CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero


Hoy escribe Antonio Piñero


Los sucesores de Pablo (los autores de las Epístolas falsamente atribuidas a Pablo= 2 Tesalon.; 1 2 Timoteo, Tito, Colosenses, Efesios) enmarcan su parenesis, es decir, su exhortación ética, acerca de la posición de las mujeres (e indirectamente sobre su función meramente doméstica en relación con su sexo, el amor y el matrimonio) en dos coordenadas:

1. En la doble realidad –ya señalada- de la imperiosa necesidad de acomodación de la estructura organizativa y de gobierno de las comunidades cristiana dentro del Imperio a las estructuras de éste, y a la realidad de la salvación en una iglesia más asentada en este mundo, puesto que el fin y la esperada venida del Mesías Jesús (parusía) no tenía lugar. En época postapostólica lo carismático, tan paulino (1 Cor 12 y 13) va perdiendo terreno. Por ello la actuación libre de la mujer en el nuevo ámbito o desaparece; o pierde terreno (una profetisa como Jezabel, antes mencionada, puede ser declarada ya hereje o “hija de Satánas”); o bien se acomoda a una comunidad ya regulada de otro modo no carismático ni doméstico.

2. En el orden de la creación, según las pautas de Gn 2,18:


« “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" »


y 2,20-23:


« “El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo, mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él. Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada”.  »

El capítulo 3 del Génesis, la historia de la seducción de Eva por la Serpiente, y consecuentemente la “falta” o “pecado” originario (que será entendido de muy diversas formas), tendrá también una enorme importancia en contra de la mujer: ella fue, no el varón, quien se dejó seducir. El varón, conforme a este texto –entendido durante muchos siglos al pie de la letra- tendrá siempre la posibilidad de echar la culpa a la mujer de todo lo malo.

Que el nuevo orden comunitario de los grupos cristianos, acomodado a su tiempo, requería el cambio de situación de la mujer que conllevaba una absoluta subordi¬nación -como señaló ya hace tiempo Lidia Falcón, Mujer y Sociedad. Cap. II “Las técnicas de la sumisión”. Barcelona 1973, 33-38- lo expresará muy claramente el autor, postpaulino, de la 1ª carta a Timoteo en 2,11-14:


« “Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia. No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva. Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión”. »

Concepciones por el estilo, dentro de una parenesis matrimonial, se hallan en Colosenses 3,18s:


g[ “Las mujeres sean sumisas a sus maridos como viene en el Seño […] porque el marido es cabeza de la mujer”. ]g


Y en Efesios 5,22-24:


« “Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo”. »

Y en Tito 2,4-5:


« “(Hay que enseñar a) las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. »

Y en 1 Pedro 3,1:


« “Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres”. »

De la misma época que las epístolas deuteropaulinas es la denominada Primera carta de Clemente (compuesta en Roma hacia el 95-96 d.C.). Leemos en ella:

« (En los tiempos en que erais fieles, vosotros, los hermanos de Corinto) recomendabais a vuestras jóvenes sentimientos de moderación y reverencia, y mandabais a vuestras mujeres que cumplieran todos sus deberes con conciencia intachable, reverente y pura, amando de modo debido a sus maridos; y las enseñabais a trabajar religiosamente, fieles a la regla de la sumisión, en todo lo atañente a su casa, guardando toda templanza. Todos erais humildes, sin arrogancia de ninguna clase, amigos antes de obedecer que de mandar, más prestos y alegres en dar que en recibir… (1,3-2,1). »

Son éstos unos textos en los que se dibuja a la mujer cristiana a la par de la imagen tradicional de la fémina en el Imperio helenístico-romano: meramente casera, hacendosa, modesta y separada de toda vida pública, mal vista cuando se adorna provocati¬va¬mente (1 Pe 3,3; 1 Tim 2,9). Su virtud principal y obligatoria era el pudor y la castidad.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 3 de Octubre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Como decíamos en la postal anterior hay probablemente un aspecto positivo en todo ellos en lo que respecta a la consideración de la mujer. Ocurriría con Pablo en este ámbito lo que pasa también cuando se considera la Epístola a Filemón. En ella el Apóstol no discute la situación y estado de la esclavitud, y la acepta sin más como existente en su propio sistema socio-económico implícito. Pero, en su comportamiento real con el esclavo Onésimo, es Pablo de una cordialidad y humanismo de tal calibre, que puso para el futuro las semillas en el suelo del cristianismo para que otros, con el tiempo, pudieran superar sus propias posturas, condicionadas por su época.

No puede afirmarse ni siquiera –de acuerdo con los textos conservados- que el hecho de que las comunidades paulinas estuvieran de facto regidas por mujeres garantizara que esas mismas féminas fueran conscientes de unas posibles exigencias sociales de emancipación, ni tampoco de la revolución que podría suponer en el mundo grecorromano su liderazgo.

Entonces ¿por qué esta “utilización” por parte de Pablo de las mujeres como coadyuvantes en sus tareas? ¿Por qué la “utilización” de los valores femeninos en el gobierno de sus comunidades?

En mi opinión por unas razones sociales y meramente prácticas que poca gente tiene en cuenta:

1. Las primeras comunidades eran muy pequeñas, domésticas. Por tanto las mujeres podían aplicar en su gobierno las mismas virtudes y cualidades que la sociedad patriarcalista aceptaba que tenía la mujer en el gobierno de las unidades familiares: prudencia, sentido práctico, etc. La “iglesia doméstica” era en realidad una entidad “familiar” un poco mayor.

2. Para las comunidades paulinas -totalmente gobernadas por la férvida creencia en un fin del mundo inmediato-, la religión no pertenecía al ámbito de lo externo, público y político (reino de los varones, como insistiremos luego), sino a lo interno, privado, doméstico (reino de las mujeres). Por tanto, si las mujeres ejercían en este ámbito un cierto liderazgo no se vulneraban las costumbres sociales, que diferenciaban claramente lo externo y público/político como ámbito varonil, de las virtudes masculinas, y superior, ni se producía “escándalo” alguno.

Pero en el momento en el que parecen trascenderse los límites de la naturaleza inferior, secundaria, sujeta a obediencia, ínsita al ser de las mujeres porque así se lo enseñaba su Biblia, por ejemplo orar o profetizar con la cabeza descubierta… ¡como los varones! (1 Cor 11), Pablo pone auténticamente el grito en el cielo y ordena obedecer a la naturaleza u ordenamiento de la creación.

El paso dentro del cristianismo a comunidades más grandes y numerosas, no gobernadas ya por el temor o el deseo del inmediato fin del mundo (debido al retraso de la parusía) hará que cambie la situación preferente de la mujer en los grupos paulinos. En efecto, una comunidad con un notable mayor número de miembros, ya en el siglo II, da un cierto paso –precisamente porque comienza a establecerse bien en este mundo y por su propio tamaño- hacia lo público y político.

El cristianismo, cuando crece en número de fieles a la vez que se separa ideológicamente del judaísmo, se ve enfrentado –aun sin querer- a la estructura política del Imperio. De acuerdo con el espíritu de la época, y de acuerdo también con el hecho de que -a pesar del retraso de la parusía- la Iglesia no tenía el menor impulso interno para hacer una revolución social pues se creía peregrina en el mundo (1 Pedro 1,1: el cristiano como extranjero, de paso en este mundo), los cristianos comenzaron a desbancar conscientemente a las mujeres de su rango superior en sus comunidades; se inició su eliminación de los cargos eclesiásticos –salvo excepciones-, y se propugnó la vuelta de las mujeres a su denominada “situación natural”, la sumisión, y la obediencia al varón en lo público, exterior y político…. Y como veremos, en el ámbito familiar la pretendida independencia es un sometimiento real al pater familias.

Este tránsito lo veremos de un modo claro coleccionando -y reflexionando simplemente sobre ellos- los textos que hablan de las situación de la mujer en la escuela de Pablo, que crean una iglesia que comienza a organizarse como las instituciones externas del Imperio y que inicia decididamente su acomodación a un estado largo, indefinido, de residencia en este mundo.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Sábado, 2 de Octubre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Naturalmente el cuadro paulino parcialmente igualitario en la intimidad del matrimonio no lo es, ni mucho menos, en la valoración social de la mujer, por el hecho de que Pablo postula como norma de convivencia social el que la mujer quede subordinada al varón. En este misma Primera carta a los Corintios escribe el Apóstol (11,3-10):


« Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. 4 Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza. 5 Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada. 6 Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra.  »


« 7 Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. 8 Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre; 9 pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre. 10 Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles.  »


Apenas hay que nada que comentar en ese pasaje, pues el sentido es claro en las líneas generales que aquí nos interesan. Como indicamos arriba, Pablo concentra su argumentación en el texto de Génesis 2,7 (el segundo comentado) olvidando el primero.

Un eco débil de la tendencia igualitaria que podría obtenerse con buena voluntad de este mismo pasaje genesiaco le sirve a Pablo para restablecer un cierto equilibrio entre varón y mujer (1 Cor 11,11-15):

Sin embargo, en el Señor, ni la mujer es independiente del hombre, ni el hombre independiente de la mujer. 12 Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; y todas las cosas proceden de Dios. 13 Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? 14 ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra, 15 pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo. 3 Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.

Pero el texto de 1 Tes 4,3-5


« “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual; 4 que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”, »


en el que Pablo utiliza para designar a la mujer un término que parece teóricamente vejatorio (griego skeúos, “objeto”), nos hace pensar que Pablo, en el fondo, albergaba sobre la mujer las mismas ideas negativas que su época. Un talante análogo fundamenta la alta estima de la virginidad en 1 Cor 7,25-38, el texto que principalmente estamos comentando.

En síntesis, de la premisa cristonómica de Gál 3,28 no deriva Pablo ninguna norma ético-social, ningún dictum igualitario varón-mujer en el ámbito de lo social. La igualdad escatológica queda aplastada en la vida, aquí en la tierra antes del fin, por la desigualdad patriarcalista, según esquemas tradicionales. Y normalmente no podría esperarse que fuera de otro modo, porque el Apóstol es hijo de su tiempo y porque la preocupación por el fin del mundo presente hace que no le importaran nada las reformas sociales de “acá abajo”.

¿Podría decirse, pues, que para Pablo la mujer es un ser humanode segundo grado? Muchos comentaristas lo niegan rotundamente, pues hay que tener en cuenta los pasajes que más arriba hemos expuesto acerca de las funciones de las mujeres en la comunidad como patronas, benefactoras, maestras, evangelizadoras, diaconisas, etc., más la igualdad de manifestarse en público como orantes en alta voz y profetisas.

Otros aceptan que Pablo albergaba para su interior, y lo dejó mostrar en 1 Cor 7, un dualismo que contrapone “lo espiritual a lo mundano/sexual”, representado sobre todo en la carnalidad de las mujeres, pero que, por suerte, no llega a deducir de ello una norma antimundana y antimateria/anticuerpo de tal calibre como cien años más tarde hará el cristianismo gnóstico.

En general podría decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel uno y otro (el uno para el otro) en las relaciones sexuales y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad.

En la próxima postal comentaremos algunos aspecto positivos de la consideración paulina de la mujer.

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Viernes, 1 de Octubre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos en la nota anterior que ahondaríamos en la idea de que para Pablo la soltería o el matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna importancia salvífica

Entre los primeros cristianos se daban –entre otras dos posturas extremas y contradictorias respecto al sexo, bien representadas entre los pertenecientes a esa comunidad griega de Corinto, fundada por Pablo: unos, totalmente contrarios al sexo; otros, los llamados “gnósticos libertinos”, para quienes el sexo era materia sólo corpórea y por tanto indiferente: podía practicarse, incluso con prostitutas, sin consecuencias para el espíritu (1 Corintios 6,13-16).

Estos cristianos, que se consideraban superiores gracias a haber resucitado ya espiritualmente y al don de su especial sabiduría (conocimiento o “gnosis”) recibida de Dios, pensaban que se había trastocado la esencia de su persona, que ésta se hallaba por encima de la “carne”, por lo que cualquier acto de sexo era en sí inocuo, indiferente, no afectaba al “espíritu”, su parte superior, ya unida con la divinidad.

Y como afirmamos, Pablo no defiende ni lo uno ni lo otro. Pero, para su aprecio por la virginidad había otra razón: el Apóstol estaba verdaderamente obsesionado por el inmediato fin del mundo: el tiempo final está a las puertas. Desde ese punto de vista, el de la proximidad del fin, sí llega Pablo a una relativización absoluta del eros y del matrimonio. Éste es un mero “remedio de la concupiscencia” (v. 2: “por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido”), y las relaciones sexuales sólo deben practicarse, naturalmente dentro del matrimonio, en principio para la procreación de los hijos y por razón de la imposibilidad de la continencia (v. 5: “No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia”).

Dentro de la misma perspectiva del fin del mundo y de la “atmósfera gnóstica”, tan anticarnal, Pablo efectúa una valoración positiva del celibato sobre el matrimonio, como hemos dicho:

a) el trasfondo gnóstico le lleva a mirar mal, en el fondo, al cuerpo; y

b) por otra parte, el próximo final del mundo conduce a Pablo, a pensar que en realidad debe acabarse todo casamiento ya que los cristianos deberían dedicarse en cuerpo y alma al Señor, a esperar su pronta venida.

El celibato no requiere una gracia, un carisma especial, sino que es una cuestión de razón cristiana debido a la “angustia del presente” (v. 26), y porque tiene menos problemas: “Yo os quisiera libre de preocupaciones”, escribe Pablo. “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se ocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está, por tanto, dividido…, os digo esto para vuestro provecho… para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor” (vv. 32-35). Pero el que no pueda ser consecuente con esta perspectiva, que se case: “Más vale casarse que abrasarse” (v. 9).

El matrimonio es, pues, una especie de mal menor para Pablo, o por lo menos no deseable por sí mismo. Y el que se halla en el estado matrimonial, por supuesto, no debe separase: v. 17, pero debe al menos relativi¬zarlo; “El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen” (v. 29).

Pero Pablo no es un gnóstico consumado, ni mucho menos (eso ocurrirá unos 100 años más tarde); no se deja llevar al completo por la corriente cuyos juicios negativos sobre el cuerpo material y la mujer hemos expuesto antes. Desde el punto de vista feminista, el aspecto positivo de la doctrina paulina radica en una innegable valoración de la mujer al mismo nivel que el hombre en ciertos estratos del horizonte matrimonial-sexual. Pablo puede situarse también en la línea del primer texto del Génesis (1,27): la prohibi¬ción del divorcio afecta por igual al hombre y a la mujer (vv. 10-11), y en cuanto a las relaciones conyugales, el Apóstol presupone una igualdad absoluta de condiciones (vv.2-4); el celibato no parece fundamentarse a pesar de todo en una estimación negativa del ser femenino, en cuanto femenino, al estilo del Testamento de Rubén, como objeto sexual perverso.

Como comparación con la mentalidad de Pablo, judío al fin y al cabo, merece la pena citarse este texto del judaísmo apocalíptico, texto que está englobado en la obra Testamentos de los XII Patriarcas, que se compuso en una época va del siglo I a.C. al I d.C. (eliminadas las excrecencias de escribas cristianos posteriores):


« "No prestéis atención a la hermosura de las mujeres ni os detengáis a pensar en sus cosas... Ruina del alma es la lujuria; aparta de Dios y acerca a los ídolos, engaña continuamente la mente y el juicio y precipita a los jóvenes en el Hades antes de tiempo.. .Pues, perversas son las mujeres hijos míos: como no tienen poder o fuerza sobre el hombre lo engañan con el artifi¬cio de su belleza para arrastrarlo hacia ellas. Al que no pueden seducir con la apariencia lo subyugan por el engaño.

Sobre ellas me habló también el ángel del Señor y me enseñó que las mujeres son vencidas por el espíritu de la lujuria más que el hombre. Contra él urden maquinaciones en su corazón y con los adornos lo extravían, comenzando por las mentes. Con la mirada siembran el veneno y luego lo esclavizan con la acción. Una mujer no puede vencer por la fuerza a un hombre, sino que lo engaña con artes de meretriz. Huid, pues, de la fornicación, hijos míos, y ordenad a vuestras mujeres e hijas que no adornen sus cabezas y rostros, porque a toda mujer que usa engaños de esta índole le está reservado un castigo eterno...

Guardaos de la fornicación y si deseáis mantener limpia vuestra mente, guardad vuestros sentido apartándolos de las mujeres. La lujuria no posee ni sabiduría ni piedad, y la envidia habita en su deseo" (caps. 4, 5 y 6; cf. A. Piñero, Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento. Selección de textos, Cátedra, Madrid, 2010).  »

Como vemos, hay una atmósfera distinta en Pablo a la de este texto que es –quizás, la fecha de composición es dudosa- un poco anterior, del siglo I a.C.


Seguiremos comentando la postura de Pablo en lo que afecta al estatus de las mujeres reflejado en 1 Corintios 7

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Jueves, 30 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos hoy explicando someramente qué es “cuerpo” en el pensamiento de Pablo. Nos apoyamos en la obra de Günther Bornkamm, citada en la postal anterior) que nos parece tener un resumen ideal sobre el tema.

B. “Cuerpo” es utilizado por Pablo muchas veces en un sentido que llamaríamos normal o directo: la presencia corporal del ser humano (1 Cor 5,3), los dolores y sufrimientos unidos a lo corpóreo (Gál 6,17 1 Cor 9,27), las relaciones sexuales (1 Cor 6,17; 7,14); abundancia o falta de fuerza física (Rom 4,19).

• También es familiar a Pablo la idea, común en la Antigüedad y elemental, de la unidad del cuerpo a pesar de la enrome diversidad de sus miembros y sentidos (Rom 12,4; 1 Cor 12,12).

• Para Pablo, y el judaísmo en general, no es admisible una noción común sobre el “cuerpo” propia de la “mística” o espiritualidad de loa religión griega, herencia del pensamiento de los órficos o seguidores del dios/héroe Orfeo, y que Platón difundió en sus diálogos: el cuerpo es una prisión o tumba del cuerpo (juego de palabras en griego soma/ sema = “cuerpo”/ “tumba”).

• Tampoco el cuerpo para Pablo es separable en todos los sentidos del alma y del espíritu del hombre, ya que éstos no se dan en este mundo sin el cuerpo. Por tanto, para Pablo el cuerpo es la realidad concreta y palpable del ser humano. Así el hombre no tiene cuerpo, sino que es cuerpo.

Por esto, ofrecer el cuerpo a Dios es ofrecer en un cierto aspecto el ser entero del hombre. Pablo dice: “Vuestros cuerpos pertenecen a Cristo” (1 Cor 6,15); “Vosotros sois cuerpo de Cristo (1 Cor 12,27); “Ofreced vuestro cuerpos como víctima propiciatoria (Rom 12,1). Por tanto “en mi cuerpo” puede significar en Pablo “en mí mismo completo” no en “una parte de mí mismo”.

• Pero al tener el ser humano “cuerpo”, Pablo piensa que el ser humano no es dueño completo de sí mismo, como podría pensarse. “Cuerpo” caracteriza más bien al hombre como un ser que no se pertenece totalmente a sí mismo, sino que está sometido a fuerzas dominadoras que controlan (con permiso de Dios, naturalmente, pero de modo misteriosamente contrario a la voluntad de Éste) todo el ámbito corpóreo. Así el cuerpo está dominado al Diablo, al Pecado y a la Muerte (personificados).

Tras el pecado primigenio de Adán, y de modo misterioso que Pablo nunca explica satisfactoriamente, el ser humano corpóreo está dominado por esos tres poderes. El principal es el Pecado. Eso significa que al estar dominado por éste se ha hecho indigno de todas sus maravillosas posibilidades (que tenía el primer hombre en el Paraíso) y ya no tiene libertad verdadera. Está condenado a la perdición tras la Muerte.

De hecho Dios creó el cuerpo, pero en la historia y en tiempo del mundo presente (la edad o eón presente) el hombre está como dentro de la cárcel de la historia terrena y de la temporalidad terrena. No puede liberarse para salir de esta dimensión.

Pero una vez que el ser humano es justificado (declarado justo y liberado del Pecado, y por tanto del Diablo y de la Muerte eterna) ante Dios, el cuerpo humano puede ya servir a la justicia divina (Rom 6, 12-23). De hecho es que tanto el mundo como el cuerpo tras la redención de Cristo –según Pablo- son vivificados de tal modo que se puede hablar de una “nueva creación”.

El ser humano entero –no sólo el alma y el espíritu- participan de la bondad de la nueva creación. Éste el fundamento de por qué es necesaria la resurrección corporal (pensamiento judío) y no basta con la inmortalidad del alma/espíritu. Pero esta resurrección corporal, del cuerpo no es propiamente la resurrección de la “carne”, sino del cuerpo espiritualizado (todo el cap. 15 de 1 Corintios).

Ahora que -creo- entendemos mejor el pensamiento de Pablo, podemos comprender algunos otros aspectos de su consideración de la mujer, prototipo de lo corpóreo.

Aunque no me atrevo a asegurarlo firmemente, pienso que es probable que el pensamiento de Pablo fuera asimilar al de Jesús en este extremo. Así opina B. Withe¬rington, Women in the Ministry of Jesus. A Study of Jesus' Attitude to Women as Reflected in his earthly Life = La mujeres en el ministerio de Jesús. Estudio sobre la actitud de Jesús respecto a las mujeres. Cambridge (Studiorum Novi Testamenti Societas, Monogr. Series), 51 1984, 28ss.

Estas ideas -hoy día consideradas por algunos tan antifemeninas- pueden tener además otro fundamento en las nociones de Pablo sobre la historia de la salvación. La venida del Reino de Dios no desempeña ya en el pensamiento de Pablo la función que tenía en Jesús. Pablo, como es sabido, apenas utiliza el concepto del Reino de Dios futuro (Rom 14,17; 1 Cor 4,20; 6,9; 15,50; Gál 5,21; cf. 1 Tes 2,12), que es sustituido en su sistema por el anuncio de un acto salvador de Dios, realizado ya en el pasado, por la muerte voluntaria y expiatoria de su Hijo.

Dentro de este contexto, lo único que importa para Pablo es la relación “con el Señor” que nos ha salvado. El matrimonio, la suprema institución social y religiosa de relación entre varón y mujer, no es en sí ni bueno ni malo. Todo depende de cómo se relacionen los esposos con el Señor.

Pero el Apóstol intenta ser equilibrado: contra las exageraciones de algunos cristianos de Corinto, probablemente “protognósticos”, que afirmaban “bien le está al hombre abstenerse de mujer” (1 Cor 7,1: esta frase es dudosa; en mi opinión no parece ser de Pablo -aunque de facto él asiente con su contenido-, sino de quienes le preguntan por escrito desde Corinto sobre su pensamiento en torno al eros y el matrimonio), él, Pablo, afirma sin ambages que el matrimonio no es en sí perverso, y que, tanto el matrimonio, como el celibato voluntario, el suyo, son estados de este mundo, en los cuales se podía ya estar cuando Dios otorga la “vocación” de la fe.

Pablo piensa en los paganos convertidos: a unos les llega la fe como solteros y a otros ya como casados. Los estados de soltería o de matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna importancia salvífica (v. 17).


Seguiremos.
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Miércoles, 29 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Transcribimos y comentamos brevemente 1 Corintios 7, dejándonos, como es natural, otras perspectivas que ahora no nos ocupan.

« 29 Mas esto digo, hermanos: el tiempo ha sido acortado; de modo que de ahora en adelante los que tienen mujer sean como si no la tuvieran; 30 y los que lloran, como si no lloraran; y los que se regocijan, como si no se regocijaran; y los que compran, como si no tuvieran nada; 31 y los que aprovechan el mundo, como si no lo aprovecharan plenamente; porque la apariencia de este mundo es pasajera.

32 Mas quiero que estéis libres de preocupación. El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor; 33 pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, 34 y sus intereses están divididos. Y la mujer que no está casada y la doncella se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en cuerpo como en espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. 35 Y esto digo para vuestro propio beneficio; no para poneros restricción, sino para promover lo que es honesto y para asegurar vuestra constante devoción al Señor.

36 Pero si alguno cree que no está obrando correctamente con respecto a su hija virgen, si ella es de edad madura, y si es necesario que así se haga, que haga lo que quiera, no peca; que se case. 37 Pero el que está firme en su corazón, y sin presión alguna, y tiene control sobre su propia voluntad, y ha decidido en su corazón conservar soltera a su hija, bien hará. 38 Así los dos, el que da en matrimonio a su hija virgen, hace bien; y el que no la da en matrimonio, hace mejor.

39 La mujer está ligada mientras el marido vive; pero si el marido muere, está en libertad de casarse con quien desee, sólo que en el Señor. 40 Pero en mi opinión, será más feliz si se queda como está; y creo que yo también tengo el Espíritu de Dios.
 »

Obsérvese en este amplio texto (1 Cor 7,1-40, dividido en parágrafos por el sentido, cuyo comentario parcial está apareciendo a lo largo de esta miniserie aquí y allá), que para este mundo, antes del fin, esa diferencia de grado entre hombre y mujer es casi óntica, esencial. La mujer está como atrapada en la esfera de lo sensitivo, por no decir sensual. A partir de otro pasaje paulino

« “Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles” (1 Cor 11,10), »

sabemos que la mujer debe velarse la cabeza por respeto a los ángeles:

a) bien porque esos espíritus están presentes realmente dentro de la comunidad (teología afín a la qumránica = los ángeles participan en la liturgia de los “santos”, los miembros de la comunidad, cuando éstos están alabando a Dios),

b) bien porque la belleza de las mujeres puede seducir incluso a los ángeles (alusión oscura quizás a Gn 6,1-4 = “Y aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, 2 viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, se tomaron mujeres, escogiendo entre todas. 3 Y dijo Yahvé: ‘No contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años’. 4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: Éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.”).

Sin embargo, los varones no tienen por qué mostrar esa señal de respeto. En estas circunstancias de desigualdad esencial (ésta es una muestra sólo) es imposible imaginarse que Pablo pudiera pensar en una emancipación radical de la mujer. Al estilo de la moral judía y romana-helenística de su tiempo consideraría tal emancipación como un signo de la decadencia moral de la sociedad.

Pablo, por su prevención de corte gnóstico contra todo lo corpóreo-material, se aparta -en esta doctrina sobre el matrimonio- fundamental¬mente de la tradición judía en cuanto que no considera, ni mucho menos, a la sociedad matrimonial como una institución casi obligatoria, como el culmen de la realización del ser humano, ni ve en la procreación de los hijos un acto de piedad. El padre puede, o no, entregar a su hija doncella libremente en matrimonio, obligándola al parecer a permanecer virgen (vv. 37-38).


Llegados a este punto me parece conveniente aclarar un poco dos conceptos fundamentales del pensamiento paulino que se hallan en íntima relación con el tema de lo corpóreo-material, dentro del cual y siguiendo la mentalidad de su tiempo sitúa Pablo el ámbito de la mujer en su función en este mundo. Los dos temas son “carne” y “cuerpo”

A. “Carne” en Pablo tiene un sentido elemental que proviene del Antiguo Testamento: “toda carne” y “carne y sangre” hacen referencia al ser humano o la humanidad en general. En otros casos más concretos, “carne” –también como en el Antiguo Testamento- se refiere frecuentemente al ser humano en cuanto criatura diferenciada del Creador.

Afirma Günther Bornkamm en su obra Pablo de Tarso (versión española de Edit. Sígueme, de 1978 (la obra original, muy breve, es de 1969!!!, y todavía hoy merece la pena leerse; es de las mejores en mi opinión), p. 185 que “carne” es

• El ser humano en su existencia mundana, efímera, por su origen como tal ser y por su situación en una sociedad de seres humanos en la que vive (Gál 4,13: “ Vosotros sabéis que en flaqueza de la carne os prediqué el evangelio al principio” ”; 2 Cor 12,7: “Y para que no me enaltezca desmedidamente por la grandeza de las revelaciones, me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”, etc.

• Son denominados carnales los bienes terrenos, pasajeros, como la comida y el dinero (Rom 15,27 y 1 Cor 9,11).

• También significa “carne” la naturaleza y conducta humana en cuanto oposición y contradicción al Espíritu de Dios o a Dios mismo. “Carne” es el fundamento a partir del cual el hombre natural se entiende a sí mismo y el ideal de vida que tiene en este mundo rodeado de cosas materiales (Rom 8,22-23: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y está en dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, esto es, la redención de nuestro cuerpo”; 2 Cor 10,2; 11, 18).

• Para Pablo el hombre adopta una conducta carnal pensando que es como el rey de sí mismo y del mundo, pero en realidad está esclavizado a poderes (carnales como el Pecado, en singular y con mayúscula, personificado). Como el pecado, la carne es también un poder esclavizante (Rom 7,14: “Porque sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido bajo pecado”; Gál 5,16).

Como se ve, estos conceptos, o mejor este mundo conceptual, aclaran –como diremos- que Pablo tenga cierta prevención ante el ámbito del matrimonio, del sexo y de la procreación, en el que la mujer desempeña un papel singular.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com


Martes, 28 de Septiembre 2010
Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum

Dejo esta jornada el tema habitual sobre los Apócrifos para presentar a mis benévolos lectores un trabajo mío recientemente venido la luz. El título es Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum. Ha sido publicado por Ediciones Clásicas. Se trata de la inscripción descubierta en el siglo XVI en lo que fuera templo de Roma y Augusto en Ancira de Galacia, la actual Ankara. Una inscripción calificada por Th. Mommsen como “la reina de las antiguas inscripciones”, la más larga de las conocidas. Y aunque ya ha sido publicada en otras ediciones, estimo que ciertos aspectos no han sido suficientemente destacados, por lo que he creído oportuno hacer una nueva edición con un amplio comentario.

Es una crónica autobiográfica de las gestas realizadas por el emperador Augusto. Suetonio habla de ella como de un Index rerum gestarum, depositado para su custodia en la casa de las Vestales (foto). De acuerdo con el título, el contenido del documento consta de dos apartados: las res gestae, práxeis (hechos) en el griego y los gastos, dōreái (dones). Aunque el documento es denominado “testamento”, solamente tiene de testamento su carácter de ultimidad.

La inscripción estaba destinada para ser grabada en dos pilares de bronce delante del mausoleo del emperador. Pero perdidas estas copias originales, se descubrieron en Galacia las copias latina y griega, objeto de mi estudio. En Ankara se encuentran las copias de los dos idiomas en el actual edificio de la mezquita Haci Bayram. El texto latino está grabado en las dos paredes laterales interiores del vestíbulo del templo, el texto griego en la parte exterior del muro izquierdo. En Antioquía de Pisidia se encontró una copia latina, y en la antigua Apolonia apareció una copia griega, todas en la antigua provincia de Galacia.

Para que no quede todo en el aspecto histórico romano, muchos lectores conocerán la opinión de autores que pretenden ver en los evangelios un reflejo de las vidas de ilustres romanos como Julio César, Octavio Augusto y otros. Allá ellos con sus razones. Pero en el documento de Augusto encontramos algún detalle conocido también en el evangelio, concretamente, en la narración del nacimiento de Jesús. El evangelista Lucas pretende poner el marco cronológico al nacimiento refiriendo los detalles de un censo decretado por Augusto. Éste es el texto: “Sucedió que en aquellos días salió un decreto del César Augusto para que se empadronara todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar siendo Quirino procurador de Siria. Marchaban todos a empadronarse, cada uno a su propia ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, por ser él de la casa y de la estirpe de David, para empadronarse con su esposa María que estaba encinta” (Lc 2,1-5).

Los censos tenían importancia, porque eran la manera de conocer a los que eran sujetos obligados a pagar tributos. Por esa razón y con ciertas dosis de orgullo, Augusto hace referencia en su crónica a su actividad de convocarlos. Ésta es la relación que hace él mismo de los censos convocados bajo su autoridad:

“En mi sexto consulado hice el censo del pueblo teniendo como colega a Marcos Agripa. Hice el sacrificio expiatorio después de cuarenta y dos años. En aquel censo fueron registrados cuatro millones sesenta y tres mil ciudadanos romanos. Nuevamente, con mi autoridad consular, siendo cónsules Cayo Censorino y Cayo Asinio, hice solo un censo en el que fueron registrados cuatro millones doscientos treinta y tres mil ciudadanos romanos. Por tercera vez y con mi autoridad consular hice un censo con mi hijo Tiberio César como colega siendo cónsules Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo; en aquel censo fueron registrados cuatro millones novecientos treinta y siete mil ciudadanos romanos”.

Augusto hace referencia explícita a tres de los censos (apotimēseis) convocados por su autoridad consular. El primero de ellos, en colaboración con Marcos Agripa, en el tiempo de su sexto consulado, es decir, el año 28 a. C. El número de ciudadanos romanos alcanzaba la cifra de 4. 063.000. Menciona un nuevo censo hecho (feci) por él en solitario el año 5 a. C. con una cifra de 4.233.000 ciudadanos romanos. Convocó un tercer censo, teniendo como colega a su hijastro Tiberio César el año 14 d. C., con un resultado creciente de 4.937.000 ciudadanos. En los tres casos, Augusto menciona expresamente a los “ciudadanos romanos”, mientras que el texto griego habla simplemente de “romanos”.

Como no habla el texto de los lugares donde se realiza el censo, no podemos sacar conclusiones más precisas, ni mucho menos su eventual relación con el censo narrado por Lucas, objeto de dudas y disensiones seculares. Lo que podemos asegurar es que el emperador Augusto contaba entre sus actividades consulares la de convocar censos. No necesito decir que el censo al que se vieron obligados José y María nada tiene que ver con los que realizó Augusto entre los ciudadanos romanos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 27 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”

Hoy se piensa comúnmente que la gnosis no era una religión específica en el siglo I de nuestra era, sino una “atmósfera espiritual”, como un conjunto de ideas religiosas que circulaban por todo el Mediterráneo oriental ya incluso –es muy posible- antes de la era cristiana. Esta atmósfera conceptual, aun sin constituirse en religión, influyó como ideología subyacente en diversas religiones.

En el sistema de la gnosis es esencial un dualismo óntico y ético -de fuerte componente órfico y platónico por un lado e iranio, por otro-, según el cual el mundo del espíritu, de arriba, o de las ideas, o la luz, es el único bueno y verdadero, mientras que el ámbito de las tinieblas, de la materia, de abajo, lo corpóreo, es malo: es una degradación de la divinidad o último escalón del ser.

Lo mejor del ser humano, su espíritu, se halla, según la gnosis, aherrojado en la materia. Para que este espíritu se salve, para que retorne al mundo de arriba de donde procede, la divinidad envía un Revelador/Redentor que revela, salva y que luego retorna al cielo. La revelación salvífica consiste en una “gnosis”, un conocimiento de cuál es la verdadera esencia del hombre, la espiritual; consiste en saber de dónde procede lo mejor que hay en el ser humano, cómo ha de retornar allí, a las alturas celestes, de donde vino. Saberlo y poner los medios para realizarlo constituye la salvación.

Pero la mujer en los sistemas gnósticos, como generadora de nuevos seres humanos aherrojados en la materia, representa sobre todo el aspecto más material de la pareja humana donde se percibe con más nitidez el proceso de generación y de corrupción. El fenómeno de la menstruación, a la que se unen concepciones míticas en torno a la sangre y la mácula, ayuda también a considerar a la mujer como representante de la carnalidad dentro de la dualidad del ser humano.

Así pues, la gnosis muestra una inmensa prevención contra el sexo, generador de seres encadenados a la materia, y contra la mujer, como la personificación más visible y adecuada del sexo. Y es curioso en extremo esta prevención hacia el sexo y la mujer en la gnosis, cuando por otro lado, son en estas comunidades, como e bien sabido, donde la mujer tiene una función más predominante que en otros tipos de cristianismo.

Y tampoco deja de ser curioso que en los textos gnósticos abunden las metáforas de tipo sexual. Eran bien conscientes que en la vida aherrojada en la materia es difícil encontrar imágenes más explícitas de la unión de todo tipo entre los humanos, y por reflejo de la unión del espíritu con la divinidad con la que es consustancial.

Teniendo en cuenta este trasfondo volvamos al pensamiento paulino sobre el tema de la mujer que está relacionado con el pensamiento acerca del sexo. Será evidente que para Pablo el eros nada vale por sí mismo, y es tratado por el Apóstol sólo en relación con el matrimo¬nio, como concesión (1 Cor 7,5-7) a la debilidad humana (“Más vale casarse que abrasarse”: 1 Cor 7,9), cuya carta magna se halla en el cap. 7 de la 1ª Epístola a los Corintios. Lo transcribimos en la nota de hoy y en la de la próxima ocasión

1 En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno es para el hombre no tocar mujer. 2 No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. 3 Que el marido cumpla su deber para con su mujer, e igualmente la mujer lo cumpla con el marido. 4 La mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido. Y asimismo el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 5 No os privéis el uno del otro, excepto de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaros a la oración; volved después a juntaros a fin de que Satanás no os tiente por causa de vuestra falta de dominio propio. 6 Mas esto digo por vía de concesión, no como una orden. 7 Sin embargo, yo desearía que todos los hombres fueran como yo. No obstante, cada cual ha recibido de Dios su propio don, uno de una manera y otro de otra.

8 A los solteros y a las viudas digo que es bueno para ellos si se quedan como yo. 9 Pero si carecen de dominio propio, cásense; que mejor es casarse que quemarse.

10 A los casados instruyo, no yo, sino el Señor: que la mujer no debe dejar al marido 11 (pero si lo deja, quédese sin casar, o de lo contrario que se reconcilie con su marido), y que el marido no abandone a su mujer.

12 Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. 13 Y la mujer cuyo marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido. 14 Porque el marido que no es creyente es santificado por medio de su mujer; y la mujer que no es creyente es santificada por medio de su marido creyente; de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mas ahora son santos. 15 Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe; en tales casos el hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para vivir en paz. 16 Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? ¿O cómo sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?

17 Fuera de esto, según el Señor ha asignado a cada uno, según Dios llamó a cada cual, así ande. Y esto ordeno en todas las iglesias. 18 ¿Fue llamado alguno ya circuncidado? Quédese circuncidado. ¿Fue llamado alguno estando incircunciso? No se circuncide. 19 La circuncisión nada es, y nada es la incircuncisión, sino el guardar los mandamientos de Dios. 20 Cada uno permanezca en la condición en que fue llamado. 21 ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; aunque si puedes obtener tu libertad, prefiérelo.22 Porque el que fue llamado por el Señor siendo esclavo, liberto es del Señor; de la misma manera, el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. 23 Comprados fuisteis por precio; no os hagáis esclavos de los hombres. 24 Hermanos, cada uno permanezca con Dios en la condición en que fue llamado.

25 En cuanto a las doncellas no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi opinión como el que habiendo recibido la misericordia del Señor es digno de confianza. 26 Creo, pues, que esto es bueno en vista de la presente aflicción; es decir, que es bueno que el hombre se quede como está. 27 ¿Estás unido a mujer? No procures separarte. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. 28 Pero si te casas, no has pecado; y si una doncella se casa, no ha pecado. Sin embargo, ellos tendrán problemas en esta vida, y yo os los quiero evitar.

El próximo día termino con la transcripción de este cap. 7 de 1 Cor, y haremos algún comentario

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 26 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”


La innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara; más bien lo contrario. A pesar de la declaración fundamental, cristonómica, escatológica, de Gál 3,28 (transcrita completa más arriba: “…no hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”), Pablo mantiene una postura más bien contemporizante con las ideas sociales-jurídicas normales sobre la mujer de su entorno judeocristiano y el mundo helenístico-romano.

Cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos no cita el texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 + 5,2 (“Y dijo Dios: hagamos al hombre a imagen nuestra… Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”), como sí lo hizo Jesús sintéticamente según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24.

Al citar Jesús no sólo el capítulo 2 del Génesis sino también el primero, mostraba al parecer una mayor sensibilidad hacia las féminas, del mismo modo que de facto la prohibición jesuánica absoluta del divorcio (Mc 10,2-12) era favorecer realmente a las mujeres en su situación vital. Pablo, por el contrario, se olvida del capítulo 1 del Génesis y carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale muy mal parada, como un ser de segunda clase, creado secundariamente y para el varón (ese segundo relato de la creación del hombre y la mujer en el Génesis da a entender que únicamente para que el varón tuviera compañía y no se aburriera con los solos animales).

En las cartas auténticas de Pablo no hallamos por ninguna parte –a excepción de la formulación básica, escatológica de Gál 3,28- ninguna valoración positiva de la mujer o del eros (de este vocablo procede "erotismo") (que en la Antigüedad se asociaba preferente y muchas veces negativamente con el cuerpo femenino), como aspecto fundamental de la persona humana, ni especialmente tampoco del matrimonio, en donde la mujer tiene una función esencial. Sí presenta Pablo en 1 Corintios 7 una cierta apología del celibato, sin condenar el matrimonio por supuesto. Precisamente una idea negativa de lo que constituye el aspecto corpóreo, material, del hombre (producto de cierta “atmósfera” gnóstica como a continuación veremos), conducirá a Pablo todo lo más a una valoración simplemente permisiva del matrimonio.

En efecto, aunque el cuerpo del hombre (gr. soma), o el ser humano en cuanto considerado ser viviente material, no sea sinónimo de sarks, “carne”, con todo su sentido peyorativo paulino de bajeza y pecado (la “carne” es el hombre entero, completo, pero en cuanto se mueve en la esfera de lo visible, de lo perceptible, de los acontecimientos naturales o históricos: el ser humano en el ámbito de sus propias fuerzas), sí es cierto que la “carne”, pecadora, acaba dominando al ser humano corpóreo, quien queda subyugado bajo poderes satánicos, salvo que sea liberado por la fe. Las “flaquezas de la carne”, incluso en los creyentes, se concentran en Pablo en el aspecto más negro de la sexualidad: el apetito lujurioso. Las “tribulaciones de la carne” se presentan incluso en la unión lícita de marido y mujer (1 Cor 7,28).

Es absolutamente necesario detenerse ahora un momento en un aspecto del trasfondo ideológico de Pablo - el trasfondo gnóstico de su pensamiento antropológico y teológico- que me parece absolutamente esencial para captar profundamente su sentido negativo de la mujer y de sus funciones, asociadas al cuerpo, al eros del matrimonio y cuál es el sentido paulino de lo contrario, del celibato.

Seguiremos en la próxima nota
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Sábado, 25 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”. Nos preguntamos ¿Sacerdotisas?


No existía en los principios del cristianismo ninguna figura parecida al “sacerdote” (del latín “sacerdos”, el que administra lo sacro) de hoy día, sino que los “presbíteros” o ancianos eran gente provecta que formaba el consejo que regía la comunidad, o bien que presidía la “fracción de pan” (aún no un sacramento).

La introducción al libro de Karen Jo Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes, El Almendro 2005, p. 15) es de una gran imprecisión a este respecto:

« “Sirviéndose de antiguas inscripciones, como epitafios y dedicatorias, Bernadette Brooten y Ross Kraemer han demostrado que las mujeres ejercían en las comunidades judías toda gama de funciones religiosas como las de jefa de sinagoga, madre de la sinagoga, anciana y sacerdote, desde el siglo I a.C. hasta el siglo VI d.C.”.  »

De ahí parece deducir la autora que no sólo en el judaísmo, sino también en el cristianismo primitivo hubo sacerdotes…, vocablo que el lector entiende que tiene el mismo significado –no se le advierte de lo contrario- que hoy día. Pero jamás en el judaísmo, ni en tiempos de la existencia física del templo de Jerusalén, ejercieron las mujeres de sacerdotisas. ¡Cuánto menos cuando el templo ya no existía físicamente! Y que existieran en el cristianismo de un modo general es como veremos en extremo dudoso. El texto citado confunde extraordinariamente al lector.

Del mismo modo sostiene K. J. Torjesen que

« “Giorgio Otranto, profesor italiano de historia de la Iglesia, ha demostrado mediante cartas pontificias e inscripciones que las mujeres ejercieron el sacerdocio católico durante los primeros años de la historia de la Iglesia. Los investigadores norteamericanos de los últimos treinta años han aportado un asombroso cúmulo de pruebas sobre mujeres que ejercieron las funciones de diáconos, sacerdotes, presbíteros e incluso obispos en las iglesias cristianas desde el siglo I hasta el XIII”. Op. cit., 16). »

Pero luego, a la hora de la verdad, para la época que nos interesa, los orígenes del cristianismo o “comunidades primitivas”, ese mismo libro de Torjesen (¡“Cuando las mujeres eran sacerdotes”!) no aporta ni una sola prueba convincente. Es más, ¡ni siquiera habla de ello en todo el libro! Sólo presenta (¡sin fecha!) una inscripción de una Theodora episcopa, tomada de un volumen publicado en inglés cuyo título habla de la “hidden history”, la historia secreta (¡por supuesto jamás contada hasta el momento!), de un tal J. Morris, de 1973 (Torjesen, p. 23).

Y luego aporta la autora una inscripción de la isla de Tera (para algunos italianizantes, Santorini) de una tal Epiktas, presbytis (“Epictas presbítera”) del siglo IV (BCH 101 [1977] pp. 210,212).

Ambos títulos, episcopa y presbytis, prueban poco sin un contexto claro, y menos para la época que tratamos ahora (“primeras comunidades”) porque pueden significar “inspectora” y “anciana”, respectivamente y no “obispa” o “sacerdote” en el sentido de hoy día.

Sabemos además por Epifanio de Salamina que nunca habían existido mujeres sacerdotes en la Iglesia (citado por E. Gryson, The Ministry of Women in the Early Church, Liturgical Press, Collegeville, MN 1976, 109; he buscado la cita en la Patrologia Graeca vol. 41, sin encontrarla exactamente) hasta que los montanistas evolucionaron en el sentido de nombrarlas no sólo diaconisas y presbíteras, sino también obispas (A. Piñero, Los cristianismos derrotados, Edaf 2007, p. 127).

Sin embargo, debo ser en extremo cauto porque en la literatura más o menos popular cristiana que son los Hechos apócrifos de los apóstoles (de los que se han conservado 19; edición de Piñero- del Cerro; tercer volumen en prensa; aparición primer trimestre del 2011) se encuentran dos casos de “presbíteras” o “sacerdotisas” (griego presbýtis, acusativo presbýtidas, aunque ciertamente ninguno de “obispa” griego epískopa; aparte de otros dos de presbíteras que ciertamente significan simplemente “ancianas”: Hechos de Juan 30 y 31). Tenemos la seguridad de que es así porque la mencionada edición multilingüe de estos Hechos apócrifos está provista de índices griegos y latinos completos.

Por su extrema importancia, he aquí los textos:

Martirio de Mateo: 28,2 (siglo IV o mejor del V)

« 2En aquella misma ocasión Mateo nombró presbítero al rey, que tenía treinta y siete años; al hijo del rey, de diecisiete años, lo nombró diácono; a la mujer del rey la nombró presbítera, y diaconisa a la mujer de su hijo, que también tenía diecisiete años. Hubo gran alegría en la Iglesia y todos gritaron unos a otros:
- Amén, glorificado sea el sacerdocio en la intención de Cristo. Amén. »

Hechos de Felipe (siglo IV o principios del V). Descripción del infierno por un hombre resucitado por el Apóstol

g[ “[I A 12]. 1Cuando oí estas cosas, me di prisa para salir y una vez fuera vi delante de la puerta a un hombre y a una mujer. El gran perro llamado Cerbero, el de las tres cabezas, estaba atado a la puerta con cadenas de fuego y devoraba al hombre y a la mujer sujetando entre sus patas los hígados de ambos. Ellos, como medio muertos, gritaban:
- Tened piedad de nosotros, ayudadnos.
Y nadie les ayudaba. Yo me lancé para echar hacia atrás el perro, pero me dijo Miguel:
2- Déjalo tú, porque también ellos han blasfemado contra los presbíteros, las presbíteras, los ‘eunucos’ (es decir, varones vírgenes, consagrados), los diáconos, las diaconisas, las vírgenes, acusándolos falsamente de libertinaje y adulterio. Después de haberse afanado en el intento, dieron conmigo Miguel, con Rafael y con Uriel, y los entregamos como alimento a este perro hasta el gran día del juicio”. ]g

Lo único que podemos decir es que a principios del siglo V no debía extrañar al pueblo cristiano de la iglesia oriental que una mujer, recién convertida, sin preparación teológica alguna, pero socialmente importante y rica, pudiera ser nombrada “presbítera” o sacerdotisa. Y que lo consideraran igualmente probable para la época apostólica. Pero, ¿qué contenido o significado tiene este vocablo? No lo sabemos, pero sin duda hace referencia a la presidencia de la eucaristía, sea del modo como se entendiera. Desde luego no se entendía el término como lo comprende un cristiano de hoy día, tal como he criticado el texto de Torjesen citada arriba.

Por tanto, a falta de más testimonios, dejamos la cuestión en el ámbito de las dudas razonables.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Viernes, 24 de Septiembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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