En resumen, mi propuesta es que Jesús se habría decidido en fechas cercanas al Día de la Expiación (septiembre) a iniciar una acción mesiánica que tuviera lugar durante las fiestas de Tabernáculos, fiesta que recordaba la vida durante el Éxodo, y también fiesta de renovación previa a la celebración del año nuevo (Yom Kipur), es decir, sumamente simbólica para quien deseaba limpiar el judaísmo y ayudar a implantar el nuevo reino de Yahvé. La entrada triunfal en Jerusalén, las palmas, la llegada en burro si se produjo, los himnos y alabanzas, el título de la cruz, encajan bien en Tabernáculos y el marco ideológico de Jesús.
Dicho esto, hay que repasar los confusos y atropellados acontecimientos que desgrana la tradición evangélica. Basándome en los estudios ya indicados, voy a centrarme en algunos sucesos para ofrecer después una reconstrucción de los hechos.
Uno de los acontecimientos más debatidos es el alboroto que provocó Jesús en el templo. Lo primero que llama la atención es que hay dudas respecto a si tuvo lugar. Si se acepta el episodio, se involucra en gran manera a las autoridades locales de Jerusalén en la detención y primeros compases del juicio a Jesús; si no se acepta ese incidente, la responsabilidad del apresamiento, juicio y condena son exclusivamente romanas. El primer supuesto, de todas formas, no sirve para aclarar definitivamente por qué pudo llevar a cabo tal acción. La relación entre la fiesta (si es Pascua) con el incidente del templo es difícil. Es más fácil asociar el hecho a la renovación de Yom Kipur. Y tampoco es muy fácil entender por qué pudo hacer eso el de Galilea en el momento en que lo hizo, tras le entrada a la ciudad y antes de la última cena. Podría hablarse de un retoque en la narración, es decir, que la escena esté desplazada de su orden temporal originario, propuesta que no es una irresponsabilidad, pues en Marcos, Mateo y Lucas aparece al comienzo de la semana, antes de la última cena, mientras en Juan se presenta al comienzo de la vida pública de Jesús. En mi opinión, la lógica histórica lleva a situar el incidente después de la cena en que se habrían decidido los últimos detalles del plan, la última cena, que habría tenido lugar la víspera de la entrada en Jerusalén.
Se puede pensar así sobre la última cena por varias razones. El primer testimonio sobre ella, Pablo, no aclara que sea en Pascua, y el evangelio Juan no la menciona asociada a la noche previa. La versión de Pablo parece ofrecer, por tácita, una cronología mejor, pues claramente asegura que fue la noche antes de ser entregado. Además, si no fue en Pascua, como resulta lógico por lo visto unas páginas antes, tampoco hay que atarse a la víspera de Pascua ni a la cascada de acontecimientos tal como se ofrecen normalmente. Se trataría de una cena normal celebrada antes de Tabernáculos y antes de entrar en Jerusalén como mesías.
La reconstrucción de los hechos podría ser la siguiente: tras decidir y planear en la última cena despertar conciencias y voluntades para que Yahvé apreciara que su pueblo estaba realmente comprometido con la restauración en Tabernáculos, Jesús entró en Jerusalén como rey y fue al templo como muestra de purificación de un lugar sagrado que él consideraba imprescindible.
Se dice en ocasiones que en Galilea la población se sentía distante del templo, pero quizá una prueba en contra sea la pieza arqueológica aparecida en durante las excavaciones de la sinagoga de Magdala, a orillas del Mar de Galilea, cerca de Cafarnaúm. Se trata de una piedra en forma de paralelepípedo que figura el templo de Jerusalén, la menorá, arcadas como las del patio del templo, rosetas y haces de palmas. Servía para colocar sobre ella los rollos de la Ley que se leían y comentaban en las reuniones del sábado. Por otro lado, recuérdese que, a la muerte de Jesús, el grupo sus seguidores de Jerusalén siguió el culto del templo.
Ir directamente al templo sería una forma de delimitar el alcance religioso de su iniciativa. Ahora bien, el incidente en el templo parece haber sido o notoriamente rebajado por los evangelistas o muy ineficaz. Si se acepta esto último se puede postular que Jesús y los suyos se retiraron a tiempo para evitar males mayores. Esa retirada habría acabado por llevar al grupo a los alrededores de Jerusalén, al Monte de los Olivos, justo frente al templo, con una puerta de salida entonces abierta y donde la tradición indica que fue apresado. Esta localización pudo ser buscada, pues los galileos acostumbraban a acampar allí durante las grandes festas de Jerusalén: la muchedumbre de peregrinos podría haber ocultado al grupo, lo cual también justifica la necesidad de delatores y de redadas.
Ayudada por su sistema de espionaje y apoyada en Herodes Antipas y, puede suponerse, algunos miembros de los cargos sacerdotales más importantes ligados al templo, Roma habría sido alertada de las intenciones de Jesús y la repercusión que alcanzarían. Así pues, durante la noche (o una noche posterior), Roma, con la ayuda de algunos de los sacerdotes y saduceos, se habría encargado de buscarlo sirviéndose de delatores, soldados y guardianes del templo, posibilidades todas recogidas en los evangelios.
Otro detalle igualmente turbio, no ya en el relato sino en la memoria sobre los hechos, es el problema de los diversos tribunales a los que Jesús habría sido llevado, así como las acusaciones en ellos pronunciadas. Parece que la de blasfemia sería muy improbable por vaga y de difícil encaje en las prohibiciones de la Ley. En cambio, son factibles y están recogidas en la tradición evangélica la incitación a no pagar impuestos (insumisión fiscal lo llamamos ahora) y la autoproclamación como mesías. En cuanto a estar presente en tres tribunales en una sola noche, la compresión parece muy excesiva y, como mucho, se podrían aceptar dos, uno judío y otro romano.
Una reconstrucción que incorpore varios tribunales, o diferentes instancias y dudas entre los judíos a la hora de presentar el caso a Roma si fue así, sería que en realidad pasó un tiempo relativamente largo entre el apresamiento y la condena, fechado el primero en Tabernáculos y la segunda cerca de Pascua. El caso no sería raro si se compara con el de Pablo de Tarso, que, según el relato de Hechos, pasó dos años confinado en Cesarea hasta que variaron las circunstancias. Y hay un paralelo histórico: Flavio Josefo informa de que, antes de la preceptiva ejecución, el procurador Albino, que gobernó entre el 62 y el 64, mantuvo durante un tiempo no especificado como presos a varios judíos que “claramente eran dignos de morir”, merecían la muerte (Ant, 20, 9, 5).
Ateniéndonos ahora a lo explicado en capítulos anteriores, sí parece que la acusación planteada por Roma, sedición inherente al título de mesías y a la incitación a no pagar los impuestos, es la opción que responde a la certeza que abría este capítulo: ajusticiado en cruz. Que el proceso pudiera dilatarse una vez suprimido el problema de orden público no es un obstáculo, máxime teniendo en cuenta el ambiente de fiesta sagrada que convierte en ilógica esa rapidez evangélica a la hora de llevar a cabo el juicio y la condena, ambas acciones constreñidas por la necesidad de ajustarse al hipotético y ya difícil de asumir calendario pascual.
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