En efecto, es muy posible que el fragmento sea incompleto intencionadamente, y que sus lagunas se hayan pensado así desde un principio, puesto que no parece posible colmar las lagunas de nuestro texto con material contiguo del Evangelio de Tomás.

La impresión de modernidad se ve reforzada en la línea 1, cuya terminación parece depender de la línea divisoria de versículos del manuscrito copto de fácil acceso en las modernas ediciones impresas. A menos que esta impresión de la modernidad se vea contrarrestada por nuevas investigaciones y consideraciones, parece poco probable que el fragmento pertenezca a un evangelio originario.

El autor precisa en uno de los artículos que estoy extractando la técnica de escritura y composición del papiro. Dice así:

Ya sea antiguo o moderno el autor ha empleado la técnica del “collage” (o superposición al modo de corta y pega) en cuatro puntos principales:

1) Las líneas 1 y 5 del Papiro se basan en el logion 101 del Evangelio de Tomás, quien a su vez se fundamenta en Lucas 14,26. Jesús dijo: "Quien no odia a su padre y su madre por mí, no puede ser mi discípulo. Y el que no odia a su padre y a su madre a mi manera, no puede ser mi discípulo…
A partir de esta materia prima el autor del Papiro ha creado las líneas: 1 "... [Puede] no sea mi [discípulo]. Mi madre me dio la vida ... " 5 "... ella puede ser mi discípulo ... "
Es interesante que la línea 1 comienza en la mitad de una palabra, exactamente en el mismo lugar que en el pasaje equivalente en el único manuscrito superviviente del Evangelio de Tomas.

Esta coincidencia es la que sugiere que el autor del Papiro tomó su material de una moderna El fragmento de papiro en sí podría ser muy antiguo. La cuestión radica en saber si la tinta también lo es. Las pruebas químicas que se están llevando a cabo podrían decidir si se ha utilizado tinta moderna sobre un papiro antiguo. Por tanto, por ahora lo mejor es reflexionar sobre cómo pudo elaborarse el fragmento.
impresa.

2) La línea 2 consiste en la fórmula introductoria siguiente: "Dijo Jesús a los discípulos". Esta fórmula no aparece en los evangelios neotestamentarios, pero sí se encuentra tres veces en el Evangelio de Tomás, logia 12, 18, 20.

3) Las líneas 3 y 4 están tomadas del logion 114 = conclusión del Evangelio de Tomás

4) La línea 7: "Yo estoy con ella, así como a ...", no es una adaptación del Evangelio de Tomás, pero probablemente sí de Mateo 28,20: “”

Por tanto el Papiro siempre se concibió como un texto fragmentario o mejor intenta dar la impresión de ser un texto fragmentario: fue así desde el principio. Todas estas consideraciones no prueban que el Papiro sea un falso, sino más bien suponer poner de relieve cuestiones que deben resolverse antes de que el texto pueda ser aceptado como genuino. Si es autentico no es imposible que otros fragmentos puedan posteriormente ver la luz:

Finalmente, gracias a los buenos comentarios de un anónimo lector de este Blog, JP, a quien agradezco que haya copiado los siguientes enlaces --que transcribo— y que me han complementado las observaciones de Fr. Watson, he llegado a la conclusión de que tenemos ya, aun antes de los resultados químicos del análisis de la tinta utilizada en el Papiro, la prueba casi definitiva de que lo escrito en él es falso.

La “prueba” es que el copista repite en el Papiro el mismo error que aparece en la presunta edición moderna (de la que copió = la edición interlineal del EvTm que Grondin colgó en internet). Entre los estudiosos de la crítica textual del Nuevo Testamento se utiliza el sistema de detectar la repetición de un mismo error para clasificar los manuscritos por familias. El Claremont Profile Method lo hace así, y hoy es un sistema reconocido por los especialistas = “Repetición del mismo error = parentesco (casi) seguro”.

Por todo lo expuesto, el escepticismo es la postura más recomendable. Las deducciones de Karen King acerca del Papiro han sido apresuradas y para mí sensacionalistas.

Y con esto concluimos este comentario al Papiro copto sobre un posible Jesús casado que la prensa ha hecho famoso.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com


Blog de M. Goodacre

http://ntweblog.blogspot.com.es/2012/10/jesus-wife-fragment-further-evidence-of.html

Artículo de A. Bernahrd

http://www.gospels.net/gjw/mighthavebeenforged.pdf




Viernes, 19 de Octubre 2012
Hoy escribe Fernando Bermejo

En relación con la pena de muerte, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) contempla lo que podríamos llamar un "retencionismo maquillado": se justifica la aplicación de la pena, pero en muy determinados casos. Esto parece escandalizar a algunos, pero lo cierto es que esta posición es, a la luz de las consideradas dos fuentes de revelación por la Iglesia Católica, la Escritura y la Tradición, algo francamente comprensible. Dedicaremos, pues, a partir de hoy una serie de postales a explicar cómo puede entenderse el texto del CIC concerniente a la pena de muerte.

Se entiende por pena de muerte el castigo infligido por el Estado a un individuo en virtud de un presunto delito, en aplicación de la legislación vigente. La operatividad de la definición se evidencia cuando se repara en que por pena de muerte no se entiende un homicidio fortuito, un linchamiento realizado por una chusma enfurecida, ni tampoco un homicidio cometido en defensa propia por un funcionario encargado de hacer cumplir la ley en un acto dirigido a impedir el daño inmediato resultante de una agresión ilegítima: al aplicar la pena de muerte, el Estado aniquila a un ser humano de forma premeditada y a sangre fría. Esta pena difiere de otras categorías de lo que pueden considerarse violaciones de derechos humanos, como la tortura, en que normalmente no se oculta ni se niega, sino que forma parte de las leyes de un país.

La gravedad de la pena de muerte estriba en que viola un derecho fundamental recogido en el artículo tercero de la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero además obviamente cercenando de manera definitiva todos sus demás derechos al eliminar su fundamento que es la vida. La cuestión clave que se plantea es, pues, la de si el Estado está legitimado para legislar y ejecutar la pena de muerte.
Aunque el pensamiento abolicionista vaya adquiriendo un grado mayor de consistencia entre la opinión ilustrada, el sentimiento de una parte considerable de la ciudadanía camina en dirección contraria, o bien carece de directrices seguras al respecto. Cualquiera que haya tenido ocasión de oír siquiera un fragmento de conversación sobre temas de actualidad en los foros populares puede atestiguar con qué frecuencia se reclama francamente la instauración de la pena de muerte para delitos comunes especialmente atroces. Por otra parte, existe un tipo de oposición verbal a la pena de muerte -bastante extendido-, que se apoya (o más bien se tambalea) sobre un humanitarismo superficial, sentimentaloide y pacato.

Nuestra tarea en la siguiente serie de postales será elucidar cuál ha sido y cuál es la doctrina de la Iglesia Católica al respecto, así como intentar desentrañar cuál es la fundamentación de su enseñanza; la variedad de posiciones deja a uno en un primer momento abocado a la perplejidad, y es este desconcierto el que tal vez valga la pena despejar.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 17 de Octubre 2012
Los Apóstoles Simón y Judas Tadeo en el Pseudo Abdías
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los Apóstoles Simón y Judas en Pseudo Abdías VI 7-23

El general persa Varardach

El encargo recibido por Simón y Judas tenía como objetivo liberar a los persas de los falsos doctores. Y sucedió que cuando entraron en el país, se encontraron con el ejército del rey Jerjes que salía a la guerra contra los indios, que habían invadido el país. El ejército iba dirigido por el general Varardach. Con el ejército iban sacrificadores, adivinos y encantadores que daban oráculos falsos. El día en que llegaron los Apóstoles, los presuntos asesores se hacían cortes y derramaban sangre para hallar las respuestas y consejos que el ejército necesitaba, pero no pudieron dar ninguna respuesta válida y coherente.

Se dirigieron a un templo pagano con intención de presentar sus consultas a los demonios. Uno de los demonios gritó con un fuerte rugido que no podían dar oráculos en aquella ocasión porque en medio del ejército había dos hombres, Simón y Judas, dotados de poderes tan grandes que ninguno de los demonios se atrevía a pronunciar una sola palabra en su presencia.

Cuando Varardach tuvo noticia del suceso, ordenó que buscaran a los dos hombres misteriosos entre el ejército. Les interrogó quiénes eran, de dónde venían y con qué intenciones. Respondió Simón que eran hebreos, siervos de Jesucristo, llegados a Persia para salvar a sus ciudadanos de los ídolos y conducirlos al único Dios verdadero que está en los cielos. Varardach le respondió que no podía por el momento entretenerse en tales problemas, pero que los abordaría cuando se produjera su regreso de la guerra.

Simón dijo al general que era más conveniente que conociera al que podía darle la victoria. Varardach le pidió que preguntara a su Dios sobre el resultado de aquella guerra. Los apóstoles le respondieron que consultara a los hombres que solían aconsejarle y que le daban oráculos falsos. Ordenaron a los adivinos que respondieran a la consulta del general. Comenzaron entonces a gritar como posesos que “va a haber una gran guerra, y pueden morir muchos guerreros de ambos lados” (c. 9,1). Eso era lo mismo que no decir nada, por lo que los Apóstoles se echaron a reír sin contemplaciones.

El general quedó sorprendido de la reacción de los dos apóstoles, que se reían cuando él había quedado aterrado por el vaticinio. Los apóstoles le dieron la explicación más completa. Le pedían que dejara todo temor y que renunciara a la campaña. Pues a la mañana siguiente, a las nueve de la mañana regresarían sus emisarios portadores de las mejores noticias. Con ellos venían los legados de los indios con la solución radical de todos los problemas. Los indios devolvían las tierras del imperio invadidas, pagaban sus tributos y proponían un pacto firmísimo de acuerdo con las condiciones que señalaran los persas para poner las bases a una paz duradera.

Los pontífices del general tomaron a risa las palabras de los Apóstoles y rogaron al general que no les diera crédito, sino que se fiara más bien de los vaticinios de sus propios dioses. Esos desconocidos quizás eran espías y trataban de manipular al general para que se descuidara y diera la oportunidad a sus enemigos de sorprenderlo descuidado y vencerlo con facilidad. El apóstol Simón rogaba a Varardach que esperara un solo día. Al día siguiente, alrededor de las nueve de la mañana llegarán sus emisarios que traerán la respuesta definitiva a la consulta fundamental. De ahora en adelante, los indios se declaraban tributarios de los persas.

Los sacerdotes de los persas comenzaron a gritar diciendo que sus dioses eran sabios y daban respuestas verdaderas. En cambio esos andrajosos no merecían otra cosa que un severo castigo por insultar a sus dioses. Los pontífices pidieron al general que los apresara y retuviera encerrados para que no pudieran escapar después de provocar la ruina del ejército. El general, de muy buen acuerdo, tomó la determinación de retener encerrados no sólo a los Apóstoles, sino a los sacerdotes persas. El resultado de los sucesos demostraría quién tenía razón. Según la marcha de los sucesos, serían condenados los que no acertaran con sus predicciones.

Al día siguiente, a la hora anunciada por los Apóstoles, llegaron a marchas forzadas los emisarios. Los sucesos daban la razón a Simón y Judas. Los indios renunciaban a los territorios invadidos, prometían pagar religiosamente sus tributos y ofrecían a los persas un tratado de paz duradero y favorable para los intereses del general Varardach, su rey y su pueblo. Indignado el general, ordenó preparar una pira para castigar con el fuego a los sacerdotes y a los que habían tratado de confundir a los Apóstoles.

Una nueva sorpresa dejó atónito al general. Los Apóstoles se postraron en tierra pidiendo piedad para sus adversarios. No querían ser la causa de su ruina, porque habían venido no “para matar a los vivos, sino para vivificar a los muertos” (c. 11,1). Varardach no podía comprender cómo aquellos extranjeros intercedían por los que habían pretendido hacerlos perecer. Pero los Apóstoles le dieron razón de su conducta, que respondía a las enseñanzas de su maestro Jesucristo. Según ellas, no debían devolver mal por mal, sino incluso retribuir con favores los males que recibían. Eso los distinguía de otras doctrinas, como los hacía diferentes el mandamiento de amar a sus enemigos y orar por los que los calumnian o maldicen.

El general les rogó que aceptaran, al menos, los bienes de los pontífices, que ascendían a cantidades considerables en oro, estimadas en ciento veinte talentos. La respuesta de los apóstoles a tan generosa oferta aumentó el desconcierto de Varardach, que refirió al rey todo lo ocurrido. Los extranjeros eran no solamente clementes en el perdón sino desprendidos frente a los bienes de fortuna. No se consideraban pobres desde el momento en que se sentían poseedores de bienes eternos. Añadieron, decía el general, esta curiosa recomendación: “Si quieres que ese dinero te aproveche para la salvación de tu alma, repártelo a los pobres, a las viudas y a los huérfanos Pon esos bienes a disposición de los enfermos y afligidos, de los deudores que están apremiados por sus a6creedores, de los que extienden la mano para mendigar y de todos los necesitados” (c. 12,3).

(Los Apóstoles SImón y Judas)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 15 de Octubre 2012

Hoy escribe Antonio Piñero

1. El primer Evangelio, el de Marcos, concluye del siguiente modo (16,1-8): tres mujeres, Magdalena, María la de Santiago (¿su madre?) y Salomé van a la tumba de Jesús para ungir su cadáver. La encuentran vacía y se les aparece un ángel que les dice:

No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret… ha resucitado… Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea: allí lo veréis, como os dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo.

Encontramos en este pasaje de Marcos una suerte de tríada femenina, de mujeres especialmente afectas con Jesús, al estilo de la tríada masculina de Pedro, Santiago y Juan, los preferidos. Pero observamos también allí que la posible similitud continua con un dato negativo: al igual que la tríada masculina huyó a la desbandada cuando apresaron a Jesús, es decir, fueron cobardes, así la tríada femenina es igualmente cobarde y no cumple el encargo del ángel.

Como se ve, la primera tradición evangélica, la de Marcos –excluyendo a Mc 16,9 por espurio- no dice que mujer alguna fuera la beneficiaria de la primera aparición de Jesús –quienes se les aparece es un ángel-, y niega expresamente que la féminas asumieran la función de transmisoras de tan importante noticia. Con otras palabras: esta primera tradición marquiana no abona en absoluto la imagen posterior de una Magdalena “apóstola de los apóstoles”, ni se demuestra un especial afecto de Jesús por ella ya que no se le aparece tras resucitar.

2. Otras fuentes corroboran que María Magdalena no fue agraciada con la primera aparición de Jesús: Pablo, que escribe su mencionada 1 Corintios 15,5-8 poco más de veinte años después de la muerte de Jesús –por tanto bastantes años antes que los Evangelios- desconoce en absoluto el papel de la Magdalena como primera testigo de la resurrección: Jesús resucitado se apareció en primer lugar

A Cefas/Pedro, después a más de quinientos hermanos a la vez… luego a Santiago, más tarde a todos los apóstoles (los Once/Doce), y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo.

Es claro que Pablo nada sabe de cualquier aparición preferencial del Salvador a la Magdalena. La prelacía de Pedro es evidente para la tradición confirmada por Pablo, quien no tenía interés ninguno en destacarla, ya que Pedro no era precisamente de “su cuerda” desde el punto de vista teológico. Más bien le tenía poca simpatía (véase Gál 2,11-14 donde se alude a un disputa de Pablo y Pedro en Antioquía. Pablo llama falso a Pedro).

3 El abrupto final del Evangelio de Marcos

Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo (16,8 ).


tan breve, cortante y negativo, en especial para con las mujeres, suscitó una fuerte reacción entre los escritores cristianos posteriores.
Ésta se muestra de varios modos:

• En el intento posterior de añadir un final suplementario al primer evangelio: el texto espurio de Mc 16,9-20;
• En las correcciones a la imagen tan negativa de las mujeres por parte de Mateo, Lucas y Juan;
• Y en afirmar que Jesús también se apareció a ellas.

Lo vemos a continuación.

A. Mateo 28,8 afirma todo lo contrario a Marcos (¡una de las muchas contradicciones de los Evangelios, sobre todo en los relatos de la resurrección!): “Las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro (vacío) con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a los discípulos”.

En 29,9 –en contraposición a Marcos- Mateo narra una aparición de Jesús a las mujeres:

En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.

B. Lucas en 24,9-11 sostiene contra Marcos que las mujeres sí cumplieron con el cometido encargado por los ángeles (en Lucas son dos, no uno como en Mateo):

Regresando del sepulcro anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían.

Para Lucas la primera aparición de Jesús no fue ni para Pedro ni para las mujeres, sino para los dos discípulos que iban camino de Emaús: Lc 24,13-16:

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

C. El añadido al Evangelio de Marcos, 16,9-20. Unos sesenta, o más años, después de la conclusión del texto original del Evangelio de Marcos, un escritor anónimo tuvo la osadía de añadir un complemento al Evangelio: los versículos 9-20.
Con un estilo muy diferente, el anónimo interpolador toma prestados datos de Mateo, Lucas y Juan y contradice descaradamente el texto anterior del propio Evangelio: sostiene que las mujeres sí anunciaron la nueva de la resurrección a los discípulos. Luego añade las otras noticias que toma de los otros evangelios:

• Del Evangelio de Juan recoge la idea de que Magdalena fue la afortunada que recibió la primera aparición del Resucitado (Mc 16,9; ¡en contra de Mateo y Lucas!).
• Del Evangelio de Lucas toma la noticia de que Jesús había expulsado siete demonios de la Magdalena y que se había aparecido a los discípulos de Emaús (Mc 16,12).
• Del Evangelio de Mateo asume lo del encargo de la misión universal de los apóstoles (Mc 16,15-18). El texto quedó así:

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos…

Es claro, por tanto, que en el siglo II, y gracias sobre todo al Evangelio de Juan y al final añadido del Evangelio de Marcos, se había impuesto ya la idea, contraria a la tradición defendida por Pablo y el Evangelio de Marcos primitivo, de que la Magdalena era una persona importante en el entorno de Jesús. Gracias a esta rectificación johánica y al acto osado del interpolador que manipuló al primitivo texto de Marcos, Magdalena adquiere ya en los textos canónicos una posición dominante entre las mujeres del entorno de Jesús.

El caso único del Cuarto Evangelio

4. El Cuarto Evangelio. El capítulo 20, que trata del día de la resurrección de Jesús, es sorprendente. Resumimos este texto amplio y bien conocido:

Magdalena, sola, no con otras mujeres, corre al sepulcro para ungir el cadáver del Maestro; lo halla vacío; se lo comunica a Pedro; vuelve al sepulcro, y allí cuando está dispuesta a todo por recuperar el cadáver, se le aparece Jesús a ella sola. No lo reconoce a la primera; cree que es el hortelano, pero cuando escucha su voz, sí. Quiere tocar a Jesús, pero éste no se lo permite con misteriosas palabras: “No me toques porque aún no he subido al Padre”.

En mi opinión, este relato tal cual está no es probablemente histórico, sino una escena ideal, simbólica en lo fundamental, compuesta por el evangelista más con intención de transmitir teología que historia. Ocurriría lo mismo que en los casos de la “Conversación con Nicodemo” (3,1-11) y el “Diálogo con la mujer samaritana” (4,4-41), que son representaciones ideales que describen, utilizando la peripecia de una persona, el paso de la fe imperfecta a la perfecta gracias a las palabras reveladoras de Jesús.

Así, la escena con María Magdalena junto al sepulcro tendría un significado simbólico parecido: lo importante para el evangelista es poner de relieve que la mujer pasa de un estado de fe imperfecta (no piensa que Jesús ha resucitado, sino que han robado su cadáver; confunde a Jesús con un hortelano; quiere tocarlo indebidamente) a otro estado de fe perfecta gracias a las palabras del Revelador. Entonces lo proclama “Maestro mío”, es decir, su salvador por medio de la enseñanza reveladora. María pasa también del deseo imperfecto de querer retener al Revelador en el mundo terrenal (simbolizado por su deseo de tocarlo) a aceptar la enseñanza de que Él ya no pertenece al mundo de la materia. Mientras está aquí, en el mundo, tras la resurrección, se presentará a los discípulos y les enseñará. Luego subirá al Padre.

Es claro que para la tradición del Cuarto Evangelio María Magdalena, y no otra mujer, tiene gran importancia, tanto como para dibujarla como una seguidora obediente de Jesús que merece transmitir ella sola la tremenda noticia de la resurrección. ¿Por qué ella? No lo sabemos exactamente, pero sí podemos afirmar que parece inútil ver en la escena del capítulo 20 cualquier significado erótico, así como tampoco en las Bodas de Caná o en la de María Magdalena al pie de la cruz. Ver en ellas el matrimonio de Jesús con María Magdalena sería en mi opinión no entender el significado general del Cuarto Evangelio, un texto de tono místico, a veces simbólico, y con ribetes de una cierto protognosticismo, al que se debe interpretar con mucha cautela.
A estos textos presentados en este breve capítulo se reduce todo lo que sabemos de María Magdalena según los evangelios aceptados por la Iglesia.


¿Ha sido censurada esta presunta relación íntima de Jesús con María Magdalena por la Iglesia?

Existe, según algunos estudiosos, otra posibilidad de explicar este silencio en el Nuevo Testamento sobre nuestro tema: en el siglo II hubo una fortísima corriente en la Iglesia cristiana a favor del “encratismo” , es decir, de la continencia sexual absoluta, pues se pensaba que ceder al impulso sexual y casarse podía ser un impedimento para la salvación. Y había también muchos cristianos que eran gnósticos, dentro de cuyo ideario general se abogaba por el no uso del matrimonio para no generar más “cárceles carnales” que sirvieran de prisión forzada de las almas/espíritus. Entonces –se argumenta-, como fue en ese siglo cuando se hicieron las ediciones actuales de los Evangelios, todas las alusiones a un Jesús casado fueron borradas de los textos por escribas de tendencias encratitas con el fin del que el Nuevo Testamento presentara a un Hijo de Dios absolutamente puro de todo contacto carnal.

Me parece, sin embargo, que este argumento de la censura no se sostiene fácilmente: no hay ninguna prueba de que en el siglo II se sometiera a una revisión general los textos del Nuevo Testamento, ni que se hiciera edición total alguna. En segundo lugar: no ha quedado la menor huella en los manuscritos de ese expurgo en sentido encratita, es decir antimatrimonial y antisexo en general.

Pongamos un ejemplo que lo aclare: a partir del estudio de ciertas modificaciones de los manuscritos del Nuevo Testamento, pequeñas o grandes –omisiones o añadidos de palabras o frases-, en pro de la ortodoxia que se iba formando, deduce la ciencia que hubo escribas que se dedicaron a “censurar”, o editar, ciertos pasajes del Nuevo Testamento, probablemente en el siglo II y después para acomodar su texto a una teología “ortodoxa” que se iba formando e imponiendo. De su acción quedan muchísimos restos en los manuscritos en forma de lo que se denominan “variantes textuales”. Y existen a centenares como han demostrado destacados estudios de crítica textual.

Un caso concreto: en el capítulo 2 del Evangelio de Lucas, en la escena de la presentación de Jesús en el Templo, se presentan las alabanzas al niño Jesús de dos personajes relevantes -Simeón y Ana-, que representan probablemente al judaísmo entero del Antiguo Testamento. En 2,33 dice Lucas: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él (Jesús)”. Naturalmente la expresión “su padre y su madre” podía suscitar alguna duda sobre la concepción virginal de Jesús, por lo que algunos copistas corrigieron: “José y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”. Con esta versión no surgen ya las dudas.

Y así en muchos otros casos. Pero de variantes en los manuscritos acerca de la mujer o hijos de Jesús no hay ninguna, que yo sepa. Por consiguiente: el silencio del Nuevo Testamento no puede explicarse por un acto de censura de tendencia encratita, antimatrimonial, ya que no existen pruebas. La explicación más económica y sencilla es la arriba expuesta: no se hablaba del matrimonio de Jesús porque, en su vida pública al menos, Jesús no mantenía una vida marital, sea lo que hubiere hecho antes.

También se ha planteado la cuestión de que la Iglesia, al confundir desde san Gregorio Magno (finales siglo VI) diversas figuras de mujeres en los Evangelios hubiese intentado tapar el posible matrimonio de Jesús con María Magdalena. SE ha preguntado: ¿Hubo en esta mezcla alguna intención expresa por parte de la tradición de alterar la imagen de la Magdalena…, por ejemplo de silenciar alguna relación especial con Jesús, o de eliminar de la Iglesia el papel relevante de las mujeres o algo por el estilo? Sería posible, pero tampoco lo sabemos, aunque las hipótesis y fantasías no faltan. Pero son sólo eso, hipótesis, pues hemos ya afirmado que no hay pruebas de una censura expresa del texto de los Evangelios en el siglo II, de una edición nueva realizada con la intención de eliminar la función preponderante de las mujeres y con ellas la de la Magdalena.

Por último cito aquí aprobatoriamente el texto de JOSÉ MANUEL VIDAL, el director de Reoligiondigital que acompaña el texto de Irene Hernández Velasco en El Mundo 20 sep. 2012 p. 45

Célibe, según la Iglesia


¿Estuvo casado Jesús de Nazaret? La pregunta suscita morbo pero en el ámbito exegético está zanjada hace tiempo. Los biblistas serios (tanto católicos como protestantes u ortodoxos) sostienen, como la doctrina oficial de la Iglesia, que Jesús fue célibe «por el Reino de los cielos». «Todos los textos históricos parecen inclinarnos a que Jesús fue célibe y que su celibato es un signo escandaloso, de ruptura escatológica y de servicio a los pobres.

No por rechazo espiritualista de la carne ni por oposición a la mujer, sino todo lo contrario», sostiene Xabier Pikaza, uno de los más prestigiosos exegetas católicos, que acaba de publicar ‘Evangelio de Marcos. La Buena Noticia de Jesús’ (Verbo Divino), una investigación de 1.200 páginas. En esa línea se mueven los demás investigadores neotestamentarios. Como señala Pikaza, «los textos del Nuevo Testamento hablan mucho de la familia de Jesús. Hasta citan a ‘las mujeres de sus hermanos’. Pero en ningún momento aluden a una eventual mujer de Jesús. Entonces el matrimonio no podía ‘esconderse’. Si se hubiera casado, los evangelios lo habrían contado».

El papiro, auténtico según los expertos, sólo demuestra que, en el siglo IV, y en los ambientes gnósticos, se hablaba de un Jesús casado ‘místicamente’. Al estilo de Santa Teresa de Ávila, que habla de Cristo como de su esposo”.

Finalmente me queda por comentar el borrador del artículo de Karen L. King, en inglés, que como dije aparecerá en enero 2013 en Harvard Theological Review. Parte ha sido ya mencionado aquí añadiré alguna nota sobre lo nuevo. También comentaré las nuevas noticias sobre la posible falsedad del texto.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com


Viernes, 12 de Octubre 2012

Notas

8votos
Hoy escribe Fernando Bermejo

En el Día Internacional de los Derechos Humanos, la situación de la pena de muerte en el mundo es un tema digno de reflexión (y, quizás, de acción):

http://www.es.amnesty.org/actua/acciones/arabia-saudi-pena-muerte/

Para ulterior reflexión, aquí va el texto correspondiente del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por Juan Pablo II el 25 de junio de 1992:

2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.

Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la enmienda del culpable (cf. Lc 23, 40-43).

2267 Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Este texto merece (además de las carcajadas de rigor) un largo comentario, que quizás realicemos en una serie ulterior de postales.

Por el momento, limitémonos a observar lo notablemente irónico e instructivo que resulta el hecho de que esa salvedad relativa a los “casos de extrema gravedad” implica, nolens volens, justificar retroactivamente la muerte de Jesús de Nazaret: fue precisamente una situación peligrosa -una situación excepcional que ponía en peligro la vida del pueblo, si hemos de creer al Cuarto Evangelio (Jn 11, 47-50)- la que hubo de enfrentar el sumo sacerdote al entregar para ser ejecutado al que la Iglesia considera su fundador.

Vosotros no entendéis nada, ni caéis en la cuenta de que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación. ¿Lo dijo Caifás, o fue Wojtyla?

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 10 de Octubre 2012
Historia de los Apóstoles Simón y Judas en el Pseudo Abdías
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Historias de los Apóstoles Simón y Judas

Simón y Judas en Pseudo Abdías VI 7-23

Los magos persas, enemigos de los Apóstoles

Después de la historia de Santiago el Justo, la colección del Pseudo Abdías refiere la historia de los hermanos Simón el Cananeo y Judas Tadeo, a los que presenta como hermanos mayores de Santiago y apóstoles de Cristo. Unidos por lazos de sangre, los hermanos Simón y Judas lo están en el recuerdo de la liturgia de la Iglesia que celebra su fiesta el 28 de octubre. En el sorteo de las regiones del mundo, Simón y Judas habían recibido el encargo de evangelizar Persia. Persas eran, en efecto, los dos magos con los que tuvieron que bregar. Sus nombres eran Zaroés y Arfaxat, que habían escapado de Etiopía huyendo del apóstol san Mateo.

Una constante en la historia del cristianismo primitivo era el enfrentamiento entre los magos, maestros del engaño, y los apóstoles, maestros y testigos de la verdad. El poder de los magos les venía de los demonios. El de los apóstoles procedía de Dios, garantía de su palabra y de sus obras.

El autor de las Historias Apostólicas hace una relación detallada de la doctrina de estos magos persas, que tiene numerosos puntos de contacto con las conocidas enseñanzas de Manes y de los maniqueos. Ésta es su exposición textual:

“Su doctrina era perversa, tanto que del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob decían blasfemando que era el Dios de las tinieblas. En su opinión, Moisés había sido un malhechor. Afirmaban en suma que todos los Profetas de Dios habían sido enviados por el Dios de las tinieblas. Según ellos, el alma del hombre tenía una parte de Dios, pero el cuerpo había sido creado por el Dios malo. El hombre está compuesto de sustancias contrarias, en las que la carne se alegra cuando el alma se entristece, y el alma se regocija cuando el cuerpo se aflige. Incluyen el sol y la luna en el número de los dioses. Igualmente enseñaban que el agua tenía dignidad divina. En cambio, afirmaban que el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, había sido pura fantasía; que no había sido verdadero hombre ni había nacido de una virgen verdadera; tampoco había sido verdaderamente tentado, ni había padecido verdaderamente, ni verdaderamente sepultado, ni había resucitado verdaderamente de los muertos” (c. 7,1-3).

Estos magos formaban parte de los que, según san Epifanio, “pensaban que el alma del hombre era una partícula de Dios”, (Aduersus Haereses, II 2, LXVI 9, PG 42). Tales eran los enemigos que encontraron en Persia los hermanos Simón y Judas, y tal era la doctrina contra la que tuvieron que luchar. Para los persas, contaminados con la doctrina de los magos, la presencia de los dos apóstoles sirvió, piensa el autor, para que los persas de buena voluntad encontraran a través de la palabra apostólica la sombra del mejor de los maestros, taumaturgo enemigo de la magia, Jesús el Cristo. El poder del Maestro de Galilea entraba una vez más en colisión con otros poderes, que tenían amplia aceptación entre las poblaciones vecinas. Pero los apóstoles de Jesús contaban con el poder infinito de Dios y sus promesas de ayuda incondicional para el cumplimiento de su misión.

(Cuadro de los santos Apóstoles Simón y Judas)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 8 de Octubre 2012
Hoy escribe Antonio Piñero



Como base a la breve discusión final de este comentario a las opiniones de la Profesora Karen L. King continuamos indagando brevemente las posibles fuentes sobre una relación especial de afecto carnal entre Jesús y la Magdalena


El resto de los “textos probatorios” se refieren a la Pasión y resurrección de Jesús. María Magdalena es la mujer que más veces se nombra en los Evangelios aceptados por la Iglesia: diecisiete, contando repeticiones y variantes de los textos. En los Hechos de los apóstoles, segunda parte del Evangelio de Lucas, la Magdalena no aparece en absoluto.

Durante la pasión de Jesús aparece la Magdalena cerca del Maestro, al igual que en los relatos de la sepultura, resurrección y apariciones. Para lo que sigue utilizaré algunas notas de mi obre Jesús y las mujeres, agotado y descatalogado por la editorial Aguilar / Santillana, Madrid, que espero sea pronto reeditado. Quizás sea conveniente reproducir aquí una parte pequeña parte de lo que se refiere a María Magdalena. Comenzamos con María Magdalena cerca de la cruz de Jesús

Existen dos versiones en los Evangelios:

Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén (Mc 15,40).

Este primer texto no presenta a la madre de Jesús como testigo de la crucifixión, ni de cerca ni de lejos. El segundo, el de Jn 19,25-27, sí testimonia la presencia de su madre, más la de María Magdalena y el Discípulo amado:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Sostener que Jesús estuviera casado con la Magdalena es sobrepasar totalmente las capacidades del pasaje. A partir de este pasaje sobre todo, dos autores españoles, Rafael Hereza y Manuel Asensio (El desvelamiento de la revelación, Editorial La Rama Dorada, Madrid, 1981, María Magdalena, Editorial La Rama Dorada, Madrid, 1984, respectivamente), han argumentado que pueden deducirse argumentos suficientes para probar las bodas entre Jesús y María Magdalena. En lo que sigue sometemos a crítica su razonamiento:

A. El primer paso de la argumentación es identificar a esta María junto a la cruz con otras Marías de los evangelios e incluso con mujeres que aparecen en ellos sin nombre alguno. Así, se amalgama y confunde su persona:

• Con una pecadora sin nombre (Lc 7,36-50);
• Con una mujer adúltera, también innominada, a la que Jesús perdona (Jn 8,2-11);
• Sobre todo con María de Betania (Jn 11);
• Y finalmente con otra mujer anónima, de la misma Betania, que unge a Jesús antes de su muerte en casa de Simón el leproso (Mc 14,39; suponiendo que la tradición reflejada por Lucas en 7,36-50 sea independiente).

De cinco mujeres distintas la tradición tardía hace voluntariamente una sola. Además, vence el posible aspecto negativo de la personalidad de una de ellas, el de pecadora arrepentida, y desde el siglo VI/VII, a partir de S. Gregorio Magno -papa en 590-604, que tomó como pie el texto probablemente espurio de Mc 16,9 (“Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios” = demonios lascivos)- se presentará a la Magdalena, al menos en la Iglesia Occidental, como una prostituta arrepentida…

Los dos autores citados aceptan esta identificación. Manuel Asensio, sobre todo, argumenta largo y tendido en su defensa, apelando ante todo a la tradición eclesiástica.

Ahora bien, esta conclusión que identifica con poco rigor diversos personajes femeninos nos parece ilegítima y que está bien lejos de la verdad. Este proceso de amalgamiento de personajes nos parece indefendible y gratuito, aunque la Iglesia desde el siglo VII y la liturgia católica occidental la presuponga desde entonces. La iglesia ortodoxa oriental no admite tal identificación.

Nos preguntamos entonces: ¿por qué la tradición hace esta confusión entre personas tan distintas? Y en segundo lugar, ¿por qué la aceptan R. Hereza y M. Asensio?

A la primera cuestión debemos responder: estrictamente no lo sabemos. Probablemente por comodidad y deseos de simplificación ante la diversidad de personajes con rasgos similares. Al igual que el complicado panorama de los demonios en tiempos del Antiguo Testamento se va lentamente unificando a lo largo de los siglos, y de muy diversas clases de espíritus malos se hace una sola, y de varios jefes de los demonios con distintos nombres se hace uno solo, Satán, así ha ocurrido con la Marías del Nuevo Testamento: de varias se hizo una. Con esta amalgama el manejo de datos complejos se hace más cómodo.

¿Hubo en esta mezcla alguna intención expresa por parte de la tradición de alterar la imagen de la Magdalena…, por ejemplo de silenciar alguna relación especial con Jesús, o de eliminar de la Iglesia el papel relevante de las mujeres o algo por el estilo? Sería posible, pero tampoco lo sabemos, aunque las hipótesis y fantasías no faltan. Pero son solo eso, hipótesis, pues hemos ya afirmado que no hay pruebas de una censura expresa del texto de los Evangelios en el siglo II, de una edición nueva realizada con la intención de eliminar la función preponderante de las mujeres y con ellas la de la Magdalena.

Respecto a la segunda pregunta: en la argumentación que ahora estamos sometiendo a escrutinio estos presuntos motivos tradicionales para la identificación de personajes evangélicos no cuentan en el fondo. La finalidad de Hereza y Asensio al aceptar la identificación va orientada hacia su tesis: presentar a la Magdalena como una pecadora arrepentida, como la predilecta de Jesús ya durante su ministerio público y como el vehículo para que Jesús realice al completo el misterio de su encarnación, como se verá.

B. El segundo argumento para postular que María Magdalena es presentada en este pasaje del Cuarto Evangelio como la esposa de Jesús es afirmar que en todo este escrito y en parte en el resto de los Evangelios la figura de la Magdalena aparece descrita con palabras y alusiones tomadas del Cantar de los Cantares: para quien quiera entender, los evangelistas –se dice- están empleando simbólicamente la terminología bíblica de la esposa (Magdalena) y del esposo (Jesús).

Entonces se da un paso más y se supone como cierto por parte de los autores mencionados que este simbolismo solo pudo ser utilizado por los autores evangélicos porque estaba basado en una realidad irrefutable: el matrimonio real de Jesús con esta mujer.

Sin duda María Magdalena tiene importancia en aquellos grupos y escritos que representan un cristianismo gnóstico, espiritual o místico, es decir, menos “institucional”. Entre ellos hay que contar al Evangelio de Juan. Pero deducir de ello, y del incierto y discutido uso entre los estudiosos de la terminología del Cantar de los Cantares para describir a la Magdalena por parte de los evangelistas, que éstos recogen una tradición “oculta y misteriosa” de las bodas entre Jesús y esta mujer, va un mundo: hay una distancia insuperable que solo la imaginación puede franquear.

Es además una mera suposición, sin base suficiente textual ni crítica alguna, imaginar luego que esta tradición subterránea pero verdadera fue arrinconada y sepultada en el siglo II por la tendencia antisexo y antimatrimonial de la Gran Iglesia que hizo una revisión y censuró el texto de los Evangelios… (¡solo quedaron leves alusiones!).

C. El tercer argumento se basa en que el texto griego del pasaje que nos ocupa (Jn 19, 25-27; véase de nuevo la traducción más arriba, en 1.). El texto no dice: “viendo a su madre / y dice a su madre”, sino que lee: “viendo a la madre” y “dice a la madre”.

Jn 19,25-27:
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.
26 Jesús, viendo a la madre (así con los mejores manuscritos: P66 Sin B; “su madre”:A Ds  f 1.13)
y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a la madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Escasos exegetas piensan que “la” madre: se refiere a María Magdalena y que ésta es la mujer de Jesús y el discípulo amado el hijo de ambos.

Deducir de este hecho cierto que el texto se refiere a María Magdalena como madre del Discípulo amado y esposa de Jesús me parece demasiado. Es de nuevo un ejercicio arriesgado de exégesis sin base suficiente. Para ello hay que suponer también que entre la madre, María Magdalena, y el hijo, el Discípulo amado, había habido una fortísima pelea y una posterior separación, de modo que el marido y padre (Jesús) logra en el instante de la muerte una reconciliación entre madre e hijo. ¡Demasiadas fantasías!

D. El cuarto argumento es puramente teológico y se basa en el primero: María Magdalena había sido una pecadora/prostituta, aunque arrepentida claro está. Al casarse con una mujer de tan tremendo pasado, Jesús habría llevado a total efecto la finalidad de su encarnación, convertirse en un hombre como los demás: se habría hecho “pecador” al hacerse “una sola carne” uniéndose en matrimonio con una ex prostituta.

Lo mejor que puede decirse ante este razonamiento es que se basa en la fusión de las Marías, incluida la pecadora pública y la adúltera, antes criticada y en que interpreta sin base alguna que los “siete demonios” expulsados por Jesús de ella eran “espíritus lascivos” (Lc 8,2). Se trata de un argumento teológico, no histórico, y simplemente pintoresco.

En síntesis: no nos convencen en absoluto los argumentos anteriores sobre la identificación de las diversas Marías, y es sumamente improbable que de este texto johánico sobre la Magdalena al pie de la cruz se deduzca que esta mujer era la esposa de Jesús (hacen falta más pruebas).

Sin embargo, es de señalar de cualquier modo cómo el Evangelio de Juan destaca la presencia de María Magdalena al pie de la cruz, que para su comunidad debía representar algo importante. Por ejemplo, he sostenido que puede ser un símbolo más de la buena discípula que pasa de la fe imperfecta a la perfecta, tanto que se convierte –como la mujer samaritana del capítulo 4 del Evangelio de Juan respecto a sus conciudadanos-- en “apóstola” de los apóstoles (sea o no histórica esta noticia del Evangelio de Juan.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 5 de Octubre 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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