CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Gonzalo Fontana Elboj

Última entrega en la que el autor apunta una hipótesis, muy razonada e interesante. En la capital del Imperio y tras la acusación de Nerón de que los cristianos eran los autores del incendio de Roma, estaba la mano de los judíos de la capital que querían desembarazarse de molestos enemigos ideológicos.

Poco después, algunos grupos se zafaron del judaísmo; y lo que es más, otros fueron directamente expulsados del mismo. Tal es el caso de los Nazarenos, según el Talmud Palestinense, tratado Berakot 28b) o de la comunidad que está detrás de Juan: «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.» (Jn 16, 2; asimismo, 9, 22; 12, 42-43). En definitiva, las primeras persecuciones anticristianas se produjeron en el propio ámbito del judaísmo y solo implicaron a las autoridades romanas cuando el asunto pasaba a mayores y daba lugar a problemas de orden público.

De hecho, la única fuente del canon que manifiesta a las claras una persecución estatal contra los cristianos es la muy tardía Primera carta de Pedro, de la que damos una breve pincelada: Tened en medio de los gentiles una conducta ejemplar a fin de que, en lo mismo que os calumnian como malhechores, a la vista de vuestras buenas obras den gloria a Dios en el día de la Visita. Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana: sea al rey, como soberano, sea a los gobernantes [...]. Pues esta es la voluntad de Dios: que obrando el bien, cerréis la boca a los ignorantes insensatos. (2, 12-15; asimismo, 1, 6-7)

Como se puede apreciar, el horizonte del texto es radicalmente distinto al de los grupos johánicos o mateanos, circunscritos todavía al ámbito de la sinagoga. Nos hallamos, más bien, ante una situación similar a la que se describe en la carta 110 de Plinio el Joven al emperador Trajano, en donde el problema cristiano ya es un asunto totalmente desligado de ninguna cuestión judía. A los cristianos se les perseguirá simplemente por serlo, es decir por aceptar el “nomen”, el nombre, de cristiano con todas su implicaciones políticas (10, 96, 2), no por formar parte de un problema judío.

Más aún, es muy probable que fueran las propias comunidades judías quienes atizaran el interés de las autoridades contra la nueva secta, desgajada del judaísmo y, desamparada, por tanto, de la protección jurídica que este le suministraba. ¿O puede haber mejor candidato para ser el autor del libellus sine auctore multorum nomina continens (“un libbelo anónimo que contiene muchos nombres” del que habla Plinio (Epístola 10, 96, 5)? De ser así, el famoso text de Tertuliano synagogas Iudaeorum fontes persecutionum (De Scorpiace 10, 10: “Las sinagogas de los judíos son una fuente de persecuciones”) sería algo más que un mero exceso retórico.

De hecho, la fecha de la carta de Plinio (ca. 112) es un claro indicio de que, en torno a la primera década del siglo II, ya había en Asia Menor muchos grupos cristianos desligados de la sinagoga, tal como evidencian las líneas finales de Hechos (28, 23-28:

Después de señalarle un día, vinieron en gran número a su posada. Él les exponía con testimonios el Reino de Dios, tratando de convencerlos acerca de Jesús a partir de Moisés y los profetas desde la mañana hasta la noche. 24 Algunos de ellos creían en sus palabras, y otros seguían incrédulos. 25Estando en desacuerdo unos con otros, se retiraron, mientras Pablo decía una sola cosa: “Con razón el Espíritu Santo habló por el profeta Isaías a vuestros padres 26 diciendo: «Ve a este pueblo y dile: Oír, oiréis y no entenderéis; mirar, miraréis , pero no veréis. 27 Pues se embotó el corazón de este pueblo y oyeron pesadamente con sus oídos; entornaron sus ojos para no ver con sus ojos ni oír con sus oídos, para no entender con su corazón y convertirse, y yo los tenga que curar». 28 Sabed, pues, vosotros que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que la escucharán”. [29 Dicho esto, se marcharon los judíos manteniendo entre ellos un gran altercado]

Dicho sea de paso, este texto es un buen indicio de las controversias que la llegada de los misioneros cristianos habría despertado en la comunidad judía de Roma: el último discurso del Pablo lucano, pronunciado supuestamente en el año 61 o 62, compendia de forma programática, con su cita de Isaías (6, 9-10), todo el sentido de la obra: el pueblo judío, sordo y ciego al mensaje de la Salvación, ha rechazado al Mesías; y, en adelante, serán los gentiles los nuevos y definitivos protagonistas de la historia. ¿Cómo no se iban a desatar controversias y altercados en la comunidad judía de Roma?

Así pues, y siguiendo con nuestro argumento, es muy probable que la persecución neroniana del año 64 fuera, en realidad, consecuencia de la presión de las autoridades sinagogales romanas, con el fin de poner fin a la inasumible sectícula de “temerosos de Dios”, los metuentes, que no solo seguían concitando tumultos a cuenta del Resucitado, como en época de Claudio, sino que, ya en estos momentos, estaban planteando la creación en la Urbe de un judaísmo paralelo y formado íntegramente por sinagogas de gentiles incircuncisos.

Y a este respecto no podemos desdeñar la existencia en la corte de Nerón de importantísimos personajes que conformarían lo que podríamos llamar un lobby judío, grupo de presión, a cuya cabeza estaría, desde luego, Popea, la esposa del Emperador, a quien Flavio Josefo caracteriza como metuente (θεοσεβὴς), que, en otras ocasiones, ya había intercedido ante Nerón a favor de los judíos ( Antigüedades de los judíos 20, 8, 11; asimismo, Tácito Anales 16, 6; Historias 1, 22). Por otra parte, cabe mencionar que en puestos muy cercanos al emperador se hallan diversos personajes de notorias afinidades judías. Tal es el caso de Antonio Félix, liberto imperial, procurador de Judea (52-58) y casado con Drusila, hija de Herodes Agripa I (cf. Hechos 24, 24).

Dicho de otra manera, habrían sido los propios dirigentes judíos de la ciudad de Roma quienes se sirvieron de Nerón para acabar definitivamente con el enojoso movimiento mesiánico-escatológico (herético y cismático) que había aparecido en su seno. El resto del relato es perfectamente conocido gracias a Tácito: Nerón tuvo que improvisar probablemente sobre algo que le venía bien ya que la plebe le acusaba del incendio de Roma. Y en ausencia de un discurso específicamente anticristiano, se vio obligado a imputarles como autores de incendio, y a aplicarles, de paso, las acusaciones habituales en el discurso antijudaico de la época, sobre todo, el “odio al género humano” que albergaban los cristianos dentro de sí (Tácito Anales 15, 44).

En ese sentido, resulta irónico que —ya por las prisas que imponían las circunstancias, ya por la propia falta de imaginación imperial— se acabara por recurrir a la batería argumental estereotipada antijudía (cf. Tácito, Historia 5, 5), para estigmatizar a los desconocidos cristianos. Sin embargo, un siglo después, Roma ya tenía una imagen muy bien construida del cristianismo y no necesitaba recurrir a su argumentario tradicional antisemita, lo cual no quiere decir que la sociedad y el Estado romanos recurrieran a la creación de un imaginario original. De hecho, este ya estaba totalmente construido, al menos desde el siglo II a. C., tal como evidencia Livio en su descripción de los nefandos ritos báquicos:

Luego reveló Híspala el origen de los misterios. En primer lugar, fue un rito sagrado de mujeres [primo sacrarium id feminarum fuisse], y no se acostumbraba a admitir en él a ningún varón. (…) Fue Pácula Annia la que varió todo, como si hubiera recibido una indicación de los dioses. En efecto, fue ella la que inició varones en las personas de sus hijos (…) Transformó el rito diurno en nocturno (…) A partir de entonces, los ritos sagrados se hicieron en promiscuidad y se mezclaron los hombres con las mujeres [ex quo in promiscuo sacra sint et permixti uiri feminis]; se produjo, por añadidura, el libertinaje de la noche [noctis licentia] y no se omitió en ellos crimen alguno o vergüenza alguna [nihil ibi facinoris, nihil flagitii praetermissum]. Las cohabitaciones de los varones entre sí eran más abundantes que las cohabitaciones con mujer. No considerar nada prohibido era entre ellos lo más importante de su religión. Los varones, como si tuvieran posesa la mente, emitían vaticinios con movimientos frenéticos del cuerpo. Las matronas, con vestiduras de bacantes (…) La muchedumbre de los devotos era ingente, ya casi otro pueblo [multitudinem ingentem, alterum iam prope populum esse] (Tito Livio 39, 13, 8-14).



A este respecto resulta esclarecedor contemplar la batería de acusaciones que realiza Frontón en el celebérrimo pasaje conservado en el Octavio de Minucio Félix (8-9):

a) Los cristianos constituyen una chusma de hombres ignorantes y, sobre todo, de mujeres supersticiosas (Qui de ultima faece collectis imperitioribus et mulieribus credulis sexus sui facilitate labentibus);

b) Se trata de un culto por completo irracional (pro mira stultitia et incredibilis audacia! spernunt tormenta praesentia, dum incerta metuunt et futura, et dum mori post mortem timent, interim mori non timent);

c) Practican ritos secretos y nocturnos (nocturnis congregationibus; latebrosa et lucifuga natio...);

d) Desprecian a los dioses y los ritos del estado (templa ut busta despiciunt, deos despuunt, rident sacra);

e) Y también al resto de los hombres (occultis se notis et insignibus noscunt et amant mutuo paene antequam noverint);

f) Se entregan a todo tipo de desenfreno sexual sin excluir el incesto (ac se promisce appellant fratres et sorores, ut etiam non insolens stuprum intercessione sacri nominis fiat incestum);

g) Practican ceremonias monstruosas (Audio eos turpissimae pecudis caput asini consecratum inepta nescio qua persuasione venerari: (...) alii eos ferunt ipsius antistitis ac sacerdotis colere genitalia...).

h) Ante semejante cúmulo de maldad, la conclusión es evidente hay que eliminar esta suerte de sociedad digna de todo vilipendio: Eruenda prorsus haec et execranda consensio.


La mera comparación del elenco de acusaciones que presentan ambos textos hace ocioso cualquier análisis: la batería argumental anticristiana estaba elaborada en Roma hacía ya más de tres siglos.

Un paréntesis: por cierto, son las mismas acusaciones que, tiempo después, formularán los propios cristianos contra sus adversarios de la heterodoxia. Baste un solo ejemplo referido contra los discípulos de Simón el Mago: «Pero sus más secretas prácticas, de las que se dice que quien las escucha queda estupefacto y [...] espantado, verdaderamente están llenas de espanto, de frenesí y de locura, y son tales que no solamente no se les puede poner por escrito, sino que ni siquiera con los labios puede un hombre sensato pronunciar lo más mínimo, por la exageración de su obscenidad y costumbres infames. Porque todo cuanto pueda pensarse de más impuro y vergonzoso queda bien superado por la abominabilísima herejía de quienes abusan de mujeres miserables y cargadas verdaderamente de males de toda índole». (Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica 2, 13, 7-8). Obsérvese cómo la descripción de Eusebio se ajusta en todo al modelo tradicional, al establecer dos campos perfectamente delimitados por el léxico: de un lado, la ortodoxia, encarnada por lo viril y prudente (ἀνδράσι σώφροσι); y de otro la herejía, que se ceba sobre infelices y corrompidas mujeres (κακῶν σεσωρευμέναις γυναιξίν), proclives por tanto al desenfreno sexual más extremado (ὑπερβολὴν αἰσχρουργίας), al éxtasis (φρενῶν στάσεως) y a la locura (μανίας).


Cierro, pues, esta nota con la ilusión de haber contribuido a clarificar un tanto las causas de la persecución neroniana del año 64; así como el proceso adoptado por los perseguidores para infamar y deshumanizar a sus víctimas, operación en la que, dicho sea de paso, no parece haber habido mejoras dignas de mención en los dos últimos milenios: nada más útil que un culpable al que atribuir nuestras calamidades; todas, claro está, salvo la de la propia indigencia mental, la cual, como ya observó Orwell, siempre acabará expresándose a través de fórmulas ortodoxas e instintos rectos y bienpensantes.

El odio, hijo siempre de la frustración, solo es capaz de manifestarse al margen de conceptos elaborados en individuos de constitución muy elemental. En cambio, cuando asienta sus reales en un grupo precisa de un discurso de aire más complejo, de un tono socialmente aceptable y, sobre todo, de una textura tranquilizadora, que, de un lado, encaje dicho discurso en los patrones que configuran las convicciones compartidas; y, de otro, libere a la masa embrutecida de cualquier sospecha respecto a sus carencias intelectuales, su falta de moral y lo arbitrario de su actuación.

O de otra manera, el odio, como todo lo humano, tiene una dimensión cultural que se plasma en discursos construidos; y como tal constructo deja sus rastros en el plano de lo diegético. Se echa de menos, pues, una historia del odio; o mejor quizás, una «histoire et culture de la haine», “historia de la cultura del odio”, en traducción no literal, que resultaría tan pedagógica como edificante.

Y en fin, si, como tantas otras veces, aquello de que el estudio de la historia nos suministra una perspectiva sumamente pesimista sobre la naturaleza humana y sus lodazales adyacentes, tampoco quiero dejar de consignar aquí que uno de los modestos consuelos del historiador, mas acaso no el menor, es, sin duda, el de saber —al igual que sabía Tito Livio impresionado y consolado por la nobleza y grandeza de otros que habían emprendido el mismo noble empeño que él, a saber hacer una historia de Roma (Prefacio 3)—, que el ejercicio de este oficio de historiador nos otorga, en unas ocasiones descubrir las malvadas tendencias de los humanos, y en otras, el privilegio de caminar en pos de individuos de muy otra calidad y en los que se evidencia, sí, su indiscutible altura intelectual, pero, sobre todo, su designio de mejorar el mundo de forma lúcida, crítica y valiente.

Saludos cordiales de Gonzalo Fontana

y de A. Piñero
Jueves, 5 de Marzo 2015

Notas

6votos
Hoy escribe Fernando Bermejo

En un post anterior señalábamos la relevancia de la obra del judío liberal Abraham Geiger, que publicó en 1864-1865 su Das Judentum und seine Geschichte (El judaísmo y su historia), en la que recogió una serie de 34 conferencias públicas, publicadas primero en la “Revista judía de Ciencia y Vida” y luego en dos volúmenes.

Una de las contribuciones importantes de Geiger fue que, a diferencia de las visiones típicas, describió a Jesús como uno de los fariseos de su tiempo. Para ello, presentó un retrato extenso del rabino del siglo I, Hillel, como un paralelo cercano a Jesús –aunque aquel, a juicio de Geiger, habría sido superior a este–. Al fin y al cabo, ¿acaso no dijo Jesús a los suyos que hicieran lo que los fariseos predicaban?

En este retrato de Jesús como fariseo, Geiger aceptó como legítimas solo aquellas enseñanzas que estaban de acuerdo con su propia visión sobre la naturaleza del fariseísmo; así, por ejemplo, las insinuaciones de que Jesús se consideró mesías eran probablemente auténticas porque otros rabinos en la antigüedad hicieron reivindicaciones similares. No obstante, la dimensión exorcista de Jesús no procedería del fariseísmo. A diferencia del tranquilo Hillel, Jesús habría poseído algunas características derivadas del extremismo religioso predominante en Galilea, una región en la que campaban las tendencias apocalípticas.

En otras palabras, el Jesús de Geiger es un fariseo cuyo mensaje estuvo teñido de (Geiger habría dicho: corrompido por) influencias galileas. Así, Jesús es presentado como un hombre que compartió las esperanzas de tu tiempo y que creyó que estas esperanzas se cumplían en él. Jesús no introdujo enseñanzas novedosas que fueran más allá del judaísmo ni derribó las barreras de la nacionalidad. En esto, Geiger siguió la senda de estudiosos judíos anteriores, y es seguido -con mayor o menor consistencia- por la investigación crítica contemporánea.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 4 de Marzo 2015
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía XI

Los ídolos son creación del hombre

Después de afirmar Pedro que Dios es padre y que debe ser amado como padre, es decir, como principio del origen de sus hijos, ratifica su opinión partiendo del origen de todas las cosas. En efecto, Dios como principio de todas las cosas, debe ser amado y adorado de manera única y definitiva. Repite de forma poco menos que reiterativamente el concepto de los ídolos, que son puramente creación de los hombres. Su existencia es obra de sus manos y de sus herramientas. Ya sean los metales, ya las diversas clases de madera o de barro, no serían nada sin el arte de las manos del hombre. El hierro es el intermediario entre la idea del artesano y la realidad de los ídolos. Pero el artesano nunca podrá añadir a sus criaturas lo que él no posee: ayudar, sanar, salvar.

Toda creación es obra de Dios

Es el Espíritu, al decir de Dios, como si fuera su mano, el que fabrica todas las cosas separando la luz de las tinieblas; y después del cielo invisible, despliega el visible, para que los ángeles de luz habiten los lugares superiores, y lοs lugares inferiores sean habitadοs por el hombre y las cosas creadas para él (Hom XI 22,3). Pues lo que debe recordar el hombre es que Dios, origen de todas las cosas, creó todo para servicio de la humanidad. Dios no solamente trajo a la existencia lo que no tenía ser, sino que puso todo en orden para facilitar al hombre una vida de abundancia y comodidad.

Para ello, Dios ordenó que el agua se retirara de la faz de la tierra, para que la tierra pudiera proporcionar frutos. Hizo también cuencas para procurar fuentes y para que aparecieran corrientes de ríos y surgieran animales, en una palabra, para poder proporcionar al hombre todos los bienes, que le proporcionan facilidades para organizar una existencia gratificante. Al servicio del hombre el sol y la luna tienen marcadas sus auroras lo mismo que sus ocasos, sus climas y sus ritmos. De la misma forma los ríos, los lagos, las lluvias y el agua como resumen están al servicio del que ha sido constituido rey de la creación. Fue la serpiente original la que introdujo errores e ignorancias con su teoría de males y pecados. La actitud histórica de la humanidad es la mayor de las ingratitudes, que lleva consigo el hecho de que la tierra haya acabado siendo un valle de penas y lágrimas.

Importancia del agua

En el canto de Pedro a la obra de Dios, tiene una memoria especial para el agua. Es el agua no sólo la más bella de las criaturas desde sus más humildes orígenes como la escarcha y el rocío hasta los océanos, sino la más útil de todas. No en vano, cuando los hombres buscan rastros posibles de vida fuera de nuestro planeta, piensan en el agua como razón para explicar o justificar la sospecha de la existencia de vida. Es una evidencia, dice Pedro, que “la causa de todas las cosas procede de las inferiores, considerando que el agua lo produce todo, el agua recibe del viento el origen de su movimiento, y el viento tiene su principio del Dios de todas las cosas” (Hom XI 24,1).

El agua del bautismo

Cuando Dios pensó en la reforma del hombre caído, recurrió al agua como medio para conseguir que el hombre volviera a su situación original de criatura hecha para la felicidad. El pecado, el error, la ignorancia tienen un freno y una nueva sumisión al poder del Creador gracias al agua. Ahora se trata del bautismo con agua y la triple invocación sagrada como puerta abierta para la entrada en la salvación eterna, elemento básico del destino del hombre y su creación original para la felicidad. El agua, pero con la compañía de las obras buenas o vida definida por las normas de la justicia.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro



Domingo, 1 de Marzo 2015
Escribe Antonio Piñero


Pregunta:


¿Qué opina de la idea de Notovich? ¿Estuvo Jesús en Cachemira?


Respuesta:


De ningún modo creo que Jesús estuviera en Cachemira. Es una hipótesis inverosímil y no tenemos pruebas en textos antiguos, cercanos a Jesús, de ella.


Pr.:

¿Cree Vd que Zoroastro existió?


R.:

No me he ocupado de ese tema. “No todos podemos todas las cosas”. Pero es de suponer, como en muchos otros casos de la historia, que sí existió. Seguro que sí. Si fuera un puro mito literario es difícil de explicar lo que ocurrió después. Pero los grandes hombres, una vez muertos, sufren un gran proceso de idealización deformante. A priori Zoroastro existió y fue idealizado/deformado positiva o negativamente. Ocurre lo mismo con Salomón: debió de existir un hijo de David, con cierto renombre. Y su figura, mitificada, sirvió de soporte a una inmensa literatura posterior, sobre todo de tipo mágico.



Pr.:


El beso existía como saludo entre hombres en la Judea del siglo I, Lucas 7-44. ¿Al respecto, el ósculo santo del N.T. al igual que el beso de Judas, se daba en la boca o en la mejilla?


R.:


Sí existía sin duda alguna el ósculo como saludo normal. Y sigue existiendo aún entre los pueblos semitas.

Y el ósculo santo, en algunos casos en la boca, y al menos en círculos gnósticos, lo tenemos atestiguado. Naturalmente era parte del rito de "iniciación" para recibir revelaciones celestiales. El amor fraterno era como un purificador espiritual que establecía una atmósfera apta para la liturgia y por tanto para la comunicación de alguna manera con la divinidad.

En “Jesús y las mujeres”, 2ª edic. Trotta, Madrid, 2014, escribo sobre el famoso pasaje del Evangelio de Felipe, copto:

La sabiduría denominada "estéril" es la madre [de los] ángeles, y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en […].

Los demás discípulos dijeron: “¿Por qué la amas más que a nosotros?”
El Salvador respondió y les dijo: “¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?”
Un ciego y un vidente, estando ambos a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras.
El Señor dijo: "Bienaventurado el que es antes de llegar a ser, pues el que es, ha sido y será” ( Evangelio de Felipe 63, 30 – 64, 5).


El hueco (señalado por […]) que hay en el manuscrito suele ser suplido por los investigadores con la palabra “boca”, o bien con “mejillas” o “frente”, pues las tres palabras en copto caben en la laguna del texto. En nuestra opinión, con otros muchos, es más verosímil “boca” (Jesús besaba en la boca a María Magdalena), por comparación con otros textos en Nag Hammadi. Por ejemplo, en el Segundo Apocalipsis de Santiago, mencionado en el capítulo anterior, p. 56,10-20 (BNH III 107). Habla Santiago:

Jesús me besó en la boca y me abrazó diciendo: Amado mío, he aquí que voy a revelarte cosas que los cielos no han conocido, como tampoco los arcontes .


El Primer Apocalipsis de Santiago dice en 31,3-7:

Y el Señor se le manifestó. Detuvo, pues, (Santiago) su oración, lo abrazó y lo besó, diciéndole: Rabí, te he encontrado” (BNH III 91)


Y en el Evangelio de Felipe se lee:

Los perfectos conciben mediante un beso y engendran. Por ello nos besamos unos a otros, recibiendo la concepción por la gracia mutua que hay entre nosotros (59,1-5: BNH II 31).

A tenor de los textos mencionados, es lógico sostener que –al parecer- el pasaje restaurado del Evangelio de Felipe decía claramente que “Jesús besaba en la boca a María Magdalena”. Ahora bien, también parece absolutamente claro por los mismos pasajes aducidos que el beso en la boca –el “ósculo sagrado”- era el signo primero de un rito de iniciación especial en la sabiduría revelada. Los gnósticos comenzaban su liturgia iniciática con un ósculo. El besado era digno de especial amor por parte del Revelador no por una relación sexual (¡impensable con Santiago!), sino por ser discípulo fiel y recipiendiario de una revelación especial.

Por tanto, de la frase “Jesús besaba en la boca a María Magdalena” no se sigue necesariamente, según los gnósticos, que Jesús tuviera relaciones sexuales con esta mujer. Al parecer, tendríamos de nuevo en grado excelso la relación Maestro / discípulo perfecto no referida en este caso a Salomé, sino a María Magdalena. Empezamos a entrever ya que el sentido podría ser similar a lo que en el capítulo pasado expresábamos acerca del dicho 61 del Evangelio de Tomás: María Magdalena, como también Salomé, podrían ser “pareja” espiritual del Salvador por la comunicación de la sabiduría, pero no una pareja carnal con la que se mantienen relaciones sexuales.

Pr. :

Sobre Flavio Josefo, ¿podría darse la circunstancia de que el comentario que hace
él mismo sobre Jesús no sea una interpolación posterior claramente interesada? Me gustaría que me aclarase este respecto.


R.:

En este mismo Blog, el Dr.Fernando Bermejo ha escrito largamente sobre el Testimonium Flavianum. Búsquelo, por favor, con el buscador del Blog mismo. Utilice una sola palabra, por ejemplo "Flavianum"

En líneas generales puede decirse que el Tes. Flav. sí es interesado y que está interpolado por escribas cristianos. Pero eliminadas las interpolaciones (y se ha trabajado mucho sobre ello, especialmente estudiosos judíos) queda un texto negativo sobre Jesús colocado en una serie de personajes funestos para el pueblo judío. Imposible que los cristianos inventaran eso.

Además en el libro XX de las Antigüedades de los judíos, al principio hay un testimonio sobre la muerte de Santiago hermano del llamado Cristo por sus seguidores. También parece imparcial.

Y Pablo en Gálatas 1-2 habla de Santiago el hermano del Señor en sentido físico. Parece imposible que Pablo no supiera que Jesús era un puro mito literario.



Pr.:

Algunas religiones cristianas dicen que jehovah es el padre de jesus y otras dicen que son el mismo , me encantaria conocer tu opinion ?


R.:

Para responder es necesario que le aclare que Jehová y Yahvé son lo mismo. Y que naturalmente Yahvé es el Dios de Jesús, el Dios del Antiguo Testamento, el Dios de los cristianos.

Jehová es Yahvé, y como le digo el Dios Altísimo del Antiguo Testamento. J/Y son diferencias de grafía. /h/ y /v/ son las mismas consonantes. Las lenguas semíticas suelen escribir solo las consonantes (más un par de vocales a lo sumo) y el resto de las vocales ha de suplirlo el lector. A lo largo de los siglos la vocalización de Yahvé varió (consulte un diccionario de la Biblia, si le es posible). Pero en el siglo I parece que quizás se pronunciaba con las vocales /a/ -/e/. Y como estaba prohibido pronunciar el nombre de Dios (sólo lo decía una vez al año el sumo sacerdote, en el Santo de los santos, y en voz muy bajita), se utiliaba con las consonantes de Yahvé una vocalización diferente para no incumplir el precepto. Jehová corresponde a Elohá (que ya no viene de Yahvé, sino de ’EL y por tanto más usable), que significa también “dios” en hebreo.

Todo esto viene cuento para decirle que Yahvé y Jehová son lo mismo. Ahora su pregunta es sencilla de responder: Yahvé es el “padre” de Jesús, al igual que un cristiano dice que Yahvé/Dios es su padre. Y el que crea que Jesús es Dios, le dará al título de Padre un significado más pleno, óntico, esencial.

Y jamás Yahvé y Jesús son lo mismo. Aun en el caso de que se considere Dios a Jesús (plenamente en la cristiandad común desde el Concilio de Nicea, que precisó su naturaleza, 325 d.C.), uno es el Padre y otro es el Hijo. Son dos personas distintas dentro de la divinidad, aunque sean igualmente Dios porque tienen la misma naturaleza divina.



Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com

Domingo, 1 de Marzo 2015
Hoy escribe Gonzalo Fontana

De lo que se dijo en la postal anterior se deduce que el interés inicial de Roma por los cristianos surgió precisamente de las denuncias de los dirigentes de las sinagogas locales, alarmados por querellas y reyertas a cuenta del mesías resucitado. En este momento es evidente que los cristianos de Roma no eran un grupo propio segregado del judaísmo. Es posible interpretar en este sentido un conocido pasaje de Pablo en 1 Corintios. Dice así:

Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos? [...] Y cuando tenéis pleitos de este género ¡tomáis como jueces a los que la Iglesia tiene en nada! Para vuestra vergüenza lo digo. ¿No hay entre vosotros algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos? Sino que vais a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles!» (6, 1-6)

En este testimonio de Pablo, cuando él habla del horror que siente si los seguidores de Jesús dirimen sus cuestiones judiciales en tribunales paganos y no en tribunales internos, late una disposición ya tradicional de los judíos, evidentemente sectaria, de guardar sus trapos sucios en casa (el pueblo elegido no debe mostrar sus vergüenzas fuera), pero es posible también interpretarlo, y con razón, como que serían los propios cristianos los más interesados en pasar desapercibidos y no ser detectados por el Imperio como que estaban fuera del ámbito de la sinagoga.

Semejante actitud revela también el miedo a que las eventuales rencillas internas pudieran atraer la atención de las autoridades romanas sobre una comunidad que, en esos momentos, se hallaba en una situación muy ambigua respecto al judaísmo. Pero es de suponer que en donde se estableciera un grupo de conversos a la fe en Jesús se producirían los inevitables altercados, en los que las autoridades tendrían que intervenir para evitar que las cosas llegaran a mayores.

¿Qué alcance tuvieron las disposiciones imperiales cuando las hubo acerca de los alborotos entre judíos y judeocristianos? En principio hay que responder que tuvieron poco y que la disposición del gobierno omano fue más bien de paciencia contemporizadora. Tres décadas antes, Tiberio había actuado de forma drástica al deportar de Roma a 4000 judíos, como afirma Tácito en sus Anales 2, 85. Sin embargo, en esta ocasión --de la que habla Suetonio (Chresto era el causante de los disturbios) y que estamos tratando ahora-- el decreto imperial debió de ser mucho más moderado. Esto lo sabemos de un lado, porque la Carta a los Romanos (compuesta hacia 58 y en contraste con el libro de los Hechos) no menciona ninguna expulsión de judíos o judeocristianos, ni da a entender la existencia de ninguna situación de peligro para el grupo. De otro, porque, en contraste con el relato de Suetonio, el historiador Dión Casio ofrece una versión bastante distinta del acontecimiento de la expulsión de judíos y judeocristianos de Roma. Su versión dice así:

Por lo que concierne a los judíos, que de nuevo se habían multiplicado en número tan grande y que por razón de su multitud difícilmente podían ser expulsados de la ciudad sin provocar un tumulto, él [Claudio] no los desterró sino que les prohibió tener reuniones, aunque continuaran con su tradicional estilo de vida. Él disolvió también las asociaciones que Gayo [Calígula] había autorizado nuevamente (Historia de Roma 60, 6, 6)

Por tanto, parece ser que el decreto de Claudio solo se habría centrado en expulsar de Roma a aquellos elementos conflictivos, entre los cuales, sin duda, estarían quienes causaron los disturbios, es decir, los que hemos interpretado como judeocristianos que apelaban a las apariciones del Resucitado para defender que Jesús era el mesías. Y entre ellos, había un matrimonio de judíos conversos a la fe en Jesús, llamados Áquila y Priscila, de cuyas andanzas sabemos gracias a un pasaje de Hechos de los apóstoles (18, 1-2), texto que, aunque refrenda la versión de Suetonio —se habría expulsado de Roma “a todos los judíos”--, es posible que no refleje la realidad. De hecho, lo más probable es que la versión de Dión Casio se ajuste más a la verdad, pues expulsar a todos los judíos y judeocristianos de Roma habría supuesto un movimiento de una masa considerable de personas. Por más que el poder romano exhibiera la voluntad de acabar definitivamente con estos conflictos, el alcance de la medida habría sido limitado y solo habría afectado a los agitadores más dinámicos y activos entre los que debían estar los posteriormente amigos de Pablo Áquila y Priscila.

Por otra parte, el texto de Dión Casio ofrece una noticia de capital interés: Claudio «disolvió también las asociaciones que Gayo había autorizado nuevamente». Esto es, el poder romano identificó la causa de los problemas que estaban aconteciendo en las sinagogas de la Urbe con la existencia de unas asambleas que escapaban tanto al control del Estado como al de la propia judería de la ciudad. Tengamos en cuenta que la “Lex Julia de Collegiis”, es decir la que controlaba las reuniones de cualquier tipo en Roma, era muy severa. Se necesitaba el permiso de la autoridad para que se reunieran lícitamente más de 10 personas en una asociación. Los judíos estaban exentos de esta ley por privilegio imperial (en las sinagogas se reunía mucha gente, que variaba continuamente debido al buen número de visitantes). Así pues, lo que debió de hacer Claudio fue restringir –por miedo a más altercados— el permiso de reunión, expulsando solo a los más señalados como alborotadores (judeocristianos).
Hacia el 58, ya en el reinado de Nerón se había suavizado, u olvidado voluntariamente ese decreto de Claudio (¿quizás por influencia de la mujer de Nerón, Popea, que era muy projudía?), y así vemos cómo la comunidad cristiana de Roma en tiempos de Pablo estaba ya bien formada y relativamente tranquila. Y si bien contaría con algunos elementos judíos, estaría compuesta mayoritariamente por gentiles (Romanos 2, 25-29), esto es, por “temerosos de Dios” de los que orbitaban en la periferia de las sinagogas.
Pero, a los ojos de los judíos, podría considerarse que esta comunidad judeocristiana de Roma aspiraba a constituirse como una auténtica sinagoga. En rigor, se proclamaba como el auténtico “Israel de Dios”, una nueva “familia de Dios” compuesta de judíos y paganos todos conversos a la fe en Jesús mesías (cf. Rom 11, 11-18). Ahora bien, esta situación resultaba inasumible para la inmensa mayoría de los judíos increyentes.

Por tanto en este momento de la vida de Pablo la posible fama contra los “cristianos” se reducía a que eran alborotadores y causantes de desórdenes públicos dentro del movimiento judío, y en este período inicial toda la acción del Estado hacia el movimiento cristiano se centraba en él en tanto que asunto judío. Y lo que es más, si hubo alguna voluntad de persecución inicial, esta se produjo en el propio ámbito del judaísmo. Mientras no se alterasen la paz cívica y el orden público, el gobierno romano dejaba que fueran las propias comunidades judías las que solucionasen sus propios conflictos internos. Así se explica también –para tiempos del emperador Claudio-- que en el año 41 este emperador decida no intervenir en el fondo del asunto de los gravísimos enfrentamientos acaecidos en Alejandría entre griegos y judíos:
“En cuanto a quienes fueron responsables de los disturbios y motín, o mejor dicho, (…) de la guerra contra los judíos (…) no quiero investigarlo a fondo, a pesar de que conserve una indignación inmutable contra [los griegos] quienes iniciaron de nuevo el conflicto. (…) Conjuro de nuevo a los alejandrinos a que se comporten con mansedumbre y amabilidad con los judíos (...) y a que no profanen ningún acto del culto acostumbrado de su dios (…). A los judíos, por su parte, les ordeno sin ambages que no traten de obtener más ventajas de las que antaño tuvieron. (…) Si desistiendo de esta conducta unos y otros, os avenís a vivir con mansedumbre y amabilidad mutua, yo por mi parte consagraré a la ciudad la mayor atención…” (“Carta de Claudio a los alejandrinos” conservada en el Papyrus London 1912, publicada en español en la traducción de Luis Gil, de la obra de Johannes Leipoldt y Waltr Grundmann , El mundo del Nuevo Testamento, II, Cristiandad, Madrid 1973, 267-268).

Es muy posible que fuesen los propios cristianos los primeros interesados en no atraer sobre sí la atención gubernamental; y, seguramente, preferirían mantener su misión evangelizadora en un contexto político estrictamente judaico reduciendo los eventuales conflictos a un nivel meramente disciplinar (cf. 2 Corintios 11, 24: “De los judíos recibí cuarenta menos uno”), idea que se confirma plenamente a partir de otra sentencia de Pablo conservada en Romanos 12,14: «Bendecid a los que os persiguen. No maldigáis» que evoca palabras similares de Jesús. Compuesta a fines de los años 50, el breve texto paulino de Romanos, es, sin duda, la referencia más antigua que poseemos sobre la cuestión: hay quienes están persiguiendo a los creyentes en la nueva fe. Y los perseguidores no pueden ser sino los propios judíos, lo cual se echa de ver por la amabilidad y el cuidado con los que, en los siguientes párrafos, se alude a las autoridades estatales, las cuales, de momento, serían en todo caso la única protección que tienen ante los ataques procedentes del lado judío. Así se explica, en parte, que en el siguiente capítulo de Romanos Pablo exhorte a obedecer en todo a las autoridades imperiales:

1 Sométase toda alma a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo Dios, y las que existen, por Dios han sido ordenadas. 2 De modo que quien resiste a la autoridad se rebela contra la ordenación divina, y los rebeldes recibirán sobre sí mismos la condenación. 3 Pues los magistrados no son de temer para la obra buena, sino para la mala. Y ¿quieres no temer a la autoridad? Obra el bien y tendrás de ella alabanza, 4 pues para ti es un ministro de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva la espada: pues es un ministro de Dios vengador para la ira contra el que obra el mal. 5 Por tanto, es preciso someterse, no sólo por la ira, sino también en conciencia. 6 Por esto, pues, pagáis los tributos; pues son servidores de Dios ocupados asiduamente en eso. 7 Devolved a todos lo que se debe: a quien tributo, tributo; a quien aduana, aduana; a quien temor, temor; a quien honor, honor (Rom 13,1-7).

De hecho, no se puede pedir mayor obsecuencia hacia la autoridad imperial. Esta es la mejor de las pruebas para indicar que las primeras persecuciones que padecieron los cristianos se encuadraban en el propio ámbito judaico, el espacio natural al que, de hecho, estos pertenecían. Un texto de los Evangelios lo confirma. Son palabras puestas en boca de Jesús por un profeta cristiano que habla en nombre de Jesús, pues reflejan claramente tiempos posteriores al Maestro:

Por eso, he aquí que yo envío a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. (Mt 23, 34 [cf. Mt 5, 12]) .

Obsérvese cómo el texto transcrito se mueve dentro de una controversia estrictamente intrajudía: el Bautista y el propio Jesús sirven de modelo martirial a quienes han de sufrir persecución en el marco de la sinagoga. Con todo, su autor también se hace eco de una incipiente atención de las autoridades romanas sobre el grupo cristiano, aunque el evangelista no describe en ningún momento la acción de las autoridades gubernamentales en términos de violencia y, mucho menos, de muerte. Insistimos, pues, en la idea de «incipiente atención»: la violencia procede del poder sinagogal, prueba de que, todavía a fines del siglo I, muchos grupos cristianos, al menos la comunidad mateana, están todavía encuadrados en el judaísmo y sometidos, por tanto, al control social de la propia comunidad judía. Así, ya en los años 50, Pablo reprochaba a sus destinatarios de Galacia que se circuncidaran para escapar a la persecución de las autoridades judías (Gál 6, 12).

Seguiremos, y veremos que esta situación va a cambiar cuando los judeocristianos y paganocristianos se vayan apartando poco a poco de la sinagoga y queden expuestos por sí mismos a los ojos del poder imperial.

Saludos de Gonzalo Fontana
y de A. Piñero
Viernes, 27 de Febrero 2015
Escriben Antonio Piñero y Gonzalo Fontana

Quiero dedicar una pequeña serie al tema de las persecuciones a los cristianos en la Antigüedad, de la mano de dos excelentes artículos publicados por eruditos colegas. El primero es de Gonzalo Fontana, Profesor de Lengua latina de la Universidad de Zaragoza, pero que ha escrito mucho sobre cristianismo primitivo (queda aún pendiente una reseña sobre su libro sobre el Génesis del Cuarto Evangelio, lleno de hipótesis muy interesantes, que debo madurar más tiempo), titulado “Christianos ad leonem”, y otro del Prof. de Historia Antigua, Raúl González Salinero, de la UNED, con el título “Los primeros cristianos y la damnatio ad bestias: una visión crítica”.

Sin duda alguna, ser cristiano hoy día es muy peligroso allí donde gobierna el fanatismo islámico. El cristianismo es, sin duda también, la religión más perseguida, y con saña, hoy día. Lo malo es que se ven pocos remedios. Alguien podría decir que son los islamistas moderados, la mayoría, los que deben parar esta tremenda anomalía del siglo XXI –la persecución religiosa--, pero el argumento es escasamente viable ya que los fanáticos islámicos causan un número igual de víctimas, y en algunos caso superior, entre los propios musulmanes que no aceptan sus presupuestos. Por tanto los fanáticos no son fácilmente convencibles, ni aun por los suyos.

Por otro lado, y ateniéndonos a la antigüedad, el cristianismo perseguido, desde sus mismos comienzos en casos aislados, supo aprovechar muy hábilmente esa persecución para aureolar con el prestigio de la entereza y del consecuente martirio la valía de su fe. El argumento era claro: maravillosa debe de ser la fe de esas personas que están dispuestas a dar hasta su vida por defenderla, convencidos de su que su premio es maravilloso. Sin embargo, los estudios históricos demuestran que el número de persecuciones estrictas y generales al cristianismo por parte del Imperio no comienzan hasta el 251 con el emperador Decio y que duran, con intermitencias hasta el 302, año en el que concluye la persecución más terrible y mejor planeada que fue la de Diocleciano. Los estudios de las Actas de los mártires, de los Padres de la Iglesia que hablan de las persecuciones y del martirologio romano, que iba recogiendo los nombres de mártires de la Iglesia universal, llevan a pensar que el número de cristianos realmente condenados a muerte y ejecutados en casi trescientos años de vida no superó el millar.

Me parece interesante, pues, e ilustrativa examinar esta cuestión. Y en primer lugar voy a abordar, sirviéndome de las palabras del Prof. Fontana, las posibles causas de que relativamente pronto (hacia le época del emperador Marco Aurelio muerto en el 165, si no me equivoco) alcanzaran una mala fama los cristianos que le iba a perjudicar durante más de un siglo.
El artículo de Gonzalo Fontana –del que voy a presentar un resumen con sus propias palabras-- lleva un “motto” o encabezamiento que es la versión antigua, de Tertuliano, del dicho italiano, “Piove, piove. Porco governo!”: “Llueve, llueve. Maldito gobierno (que es el culpable)”. Dice así Si Tiberis ascendit in moenia, si Nilus non ascendit in arva, si caelum stetit, si terra movit, si fames, si lues, statim ‘Christianos ad leonem’ adclamatur. (Apologético 40, 2) “Si el Tíber sobrepasa los muros, si el Nilo no inunda (y fertiliza) los campos, si se detiene el cielo, si se mueve la tierra, si hay hambre o plagas, todos gritan: ‘Los cristianos a los leones’”.
No hay recurso más socorrido y decantado que el de buscar un culpable para los males que afligen a una sociedad; y mejor todavía si se logra dar con un chivo expiatorio imaginario antes que con su causante real, si lo hubiere. Tal como certificaba Tertuliano, hacia el 200, Roma ya tenía perfeccionado el arte de armar en la mente de un pueblo una idea mala y muy concreta de los enemigos del género humano.
Sin embargo, antes no había sido así, o al menos habían surgido muchas dudas. Menos de un siglo antes, hacia el 110, Plinio el Joven manifestaba sus vacilaciones ante Trajano en algunos temas judiciales, en concreto acerca de que no sabía cómo actuar en la acusaciones contra los cristianos, ya que nunca antes había instruido un proceso contra ellos, Al fin y al cabo, “No había encontrado en el cristianismo más que una mala superstición (Epistola 10, 96, 8).
Tácito, por su parte tilda también al cristianismo de innoble superstición, pero no deja de consignar la inocencia de los cristianos en el incendio de Roma; y destaca sobre todo la compasión de la multitud que asistió al sórdido espectáculo de sus tormentos achacando toda la culpa a la crueldad de una persona, el emperador Nerón (Anales 15, 44). Compuestos a principios del siglo II, estos dos textos, de Plinio y de Tácito, evidencian la perplejidad de una sociedad que sabía muy poco de los cristianos y que, por tanto, no había elaborado todavía un corpus coherente de imágenes hostiles contra ellos.

Unas décadas después, el ecuánime Marco Aurelio, ya tiene una representación negativa de los cristianos perfectamente construida (Meditaciones 11, 3; asimismo, Epicteto. Discursos 4, 7, unos años antes): eran obstinados, fanáticos e irreflexivos. A esta idea se añadían los espantosos rumores de uniones sexuales perversas y de cenas en las que se ingerían niños pequeños previamente descuartizados y cocinados. Eran tan fuertes estas maledicencias que un personaje ilustrado como Frontón, maestro del cristiano Minucio Félix (que vivió entre los años 150-270), en un perdido opúsculo anticristiano, las asume totalmente como cuenta el mismo Minucio en su obra Octavio 8-9.

Parce claro que el odio a los cristianos fue el producto de una construcción social fraguada durante el s. II y desarrollada en una dinámica de mutua interacción entre las truculentas fantasías de la plebe y la reflexión de los polemistas paganos ilustrados. Y desde luego esta pésima fama puede ya explicar por qué un cristiano como Tertuliano se defienda, y entre otros argumentos exhiba la maravilla de entrega y de pureza que era el martirio, un hecho tan fantástico que “era semilla de nuevos cristianos”.

Antes de la primera operación difamatoria de Nerón, hubo ya toda una campaña anticristiana, larvada y de hecho poco conocida, cuyo estudio puede alumbrar las razones que impulsaron a ese emperador para tomar como chivo expiatorio del incendio de Roma (no se sabe ni siquiera si lo impulsó él mismo, como tantas veces se ha afirmado, o si fue fortuito) a los cristianos. El primer indicio de una atención hacia los cristianos, y no precisamente positiva, por parte de la policía del Imperio, fue el invento de la palabra misma christi-anus, en la ciudad de Antioquía, según Hechos de los apóstoles 11,26. Se trata de una acuñación de un vocablo griego christós “ungido” y de un sufijo latino –anus. No parece posible que los cristianos, que eran de lengua griega, acuñaran para sí esa palabra mixta. El cristiano era, pues, para la policía de Antioquía –probablemente—un mesianista, un posible revoltoso porque creía en un rey mesiánico, ajusticiado ya por Roma, que fue un individuo peligroso. Por tanto, sus seguidores eran, al menos, potencialmente peligrosos.

Si nos trasladamos al reinado del emperador Claudio (41-54), podemos hallar una primera noticia relativa a la atención del poder romano hacia el incipiente movimiento de los cristianos. El texto es muy conocido y universalmente citado: Iudaeos, impulsore Chresto, assidue tumultuantes [Claudius] Roma expulit. (Suetonio, Vida de Claudio 25, 4): “Claudio expulsó de Roma a los judíos a causa de sus continuos tumultos impulsados por un tal Chresto”.

Esta brevísima cita de Suetonio no ofrece apenas información acerca de las circunstancias de esta primera y desconocida expulsión de Roma de judíos y de judeocristianos, puesto que en estos momentos el Imperio no podía distinguir entre ellos. Pero una lectura atenta puede ayudar a reconstruir la realidad que se esconde tras esta escueta referencia del historiador romano.
Según parece, para Suetonio se trataba de un individuo vivo todavía en época de Claudio, Jesús de Nazaret, el “Cristo” (según la mayoría de los intérpretes), error que se debería a una confusión originada en la propia predicación cristiana, tal como se puede atisbar en las palabras que Hechos atribuye a Festo, procurador de Judea en época de Nerón:

“El procurador Festo expuso al rey Herodes Agripa I el caso de Pablo diciendo: “Hay aquí un hombre que Félix, el anterior procurador, ha dejado en prisión. 15 Cuando yo estaba en Jerusalén, lo acusaron los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, solicitando contra él una sentencia condenatoria. 16 Yo les contesté que no es costumbre entre los romanos entregar a ningún hombre antes de que el acusado tenga delante a sus acusadores y obtenga la opción de defenderse de la acusación. 17 Cuando ellos llegaron allá, me senté sin ninguna dilación en el tribunal y mandé que trajeran al hombre. 18 Se colocaron a su alrededor sus acusadores, pero no presentaron acusación alguna de los delitos que yo sospechaba, 19 sino que tenían contra él algunas cuestiones sobre su propia religión y sobre un cierto Jesús, ya muerto, del que Pablo decía que estaba vivo”.

Lo importante del texto es la afirmación de que Pablo creía rotundamente que Jesús está vivo. Estamos en el caso de un cristianismo muy primitivo en el que se creían que abundaban las apariciones del Resucitado Jesús (1 Corintios 15-38). Ya en una fecha muy antigua, habrían llegado a Roma algunos desconocidos misioneros-visionarios que predicaban a un Jesús vivo --¡y que era el mesías!-- entre los judíos de Roma (eran muchos los judíos de la Capital y parece que había al menos diez sinagogas).

Estos misioneros judeocristianos desatarían con sus visiones la animadversión de no pocos judíos de Roma, que naturalmente no les prestaban crédito. Se produjeron, pues, alborotos y controversias en aquella populosa judería. Los altercados generados por las prédicas de esos misioneros visionarios, judeocristianos, pudieron muy bien saldarse, en ocasiones, con la correspondiente tanda de azotes (cf. 2 Corintios 7, 25); y, otras veces, con una denuncia ante las autoridades romanas (Hechos 18, 12-16).

Ya tenemos aquí la causa y el porqué las autoridades de la Capital, celosas del orden, se pusieron a indagar y pronto encontraron que los causantes de los disturbios en la judería era la creencia de que un tal Chresto (= casi seguramente a Cristo), que estaba vivo, era el promotor de esos disturbios. Para las autoridades los causantes eran unos pocos (judeo)cristianos. Y así debió de empezar la mala fama de revoltosos dentro del Imperio que posteriormente se circunscribiría, con mayor precisión no en los judíos, sino en los judeocristianos, o simplemente entre los cristianos.

Seguiremos
Saludos de Gonzalo Fontana
y de Antonio Piñero
Miércoles, 25 de Febrero 2015
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía XI

Encantar a la serpiente

Como dice la Escritura, la vida del hombre sobre la tierra es una especie de estado de guerra (Job 7,1). Una guerra entablada entre la serpiente tentadora y el hombre y su libre albedrío. La serpiente tiene sus estrategias de acuerdo con su natural habilidad, ya que la Biblia la define como la más astuta de todas las bestias del campo (Gén 3,1). El primer enfrentamiento, desarrollado en el ambiente del Paraíso, acabó con una victoria completa a favor de la serpiente tentadora. Con su estrategia derrumbó el estado de felicidad de nuestros primeros padres. Se acabó el paraíso de las delicias y tomaron asiento en la sociedad humana el pecado, los males y la muerte.

Ahora Pedro aconseja a la humanidad la respuesta correspondiente a las habilidades de la enemiga del género humano, que sigue oculta en el interior del hombre. Es preciso oponerse a ella y a sus planes según los consejos de los apóstoles. En vista de los miles de lazos que tiende al hombre para provocar malos razonamientos y dificultades, con mayor razón debe el hombre oponerse a ella y escuchar asiduamente las enseñanzas de sus maestros. Conviene, pues, que los que han sido gravemente engañados, se reúnan para conocer de qué manera es preciso encantarla. Porque de otro modo es imposible. Pedro emplea la palabra “encantar” y “encantamiento”. Es como responder con las mismas armas de la serpiente, que Pedro explica y aclara.

Concepto de encantar a la serpiente

“Cuando hablo de “encantar”, quiero decir oponerse a sus malos consejos con vuestro razonamiento, recordando que en el principio introdujo la muerte en el mundo con la promesa de conocimiento” (Hom XI 18,2). El gran argumento empleado por la serpiente en el Paraíso fue precisamente la promesa de hacer de Adán y Eva como dioses conocedores del bien y del mal. La estrategia de la serpiente tiene un alto componente de engaño y mentira, que el Profeta Verdadero se encarga de desvelar proponiendo el conocimiento en vez del error. Para ello lanza sobre los que viven sobriamente como un fuego destinado al seductor, una ira similar a una espada. Prolongando el discurso, destruye la ignorancia con el conocimiento, cortando, como quien dice, y separando los vivos de los muertos.

El conocimiento es principio de unidad

Cuando la maldad estaba extendida por toda la tierra, la guerra lo dominaba todo. La solidaridad humana era vencida por la separación de los padres incrédulos de los hijos amantes de la salvación. Lo mismo sucedía entre las hijas y las madres, los amigos y los compañeros. Pedro responde al absurdo de tales separaciones diciendo que es justo que se separe el que quiere salvarse del que no lo quiere, sino que quiere perecer y hacer perecer a otros. Pero los que son sensatos no quieren separarse, sino convivir y ayudarse con la presentación de las cosas mejores. De ahí que los incrédulos, que no quieren escucharlos, les hacen la guerra separándolos, persiguiéndolos, odiándolos. Los que sufren estas cosas, compadeciéndose de aquellos que están sufriendo las insidias de la ignorancia, oran mediante la doctrina de la prudencia por los que preparaban males contra ellos, pues saben que la ignorancia es la causa de su pecado (Hom XI 20,3).

El amor a Dios es amor al Padre

Una de las cosas que el hombre debe saber es que Dios es padre. En consecuencia, debe Dios ser amado lo mismo que amamos a nuestro padre. Ahora bien, los padres son básicamente “Los autores del origen”. Por eso amamos y respetamos a nuestros padres. Pero Dios es el autor supremo de nuestro origen, por lo que tenemos el sagrado deber de respetarle, venerarle y amarle sobre todas las cosas. El que los hombres no honren a Dios como autor de su origen no tiene excusa. Ni siquiera por el hecho de que a Dios nunca lo ha visto nadie.

¿Por qué, pues, dais culto a seres insensibles? -pregunta Pedro-.Y qué? Si era difícil para vosotros saber qué es Dios, sin embargo, no podíais dejar de saber lo que Dios no es, como para comprender que Dios no es madera, ni piedra, ni bronce ni cualquiera otra cosa hecha de materia corruptible. ¿Acaso no han sido cincelados con hierro, y el hierro que los ha cincelado no ha sido ablandado por fuego, y el fuego no se apaga con agua? ¿Y no tiene su movimiento el agua por el viento, y el viento no tiene su primer impulso de Dios que todo lo ha creado?

Termina Pedro su argumentación contra la idolatría afirmando solemnemente que los ídolos no son otra cosa que una creación de los hombres, pura materia sin capacidad ni para ayudar a los débiles ni, mucho menos, para conceder la salvación eterna.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro



Domingo, 22 de Febrero 2015
Escribe Antonio Piñero


Pregunta:

¿Qué se puede leer sobre quiénes se consideraban 'hijos de Abraham' y de dónde puede haber salido que los espartanos también eran considerados tales por I Macabeos 12, 21?

He leído en Herodoto una antigua tradición que afirmaba que los espartanos provenían de Egipto pero no me parece que ésto esté relacionado con aquello. Por otro lado pareciera que más corresponde a los hebreos llamarse 'hijos de Jacob' que del antiguo legendario patriarca de dudosísima historicidad. Tanto más cuanto que, al menos en los evangelios, parece denominarse con esta etiqueta a los solos judíos.

Otra pregunta: ¿por qué, siendo tan importante la filiación ‘davídica’ para reivindicar uno de los papeles de Jesús, ella no cuenta para nada en la legitimación de la familia herodiana que, cuanto mucho pretenden realizar alianzas matrimoniales con los asmoneos, de procedencia levítica? Estos mismos tampoco dan la más mínima importancia, al menos en sus libros propios y los de Josefo, a ninguna herencia dávída.

Otrosí: da la impresión que datar la redacción última del Pentateuco y Jueces en la época de Josías o Ezequías es excesivo. Ambos reinaban sobre un territorio irrisorio y de ninguna manera podían ni hubieran querido reivindicar la extensión de los famosos territorios de las doce tribus. Ello parece más propio de los asmoneos –que con Jueces justifican su salvajismo conquistador- y sus libros de Samuel, Reyes y Crónicas. Daría la impresión que una redacción tan cuidada de los libros sagrados solo puede haberse producido durante el dominio fariseo del reinado de Salomé Alejandra. Un mapa del dominio de este largo reinado y el atribuido a Salomón parecen coincidir perfectamente. Por otro parte el personaje inventado de Salomón –con tradiciones seguramente antiguas y de varias proveniencias- no deja tener analogías con lo que se decía de Salomé, reina ‘sabia’ y ‘pacífica’. La misma etimología de sus nombres es también bastante sugerente. Nombre que, buscando en las concordancias, no aparece en ningún libro excepto los históricos y en alguno tardío sapiencial.


Respuesta:

1: Le aconsejo que lea un buen Comentario a 1 Macabeos en la biblioteca de algún Seminario o Facultad de Teología, que abordará con toda seguridad el tema. Es totalmente legendario, por otra parte.

2: La familia herodiana y sus orígenes era demasiado conocida como para construir su prestigio en una burda mentira. Los padres de Herodes el Grande eran Antípatro, idumeo, de Edom, el tradicional enemigo de Israel, forzado a convertirse al judaísmo en 109 a.C al ser conquistados por Juan Hicarno I, quien, sin embargo, les permitió quedarse en el país con la condición de que se hicieran judíos. Y su madre, Cipro, era una árabe nabatea. Su prestigio procedía del derecho de conquista y de haber logrado de facto un reino mayor incluso que el de David. Herodes se proclama sucesor de David sólo en el terreno de la realidad política.

3: En apariencia su hipótesis es sugerente. Pero imposible. El Pentateuco hebreo empezó a traducirse hacia el 270 en tiempos de Ptolemeo II Filopátor, siendo su bibliotecario, Demetrio de Fálero. Tenemos textos de Qumrán del Antiguo Testamento que son del siglo II a.C. y ya totalmente fijados (para lo que hace falta mucho tiempo).

Cuando se habla de Josías, etc., se piensa en la legislación básica, que fue pulida y que no quedó fijada hasta probablemente después del 423 a.C. (época de Artajeres II), momento en que se “decretó” que la “profecía oficial” había cesado ya en Israel. Precisamente esa “ley” contribuyó a que, desde ese momento en adelante no existieran más escritos sagrados y toda la literatura piadosa, que continuaba la teología del Antiguo Testamento, se refugió en la pseudonimia y pseudoepigrafía = Apócrifos del Antiguo Testamento. El Libro de Daniel fue una excepción. “Se coló” en el canon porque los rabinos creyeron a pies juntillas que Daniel era un profeta de época de Nabucodonosor... cuando está dibujando en realidad la revuelta macabea!!!

En síntesis: hay muchísimos indicios de que la literatura canónica del Antiguo Testamento estaba más o menos fijada mucho antes de la época de los Asmoneos.


Pr.:

Estimado profesor: En tiempos de Marción que secta cristiana era la mas influyente, y si es asi a cual queria pertenecer marcion,??

R.:


Marción vive en Roma entre el 140 y el 155 d.C. Para esos momentos, creo que los paulinos eran ya, con mucho los más fuertes entre cualquier otro tipo de cristianismo, en especial el judeocristiano.

Marción era una suerte de gnóstico (sobre el gnosticismo puede consultar, si le es posible mi obra “Cristianismos derrotados”, Edaf, Madrid, 2009). El no quería “pertenecer” a un cristianismo constituido ya, sino que pensaba, y con razón, tener derechos para formar su propio grupo cristiano, que con el tiempo será la Iglesia marcionita, que durará por lo menos hasta el siglo V d.C. Su idea central es que con Jesús ha llegado el último revelador del Dios transcendente. Este Dios supremo es casi inalcanzable, y distinto al que ha hecho el Universo, Yahvé el Dios de los hebreos. La doctrina de Marción se basa especialmente en Pablo de Tarso y en el Evangelio de Lucas, retocado por él y se caracteriza por un rechazo casi absoluto a todo lo que sea judaísmo


Pr.:


¿Podría decirme qué opina del Evangelio secreto de Marcos? Koester y Crossan, principales desfensores de la autenticidad, ¿siguen opinando igual)


R. :

No creo que Crossan ni Koester hayan cambiado de opinión, a juzgar por la evaluación de Joel Marcus en El Evangelio según Marcos I, Sígueme 2012, 68-71.

Mi evaluación, muy antigua, está en Fuentes del cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús, el Almendro Córdoba 1993, 407-411. Posteriormente he puesto al día esta evaluación en mi obra “Jesús y las mujeres”, reedición de la Editorial Trotta, Madrid, 2014, en el capítulo dedicado a “¿Un Jesús homosexual?”.

Mi opinión, en líneas generales es que “El Evangelio secreto de Maros” es un falso, y que lo más “escandaloso” de la interpretación homosexual de Jesús no está ni siquiera explícitamente en el supuesto fragmento del joven rico adoctrinado por Jesús y en la noche que pasaron juntos en una suerte de rito de iniciación a los misterios del reino de Dios, porque el añadido de que “los dos estaban desnudos” no parece en ese evangelio, sin en una copia e interpretación de los carpocracianos de Alejandría. Y si “El Evangelio secreto de Maros” es una falsificación moderna de Morton Smith, hay que hacerle poco caso.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com
Domingo, 22 de Febrero 2015
“Nuevo Testamento”. Edición y breve comentario por Senén Vidal (566)
Escribe Antonio Piñero

La obra que comento hoy es sin duda el fruto del trabajo de toda una vida. Desde aproximadamente 1944, fecha en la que se editó la primera edición de la versión bíblica de Nácar-Colunga –la primera edición completa de la Biblia traducida de las lenguas originales-- estimo que se han producido en España una treintena de “Biblias” completas, traducidas y anotadas por lo general por un equipo de estudiosos. Existen también unas pocas ediciones con notas del Nuevo Testamento solo, como la de Juan Mateos, de amplia difusión. Pero ninguna, que yo sepa, es de la orientación, del porte y del volumen de la obra presente. Así que ocupa un lugar poco frecuentado hasta ahora en las publicaciones en lengua española.

He aquí su ficha: Nuevo Testamento. Edición preparada por Senén Vidal (Colección “Presencia teológica 217). Sal Terrae (Grupo Editorial Loyola), Maliaño, España, 2015, 1302 pp. ISBN: 978-84-293-2253-8. Con mapas de Jerusalén en tiempos del Nuevo Testamento; Palestina en tiempos de Jesús y Lugares del cristianismo primitivo.

He comentado muchas veces las obras de Senén Vidal, tanto sobre Pablo como sobre Jesús, y he señalado sus importantes méritos. También he apuntado lo que yo creía que eran algunos desenfoques o puntos de disentimiento. Pero siempre desde un notable respeto por la obra de este autor a quien conozco personalmente desde 1974. Y en este caso ocurre igual, pues la valoraré positivamente aunque señalaré algunos puntos de disensión.

La versión es, naturalmente del texto griego de Nestle-Aland, edición 28 de 2012. La traducción es voluntariamente literal, aunque sin tropiezos aparentes de la sintaxis castellana.

Como ya había hecho nuestro autor en su edición y comentario de las “Cartas originales de Pablo” (editada por Trotta, Madrid, versión definitiva de 2002), el texto de esta versión se presenta estructurado, no seguido sino dividido en frases o unidades de sentido, por medio de una variada configuración tipográfica. El autor indica el significado de esta tipografía: en el Evangelio de Juan se utiliza una sangría mayor para los textos de las tradiciones básicas de esta obra (muy compleja en su redacción, en la que participaron varios autores y a la que Senén ha dedicado un ensayo muy amplio –que también hemos comentado-- titulado “Evangelio y Cartas de Juan. Génesis de los texto johánicos, Edit. Mensajero, Bilbao 2013) que está compuesta de esas tradiciones básicas más los añadidos de una “Colección de signos” o milagros de Jesús y un Relato de la pasión. Para las añadiduras posteriores al corpus del Cuarto Evangelio emplea Vidal un tipo de letra más pequeño. Para el resto del Nuevo Testamento ha usado nuestro autor una sangría mediana en los pasajes formados por tradiciones más configuradas que las básicas, al igual que para las citas del Antiguo Testamento. Y finalmente utiliza una sangría más pequeña para todos los restantes textos del Nuevo Testamento que contienen motivos tradicionales o básicos.

Una novedad es que S. Vidal se ha decidido por presentar al principio del Nuevo Testamento una edición comentada de la “Fuente Q” (aquí ha seguido básicamente, sin disensiones el texto, devenido un clásico, editado por J. M. Robinson – P. Hoffmann – J. S. Kloppenborg, “El documento Q en griego y en español con paralelos del Evangelio de Marcos y del Evangelio de Tomás, Sígueme-Peeters, Salamanca/Leuven 2ª edición de 2004). Creo que este añadido es un acierto, porque al separar los dichos de Jesús de las interpretaciones y añadidos de Mateo y Lucas, al substraerlas del orden de Mateo sobre todo, y considerar esos dichos por sí mismos es muy iluminador. Se entiende mucho mejor el sentido primitivo que pudieron tener en la predicación de Jesús.

Me parece interesante también que S. Vidal haya hecho anteceder a cada libro del Nuevo Testamento una suerte de “Prólogo” introductorio que lleva el título de “Formación del Nuevo Testamento”. Opino que es una buena idea, e indispensable para que se entienda bien el conjunto de este corpus. Esta “introducción” hace referencia a dos momentos:

I. “La etapa básica”, a) la misión de Jesús de Nazaret, donde S. Vidal expresa de nuevo su conocida tesis de los “tres proyectos” de la vida de Jesús: A. La asunción por parte de Jesús del proyecto de Juan Bautista. B. La misión autónoma en Galilea, que termina en un fracaso. C. La misión final en Jerusalén en la que Jesús asume voluntariamente su muerte y su resurrección y las integra dentro de su proyecto global de proclamación de la llegada del reino de Dios.

b) El movimiento cristiano antiguo, con sus diversas corrientes, fundamentalmente dos: 1. La más ligada al judaísmo. 2. La helenística, orientada ya desde el principio, según Vidal, a la “congregación del pueblo mesiánico completo, integrada por judíos y gentiles en una misión abierta a todos los pueblos”.

c) La formación de las diversa tradiciones: 1. La básica o tradiciones de la vida comunitaria de los primeros cristianos ligadas a dichos y hechos de Jesús, tanto en Pablo como en los Evangelios y otros escritos neotestamentarios. 2. La específica, como relatos de milagros de Jesús o de parábolas. 3. El desarrollo y fijación de esas tradiciones.

d) La misión paulina. Sus etapas: misión dependiente de Antioquía y misión autónoma. Sus cartas auténticas, su carácter y su configuración.

II. El segundo punto de esta Introducción se ocupa de la “Evolución del movimiento cristiano”, de sus condicionantes históricos, del sentido de esa evolución y del proceso de institucionalización del movimiento. Finalmente, dentro de este mismo apartado, aborda S. Vidal separadamente el proceso de configuración literaria final de los Evangelios Sinópticos; de la compleja literatura juánica, evangelio y cartas; la configuración de los escritos paulinos, cómo se formó la colección de cartas originales, cómo y con qué carácter se produjeron los nuevos escritos pseudopaulinos y finalmente el carácter, estructura literaria y significado de los otros textos, en forma de carta, atribuidos a apóstoles distintos a Pablo y el Apocalipsis.

Naturalmente, además cada obra del Nuevo Testamento tiene su introducción particular, incluida la dedicada a la “Fuente Q”, y la muy notable cantidad de notas, de modo que estas llegan a ocupar más del 50% de cada página, ya que no llevan sangrado alguno.

Mi valoración de esta obra es la siguiente: en conjunto me parece estupenda y necesaria. Es recomendable y hay que tenerla en nuestra biblioteca básica del Nuevo Testamento. Disiento, sin embargo, en algunos puntos: creo que la distribución tipográfica en “kola y kómmata”, es decir, en unidades de sentido, es absolutamente discutible. Además, personalmente, no creo que ayude mucho al lector la distribución del texto en sangrías, porque al final le hace muy poco caso –le interesa fundamentalmente el sentido—y el gasto de espacio y papel es mu grande. Entre ladillos que indican el sentido de cada perícopa (en negrita), las subdivisiones internas de cada una de ellas (en cursiva) y los lugares paralelos –sobre todo en los evangelios sinópticos-- se emplea una cantidad de espacio, y papel enorme pero con poco fruto práctico. Si a esto añadimos que el contenido de bastantes notas vuelve a repetir lo que dice el texto, solo un poquito más aclarado, y que ese contenido podría eliminarse --por evidente y obvio-- para concentrarse en las notas verdaderamente ilustrativas, opino que la edición podría reducirse por lo menos en un tercio de páginas. Y ello redundaría en menor gasto y en la presentación de un volumen de menor tamaño y menor peso, mucho más manejable.

En segundo lugar: la introducción general y las particulares (me he fijado sobre todo en lo que estoy trabajando ahora para la futura edición del Nuevo Testamento de la “Biblia de San Millán”, a saber, “Fuente Q” , el Evangelio de Marcos y el Corpus paulino auténtico) me parecen que se fijan mucho en cuestiones formales, y literarias, y ofrecen poco espacio a las cuestiones ideológicas de la evolución interna de los seguidores de Jesús que afectan al nacimiento y desarrollo del cristianismo. Hay que tener en cuenta que en la creación de la cristología –núcleo de la teología cristiana-- afectan sin duda los condicionantes sociológicos (división entre hebraístas y helenistas en el lenguaje de Lucas), ciertamente, pero ante todo la ideología, las interpretaciones exegéticas/teológicas en torno a la figura y misión del Mesías a partir de una nueva consideración del texto de las Escrituras que, según los cristianos primitivos, eran una prefiguración de aquel.

Por eso me parece poco acertado que en la introducción a Marcos no se encuentre ni una sola palabra a la notabilísima influencia del pensamiento paulino en este evangelista y, por siguiente en Mateo y Lucas que copian de él. Todos los evangelistas –incluida la escuela johánica-- aceptan la interpretación paulina esencial de la figura y misión del Mesías. Todos son paulinos de esa manera. Por eso hay que destacar que el Nuevo Testamento se forma en torno al pensamiento de Pablo, sus sucesores y la de aquellos otros (como Mateo, “Juan”, Santiago y el autor del Apocalipsis) que eran asimilables dentro de un paulinismo básico y amplio.
Además subyace, en mi opinión, a la concepción básica de S. Vidal la idea de que la Gran Iglesia --en torno a la cual se fueron concentrando las diversas denominaciones o facciones cristianas, judeocristianas, paulinas, etc.-- existía por sí misma. Y no es así: la Gran Iglesia es la paulina y las demás se subordinaron históricamente a ella porque fue con el tiempo la más numerosa y la mejor organizada. Como he sostenido tantas veces, el Nuevo Testamento no es el fundamento del cristianismo, sino de un cristianismo, el paulino, el vencedor.

En tercer lugar, no estoy de acuerdo con el denominado “tercer proyecto de Jesús”, según S. Vidal porque presupone demasiado en Jesús. A saber, que él --que se consideraba al menos al final de su vida como el mesías de Israel-- llegó a tener la idea clara de que la muerte del mesías, la suya, era un prerrequisito divino para la llegada del Reino. Y, además, que aceptaba que su resurrección sería un únicum en el judaísmo, ya que tendría lugar antes de la llegada del Reino, a la que colaboraría efectivamente una vez resucitado. El judaísmo, de cuño farisaico y esenio no el saduceo, de la época de Jesús creía firmemente en la resurrección universal (al menos de los justos israelitas) inmediatamente para el Juicio Final, pero no entendía en absoluto que una sola persona, un individuo único, resucitara él solo, aisladamente, antes del Juicio (A esto se refiere el siguiente pasaje de Marco 9,9-10: “Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos»).
Creo que el invento de esa idea, insólita en el judaísmo, no puede atribuirse con seguridad a Jesús según el estado de nuestras fuentes. Jesús pudo barruntar su muerte, porque no era en absoluto tonto o ingenuo, pero de ahí a pensar que el final designado por Dios para su mesías era la muerte (¿con sentido redentor además?) y que iba a resucitar como un únicum en el judaísmo es una idea totalmente paulina generada una vez que se hubo hallado, por el recurso a las Escrituras, la justificación teológica de la horrorosa muerte de Jesús.

Y, por último, creo que la interpretación general de Pablo presentada en las notas a sus cartas auténticas no tiene en cuenta el necesario diálogo con las posturas de hoy de muchos intérpretes paulinos, sobre todo judíos, que han generado una radical interpretación del Apóstol en lo que se refiere –entre otros muchos puntos-- a su mal denominada “conversión”, a su presunta abjuración del judaísmo, a su deseo consciente de contribuir a la formación de una entidad religiosa nueva distinta esencialmente al judaísmo, al presunto rechazo absoluto paulino a la función salvífica de la ley de Moisés para aquellos judíos que se convertían a la fe en Jesús como mesías, a la naturaleza semidivina de este mesías y otros puntos menores que hoy se discuten con gran intensidad y que deben tenerse en cuenta en un comentario, aunque sea breve, a las cartas de Pablo.

Espero, sin embargo, que mi disentimiento en estos puntos, que afectan ante todo al enfoque general de algunas partes de las introducciones y de las notas a pie de página, no se entienda como una valoración negativa a la totalidad de este magnum opus. De ningún modo. Creo que en conjunto es muy de tener en cuenta y que sirve para iluminación en muchas de sus aclaraciones y análisis de estructuras, y para una ulterior conclusión. De sus notas a los evangelistas, a la "Fuente Q" y a Pablo voy a obtener mucho provecho.

Saludos cordiales Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com

Viernes, 20 de Febrero 2015

Notas

8votos
Hoy escribe Fernando Bermejo

Aunque seguramente nadie conmemorará el evento, se cumplen ahora 150 años de la publicación de una de las obras que en el s. XIX constituyeron un avance en la investigación sobre el Jesús histórico, y que, aunque no fue la primera contribución de un autor judío en este ámbito –antes habría que mencionar al menos las obras de Isaak Troki, Jacob Emden y Joseph Salvador– sí consolidó la importancia de los estudios de autores judíos en esta historia.

El autor al que me refiero es Abraham Geiger (1810-1874), considerado a menudo el padre del judaísmo reformista o liberal. Geiger nació en Frankfurt am Main, como hijo menor del segundo matrimonio de su padre. Los Geiger eran una gran familia judía ortodoxa cuyos ancestros habían vivido en esa ciudad alemana durante más de doscientos años. Su padre era maestro y rabino, y su madre era hija de otro rabino, el Rosh Yeshivah –director de la escuela talmúdica–de Frankfurt.

La familia Geiger era observante, y los hijos recibieron instrucción en hebreo desde muy temprano. Además de hebreo, Abraham aprendió en su niñez alemán, matemáticas y Talmud, y a los once años empezó a recibir clases privadas de latín y griego. En 1829 abandonó –para pesar de su familia– la idea de estudiar teología y decidió dedicarse a las lenguas orientales, que estudió en la universidad de Bonn. Allí acudió también a lecciones de filosofía, zoología, astronomía e historia antigua.

Su tesis doctoral sobre la deuda de Mahoma con respecto al judaísmo, presentada en latín en 1832 y publicada en alemán en 1833, argumentó a favor de la influencia de la literatura rabínica sobre el Corán, y fue recibida calurosamente en Europa en los años 30. Los métodos empleados por Geiger fueron ampliamente aceptados e inauguraron una nueva aproximación académica al Islam, colocado ahora bajo la luz del judaísmo. No solo el cristianismo, también el Islam era para Geiger en última instancia una rama del judaísmo, tanto en el ámbito teológico como moral.

No obstante, Geiger dirigió pronto su atención al cristianismo y su relación al judaísmo. Ya en la década de los 30 desveló el antijudaísmo teológico en los escritos de teólogos y exegetas cristianos, tanto liberales como conservadores, que además a menudo usaban su presunto conocimiento del judaísmo para oponerse a la emancipación de los judíos. Y Geiger no se cansó de señalar (como Sanders hizo en el s. XX y autores como Amy-Jill Levine o James Crossley hacen en el XXI) que ese antijudaísmo distorsionaba sus obras académicas y perpetuaba arraigados prejuicios.

Su crítica del antijudaísmo cristiano –también y ante todo en la academia- fue constante e implacable, así como su rechazo cada vez más radical de la autocomprensión del cristianismo como la fuente de la civilización occidental, dentro de la cual el judaísmo aparecía como una aberración inane. De ese modo, Geiger fue el precursor de una generación de estudiosos judíos (Leo Baeck, Ismar Elbogen, Martin Schreiner, Moritz Güdemann, Joseph Eschelbacher o Felix Perles) que a principios del s. XX continuaron criticaron las representaciones distorsionadas del judaísmo en la obra de distinguidos estudiosos cristianos como Schürer, Harnack o Bousset (críticas que luego serían refrendadas por George Foot Moore en su célebre artículo de la Harvard Theological Review).

A los 25 años Geiger fundó la “Revista científica de teología judía” (WZJT), que le otorgó la atención del mundo académico tanto judío como cristiano, y que se publicaría hasta 1847, en la que se prestó también atención a la producción académica cristiana. Entre otras muchas cosas, Geiger publicó una reseña positiva de la Vida de Jesús de Strauss publicada en 1835, en la que animaba a los teólogos judíos a tomar en serio las implicaciones de la obra de Strauss.

La negativa de Adolf Hilgenfeld a publicar un artículo suyo –y en general de autores no protestantes– en la “Revista de teología científica”, fundada en Jena en 1858, le llevó a fundar una segunda publicación periódica. Desde 1862 hasta 1874 Geiger dirigió la “Revista judía de Ciencia y Vida” (JZWL), siendo el autor de la mayoría de los artículos, reseñas de nuevas publicaciones y ensayos sobre la vida judía contemporánea.

En 1863, tras la muerte de su mujer en 1860, Geiger se fue de Breslau a Frankfurt, y en 1864-1865 publicó su Das Judentum und seine Geschichte (El judaísmo y su historia), en la que recogió una serie de 34 conferencias públicas, publicadas primero en la JZWL y luego en dos volúmenes. Esta obra contiene lo que puede considerarse su versión de una vida de Jesús. En un apéndice, Geiger discutía las obras más recientes sobre este tema en el ámbito cristiano, en particular la Vida de Jesús de Ernest Renan, la segunda versión de la vida de Jesús de Strauss y la obra de Holtzmann.

En 1869 fue nombrado rabino de la comunidad judía reformada en Berlín, y en 1871 entró a formar parte de la facultad de la nueva Hochschule für die Wissenschaft des Judentums como profesor de historia y literatura del judaísmo.

Geiger fue una figura reconocida en su tiempo, no solo entre estudiosos judíos y protestantes en Alemania (en su época apenas había católicos que se dedicaran al estudio de la figura de Jesús), sino también en Holanda, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Sus obras sobre las corrientes judías y sobre el Corán encontraron normalmente aplauso. Su obra sobre Jesús –que en la línea de Reimarus evidenció su carácter plenamente judío y puso en solfa su presunta absoluta singularidad– despertó hostilidad entre estudiosos cristianos, con pocas excepciones (la más importante fue la de Adolf Hausrath). Entre sus oponentes tuvo a Heinrich Ewald (profesor de Antiguo Testamento en Göttingen), Franz Delitzsch (profesor de Antiguo Testamento y celoso misionero a los judíos mediante el Institutum Judaicum que había creado en Leipzig), Theodor Keim (profesor de teología en la Universidad de Zurich), Adolf Hilgenfeld (docente en la universidad de Jena), Heinrich Julius Holtzmann (profesor en Heidelberg), o Julius Wellhausen.

El hecho de que ni siquiera los estudiosos cristianos que elogiaban su obra incorporaran los resultados de los nuevos enfoques de Geiger sobre el judaísmo en sus obras fue uno de los factores que llevó a nuestro autor a adoptar una postura cada vez más polémica, deleitándose en señalar los errores de lectura e interpretación de la literatura rabínica en las obras de estudiosos cristianos y las deficiencias que minaban sus pretensiones históricas y teológicas.

Geiger murió repentinamente en 1874, al parecer por un derrame cerebral, a la edad de 64 años.

Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 18 de Febrero 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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