CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Para comprender el relato de la Pasión, su complejidad literaria e histórica, es necesario hacerse con un bagaje cultural amplio. Comenzamos hoy algunas notas sobre este tema.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


La diáspora era fruto de cientos de años de historia, de modo que no ha de resultar extraño que la duración del fenómeno abriera algunas brechas entre las comunidades judías que habían viajado por el Mediterráneo como otros pueblos lo hicieron (judíos adorando a su dios en Elefantina, Egipto en el s. V a. C.). De hecho, para el judaísmo más ortodoxo de Jerusalén, pese a las variantes que en sí mismo contenía, las comunidades alejadas de él presentaban algunas notas discordantes, en algunos casos tolerables, en otros no (caso de Elefantina, léase Jeremías 44). 

Algunas comunidades, en general bastante integradas entre los gentiles, eran mucho menos intransigentes que lo que habría gustado a los contagiados del ambiente de excesivo fervor religioso reinante en Judea, pues era lógico que la vida entre gentiles llevara a aceptar, de mejor o peor grado, costumbres tanto alimenticias como sociales diferentes a las preconizadas por unas leyes divinas promulgadas en los estertores de la Edad del Bronce. También la distancia entre la metrópolis religiosa y estas comunidades hacía ver con otros ojos algunas cuestiones tenidas como fundamentales, aunque existían numerosos lazos entre diáspora e Israel, ya que la beneficiosa legislación que Roma dispensaba al judaísmo permitía contribuir con un impuesto particular a la prosperidad del templo y es cierto que muchas familias enviaban a sus hijos a estudiar a la ciudad de David.  

Así pues, consideremos un mundo que había llevado a los hebreos a adaptarse a él. Piénsese, sin ir más lejos en los dominios de los herederos de Alejandro Magno, en lo que supondría para un ortodoxo judío no sólo ver estatuas de humanos desnudos, algo prohibido en su religión, sino el mismo hecho de que los dioses aparecieran esculpidos o pintados en cualquier lugar monumental de una ciudad o santuario de la época. Y, junto a esto, téngase también en cuenta que la tradición mitológica e histórica de todos los pueblos que los acogían habría de resultar fuente al menos de comentarios, cuando no se convirtiera en materia de crítica habitual por las increíbles hazañas de sus dioses y héroes, frente a una mitología propia plagada de héroes entregados a Yahvé protagonistas de sucesos tan rocambolescos como los de los gentiles pero considerados como historia real del pueblo elegido. 

Con todo, la rigidez que comporta esta actitud no debe ocultar la innegable inserción que alcanzó la diáspora judía en el Mediterráneo oriental de la época. Sin ir más lejos, una de las más fértiles corrientes de pensamiento, el gnosticismo, que afloró a principios del siglo I de nuestra era en Egipto y se extendió paulatinamente por el Imperio, es una pujante mezcolanza de ideas religiosas y filosóficas tanto gentiles como egipcias y judías. Añadamos a esto el caso de los libros conocidos como Oráculos Sibilinos, un apócrifo del Antiguo Testamento que, dentro de la línea más estricta de ortodoxia judía en cuanto a la tierra de Israel y el papel de Yahvé y su Mesías en la liberación de los judíos de la opresión extranjera, se presentaba en forma de oráculos al estilo de los de tantos santuarios grecorromanos de la época. Baste, a modo de ejemplo, un pasaje del libro III en que son engarzados los temas de la Torre de Babel, el diluvio y el mito de la sucesión de tres dioses griegos, Crono, Titán y Jápeto: 

 

Mas cuando del gran Dios se cumplan las amenazas que una vez profirió contra los mortales, cuando una torre levantaron en la tierra de Asiria: todos hablaban la misma lengua y querían subir hasta el cielo estrellado; mas al punto, el Inmortal les envió gran calamidad con sus soplos y a su vez luego los vientos derribaron la gran torre y entre sí los mortales levantaron mutua disputa; por esto los hombres pusieron a la ciudad el nombre de Babilón; y después que la torre cayó y las lenguas de los hombres con toda clase de sonidos se distorsionaron y a su vez toda la tierra se pobló de mortales que se repartían los reinos, entonces es cuando existió la décima generación de seres humanos, desde que el diluvio cayó sobre los primeros hombres. Y se hicieron con el poder Crono, Titán y Jápeto, hijos excelentes de la tierra y el cielo (a los que los hombres habían llamado tierra y cielo al ponerles nombre porque ellos fueron los más destacados de los seres humanos). A suertes habían echado para cada uno la tercera parte de la tierra... (Versos 97 a 114. Traducción de E. Suárez de la Torre, en Apócrifos del Antiguo Testamento III, editado por A. Díez Macho y A. Piñero Sáenz, Ediciones Cristiandad, 2ª edición 2002). 

 

El pasaje, presumiblemente escrito en Judea hacia el año 150 antes de nuestra era, nos ofrece una magnífica muestra de lo que ocurría con frecuencia en el mundo que Alejandro Magno primero y Roma después habían globalizado en su escala mediterránea: la mezcla de culturas, por lo tanto de religiones, y la convivencia entre ellas produjeron una amalgama de creencias, sincretismo en lenguaje técnico, que enriqueció algunas doctrinas, relegó otras y sirvió como abono para el nacimiento de algunas más. 

 

Texto procedente de La verdadera historia de la Pasión, Ed. EDAF. 

 

Enlace al diálogo que mantuvimos Antonio Piñero y yo a propósito de la Pasión de Jesús en el canal Indagando en la Biblia:  

Saludos cordiales. 

 


Miércoles, 30 de Abril 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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