CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero


Hoy escribe Antonio Piñero


15. La división de la humanidad en estas tres clases tendrá su importancia a la hora de la venida del Salvador, encargado de redimir al “espíritu”, de igual modo que antes había redimido a Sabiduría de su “pecado”. La carne –pura materia- está condenada a volver a la nada. Pero el espíritu del hombre debe ser salvado de la carne y del universo material. De eso se encarga el Salvador enviado por Dios para rescatarlo.

Aquí entra en juego un tercer mito: el de la salvación o soteriológico. La divinidad al completo, el “Pleroma” se apiada del ser humano. Le da pena que su parte superior, el espíritu, esté aherrojado en el mundo, prisionero del cuerpo y de la materia. Para liberarlo y hacer que el espíritu vuelva a las alturas de donde procede, todo el Pleroma divino envía a la tierra al Salvador.

16. Como hemos dicho, este ser divino había actuado ya antes redimiendo a la Sabiduría “pecadora”, a la que rescató cuando estaba expulsada fuera del Pleroma y la reintegró en él. El Salvador, Redentor o Revelador descenderá desde el Pleroma, atravesará las distintas esferas de los cielos que circundan la tierra engañando a los ángeles del Demiurgo que las gobiernan, y llegará a ella con la misión de recordar a los hombres espirituales que tienen dentro de sí una centella divina, que deben sacudirse el letargo producido por la materia y sus afanes, y hacer todo lo posible para retornar al lugar de donde esa chispa espiritual procede.

El modo de sacudir su adormecimiento es la revelación de la gnosis o conocimiento verdadero. Lo que el Salvador hace con su revelación es sacudir al alma de modo que el ser humano empiece a formularse las preguntas sustanciales que indicamos al principio: ¿De dónde vengo? ¿Por qué tengo espíritu? ¿Qué debo hacer para rescatarlo de la materia?


17. La revelación del Salvador da también a los espirituales los medios para responder a esas preguntas. Al recordar a los humanos que su espíritu procede del Pleroma y que a él debe volver, el Revelador logra sacarlas del adormecimiento de la materia y les indica los medios -ascetismo, desprendimiento, etc.- para retornar al Cielo. En una palabra: la misión del Salvador es enseñar al ser humano a liberar su espíritu de las ataduras del mundo.

Como el Salvador arranca al hombre espiritual en último término del poder del Demiurgo y de sus ángeles, dueños de este mundo, todos estos, irritados, intentarán provocar su muerte. Pero si eso ocurre, esa muerte será sólo aparente. Otro ser carnal, que se parece al Salvador, padecerá la muerte, mientras que el verdadero asciende al cielo. Así quedan burlados los poderes de este mundo y terminado el proceso de la redención.


Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Miércoles, 10 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero

Estamos ya en la recta final de nuestra explicación de las ideas elementales de la gnosis judía y cristiana.



13. El Demiurgo intenta hacer que ese espíritu, “chispa” o “centella” divina -que tiene el ser humano- no les toque en herencia a todos los seres humanos futuros, o bien que se vaya difuminando entre muchos poseedores (una idea del espíritu muy materialista, divisible, pero que era común en la Antigüedad) y quede definitivamente encerrado en la materia y, en consecuencia, que no aspire a volver al cielo junto al Padre trascendente. Para lograr este propósito, el Demiurgo crea a Eva (sigue la exégesis gnóstica del Génesis) y con ella el deseo sexual y la procreación.

La humanidad se irá multiplicando, se irán creando con el tiempo más hombres que tienen esa “centella”, o espíritu”, cada vez más disminuida, más pequeña, prisionera de la materia, dentro del cuerpo. La mayoría de los humanos se irá olvidando, adormecidos por la materia que los rodea, de que portan en sí esa “chispa divina”, el “espíritu”. La ignorancia de que su espíritu es igual al de Dios, de la unidad sustancial del espíritu humano con lo divino, hace que el hombre completo quede preso de lo inferior, de lo material.

14. Pero la humanidad no es toda exactamente igual; no todos reciben o han recibido esa “chispa” que normalmente se queda aprisionada en la materia como difuminada en ella: entre los hombres que se van creando por generación carnal se producen tres clases, o tres “razas”, que corresponden a las tres sustancias que explicamos en 10.

A. Hay una clase de hombres puramente material, los llamados “hílicos” (hýle, en griego significa “materia”), que no recibe ninguna insuflación del Demiurgo, y por ello ninguna parte de esa chispa divina.

B. Hay una segunda clase, una segunda raza o “pueblo” (exégesis alegórica de la división de la humanidad en pueblos: Gn 10) que absorbe una insuflación a la mitad, es decir recibe del Demiurgo el hálito de su propia y única sustancia, llamada “psíquica” (del griego psyché, “alma”).

C. Y hay, finalmente, una tercera clase que recoge tanto la insuflación psíquica como la pneumática o espiritual.

En los textos gnósticos no se explica exactamente el porqué de esta división, pero se supone que se debe a las diferentes clases de hijos de Adán y Eva. Los descendientes de Set son los dotados de espíritu, porque Set fue el hijo fiel de Adán que recibió de él los secretos de la gnosis impartida a su padre, según la tradición esotérica.

Igualmente para algunos gnósticos los espirituales, como el “traidor” Judas Iscariote, pueden descender de Caín, puesto que se opuso al Demiurgo creador. El resto, psíquicos y carnales son descendientes de otros hijos de Adán –o de Eva cuando fue violentada por los demonios, según algunas tradiciones- que no recibieron la gnosis, o al menos no completa.

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Martes, 9 de Noviembre 2010
Juan de Zebedeo en la literatura apócrifa (HchJnPr)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Liberación del destierro de Juan. Composición y lectura del evangelio

Al final de su estancia en Patmos el apóstol Juan había conseguido la conversión de todos los habitantes de la isla a la fe cristiana. Entretanto había muerto el emperador que desterrara a Juan y había sido nombrado uno nuevo que permitía sin problemas la práctica de la nueva fe. La versión latina de L especifica que había muerto Domiciano, que era quien había enviado a Juan al destierro. Le sucedió el emperador Nerva, que tuvo un corto reinado del año 96 al 98. Parece la versión más aceptable. Informado el emperador sobre la situación de Juan y su exquisita conducta personal, emitió un decreto que lo libraba de la pesadumbre del destierro.

Los hermanos de la isla tuvieron conocimiento de las intenciones de Juan de regresar a Éfeso, lo que les produjo la lógica desolación. El Apóstol los consolaba recordándoles la necesidad que tenían los efesios de su presencia y apoyo. Les recordaba, además, que ya les había contado de los prodigios y las palabras de Jesús. Pero ellos le exigieron que les dejara por escrito la vida del Señor Jesús. Era una solución que parecía complacer a todos.

El autor cuenta con todo detalle la historia de la composición del evangelio. Dice que salieron él y Juan de la ciudad hasta llegar a una milla de distancia. Se trataba de un lugar solitario denominado Katástasis (Restauración). Allí permanecieron tres días, que Juan pasó ayunando. El tercer día envió Juan a Prócoro a comprar papel y tinta, que Prócoro dejó en el lugar donde esperaba Juan. Le ordenó volver a la ciudad y regresar de nuevo dos días después. Cuando lo hizo, encontró a Juan en pie y orando. Mandó Juan a Prócoro que tomara el papel y la tinta y se sentara a su derecha. Un relámpago y un fuerte trueno hicieron estremecerse el monte. De pie y con el rostro vuelto hacia el cielo, Juan empezó a dictar el evangelio que Prócoro escribía: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (c. 46,3). Así sucesivamente hasta concluir la vida de Jesús. La tarea duró dos días y seis horas.

Cuando terminaron la escritura, regresaron a la ciudad y se dirigieron a la casa de Procliana y Sosípatro. “Al día siguiente” pidió Juan a Sosípatro que le procurara unos pergaminos finos para hacer una copia elegante del santo evangelio. Cuando los tuvo, encargó a Prócoro que hiciera una copia especialmente clara de aquel santo evangelio. Mientras Prócoro se dedicaba a transcribir la nueva copia con sumo cuidado, Juan continuó ejerciendo su ministerio “predicando y nombrando obispos, diáconos y presbíteros por toda la isla” (c. 46,4).

Después de que Prócoro transcribiera en una copia elegante el santo evangelio, lo llevaron al templo del Señor. Juan mandó que se reunieran todos los fieles para escuchar su lectura. Una vez más fue Prócoro el encargado de hacer la lectura del evangelio delante de la asamblea (c. 47). Una vez que el pueblo quedó particularmente gozoso y edificado, el Apóstol ordenó que se hicieran copias completas para distribuirlas en las iglesias. Luego dispuso que la copia elegante en pergamino se conservara en Patmos, mientras que la copia en papiro debía guardarse en Éfeso. Una tradición bastante extendida entre los autores cristianos, basada en el texto del Apocalipsis (1,9) y en otros escritos como estos Hechos de Juan, cuenta que fue en Patmos donde Juan tuvo las visiones recogidas en las páginas del Apocalipsis.

Hechas todas esas diligencias, Juan quiso hacer una gira por toda la isla antes de zarpar (c. 48). En ella emplearon no menos de seis meses. En una aldea encontraron a un sacerdote de Zeus, de nombre Eucares, que tenía un hijo ciego. Escuchaba el ciego a Juan con particular agrado, por lo que le pidió a gritos que le devolviera la vista. Juan se la devolvió con la fórmula acostumbrada: “En el nombre de Jesucristo, ve”. Al ver Eucares el milagro, se postró a los pies de Juan pidiéndole para él y para su hijo el sello en Cristo. Entraron en su casa, donde Juan los bautizó en el nombre de la Trinidad. A continuación regresaron a la ciudad.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 8 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


11. Al mito de la creación que intenta explicar la procedencia del universo en último término de Dios y –a la vez- la dualidad o abismo insalvable entre Dios y la materia, sigue un segundo mito, el de la creación del hombre. Por tanto un "mito antropogónico y antropológico".


Esta creación, en cuanto a su cuerpo material, es efectuada por el Demiurgo asistido por una serie de ángeles ayudantes, creados previamente por él y que se hallan ya a cargo del sistema de los planetas, en particular y de todoso los astros en general. ÇEl Demiurgo controla el univeros todo en cuanto material.

Todos juntos, ángeles y Demiurgo, para completar el universo material, forman al primer ser humano, Adán, a imagen del Dios supremo, y a semejanza del dios secundario, o Demiurgo (capítulo 1 del Génesis). Obsérvese que la actuación del Demiurgo (platónico) se acomoda a lo que dice el Génesis. Así se ve claro cómo la gnosis occidental es por un lado judía y por otro también griega. Esto no excluye que a su vez los griegos, y los mismos judíos, no tengan influjos de la religión y mitología irania a la que tienen en alta estima.

Pero esta “imagen y semejanza”, una vez creada, yacía casi sin vida, o serpenteaba por la tierra sin poder alzarse, ya que los ángeles ayudantes del Demiurgo no eran capaces de dotarle del hálito vital completo. Sólo le habían insuflado el soplo vital intermedio, el “psíquico” (griego psique, "alma", que le permitía moverse, pero le faltaba el “espíritu”.

(Atención, aquí subyace como es evidente una concepción del ser del hombre no doble, sino triple: antropología tripartita: el ser humano está compuesto de espirítu más alma más cuerpo).

Sabiduría, apiadada del serpenteo de Adán, quiso dotar a esa “imagen de Dios” del elemento superior que es el espíritu divino, que a través de Ella se retrotrae hasta el mismo Uno o Padre trascendente. Para lograrlo se valió de una artimaña: hizo que el Demiurgo mismo insuflara su hálito en esta imagen divina. Al hacerlo, el Demiurgo le transmitió sin saberlo el espíritu divino, que él tenía oculto dentro de sí, recibido de su madre, Sabiduría. Y, naturalmente, al insuflar, queda el Demiurgo a su vez desprovisto, vaciado de ese espíritu divino.

Este proceso deja en claro que el espíritu divino de Adán, así recibido, no tiene su verdadera patria en el mundo material (el universo tal como lo vemos), ni por supuesto en el cuerpo, sino allí de donde procede: de Sabiduría, del Pleroma, del Cielo, del Uno o Padre en último término. En algún momento tendrá que volver allí.

Así queda claro también que cuando el Demiurgo cae en la cuenta de que el hombre se ha llevado su espíritu divino..., tendrá envidia del él, lo odiará en el fondo, y deseará siempre sojuzgarlo.

12. Con ello tenemos también los fundamentos de la redención futura. El Salvador, en algún momento, tendrá que rescatar al espíritu del hombre, encerrado en el cuerpo, y conducirlo al Cielo / Pleroma que es su verdadera patria. Actuará con el ser humnao al igual quw con Sabiduría: lo salvará, ya que el hombre tiene espíritu divino. No se puede permitir que el espíritu divino quede por siempre aherrojado en lo material. Esto es absolutamente necesario pues sabemos que por la creación demiúrgica del ser humano el “espíritu” es imagen de Dios; el alma y el cuerpo son sólo “semejanza”.


Insistamos de nuevo que según la mayoría de los sistemas gnósticos, el Demiurgo y sus ángeles quedan envidiosos del hombre porque, aunque ha sido creado a través suyo, existe a “imagen” del Dios supremo y posee una parte del espíritu divino que ellos no tienen. Ellos sólo le dieron la “semejanza”.

Por este motivo, el Demiurgo será enemigo acérrimo de todo hombre que tenga “espíritu”, y hará todo lo posible porque su salvación no prospere. Por ello le otorga una Ley perversa (influjo de Pablo), se opondrá también al Salvador cuando descienda del cielo para salvar al espíritu, e intentará que existen siempre en el universo seres humanos carnales, sujetos a la materia, diferenciando a Adán, el primer andrógino, en una pareja imperfecta, Adán y Eva, y creando el deseo sexual.


Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 7 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero



9. La gradación de los seres -escala de los seres- según la gnosis queda, pues, así:

• El Uno / Bien, Padre trascendente, al expandirse, lleva al Pleroma que contiene a Sabiduría;

• La existencia del Pleroma lleva al Lapso o caída de Sabiduría, y este lapso, caída o pedaco, lleva a la creación de la materia primordial y del Demiurgo;

• El Demiurgo plasma el universo concreto utilizando la materia primordial originada por su Madre y con las formas o “ideas” que toma del Pleroma. Mira hacia arriba, copia una idea divina y la plasma en la materia.

De este modo, el universo/la materia procede de Dios, pero Éste no interviene directamente en la creación del mundo.

Tenemos, pues, aquí un mito cosmogónico. Esto es tan importante que el lector me permitirá que insista de nuevo, en síntesis, de lo logrado por las piruteas mentales de la gnosis: con este mito la gnosis consigue "explicar" varias cosas fundamentalísimas:

• El Universo es creado en último término por Dios, pero por una especie de “error” de uno de sus modos o “eones”.

• Además no lo crea la divinidad directamente, sino sus intermediarios. Esto supone que la gnosis niega la fe del Antiguo Testamento en la creación. Pero,

• Así se salva la absoluta trascendencia divina y se explica la dualidad insalvable entre Dios y la materia. Ésta es el último escalón, lo más degradado del ser y, en el fondo, es inconciliable con la divinidad.


10. En este momento -con el acto de la creación- tenemos también en juego la existencia de tres sustancias que luego desempeñarán un papel muy importante en la “soteriología” o doctrina de la salvación de la gnosis:

A. Existe la sustancia espiritual, “pneumática” o divina. Ésta se halla propiamente sólo dentro del Pleroma y por tanto existía también en Sabiduría, y fuera del Pleroma en el Demiurgo, que tiene dentro una “chispa divina” procedente de su Madre. Más tarde, como veremos, el Demiurgo quedara vacío de esta sustancia/chispa, que pasa al “espíritu” o parte superior del ser humano.

B. En segundo lugar tenemos la sustancia “psíquica”; ésta será engendrada por el Demiurgo. La sustancia “psíquica” es propia de algunos ámbitos de la materia, por ejemplo el principio vital, o alma del hombre, lo que le permite moverse.

C. En tercer lugar tenemos la sustancia puramente “material”, representada por la materia toda del cosmos, los animales y el cuerpo del hombre, creados todos por el Demiurgo a partir de la materia inteligible, que le proporciona su madre Sabiduría.


Seguiremos.
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Sábado, 6 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero



6. Volvamos, pues, hacia atrás, tras este inciso publicado en la nota anterior, al momento en el que Sabiduría ha “pecado”, y concentrémonos de nuevo en este escenario. La “caída” tiene dos resultados, ya mencionados. Recapitulemos:

A) El primero es que Sabiduría resulta expulsada del Pleroma: queda fuera de él, como se ha dicho en 5.

B) El segundo es lo que hemos mencionado al final de la nota anterior: la creación de la materia como una sustancia espesa e informe, la materia primordial, que no tiene "forma" aún. Aquí se nota el influjo de Aristóteles en la gnosis: la división entre “materia” y “forma”. La primera materia sin forma alguna es mera materia, por así decirlo simple “materia inteligible”.


Una vez fuera del Pleroma, Sabiduría cae en la cuenta de lo que ha hecho y se arrepiente. Entonces el Pleroma decide salvarla. Sabiduría es redimida por el Pleroma al enviar éste una de sus entidades divinas a rescatarla de su pecado. Este eón se llama Salvador. Este eón y su tarea quedó también ya señalado en el inciso de la nota anterior.


7. El mito precisa que el arrepentimiento de Sabiduría tampoco queda sin consecuencias:

• De la pena y llanto de Sabiduría por haber pecado surge la materia primordial mencionada más arriba;

• Del arrepentimiento y conversión de Sabiduría surge una entidad superior a la materia: el Demiurgo, que como dijimos es un ente tomado de Platón. Debe saberse que para aquellos judíos ilustrados que están poniendo los fundamentos de la gnosis y del gnosticismo allá por el siglo I a.C. Platón era como un “santo pagano” inspirado por Dios. Dios le concedió proporcionar al universo ideas sublimes que ayudan a completar la Biblia.

Inmediatamente explicaremos cómo este Demiurgo manipula la materia primordial, inteligible, y hace surgir de ella el universo visible.

8. La materia aún informe creada por Sabiduría, no es todavía el universo, pues le faltan las formas. Y es el Demiurgo el encargado de imprimirle esas formas. De aquí se deduce que ni siquiera Sabiduría crea directamente el universo, sino por medio de una entidad, divina ciertamente, pero inferior, generada por ella.

Este personaje, el Demiurgo, es descrito de diversas maneras por los gnósticos. Pero en todos los sistemas es un ser divino, un dios inferior, que ignora que por encima de él se halla el verdadero y trascendente Dios, el Uno.

A partir de la materia generada por su madre Sabiduría, y tomando como modelo las formas de las cosas que existen en la divinidad (¡las ideas platónicas!), este Demiurgo crea el universo.

A pesar de ser el Creador, en unos grupos gnósticos el Demiurgo es un ser malo y perverso; en otros, simplemente necio por no saber que hay un Dios superior a él, el Uno o Padre trascendente; en todos los grupos gnósticos, este Demiurgo es Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, a quien los judíos creen equivocadamente dios supremo, por haber creado el universo. En todos también, el Demiurgo es un producto de Sabiduría, y es un ser divino inferior pero que tiene dentro de sí una “chispa” o centella divina que procede de la sustancia de su Madre, Sabiduría (inferior).

La función del Demiurgo en el gnosticismo es hacer de eslabón en la escala descendente de los seres entre el Dios trascendente con su Pleroma y la materia corporal o sensible tal como la vemos en el universo. En el medio se halla, pues, Sabiduría.

El Uno o Padre sigue siendo supertrascendente: no pudo implicarse de modo directo en crear el universo. Queda así exonerado de algún modo de la creación de algo material, y por tanto imperfecto y malo. ¡Dios está libre del mal!

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Viernes, 5 de Noviembre 2010
Hoy escribe Fernando Bermejo

La historia del antijudaísmo cristiano en la que nos disponemos a adentrarnos es una historia poblada de odio, de prejuicios, de estupidez, de abyección, de violencia y de bajeza. No está de más, pues, para compensar de algún modo tantas sombras, comenzar situándonos momentáneamente en la Alemania nazi y recordar algunos episodios luminosos, de personas –y en este caso de eclesiásticos cristianos – que se comportaron como luz en un tiempo sombrío, como valientes en un tiempo de cobardes, como personas decentes en una época y un espacio marcados por una especial indecencia.

Valgan algunos a modo de ejemplo. En marzo de 1933, un sacerdote de Renania describió la vilificación de los judíos como injusta; se ganó una multa de 500 marcos por “abuso del púlpito”. En 1934 otro sacerdote, que por razones de seguridad prefirió el anonimato, hizo por escrito una crítica de su Iglesia por no ayudar a los judíos. En 1936 otro, en Baviera, declaró que las historias que se estaban contando en Alemania sobre los judíos eran un atajo de mentiras.

Una mención especial entre estos la merece Bernhard Lichtenberg, el preboste de la catedral de St. Hedwig (Santa Eduvigis) de Berlín. Lichtenberg, que ya se había significado a principios de los años 30 como crítico del nazismo, al día siguiente del pogrom de la Kristallnacht -la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938- se atrevió a orar en la catedral abiertamente por los judíos, no solo por los bautizados sino por todas las víctimas judías. Y añadió: “Lo que ocurrió ayer lo sabemos; lo que ocurrirá mañana no lo sabemos; pero de lo que ha sucedido hoy, damos testimonio: afuera la sinagoga está ardiendo, y ella es también una casa de Dios”.

Lichtenberg, que por entonces contaba 63 años, continuó rezando diariamente por los judíos. El 23 de octubre de 1941, una semana después de que comenzara la primera de las deportaciones en masa, fue arrestado tras denuncias de alguno de sus feligreses. Ante el tribunal que lo juzgó, declaró que la postura del Estado nacionalsocialista en la cuestión judía contradecía el deber de amar al prójimo, y pidió que le permitieran acompañar a quienes estaban siendo deportados a los campos como consejero espiritual. Un tribunal especial consideró que, si permaneciera libre, podría llamar incluso a su congregación a desobedecer al Estado y lo condenó a dos años de prisión.

El 23 de octubre de 1943, a su salida de la cárcel, la Gestapo se hizo cargo de él para llevarlo a Dachau. Se le ofreció la libertad si dejaba de predicar, y él se negó. Demasiado enfermo para viajar, murió en el camino un 5 de noviembre, mañana hará 67 años. Fue beatificado en 1996, y su nombre figura, en el Yad Vashem de Israel, entre los de los “justos de las naciones”. En efecto, el nombre de este sacerdote católico, como el de otros valientes, merecerá ser siempre recordado junto a los de las víctimas.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 4 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Dejábamos la explicación en la cuestión del “lapso”, “error” o pecado del eón Sabiduría.


Y ahora, como dijimos, un inciso necesario: en principio parece increíble que un ente divino pueda “pecar”, pero los gnósticos lo creen así. Y con razón, pues sin una suerte de pecado, o lapso, de algo que sea divino es imposible que llegue a existir el universo material. Para ello se requerirán algunas condiciones:

a) Tiene que proceder de Dios de alguna manera

b) Dios debe –a la vez- estar libre o incontaminado del proceso de creación de la materia. Esto es como la cuadratura del círculo, pero los gnósticos intentan explicarlo, pues lo que les interesa es aclarar por qué existen ellos, seres materiales, y cómo pueden salvarse. Tienen que venir de Dios y a la vez volver a Él, el cual ha de tener “limpias las manos” de todo lo material, a la vez que es su causa última.

Por tanto, todo el sistema gnóstico consistirá en vindicar a Dios de haber sido el responsable en último término de la materia y del mal. Es por tanto una suerte de "teodicea".

Al mismo tiempo tiene que explicar por qué está aquí, en el mundo el ser humano, rodeado de males, y cómo puede salvarse... ¡Y todo sin echarle la culpa a Dios... que el causante último de todo!

Como la materia es una entidad evidentemente inferior, no puede surgir por sí misma. El gnóstico niega toda la tradición griega –y al principio también hebrea- de que la materia es eterna. (cierto, los hebreos en tiempos remotos considerar siempre la creación como una formación -no creación ex nihilo; esa idea se generará después como interpretación del texto- por parte de Dios de un caos preexistente. Léase bien Génesis 1).

Así pues, al ser secundaria y mala la materia, tiene que proceder de alguna manera de algo superior a sí misma, y este algo sólo puede ser Dios. De lo contrario, si se generara por sí misma, sería Dios. Mas, por otro lado, sólo puede surgir de Dios por una suerte de “pecado” o degradación de lo divino.

Por consiguiente: la materia procede de Dios y es a la vez totalmente inferior a Él (que es puro espíritu inmaterial). No hay otra solución, aunque ello lleve a pensar que Dios es el causante de lo inferior… que, además, es malo.

¿Cómo salir de este callejón sin salida? Gracias de nuevo a la revelación divina que aclara lo que acabamos de apuntar: aunque el universo, la materia, tengan su origen en Dios, esto sólo ocurre indirectamente y por una suerte de “fallo” o “pecado” dentro de la divinidad misma.

Este misterioso lapso es también necesario en el sistema de la gnosis porque tiene en ella una doble dimensión: teológica y cosmológica:

A. Teológicamente representa el pecado por excelencia, el paradigma de todo pecado, que exigirá la presencia de un Salvador. Como la Sabiduría ha quedado fuera del Pleroma, como dijimos, y necesita ser rescatada, se inicia un proceso de salvación, en realidad querido o permitido por el Padre. Este mismo proceso de salvación tendrá lugar más tarde en este mundo, cuando el ser humano peque al igual que “pecó” Sabiduría.

B. Cosmológicamente, ese “pecado” o lapso de la Sabiduría significará el principio de la materia, del universo todo. En efecto, de la pasión, pecado o lapso de la Sabiduría caída fuera del Pleroma surgirá una especie de sustancia informe y espesa. Ésta es la materia primordial, y de ella irá brotando, escalonadamente, todo el universo material en un proceso por partes que consideraremos a continuación.

Seguiremos.
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Miércoles, 3 de Noviembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos retomando ideas sobre una posible y brevísima introducción a la gnosis de modo que podamos entender al menos en sus líneas generales los textos gnósticos, que estamos continuando citando, en especial los Evangelios gnósticos, como el de Tomas, María y Felipe.

Al final, podemos volver a considerar algunas perspectivas básicas de estos evangelios gnósticos y entender por qué consideran y tratan, bien y mal, a la mujer.


5. Todo lo descrito hasta ahora (números 1-4 de notas anteriores) ocurre antes del tiempo, es decir, antes de que exista el mundo, y es una situación estable respecto a la Divinidad. Hasta aquí, Dios supertrascendente se ha “expandido” dentro de sí mismo “completando” lo que es Él en sí. La Divinidad nunca estuvo sola; con el Pleroma lo está aún menos (manera humana de hablar)

Pero, en un “momento” dado, va a ocurrir un cambio que conducirá en último término a la creación del universo. En un “momento” que no podemos precisar uno de esos entes divinos del Pleroma, al que los gnósticos suelen llamar Sofía o Sabiduría, el último eón del Pleroma, comete una especie de error: pretende llegar antes de su justo momento al pleno conocimiento de la Divinidad (es decir, quiere ser “formada en cuanto al conocimiento” no en su debido momento, sino como con prisas), y además sola, sin su consorte (rompe la ley de ser y actuar con su pareja) y sin la gracia previa/consentimiento del Padre Trascendente

Este deseo de Sabiduría sería recto si se hubiera producido de acuerdo con la voluntad del Padre; pero formulado antes de su justo momento, y sin el concurso de su pareja, deja de ser un deseo recto para convertirse en un error, que los gnósticos no dudan en llamar “lapso” o caída, es decir, un “pecado” (= existencia del pecado desde los orígenes y de algún modo permitido por la Divinidad).

Al cometer este lapso, Sabiduría queda fuera, en un lugar intermedio, como expulsada automáticamente, del Pleroma divino. Un eón llamado Límite en los valentinianos, le impide volver al Pleroma. En otros sistemas no se explica tan claro. Lo cierto es que queda fuera del Pleroma. Entonces se convierte en “Sabiduría inferior”.

Ahora bien, esta lapso aunque imperfecto es divino: afecta a una entidad divina, por lo que no puede quedar sin efecto y tendrá sus consecuencias. De ese lapso acabará por generarse la materia (más el que la maneja, que se llamará Demiurgo, como en el diálogo Timeo de Platón, y copiado de éste) que llevará a la postre a la creación del universo, del hombre y del mal, que es todo lo que la gnosis trata de explicar. Lo veremos en seguida en lo que seguirá.

Pero antes tendremos que hacer un inciso necesario que explique todo esto, para muchos tan “rarito”.

Seguiremos.
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Martes, 2 de Noviembre 2010
Juan de Zebedeo en la literatura apócrifa (HchJnPr)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Historia de Procliana y su hijo Sosípatro

Cuenta luego el relator de los sucesos una historia que tiene ecos ciertos en otras obras literarias. Es la de Procliana, madre de un hijo joven, Sosípatro, del que estaba locamente enamorada, hasta el punto de pretender hacer con su propio hijo vida marital y convivir con él como si fueran marido y esposa. Un caso que trae a la memoria sucesos como el acoso de la esposa de Putifar a José (Gén 39,7-20) y de Fedra, esposa de Teseo, a su hijastro Hipólito, según la tragedia homónima de Eurípides.

El recuerdo del episodio de la esposa de Putifar surge espontáneamente de los hechos, como lo demuestra el texto del Apócrifo que describe al hijo de Procliana como “hermoso en su exterior más que cualquier otro hombre, y como adorno interior poseía la sabiduría de José” (c. 42,1). Podía también haber comentado que Procliana era tan poco sensata y tan atrevida como la mujer del ministro del Faraón.

La historia de estos acontecimientos empieza con la noticia del cambio de gobernador en la isla de Patmos. Vino un tal Macrino con el título de procónsul que tendrá luego un importante protagonismo en la narración. El procónsul estaba de visita en Caros, la ciudad donde se desarrolla toda la historia. Era como la presentación de uno de los personajes de la trama. Después, el texto lleva al lector al conocimiento de Procliana, mujer viuda, madre de un hijo de veinticuatro años, hermoso tanto en su exterior como en su interior, como quería Platón. El caso es que la madre, dejándose llevar de una inclinación motivada por un demonio, se sintió atraída por el deseo de su propio hijo. Para el autor del Apócrifo, era el demonio quien sembraba en el alma de la madre tan extravagantes sentimientos como desvergonzadas eran las palabras que ponía en su boca: “Sosípatro, hijo mío, tenemos riquezas y muchos bienes. Comamos y bebamos y divirtámonos. No tomes mujer extraña de modo que yo me vea privada de ti. Pues mira, yo no soy vieja, sino más bien joven y hermosa. Yo seré para ti como una esposa, y tú serás para mí como un marido. No permitas que entre hombre extraño en nuestra casa, y yo te mantendré apartado de cualquier mujer” (c. 42,2).

En aquel lugar se encontraba Juan predicando en un lugar público de la población. Y entre sus oyentes se encontraba también Sosípatro, el hijo de Procliana. Conociendo Juan que un pésimo demonio había condicionado los sentimientos de aquella mujer hacia la belleza de su hijo, le refirió la siguiente parábola: “Había una mujer en cierta ciudad, que tenía un hijo único más bien joven. El nombre de aquella mujer era Seducción, y el nombre de su hijo No Seducido. Eran muy ricos. Pero un enemigo malísimo les tomó envidia y sugirió a Seducción, madre de No Seducido, que sedujera a su hijo y lo matara. Pero Seducción quedó seducida, mientras que No Seducido no lo fue. Después de que Seducción vivió mucho tiempo enojada con su hijo, y de que se consumió en gran medida por el deseo, al fin entregó a su hijo a la muerte. Seducción lo calumnió ante un pariente como seducido. El pariente decidió que No Seducido fuera condenado a luchar con las fieras como si hubiera sido seducido realmente. Pero la justicia de arriba purificó al puro y oscureció al tenebroso e inmundo. ¿A quién, pues, Sosípatro, consideras digno de alabar, al hijo o a la madre?” (c. 42,3).

Sosípatro juzgó rectamente que “se debe alabar al hijo y denostar a la madre”. Contento Juan con el veredicto del joven, lo envió a su casa con la recomendación expresa de no dejarse seducir por las insidias de su madre. Sosípatro invitó a Juan para que fuera con él a comer y beber en su casa. Aquella invitación disgustó de forma especial a Procliana, que no asistió a la comida, pero que se mantuvo atenta a cualquier palabra que se pronunciara. La celosa mujer hizo todo lo posible por impedir la comida y por retener a su hijo cuando terminó la colación. Para evitar problemas, Juan no abrió su boca. Mantuvieron madre e hijo un rápido y denso debate, que Sosípatro zanjó escapándose con Juan y con Procoro. Las palabras del joven, de sentido un tanto ambiguo, trataban de calmar la ira de la madre. Pero el caso es que pudo acompañar a sus invitados, con quienes permaneció tres días sin regresar a su casa.

A los cuatro días, Procliana no pudo aguantar el ardor diabólico que la consumía y salió en busca de Sosípatro. Lo encontró en un lugar público donde estaba Juan enseñando. Como en el texto del Génesis hiciera la esposa de Putifar, Procliana “se acercó a él, lo cogió de la ropa y lo sujetó con fuerza”. El joven le dijo a gritos: “Déjame, madre, y haré con gusto todo lo que tu corazón desea” (c. 42,9). En eso estaban cuando vino a pasar por el lugar el procónsul. Procliana gritó: “Procónsul, ayúdame”. Para llamar más la atención, se quitó el velo de la cabeza, se arrancaba los cabellos y derramaba abundantes lágrimas. El procónsul la interpeló: “¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? Contéstame con claridad.”

Y con claridad explicó el caso: “Éste es mi hijo, y yo soy viuda. Mi marido me lo dejó de cuatro años, y he gastado mucho dinero para sacarlo adelante hasta hacerlo un hombre adulto. Seguía derramando muchas lágrimas mientras continuaba el relato. Hoy hace ya diez días que me está molestando diciéndome: “Madre, acuéstate conmigo”. La invitación de la esposa de Putifar a José es literalmente la que Procliana pone en boca de su hijo: “Acuéstate conmigo”. Indignado el procónsul, ordenó que arrestaran al joven, para quien preparó un castigo de acuerdo con la gravedad de las acusaciones vertidas contra él: “Mandó que trajeran correas húmedas de buey y animales venenosos, áspides, víboras y cerastas, y que ataran a Sosípatro con las correas a los animales para que pereciera miserablemente” (c. 43,2). Juan pretendió interceder a favor del joven, pero fue acusado por la madre como responsable de la actitud del hijo. El procónsul sentenció el mismo castigo para el presunto cómplice.

Juan recurrió a la oración, en la que pedía no menos que un terremoto, que efectivamente se produjo. Como consecuencia de la sacudida de la naturaleza, la mano que el procónsul tenía levantada para condenar a Juan se le quedó paralizada. Lo mismo sucedió a Procliana con sus dos manos y sus ojos. Los demás cayeron a tierra como muertos. Prócoro y Sosípatro fueron los únicos que permanecieron en pie junto a los animales preparados para el suplicio del joven y de su maestro. Como la tierra continuaba temblando, el procónsul prometió a Juan que creería en el Dios que predicaba si su mano volvía a su estado natural. La oración del Apóstol consiguió que la tierra se calmara, las manos del procónsul y de Procliana quedaran sanas y todos los caídos se levantaran. Un fragmento, ajeno al relato dialogado del Apócrifo, añade un comentario piadoso: “Oh poder, queridos míos, él es el que movió la tierra, él quien la estabilizó, él quien curó a todos.

El procónsul invitó a Juan a su casa y a su mesa (c. 44). Tras la comida, le pidió la gracia del sello en Cristo, que Juan le concedió no sin antes haberlo instruido en la doctrina de la Trinidad. La esposa del procónsul solicitó la misma gracia para ella y para su hijo. Restaba solamente Procliana con su problema. Sosípatro se resistía a regresar a su casa y pretendía seguir a Juan. Pero Procliana ya era otra, estaba curada de su antiguo furor, lo que pudieron comprobar cuando entraron con Prócoro en su casa. La encontraron postrada en tierra, deshecha en llanto y arrepentida de su pasado. Pidió a Juan perdón por sus pecados y curación para sus “incurables” heridas. Y él, después de instruirla convenientemente sobre la penitencia y la fe en la Trinidad, la bautizó lo mismo que a Sosípatro y a todos los de la casa. Prócoro cuenta cómo permanecieron largo tiempo con ellos y fueron testigos de sus buenas obras. Entre otras cosas, las riquezas que Procliana quiso entregar a Juan, las repartía cada día a la puerta de su casa entre los necesitados que las requerían.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 1 de Noviembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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