Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Como muestra claramente la redacción del último Catecismo de la Iglesia Católica, no puede decirse en modo alguno que la opinión prevaleciente en esta Iglesia en la actualidad sea abolicionista, tal y como se oye y lee a menudo. Aun si fuera verdad que “actualmente prevalece el llamado abolicionismo teológico” -lo cual aún habría que demostrar-, la vida de la Iglesia Católica es marcada por muchos factores, entre los cuales hay tanto disquisiciones teológicas cuanto documentos magisteriales. Y con respecto a las posturas episcopales, habrá que admitir que, si bien es cierto que algunos episcopados nacionales han enarbolado posturas abolicionistas -como el estadounidense, el francés y algunos más -, siguen siendo abrumadora mayoría los episcopados que no han dicho absolutamente nada contra la pena de muerte, que lo han dicho con tanta ambigüedad que sus palabras carecen de representación o que ni siquiera se han planteado decirlo. Es ingenuo, pues, afirmar -como se hace- que “la perspectiva oficial de la Iglesia se orienta de forma irreversible hacia la supresión incondicional de la pena capital en todas las circunstancias”. La postura equívoca del proceder histórico de la Iglesia Católica desde la temprana Edad Media con respecto a este tema se continúa asimismo en la edad contemporánea. Una muestra patente consiste en el hecho de que si bien la Iglesia no condena taxativamente el rigor de la ley y la pena de muerte, con una cierta frecuencia su máxima autoridad, el papa, intercede en favor de condenados a muerte apelando a la misericordia de unas excepciones que intenta establecer, a menudo sin éxito (así, por ejemplo, Pablo VI en septiembre de 1975 por los presuntos terroristas españoles, o Juan Pablo II en varias ocasiones). Pero esto no significa una posición coherente contra la pena de muerte, como muestra el propio Catecismo. Con el frecuente fracaso de estas gestiones pontificias (acaso bienintencionadas, pero en última instancia quizás simplemente hipócritas) en favor de la mera clemencia, las más altas autoridades eclesiásticas recogen lo que ellas mismas tan a menudo han sembrado -la inhumanidad-, y ante tales patéticas gestiones uno no puede dejar de preguntarse si con ellas los papas y sus acólitos no pretenderán simplemente lavar su (muy comprensible) mala conciencia. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 9 de Enero 2013
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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