CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“La autorrevelación de Dios en la historia humana. Diálogo de A. Flew con N.T. Wright” = Dios existe (IX) (442-09)



Hoy escribe Antonio Piñero


Antony Flew escogió a Nicholas Thomas Wright porque este exegeta anglicano, obispo dimisionario de Durham, es uno de los prestigiados intérpretes semiconservadores del Nuevo Testamento en ámbito de lengua inglesa. N. T. Wright ha escrito mucho y sus obras son en verdad buenas. Su pequeño libro sobre Pablo, Paul In Fresh Perspective, Fortress Press, Minneapolis, 2009, es francamente interesante: su exégesis es convincente, va a lo sustancial y ofrece claves efectivas para entender en profundidad las ideas básicas de la teología paulina.

En este apéndice, Flew, un entusiasta del humanismo cristiano incluso en su época atea, pregunta a Wright sobre la verdad de la base del cristianismo, la revelación de Dios en Jesús y el fundamento de la creencia en ella y la resurrección. Flew sabe de antemano que la ciencia histórico-crítica aplicada a los relatos evangélicos sobre Jesús y, sobre todo, a los de la resurrección dejan poco pie a pensar en la historicidad de este evento.

Wright se defiende bien: afirma, en primer lugar, que la cuestión de la existencia histórica de Jesús está prácticamente zanjada entre los historiadores de toda condición. Gracias a los métodos histórico-críticos, hay pocas personas de la Antigüedad de la que podamos decir que conocemos tanto como sobre Jesús…; aunque sea objetivamente poco, es suficiente. Por tanto, Flew se da por satisfechos y pasa a la pregunta sustancial: “¿Qué razones hay para sostener, basándose en los textos, que Jesús es Dios encarnado?”

La pregunta supone ya demasiado: que el Dios de la revelación judeocristiana existe, y que el análisis de los textos, en gran parte muy legendarios, o incluso míticos (como en general todos los de la Antigüedad), permiten responder a esta cuestión.

Wright sostiene que su fe en Jesús como hijo de Dios encarnado no se basa solo en los Evangelios, sino más bien en la actuación de Jesús y en lo que puede deducirse de cómo entendían los judíos del siglo I a Dios y a su acción en el mundo. Wright sostiene que los textos sostienen sin dudar que existe un Dios único, que es creador, que es el Dios de Israel y que sigue actuando en el mundo y en la historia. La acción de Dios, y a Dios mismo, se ve en los textos protocristianos de cinco formas.

1. La primera es su Palabra: Dios habla y hubo luz. Su palabra es viva y activa.

2. Dios actúa por su Sabiduría, creadora y sostenedora del mundo. La Sabiduría es como la personificación de Dios hacia fuera, hacia el universo.

3. La gloria de Dios habita en el Templo.

4. Este es el símbolo de la “encarnación” de Dios en medio de Israel.

5. El Espíritu de Dios es otra de las maneras como Dios actúa en el mundo.

Wright argumenta que Jesús se presenta ante los hombres como la “encarnación”, o representación de estas cinco formas de actuación de Dios entre los hombres.

Así:

1. Jesús es la Palabra. Por ejemplo, Jesús en la parábola del Sembrador (Mc 4,3ss).

2 Jesús se autopresenta como la Sabiduría de Dios. por ejemplo, en su dicho “El que oye estas palabras mías y las cumple…” (Mt 7,24).

3. Jesús se comporta como si él fuese el Templo, personificándolo. Por ejemplo, mostrándose como perdonador de los pecados, algo que pertenecía exclusivamente a Dios (Mc 2,10, curación del paralítico, en sábado, en la sinagoga de Cafarnaún: “Pues para que veáis que el hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados…”).

4. “Cuando se está con Jesús es como si estuviéramos en el Templo, contemplando la gloria de Dios. Ejemplo: las antítesis en el Sermón de la Montaña: “Habéis oído que se dijo… pero yo os digo” (Mt 5,22ss)

5. Finalmente, respecto al Espíritu baste considerar la frase de Jesús “Si yo por el espíritu de Dios expulso a los demonios…” (Lc 11,20).

Conclusiones de Wright:

“Toda esta gran historia de un Dios que desciende a estar con su pueblo está ocurriendo ahora” en Jesús (p. 155); cuando Jesús entra en Jerusalén, el ‘domingo de Ramos’ no va a morir sino que piensa que está cumpliendo las profecías del retorno del rey Dios y de su mesías a Sión. Jesús es el guerrero divino de Yahvé, en expresión de Joel Marcus que asumir Wright.

Por ello, cuando poco después de su muerte y sus discípulos creen firmemente que Jesús ha resucitado, dijeron para sí, reflexionando sobre su vida anterior con Jesús: “¿Comprendéis ahora con quien hemos estado todo este tiempo? Hemos estado con el que encarnaba al Dios de Israel”.

Por último, Wright asume una expresión del IV Evangelio que explica su pensamiento: la idea de Dios en los humanos es siempre muy vaga; sólo cuando miramos a Jesús cobra un perfil preciso: “Nadie ha visto nunca a Dios; pero el hijo unigénito de Dios, que vive en el seno del Patre se ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Mi opinión respecto a la argumentación de Wright:

Con todo el respeto a este exegeta, a quien admiro, tendría que reescribir toda esta postal y precisar detenidamente cada una de sus afirmaciones. Pero dejémoslo estar, porque Wright en el fondo, más que lo que pensaba Jesús de sí mismo está contando qué pensaron los Evangelistas de Jesús y, por tanto, entró en el terreno difícil de la precisión acerca de la autoconciencia de Jesús y de cómo ese ser humano fue “divinizado” de algún modo después de su muerte, en un proceso que se repite incluso en el judaísmo de la época. El ejemplo más conspicuo es Henoc /Metatrón (Libros I, II y III de Henoc = Edic. Cristiandad, Madrid, Apócrifos del Antiguo Testamento vol. IV, 1984; aún accesible).

A este respecto quisiera copiar unas líneas de James G. D. Dunn, un conmilitón de Wright en la tarea de ofrecer una “nueva perspectiva” en la comprensión de Pablo, el primer teólogo cristiano de quien se puede presumir que presenta rasgos notorios, aunque ambiguos, haber considerado ya “divino” a Jesús, de algún modo:

“¿Implicaba la confesión de Jesús como Señor que Pablo adoraba a Jesús como Dios y esperaba que sus convertidos hicieran los mismo (cf. Jn 20,28: “Señor mío y Dios mío”, en boca de Tomás)?. No es esta una pregunta a la que pueda responderse con un simple ‘sí’ o ‘no’. Ciertamente Pablo no dudaba en utilizar en referencia a Jesús textos que hablaban de Yahvé: señalemos particularmente el uso del texto intensamente monoteísta de Is 45,23 cuando habla del reconocimiento universal anticipado del señorío de Cristo (Flp 2,11), y el modo sorprendente con el que Pablo parece incorporar a Cristo en la Shemá de Israel (Dt 6,4: Yahvé es Dios único…) en 1 Cor 8,6 (“Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros.”).

“Lo que no está claro es la medida en la que Pablo concebía al Jesús exaltado compartiendo la divinidad de Dios, aparte de la simple (¡!) condición de Señor. Igualmente notables son sus referencias bastante frecuentes a Dios como ‘El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo’ (Rom 15,6; 2 Cor 1,3, etc.), así como su desarrollo más explícito de la relación entre Dios y el Cristo exaltado en 1 Cor 15,24-28: ‘Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. 25 Porque debe él reinar = hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. 26 El último enemigo en ser destruido será la Muerte. 27 Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que «todo está sometido», es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. 28 Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo’). Es cierto que Pablo describió a los cristianos como ‘los que invocan el nombre del Señor’ (1 Cor 1,2), invocó él mismo a Cristo (1 Cor 16,23: “¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros!”), y no dudó en unir a Dios Padre y al Señor Jesucristo en su bendición (Rom 1,7; 1Cor 1,3, etc.).

“Pero es cierto que Pablo nunca dirige a Cristo su acción de gracias (eucharistéo; eucharistía), ni sus peticiones normales (déomai; déesis), como tampoco nunca alaba a Cristo (doxázo), ni le “sirve” cultualmente (latreúo; latreía), ni lo adora (proskynéo). A veces, sin embargo, ofrece su acción de gracias o su oración a Dios ‘a través de Cristo’ (Rom 1,8; 7,25). Igualmente significativo, dado que su misión era constantemente criticada por los creyentes judíos más tradicionalistas, es que no parece que esos mismos fieles encontrasen motivo de crítica en la cristología paulina relativa a Jesús como Señor, es decir, crítica porque ellos considerasen que la doctrina de Pablo cuestionaba la unidad de Dios y el exclusivo derecho de Este a la adoración. Cuando Pablo por su actitud frente a la Ley era objeto de una hostilidad ostensible, aunque reflejada a través de creyentes judíos, habría resultado extraño que su cristología, de ser susceptible de alguna objeción seria, no hubiera sido atacada, más de lo que se desprende de 1 Cor 1,23 (“Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles;”) y Gal 3,13 (“Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero”)”

(Comenzando desde Jerusalén, tomo 1 de la trilogía “El cristianismo en sus comienzos”; Editorial Verbo Divino, Estella 2012, 669-671).

Como se ve por este excelente resumen, las cosas no están tan claras como sostiene Wright. Todo lo más puede sostenerse razonablemente, a la luz de los testimonios aportados por Dunn en el primero y segundo de los párrafos transcritos, que tanto Pablo como sus cristianos gentiles (pero no los judeocristianos) sostenían de Jesús era divino de algún modo; pero que esa divinización estaba en sus comienzos; que aún no se había reflexionado sobre sus consecuencias, que no era criticada porque muchos judíos de la época pensaban que el mesías podía ser uno de los “dos poderes en el cielo”, y que las dificultades que ofrece el tercer párrafo de Dunn arriba transcrito es de mucho menos peso que los textos del primero (y faltan otros importantes como 1 Cor 2,7-8: “Os hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, 8 desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria”).

La próxima semana concluimos con nuestro amplio comentario de “Dios existe” de Antony Flew. ¡A pesar de que alguien, descubriendo el Mediterráneo, anunció como novedad en Religiondigital, hace muy pocos días en pagina de inicio, que Antony Flew el famoso ateo se había convertido al teísmo!


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com




Viernes, 11 de Enero 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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