Reseñas
Primavera silenciosa
Alicia Montesdeoca , 13/05/2010
Ficha Técnica
Título: "Primavera silenciosa"
Autora: Rachel L. Carson
Edita: Crítica. Mayo, 2010
Primavera silenciosa (1962), de la bióloga marina y zoóloga estadounidense Rachel Louise Carson (1907-1964), es un libro que es preciso conocer ya que aborda uno de los problemas más graves que produjo el siglo XX: la contaminación que sufre la Tierra.
Utilizando un lenguaje transparente, el rigor propio del mejor análisis científico y ejemplos estremecedores, Carson denunció los efectos nocivos que para la naturaleza tenía el empleo masivo de productos químicos como los pesticidas, el DDT en particular. Se trata, por consiguiente, de un libro de ciencia que va más allá del universo científico para adentrarse en el turbulento mundo de "lo social". Su trascendencia fue tal que hoy está considerado uno de los principales responsables de la aparición de los movimientos ecologistas a favor de la conservación de la naturaleza.
De hecho, “Primavera silenciosa” consiguió lo que pocos textos científicos logran: iluminar nuestros conocimientos de procesos que tienen lugar en la naturaleza y despertar el interés de la sociedad tanto por la ciencia que es necesaria para comprender lo que sucede en nuestro planeta, como por la situación presente y futura de la vida que existe en él.
Datos de la autora
Tras obtener su título superior de biología marina por la Johns Hopkins University, Rachel Carson enseñó zoología en la Universidad de Maryland y trabajó para el U.S. Fish and Wildlife Service. Desde ahí escribió Under the Sea Wind (1941), The Sea Around Us (1961) El mar que nos rodea (1980), The Edge of the Sea (1955) y, sobre todo, esta “Primavera silenciosa” (Silent Spring, 1962), una crítica feroz a la industria de los pesticidas que se convirtió muy pronto en un best-seller que provocó un gran revuelo en la clase política americana y cuyo principal mensaje sigue hoy todavía vigente.
Título: "Primavera silenciosa"
Autora: Rachel L. Carson
Edita: Crítica. Mayo, 2010
Primavera silenciosa (1962), de la bióloga marina y zoóloga estadounidense Rachel Louise Carson (1907-1964), es un libro que es preciso conocer ya que aborda uno de los problemas más graves que produjo el siglo XX: la contaminación que sufre la Tierra.
Utilizando un lenguaje transparente, el rigor propio del mejor análisis científico y ejemplos estremecedores, Carson denunció los efectos nocivos que para la naturaleza tenía el empleo masivo de productos químicos como los pesticidas, el DDT en particular. Se trata, por consiguiente, de un libro de ciencia que va más allá del universo científico para adentrarse en el turbulento mundo de "lo social". Su trascendencia fue tal que hoy está considerado uno de los principales responsables de la aparición de los movimientos ecologistas a favor de la conservación de la naturaleza.
De hecho, “Primavera silenciosa” consiguió lo que pocos textos científicos logran: iluminar nuestros conocimientos de procesos que tienen lugar en la naturaleza y despertar el interés de la sociedad tanto por la ciencia que es necesaria para comprender lo que sucede en nuestro planeta, como por la situación presente y futura de la vida que existe en él.
Datos de la autora
Tras obtener su título superior de biología marina por la Johns Hopkins University, Rachel Carson enseñó zoología en la Universidad de Maryland y trabajó para el U.S. Fish and Wildlife Service. Desde ahí escribió Under the Sea Wind (1941), The Sea Around Us (1961) El mar que nos rodea (1980), The Edge of the Sea (1955) y, sobre todo, esta “Primavera silenciosa” (Silent Spring, 1962), una crítica feroz a la industria de los pesticidas que se convirtió muy pronto en un best-seller que provocó un gran revuelo en la clase política americana y cuyo principal mensaje sigue hoy todavía vigente.
Reseñas
Desde Darwin
Alicia Montesdeoca , 13/05/2010
Reflexiones sobre historia natural
Ficha Técnica
Título: “Desde Darwin”. Reflexiones sobre historia natural
Autor: Stephen Jay Gould
Edita: Crítica. Mayo de 2010
Desde Darwin fue el primer libro que el añorado Stephen Jay Gould (1941-2002) publicó reuniendo algunos de los ensayos que escribía para su columna mensual del Natural History Magazine. Apareció en 1977 y fue la obra que le lanzó a una fama mundial que ya nunca abandonaría. No es un libro más de los muchos que escribió el gran paleontólogo y biólogo evolutivo de Harvard, sino uno en el que el hilo conductor son sus dos grandes amores: Darwin y su teoría de la evolución. Así, el primer grupo de artículos explora la propia teoría de Darwin, deteniéndose en cuestiones como ¿por qué esperó veintiún años antes de publicar su teoría?
La aplicación del darwinismo a la evolución humana, incluyendo qué nos separa y qué nos une con las demás criaturas que pueblan la Tierra, es el tema de los dos siguientes grupos de trabajos, mientras que el cuarto estudia los esquemas de la historia de la vida, caracterizada según Gould no por la continuidad que suponía Darwin, sino por un mundo puntuado de extinciones masivas y rápidos orígenes entre largas etapas de relativa tranquilidad.
De la historia de la vida, pasa en los dos siguientes apartados a la historia de su morada, la Tierra, abordando cuestiones del tipo de si tiene alguna dirección la historia geológica. Finalmente, y para que no olvidemos el impacto que nuestros propios criterios sociales y políticos tienen en la supuestamente "objetiva" ciencia, nos encontramos con ensayos en los que analiza temas tan variados como las ideas de Engels sobre la evolución humana, la teoría de Lombroso de la criminalidad innata, el determinismo biológico o la en momentos tan popular sociobiología. Todo un festín de Stephen Jay Gould en estado puro.
Datos del autor
Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo y biólogo evolutivo, fue catedrático "Alexander Agassiz" de Zoología de la Universidad de Harvard, donde trabajó desde 1967. Combinó magistralmente la investigación científica con la divulgación y el ensayo, dominios en los que fue un maestro reconocido universalmente. Crítica ha publicado la mayoría de sus libros, obras como "La falsa medida del hombre", "El pulgar del panda", "Ciencia versus religión", "Brontosaurus y la nalga del ministro", "La vida maravillosa", "La sonrisa del flamenco", "Acabo de llegar" y "Ontogenia y filogenia".
Obras del autor
"Un dinosaurio en el pajal"; “La montaña de las almejas del Leonardo”; “ Gould esencial”; “La grandeza de la vida”; “Las piedras falaces de Marrakech”; “Érase una vez el zorro y el erizo”; “Las humanidades y la ciencia en el tercer milenio”; “Dientes de gallina y dedos de caballo”; “La sonrisa del flamenco”; “El pulgar del panda”; “«Brontosaurus» y la nalga del ministro”; “Ocho cerditos”; “Reflexiones sobre historia natural”; “El pulgar del panda”; “La vida maravillosa”; “Acabo de llegar”. “Ciencia versus religión”; “La falsa medida del hombre”; “Ontogenia y filogenia”; “La ley fundamental biogenética”
Título: “Desde Darwin”. Reflexiones sobre historia natural
Autor: Stephen Jay Gould
Edita: Crítica. Mayo de 2010
Desde Darwin fue el primer libro que el añorado Stephen Jay Gould (1941-2002) publicó reuniendo algunos de los ensayos que escribía para su columna mensual del Natural History Magazine. Apareció en 1977 y fue la obra que le lanzó a una fama mundial que ya nunca abandonaría. No es un libro más de los muchos que escribió el gran paleontólogo y biólogo evolutivo de Harvard, sino uno en el que el hilo conductor son sus dos grandes amores: Darwin y su teoría de la evolución. Así, el primer grupo de artículos explora la propia teoría de Darwin, deteniéndose en cuestiones como ¿por qué esperó veintiún años antes de publicar su teoría?
La aplicación del darwinismo a la evolución humana, incluyendo qué nos separa y qué nos une con las demás criaturas que pueblan la Tierra, es el tema de los dos siguientes grupos de trabajos, mientras que el cuarto estudia los esquemas de la historia de la vida, caracterizada según Gould no por la continuidad que suponía Darwin, sino por un mundo puntuado de extinciones masivas y rápidos orígenes entre largas etapas de relativa tranquilidad.
De la historia de la vida, pasa en los dos siguientes apartados a la historia de su morada, la Tierra, abordando cuestiones del tipo de si tiene alguna dirección la historia geológica. Finalmente, y para que no olvidemos el impacto que nuestros propios criterios sociales y políticos tienen en la supuestamente "objetiva" ciencia, nos encontramos con ensayos en los que analiza temas tan variados como las ideas de Engels sobre la evolución humana, la teoría de Lombroso de la criminalidad innata, el determinismo biológico o la en momentos tan popular sociobiología. Todo un festín de Stephen Jay Gould en estado puro.
Datos del autor
Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo y biólogo evolutivo, fue catedrático "Alexander Agassiz" de Zoología de la Universidad de Harvard, donde trabajó desde 1967. Combinó magistralmente la investigación científica con la divulgación y el ensayo, dominios en los que fue un maestro reconocido universalmente. Crítica ha publicado la mayoría de sus libros, obras como "La falsa medida del hombre", "El pulgar del panda", "Ciencia versus religión", "Brontosaurus y la nalga del ministro", "La vida maravillosa", "La sonrisa del flamenco", "Acabo de llegar" y "Ontogenia y filogenia".
Obras del autor
"Un dinosaurio en el pajal"; “La montaña de las almejas del Leonardo”; “ Gould esencial”; “La grandeza de la vida”; “Las piedras falaces de Marrakech”; “Érase una vez el zorro y el erizo”; “Las humanidades y la ciencia en el tercer milenio”; “Dientes de gallina y dedos de caballo”; “La sonrisa del flamenco”; “El pulgar del panda”; “«Brontosaurus» y la nalga del ministro”; “Ocho cerditos”; “Reflexiones sobre historia natural”; “El pulgar del panda”; “La vida maravillosa”; “Acabo de llegar”. “Ciencia versus religión”; “La falsa medida del hombre”; “Ontogenia y filogenia”; “La ley fundamental biogenética”
Reseñas
La humanidad multicultural
Alicia Montesdeoca , 05/05/2010
Ficha Técnica
Título: “La humanidad multicultural”
Autor: Carlo Galli
Edita: Katz editores. Madrid. Mayo de 2010
Una reflexión teórica y política sobre la humanidad multicultural, es decir sobre la condición y sobre el significado de la humanidad en la era del multiculturalismo, debe partir de la evidencia de que tanto "humanidad" como "cultura", así como su relación -sobre todo en el contexto de la globalización, en el que precisamente se da la humanidad multicultural- son nociones ambiguas, complejas, atravesadas por una dialéctica que debe quedar aclarada para poder argumentar análisis y adelantar propuestas. Despejando el campo de soluciones vacuas y peligrosas (la asimilación plena del extranjero, la integración acrítica en el seno de la ciudadanía), estas páginas indican los posibles caminos por recorrer para desactivar el conflicto entre las culturas y promover en la humanidad la concreción y la diferencia entre los individuos.
Datos del autor
Carlo Galli (Italia, 1950) es graduado en Filosofía por la Universidad de Bolonia en 1972, fue profesor asistente de Historia de las Doctrinas Políticas desde 1978 y, desde 1983 hasta 1999, profesor asociado de Historia del Pensamiento Político Contemporáneo en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia, de la que fue director hasta 2003. A partir de 2004 enseñó en la Facultad de Letras y Filosofía de la misma universidad.
Sus intereses de investigación se han orientado en particular al pensamiento político moderno y contemporáneo. Publicó libros y ensayos sobre la Escuela de Frankfurt, sobre los pensadores contrarrevolucionarios franceses y sobre Weber, Strauss, Voegelin, Löwith y Schmitt, entre otros. También ha trabajado sobre algunos de los principales conceptos de la política, tales como "autoridad", "representación", "técnica", "Estado", "guerra", etcétera. En la actualidad, Galli trabaja sobre la relación entre guerra y política, analizada desde un punto de vista teórico, histórico y práctico.
Fragmento de la obra
Humanidad y cultura
"Humanidad" significa tanto la máxima abstracción como la máxima concreción, tanto una naturaleza común, genérica, como la totalidad histórica y compleja de los seres humanos. Se mueve entre el vacío y el lleno, entre el mínimo y el máximo, entre identidad y universalidad, entre la participación y la empatía (que se expresa con la máxima de Terencio "Homo sum: nihil humani a me alienum puto") y la abstracción de la humanidad ilustrada y racionalista: ésta -la idea de que haya algo natural que, a pesar de toda diferencia cultural, no nos haga del todo extraños los unos a los otros- ha sido acusada de no saber rendir cuentas del detalle concreto, y de ser sólo el mínimo común denominador entre los hombres, el equivalente antropológico de la unidad aritmética, el nivel absolutamente simple y contradictorio de la identidad individual, que consiste sólo en aquello que es idéntico en todos.
1. Antinomias de la humanidad
Desde este último punto de vista, humanidad es ontológicamente una esencia y lógicamente un universal. Es decir que es al mismo tiempo "naturaleza humana" y "género humano": o sea que es aquello que hace a cada ser humano tal cual es después de que hayan sido eliminadas todas las determinaciones, las cualidades que lo hacen único y diferente; y que es también aquello que cada ser humano tiene de naturalmente igual a todo otro ser humano, aquello que tiene de "universalizable" y que lo asimila a cualquier otro.
Junto a estas connotaciones formales, el contenido mínimo y al mismo tiempo universal de la humanidad puede variar de la venerable definición de Aristóteles ('Ética Nicomaquea' 1169b, 'Política' 1253a), según el cual el ser humano es naturalmente social, dotado de razón y de la capacidad de distinguir el bien del mal, a la postura estoica que sitúa a la humanidad en la razón natural universal (cósmica y cosmopolita) cristiana, y al aun más radical universalismo de historia y de destino que es el producto del cristianismo, por el cual la esencia del hombre es su origen divino, que en Pablo explícitamente manifiesta su potencia de construcción del género humano -véase la carta a los Gálatas (3, 28): "non est Iudaeus neque Graecus", o a los Romanos (3, 29), donde se habla de un Dios que es 'Deus gentium', no de una nación en particular-, y que en paralelo da vida a un sujeto único vaciado de determinaciones naturales e históricas, y saciable únicamente por la relación con Dios. La indeterminación antropológica de la noción de humanidad, que encuentra en el cristianismo uno de sus orígenes más claros y más eficaces, es una constante de la reflexión sobre la naturaleza humana: desde Pico della Mirandola (suya es la definición del hombre como "divino camaleón") hasta la antropología filosófica alemana del siglo XX (Scheler, Plessner, Gehlen) se ha insistido mucho sobre el hecho de que la esencia del ser humano, su humanidad, es abierta e inestable, y que su naturaleza no está fijada y garantizada 'a priori' como sucede con los animales mediante sus instintos, sino que es una posibilidad.
En la edad moderna las características racionales de la humanidad -tanto de la individualidad como de la universalidad del género humano- se ven sumamente acentuadas: en ese ámbito la humanidad es la proyección a escala más amplia del sujeto moderno, cuyo concepto fue elaborado por el racionalismo y por la ilustración, de Hobbes a Kant. La humanidad es al mismo tiempo el inicio y el último eslabón coherente de una serie que tiene su propio origen en el individuo singular (igual a todo otro, con su razón y sus derechos que le pertenecen por naturaleza), que prosigue con la ciudadanía (garantizada, como conjunto de derechos civiles y sociales iguales para todos, por el Estado entendido como universal determinado) y que culmina en el ideal de la cosmópolis, de la igualdad y la solidaridad universales en las que los seres humanos viven y actúan según su libertad, es decir, desarrollan libremente su naturaleza, sus derechos y su dignidad esencial. Más que "naturaleza", la humanidad es, en este ámbito, una posibilidad que es también un deber: es norma universal, legislación fundada sobre preceptos en torno a los cuales el mundo converge.
Un ejemplo de la moderna identificación entre razón y humanidad está en Feuerbach ('Esencia del cristianismo'), el cual reputa como distintivo del ser humano no tanto la conciencia de sí como el conocimiento de sí, ya sea como individuo o como miembro de un género o de una especie. Como escribió Pope, "El objeto de estudio más propio de la humanidad es el hombre"; y también para Feuerbach es la capacidad humana de tener conciencia de sí lo que hace al ser humano capaz de tener ciencia objetiva de la esencia de las cosas del mundo: la humanidad conoce las cosas del mundo porque antes se conoce a sí misma. De aquí se deduce que la idea moderna de humanidad contribuye a fundar y a hacer efectiva la idea de que todos los seres humanos puedan y deban ser sujeto y objeto de un mismo discurso universal: el de que a todos los seres humanos, como por otra parte a toda la realidad natural, les sea aplicable una norma racional que tiene su origen en su misma esencia y naturaleza. Humanidad es ser sujetos y al mismo tiempo objetos de la razón.
La humanidad moderna es, en fin, un producto de la metafísica occidental, en la fase, primero humanista y luego individualista, de la secularización y de la desacralización de la metafísica cristiana, cuya noción de igualdad en Dios como Padre común de la familia humana deviene igualdad en cuanto a los derechos humanos e independencia de autoridades externas: la humanidad es fundamento de sí misma porque tiene certeza de sí, es consciente de sí. Y expresa la voluntad de potencia de la metafísica moderna: es decir que comparte su inquietud por la abstracción eficaz, por la producción de una unidad racional. Incluso, por lo que respecta al ser humano, humanidad implica de hecho la construcción de una esencia que es conocida, y que es poseída para que cada miembro de la especie esté en condiciones de acceder a sus fines esenciales. Resultado de la moderna mediación racional, de su impulso cognoscitivo, la humanidad es por lo tanto el imperativo que impone que la esencia universal del ser humano encuentre por doquier, y para todos, su propio derecho, el reconocimiento y el tratamiento adecuados.
Título: “La humanidad multicultural”
Autor: Carlo Galli
Edita: Katz editores. Madrid. Mayo de 2010
Una reflexión teórica y política sobre la humanidad multicultural, es decir sobre la condición y sobre el significado de la humanidad en la era del multiculturalismo, debe partir de la evidencia de que tanto "humanidad" como "cultura", así como su relación -sobre todo en el contexto de la globalización, en el que precisamente se da la humanidad multicultural- son nociones ambiguas, complejas, atravesadas por una dialéctica que debe quedar aclarada para poder argumentar análisis y adelantar propuestas. Despejando el campo de soluciones vacuas y peligrosas (la asimilación plena del extranjero, la integración acrítica en el seno de la ciudadanía), estas páginas indican los posibles caminos por recorrer para desactivar el conflicto entre las culturas y promover en la humanidad la concreción y la diferencia entre los individuos.
Datos del autor
Carlo Galli (Italia, 1950) es graduado en Filosofía por la Universidad de Bolonia en 1972, fue profesor asistente de Historia de las Doctrinas Políticas desde 1978 y, desde 1983 hasta 1999, profesor asociado de Historia del Pensamiento Político Contemporáneo en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia, de la que fue director hasta 2003. A partir de 2004 enseñó en la Facultad de Letras y Filosofía de la misma universidad.
Sus intereses de investigación se han orientado en particular al pensamiento político moderno y contemporáneo. Publicó libros y ensayos sobre la Escuela de Frankfurt, sobre los pensadores contrarrevolucionarios franceses y sobre Weber, Strauss, Voegelin, Löwith y Schmitt, entre otros. También ha trabajado sobre algunos de los principales conceptos de la política, tales como "autoridad", "representación", "técnica", "Estado", "guerra", etcétera. En la actualidad, Galli trabaja sobre la relación entre guerra y política, analizada desde un punto de vista teórico, histórico y práctico.
Fragmento de la obra
Humanidad y cultura
"Humanidad" significa tanto la máxima abstracción como la máxima concreción, tanto una naturaleza común, genérica, como la totalidad histórica y compleja de los seres humanos. Se mueve entre el vacío y el lleno, entre el mínimo y el máximo, entre identidad y universalidad, entre la participación y la empatía (que se expresa con la máxima de Terencio "Homo sum: nihil humani a me alienum puto") y la abstracción de la humanidad ilustrada y racionalista: ésta -la idea de que haya algo natural que, a pesar de toda diferencia cultural, no nos haga del todo extraños los unos a los otros- ha sido acusada de no saber rendir cuentas del detalle concreto, y de ser sólo el mínimo común denominador entre los hombres, el equivalente antropológico de la unidad aritmética, el nivel absolutamente simple y contradictorio de la identidad individual, que consiste sólo en aquello que es idéntico en todos.
1. Antinomias de la humanidad
Desde este último punto de vista, humanidad es ontológicamente una esencia y lógicamente un universal. Es decir que es al mismo tiempo "naturaleza humana" y "género humano": o sea que es aquello que hace a cada ser humano tal cual es después de que hayan sido eliminadas todas las determinaciones, las cualidades que lo hacen único y diferente; y que es también aquello que cada ser humano tiene de naturalmente igual a todo otro ser humano, aquello que tiene de "universalizable" y que lo asimila a cualquier otro.
Junto a estas connotaciones formales, el contenido mínimo y al mismo tiempo universal de la humanidad puede variar de la venerable definición de Aristóteles ('Ética Nicomaquea' 1169b, 'Política' 1253a), según el cual el ser humano es naturalmente social, dotado de razón y de la capacidad de distinguir el bien del mal, a la postura estoica que sitúa a la humanidad en la razón natural universal (cósmica y cosmopolita) cristiana, y al aun más radical universalismo de historia y de destino que es el producto del cristianismo, por el cual la esencia del hombre es su origen divino, que en Pablo explícitamente manifiesta su potencia de construcción del género humano -véase la carta a los Gálatas (3, 28): "non est Iudaeus neque Graecus", o a los Romanos (3, 29), donde se habla de un Dios que es 'Deus gentium', no de una nación en particular-, y que en paralelo da vida a un sujeto único vaciado de determinaciones naturales e históricas, y saciable únicamente por la relación con Dios. La indeterminación antropológica de la noción de humanidad, que encuentra en el cristianismo uno de sus orígenes más claros y más eficaces, es una constante de la reflexión sobre la naturaleza humana: desde Pico della Mirandola (suya es la definición del hombre como "divino camaleón") hasta la antropología filosófica alemana del siglo XX (Scheler, Plessner, Gehlen) se ha insistido mucho sobre el hecho de que la esencia del ser humano, su humanidad, es abierta e inestable, y que su naturaleza no está fijada y garantizada 'a priori' como sucede con los animales mediante sus instintos, sino que es una posibilidad.
En la edad moderna las características racionales de la humanidad -tanto de la individualidad como de la universalidad del género humano- se ven sumamente acentuadas: en ese ámbito la humanidad es la proyección a escala más amplia del sujeto moderno, cuyo concepto fue elaborado por el racionalismo y por la ilustración, de Hobbes a Kant. La humanidad es al mismo tiempo el inicio y el último eslabón coherente de una serie que tiene su propio origen en el individuo singular (igual a todo otro, con su razón y sus derechos que le pertenecen por naturaleza), que prosigue con la ciudadanía (garantizada, como conjunto de derechos civiles y sociales iguales para todos, por el Estado entendido como universal determinado) y que culmina en el ideal de la cosmópolis, de la igualdad y la solidaridad universales en las que los seres humanos viven y actúan según su libertad, es decir, desarrollan libremente su naturaleza, sus derechos y su dignidad esencial. Más que "naturaleza", la humanidad es, en este ámbito, una posibilidad que es también un deber: es norma universal, legislación fundada sobre preceptos en torno a los cuales el mundo converge.
Un ejemplo de la moderna identificación entre razón y humanidad está en Feuerbach ('Esencia del cristianismo'), el cual reputa como distintivo del ser humano no tanto la conciencia de sí como el conocimiento de sí, ya sea como individuo o como miembro de un género o de una especie. Como escribió Pope, "El objeto de estudio más propio de la humanidad es el hombre"; y también para Feuerbach es la capacidad humana de tener conciencia de sí lo que hace al ser humano capaz de tener ciencia objetiva de la esencia de las cosas del mundo: la humanidad conoce las cosas del mundo porque antes se conoce a sí misma. De aquí se deduce que la idea moderna de humanidad contribuye a fundar y a hacer efectiva la idea de que todos los seres humanos puedan y deban ser sujeto y objeto de un mismo discurso universal: el de que a todos los seres humanos, como por otra parte a toda la realidad natural, les sea aplicable una norma racional que tiene su origen en su misma esencia y naturaleza. Humanidad es ser sujetos y al mismo tiempo objetos de la razón.
La humanidad moderna es, en fin, un producto de la metafísica occidental, en la fase, primero humanista y luego individualista, de la secularización y de la desacralización de la metafísica cristiana, cuya noción de igualdad en Dios como Padre común de la familia humana deviene igualdad en cuanto a los derechos humanos e independencia de autoridades externas: la humanidad es fundamento de sí misma porque tiene certeza de sí, es consciente de sí. Y expresa la voluntad de potencia de la metafísica moderna: es decir que comparte su inquietud por la abstracción eficaz, por la producción de una unidad racional. Incluso, por lo que respecta al ser humano, humanidad implica de hecho la construcción de una esencia que es conocida, y que es poseída para que cada miembro de la especie esté en condiciones de acceder a sus fines esenciales. Resultado de la moderna mediación racional, de su impulso cognoscitivo, la humanidad es por lo tanto el imperativo que impone que la esencia universal del ser humano encuentre por doquier, y para todos, su propio derecho, el reconocimiento y el tratamiento adecuados.
Reseñas
Marketing político y electoral
Alicia Montesdeoca , 05/05/2010
Título: "Marketing político y electoral"
Autor: Francisco Javier Barranco Saiz
Edita: Ediciones Pirámide (Grupo Anaya S.A.) y ESIC Editorial. 2.010
El objetivo de un Partido Político, de un Sindicato, de un Colegio Profesional o de una Asociación de ciudadanos, al igual que el de cualquier organización empresarial, es alcanzar la máxima cuota de su mercado para poder tener una mayor presencia social y mediática y destacar en un entorno cada vez más competitivo. A esto contribuyen, en esencia, el Marketing Político y Electoral.
En esta obra se describen el conjunto de tácticas y técnicas que, en esta especialidad del Marketing, se utilizan para conocer las expectativas de los integrantes de sus correspondientes mercados y poder satisfacerlas a través de los programas electorales y de los candidatos propuestos.
Se desarrolla desde una óptica de planificación estratégica a través de cuatro políticas básicas: Análisis del Mercado Electoral, Política del Producto, Técnicas de Ventas y Comunicación Política.
Se destaca en esta edición el papel, cada vez más significativo, que juegan, en los procesos electorales de cualquier tipo, las denominadas Tecnologías de la Información y del Conocimiento, TICs, tanto las páginas web corporativas como el novedoso fenómeno de las Redes Sociales o el acceso a las aplicaciones de Internet a través de los Teléfonos Móviles 3G. Estas herramientas facilitan la interacción con el votante y consiguen hacerle protagonista y partícipe de la campaña electoral.
Índice
1.- El Plan de Marketing Político
2.- Análisis del Mercado Político
3.- Política del Producto: el Partido, el Candidato y el Programa Electoral
4.- Técnicas de Venta Política
5.- Comunicación Política
6.- Organización del Departamento de Marketing de un Partido Político
- Epílogo
- Bibliografía
Datos del Autor
Licenciado en Ciencias Físicas y en Gestión Comercial y Marketing (ESIC), Javier Barranco Saiz es asimismo Master en Recursos Humanos (Instituto de Empresa). Su trayectoria profesional ha transcurrido en Orgemer Consultoría como Jefe de Investigación de Mercados y en el Grupo Telefónica como responsable en las siguientes áreas: División de Informática (Servicio de Marketing), Recursos Humanos (Estudios, Selección de Personal, Organización y Planificación), Relaciones Institucionales (Gestión Económica) y Fundación Telefónica (Gestión Económica, Marketing Social,Proyectos Sociales y Culturales,Voluntariado Empresarial). Actualmente Javier Barranco es Socio Director de Abalon Consultoría de Marketing. Ha sido profesor en los MBAs de Marketing y Recursos Humanos del Instituto de Empresa y de la Escuela Superior de Estudios de Marketing, ESEM. Ha publicado en Ediciones Pirámide, Grupo Anaya, los siguientes libros:"Tecnicas de Marketing Político","Planificación Estratégica de Recursos Humanos","Marketing Interno","Marketing Político"(2ª Edición) y "Marketing Social Corporativo". Además ha publicado artículos en" Capital Humano","Marketing y Ventas para Directivos","Revista T". Es asimismo miembro de de AEDEMO (Asociación Española de Estudios de Mercado, Marketing y Opinión) y de AEDIPE (Asociación Española de Dirección y Desarrollo de. Además, cooperar asiduamente con la revista Tendencias21.net a través de su Blog sobre Marketing
Reseñas
La ética de la redistribución
Alicia Montesdeoca , 05/05/2010
Ficha Técnica
Título: “La ética de la redistribución”
Autor: Bertrand de Jouvenel
Edita: Katz editores. Madrid. Mayo de 2010
La economía política del siglo XX ha estado sometida a la tensión entre las teorías de la igualdad y las teorías de la eficiencia. Si unas proponen que la riqueza se redistribuya por la acción de los gobiernos, las otras sugieren que la presión fiscal que obtiene recursos de algunos para asignarlos a otros genera importantes desincentivos para el trabajo, el ahorro y la inversión. Suponiendo que la redistribución no introdujera desincentivos para la creación de riqueza, ¿se convertiría entonces en un objetivo deseable, y no habría por tanto ningún argumento en su contra? Estas preguntas de Bertrand de Jouvenel encuentran respuesta en “La ética de la redistribución”.
Al aislar la discusión de la objeción práctica más fuerte y habitual (la "ineficiencia" que introduce en la economía), De Jouvenel crea las condiciones para tratar la cuestión en sus bases éticas mismas. Y sus conclusiones no son alentadoras: según el filósofo francés, el principal efecto de las políticas gubernamentales no radica en obtener ingresos de la población rica para asignarlos a la población más pobre, sino en transferir el poder de la población -y especialmente el de la población más pobre- al Estado: cuando es el Estado el que asigna recursos, los individuos pierden su capacidad de decidir y de planificar sus propias vidas. Ante el hecho de que las burocracias públicas no dejan de crecer a expensas de la sociedad civil, “La ética de la redistribución” recrea las bases para una discusión que debe ser renovada en nuestro tiempo". (Introducción de John Gray)
Datos del Autor
Bertrand de Jouvenel (París, 1903-1987), fue hijo de un miembro de la antigua nobleza francesa de la región de Champaña y de una mujer de origen judío procedente de una familia de industriales. Luego de divorciarse, en 1912 el padre contrajo matrimonio con la escritora Colette, con quien en 1920 Bertrand comenzó un romance. El affaire, que provocó un escándalo y terminó con el matrimonio de su padre, duró hasta 1924. En 1930, De Jouvenel participó en los Cahiers Blues, la revista del Partido Republicano Sindicalista de Georges Valois. Desilusionado con la política de los partidos tradicionales, en 1934 abandona el Partido Radical y comienza a frecuentar círculos realistas y nacionalistas, en los que conoce a Henri de Man y a Pierre Drieu la Rochelle. En 1936 se unió al Partido Popular Francés de Jacques Doriot. Luego de la guerra, e influido por la proximidad de su madre con el grupo de la Monte Pelerin Society (fundado por Friedrich Hayek, Jacques Rueff y Milton Friedman, entre otros), se dedicó a la teoría económica, poniendo especial atención en las teorías del bienestar económico. De Jouvenel fue acusado de germanófilo primero, y luego perseguido por los nazis; fue un agudo detractor del socialismo, pero también un crítico tenaz del liberalismo à la Hayek. Sin embargo, el carácter controvertido de su trayectoria no ha empañado la claridad de su pensamiento.
Fragmento de la obra
Conferencia I. El ideal socialista
Me propongo examinar una preocupación predominante de nuestros días: la redistribución del ingreso.
El proceso de redistribución
En la duración de una vida, las ideas corrientes acerca de lo que se puede hacer en una sociedad por decisión política han sufrido un cambio radical. Hoy en general se considera como parte de la esfera de acción legítima del Estado, y en realidad como una de sus principales funciones, transferir riqueza de sus miembros más ricos a los más pobres. "Una maquinaria sumamente compleja se ha ido construyendo de a trocitos" para proveer beneficios monetarios, servicios gratuitos, bienes y servicios por debajo de su costo. Esa maquinaria es más voluminosa que la de la hacienda pública, por mucho que ésta se haya ampliado, como en la operación de control de la renta. Su propósito es redistribuir ingresos y en especial, según se supone generalmente, los ingresos de los ricos, reducidos por impuestos progresivos y a la vez afectados por el control de las rentas, la limitación de dividendos y la confiscación de activos.
Todo el proceso parece haber tomado impulso en este país hace exactamente cuarenta años, con el presupuesto de Lloyd George para 1909-1910, que al introducir la tributación progresiva abandonó la idea de que, para fines tributarios, igualdad implica proporcionalidad. Ese mismo canciller introdujo los primeros planes de beneficios por enfermedad y empleo. Es preciso observar que "la política de poner en práctica una distribución más igualitaria del ingreso a través de la hacienda pública" y medios complementarios, que ahora se expresa con tanta claridad como una regla de conducta, surgió del proceso mismo. No parece haber empezado como un designio grandioso. Las circunstancias, sobre todo las dos grandes guerras, y las presiones sociales, apoyadas por una fuerte emoción moral, nos han llevado gradualmente al punto en que se puede formular un propósito ético: en contra de los ideales anteriores o extra occidentales, el Occidente está adoptando rápidamente el ideal de la igualación de las rentas por acción estatal.
Nuestro tema: el aspecto ético
Hoy se está desarrollando una encendida polémica acerca de lo que se llama "el efecto desincentivador de la redistribución excesiva". Sabemos por experiencia que en la mayoría de los casos, aunque de ninguna manera en todos, los hombres son estimulados por retribuciones materiales proporcionales o incluso más que proporcionales a su esfuerzo, como por ejemplo en el caso de las horas extraordinarias que se pagan doble. Se podría afirmar que si se hace que cada aumento de esfuerzo sea menos remunerado que los que lo precedieron, y a la vez se reduce -mediante la provisión de beneficios- el esfuerzo básico necesario para sostener la existencia, el ritmo de la producción y el progreso económico se verán afectados. Por esa razón, la política de redistribución está recibiendo fuertes ataques. Sin embargo ese ataque se hace en términos de conveniencia. La crítica actual de la redistribución no se basa en que sea indeseable sino en que, más allá de cierto punto, es imprudente. Los defensores de la redistribución no niegan que hay límites a lo que se puede alcanzar si se quiere, como ellos quieren, mantener el progreso económico. Pero todo ese conflicto al que tanta importancia se da hoy es una disputa fronteriza, que no afecta a nada fundamental.
Me propongo dejar de lado ese campo de combate y aquí daré por sentado que la redistribución, por muy lejos que pueda llevarse, no ejerce ninguna influencia desincentivadora y no afecta en absoluto al volumen y al crecimiento de la producción. Lo hago para concentrar la atención en otros aspectos de la redistribución. Para algunos, esa premisa parecería eliminar la necesidad de discusión. Si no va a afectar a la producción, dirán ellos, la redistribución debe avanzar hasta su extremo de igualdad total de los ingresos. Eso sería bueno y deseable. Pero ¿lo sería? ¿Por qué lo sería? ¿Y hasta dónde lo sería? Ése es mi punto de partida.
Ocupándonos de la redistribución exclusivamente en el terreno ético, nuestra primera preocupación debe ser distinguir claramente entre el ideal social de igualación del ingreso y otros con los que está asociado a nivel sentimental, pero no lógico. Es común, pero errado, creer que los ideales de reforma social de alguna manera descienden uno de otro en forma lineal. No es así: el redistribucionismo no desciende del socialismo, y no es posible descubrir ningún vínculo, salvo el puramente verbal, entre éste y el igualitarismo agrario. Destacar los contrastes entre esos ideales servirá para aclarar mucho el problema.
La redistribución de la tierra en perspectiva
Durante miles de años, lo que se reclamaba en nombre de la justicia social era la redistribución de la tierra. Se puede decir que eso pertenece a una fase pasada de la historia, cuando la agricultura era con mucho la mayor actividad económica. Sin embargo el reclamo agrario llega directamente hasta nuestros días: ¿acaso el fin de la Primera Guerra Mundial no trajo consigo una amplia redistribución de tierras en toda Europa oriental? ¿Acaso el grito por la redistribución de la tierra no fue el principal slogan de Lenin en Rusia, aunque fue utilizado para impulsar una revolución muy diferente? Y de nuevo: ¿no deberíamos recordar que en Prusia oriental la redistribución de la tierra fue un problema importante al final de la república de Weimar, y que Brüning cayó por la misma razón que el primer Graco? Por lo tanto, no debemos ver la idea como una curiosidad arqueológica. Está con nosotros hasta hoy, en estos momentos agita a Italia y, como veremos, su fuerza surge de un sentimiento básico de ética social.
Es la idea de que todos los hombres deberían estar igualmente dotados de recursos naturales con los cuales producir (por ejemplo, ingresos) en proporción a su esfuerzo.
Se encuentra mencionada en la Biblia. En el primer caso, la tierra debe ser distribuida por parcelas y cualquier desigualdad que surja entre las propiedades deberá ser corregida en el jubileo, cuando cada persona que haya vendido tierra será restaurada en la posesión de la parte que enajenó. Ese retorno a la posición inicial cada cuarenta y nueve años impide la formación de latifundios y restaura la igualdad de las propiedades agrarias entre las familias. El ideal de las propiedades vinculadas para miembros de la familia unidos por la sangre o por el nombre, como quiera que se explique, es fundamental en la sociedad indoeuropea antigua. Con él va generalmente la práctica de la redistribución frecuente de parcelas, de acuerdo con la cantidad de miembros del grupo. Así, los reclamos de los reformadores agrarios parecen apoyarse en tradiciones muy antiguas y apelar a un sentimiento de rectitud ancestral.
La redistribución de la tierra no equivale a la redistribución del ingreso
Hay un contraste claro entre la redistribución de la tierra y la redistribución del ingreso. El agrarismo no aboga por la igualación de lo producido, sino de los recursos naturales en base a los cuales las distintas unidades se autoproveerán de productos en forma autónoma. Eso es justicia, en el sentido de que la desigualdad de las retribuciones entre unidades igualmente provistas de recursos naturales reflejará la desigualdad de sus esfuerzos. En otras palabras, así se anula el papel que desempeña la desigualdad de "capital" en la generación de retribuciones desiguales. Lo que se iguala es la provisión de "capital".
Ahora bien: la idea de eliminar la influencia del capital de las funciones que determinan el ingreso no es arcaica: corre a lo largo del pensamiento social en todos los tiempos. Cuando Marx decía que el único productor de valor es el trabajo, en realidad hacía referencia, en forma voluntarista, a un estado de cosas que parece ser intrínsecamente justo. Está bastante claro que la idea de retribuciones proporcionales a la contribución hecha era básica para los economistas clásicos. Ellos querían demostrar que ése sería el resultado de un sistema competitivo perfecto, y para ellos la distribución inicial de la propiedad siempre fue un factor perturbador.
Los socialistas con frecuencia mencionan a los reformadores agrarios como precursores suyos. No lo son, pero los dos grupos tienen en común una preocupación: ambos quieren eliminar los efectos de una distribución desigual de la propiedad.
Eso, por supuesto, no implica -ni siquiera suponiendo una dotación inicial de capital estrictamente igual- ninguna igualdad de ingresos. De todos modos las desigualdades seguirían las leyes bien conocidas de la dispersión. Si representamos en el eje de las abscisas la cantidad de ingresos, y en el de las ordenadas las unidades económicas correspondientes, deberíamos obtener la famosa campana de Gauss pero, como señala el profesor Pigou, sin la asimetría que da a esa curva la distribución desigual de la propiedad. Así, el principio agrario no es la igualdad de ingresos sino la retribución justa.
Título: “La ética de la redistribución”
Autor: Bertrand de Jouvenel
Edita: Katz editores. Madrid. Mayo de 2010
La economía política del siglo XX ha estado sometida a la tensión entre las teorías de la igualdad y las teorías de la eficiencia. Si unas proponen que la riqueza se redistribuya por la acción de los gobiernos, las otras sugieren que la presión fiscal que obtiene recursos de algunos para asignarlos a otros genera importantes desincentivos para el trabajo, el ahorro y la inversión. Suponiendo que la redistribución no introdujera desincentivos para la creación de riqueza, ¿se convertiría entonces en un objetivo deseable, y no habría por tanto ningún argumento en su contra? Estas preguntas de Bertrand de Jouvenel encuentran respuesta en “La ética de la redistribución”.
Al aislar la discusión de la objeción práctica más fuerte y habitual (la "ineficiencia" que introduce en la economía), De Jouvenel crea las condiciones para tratar la cuestión en sus bases éticas mismas. Y sus conclusiones no son alentadoras: según el filósofo francés, el principal efecto de las políticas gubernamentales no radica en obtener ingresos de la población rica para asignarlos a la población más pobre, sino en transferir el poder de la población -y especialmente el de la población más pobre- al Estado: cuando es el Estado el que asigna recursos, los individuos pierden su capacidad de decidir y de planificar sus propias vidas. Ante el hecho de que las burocracias públicas no dejan de crecer a expensas de la sociedad civil, “La ética de la redistribución” recrea las bases para una discusión que debe ser renovada en nuestro tiempo". (Introducción de John Gray)
Datos del Autor
Bertrand de Jouvenel (París, 1903-1987), fue hijo de un miembro de la antigua nobleza francesa de la región de Champaña y de una mujer de origen judío procedente de una familia de industriales. Luego de divorciarse, en 1912 el padre contrajo matrimonio con la escritora Colette, con quien en 1920 Bertrand comenzó un romance. El affaire, que provocó un escándalo y terminó con el matrimonio de su padre, duró hasta 1924. En 1930, De Jouvenel participó en los Cahiers Blues, la revista del Partido Republicano Sindicalista de Georges Valois. Desilusionado con la política de los partidos tradicionales, en 1934 abandona el Partido Radical y comienza a frecuentar círculos realistas y nacionalistas, en los que conoce a Henri de Man y a Pierre Drieu la Rochelle. En 1936 se unió al Partido Popular Francés de Jacques Doriot. Luego de la guerra, e influido por la proximidad de su madre con el grupo de la Monte Pelerin Society (fundado por Friedrich Hayek, Jacques Rueff y Milton Friedman, entre otros), se dedicó a la teoría económica, poniendo especial atención en las teorías del bienestar económico. De Jouvenel fue acusado de germanófilo primero, y luego perseguido por los nazis; fue un agudo detractor del socialismo, pero también un crítico tenaz del liberalismo à la Hayek. Sin embargo, el carácter controvertido de su trayectoria no ha empañado la claridad de su pensamiento.
Fragmento de la obra
Conferencia I. El ideal socialista
Me propongo examinar una preocupación predominante de nuestros días: la redistribución del ingreso.
El proceso de redistribución
En la duración de una vida, las ideas corrientes acerca de lo que se puede hacer en una sociedad por decisión política han sufrido un cambio radical. Hoy en general se considera como parte de la esfera de acción legítima del Estado, y en realidad como una de sus principales funciones, transferir riqueza de sus miembros más ricos a los más pobres. "Una maquinaria sumamente compleja se ha ido construyendo de a trocitos" para proveer beneficios monetarios, servicios gratuitos, bienes y servicios por debajo de su costo. Esa maquinaria es más voluminosa que la de la hacienda pública, por mucho que ésta se haya ampliado, como en la operación de control de la renta. Su propósito es redistribuir ingresos y en especial, según se supone generalmente, los ingresos de los ricos, reducidos por impuestos progresivos y a la vez afectados por el control de las rentas, la limitación de dividendos y la confiscación de activos.
Todo el proceso parece haber tomado impulso en este país hace exactamente cuarenta años, con el presupuesto de Lloyd George para 1909-1910, que al introducir la tributación progresiva abandonó la idea de que, para fines tributarios, igualdad implica proporcionalidad. Ese mismo canciller introdujo los primeros planes de beneficios por enfermedad y empleo. Es preciso observar que "la política de poner en práctica una distribución más igualitaria del ingreso a través de la hacienda pública" y medios complementarios, que ahora se expresa con tanta claridad como una regla de conducta, surgió del proceso mismo. No parece haber empezado como un designio grandioso. Las circunstancias, sobre todo las dos grandes guerras, y las presiones sociales, apoyadas por una fuerte emoción moral, nos han llevado gradualmente al punto en que se puede formular un propósito ético: en contra de los ideales anteriores o extra occidentales, el Occidente está adoptando rápidamente el ideal de la igualación de las rentas por acción estatal.
Nuestro tema: el aspecto ético
Hoy se está desarrollando una encendida polémica acerca de lo que se llama "el efecto desincentivador de la redistribución excesiva". Sabemos por experiencia que en la mayoría de los casos, aunque de ninguna manera en todos, los hombres son estimulados por retribuciones materiales proporcionales o incluso más que proporcionales a su esfuerzo, como por ejemplo en el caso de las horas extraordinarias que se pagan doble. Se podría afirmar que si se hace que cada aumento de esfuerzo sea menos remunerado que los que lo precedieron, y a la vez se reduce -mediante la provisión de beneficios- el esfuerzo básico necesario para sostener la existencia, el ritmo de la producción y el progreso económico se verán afectados. Por esa razón, la política de redistribución está recibiendo fuertes ataques. Sin embargo ese ataque se hace en términos de conveniencia. La crítica actual de la redistribución no se basa en que sea indeseable sino en que, más allá de cierto punto, es imprudente. Los defensores de la redistribución no niegan que hay límites a lo que se puede alcanzar si se quiere, como ellos quieren, mantener el progreso económico. Pero todo ese conflicto al que tanta importancia se da hoy es una disputa fronteriza, que no afecta a nada fundamental.
Me propongo dejar de lado ese campo de combate y aquí daré por sentado que la redistribución, por muy lejos que pueda llevarse, no ejerce ninguna influencia desincentivadora y no afecta en absoluto al volumen y al crecimiento de la producción. Lo hago para concentrar la atención en otros aspectos de la redistribución. Para algunos, esa premisa parecería eliminar la necesidad de discusión. Si no va a afectar a la producción, dirán ellos, la redistribución debe avanzar hasta su extremo de igualdad total de los ingresos. Eso sería bueno y deseable. Pero ¿lo sería? ¿Por qué lo sería? ¿Y hasta dónde lo sería? Ése es mi punto de partida.
Ocupándonos de la redistribución exclusivamente en el terreno ético, nuestra primera preocupación debe ser distinguir claramente entre el ideal social de igualación del ingreso y otros con los que está asociado a nivel sentimental, pero no lógico. Es común, pero errado, creer que los ideales de reforma social de alguna manera descienden uno de otro en forma lineal. No es así: el redistribucionismo no desciende del socialismo, y no es posible descubrir ningún vínculo, salvo el puramente verbal, entre éste y el igualitarismo agrario. Destacar los contrastes entre esos ideales servirá para aclarar mucho el problema.
La redistribución de la tierra en perspectiva
Durante miles de años, lo que se reclamaba en nombre de la justicia social era la redistribución de la tierra. Se puede decir que eso pertenece a una fase pasada de la historia, cuando la agricultura era con mucho la mayor actividad económica. Sin embargo el reclamo agrario llega directamente hasta nuestros días: ¿acaso el fin de la Primera Guerra Mundial no trajo consigo una amplia redistribución de tierras en toda Europa oriental? ¿Acaso el grito por la redistribución de la tierra no fue el principal slogan de Lenin en Rusia, aunque fue utilizado para impulsar una revolución muy diferente? Y de nuevo: ¿no deberíamos recordar que en Prusia oriental la redistribución de la tierra fue un problema importante al final de la república de Weimar, y que Brüning cayó por la misma razón que el primer Graco? Por lo tanto, no debemos ver la idea como una curiosidad arqueológica. Está con nosotros hasta hoy, en estos momentos agita a Italia y, como veremos, su fuerza surge de un sentimiento básico de ética social.
Es la idea de que todos los hombres deberían estar igualmente dotados de recursos naturales con los cuales producir (por ejemplo, ingresos) en proporción a su esfuerzo.
Se encuentra mencionada en la Biblia. En el primer caso, la tierra debe ser distribuida por parcelas y cualquier desigualdad que surja entre las propiedades deberá ser corregida en el jubileo, cuando cada persona que haya vendido tierra será restaurada en la posesión de la parte que enajenó. Ese retorno a la posición inicial cada cuarenta y nueve años impide la formación de latifundios y restaura la igualdad de las propiedades agrarias entre las familias. El ideal de las propiedades vinculadas para miembros de la familia unidos por la sangre o por el nombre, como quiera que se explique, es fundamental en la sociedad indoeuropea antigua. Con él va generalmente la práctica de la redistribución frecuente de parcelas, de acuerdo con la cantidad de miembros del grupo. Así, los reclamos de los reformadores agrarios parecen apoyarse en tradiciones muy antiguas y apelar a un sentimiento de rectitud ancestral.
La redistribución de la tierra no equivale a la redistribución del ingreso
Hay un contraste claro entre la redistribución de la tierra y la redistribución del ingreso. El agrarismo no aboga por la igualación de lo producido, sino de los recursos naturales en base a los cuales las distintas unidades se autoproveerán de productos en forma autónoma. Eso es justicia, en el sentido de que la desigualdad de las retribuciones entre unidades igualmente provistas de recursos naturales reflejará la desigualdad de sus esfuerzos. En otras palabras, así se anula el papel que desempeña la desigualdad de "capital" en la generación de retribuciones desiguales. Lo que se iguala es la provisión de "capital".
Ahora bien: la idea de eliminar la influencia del capital de las funciones que determinan el ingreso no es arcaica: corre a lo largo del pensamiento social en todos los tiempos. Cuando Marx decía que el único productor de valor es el trabajo, en realidad hacía referencia, en forma voluntarista, a un estado de cosas que parece ser intrínsecamente justo. Está bastante claro que la idea de retribuciones proporcionales a la contribución hecha era básica para los economistas clásicos. Ellos querían demostrar que ése sería el resultado de un sistema competitivo perfecto, y para ellos la distribución inicial de la propiedad siempre fue un factor perturbador.
Los socialistas con frecuencia mencionan a los reformadores agrarios como precursores suyos. No lo son, pero los dos grupos tienen en común una preocupación: ambos quieren eliminar los efectos de una distribución desigual de la propiedad.
Eso, por supuesto, no implica -ni siquiera suponiendo una dotación inicial de capital estrictamente igual- ninguna igualdad de ingresos. De todos modos las desigualdades seguirían las leyes bien conocidas de la dispersión. Si representamos en el eje de las abscisas la cantidad de ingresos, y en el de las ordenadas las unidades económicas correspondientes, deberíamos obtener la famosa campana de Gauss pero, como señala el profesor Pigou, sin la asimetría que da a esa curva la distribución desigual de la propiedad. Así, el principio agrario no es la igualdad de ingresos sino la retribución justa.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850