CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Si la anécdota de Jesús discutiendo con los sabios en el templo pude interpretarse como estilísticamente helena más que histórica, es lícito preguntarse qué sabía Jesús, qué formación real tenía. La Historia y la Arqueología pueden ayudarnos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Para entender el carácter de Jesús y entender sus años ocultos se acude tradicionalmente a la anécdota que lo presenta argumentando en el templo con los expertos en la Ley, pero esa no es una anécdota histórica. Sin embargo, el tema de su formación y el de la maestría que alcanzara gracias a ella tienen una gran importancia para el investigador, pues de ahí se derivará tanto su encuadre dentro del judaísmo como lo que pudo predicar. Curiosamente, tampoco recoge Pablo en sus cartas esa competencia en materia de la Ley, como si ese tema no fuera importante para su idea de Jesús, máxime cuando habría sido un auténtico argumento de autoridad con ocasión de la redacción de Romanos, que tan profundamente trata el tema. Esto podría ser indicio de que Jesús y él opinaron de distinta manera sobre ese tema.

Así pues, para poder alcanzar alguna conclusión sobre la formación que recibió Jesús es necesario conocer el ambiente general de Galilea y Judea. Los datos no faltan, de modo que no será tan difícil compararlos con lo que se lee en los cuatro evangelios.

 
Para empezar, y asumiendo que Jesús fuera el primogénito de su familia, la tradición hebrea indica que debió ser instruido por su padre José en cuanto a leer y escribir, pues hay varias sentencias en este sentido y los testimonios antiguos afirman tal obligación para el padre de familia. En su obra Contra Apión (2, 204) escribe Flavio Josefo, quizá exagerando un poco: «y (la Ley) ordenó que se aprendiera de niño a leer lo relativo a las leyes y se conociera las hazañas de los antepasados; estas para imitarlas, las otras para que con ellas educados ni las quebranten ni tengan la excusa de ignorarlas». Un poco antes incluso apunta (2, 178): «a cualquiera de nosotros podría preguntar quienquiera por las leyes, y las recitaría más fácilmente que su propio nombre. A raíz de que desde la primera muestra de inteligencia las aprendemos, las tenemos como grabadas en nuestras almas».

Esta costumbre hubo de conjugar dos posibilidades: el aprendizaje familiar y el estudio y comentario en las sinagogas.
Además, sobre la lectura y escritura en época de Jesús es conveniente tener en cuenta algunos datos arqueológicos de gran interés. Por ejemplo, en Qumrán, entre los manuscritos que han dado fama al yacimiento, aparecieron algunos sumamente valiosos para este tema: cartas escritas por Simón Bar-Kokhba, caudillo de la segunda revuelta contra Roma, también algunas dirigidas a él. Incluso apareció un archivo personal de una mujer llamada Babatha, escrito en griego y arameo, con notas sobre propiedades, deudas, sentencias de divorcio, datado todo ello hacia el año 50.

También es interesante un acta de deuda fechada en 55-56, quizá ejemplo material de Lc 16, 6-7: «Y tras hacer llamar a cada uno de los deudores de su señor le decía al primero: ¿cuánto debes a mi señor? Él dijo: cien batos de aceite. Él le dijo: coge tus documentos y siéntate y escribe rápidamente cincuenta. A continuación, dijo a otro: ¿y tú cuánto debes? Él dijo: cien cores de trigo. Le dice: coge tus documentos y escribe ochenta».

Por otra parte, el uso de la escritura apunta a cierta extensión: se utilizaba para distinguir los osarios dentro de las tumbas mediante nombre propio; había inscripciones en el templo de Jerusalén; se utilizaban trozos de cerámica rota para entregar notas, fragmentos que, en las excavaciones, han aparecido en enormes cantidades incluso tirados por las calles. En Masada, por ejemplo, han aparecido estos fragmentos (técnicamente llamados óstraka) con nombres propios. Se interpretan como cupones para la entrega de comida durante el asedio romano.

Como puede verse, la posibilidad de que Jesús supiera leer y escribir es alta. Pero realmente no es fácil saber cómo debemos valorar esta posibilidad. Sobre este asunto la investigación moderna se centra en tres pasajes de los evangelios: Lc 4, 16-30 lo presenta leyendo los rollos de la Ley en la sinagoga, aunque el paralelo Mc 6, 1-6 no incluye el hecho de leer; en Jn 8,6, aparece garabateando sobre la arena; y Jn 7, 15, frente a los anteriores, indicaría que no tenía formación superior pero sí sabría leer.

Si se comparan estos tres textos con lo que se sabe sobre la educación y la alfabetización en la Judea de la época, la pintura que podemos ver es la siguiente: en Galilea no había escuelas básicas; una familia común no podría dedicar el tiempo y el dinero a la educación de un niño privándose de su fuerza de trabajo, incluso algunos cálculos hablan de tres o cuatro años para leer y escribir correctamente en aquella época (Piénsese que en España durante el siglo pasado muchos reclutas de reemplazo que provenían del campo a duras penas podían leer su nombre y se alfabetizaban mínimamente en el ejército). Así que cabe pensar que Jesús podría elaborar esas notas fáciles, listas de artículos o facturas pequeñas. La pista podría estar en que el fragmento de Lucas sobre la lectura en la sinagoga más encaja en lo que el autor quería mostrar sobre la importancia y habilidades de Jesús que en lo históricamente probable para la época. De esta forma, Jn 7, 15 no necesitaría retoque alguno para ser comprendido, pues dice expresamente: «En respuesta se sorprendían los judíos diciendo: "¿Cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?"» Leer se referiría al acto de interpretar un texto complejo mediante lectura, un paso muy lejano para quien sólo pudiera interpretar nombres y frases sencillas. El “no haber sido enseñado” sería precisamente esa enseñanza superior que Jesús no habría adquirido.

Otra cosa es decidir qué sabría un muchacho como él, qué formación habría recibido. Como ya expliqué en el post anterior (102), de ninguna manera se puede aceptar la anécdota relatada en Lucas sobre la admiración que habría causado entre los escribas del templo. Sí se reconoce habitualmente que cualquier persona habría aprendido memorísticamente fragmentos de la Ley y los Profetas, principalmente en casa, y que la escucha atenta de los servicios de la sinagoga bastaría para conferir la cultura religiosa más importante de su época. En contra de esta idea se suele aducir una supuesta extensión de las escuelas asociadas a sinagogas, pero los ejemplos que se citan, Gamla y Masada, no están en absoluto claros desde un punto de vista arqueológico.

Por otra parte, los fragmentos de Filón y Flavio Josefo citados a propósito de la lectura en casa son leídos en la actualidad con mucha cautela, pues ambos están en obras de muy fuerte carácter defensivo y propagandístico. Flavio Josefo, por ejemplo, aduce que las familias judías aprendían la Ley sin diversidad interpretativa, y la verdad es que eso parece chocar con la realidad del judaísmo de la época, con sus muchas escuelas de exégesis de la Ley.

Fijémonos, además, en este pasaje de 4 Macabeos:

4 Mac 18, 10-19: Cuando aún estaba con nosotros, os enseñó la ley y los profetas. Nos leía la historia de Abel, asesinado por Caín; la de Isaac, ofrecido en holocausto; la de José, Nos hablaba del celoso Pinjás; os enseñaba la historia de Ananías, Azarías y Misael en el fuego. Alababa a Daniel, arrojado al foso de los leones, y lo declaraba bienaventurado. Os recordaba el pasaje de Isaías, que dice: «Aunque camines por el fuego, la llama no te quemará». Nos cantaba el himno del salmista David: «Muchas son las tribulaciones de los justos». Nos citaba aquel proverbio de Salomón: «Es un árbol de vida para todos los que cumplen su voluntad». Insistía en las palabras de Ezequiel: «¿Revivirán estos huesos secos?». No olvidaba el canto de Moisés que dice: «Haré morir y daré vida. Esa es vuestra vida y la duración de vuestros días». Traducción de M. López Salva, Apócrifos del A. T., vol. 3, Ediciones Cristiandad.

A la vista de los datos previos y de otros de la historia judía más cercana a Jesús la formación que tendría un muchacho como él incluiría el conocimiento de la Ley, los profetas y los libros sapienciales, textos parcial o mayoritariamente memorizados por oírlos; leer y con casi toda probabilidad escribir dependería de la ocupación familiar, pues el campesinado no requiere la misma formación que los oficios. Esto supone en primer lugar hablar en arameo y en hebreo (quizá bíblico, quizá el hebreo vulgar que aún seguía hablándose en algunas zonas de Judea y Galilea) y, teniendo en cuenta la importancia de Séforis con su ambiente grecorromano, hablaría e incluso podría leer algo de griego. No ha de extrañar este dato, pues su oficio artesano hubo de llevarlo a trabajar en Séforis y usar cuentas con sus clientes griegos (recuérdese la aparición de óstraka en las excavaciones con este tipo de información).

En definitiva, parece que en Jn 7, 15, «¿cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?», «no ha sido enseñado» ha de entenderse en el sentido de ser instruido en una educación superior.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Enlace a la entrevista que me hicieron en Imagen por la Historia sobre Jesús de Galilea.
 
Saludos cordiales
 

Martes, 18 de Febrero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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