CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero


Continuamos con el comentario a la presentación de la noticia

La periodista de El Mundo escribe también: “«La tradición cristiana ha sostenido siempre que Jesús no estuvo casado, pero no hay evidencias históricas (Nota: la periodista quiere decir “pruebas”, “testimonios”, etc. porque “evidencia”, casi siempre en singular quiere decir en castellano “aquello que se impone por si mismo por su claridad”) que avalen esa tesis», sentencia en declaraciones recogidas por el New York Times la profesora King, para quien ese pedazo (sic!) de papiro sería una copia de lo que ha bautizado como “El Evangelio de la mujer de Jesús”, un texto escrito originalmente en griego y que al igual que el Evangelio de Tomás o de Felipe se remontaría a la segunda mitad del siglo II”.

En este texto hay que precisar varias cosas:

La Profesora King, con un afán sensacionalista evidente, se ha inventado un evangelio gnóstico que no existe. Este minúsculo papiro sería la única prueba. En su artículo argumenta que ella le otorga el título de “El Evangelio de la mujer de Jesús” por comodidad, para "entenderse". Pero me temo que este invento, propalado por ella en su artículo (y supongo que también por el propio interés del New York Times) acabará por tomar carta de naturaleza y ser aceptado por la gente como si existiese.

En una entrevista por la radio, para la Cadena Ser, programa “Tercer Milenio” de Iker Jiménez, me preguntaba Javier Sierra con toda razón: “¿Qué evangelio es ese de “La mujer de Jesús” que no lo conozco?" Mi respuesta: "Evidentemente no puede conocerlo, porque acaba de inventárselo Karen L. King".

Es también una presunción sin prueba alguna que exista un original griego del siglo II con ese título. No hay el menor resto ni el menor fundamento. King hace tal afirmación tomando como ejemplo el Evangelio de Tomás. De él ciertamente tenemos un papiro, muy conocido, del siglo II con fragmentos del original griego. Pero no lo tenemos ni del Evangelio de María, ni del Evangelio de Felipe (que por cierto no procede de la mitad del siglo II, sino muy probablemente del siglo III; es bastante más tardío que el Evangelio de Tomás y que el Evangelio de María).

En síntesis, pues: va a ocurrir con este fragmento lo mismo que ha pasado con el códice que contiene el texto copto del “Evangelio de Judas”. Todo el mundo lo denomina “Códice Tchacos”, por el apellida de una de las últimas marchantes que tuvieron que ver con la triste suerte de ese manuscrito.

Escribe Sofía Torallas Tovar:

“En el año 2000, Frieda Nussberger Tchacos, una comerciante de antigüedades de origen egipcio, se hizo con nuestro códice, y precisamente de ella recibió su nombre. Posteriormente trató de vendérselo a la Universidad de Yale, que tras unos meses de examen, para lo que el códice fue depositado en la Beinecke Library de esta Universidad, decidió rechazar la oferta… En septiembre del año 2000, Frida Nussberger Tchacos vendió el códice a un anticuario americano de nombre Bruce Ferrini…”, El Evangelio de Judas, Edic. de A. Piñero-Sofía Torallas, Vector, Madrid, 2006, 20.

Así pues, no hace ser profeta para predecir que dada la potencia de la lengua inglesa en la que se transmite la noticia, aquí pasará algo parecido, por mucho que en España y fuera, Josep Montserrat, y el último editor español de El Evangelio de Judas, Fernando Bermejo (Editorial Sígueme, Salamanca, propugnen que debe llamarse “Códice de Al-Minya” o “Códice Minya” sencillamente.

Se afirma también en el artículo de El Mundo que

“Los primeros textos que presentan a Jesús como un hombre célibe se remontan precisamente al siglo II, un periodo demasiado alejado de la época en la que vivió Cristo como para que puedan constituir una evidencia histórica definitiva. «De hecho, este fragmento de pergamino es la prueba de que todo el asunto sobre el estado civil de Jesús se remonta a aquella época, más de un siglo después de su muerte, como parte del debate entre los primeros cristianos sobre la conducta más idónea en términos de sexualidad y matrimonio»”.

No acabo de entender, o mejor recordar, a qué textos se refiere, porque el Evangelio de Mateo (19,10-12), ya en el 80/85 d.C., planteaba al parecer la cuestión:

“Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.» 11 Pero él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. 12 Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda»”.

Los textos a los que se refiere la periodista de El Mundo pueden ser los evangelios gnósticos…, pero en ese ambiente no se planteó tal cuestión del celibato de Jesús, puesto que no interesaba en absoluto. Tampoco como tal se planteó en los evangelios judeocristianos (en lo poco que queda) aunque ahí se habla tranquilamente (en alguno de ellos) de un Jesús meramente humano, nacido de una manera normal del matrimonio, normal, de José y María.

K. King no tiene en cuenta los Hechos apócrifos de los apóstoles de los siglos II Y III (y los siguientes hasta el siglo V/VI), que son las primeras novelas cristiana, literatura cultísima pero dirigida al pueblo): que yo recuerde no plantean esta cuestión jamás.

Continúa la noticia de El Mundo:

“«¿Cómo es posible que hasta nuestros días sólo hayan llegado textos a favor del celibato de Jesús? ¿Y cómo es posible que todos los que mostraban una relación íntima con María Magdalena o un eventual matrimonio se hayan perdido? ¿Es casualidad? ¿O fue porque el celibato se convirtió en la opción más conveniente para el cristianismo?», se pregunta King.

Mi comentario: la pregunta me parece que da por supuesto lo que no son más que meras hipótesis:

• Que Jesús tuvo una relación íntima con María Magdalena
• Que los textos que lo probaban han sido censurados

Veamos las dos posibilidades

A. Relación “íntima” de María Magdalena según los Evangelios canónicos

El único texto “probatorio” de esa “relación íntima” durante el ministerio publico de Jesús en los evangelios más antiguos, los canónicos, está en el Evangelio de Lucas 8,2-3, fuera del episodio de la Pasión. Dice así

<blockquote>Acompañaban a Jesús los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana…, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.</blockquote>

Este pasaje es declarado redaccional casi unánimemente por los críticos, es decir propio de Lucas, no perteneciente al estrato del Jesús histórico, sino al del evangelista.

Probablemente éste lo toma de Mc 15,40. Siguiendo las leyes estrictas de la investigación, habría que decir por tanto que no estamos seguros absolutamente de que fuera así, tal cual lo pinta Lucas. Hay investigadores, además, que opinan que el evangelista exagera al añadir la frase “con sus bienes” sobre el paralelo de Marcos. Se trataría de la afición de Lucas de engrandecer la posición social de los personajes que rodean a Jesús (en este caso presentar a María Magdalena como "benefactoras" o "patronas" en el sentido del siglo I de nuestra era, y esta tendencia hace sospechosa la noticia.

Queda, por tanto, la duda sobre el valor histórico de este pasaje. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos obtiene del texto, unido al de Mc 15,40, como algo más o menos probado, que Jesús en sus viajes de misión iba acompañado de un número indeterminado de mujeres y que éstas le ayudaban en los problemas diarios de mantenimiento. Si con sus dineros o no, no se sabe. Probablemente sí. Además eran varias, no una sola, y formando un grupo.

Por otro lado, ciertamente, una constatación es segura: el texto no pinta ni insinúa ninguna relación especial de afecto carnal entre Jesús y la Magdalena.


Continuará
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Miércoles, 3 de Octubre 2012
El apóstol Santiago el Justo en el Pseudo Abdías
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Santiago el de Alfeo en las Historias Apostólicas del Pseudo Abdías

Aparece Saulo de Tarso como perseguidor

Los apóstoles intentaban convencer al pueblo y al pontífice para que recibieran el anuncio de la nueva fe y aceptaran a Jesús como Mesías. Y en eso estaban cuando se presentó “un hombre enemigo”, que reprendió a los judíos por su credulidad ante las enseñanzas de unos hombres desgraciados que iban conducidos por un mago. El hombre enemigo era nada menos que Saulo de Tarso.

Santiago intentó refutar sus argumentos, pero Saulo excitó al pueblo y promovió sediciones y alboroto, de modo que no era posible ni siquiera oír la palabra del apóstol. Como un auténtico poseso, intentaba Saulo llevar a la muerte a todos los apóstoles entre una lluvia de insultos y amenazas. Llamaba a los presentes indolentes y perezosos por su cobarde inacción.

Saulo tomó entonces un tizón del altar y se lanzó contra los apóstoles arrastrando a otros al ataque. Se organizó un alboroto incontrolado y se produjo un inmenso clamor de los que herían y de los heridos con abundante derramamiento de sangre. De pronto, “el hombre enemigo” se lanzó contra Santiago y lo arrojó de cabeza desde los escalones más altos. De aquella caída le quedó a Santiago una notable cojera. Termina el apócrifo la relación de los incidentes revelando la identidad del que denomina “hombre enemigo”: “Es manifiesto que el hombre enemigo era Saulo, a quien después el Señor destinó para el ministerio del apostolado” (c. 3,4).

Martirio de Santiago, el Justo

Entretanto el “presidente” Festo envió a Pablo al César al que había apelado. Al ver los judíos que sus proyectos de perder a Pablo habían quedado frustrados, volvieron toda su crueldad contra Santiago, el hermano del Señor. Lo pusieron en medio de todo el pueblo y le exigieron que negara la fe en Cristo. Como era de esperar, levantó la voz para proclamar que Jesucristo era en verdad el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres. Fue demasiado para los irritados judíos, que tomaron la determinación de darle muerte. Tanto más cuanto que aquel Santiago era calificado por todos de hombre justo. La ocasión les resultaba propicia, porque había muerto el procurador Festo, por lo que la provincia de Judea se encontraba sin prefecto ni príncipe.

Aunque la muerte de Santiago había sido dada a conocer por Clemente de Alejandría, poseemos una narración detallada escrita por Hegesipo, escritor de la primera generación posterior a los apóstoles. El texto de Hegesipo, del quinto libro de sus Comentarios, está recogido por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica. (H. E., II 23,1-3). Traza Hegesipo un perfil de la vida sacrificada de Santiago el Justo y la consecuencia de su comportamiento. Éstas son sus palabras: “Santiago, el hermano del Señor, que fue llamado por todos «El Justo», recibió la Iglesia en compañía de los apóstoles y permaneció desde los tiempos del Señor hasta nuestros días. Muchos recibieron el nombre de Santiago, pero éste fue santo desde el vientre de su madre. No bebió vino ni bebida alguna embriagadora, ni comió carne de animal, ni a su cabeza subió hierro. No se ungió con óleo ni hizo uso de los baños. A él solo le estaba permitido entrar en el Santo de los Santos. No usaba vestiduras de lana, sino solamente de lino. Entraba solo en el templo y permanecía arrodillado orando por el perdón del pueblo, de tal manera que de orar se habían formado en sus rodillas unos callos como de camello, pues doblaba continuamente las rodillas y nunca cesaba en la oración” (c. 5,1-2).

La predicación de Santiago llevó a muchos judíos a la fe, por la que creían que Jesucristo era el Mesías, venido al mundo para salvarlo de sus pecados. Pero unos herejes del pueblo no creían ni que Jesús había resucitado ni que vendría a juzgar al mundo y a dar a cada uno según sus obras. Por el contrario, algunos príncipes habían aceptado la doctrina de Santiago, lo que era causa de graves disensiones entre los judíos. Se acercaron a él y le rogaban que hablara al pueblo para volverle al camino de la fe de sus padres. Pues todos le tenían en gran estima y creerían en su palabra. Le rogaron que subiera a lo más alto del pináculo del templo para que desde allí fuera escuchado por todos los peregrinos que habían llegado a Jerusalén para la celebración de la Pascua.

Los escribas y fariseos pusieron a Santiago sobre el pináculo del templo y le pidieron a gritos que convenciera al pueblo de que estaba equivocado acerca de Jesús. Santiago respondió que Cristo estaba ya sentado a la derecha del Padre y que vendría al fin del mundo sobre las nubes del cielo a juzgar a todos los hombres para dar a cada uno el pago de sus obras.

Muchos de los presentes quedaron convencidos por la palabra de Santiago, lo que provocó un grave disgusto en los escribas y fariseos. Estos judíos estaban arrepentidos de haber hecho hablar a Santiago y decían a grandes gritos: “Hemos obrado mal al hacer que éste diera testimonio semejante sobre Jesús. Pero subamos y precipitémoslo desde arriba para que los demás queden aterrados y no le crean” (c. 6,1). Acompañaban estos gestos de pesar con otro grito: “También el Justo se ha equivocado”. A pesar de todo seguían considerando y confesando a Santiago como el Justo.

Sin embargo, subieron hasta el pináculo del templo, tomaron a Santiago y lo precipitaron desde arriba. No contentos con eso, viendo que todavía vivía, se animaban unos a otros para lapidar el caído. Empezaron, pues, a lanzar piedras contra Santiago, que oraba a Dios por ellos como Jesús en la cruz cuando excusaba a sus verdugos diciendo: “No saben lo que hacen” (Lc 23,34). Un piadoso sacerdote, de la estirpe de los recabitas, aquellos que lucharon en tiempos del rey Jehú contra los adoradores de Baal, intercedió por Santiago pidiendo que cesaran de su actitud, ya que el justo al que apedreaban estaba orando por ellos. Fue entonces cuando uno de ellos, que era batanero, tomando un palo de los que usan en su profesión, golpeó con él en la cabeza al santo apóstol hasta la muerte.

De este modo dejó la vida con semejante martirio el hermano del Señor, “aquél que fue testigo de la verdad para judíos y gentiles al testificar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, que con el Padre y el Espíritu Santo domina y reina por todos los siglos de los siglos” (c. 6,4). El autor del apócrifo refiere finalmente que el cuerpo de Santiago el Justo fue sepultado en el lugar de su martirio junto al templo.

(Osario de Santiago el Justo)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 1 de Octubre 2012
Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con nuestro comentario crítico al Papiro “Jesús casado”. Pero antes debo indicar que creo que el papiro, el soporte formal de la escritura del texto copto discutido, es auténtico. Lo que se duda es si la escritura del texto en sí, las palabras escritas en él como tales, para las que se utiliza una tinta especial, es auténtica o es un producto falsificado en el siglo XX, por algún “experto” que toma el texto del Evangelio de Tomás copto y del Evangelio de María, como sostiene Francis Watson, de la Universidad de Durham, Reino Unido, y que es posible que también comentemos.

Volvamos, pues, al texto del papiro:

En boca de Jesús a sus discípulos se lee: “Mi mujer”: la lectura del texto copto es: “ta hime”, sintagma que se utilizaba en la vida normal para expresar la relación, también normal, de marido/mujer, es decir, la convivencia marital. Pero, insisto, quien habla en el papiro es muy probablemente Jesús el Revelador resucitado que, procedente de ámbito celeste, viene a la tierra durante un cierto tiempo (desde un día hasta 12 años, según las tradiciones) para enseñar/complementar a los discípulos/as los misterios del Reino de los cielos, que no hubo tiempo u ocasión de ser revelados durante su ministerio normal.

Pero ¿cómo hay que entender “mi mujer”? Aquí vienen a colación los textos que presenté en mis dos primeras postales para comparación ilustrativa con el presente papiro y que saqué de mi libro “Jesús y las mujeres”. Con mucho, el más ilustrativo es el del Evangelio de Tomás copto, que repito aquí para comodidad de los lectores:

Jesús dijo: Habrá dos descansando en una cama; uno morirá, el otro vivirá. Salomé dijo: ¿Quién eres tú, hombre, y de quién (provienes)? Te has reclinado sobre mi lecho y has comido en mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que proviene del que es igual. Me ha sido dado de entre lo perteneciente a mi padre.
(Salomé dijo): Yo soy tu discípula. (Jesús dijo): Por ello te digo: cuando alguien se hace igual (si el discípulo llega a ser igual), se llenará de luz; pero cuando se separa (si llega a estar dividido), se llenará de tiniebla (F. Bermejo, Todos los Evangelios, Edaf, Edición de Antonio Piñero, p. 447)

Mi comentario es el siguiente:

La frase clave para nuestro propósito es “Has subido a mi cama y has comido de mi mesa”, cuya intelección inmediata es: Jesús es el marido de Salomé, puesto que sólo el marido asciende a la cama de su mujer, es decir, se une a ella, y es también quien come con ella normalmente en su mesa.

Naturalmente surgen inmediatamente dudas en la interpretación porque la respuesta de Jesús nada tiene que ver con el matrimonio o el sexo, sino que hace alusión a su calidad, como Revelador celestial, como “Hijo” del Padre trascendente. Y luego, inmediatamente, la ulterior respuesta de Salomé la presenta a ella misma en una relación clara de discípula respecto al Maestro.

Algunos investigadores opinan que este difícil texto no debe interpretarse como una pregunta descontextualizada de Salomé sobre la identidad de Jesús. ¿Qué sentido tiene que de repente la esposa pregunte al marido al que conoce muy bien: “quién eres tú, hombre, y de quién (procedes)? Debe entenderse, por el contrario, como una reacción a la frase anterior del Revelador que contiene una amenaza para el final de los tiempos: “Habrá dos descansando en una cama; el uno morirá, el otro vivirá”. Es decir, uno se salvará y el otro se condenará. Entonces, al oír esta frase, con cierto temor, preguntaría Salomé: "¿Quién eres tú (entonces), hombre?", es decir, ¿a cuál de los dos tipos de hombre perteneces?

La frase “Has subido a mi cama y has comido de mi mesa” debe unirse también a lo que sigue -“Yo soy tu discípula”- y significaría en ese caso: “Tú y yo formamos una pareja (espiritual, a tenor de lo que a continuación se afirma). ¿Acaso uno de los dos va a perecer, es decir, va a ser condenado?”.

De ser así, Salomé no sería la pareja física de Jesús, sino la pareja espiritual al igual que puede serlo todo discípula perfecta. El propio espíritu de Salomé, como discípula perfecta, ya iluminada por la gnosis o conocimiento revelado, es pareja del espíritu de Jesús como maestro. Salomé, pues, podría estar inquiriendo por el destino de esa pareja de tipo gnóstico y espiritual formada por Jesús y ella.

Entonces ¿por qué una metáfora sexual en boca de Salomé que puede inducir a equívoco a los lectores? Porque los gnósticos gustan de metáforas sexuales para designar la unión espiritual fuerte, ya que no encuentran en la naturaleza mejor metáfora para simbolizarla. Y ellos saben que por el contexto se entiende que no están hablando de sexo. La metáfora recalca lo que debe entenderse como una fuerte unión espiritual entre el maestro/revelador y su discípula. No hay que extrañarse de la expresión o metáfora sexual si se conoce algo de la literatura gnóstica.

Si se admite esta interpretación, la referencia a la mesa podría entenderse entonces también como una alusión a Lc 17,35: “Habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada” con un significado parejo a lo que dice Jesús al principio de este logion: una se salvará; otra (no gnóstica) se condenará.

Así se comprende también el final de la sentencia: “Si el discípulo llega a ser igual, se llenará de luz; pero si llega a estar dividido, se llenará de tiniebla”. “Ser igual” es ser uno –unión total- con el Revelador. “Estar dividido” es no ser uno, fundido con el Revelador. Resultado, el alma/espíritu que no es una con el Revelador no está en la luz/salvación, sino en la tiniebla/muerte/condenación.

En conclusión: así interpretado en su contexto gnóstico, el logion 61 del Evangelio de Tomás no sirve para demostrar que Jesús y Salomé eran marido y mujer en un sentido usual y corriente del término, sino que formaban sólo una pareja espiritual, gnóstica. El contexto del logion es apocalíptico y destaca que la verdadera discípula de Jesús es su pareja espiritual y no sufrirá la condenación al final de los tiempos (Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid, 2008, p. 206.

En conclusión: el texto del papiro puede tener la misma significación “mística” o simbólica.

Continuará.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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Viernes, 28 de Septiembre 2012
Mi valoración sobre el papiro del siglo IV acerca de “Un Jesús casado” (I) (439-03)
Hoy escribe Antonio Piñero


La presentación de la noticia ha sido muy sensacionalista. Pero es natural. El interés por la situación civil de Jesús (no “marital”, que es en este caso un anglicismo) le importa un comino a la gente joven, pero no deja de tener interés para los de cierta edad que ven en ello una ocasión de criticar a la Iglesia por la postura “inmovilista”, y también a ciertos exegetas, igualmente inmovilistas, que defienden la postura eclesiástica, según se piensa.

Leí la noticia en un artículo de “El Mundo” por la periodista Irene Hernández Velasco, que no está mal. Pero, también naturalmente, incurre en imprecisiones. Para realzar la noticia afirma que Karen King es una de las “más reputadas papirólogas del mundo”, pero si se lee el borrador del artículo, en inglés, que La Dra. King va a publicar en la “Harvard Theological Review” (de “teología”, no de “tecnología = “Harvard Thechnological Review” como dice el periódico) se puede leer que ella “no es papiróloga, ni tampoco coptóloga”, sino que ha pedido ayuda a una colega experta en ambas cosas. De hecho, el artículo, firmado por ella como autora principal dice “con la ayuda de MariAnne Luijendijk.
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Me iré fijando en las afirmaciones de este artículo de periódico, en las notas que ha escrito José Manuel Vidal, el director de Religiondigital, en el borrador del artículo de Karen King, que está en Internet, junto con otros artículos aparecidos también en la Red que lo comentan para ir haciendo mis comentarios en sucesivas entregas en este Blog.

La periodista afirma que Karen L. King “detenta la cátedra Hollis de la Escuela de de teología de Harvard”. Esta frase merece un doble comentario: uno positivo y otro negativo. El positivo: ¡qué bien quew ha escrito “escuela de teología” y no de “divinidad” (inglés “divinity”) como erróneamente tradujo otro/a periodista en no se qué medio de comunicación. Negativo: School = “escuela” es mejor traducirlo por “Facultad” en español.

La periodista sostiene que este papiro es “el último descubrimiento de J. King”. No sabía yo que esta profesora fuera descubridora de nada, sino más bien una exegeta que combina filología y teología en la interpretación de textos antiguos. El artículo de K. King, que comentaremos, afirma que ella no descubrió nada, sino que el papiro se conocía desde el 2001; que era propiedad de un coleccionista privado, que desea guardar el anonimato, y que se lo entregó/envió en custodia provisional a la Prof. King para que lo estudiara.

La traducción que se presenta en el artículo de El Mundo es correcta y está tomada del artículo, o una nota semejante de prensa, y bien transcrita.

Es la siguiente (la repito por comodidad del lector)

1 «Mi madre me ha dado la vida...
2 los discípulos preguntaron a Jesús...
3 negó. María es digna de eso...
4 Jesús les dijo: mi mujer...
podrá ser mi discípula. Que los malvados se inflen...
en lo que me concierne, viviré con
ella por... una imagen».

Que corresponde a la versión inglesa que aparece en el artículo de King, y que:

1 ] “not [to] me. My mother gave to me li[fe…”
2 ] The disciples said to Jesus, “.
[ 3 ] deny. Mary is worthy of it [
4 ]……” Jesus said to them, “My wife . .[
5 ]… she will be able to be my disciple . . [
6 ] Let wicked people swell up … [
7] As for me, I dwell with her in order to [ 8] an image [

El lector se preguntará, sin embargo, que quiere decir eso de que “Los malvados se inflen” (inglés: “Let wicked people swell up”) es ciertamente una traducción literal, pero quizás fuera mejor verter “que revienten los malvados…”. La frase es una alusión, sin duda, a la tradición doble sobre la muerte de Judas. la muerte de Judas. Ésta presenta dos versiones totalmente distintas en el Nuevo Testamento.

La primera en Mateo (27, 5), por ahorcamiento; la segunda en los Hechos de los apóstoles, a efectos de una caída (“adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad y sus entrañas se derramaron”: 1, 18). La versión del fallecimiento de Judas de los Hechos de los apóstoles está inspirada probablemente en la historia de la muerte del rey perverso Antíoco IV Epífanes –que tanto molestó a los judíos por sus intentos de asimilarlos forzadamente a la tradición y religión griegas- en 2 Mac 9, 9-12: “Vino a caer Antíoco de su carro y todos los miembros de su cuerpo se descoyuntaron… postrado en tierra… del cuerpo del impío pululaban gusanos, sus carnes caían a pedazos… y su infecto hedor apestaba a todo el ejército”.

• “Vivir con ella” = inglés: “As for me, I dwell with her in order to”: Probablemente el que habla –-a tenor de lo que sabemos por otros Evangelios gnósticos es Jesús resucitado--, o en todo caso Jesús inmediatamente antes de su crucifixión, en la mal llamada “última semana de su vida”, por ejemplo Diálogo del Salvador y El Evangelio de Judas (todos estos evangelios pueden verse en el libro colectivo “Todos los Evangelios” de la Editorial EDAF, Madrid, 2009, con reediciones, editado por mí). No me queda nada claro que el Jesús resucitado, el Salvador celeste, el Revelador espiritual, diga que “viviré con ella”. Muy probablemente el Iluminador celestial, el Jesús resucitado no tenía el menor interés en “vivir con María” (Magdalena). Por tanto habrá que traducir probablemente “permanezco con ella (en presente)”.

Continuará

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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Miércoles, 26 de Septiembre 2012
Santiago, el hermano del Señor según los Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Historias Apostólicas. Santiago el de Alfeo

Pseudo Abdías VI,1-6

En el umbral del capítulo VI de las Historias Apostólicas del Pseudo Abdías, cuenta el autor detalles de la relación familiar de Santiago el de Alfeo. Según el Pseudo Abdías, Simón el Cananeo, Judas Tadeo y Santiago, llamado el hermano del Señor, eran hermanos carnales, oriundos de Caná de Galilea. Se ha pensado también que los tres podrían ser hijos de José, el esposo de la Virgen María, habidos de un matrimonio anterior. Pero sus padres según el Pseudo Abdías eran Alfeo y María, la hija de Cleofás.

Santiago era hijo de la misma madre, pero de distinto padre, a saber, del justo José, el esposo de la virgen María, madre de Dios. Era, pues, hermano del Señor según la carne. Su padre estaba desposado con María la que, según los textos, dio a luz virginalmente al Salvador, Por esta vinculación familiar, estos tres hermanos fueron muy queridos de Cristo que los llamó a la dignidad del apostolado.

Santiago, el más joven de estos tres, era querido especialmente por Cristo. Por su parte Santiago sentía tal afecto por el Maestro, que cuando éste fue crucificado, no quería probar alimento hasta que resucitara. Esta es la razón por la que el Jesús resucitado se apareció a María Magdalena, a Pedro y a Santiago. Cuenta el apócrifo que para que no tuviera que soportar un ayuno tan prolongado, Jesús preparó un panal de miel, al que invitó especialmente a Santiago para que comiera (c.1,4). Luego, después de la ascensión de Jesús al cielo, permaneció en Jerusalén predicando la palabra de Dios junto con Pedro y con Juan.

No habían pasado aún catorce años después de la pasión del Señor, cuando llegaron a Jerusalén Pablo, Bernabé y Tito con la intención expresa de visitar a Santiago, Pedro y Juan. Es la visita de la que habla Pablo en su carta a los gálatas (Gál 2,9), en la que se refiere a esos tres apóstoles como las “columnas” de la comunidad cristiana, y los nombra con el mismo orden que el apócrifo. En Jerusalén se reunieron los doce apóstoles por la fiesta de Pascua praesidente Iacobo (“bajo la presidencia de Santiago”).

Por aquellos días convocó Caifás a los apóstoles para que explicaran en qué razones se basaban para enseñar que Jesús era “el Dios eterno y el Mesías” (c. 2,2). Llegado el día señalado, los apóstoles comenzaron a adoctrinar a los sacerdotes sobre Cristo como único Dios. Defendieron ante los saduceos la resurrección de los muertos, discutida por esta facción hebrea. Frente a los samaritanos justificaron la consagración de Jerusalén como centro neurálgico de la presencia mesiánica del Cristo.

Se explayaron explicando a los fariseos la llegada con Jesús del reino de los cielos. En general, intentaban enseñar al pueblo todo que Jesús era el esperado Mesías eterno (c. 2,3). Señalaban como condicionantes para conseguir la salvación el bautismo para la remisión de los pecados y la participación en la eucaristía.

(Santiago, el Justo, obra del Greco)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 24 de Septiembre 2012
Hoy escribe Antonio Piñero


Continúo citando textos como paso previo a mi comentario, para que se vea la “tremenda novedad” de la noticia. Sin embargo, aludiré sólo dos pasajes más para no cansar: El Evangelio de María y el de Felipe. Tomo las notas de mi obra “Jesús y las mujeres”:

Evangelio de María:

Pedro, ya consolado, confiesa después:

Mariam, hermana nuestra, nosotros sabemos que el Salvador te amaba más que las demás mujeres (10,1-5: BNH II 135).

El verbo “amar” de este párrafo, tanto en griego (phileîn o agapân), como en copto (ouoōsh), o en español, puede tener varios significados y no expresa necesariamente por sí mismo una relación sexual entre María Magdalena y el denominado Salvador. Es el contexto el que ofrece la clave para el significado. Pues bien, todo el contexto del Evangelio de María hasta ese instante, y ciertamente también hasta su final, no ofrece el menor apoyo para un significado erótico: en todo momento el autor piensa que ese amor se traduce en recibir del Revelador, ¡resucitado!, por medio de visiones, enseñanzas espirituales reservadas a los escogidos.

Leví recrimina a Pedro por enfadarse con María Magdalena ya que Pedro había dicho: ¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos?… ¿Es que él la ha preferido a nosotros?
Entonces María se echó a llorar…

Replica Leví:

Pedro: “Siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Es cierto que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros” (17,15-18,14: BNH II 137).


Evangelio de Felipe:


El Evangelio de Felipe es el apócrifo más explícito en el tema del afecto entre María Magdalena y Jesús. El primer pasaje importante es:

Tres mujeres caminaban siempre con el Señor: María, su madre, la hermana de ésta, y Magdalena, denominada su compañera. Así pues María es su hermana, y su madre, y es su compañera (59,6-11: BNH II 31).

El segundo pasaje es:

La sabiduría denominada "estéril" es la madre [de los] ángeles, y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en […].
Los demás discípulos dijeron: “¿Por qué la amas más que a nosotros?”
El Salvador respondió y les dijo: “¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?”
Un ciego y un vidente, estando ambos a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras.

El Señor dijo: "Bienaventurado el que es antes de llegar a ser, pues el que es, ha sido y será” (63, 30 – 64, 5).


En la misma obra, Jesús y las mujeres aduzco un texto de Fernando Bermejo que explica estos pasajes:


“El segundo texto con el que hay que comparar el del Evangelio de Felipe es Mc 3,31-35, en el que Jesús no quiere recibir a su familia carnal:

Vinieron su madre y su hermanos y desde fuera le mandaron llamar. Estaba la muchedumbre sentada en torno a él y le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Ante este texto hay que formularse un pregunta: ¿Quién puede ser a la vez en términos físicos, hermano, hermana y madre? Se trata, por tanto, de una asociación con Jesús de tipo espiritual, gracias a la fe en su doctrina. Si Mc 3,31-35 convierte en parentesco decisivo la relación espiritual y no la carnal, entonces con toda probabilidad el texto del Evangelio de Felipe está haciendo lo mismo: María es “compañera” de Jesús en el mismo sentido en que es “hermana” y “madre”, es decir, en tanto que posee con él un íntimo vínculo espiritual. Además, al igual que en Mc 3, 35 la expresión “mi hermano, hermana y madre” no enfatiza ninguno de estos tipos de parentesco (pues precisamente los hace indistintos: quien tiene un vínculo espiritual con Jesús merece ser llamado simultáneamente su “hermano” y “hermana” y “madre), así también en el Evangelio de Felipe el énfasis no recae en la expresión “compañera” (o, si se prefiere, recae tan poco como en “hermana” o “madre”): lo que se enfatiza es que quien tiene un vínculo espiritual con Jesús es –en el sentido genuino del nombre- su “madre” y “hermana” y “compañera”.

Por tanto: lo que quiere decir, y recalcar, el Evangelio de Felipe no es precisamente que María Magdalena sea la mujer legítima y carnal de Jesús, sino la discípula perfecta. Al escuchar al Salvador / Revelador María se hace espiritualmente de la “familia espiritual” del Salvador, al igual que su madre al pie de la cruz. Por ello a la Magdalena se le puede denominar con toda propiedad –espiritual- “su hermana y su madre, y su compañera” (Evangelio de Felipe 59,6-11). Y lo mismo pude decirse de la Salomé del Evangelio de Tomás (véase capítulo anterior) y de cualquiera otra mujer que oiga y ponga en práctica la revelación del Salvador. No se puede ser en el orden físico esposa, madre, hermana, compañera, etc., a la vez, como afirma el texto. Todas estas expresiones –sobre todo si se formulan conjuntamente- deben entenderse de un modo simbólico y en el ámbito de lo espiritual.

Como señalé, tengo todavía muchos textos más sobre María Magdalena que el lector puede leer en mi obra citada o bien en una obra clásica en lengua inglesa: Marjanen, A., The Woman that Jesus Loved. Mary Magdalene in the Nag Hammadi Library and Related Documents, Brill, Leiden, 1996. Supongo que Karen King la conoce.

En síntesis: si Karen King presenta el papiro copto en Roma como una “novedad”, tal como dicen las noticias de periódico, sería una tontería. Y yo no creo que Karen King sea tonta, sino todo lo contrario: es bastante lista. Luego, insisto: si es así, parece claro que pretende algo diferente. Y los periodistas, ignorando lo que se ha escrito en español, le hacen el juego de presentarla como la héroe de la novedad. Pero los periodistas son presas de nuestra vorágine: no pretenden otra cosa que suscitar el mero interés en un mundo donde si no hay algo nuevo, la gente se muere de aburrimiento, al parecer.

¿Es así? Casi me atrevería a asegurarlo, aunque algunos de los que han dado eco amplio a la noticia gozan de mi estima. Opino que es evidente que se trata de un montaje sensacionalista --un simple argumento más-- aunque para una causa justa: llamar la atención en la Iglesia sobre su estructura “masculina”, “machista”, e injusta. Si la Iglesia no emplea a las mujeres en sus estructuras de mando, sufrirá graves detrimentos. Ahora bien, tal causa está defendida en este caso con argumentos de “novedad” que no es tal.

Seguiremos otro día, el miércoles que viene, analizando con brevedad esta noticia sensacionalista, pero en sí verdaderamente irrelevante.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Sábado, 22 de Septiembre 2012
439-01 “Un Papiro del siglo IV "afirma" que Jesús estuvo casado”. Un comentario
Hoy escribe Antonio Piñero


Tanto Facebook, como El Mundo, Religiodigital y otros medios se han hecho eco de la noticia. Al parecer, aunque no me fío del todo que sea exactamente así, Karen King, profesora de la Facultad de Teología de Havard (y no de “divinidad como ha sido traducido en otros foros = inglés “Divinity” no traducible al pie de la letra, salvo traición al sentido) ha publicado en un congreso de coptología en Roma el descubrimiento de un nuevo papiro en copto del siglo IV, muy pequeño, del tamaño de una tarjeta de visita o de crédito, con líneas poco legibles, cuya posible traducción es la siguiente (según El Mundo, jueves 20 septiembre 2012, p. 45):

“Mi madre me ha dado la vida… .
los discípulos preguntaron a Jesús...
negó. María es digna de eso... Jesús
les dijo: mi mujer... podrá ser mi discípula. Que los malvados se inflen...
en lo que me concierne, viviré con
ella por... una imagen».

Ciertamente, el papiro copto dice literalmente en la línea 4: “Dijo Jesús a ellos (antes ha aparecido la palabra mathetés = “discípulo en greco-copto): “Mi mujer…” (= copto ta hime… que se lee muy bien). No me meto en el resto de la traducción porque el pairo es de difícil lectura, aunque ciertamente se pueden leer bien algunas otras palabras como “María” y “discípulo/a”.

Estoy de acuerdo también en que el papiro puede ser auténtico y del siglo IV. Ciertamente en el estilo de letra del soporte y en la tinta se parece relativamente a los documentos de Nag Hammadi que hemos editado José Montserrat, Francisco García Bazán, Fernando Bermejo y yo mismo en la Editorial Trotta (4ª edición 2011).

Pero en lo que no estoy de acuerdo es en que se presente el papiro como un gran descubrimiento, que se diga que pertenece a un evangelio griego (apócrifo, naturalmente) del siglo II que fue luego traducido al copto en el siglo IV y que se lo titule nada menos como “El Evangelio de la mujer de Jesús”. Esto es pura traslación a ese fragmento de lo que sabemos de los pairos de Nag Hammadi, sobre todo el Evangelio de Tomás copto y en parte del Evangelio de María (posiblemente del siglo II) y del Evangelio de Felipe (casi seguro del siglo II) a este papiro. El título es meramente sensacionalista.

Si así lo presenta la Dra. King (a la que conozco bien por su libro sobre María Magdalena y otras publicaciones; no lo sé a pesar del artículo periodístico), me confirmaría en que busca un exagerado protagonismo / sensacionalismo, una manera de hacerse autopropaganda más un modo de suscitar de nuevo la discusión sobre las bases históricas de la negación a las mujeres de un papel relevante en las iglesias. Es una suerte tener tanta audiencia.

Pero lo que no es en absoluto verdad es que el “descubrimiento” sea nuevo. Sabemos desde hace muchos años que en el Evangelio copto de Tomás, logion 61 leemos:

Jesús dijo: Habrá dos descansando en una cama; uno morirá, el otro vivirá.
Salomé dijo: ¿Quién eres tú, hombre, y de quién (provienes)? Te has reclinado sobre mi lecho y has comido en mi mesa.
Jesús le dijo: Yo soy el que proviene del que es igual. Me ha sido dado de entre lo perteneciente a mi padre.
(Salomé dijo): Yo soy tu discípula.
(Jesús dijo): Por ello te digo: cuando alguien se hace igual (si el discípulo llega a ser igual), se llenará de luz; pero cuando se separa (si llega a estar dividido), se llenará de tiniebla (F. Bermejo, Todos los Evangelios, Edaf, p. 447).

También sabemos por los restos del Evangelio de los Egipcios (perdido, pero transmitido por Clemente de Alejandría) lo que sigue:

A Salomé, que preguntaba: “¿Durante cuánto tiempo estará en vigor la muerte?”, respondió el Señor: “Mientras vosotras las mujeres sigáis engendrando[…] y afirman (en este evangelio) que dijo Jesús en persona: “He venido a destruir las obras de la mujer. De la mujer, esto es, de la concupiscencia; las obras de ella, esto es, la generación y la corrupción”.

Al tocar el punto de la consumación hizo bien en decir Salomé: “¿Hasta cuándo los hombres estarán muriendo?” […] Y el señor le respondió con toda circunspección: “Mientras las mujeres sigan engendrando”. (Respondió Salomé): “Bien hice en no engendrar” A lo que el Señor replicó diciendo: “Puedes comer cualquier hierba, pero aquella que es amarga no la comas”.

Preguntando Salomé cuando llegarían a realizarse aquellas cosas de que había hablado, dijo el Señor: “Cuando holléis la vestidura del rubor y cuando los dos vengan a ser una sola cosa, y el varón, juntamente con la hembra, no sea ni varón ni hembra” (Clemente de Alejandría, Stromata III 6.9.13; G. del Cerro, Todos los Evangelios p. 624 y A. Piñero, Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid, 2008, 208ss)

Evangelio copto de Tomás, logion 114:

Simón Pedro les dijo: “Que María salga de entre noso¬tros porque las mujeres no son dignas de la vida”.
Jesús dijo: “Mirad, yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue a ser también un espíritu viviente semejante a vosotros los varones; porque cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos”.

Que esta María sea la Magdalena lo sabemos sólo por el conjunto de los textos gnósticos, que unas veces –pocas- la denomina con su nombre completo y otras no, dando por supuesto que el lector sabe de qué María se trata.

En otra obra gnóstica, la Sabiduría de Jesucristo leemos:

En 98,10 se lee:

Le dijo María: “Señor, ¿de qué modo sabremos esto?” (la diferencia entre lo corruptible y lo incorruptible).

Y luego sigue Jesús explicando la diferencia, que no interesa ahora para nuestro tema. Y en 114,9:

Díjole María: “Señor Santo, tus discípulos ¿de dónde han venido, a dónde van y qué harán en ese lugar?”.
Le dijo el Salvador perfecto: “Quiero que entendáis que la Sabiduría, la Madre del Todo…, etc.”.

En este Evangelio, María aparece dos veces como interlocutora de Jesús al que formula alguna pregunta. Hay que señalar que, en la inmensa mayoría de los casos en esta interlocución, la persona que hace la pregunta no desempeña más papel activo que formularla. Luego Jesús toma la palabra y en un monólogo, breve o extenso, expone su doctrina. Luego se le formula otra pregunta, etc. El que pregunta es como un periodista que está entrevistando a Jesús: quien tiene el peso de lo que se dice no es el entrevistador, sino el entrevistado. Por tanto, lo que en estos textos aparece es sólo una María (se sobreentiende Magdalena) que actúa como discípula de Jesús que en la narración sirve de mera introductora a la doctrina del Revelador resucitado formulándole preguntas (A piñero, Jesús y las mujeres, p. 224).

En la obra el Diálogo el Salvador (Biblioteca de Nag Hammadi II 165-187 aparece el mismo Jesús con un tono absolutamente negativo respecto a las mujeres:

(144,17-21) :

Dijo el Señor: “Orad en el lugar en el que no haya mujer(es)”. Mateo dijo: Nos dijo: "Orad en el lugar en el que no hay mujer(es)", lo que significa: aniquilad las obras de la feminidad, no porque haya otra manera de engendrar, sino para que cese la generación. María dijo: ¿No serán eliminadas jamás?”.

Este pasaje es totalmente encratita, antimatrimonial, y no se refiere a las actividades de la mujer en la vida religiosa, sino al deseo del gnóstico de que cese en absoluto la procreación de seres humanos (dar a luz, propio de las mujeres), puesto que el cuerpo es la cárcel del espíritu, el único que se salvará. No interesa crear más cárceles.

Mañana publicaré otros textos, probablemente bien conocidos por algunos lectores, como paso previo al comentario en sí de la noticia, que no es tan relevante como parece desde el punto de vista del historiador.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Jueves, 20 de Septiembre 2012
Hoy “escribe” Antonio Piñero

Por amor a la claridad y porque este Blog es ante todo discursivo, un espacio donde pueden dirimirse ideas cortés y educadamente sin el menor interés de molestar u ofender a las personas, tengo interés en que se publique la réplica, o las precisiones del autor a mis críticas sobre su libro “Apuntes sobre Jesús y el cristianismo”.. Tengo permiso del replicante para publicar sus obsrvaciones.

Los lectores de este Blog saben de sobra que he defendido siempre que las únicas portadoras de derechos son las personas no las ideas, y que éstas como tal no deben “respetarse”. De lo contrario no habría progreso alguno. Las ideas, conceptos, hipótesis explicativas de obscuridades de la historia, argumentos al respecto, etc., como tal no son sujeto de derecho, por lo que deben comprenderse, estudiarse, criticarse, contrastarse, sustituirse por otras, etc. Por consiguiente ahí van las precisiones del autor a mis críticas, de tono general, a su libro.

COPIA

Querido profesor y amigo:

Le agradezco de nuevo el tiempo que ha dedicado a la lectura de mi ensayo, así como su presentación y crítica, sin duda alguna atinadas.

He tomado buena nota de los aspectos negativos que denuncia, y le aseguro que ya he corregido varias de las carencias reseñadas, como la no inclusión (aparente desentendimiento) de la crítica realizada a algunas tesis negacionistas en la obra colectiva compendiada por Vd. “¿Existió Jesús realmente?”

Al final de su crítica, realiza Vd. un resumen de los tres pilares que a su juicio, y no en el que manifiesto en mi ensayo, constituirían los pilares de las hipótesis negacionistas en general. Como pudiera confundirse con lo que aparece en la obra que acaba de comentar, desearía esclarecerle que de esos tres argumentos, sólo asumo relevante el tercero de ellos (referido al desconocimiento mostrado por Pablo sobre la vida y enseñanzas de Jesús). No así al segundo (contradicciones interevangélicas), en el jamás he entrado para apoyar una tesis negacionista; ni en el primero (paralelismos con otras religiones). Claro que denuncio estos paralelismos, pero sólo ayudan a explicar el mito, referido al dios que sufre el recorrido habitual (nacimiento virginal, adoración, muerte y resurrección salvífica) propio de las deidades solares o mistéricas; algo que en modo alguno excluye la existencia del personaje histórico con el que éste se funde y que podría seguir subyaciéndole. De hecho, por mucho espacio que dedique a las tesis negacionistas (de Drews, Fau, Doherty, Wells e incluso, en su apartado, Cascioli), no me apunto a ellas, sino –en buena medida- a la historicista.

En cambio, en la propia tabla que se reparten las páginas 54 y 55 de la obra, se resumen los argumentos de peso de ambos grupos, los cuales trato de abordar a lo largo de varias decenas de páginas, de un modo coherente e individualizado:

I. Razones favorables a la existencia de Jesús:
- Las enormes dificultades, detectables por quienes apliquen los métodos histórico-críticos, que han de afrontar los autores evangélicos para lograr una fusión imposible entre un personaje histórico y una deidad inventada.
- Su cita, más o menos directa, en fuentes históricas como F. Josefo (“Antigüedades judaicas” y “Las guerras de los judíos”) y Tácito (“Anales”); y acaso en el “Talmud”.
- La misma existencia del cristianismo, que debió evolucionar a partir de los dichos, biografía y tradiciones sobre la resurrec-ción de un personaje creíble, que vivió en un contexto histórico hoy bien conocido.
- La existencia explícita de los judeocristianos, discípulos directos de dicho personaje, que esperaban su retorno como Mesías.
- La creencia en la resurrección de Jesús. Sus discípulos directos habrían creído (precozmente, unas semanas después de su ejecución) que Jesús (un hombre histórico ejecutado) habría resucitado de su tumba y ascendido a los Cielos.
- La existencia de “unidades de tradición” susceptibles de combinarse según un modelo que, en palabras de GPO, “exige la directa reconstrucción del modelo mesiánico judío (...) que habitaba en la mente de Jesús, desalojando así el dogmatico modelo paulino con el que se ha construido fraudulentamente la fe cristiana.”

II. Razones y datos contrarios a la existencia de Jesús:

- Las pruebas documentales son escasas o inexistentes.
- Pablo parece desconocerlo todo del Jesús histórico: su personaje es un dios mistérico.
- Los evangelios mienten en buena parte de su relato, no sólo fundiendo a un profeta con un dios mistérico, preexistente en el marco helenístico y egipcio, sino incluyendo sucesos falsos y frases copiadas del Antiguo Testamento, de autores clásicos y, en suma, de varios personajes legendarios o literarios.
- El personaje de partida en la tradición es el dios. Los datos biográficos (Q-3) se generan e incorporan algo tardíamente al primer evangelio (que parece incluir la fuente única).
- Carecemos de cualquier testigo directo. No sólo de un autor evangélico que hable de primera mano: nada de lo que sabemos a través de Pablo y de sus propias alusiones a otros evangelizadores nos lleva a sospechar que cualquiera de ellos ha tenido algún conocimiento directo de un Jesús histórico y humano.
- El dilema de E. Doherty: Si Jesús hubiera ejercido en sus seguidores y en los miles de creyentes que respondieron a su mensaje, el efecto explosivo que se afirma de él, dicho hombre tuvo que haber brillado en el firmamento de su tiempo. Los historiadores no podrían ignorarlo. Si por el contrario, fue un sabio anodino, discretamente seguido, hasta el punto de dejar escaso eco, sin realizar prodigios ni hazañas... ¿por qué iba a ser posteriormente erigido en una deidad?”

Estos elementos han de poderse refutar o someter a prueba uno a uno. ¿Es el caso? En el ensayo reseño varios puntos débiles a explicar en el conjunto de la historia a descubrir. Puntos cuya elucidación ayudaría mucho a descubrir la verdad sobre el personaje que nos interesa. Tengo la esperanza de que el trabajo sea admisible a este respecto, aunque poco se puede hacer más que proponer las respectivas tesis . Al final, mi decantación historicista obedece a ese poco –imperfecto- que no se explica salvo desde una literatura inverosímil y restos que permanecerían a contracorriente del devenir histórico-doctrinal. Lo que no quita que el personaje parece aparecer de un modo aluvional, mediante incorporación de tradiciones referidas a diferentes aspectos aislados, referidos al contenido de su predicación, su vida, su misión, su muerte...

En algún que otro lugar se someten las principales hipótesis a un estudio comparativo. E incluso se proponen predicciones (derivadas de ellas) a refutar o confirmar.

La hipótesis historicista quedaría refrendada por la confirmación de: i) existencia de tradiciones directas, primitivas y confluentes sobre una misma persona llamada Jesús que viviera en esa época y fuera, al tiempo, maestro (rabí), profeta apocalíptico y candidato mesiánico (o proclamado mesías) de origen galileo, ejecutado por Pilatos; ii) inicio consistente (no diluido hasta el punto de contar comunidades adoradoras de un Cristo celestial pero desconocedoras de cualquier papel terreno, frente a otras seguidoras de un maestro perfecto que no es deificado, ni predica el Reino Judío, ni muere ejecutado, etc.), continuidad verosímil de dichas tradiciones, evidencia de su transmisión a lo largo de varias generaciones; iii) punto de partida en el hombre histórico, más tarde divinizado, al que sus propios discípulos habrían creído ver resucitado en tres días escasos; mejor que en un dios salvador que adquiera, más tardíamente, con el paso de los decenios, una historia terrena crecientemente verosímil e “historizada” [adaptada al contexto, de modo que quepa entresacar algo verosímil entre otros elementos inventados o copiados de otras fuentes]; iv) conocimiento de los evangelios primitivos (versiones del último tercio del siglo I al primero del siglo II), y de las fechas redaccionales exactas de las versiones disponibles (que varios autores consideran propias del siglo II avanzado), con argumentos que afiancen inequívocamente una de las tesis.

Desde luego, la hipótesis negacionista se vería bastante avalada si esas
tradiciones fueran diversas en momentos, lugares, autorías o/y origen cultural, de modo que la redacción final incluyera tradiciones de diversas fuentes, en especial si éstas son además previas a Jesús. Máxime si primero, o por un lado, existiera el dios; y por otro, de un modo independiente, apareciera el maestro. Tal es la dicotomía que los negacionistas ven entre Pablo y la comunidad Q; o entre los apologetas del siglo I (adoradores de un Cristo ahistórico y carente de enseñanzas) y los logion cuasi carentes de cualquier biografía (enunciadores de frases de sabiduría) de la fuente Q (Q-1 y Q-2) en especial, y del evangelio copto de Tomás, como muestra práctica (aunque algo tardía). Y en varias tradiciones extracristianas llamativas .

Además de estas dos hipótesis, se incluyen: la confesional (que puede seguirse, como la negacionista y la defendida por cualquiera de los autores citados, mirando en el índice temático: ver “Versión confesional (Jesús evangélico, desarrollo del cristianismo)”) y otras que señalo como de índole atrevida, no por su negacionismo (como advirtió en su primera postal), sino por su originalidad exclusiva y su carácter especulativo a la hora de atar (quizá demasiados) cabos sueltos. Aprovecho para señalar que las tesis atrevidas no coinciden en ser de índole negacionista: la interpretación de Eisenmann no lo es; como no lo era el Conde del primer ensayo (sí, la del segundo y más criticable). En cuanto a Carotta y Cascioli sólo lo son a medias: el primero, por decir que “existió”, aunque no podemos conocer su vida real por haber sido diegéticamente transpuesta o sustituida por las hazañas de Julio César y su hijo; el segundo, porque toma a los evangelios como fuentes de primer orden para referirnos una historia básicamente verdadera y creíble, aunque referida a otro hombre, Juan de Gamala, hijo de Judas el Galileo que tendría hermanos de los mismos nombres, se habría movido por el mismo territorio y vivido en la ciudad descrita en los evangelios. Por el contrario, y contra la tesis de Cascioli, moriría una década más tarde, bajo Tiberio Alejandro, tendría otro nombre, así como otro padre, y sus dos hermanos menores no aparecen en los textos evangélicos, que distan de presentarnos a un Santiago zelote(!).

Vd. considera que me decanto por la existencia de interpolaciones masivas. Varias veces a lo largo de la obra he expresado la tesis contraria (pág 161), señalando que constituye su propia conclusión y la de la mayoría de los estudiosos. Pero, en efecto, la frase aparece tanto atribuida a Ehrman como Vd. en lo referente a la probada abundancia de correcciones doctrinales durante los siglos II y III como, en un sentido muy diferente e hipotético, a lo meramente denunciado por varios negacionistas.

Otro asunto a corregir, pues. Me he apuntado los siguientes, sin eludir la inclusión de otros que Vd. me indique: i) inclusión de las conclusiones que se omitieron (más que frente a Bauer, al que apenas cito, frente a Drews y Pujol ); ii) mejora expositiva: mejor organización del material, síntesis de enfoques personalizados de algunos autores (espero que en su mayoría estén bien sintetizados), y mejor concreción de mis conclusiones críticas particulares.

Sin otro particular, y rogándole sepa disculpar el tiempo que le robado, aprovecho para asegurarle que su crítica no caerá, en lo que a mí respecta, en saco roto. Me despido muy cordialmente, manifestándole, como siempre, mi mayor admiración.

J. Manuel Barreda

FIN DE COPIA

Por mi parte, saludos cordiales. y con esto ponemos punto final a nuestras obsrvaciones sobre el libro del Dr. Barreda.
Antonio Piñero
Miércoles, 19 de Septiembre 2012
Hechos apócrifos de los Apóstoles Santiago, Simón y Judas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Identidad de los protagonistas según la tradición

El Pseudo Abdías aborda su narración sobre los tres hermanos Santiago, Simón y Judas, cuyos nombres coinciden con los de los hermanos de Jesús, mencionados en los Sinópticos (Mc 6,1-6 y paral.) y con los tres apóstoles de las listas en su tercer cuarteto (Mc 3,16-19 y paral.). Según el autor del relato, los tres hermanos de referencia son hermanos entre sí y del Señor; además, los tres son miembros del colegio apostólico. Merece la pena, sin embargo, notar que en las listas de Lucas y de los Hechos, Santiago aparece como hijo de Alfeo.

Conviene recordar que Alfeo es el término aramaico Jalfay, cuya transcripción griega es Klōpâs (Cleofás). Una de las Marías, testigos de la crucifixión, era según Marcos la madre de Santiago el menor (mikroû); según Mateo, era la madre de Santiago (de Alfeo); según Juan, era María la de Cleofás. De acuerdo con estos textos, es obvio concluir que Santiago el de Alfeo y Santiago el Menor o Cleofás son la misma persona.

El recuerdo conjunto de estos tres apóstoles en este pasaje tiene su base tanto en los textos bíblicos como en los apócrifos. Santiago el de Alfeo, Simón el Cananeo y Judas Tadeo aparecen juntos en todas las listas de los apóstoles, concretamente en el tercero de los cuartetos. Santiago va designado como hijo de Alfeo, Simón lleva como calificativo necesario para su identificación el de “Cananeo” en las listas de Mateo y de Marcos, Judas Tadeo aparece con su sobrenombre en las listas de Mateo y de Marcos, mientras que en las de Lucas y de los Hechos figura con su nombre propio de Judas. En las listas de Lucas y de los Hechos, Simón va determinado como Zelotes, “Celador”. Es probable que en estos pasajes se trate del mismo personaje. En consecuencia, es obvio suponer que entre ambos calificativos, “Cananeo” y “Zelotes”, exista alguna clase de coincidencia, ya sea de identidad, ya de significado.

El término “cananeo” fue interpretado por autores antiguos, incluido Jerónimo, como natural de Caná de Galilea. Pero llama la atención el hecho de que los textos de Lucas (Lc 6,15 y Hch 1,13) usen en su lugar la denominación de Zelotes, (Celador o Celoso). Por eso pensaron los investigadores que ambos términos pudieran tener un mismo significado. Εn la base de Zelotes podría estar el término arameo qan᾿ānā, con el mismo contenido semántico. También podía expresar la pertenencia a los fanáticos celosos de la ley y la cultura de los hebreos, los llamados celotas. El hecho de que en las listas hubiera dos apóstoles con el nombre de Simón imponía la necesidad de un dato que facilitara su identificación.

Eusebio de Cesarea en su Historia de la Iglesia (H.E. III 11 y 22) alude a un Simeón o Simón, hijo de Cleofás, posiblemente el citado por Juan como padre de una de las Marías que estaban al pie de la cruz (Jn 19,25). Algunas tradiciones, basadas en la tradición de su posible condición de natural de Caná, lo consideraban incluso como el esposo de las famosas bodas a las que asistieron María, la madre de Jesús, y el mismo Jesús con sus discípulos (Jn 2,1-2). Por lo demás, Simón era de Caná de Galilea como sus dos hermanos Santiago y Tadeo según el texto del Pseudo Abdías. Así lo dice expresamente el autor del relato (VI 1). Pero J. A. Fabricius en nota a este pasaje del Pseudo Abdías recoge la opinión de los que consideran a estos tres hermanos como hijos de José, esposo de la Virgen María, habidos de un matrimonio anterior.

No faltan quienes piensan que podría ser el Natanael del pasaje de Jn 1,45-51. De todos modos, este Simón es el apóstol del que menos noticias se han conservado. Concretamente, los datos de las listas en los textos que lo mencionan son objeto más de conjetura que de comprobación.

Otro tanto cabe decir de su pareja literaria, Judas Tadeo, al que ya conocemos por el apócrifo dedicado a su ministerio. En las listas de los apóstoles había también dos Judas, que era preciso distinguir, tanto más cuanto que uno de ellos llevaba el estigma de traidor. Es lo que hace el evangelio de Juan cuando narra su intervención en la última Cena: “Le dice Judas, no el Iscariote” (Jn 14,22). Con su nombre de Judas aparece en las listas de Lucas, tanto en su evangelio como en los Hechos, pero con el detalle de su referencia familiar: “Judas el de Santiago”. Ocupa el último lugar en la lista de Hch 1, 13, una vez desparecido Judas Iscariote. En Mateo y Marcos, Tadeo va inmediatamente delante de Simón. Este Judas ha provocado una cierta ternura en la piedad cristiana, que lo honra con particular devoción, como para compensar el hecho de llevar el mismo nombre del traidor.

La tradición le atribuye la autoría de la epístola canónica que lleva su nombre, en la que se define como “hermano de Santiago” (Jds 1). La carta tiene arranques retóricos como cuando describe a los que siguen las sendas de Caín, Balaán y Coré, a quienes califica como “nubes sin agua”, “árboles otoñales sin fruto”, “olas bravas del mar”, “astros errantes” (Jds 12-13).

El libro VI de la Colección del Pseudo Abdías lleva, en efecto, como título Historia de los bienaventurados Santiago, Simón y Judas, hermanos. Luego, inicia el texto ofreciendo estos datos: “Simón, de sobrenombre (cognomine) cananeo, Judas llamado también Tadeo y Santiago, a quien llaman «hermano del Señor», fueron hermanos, oriundos de Caná de Galilea. Los dos primeros eran hijos de Alfeo y de María, la hija de Cleofás; el padre del último era otro, concretamente José el Justo, esposo de la beatísima Virgen María, madre de Dios”. Era preciso reservar para este Santiago el título de “hermano del Señor”. En efecto, cuando los evangelios apócrifos hablan de la familia de José, señalan como primogénito a Santiago, pero mencionan con él a sus hermanos José, Judas y Simón. Santiago, pues, como hijo primogénito de José, tiene con su padre un marcado protagonismo en los evangelios apócrifos. Los hijos varones de José eran cuatro: Santiago, José, Judas y Simón (EvPsMt 41,1 y 42,1). Cf. A. Piñero, Todos los evangelios, p. 236.

El texto de este apócrifo ocupa el libro VI de la colección de Historias Apostólicas del Pseudo Abdías. Los capítulos 1-6 están dedicados a Santiago; el resto (cc. 7-23) comprende las historias de Simón y Judas. Como ya hemos dicho, la obra en su conjunto fue compuesta en el siglo VI, pero recoge tradiciones más antiguas, conocidas ya por Clemente de Alejandría (s. III) y por Eusebio de Cesarea (s. IV). Sobre la Colección del Pseudo Abdías pueden verse, entre otras, las siguientes relaciones: R. A. Lipsius, Die Apocryphen Apostelgeschichten und Apostellegenden, I-II, Braunschweig 1883-1887, vol. I, “Der angebliche Abdias und die lateinische Passionensammlung”, pp. 117-178; G. Besson, “La Collection dite du Pseudo-Abdias: un essai de définition à partir de l’étude des manuscrits”, Apocrypha 11 (2000) 181-194; M. Brossard-Dandré, “La Collection du Pseudo-Abdias. Approche narrative et cohérence interne”, Apocrypha 11 (2000) 195-205.

(Icono de Santiago el Justo, hermano del Señor)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Lunes, 17 de Septiembre 2012
438-03 Valoración del libro "Apuntes sobre Jesús y el cristianismo" de J. M. Barreda Arias
Hoy escribe Antonio Piñero


Mi valoración del libro es positiva en cuanto que contiene mucho material, sobre todo resúmenes, síntesis fidedignas, a menudo con abundantes citas textuales, de autores que conviene conocer, aunque su metodología científica y el enfoque un tanto apriorístico del tema “Jesús y cristianismo primitivo” lleve a la inmensa mayoría de los especialistas confesionales a no dignarse ni a lanzar una ojeada sobre ellos. El autor revive argumentos antiguos que algunos creen muertes, pero que aparecen una y otra vez y son leídos por muchas gentes.

Estoy de acuerdo también con las líneas generales sobre los hechos, más o menos probados, o muy probables que suponen el cañamazo fundamental de la interpretación del Jesús de la historia.

También estoy de acuerdo en el papel general asignado a Pablo de Tarso en la obra como creador del Cristo celeste, que como un “factum” puramente teológico no existió nunca históricamente…, pero que ha tenido unas consecuencias interpretativas determinantes durante 19 siglos. Luego haré, sin embargo, una precisión.

Mi valoración es parcialmente negativa en algunos otros aspectos importantes.


1. Creo que el libro debería ser categóricamente más breve y ordenado. En sus “Aclaraciones”, el autor siente la necesidad de aclarar el esquema general de su pensamiento. Opino que Barreda Arias reconoce indirectamente que su obra es un tanto confusa. Opino también que hay que resumir los pensamientos afines de los diversos autores de modo que puedan discutirse sintéticamente. Abrevia páginas de imprenta, abarata costes y ayuda a la comprensión de los lectores.

2. Creo que el libro debería haber tenido en cuenta metodológicamente la notable cantidad de argumentos vertidos, en pro de la muy probable existencia de Jesús, en la obra colectiva, ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate, Madrid, Raíces, 2008. El autor conoce el libro y lo cita múltiples veces, por ejemplo, para resumir las opiniones de Llogari Pujol y Francesco Carotta. Pero no tiene en cuenta los argumentos de la Introducción, de la Conclusión, los dos estudios de Fernando Bermejo sobre Bruno Bauer, Martin Kähler y Luke T. Johnson: los dos capítulos sobre Arthur Drews y otros (desde J.M. Robertson hasta M. Onfray pasando por Couchoud, Alfaric, Wells, etc.), etc. El trabajo de G. Puente Ojea contenido en este volumen colectivo fue un encargo para este libro, pero fue luego expandido por el autor en una obra aparte.

3. En la mayoría de los casos el autor expone las opiniones de esos autores, en ocasiones abigarradas y heterogéneas, sin someterlas a una crítica severa. Con ello, tales opiniones se transforman –-faltas de un análisis profundo-- en meras afirmaciones hipotéticas, sin pruebas sólidas pero contrarias a lo generalmente establecido por la crítica académica, por lo que llaman la atención del público. Éste, carente en muchas ocasiones de espíritu crítico, las abraza sin más. Pongo un ejemplo: el tema “cristianismo primitivo y las religiones mistéricas” habría merecido un tratamiento ordenado, metódico, con argumentos en pro y en contra, síntesis final, y no diversas generalizaciones.

4. Muchos de los argumentos en contra de la existencia de Jesús, literarios (contradicciones de los Evangelios, inverosimilitudes…, etc.), de historia de las religiones, como semejanzas paralelismos más o menos fundados, a veces “tomados por los pelos”, han sido discutidos y –opino— que debidamente refutados en otras obras “serias” que no son citadas.

Creo que los argumentos contra la existencia de Jesús pueden reducirse a tres:

A. Existen tantos paralelos de la historia de las religiones sobre temas, motivos, historias, narraciones, etc. en apariencia –para las gentes—puramente cristianos que invitan de modo espontáneos a sostener que “todo” en el cristianismo, incluida la figura del “fundador” es un mito literario.

B. Las contradicciones invencibles entre los testimonios de los evangelistas

C. El desconocimiento casi total por parte de Pablo de la vida terrena de Jesús.

Brevemente (pues a todos ellos se responde directa o indirectamente en libro citado ¿Existió Jesús realmente) y respecto a

A. Los paralelos no prueban estrictamente nada salvo que seamos capaces de establecer con claridad un nexo entre un fenómeno religioso y otro posterior. En líneas generales las religiones, aunque de facto lo hayan hecho, no necesitan copiarse unas a otras: el repertorio de posibilidades de “religarse con la divinidad” es muy limitado. Por ello se repiten los modelos. Además, los dioses no crean a los hombres, sino los hombres a los dioses (Jenófanes de Colofón, siglo VI a.C.), y dada la escasa inventiva de los seres humanos, los fundadores de las diversas religiones han de repetirse necesariamente. Y otra cosa más: la inmensa mayoría de los paralelos están tomados por los pelos. Por ejemplo, los de Jesús y las narraciones primitivas egipcias: alguna que otra palabra en común entre un texto evangélico y otro egipcio (anterior a veces al primero 2000 años), ocultando que el contexto, los personajes, la atmósfera del texto y el sentido son radicalmente distintos.


B. Las contradicciones son evidentes y han sido puestas de relieve sobre todo desde el 170 d.C. por el polemista Celso, (“El discurso verdadero”). De ahí, empero, no se puede colegir lógicamente que el impulsor o fundador de una religión nop existió, sino que su figura y misión fue fortísimamente reinterpretada. Esta aclaración explica mucho mejor los hechos que la creación voluntaria de un mito complejísimo, como es Jesús el cristianismo posterior.

C. Aparte de que Pablo sabe mucho más del Jesús terreno que lo creído por los lectores superficiales (Me remito al estudio, desgraciadamente sin traducir de James D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle, Eerdmann, Grand Rapids, 1998, &8.1 How much did Paul know or care about the life of Jesus, pp. 182-195), el que el Apóstol, que creía que el final del mundo estaba a la vuelta de la esquina, cite pocas palabras o hechos de Jesús se explica porque le interesaba sólo el aspecto básico y fundamental de la que creía su misión salvadora. Es exagerado metodológicamente deducir de este hecho la no existencia de Jesús.

Así pues, el tema “Pablo y Jesús” necesita ser estudiado con mucha mayor profundidad. Como digo, el asunto es muchísimo más complejo: lo indican libros que alertan sobre una línea de investigación sobre el Apóstol, desde aproximadamente 1960, que ha de tenerse totalmente en cuenta y que revisa la interpretación de Pablo en su posible continuidad con Jesús. De nuevo, el que pueda leer inglés podría consultar el libro de Magnus Zetterholm, Approaches to Paul. A Student’s Guide to Recent Scholarship, de Fortress Press, Minneapolis, 2009. Como ejemplo: la síntesis de Barreda (p. 438): Pablo fue un “iluminado y un traidor al judaísmo; fundó una nueva religión de salvación, un culto gnóstico-mistérico universalista con cuyo dios contactaba privilegiadamente” son sólo medias verdades, imposibles de aceptar hoy día tal cual, y necesitadas de un estudio mucho más profundo.


5. Otros de los argumentos presentados en el libro de Barreda Arias que minan la credibilidad histórica de diversos rasgos del Jesús de la historia o del cristianismo primitivo, como, por ejemplo, la afirmación de interpolaciones masivas y falsificaciones de los textos neotestamentarios hasta bien entrado el siglo IV d.C. me parecen sencillamente improbabilísimos, quizás erróneos e incompatibles con un estudio serio de la transmisión del texto del Nuevo Testamento que incluye la codicología y la papirología, el estudio de las técnicas de transmisión textual. Naturalmente que Ehrman ha probado la “corrupción ortodoxa” de la Escritura quizás en escasos 200 pasajes. Pero esta obra, que fue su tesis doctoral, dista mucho de ser el fundamento para otras afirmaciones exageradas.


En conjunto, pues, y a pesar de mis severas reticencias, diría que la obra de Barreda Arias es un trabajo meritorio de toma de postura personal en temas religioso-críticos esenciales y que ofrece al lector las posibilidades de conocimiento de una bibliografía poco o nada tenida en cuenta por la ciencia universitaria. En ámbitos académicos podemos creer que ciertos temas están ya resueltos, o amortizados, cuando no es así.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 14 de Septiembre 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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