CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Sigue la preventa del libro.
GNOSIS. Conocimiento de lo oculto.

Subtítulo “La gnosis judía y cristiana explicada por sus textos”
Editorial Trotta, Madrid. Hasta 31 de marzo
 
 
La finalidad de la Preventa no es primariamente económica, pues se hace una rebaja, sino ante todo que el libro vaya firmado por el autor. Y eso solo se consigue si se tiene reunido en un lugar, en el momento de la salida del  libro, el nombre, dirección del comprador y lo que se desea que se incluya en la dedicatoria. Para estos fines es preciso entrar en la Página Web de la editorial Trotta.
 
En la semana pasada expuse una síntesis de cómo los gnósticos explican el proceso de la salvación de los privilegiados con la gnosis (los “pneumáticos” o espirituales) o conocimiento revelado.
Por debajo corren de los cinco actos de un drama cósmico que dibujé la semana pasada corre subterránea otra trama secundaria que habla de la pérdida y recuperación de una parte de la divinidad. Se halla dividida también en actos, y son cuatro:
 
Acto I. Expansión del poder divino para completar un universo espiri­tual.
 
Acto II. Pérdida, o robo, de una parte de este poder divino a cargo de un ser no espiritual (El Demiurgo).
 
Acto III. Engaño del Demiurgo (por Sabiduría) y transferencia de ese poder a una parte de la humanidad (los espirituales).
Acto IV. Recuperación gradual de ese poder hacia el Pleroma cuando los gnósticos son llamados por el Salvador y van retornando (tras su muerte) a la divinidad.
 
Aquí, en este libro hay un mundo de ideas espirituales que sorprenderán a las gentes de hoy. El libro trata de explicarlas
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Jueves, 20 de Marzo 2025

Notas

Padre Nuestro que estás en los cielos... Tan sencillo y tan difícil de situar históricamente. Sin embargo, hay pistas para entender que esta es una oración meramente judía.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Uno de los principales apuros que causa el relato general del llamado Padre Nuestro es el texto de Lucas: en él la oración viene precedida por la siguiente contextualización (Lc 11, 1-3):  

Y sucedió que, mientras estaba en cierto lugar rezando, así que paró, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a rezar tal como Juan enseñó a sus discípulos”. Y les dijo: “Cuando recéis, decid: Padre, sea santo tu nombre…” 

La impresión que se deduce de aquí es que Juan el Bautista enseñó a Jesús la famosa oración, lo cual deja a este en el lugar secundario. Que en Lucas aparezca esta escena y que en Mateo se elimine apunta a que para el autor del primero era cierta la información y que al del segundo no le gustó el dato y lo eliminó por favorecer al Bautista. Es decir, se piensa que no fue ésta una oración que podamos atribuir a Jesús como inspirador. Que sea de Juan no es raro, pues incluye algunas ideas básicas de su predicación, como la llegada del reino o el buen comportamiento entre los conocidos (no sería posible perdonar deudas a los desconocidos).  

En cuanto al origen de esta oración, puede pensarse que realmente es una oración de Juan o de Jesús inspirada por éste pero no cabe duda de que es una oración judía. Para empezar, la reconstrucción aramea (y la traducción griega) presenta los típicos elementos de la poesía judía de la época; además, la oración en general remite al Kaddish, la plegaria que acabó recitándose como parte final del culto en las sinagogas. Su datación es asunto de arduo debate, y no se puede asegurar que sea precedente del Padre Nuestro aunque sí indica un mismo modo de proceder: hay un tono general asombrosamente parecido que despierta sumo interés entre los especialistas:  

“¡Que su gran nombre sea santificado en el mundo que él creó de acuerdo a su voluntad! ¡Que se establezca su reino y su salvación despunte y su Ungido esté ya cerca durante tu vida y tus días y durante las vidas de toda la Casa de Israel, rápidamente y muy pronto! Que así sea”. 

Se trata de algo que coincide completamente con las ideas de la época sobre Yahvé, su reino y su nombre. Y, verdaderamente, la identificación con el comienzo del Padre Nuestro es relevante. 

En cuanto al contenido del Padre Nuestro tal como se reconstruye para Q, la invocación al padre encaja con la idea que Jesús potenció sobre Yahvé e invita a pensar la posibilidad de analizar el conjunto desde esa perspectiva, como así haré. Por lo que se refiere a la variante de Mateo “que estás en los cielos” puede ser una simple denominación sin ánimo de espiritualizar la teología subyacente: las expresiones “de los cielos”, “celestial”, etc., sirven para evitar nombrar a la divinidad, de manera que el contexto sería plenamente judío en el significado más terrenal y material del término. Es decir, que su versión de la oración incluya la expresión “Padre nuestro que estás en los cielos” mostraría la intención de no mencionar el nombre de Yahvé tal como parece haber pretendido Jesús. 

Por otra parte, la idea de no mencionar a Yahvé se potencia y perfecciona con la siguiente frase, “que sea santificado tu nombre”. A este respecto interesa recordar que el concepto “nombre” conlleva varias ideas: la esencia de las personas está en su nombre, que incluso sirve para obtener el poder necesario mediante invocación (“el nombre de su familia lo avala”); los nombres están asociados al concepto de compromiso (“tu palabra me basta”, “te tomo la palabra”); las propias palabras tienen poder (“mencionó al director y todos los alumnos se callaron”); una palabra puede ordenar, condenar, salvar (“mi palabra es la ley”). Así que en este segundo versículo resuena buena parte de la teología sobre Yahvé. Si a esto añadimos la relación que se apuntaba en Jeremías entre invocar a Yahvé como padre y la esperanza en que el reino se instaure, los siguientes versículos del Padre Nuestro ganan mucha claridad. 

En efecto. Por lo que se refiere a la idea de reino es interesante añadir que una faceta común al Mediterráneo oriental de la época era la expectativa filantrópica que acompañaba el inicio de un reinado nuevo: el monarca recién llegado solía promulgar algunas medidas de beneficencia que parecen reunirse en el Padre Nuestro. Pero esto no es de extrañar: también se considera que el papel que Yahvé detenta como rey depende del modelo asirio de rey en el siglo VIII. 

En primer lugar, hay algunos testimonios procedentes de Egipto que confirman que sus reyes griegos, los Tolomeos, comenzaban sus reinados perdonando las deudas y auspiciando la condonación de las mismas entre particulares. Esta noticia puede combinarse con una idea plenamente judía: la remisión de deudas cada siete años según dicta Dt 15, 1-6. La idea está fuertemente ligada en la mitología hebrea a la llegada a la tierra prometida, tal como se puede apreciar en Lv 25, 1-7: “Cuando hayas entrado en la tierra que Yahvé os concede…”, lo cual permite asociar la inauguración del nuevo reino divino en la tierra de Israel con la mitología del país. Vista así, la oración del Padre Nuestro es una petición para que el reino de Yahvé se establezca sobre la tierra del Israel mítico, la Judea en realidad ocupada o tutelada por Roma.  

Además de esto, en el mundo tolemaico el nuevo rey también se preocupaba de los aspectos alimenticios de su pueblo y, de hecho, se esperaba que repartiera pan a sus súbditos. A decir verdad, la provisión de la vida más holgada posible es una de las cualidades del reino de Yahvé. No cabe duda de que la frase “Nuestro pan necesario, dánoslo hoy” se refiere a eso. De hecho, resulta curioso que en el denominado milagro de los “panes y los peces” precisamente el pan abunde hasta sobrar; por otro lado, no hay que olvidar que, durante el periodo entre la primera y la segunda revuelta contra Roma, las lámparas de aceite fabricadas en la época muestran una gran preferencia por el motivo de las espigas de grano, trigo en general. Y tampoco debe pasarse por alto el hecho de que el reino de los cielos había de llegar, es decir, nos encontraríamos en situación de ansiar un nuevo reinado equivalente a los nuevos reinados de la época, que darían alimento (aceite y pan) a todos sus súbditos. 

Asimismo, y dado que estos extremos alimentan una idea únicamente material del ansiado futuro reino de Yahvé, hay que constatar una interesante reacción del cristianismo de los siglos II y III a propósito del motivo del pan en el Padre Nuestro. Ese carácter claramente material que se desprende de lo dicho hasta ahora era lo que percibieron los cristianos de los dos primeros siglos: Clemente de Alejandría encontró ciertos problemas con dicho realismo, de modo que reinterpretó la frase espiritualizando el pan: en su obra Pedagogo escribe (Paed. 1, 6): “La Palabra declara que ella es el pan del cielo”. Por su parte, Orígenes encuentra molesta la referencia al pan y también la transforma en algo menos material (Sobre la oración 27, 1): “Puesto que de esta petición algunos entienden que se nos ordena rezar por el pan material, será oportuno refutar aquí su error y establecer la verdad sobre el pan suprasubstancial. 

Así pues, la condonación de deudas expresada en el Padre Nuestro (cuyo vocabulario en griego y arameo es idéntico al hallado hasta la fecha en la documentación tolemaica), el deseo de pan, el ambiente de inauguración del reino y su ligazón con la idea de pueblo de Yahvé entrando a su tierra prometida, permiten emparentar esta oración con otros fragmentos muy interesantes de la literatura hebrea. Concretamente, un salmo, literatura habitual en las sinagogas, da luz a la cuestión. Se trata del Salmo 145, dedicado a Yahvé como rey misericordioso en el reino futuro: comienza con la glorificación de su nombre (vv. 1-2); continúa con la magnificencia de sus obras, poder y beneficencia (vv. 3-7); comenta después sus justicia y misericordia (vv. 8-10); sigue la invitación a que todas las criaturas conozcan estos parabienes (vv. 11-13); además, reparte abundancia (vv. 14-16) y se comporta con esos modos del padre que perdona, acoge en caso de tribulación y escucha las peticiones de quienes lo aman verdaderamente (vv. 17-21). 

Este anuncio del reino por llegar tiene un último punto de interés: el momento en que se perdonan las deudas entre los mortales. La versión de Mateo incluye el verbo perdonar en pasado; la de Lucas en presente. El problema que tenemos en español es que ambas formas del verbo “perdonar” son idénticas, y eso impide observar una sutil diferencia entre ambas: yo perdoné, nosotros perdonamos sería el pret. perf. simp. en Mateo frente al yo perdono, nosotros perdonamos del presente en Lucas. La versión griega reconstruida de Q coincide con el pasado del primero. Esto querría decir que el autor de Mateo testimonia otro dato más para no deslocalizar el Padre Nuestro: se trataría de una frase perfectamente adecuada al Bautista, pues él insistió en que su bautismo era una confirmación de que el comportamiento del fiel de Yahvé ya llevaba tiempo vuelto hacia los preceptos de su dios. Así, el Padre Nuestro afirmaría que uno puede solicitar la pronta llegada del reino porque ya ha cambiado, ya ha hecho su parte perdonando, tiempo atrás, a otros. Lucas, en cambio, al incluir el verbo en presente en lugar del correspondiente pasado trasladó la oración a un tiempo eterno, a cualquier tiempo en realidad, a cualquier lugar en realidad, y modificó sustancialmente el mensaje total de la oración, lo universalizó al escribir un presente que nunca se acaba. 

En resumen, estos son los diferentes apartados a considerar para entender bien el Padre Nuestro: 

  • el origen del Padre Nuestro posiblemente estuvo en el Bautista; 

  • la teología de Yahvé y su nombre; 

  • la ideología de su reino; 

  • el anhelo por su llegada una vez confirmada la vuelta a los caminos del Señor; 

  • los signos de su instauración; 

  • su concepción como repetición de la antigua llegada a la tierra prometida, tierra de leche y miel, lugar de misericordia regido por un padre benevolente para con sus fieles 

Todos estos aspectos convierten esta oración en un tema exclusivamente judío, un brevísimo concentrado de pasajes tan interesantes como, por ejemplo, Ez 36, 16-38. Como en tantas ocasiones, esta oración fue después matizada y reconvertida en algo tan universal como paulatinamente llegaba a ser la Iglesia. 

 

Miércoles, 19 de Marzo 2025

                                                                 Subtítulo “La gnosis judía y cristiana explicada por sus textos”
                                                                 Editorial Trotta, Madrid. Hasta 31 de marzo
 
 
La finalidad de la Preventa no es primariamente económica, pues se hace una rebaja, sino ante todo que el libro vaya firmado por el autor. Y eso solo se consigue si se tiene reunido en un lugar, en el momento de la salida del  libro, el nombre, dirección del comprador y lo que se desea que se incluya en la dedicatoria. Para estos fines es preciso entrar en la Página Web de la editorial Trotta.
 
Simplificando en extremo el libro pretende aclarar cómo los gnósticos explican el proceso siguiente:
 
            Acto I. La expansión de un Primer Principio solitario (Dios) en un universo (espiritual), no físico.
            Acto II. Creación de un universo material que incluye a las estrellas, planetas, tierra (e infierno, en algunos sistemas).
            Acto III. Creación de Adán, de Eva y de sus hijos.
            Acto IV. Historia subsiguiente de la raza humana en la tierra.
            Acto V.  Salvación previa de los elegidos.
            Acto VI. Aniquilación total de la materia. Retorno al principio, pero mejorado: final glorioso y eterno de la aventura terrena de los espirituales, consustanciales con la divinidad.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Viernes, 14 de Marzo 2025

Se suele pensar que Jesús renovó el judaísmo hacia otra cosa al insistir en un “dios Padre” pero… ¿podemos asumir esta afirmación rotundamente?

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura



Como es evidente, el pueblo judío de la época de Jesús, adscrita al final del periodo conocido como judaísmo del Segundo Templo, tenía una única divinidad, Yahvé. Las relaciones entre este dios y su pueblo elegido eran complicadas pues se consideraba que el pueblo de Israel había mantenido un comportamiento tan desconsiderado con su dios que había llevado a éste a imponer una dura sanción a los judíos: penar sin estado propio y someter al poder extranjero la legislación que los convertía en únicos.

Esta divinidad recibía los nombres de Adonai, Yahvé, Elohim, y era reconocida como única de Israel mediante la oración denominada Shemá, recitada mañana y tarde por los creyentes judíos, aunque la oración es en realidad un fragmento de Deuteronomio, concretamente Dt 6, 4-9:

Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.

Los evangelios, por su parte, presentan a Jesús refiriéndose a Yahvé con harta frecuencia como padre, lo cual ha llevado durante mucho tiempo a asegurar que es un concepto que separa al cristianismo del judaísmo. Pero, ¿es eso cierto?

En realidad, antes de Jesús ya se denominaba a Yahvé “dios Padre” siguiendo una concepción muy antigua de las relaciones sociales, una relación que primaba la cohesión de la familia dentro de un clan y exigía un alto grado de solidaridad entre los integrantes del mismo. Prueba de todo esto sería la oración que un judío de la época de Jesús rezaba a su divinidad casi diariamente, oración conocida como Kaddish.

Esta idea relativamente antigua era ya importante un poco antes de la época de Jesús. El libro conocido como Sabiduría incluye varias menciones a Yahvé como Padre: (Sb 14, 3): “y es tu Providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino, una ruta segura a través de las olas …”; a propósito del justo perseguido que se distancia de los ricos y malvados, dicen éstos (Sb 2, 16-18):

“Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos”.

Por otra parte, Eclo 23, 1 reza: “Señor, padre, soberano de mi vida…”; Eclo 23, 4 dice: “Señor, padre y Dios de mi vida, no me des altanería de ojos …”.

También obras más cercanas en el tiempo al Nazareno incluyen la denominación de “padre” para Yahvé. Por ejemplo, en los manuscritos de Qumrán hay varias instancias de esta denominación (1QH 9, 35):

Tú eres un padre para todos los hijos de tu verdad, y, tal como una mujer ama tiernamente a su niño, así tú te alegras con ellos; como un padre adoptivo que lleva a su hijo en el regazo, así te cuidas tú de todas tus criaturas.

Incluso en el judaísmo helenístico se repite esta idea, por ejemplo 3 Mac 6, 3-4:

“Rey del gran poder, altísimo dios todopoderoso que gobiernas toda la creación mediante tus mercedes, atiende a la semilla de Abraham, a los hijos del santo Jacob, a tu pueblo de tu parte santificada que muere extranjero en tierra extranjera, padre”.

Y Filón de Alejandría escribe en ocasiones “Padre y creador”.

Siguiendo a M. R. D’Angelo en “Theology in Mark and Q: Abba and Father in context” y “Abba and Father: Imperial Theology and the Jesus Tradition” podemos decir que la expresión, ya antigua, muestra tres funciones específicas: a) como padre, Yahvé era el refugio de los afligidos y perseguidos; b) Yahvé era denominado padre para solicitarle ayuda o perdón; c) padre, como en las familias y clanes, detallaba también la idea de gobierno, de dirección del mundo al estilo de la divinidad estoica. Los tres aspectos aparecen en los fragmentos citados; los tres aparecerán posteriormente.

Así pues, pese a que normalmente se asume que Jesús fue quien dulcificó la noción que se tenía sobre Yahvé, él no convirtió al duro dios del Antiguo Testamento en un padre para la humanidad.

Como resumen de la cuestión podríamos decir que la idea “Yahvé padre” fue una semilla que Jesús seleccionó, semilla que, según transcurría el tiempo, acabó arraigando y creciendo en el terreno que eran las nuevas comunidades que los seguidores del Nazareno iban formando aquí y allá. Ese terreno pagano, que tenía un sustrato de fuerte componente estoico sobre la divinidad universal, desembocaría a la postre en un padre divino también universal, no simplemente judío, que era lo que, en realidad, conoció Jesús. Así lo confirma, por ejemplo, una cita de un manuscrito de Qumrán (4Q372,1) que es muy próxima al Galileo:

Padre mío y Dios mío, no me abandones entre las manos de las naciones gentiles, hazme justicia para que no perezcan los afligidos y los pobres; Tú no tienes necesidad de ninguna nación o pueblo, de ninguna ayuda; tu dedo es mayor y más fuerte que cualquier otro del mundo (traduzco el texto inglés del citado D’Angelo).

Como puede comprobarse, la idea de ser abandonado por Yahvé resultaba terrible: muerte, pobreza, aflicción… Y eso se corresponde con el hecho de que, si Yahvé es padre, lo es del pueblo judío, de Israel, y que los integrantes de ese pueblo son hijos de Yahvé, como se verá a continuación.

Pero, por otra parte, he comentado que Jesús seleccionó ese concepto de entre los muchos que había en su religión. El por qué puede responder a dos razones, de las cuales presento ahora la primera. Una propuesta reciente de M. M. Thompson  liga la preferencia de Jesús por este concepto con otro que aparece en el libro atribuido al profeta Jeremías.  Un pasaje de su libro (Jr 3, 1-5) indica que, a la hora de volver hacia Yahvé después de haberlo abandonado por otras divinidades, el pueblo lo llama “Padre mío” pero sigue, en su comportamiento, alejado de la Ley. Un poco más tarde Jeremías vaticina:

En aquellos días, andará la casa de Judá al par de Israel, y vendrán juntos desde tierras del norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres. Yo había dicho: «Sí, te tendré como a un hijo y te daré una tierra espléndida, flor de las heredades de las naciones.» Y añadí: «Padre me llamaréis y de mi seguimiento no os volveréis.» (Jr 3, 18-19).

El texto apunta a que se podría relacionar la expresión “padre mío” con la restauración de Israel, la reunión de las tribus y la reinstauración de la Ley como código legal para un estado independiente, el reino de Yahvé, conceptos todos que el Galileo habría hecho suyos. Además, las ideas de padre comprensivo y la restauración auspiciarían que los arrepentidos terminaran participando en el nuevo reino de Yahvé como Padre de Israel (los tres papeles ya indicados más arriba). De esta manera, Jesús habría unido todo esto al concepto de bautismo sancionador de arrepentimiento de Juan Bautista que él mismo aceptó.

Este conjunto de ideas (restauración del reino, “Yahvé padre”, hijos de la divinidad, nuevo reino, arrepentimiento) es, pues, la primera razón de la preferencia de Jesús por “Dios padre”. La segunda queda pospuesta para el final de este capítulo. Ahora, lo lógico es analizar qué reino esperaron Jeremías, el Bautista, Jesús, y muchos otros judíos.

Un segundo argumento para deducir por qué Jesús se decantó por la invocación “Padre” puede ser la prohibición de jurar en vano. Una vez en los evangelios, Mt 5, 34-37, y otra en la Carta de Santiago (St 5, 12) aparece la prohibición de jurar, es decir, invocar el nombre de la divinidad como potente respaldo de lo afirmado o, incluso, como nombre cuya magia ayuda a lograr o detener algo. El texto de Mateo es el siguiente:

A su vez oísteis que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso, sino que dedicarás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén porque es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza jures, porque ni un solo pelo puedes hacer blanco o negro. Por el contrario, que vuestra palabra sea sí, sí, no, no; el exceso de esto es propio del mal.

El pasaje recoge ideas realmente antiguas que refieren a conceptos como el poder de la palabra o, muy curiosamente para nosotros, la sacralidad de la cabeza y el pelo. De hecho, la idea de que la cabeza es lo más sagrado de una persona es propia de varias civilizaciones. Por eso se entregan mechones de cabello como ofrenda piadosa, o se dan en memoria de los muertos (Aquiles ante la tumba de Patroclo). La costumbre de los nazaritas (una de las posibilidades de interpretar el Nazoraios que califica a Jesús) de dejarse el pelo para luego ofrecerlo en el templo aparece en Hch a propósito de Pablo y sería un ejemplo más.

Además, que la palabra sea una fuerza poderosa es una idea habitual del judaísmo. El valor del nombre, la idea de que el nombre representa a la divinidad, se puede observar en Dt 10, 8: «Yahvé separó entonces a la tribu de Leví para llevar el arca de la alianza de Yahvé, sirviéndole y dando la bendición por medio de su nombre hasta el día de hoy». Además, el nombre transmite poder. La idea puede verse en Gn 12, 8: «e invocó el nombre del Señor», evidentemente para santificar el altar que se acababa de construir.

Pero la Ley anuncia dos cosas que podrían parecer contradictorias, aunque en realidad no lo son: Lv 19, 12 prohíbe jurar sirviéndose del nombre del Señor para ganar autoridad y respaldar lo prometido, es decir acudiendo al poder del nombre; pero Dt 6, 13 recomienda «A Yahvé tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás». Parece que, claramente, la idea debería ser que, mediante la invocación de su nombre, se reforzará el juramento, y que sólo habrá que hacerlo cuando corresponda, no a la ligera. Jesús, en este tema, debió optar por una versión más estricta todavía.

Así pues, la segunda razón que explicaría la notable preferencia de Jesús por la idea “Yahvé padre” y la expresión “reino de los cielos” sería que el Galileo rechazó el uso del nombre divino y no lo puso en práctica extendiendo el uso de “Padre” y sirviéndose especialmente de “reino de los cielos”, donde “cielos” sustituía a Yahvé.

Pasajes tomados de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.
 
Saludos cordiales.
 

 
 
 
Martes, 11 de Marzo 2025

Notas

33votos
 ANUNCIO
 
A partir del miércoles pasado, 5 de marzo 2025 se ha abierto en la Página web de Editorial Trotta la preventa del libro GNOSIS. Conocimiento de lo oculto, subtítulo, “La gnosis judía y cristiana explicada por sus textos”. Publico la foto de la cubierta de libro

(No puedo reproducir la imagen porque es demasiado grande. Por favor, entre en Página web de Editorial Trotta)
 
El fin de una preventa es reunir telemáticamente a los futuros compradores del libro que deseen tenerlo firmado por el autor gozando de una cierta ventaja económica y del envío por correo, bien gratuito o a precio moderado. De este modo el autor puede firmar los libros  y dedicarlos en la sede de la Editorial con una cierta comodidad. Creo que es un sistema bueno para que el comprador tenga el libro dedicado por el autor sin tener que desplazarse a ningún sitio.
 
La gnosis es el conocimiento de las cosas ocultas gracias al cual el grupo privilegiado por ese conocimiento puede lograr la salvación eterna de su alma/espíritu  oculto. El fin de la gnosis es mostrar la vía a la salvación del ser humano por medio de un conocimiento revelado por la divinidad.
 
Durante los siglos II, III y IV el sistema gnóstico de comprensión del ámbito terrestre y celeste, gracias al conocimiento profundo de la Escrituras sagradas, alcanza su apogeo dentro del cristianismo en el ámbito del Imperio Romano con el nombre de «gnosticismo». La Gran Iglesia oficial creyó de inmediato que el peculiar sistema gnóstico de conocimiento de lo sagrado era un gran peligro para el conjunto de los fieles y luchó contra él.
 
El relato gnóstico es un verdadero sistema de conocimiento, mezcla de teología y de algunos elementos filosóficos procedentes del platonismo y el pitagorismo. Es un conjunto de ideas religioso-filosófico que comprende una teología sobre Dios y los Primeros Principios, una cosmo­logía, antropología, soteriología (doctrina sobre la salvación) y escatología o fin del mundo.
 
El presente libro “GNOSIS. Conocimiento de lo oculto” ofrece al lector la posibilidad de adentrarse en el pensamiento religioso y filosófico de la mencionada gnosis a través de sus textos, sacando a la luz sus claves de interpretación, muy importantes para el conocimiento del cristianismo primitivo.
 
El método aplicado por el autor consiste en explicar unos más menos 700 textos gnósticos aclarando sus interioridades, poniendo al descubierto así cómo era el sistema completo de la gnosis. Ello supone un notable esfuerzo pedagógico, pues no es fácil iluminar claramente los entresijos de este pensamiento religioso que –se afirma– dura hasta hoy día, aunque con importantes cambios.
 
            El interesado entre, por favor, en la Página Web de la Editorial Trotta, y siga los pasos de la prevente pinchando en la imagen del libro.
            Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
 
 
Viernes, 7 de Marzo 2025

Notas

Juan el Bautista bautizaba. Veamos que se puede reconstruir sobre ese bautismo. En este caso sigo en buena medida el libro de Joan E. Taylor The Inmerser: John the Baptist within Second Temple Judaism.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


 
El cambio de actitud que reclamaba Juan y ese complementar la Ley con un compromiso mantenido, culminaba en el bautismo, que Flavio Josefo definía como “purificación del cuerpo una vez que el alma ya estaba purificada mediante la justicia”. Nótese, entonces, que para Juan el bautismo no era lavar pecados sino certificar que mediante la justicia (la observación de la Ley) ya se había preparado el fiel para la llegada del nuevo reino, para el final de los tiempos conocidos. A la vista de esto, hay que poner en cuarentena la información del autor de Marcos, que explica en Mc 1, 4:

“apareció Juan bautizando en el desierto y predicando el bautismo del arrepentimiento para absolución de pecados”.
Claramente el posterior rito de la época cristiana tenía diferente significado que el de Juan, perteneciente a la vida de Jesús.

El libro atribuido al profeta Isaías ofrece algunas claves para interpretar qué pensó el Bautista sobre su bautismo. En Is 1, 12-20 el profeta viene a decir que los ritos disgustan a Yahvé si se celebran sin justicia, es decir, no están acompañados de obediencia a la Ley: “buscad lo que es justo". Y en Is 58, 3-12 se indica que los ayunos no son válidos salvo que se ayune de riqueza si un pobre necesita algo; de alimento si hay hambrientos, etc. No se trata de ayunar por ayunar, sino de cumplir la Ley más allá de la pura reglamentación sin inteligencia. La idea es antigua, por tanto.

Y también era conocida y usada por otros: Filón de Alejandría, judío nacido en Egipto cerca del año 15 antes de nuestra era, en su obra Quod Deus immutabilis sit (Sobre la inmutabilidad de Dios) argumentaba en sentido parecido:

“porque es absurdo que a un hombre se le prohíba entrar al templo sin lavar y limpiar su cuerpo, y sin embargo intente rezar y sacrificar con un corazón todavía manchado y sucio. Los templos están construidos con piedras y vigas, es decir, de materiales sin alma, y de igual forma lo está el cuerpo, sin alma. ¿Cómo puede ser que se le prohíba a este cuerpo sin alma tocar las piedras sin alma salvo que se haya sometido a baños lustrales y purificatorios, y un hombre no se arredre por acercarse con alma impura a la máxima pureza que es la Divinidad, incluso cuando no va a arrepentirse?  Quien no sólo haya decidido no volver a transgredir la Ley, sino incluso lavar su pasado, puede acercarse con alegría; pero quien se acerque sin esto e impuro, aléjese; pues nunca se esconderá de quien ve lo más profundo del pensamiento y camina por sus lugares intransitables”.

Quien entre al templo ha de estar puro dentro y fuera, corazón y piel, para sacrificar correctamente. O, en palabras del libro de Isaías que reúnen las ideas de pureza y camino ajustado a la Ley (Is 35, 8): “habrá un camino, y una senda, y será llamado camino de santidad, el impuro no lo transitará, sino que estará destinado a quien recorra el camino”.

El texto con el que Josefo describe el bautismo que practicaba Juan (“convocaba a los que cultivaban la virtud y se conducían con justicia entre ellos y con piedad respecto a Yahvé”) parece más que apropiado para el contexto judío de la época: primero, cumplidores de la Ley; después, bautismo. Se entiende que, previo a la ceremonia bautismal, ha habido un cambio: “porque el bautismo le parecía apropiado no como una simple petición de perdón para algunos pecados, sino como una purificación del cuerpo una vez que el alma ya estaba purificada mediante la justicia”. Y traduzco “ya estaba purificada” porque el verbo griego proekkekatharménes es pretérito perfecto, lo cual, en ese idioma, indica que la acción ya está terminada y se mantiene en el presente. Algo así como “tengo acabado el trabajo”.

La justicia, el comportamiento observante de la Ley mosaica, era el camino para alcanzar la purificación, no la purificación el camino para alcanzar la absolución. El proceso, por tanto, sería el siguiente: uno se arrepiente y se aplica a comportarse según la Ley (justicia); una vez se mantenga ese comportamiento, con el tiempo quedará purificado el corazón; después de ese tiempo confirmado por el actuar, la persona se sumerge en agua; Yahvé acepta los dos gestos, el continuado cumpliendo la Ley y el momentáneo del bautismo, y el fiel es considerado puro exteriormente. Es decir, el bautismo no era la casilla de salida para empezar a ser justo sino otro paso dado tras mucho tiempo siendo justo.

Una nota más es de gran relevancia: es evidente que algunos judíos aceptarán volver a los caminos de la justicia, pero otros no. Eso explica la alusión en las fuentes neotestamentarias a la estirpe de Abraham:

Así pues, decía a las multitudes que salían a bautizarse por él: "Crías de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Dad en consecuencia frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir entre vosotros: “tenemos como padre a Abraham”. Pues os digo que Dios es capaz de hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham. Y el hacha ya se encuentra junto a la raíz del árbol; es más, todo árbol que no da fruto bueno es talado y arrojado al fuego” (Lc 3, 7-11).

El aviso es contundente: quienes huyeran del arrepentimiento se enfrentarían a la cercanía del final, pues ya estaría todo preparado: el árbol que no dé fruto bueno (el judío que no cumpla la Ley) no será absuelto el día del juicio aunque sea judío. Habría, por tanto, un resto de judíos buenos. Dicho en términos coloquiales, el Bautista avisó: no iba a valer “genio y figura hasta la sepultura”.
 
 
Tomado de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.
 
Saludos cordiales.
 
 
Lunes, 3 de Marzo 2025

Notas

34votos

La figura de Juan Bautista resalta desde el comienzo de las biografías de Jesús: el primer evangelio comienza presentando a los dos personajes en una misma escena; Juan no falta en ningún evangelio; su muerte se narra en Marcos y Mateo y es implícita en Lucas. Pero el primer autor que tenemos, Pablo, jamás lo menciona en las cartas que actualmente tenemos de él.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Juan fue muy importante para el cristianismo de la segunda generación por varios motivos: en la Palestina romana se hablaba de él, era bastante conocido y se le asociaba a Jesús; esta asociación convertía al primero en maestro del segundo e incluso el rito que servía para reconocer a un pagano como integrante de la nueva fe, el bautismo, se atribuía a Juan. Pero la concepción de Jesús como hombre casi divino se veía implícitamente debilitada si verdaderamente fue bautizado. Juan es todo un personaje.

Flavio Josefo informa sobre Juan diciendo que “era un buen hombre que convocaba a los que cultivaban la virtud y se conducían con justicia entre ellos y con piedad respecto a Yahvé”. Esta frase indica que Juan buscó a judíos que se comportaban correctamente, fueran quienes fueran, insistiendo en las normas exactas del judaísmo más ortodoxo: Ley y culto a Yahvé. Es importante el matiz “entre ellos”, pues parece indicar que el Bautista acentuó un rasgo que ya aparecía en los profetas, por ejemplo Ezequiel, que en el libro que le se atribuye pedía acciones que merecen la máxima consideración y que no están contempladas explícitamente en la Ley: no oprimir a nadie, alimentar al hambriento, no ser usurero, evitar la injusticia (Ez 18, 5-9). O en Isaías: librar a los maltratados, acoger a los vagabundos, vestir a los desnudos, atender a los semejantes (Is 58, 6-7). En definitiva, una extensión de la Ley que concretaría el famoso Lv 19, 18: “no odiarás a los hijos de tu pueblo y amarás a tu vecino como a ti mismo”.

Esta mejora del cumplimiento de la Ley se denominaba zekhut y aparece, también a propósito de Juan, en Lc 3, 10-14:
Y le preguntaban las multitudes diciendo: “¿qué haremos entonces?” Como respuesta les decía: “El que tenga dos túnicas dé parte al que no tenga, y el que tenga alimentos, haga lo mismo”. Y fueron también unos publicanos a ser bautizados y le dijeron: “Maestro, ¿qué hemos de hacer?” Y él les dijo: “No reclaméis nada más que lo que se os tiene ordenado”. Y le preguntaban también unos que estaban en el ejército diciendo: “¿Qué hemos de hacer también nosotros?” Y les dijo: “No extorsionéis a nadie ni delatéis por dinero y bastaos con vuestras pagas”. El texto, además, abunda en la noticia de Josefo sobre la influencia del Bautista.

Es también relevante, aunque generalmente está mal explicada, la idea de cumplir con la Ley como forma de asegurarse la salvación. No había otra posibilidad para la persona que se consideraba judía que cumplir la Ley para alcanzar el beneplácito final el día del juicio. Ese día culminaría en una vista universal que examinaría el comportamiento de toda la humanidad. En esa vista se decidiría si una persona ha sido justa o no, es decir, si se ha comportado según la Ley mosaica o no, y si ha aumentado su buen comportamiento mediante el recurso al zekhut. El repaso terminaría con la absolución o condena de cada persona. Esa decisión es lo que se denomina en muchas traducciones “justificación”, lo cual conlleva en español actual un problema de significado. No se trata del habitual significado de “explicar un comportamiento” sino de sancionar a alguien como persona justa.

La palabra “justificar” está construida sobre el adjetivo “justo” y sobre el verbo “hacer” en una forma todavía cercana al latín facere. Tenemos este tipo de compuesto en panificadora, escenificar, amplificar, certificar, purificar, santificar, beatificar, etc. La palabra española es traducción de la griega dikaiódsein, con el mismo significado, basado en dikaiós, “justo”, y el sufijo -dsein que indica lo mismo que el latino-español -ificar. Pero, como ya he indicado, no se trata de justificar sino de considerar justo, por lo tanto, “absolver en un juicio”. Olvidando la raíz “justicia” y mirando más a los resultados del proceso podríamos usar los términos “absolución”, “exculpación”, “absuelto”, “exculpado” en lugar de “justificación” y “justificado”.

Como se puede advertir tras estos comentarios, sólo podemos ver aquí un ambiente judío ortodoxo. De hecho, ese ambiente es lo que permite identificar correctamente el significado de “arrepentirse”, que no es exactamente el que en español aplicamos. En hebreo el verbo tesuba se deriva de la idea de volver, sub, es decir, desandar un camino, en este caso religioso: quienes recorrieron el camino del mal pueden volver sobre sus pasos hacia el del bien.

Si se compara lo que nos ofrece Flavio Josefo con las fuentes cristianas se puede mejorar la imagen de Juan. Hay una serie de pasajes paralelos que son fundamentales para entender el personaje: Mt 3, 7-12; Mc 1, 7-8; Lc 3, 7-18. En los textos, con sus lógicas variaciones, se da el diálogo entre unos fariseos y Juan a propósito del bautismo, de la forma de seguir la Ley y del futuro cambio que se augura en Israel a cuenta del reino de Yahvé. Además, hay una idea muy importante en estos fragmentos: “ser hijo de Abraham no basta”. La frase concreta indicaría que no hay que fiarse de ser judío de raza si no se cumple correctamente la Ley. Pero, ¿por qué?

El núcleo de lo que podemos reconstruir como mensaje de Juan el Bautista sería lo siguiente: se avecina el final del tiempo que conocemos y Yahvé, el Señor como se le denomina en la tradición bíblica, volverá para arreglar las cosas. Esta venida será acompañada de un examen del comportamiento de cada individuo para reconocer si actúa bien o mal según los preceptos dados como Ley al pueblo judío. El tiempo, por tanto, se ha convertido en una línea que desemboca en un proceso judicial sancionador que conducirá a un reino de justicia, de justicia según la legislación anhelada. No se olvide este detalle porque toda la idea de justicia que se lee en Antiguo y Nuevo Testamento es la de la legislación divina, no una abstracción de tipo filosófico como “la belleza”, “el bien”, etc. Justicia para el pueblo de Yahvé es atenerse a la Ley de Yahvé. Injusticia es infringir esa ley, los 613 apartados de la Ley mejorados con el comportamiento que ya se ha visto como complementario, zekhut, que en ningún caso puede contradecir la Ley.

Una primera conclusión se deriva de este análisis: cualquier pretensión de convertir a Juan en un cristiano anticipado fracasa inmediatamente, pues no es posible escapar al marco del Antiguo Testamento y sus ansias más propias.  Y algo de esto debió notar el autor de Lucas cuando asoció la prisión de Juan al comienzo de la actividad pública de Jesús y además consideró que Antiguo Testamento debía considerarse hasta Juan (Lc 16, 16): “La Ley y los profetas, hasta Juan”.  El dicho también aparece en Mt 11, 11.

En efecto, la inspiración que Juan recibió del libro de Isaías, uno de los profetas mayores de la tradición judía, así lo confirma. Las palabras atribuidas a Juan en Mc 1, 3; Mt. 3, 3; Lc. 3, 4; Jn 1, 23, “voz que clama en el desierto, enderezad el camino del Señor”, están asociadas a Is 40, 3-5. El texto incorpora una palabra que, leída en el siglo XXI acaba por provocar cierto malentendido, “desierto”. Normalmente nosotros evocamos el Sáhara cuando la leemos, pero en griego no es esa precisamente la idea. Está más cerca de la expresión “el pueblo estaba desierto”, es decir, no había gente donde debería haber gente. En griego, éremos, traducido generalmente como desierto, nos legó las palabras eremita y ermita, que no coinciden con el Sáhara sino con un despoblado, un lugar sin gente. Es decir, Isaías, y Juan y Jesús, buscaron al pueblo de Abraham pero no encontraron a nadie pese a que había gente. Quien busca al pueblo de Yahvé pide que los descarriados habitantes de las poblaciones donde debería habitar el buen judaísmo enderecen su comportamiento para atenerse a la Ley y ser realmente pueblo de Yahvé.

El caso es que al unir esa noticia con lo que expone Flavio Josefo se crea un conjunto muy interesante. Flavio Josefo explicó: “Y cuando otros judíos se reunieron (pues estaban realmente interesados en oír sus enseñanzas), Herodes, temeroso de que semejante influencia sobre la gente pudiera llevar a alguna sublevación (porque parecía que actuaban en todo según su consejo) …” Y verdaderamente queda un poco confuso para el lector moderno por qué un gobernante habría de preocuparse por alguien que recomienda comportarse respecto a la Ley. Evidentemente esto ocurrió porque esa Ley y los intereses de Herodes Antipas no coincidían, es decir, Herodes Antipas estaba incómodo si la Ley se aplicaba. El supuesto principal de esta hipótesis es que en la Ley habría algún aspecto que molestara. En efecto, ese aspecto existió y llevó a dos guerras entre el pueblo hebreo y Roma porque la Ley exige que ningún otro dominio haya sobre Israel salvo su dios único. Herodes Antipas tenía las de perder en ese caso.

Para que ese cambio se realizara, en Israel se conjeturaba, o más bien se esperaba, que Yahvé enviara avisos y, al menos tan importante como éstos, que el pueblo se volviera a los caminos de la Ley. Además, se entendía que un último eslabón ejecutaría las últimas órdenes: se trataría de un Ungido, es decir, un varón que, metafóricamente impregnado de aceite sagrado (Éx 30, 22-33), convertido por tanto en rey de Israel según la tradición bíblica, liderara a quienes respondieran a los avisos comportándose conforme a derecho. En palabras del profeta Malaquías (Ml 3, 1-2): “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahvé Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca?” Y, mientras tanto, avisa el texto de Malaquías:

Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahvé Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo. Y pisotearéis a los impíos, porque serán ellos ceniza bajo la planta de vuestros pies, el día que yo preparo, dice Yahvé Sebaot. Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema (Ml 3, 19-24).

Éste es el contexto que permite aclarar las siguientes palabras atribuidas al Bautista: “el que viene detrás de mí, más fuerte…” Juan debió referirse a esa figura que decidiría la situación a favor del reino de Israel centrado en el culto a Yahvé. Juan debió considerarse integrante del proceso definitivo.

En resumen, parece acertado pensar que Juan el Bautista fue una de esas personas que recorrieron la Palestina romana en el siglo I, en concreto Galilea, comunicando su punto de vista sobre el pueblo de Yahvé, la Ley, la situación religiosa general (con los extremos políticos que ésta conllevaba)... Es decir: fue maestro si no profeta. Por otra parte, parece que creó un grupo a su alrededor, además de despertar conciencias. Que caló muy hondo lo demuestran, por un lado, la importancia y estima que le confiere Flavio Josefo (a diferencia de otros personajes de la época que incluyó en sus libros, por ejemplo Jesús, a quien, según A. Piñero, Josefo incluyó en una lista de gentes que arruinaron la vida en Judea (Antigüedades XVIII 63-64). Por otro, que Jesús mismo se sometiera a él para comenzar su labor (con la molestia que para los cristianos significó que el Mesías fuera bautizado, porque, si lo fue, según la teoría cristiana debía estar sometido a pecado, lo cual es una contradicción).
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

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Martes, 25 de Febrero 2025

Si la anécdota de Jesús discutiendo con los sabios en el templo pude interpretarse como estilísticamente helena más que histórica, es lícito preguntarse qué sabía Jesús, qué formación real tenía. La Historia y la Arqueología pueden ayudarnos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Para entender el carácter de Jesús y entender sus años ocultos se acude tradicionalmente a la anécdota que lo presenta argumentando en el templo con los expertos en la Ley, pero esa no es una anécdota histórica. Sin embargo, el tema de su formación y el de la maestría que alcanzara gracias a ella tienen una gran importancia para el investigador, pues de ahí se derivará tanto su encuadre dentro del judaísmo como lo que pudo predicar. Curiosamente, tampoco recoge Pablo en sus cartas esa competencia en materia de la Ley, como si ese tema no fuera importante para su idea de Jesús, máxime cuando habría sido un auténtico argumento de autoridad con ocasión de la redacción de Romanos, que tan profundamente trata el tema. Esto podría ser indicio de que Jesús y él opinaron de distinta manera sobre ese tema.

Así pues, para poder alcanzar alguna conclusión sobre la formación que recibió Jesús es necesario conocer el ambiente general de Galilea y Judea. Los datos no faltan, de modo que no será tan difícil compararlos con lo que se lee en los cuatro evangelios.

 
Para empezar, y asumiendo que Jesús fuera el primogénito de su familia, la tradición hebrea indica que debió ser instruido por su padre José en cuanto a leer y escribir, pues hay varias sentencias en este sentido y los testimonios antiguos afirman tal obligación para el padre de familia. En su obra Contra Apión (2, 204) escribe Flavio Josefo, quizá exagerando un poco: «y (la Ley) ordenó que se aprendiera de niño a leer lo relativo a las leyes y se conociera las hazañas de los antepasados; estas para imitarlas, las otras para que con ellas educados ni las quebranten ni tengan la excusa de ignorarlas». Un poco antes incluso apunta (2, 178): «a cualquiera de nosotros podría preguntar quienquiera por las leyes, y las recitaría más fácilmente que su propio nombre. A raíz de que desde la primera muestra de inteligencia las aprendemos, las tenemos como grabadas en nuestras almas».

Esta costumbre hubo de conjugar dos posibilidades: el aprendizaje familiar y el estudio y comentario en las sinagogas.
Además, sobre la lectura y escritura en época de Jesús es conveniente tener en cuenta algunos datos arqueológicos de gran interés. Por ejemplo, en Qumrán, entre los manuscritos que han dado fama al yacimiento, aparecieron algunos sumamente valiosos para este tema: cartas escritas por Simón Bar-Kokhba, caudillo de la segunda revuelta contra Roma, también algunas dirigidas a él. Incluso apareció un archivo personal de una mujer llamada Babatha, escrito en griego y arameo, con notas sobre propiedades, deudas, sentencias de divorcio, datado todo ello hacia el año 50.

También es interesante un acta de deuda fechada en 55-56, quizá ejemplo material de Lc 16, 6-7: «Y tras hacer llamar a cada uno de los deudores de su señor le decía al primero: ¿cuánto debes a mi señor? Él dijo: cien batos de aceite. Él le dijo: coge tus documentos y siéntate y escribe rápidamente cincuenta. A continuación, dijo a otro: ¿y tú cuánto debes? Él dijo: cien cores de trigo. Le dice: coge tus documentos y escribe ochenta».

Por otra parte, el uso de la escritura apunta a cierta extensión: se utilizaba para distinguir los osarios dentro de las tumbas mediante nombre propio; había inscripciones en el templo de Jerusalén; se utilizaban trozos de cerámica rota para entregar notas, fragmentos que, en las excavaciones, han aparecido en enormes cantidades incluso tirados por las calles. En Masada, por ejemplo, han aparecido estos fragmentos (técnicamente llamados óstraka) con nombres propios. Se interpretan como cupones para la entrega de comida durante el asedio romano.

Como puede verse, la posibilidad de que Jesús supiera leer y escribir es alta. Pero realmente no es fácil saber cómo debemos valorar esta posibilidad. Sobre este asunto la investigación moderna se centra en tres pasajes de los evangelios: Lc 4, 16-30 lo presenta leyendo los rollos de la Ley en la sinagoga, aunque el paralelo Mc 6, 1-6 no incluye el hecho de leer; en Jn 8,6, aparece garabateando sobre la arena; y Jn 7, 15, frente a los anteriores, indicaría que no tenía formación superior pero sí sabría leer.

Si se comparan estos tres textos con lo que se sabe sobre la educación y la alfabetización en la Judea de la época, la pintura que podemos ver es la siguiente: en Galilea no había escuelas básicas; una familia común no podría dedicar el tiempo y el dinero a la educación de un niño privándose de su fuerza de trabajo, incluso algunos cálculos hablan de tres o cuatro años para leer y escribir correctamente en aquella época (Piénsese que en España durante el siglo pasado muchos reclutas de reemplazo que provenían del campo a duras penas podían leer su nombre y se alfabetizaban mínimamente en el ejército). Así que cabe pensar que Jesús podría elaborar esas notas fáciles, listas de artículos o facturas pequeñas. La pista podría estar en que el fragmento de Lucas sobre la lectura en la sinagoga más encaja en lo que el autor quería mostrar sobre la importancia y habilidades de Jesús que en lo históricamente probable para la época. De esta forma, Jn 7, 15 no necesitaría retoque alguno para ser comprendido, pues dice expresamente: «En respuesta se sorprendían los judíos diciendo: "¿Cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?"» Leer se referiría al acto de interpretar un texto complejo mediante lectura, un paso muy lejano para quien sólo pudiera interpretar nombres y frases sencillas. El “no haber sido enseñado” sería precisamente esa enseñanza superior que Jesús no habría adquirido.

Otra cosa es decidir qué sabría un muchacho como él, qué formación habría recibido. Como ya expliqué en el post anterior (102), de ninguna manera se puede aceptar la anécdota relatada en Lucas sobre la admiración que habría causado entre los escribas del templo. Sí se reconoce habitualmente que cualquier persona habría aprendido memorísticamente fragmentos de la Ley y los Profetas, principalmente en casa, y que la escucha atenta de los servicios de la sinagoga bastaría para conferir la cultura religiosa más importante de su época. En contra de esta idea se suele aducir una supuesta extensión de las escuelas asociadas a sinagogas, pero los ejemplos que se citan, Gamla y Masada, no están en absoluto claros desde un punto de vista arqueológico.

Por otra parte, los fragmentos de Filón y Flavio Josefo citados a propósito de la lectura en casa son leídos en la actualidad con mucha cautela, pues ambos están en obras de muy fuerte carácter defensivo y propagandístico. Flavio Josefo, por ejemplo, aduce que las familias judías aprendían la Ley sin diversidad interpretativa, y la verdad es que eso parece chocar con la realidad del judaísmo de la época, con sus muchas escuelas de exégesis de la Ley.

Fijémonos, además, en este pasaje de 4 Macabeos:

4 Mac 18, 10-19: Cuando aún estaba con nosotros, os enseñó la ley y los profetas. Nos leía la historia de Abel, asesinado por Caín; la de Isaac, ofrecido en holocausto; la de José, Nos hablaba del celoso Pinjás; os enseñaba la historia de Ananías, Azarías y Misael en el fuego. Alababa a Daniel, arrojado al foso de los leones, y lo declaraba bienaventurado. Os recordaba el pasaje de Isaías, que dice: «Aunque camines por el fuego, la llama no te quemará». Nos cantaba el himno del salmista David: «Muchas son las tribulaciones de los justos». Nos citaba aquel proverbio de Salomón: «Es un árbol de vida para todos los que cumplen su voluntad». Insistía en las palabras de Ezequiel: «¿Revivirán estos huesos secos?». No olvidaba el canto de Moisés que dice: «Haré morir y daré vida. Esa es vuestra vida y la duración de vuestros días». Traducción de M. López Salva, Apócrifos del A. T., vol. 3, Ediciones Cristiandad.

A la vista de los datos previos y de otros de la historia judía más cercana a Jesús la formación que tendría un muchacho como él incluiría el conocimiento de la Ley, los profetas y los libros sapienciales, textos parcial o mayoritariamente memorizados por oírlos; leer y con casi toda probabilidad escribir dependería de la ocupación familiar, pues el campesinado no requiere la misma formación que los oficios. Esto supone en primer lugar hablar en arameo y en hebreo (quizá bíblico, quizá el hebreo vulgar que aún seguía hablándose en algunas zonas de Judea y Galilea) y, teniendo en cuenta la importancia de Séforis con su ambiente grecorromano, hablaría e incluso podría leer algo de griego. No ha de extrañar este dato, pues su oficio artesano hubo de llevarlo a trabajar en Séforis y usar cuentas con sus clientes griegos (recuérdese la aparición de óstraka en las excavaciones con este tipo de información).

En definitiva, parece que en Jn 7, 15, «¿cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?», «no ha sido enseñado» ha de entenderse en el sentido de ser instruido en una educación superior.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Enlace a la entrevista que me hicieron en Imagen por la Historia sobre Jesús de Galilea.
 
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Martes, 18 de Febrero 2025

Para comprender la información que hemos recibido sobre Jesús de Galilea es necesario atender al origen de los textos que nos describen su vida: textos de raigambre judía escritos para hablantes griegos. Estas dos vías culturales influyeron, quizá no por igual pero sí definitivamente, en cuanto sabemos sobre el de Galilea.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


Al estudiar, en la medida de nuestras posibilidades, la vida de Jesús de Galilea, es necesario enfrentarse a un hecho fenómeno cultural: su vida nos llega mediante textos, textos escritos en griego sobre un personaje cuyos origen y religión estaban en Judea. Es decir, debemos entender que los datos biográficos judíos en buena medida fueron transferidos a una cultura diferente. Se puede comprobar este trasvase al estudiar la presentación de Jesús como héroe de dos culturas: la hebrea y la clásica.

En ambos mundos (como en el nuestro) se intentaba recrear popularmente la vida de sus personajes ilustres según las características propias de cada uno. Así, ha de resultar  lógico buscar en la Biblia hebrea y Septuaginta profecías, avisos, explicaciones inadvertidas a pasajes oscuros u olvidados, en el caso que nos ocupa, siempre desde el punto de vista de los seguidores de Jesús. Esta forma de pensar se manifiesta claramente en los datos biográficos del nacimiento y la infancia, y es indispensable para entender cómo fue fraguándose su caracterización como héroe. De hecho, la comparación entre algunos personajes bíblicos y Jesús es fácil y revela los esfuerzos por circunscribir su figura en la tradición judía. Los datos básicos de esa comparación entre lo que los evangelios dicen de Jesús y la Biblia son: anuncio del nacimiento (que además será milagroso), exigencia de confianza en Yahvé, dificultades de supervivencia forzadas por actores políticos. Tres casos son ejemplo de esta tendencia: Isaac, José y Moisés.

Isaac (Gn 20-22) fue el hijo esperado y gestado milagrosamente por Sara, casada con Abraham. Mujer estéril y ya muy mayor, concibió de resultas de una promesa de Yahvé. También Sansón nació contra pronóstico de mujer estéril y fue salvador de los judíos. Por tanto, nacer de forma milagrosa ya era atributo de dos grnades personajes de la tradición hebrea.

Por otro lado, viajar en aquellos tiempos siendo niño era sumamente peligroso. José (Gn 37-45) era hijo de Jacob y Raquel, y uno de los doce patriarcas de las tribus de Israel. Debido a la envidia que suscitó entre sus hermanos huyó a Egipto, donde acabó siendo consejero del faraón. Tras muchos años volvió de allí reconocido por su padre y superada la envidia de sus hermanos. De Jesús se dice en Mateo (Mt 2, 13-15):

Tras marcharse ellos, he aquí que un ángel del Señor se aparece en un sueño a José para decir: “Al despertarte coge al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que te diga; pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Él se despertó y tomó al niño y a su madre de noche y se marchó a Egipto, y permaneció allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio de su profeta cuando decía: De Egipto llamé a mi hijo.

De hecho, las últimas palabras del pasaje son cita de Os 11,1. Esta simple referencia es una muestra de la costumbre ya mencionada de buscar referencias para caracterizar a los personajes importantes.

Moisés (Éx 1-2) moldeó igualmente a Jesús. Como Jesús, Moisés sobrevivió a una matanza de recién nacidos que promulgó un faraón anónimo; Moisés, además, fue recordado como el gran legislador y el hombre que devolvió a su pueblo a la tierra prometida.

Estos detalles plantean la posibilidad de que las narraciones insertas en Mateo y Lucas no sean otra cosa que anécdotas de claro sabor bíblico utilizadas para adornar o urdir la desconocida infancia de Jesús. Si a esto unimos los oscuros datos sobre Belén o Nazaret y la fecha dispar del nacimiento, o la divergencia en cuanto a genealogías, la conclusión es que, ya para la segunda generación de seguidores de Jesús, y quizá especialmente para la parte griega, hubo un vacío de información que era imprescindible completar. Pero no como fuera, sino según las ideas de cada escritor.

De hecho, la labor se llevó a cabo según las dos tendencias ya mencionadas, que no se excluyeron:
 
  1. la primera es hebrea: buscar en la Biblia antecedentes que sirvieran para entender a Jesús dentro de esa religión;
  2. la segunda es helenística: apuntar en el recién nacido y su infancia detalles que serán característicos durante la madurez del personaje.

Una pista de que este segundo procedimiento es ajeno a la tradición judía es que en ningún caso se habla en la Biblia de una peripecia que dé pistas sobre la personalidad y futuras hazañas del protagonista de un relato a tan temprana edad. Es posible que esto fuera así porque la cultura judía definía claramente la edad a la que un varón sería considerado integrante pleno de la sociedad, veinte años, con los derechos y deberes bien especificados. No había opción para un adolescente.

Observemos que Mateo se inicia con la declaración de nacimiento excepcional de una virgen anticipado por Is 7, 14; continúa con la fantasiosa presencia de los reyes de Oriente, que permite incluir la persecución de los niños inocentes y la huida a Egipto, esto refrendado a su vez por una cita de Génesis (Gn 35, 19). Esta tendencia asemeja al protagonista con los grandes personajes de la historia sagrada según un detenido estudio de las cualidades que se quería resaltar de su vida en este mundo.

En cuanto a la elección del modelo biográfico de estilo griego, esta tendencia llevó a incluir detalles de la infancia que demostraran el dicho castellano “genio y figura hasta la sepultura”, en concreto la escena en que Jesús, con pocos años, era capaz de asombrar a los ancianos cuando discutía con ellos en el templo. El ejemplo típico de este proceder es la narración que Heródoto (1, 114-115) ofrece sobre la vida de Ciro el grande, fundador del imperio persa. Cuando era un niño, Ciro destacaba siempre entre sus compañeros de juegos porque, cuando jugaban “a las guerras” Ciro destacaba como organizador o jefe de su bando, incluso por encima de niños aristócratas a las que se hubiera atribuido plenamente esa capacidad como innata. Jesús discutiendo en el templo y venciendo a los mayores es una anécdota en este sentido griego de la biografía de grandes personajes.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Una entrevista que Alonso Naranjo me hizo a propósito del libro en su canal Indagando en la Biblia.
 
Saludos cordiales.
 
 
[[1]]url:#_ftnref1 Gn 37-45.
Martes, 11 de Febrero 2025

Frente a la opinión común sobre el origen nazareno de Jesús y su adscripción a la casa de David, se puede postular que ni una ni otra cosa son históricamente comprobables.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


            El nacimiento de Jesús plantea numerosos problemas. Simplemente averiguar si nació en Nazaret, y de ahí el gentilicio que le daría apellido, o en Belén, según la tradición de la casa de David, o en ninguna de esas localidades abre un debate que puede caracterizar el resto de investigaciones sobre el personaje. En realidad, una lectura atenta de las fuentes a nuestra disposición resulta muy decepcionante porque en ellas no hay en absoluto claridad al respecto. Esto dirige el pensamiento crítico hacia la búsqueda de estratos en la tradición que tenemos a mano.

Es sumamente extraño que Pablo de Tarso, primer autor cronológico de la colección Nuevo Testamento, no mencionara en ninguna de sus cartas consideradas auténticas ni el lugar de nacimiento ni la divina concepción de Jesús. Aunque en general Pablo informa raquíticamente sobre él, es chocante que en sus discusiones epistolares a propósito de cuán judíos eran él mismo y su modelo desatendiera un dato de tanta importancia como un origen en la davídica Belén y, respecto a la trascendencia del personaje, olvidara su milagroso nacimiento de una virgen. Estos datos podrían haber apuntalado muy bien sus argumentaciones, especialmente en Romanos. Además, estos dos vacíos en la pobre biografía de Jesús que presenta Pablo chocan con la clara e inequívoca mención de un hermano de Jesús, Jacob (Gál 1, 19), cuando le hizo falta.

Este Jacob es el conocido en la tradición española como Santiago, cuya etimología aclara la cuestión: Sanct-Jacob, pronunciado «sanct-iacob». Los nombres Jacobo, Yago, Yagoba, derivan directamente del hebreo Jacob, nombre, además, muy anclado en la tradición de los fundadores del pueblo judío (Gn 25-37): nieto de Abraham e hijo de Isaac, fue quien recibió el sobrenombre de Israel y lo legó al pueblo de Yahvé, además de recibir la primera admonición para dejar de venerar al resto de divinidades (Gn 35, 2). De hecho todos los nombres de los hermanos varones de Jesús (y él mismo) resuenan con matices histórico teológico hebraicos: Mc 6, 3 menciona a Jacob junto a José, Judas y Simón. También se menciona a Jacob (sin referencia a la filiación con Jesús) en 1Cor 15, 8.

Volviendo a Jesús, cabe entonces preguntarse de dónde procede la tradición sobre Belén, que choca con el cartel de la crucifixión, Jesús Nazoreo, Rey de los judíos. La pista parece ser un pasaje, Rom 1, 3, en que Pablo dice expresamente «nacido de la estirpe de David según la carne», noticia que él debió recibir al indagar sobre Jesús. Tendríamos entonces un dato ya comentado por la primera generación de seguidores del Galileo. Otra cosa es que el dato sea correcto. Hay posibilidades de que lo sea, pues el orgullo por la genealogía propia, la pertenencia a una de las tribus míticas de Israel o a una casa concreta, en este caso la del antiguo y heroizado rey David, no resulta una incongruencia a la vista de lo que ocurrió entre quienes fueron exiliados a Babilonia en el siglo VI antes de nuestra era: los judíos que allí fueron deportados tuvieron que recordar su historia nacional y personal para poder volver a su país algún día (como así ocurrió). Gracias a este recurso pudieron sentirse unidos a la madre patria y, además, reclamar legítimamente sus tierras y bienes a la vuelta. Era, pues, frecuente en la tradición judía incorporar y ofrecer datos sobre la escrupulosa pertenencia a las tribus y casas del pueblo de Yahvé (Pablo así lo hizo en Flp 3, 5).

Pero esto también pudo llevar a construir un relato sobre Jesús que se adaptara a la tradición hebrea que detallaba un mesías de esta dinastía nacido en Belén. Es más, dicha circunstancia no sólo resultaría adecuada a la tradición; también engrandecería al personaje al aportar el prestigio requerido a su condición. De manera que también se piensa que, una vez muerto, se asociara a Jesús con David de resultas de su título.

Las dudas se confirman al comprobar que entre los primeros cristianos no sería unánime la idea de que Jesús perteneciera a la casa de David. Un texto de Juan plantea cuestiones importantes:
Como respuesta se dirigió de nuevo Jesús a ellos diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga jamás andará en la oscuridad, sino que llegará a la luz de la vida”. En respuesta le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Respondió Jesús y les dijo: “Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio es cierto, porque sé de dónde vine y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi sentencia es verdadera, porque no soy yo solo, sino yo y mi Padre que me envía. También en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es cierto. Yo soy el que da testimonio de mí y da testimonio de mí el Padre que me envía”. Por su parte le decían: “¿Dónde está tu Padre?". Respondió Jesús: “ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais, también conoceríais a mi Padre” (Jn 8, 12-14)».

Si el autor de Juan creyera que Jesús perteneció a la casa de David, habría sido éste un momento más que oportuno para manifestarlo, pero no lo hace. De aquí se deduce que hubo un grupo de cristianos, para los que se escribió este evangelio, que no tenía necesidad de considerar a Jesús como vástago davídico.

De hecho, el pasaje se asocia con otro más, igualmente problemático. En Jn 7, 42 el autor presenta a una multitud, que había escuchado a Jesús, entre la cual había quienes dudaban de su calidad de Mesías diciendo: «¿No dijo la Escritura que de la descendencia de David y de la aldea de Belén, de donde venía David, viene el Cristo?» Como esas palabras son una crítica, de ellas parece deducirse que no era de Belén ni de la casa de David, atendiendo a que Jesús era un galileo y este hecho eliminaba la genealogía davídica.

Dicho esto, aún es preciso determinar si realmente Nazareno es un gentilicio apropiado, porque hay problemas etimológicos: Nazareno es una forma que no se corresponde con lo que sería el griego debido, pues de Nazaret derivaría «Nazaretano». De hecho, lo más usado en el Nuevo Testamento es Jesús el Nazoreo, que parece una confusión de hablantes o escritores griegos, ya que no hay derivación fácil del arameo o hebreo. Si tal derivación se diera, vendría de dos posibilidades: de nazir, «el consagrado» a Yahvé; o de nétzer, «el vástago», se entiende de David. La cuestión sigue debatida.

Lo más probable es que a Jesús se le denominara, con términos propiamente hebreos o arameos, de dos maneras sorprendentes para el mundo cristiano: Joshuah ben Josef, Josué hijo de José, por un lado, o Josué el Galileo por otro (Jesús es la versión griega de Josué).

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon

 Una entrevista que me realizó Norma Lilia sobre este libro.

Saludos cordiales.
 
Martes, 4 de Febrero 2025
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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