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Reseñas

La ética de la redistribución Alicia Montesdeoca , 05/05/2010
Ficha Técnica

Título: “La ética de la redistribución”
Autor: Bertrand de Jouvenel
Edita: Katz editores. Madrid. Mayo de 2010


La economía política del siglo XX ha estado sometida a la tensión entre las teorías de la igualdad y las teorías de la eficiencia. Si unas proponen que la riqueza se redistribuya por la acción de los gobiernos, las otras sugieren que la presión fiscal que obtiene recursos de algunos para asignarlos a otros genera importantes desincentivos para el trabajo, el ahorro y la inversión. Suponiendo que la redistribución no introdujera desincentivos para la creación de riqueza, ¿se convertiría entonces en un objetivo deseable, y no habría por tanto ningún argumento en su contra? Estas preguntas de Bertrand de Jouvenel encuentran respuesta en “La ética de la redistribución”.

Al aislar la discusión de la objeción práctica más fuerte y habitual (la "ineficiencia" que introduce en la economía), De Jouvenel crea las condiciones para tratar la cuestión en sus bases éticas mismas. Y sus conclusiones no son alentadoras: según el filósofo francés, el principal efecto de las políticas gubernamentales no radica en obtener ingresos de la población rica para asignarlos a la población más pobre, sino en transferir el poder de la población -y especialmente el de la población más pobre- al Estado: cuando es el Estado el que asigna recursos, los individuos pierden su capacidad de decidir y de planificar sus propias vidas. Ante el hecho de que las burocracias públicas no dejan de crecer a expensas de la sociedad civil, “La ética de la redistribución” recrea las bases para una discusión que debe ser renovada en nuestro tiempo". (Introducción de John Gray)


Datos del Autor

Bertrand de Jouvenel (París, 1903-1987), fue hijo de un miembro de la antigua nobleza francesa de la región de Champaña y de una mujer de origen judío procedente de una familia de industriales. Luego de divorciarse, en 1912 el padre contrajo matrimonio con la escritora Colette, con quien en 1920 Bertrand comenzó un romance. El affaire, que provocó un escándalo y terminó con el matrimonio de su padre, duró hasta 1924. En 1930, De Jouvenel participó en los Cahiers Blues, la revista del Partido Republicano Sindicalista de Georges Valois. Desilusionado con la política de los partidos tradicionales, en 1934 abandona el Partido Radical y comienza a frecuentar círculos realistas y nacionalistas, en los que conoce a Henri de Man y a Pierre Drieu la Rochelle. En 1936 se unió al Partido Popular Francés de Jacques Doriot. Luego de la guerra, e influido por la proximidad de su madre con el grupo de la Monte Pelerin Society (fundado por Friedrich Hayek, Jacques Rueff y Milton Friedman, entre otros), se dedicó a la teoría económica, poniendo especial atención en las teorías del bienestar económico. De Jouvenel fue acusado de germanófilo primero, y luego perseguido por los nazis; fue un agudo detractor del socialismo, pero también un crítico tenaz del liberalismo à la Hayek. Sin embargo, el carácter controvertido de su trayectoria no ha empañado la claridad de su pensamiento.

Fragmento de la obra

Conferencia I. El ideal socialista

Me propongo examinar una preocupación predominante de nuestros días: la redistribución del ingreso.

El proceso de redistribución

En la duración de una vida, las ideas corrientes acerca de lo que se puede hacer en una sociedad por decisión política han sufrido un cambio radical. Hoy en general se considera como parte de la esfera de acción legítima del Estado, y en realidad como una de sus principales funciones, transferir riqueza de sus miembros más ricos a los más pobres. "Una maquinaria sumamente compleja se ha ido construyendo de a trocitos" para proveer beneficios monetarios, servicios gratuitos, bienes y servicios por debajo de su costo. Esa maquinaria es más voluminosa que la de la hacienda pública, por mucho que ésta se haya ampliado, como en la operación de control de la renta. Su propósito es redistribuir ingresos y en especial, según se supone generalmente, los ingresos de los ricos, reducidos por impuestos progresivos y a la vez afectados por el control de las rentas, la limitación de dividendos y la confiscación de activos.

Todo el proceso parece haber tomado impulso en este país hace exactamente cuarenta años, con el presupuesto de Lloyd George para 1909-1910, que al introducir la tributación progresiva abandonó la idea de que, para fines tributarios, igualdad implica proporcionalidad. Ese mismo canciller introdujo los primeros planes de beneficios por enfermedad y empleo. Es preciso observar que "la política de poner en práctica una distribución más igualitaria del ingreso a través de la hacienda pública" y medios complementarios, que ahora se expresa con tanta claridad como una regla de conducta, surgió del proceso mismo. No parece haber empezado como un designio grandioso. Las circunstancias, sobre todo las dos grandes guerras, y las presiones sociales, apoyadas por una fuerte emoción moral, nos han llevado gradualmente al punto en que se puede formular un propósito ético: en contra de los ideales anteriores o extra occidentales, el Occidente está adoptando rápidamente el ideal de la igualación de las rentas por acción estatal.

Nuestro tema: el aspecto ético

Hoy se está desarrollando una encendida polémica acerca de lo que se llama "el efecto desincentivador de la redistribución excesiva". Sabemos por experiencia que en la mayoría de los casos, aunque de ninguna manera en todos, los hombres son estimulados por retribuciones materiales proporcionales o incluso más que proporcionales a su esfuerzo, como por ejemplo en el caso de las horas extraordinarias que se pagan doble. Se podría afirmar que si se hace que cada aumento de esfuerzo sea menos remunerado que los que lo precedieron, y a la vez se reduce -mediante la provisión de beneficios- el esfuerzo básico necesario para sostener la existencia, el ritmo de la producción y el progreso económico se verán afectados. Por esa razón, la política de redistribución está recibiendo fuertes ataques. Sin embargo ese ataque se hace en términos de conveniencia. La crítica actual de la redistribución no se basa en que sea indeseable sino en que, más allá de cierto punto, es imprudente. Los defensores de la redistribución no niegan que hay límites a lo que se puede alcanzar si se quiere, como ellos quieren, mantener el progreso económico. Pero todo ese conflicto al que tanta importancia se da hoy es una disputa fronteriza, que no afecta a nada fundamental.

Me propongo dejar de lado ese campo de combate y aquí daré por sentado que la redistribución, por muy lejos que pueda llevarse, no ejerce ninguna influencia desincentivadora y no afecta en absoluto al volumen y al crecimiento de la producción. Lo hago para concentrar la atención en otros aspectos de la redistribución. Para algunos, esa premisa parecería eliminar la necesidad de discusión. Si no va a afectar a la producción, dirán ellos, la redistribución debe avanzar hasta su extremo de igualdad total de los ingresos. Eso sería bueno y deseable. Pero ¿lo sería? ¿Por qué lo sería? ¿Y hasta dónde lo sería? Ése es mi punto de partida.

Ocupándonos de la redistribución exclusivamente en el terreno ético, nuestra primera preocupación debe ser distinguir claramente entre el ideal social de igualación del ingreso y otros con los que está asociado a nivel sentimental, pero no lógico. Es común, pero errado, creer que los ideales de reforma social de alguna manera descienden uno de otro en forma lineal. No es así: el redistribucionismo no desciende del socialismo, y no es posible descubrir ningún vínculo, salvo el puramente verbal, entre éste y el igualitarismo agrario. Destacar los contrastes entre esos ideales servirá para aclarar mucho el problema.

La redistribución de la tierra en perspectiva

Durante miles de años, lo que se reclamaba en nombre de la justicia social era la redistribución de la tierra. Se puede decir que eso pertenece a una fase pasada de la historia, cuando la agricultura era con mucho la mayor actividad económica. Sin embargo el reclamo agrario llega directamente hasta nuestros días: ¿acaso el fin de la Primera Guerra Mundial no trajo consigo una amplia redistribución de tierras en toda Europa oriental? ¿Acaso el grito por la redistribución de la tierra no fue el principal slogan de Lenin en Rusia, aunque fue utilizado para impulsar una revolución muy diferente? Y de nuevo: ¿no deberíamos recordar que en Prusia oriental la redistribución de la tierra fue un problema importante al final de la república de Weimar, y que Brüning cayó por la misma razón que el primer Graco? Por lo tanto, no debemos ver la idea como una curiosidad arqueológica. Está con nosotros hasta hoy, en estos momentos agita a Italia y, como veremos, su fuerza surge de un sentimiento básico de ética social.

Es la idea de que todos los hombres deberían estar igualmente dotados de recursos naturales con los cuales producir (por ejemplo, ingresos) en proporción a su esfuerzo.

Se encuentra mencionada en la Biblia. En el primer caso, la tierra debe ser distribuida por parcelas y cualquier desigualdad que surja entre las propiedades deberá ser corregida en el jubileo, cuando cada persona que haya vendido tierra será restaurada en la posesión de la parte que enajenó. Ese retorno a la posición inicial cada cuarenta y nueve años impide la formación de latifundios y restaura la igualdad de las propiedades agrarias entre las familias. El ideal de las propiedades vinculadas para miembros de la familia unidos por la sangre o por el nombre, como quiera que se explique, es fundamental en la sociedad indoeuropea antigua. Con él va generalmente la práctica de la redistribución frecuente de parcelas, de acuerdo con la cantidad de miembros del grupo. Así, los reclamos de los reformadores agrarios parecen apoyarse en tradiciones muy antiguas y apelar a un sentimiento de rectitud ancestral.

La redistribución de la tierra no equivale a la redistribución del ingreso

Hay un contraste claro entre la redistribución de la tierra y la redistribución del ingreso. El agrarismo no aboga por la igualación de lo producido, sino de los recursos naturales en base a los cuales las distintas unidades se autoproveerán de productos en forma autónoma. Eso es justicia, en el sentido de que la desigualdad de las retribuciones entre unidades igualmente provistas de recursos naturales reflejará la desigualdad de sus esfuerzos. En otras palabras, así se anula el papel que desempeña la desigualdad de "capital" en la generación de retribuciones desiguales. Lo que se iguala es la provisión de "capital".

Ahora bien: la idea de eliminar la influencia del capital de las funciones que determinan el ingreso no es arcaica: corre a lo largo del pensamiento social en todos los tiempos. Cuando Marx decía que el único productor de valor es el trabajo, en realidad hacía referencia, en forma voluntarista, a un estado de cosas que parece ser intrínsecamente justo. Está bastante claro que la idea de retribuciones proporcionales a la contribución hecha era básica para los economistas clásicos. Ellos querían demostrar que ése sería el resultado de un sistema competitivo perfecto, y para ellos la distribución inicial de la propiedad siempre fue un factor perturbador.

Los socialistas con frecuencia mencionan a los reformadores agrarios como precursores suyos. No lo son, pero los dos grupos tienen en común una preocupación: ambos quieren eliminar los efectos de una distribución desigual de la propiedad.

Eso, por supuesto, no implica -ni siquiera suponiendo una dotación inicial de capital estrictamente igual- ninguna igualdad de ingresos. De todos modos las desigualdades seguirían las leyes bien conocidas de la dispersión. Si representamos en el eje de las abscisas la cantidad de ingresos, y en el de las ordenadas las unidades económicas correspondientes, deberíamos obtener la famosa campana de Gauss pero, como señala el profesor Pigou, sin la asimetría que da a esa curva la distribución desigual de la propiedad. Así, el principio agrario no es la igualdad de ingresos sino la retribución justa.

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05/05/2010 Comentarios



Redacción T21
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