CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum

Dejo esta jornada el tema habitual sobre los Apócrifos para presentar a mis benévolos lectores un trabajo mío recientemente venido la luz. El título es Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum. Ha sido publicado por Ediciones Clásicas. Se trata de la inscripción descubierta en el siglo XVI en lo que fuera templo de Roma y Augusto en Ancira de Galacia, la actual Ankara. Una inscripción calificada por Th. Mommsen como “la reina de las antiguas inscripciones”, la más larga de las conocidas. Y aunque ya ha sido publicada en otras ediciones, estimo que ciertos aspectos no han sido suficientemente destacados, por lo que he creído oportuno hacer una nueva edición con un amplio comentario.

Es una crónica autobiográfica de las gestas realizadas por el emperador Augusto. Suetonio habla de ella como de un Index rerum gestarum, depositado para su custodia en la casa de las Vestales (foto). De acuerdo con el título, el contenido del documento consta de dos apartados: las res gestae, práxeis (hechos) en el griego y los gastos, dōreái (dones). Aunque el documento es denominado “testamento”, solamente tiene de testamento su carácter de ultimidad.

La inscripción estaba destinada para ser grabada en dos pilares de bronce delante del mausoleo del emperador. Pero perdidas estas copias originales, se descubrieron en Galacia las copias latina y griega, objeto de mi estudio. En Ankara se encuentran las copias de los dos idiomas en el actual edificio de la mezquita Haci Bayram. El texto latino está grabado en las dos paredes laterales interiores del vestíbulo del templo, el texto griego en la parte exterior del muro izquierdo. En Antioquía de Pisidia se encontró una copia latina, y en la antigua Apolonia apareció una copia griega, todas en la antigua provincia de Galacia.

Para que no quede todo en el aspecto histórico romano, muchos lectores conocerán la opinión de autores que pretenden ver en los evangelios un reflejo de las vidas de ilustres romanos como Julio César, Octavio Augusto y otros. Allá ellos con sus razones. Pero en el documento de Augusto encontramos algún detalle conocido también en el evangelio, concretamente, en la narración del nacimiento de Jesús. El evangelista Lucas pretende poner el marco cronológico al nacimiento refiriendo los detalles de un censo decretado por Augusto. Éste es el texto: “Sucedió que en aquellos días salió un decreto del César Augusto para que se empadronara todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar siendo Quirino procurador de Siria. Marchaban todos a empadronarse, cada uno a su propia ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, por ser él de la casa y de la estirpe de David, para empadronarse con su esposa María que estaba encinta” (Lc 2,1-5).

Los censos tenían importancia, porque eran la manera de conocer a los que eran sujetos obligados a pagar tributos. Por esa razón y con ciertas dosis de orgullo, Augusto hace referencia en su crónica a su actividad de convocarlos. Ésta es la relación que hace él mismo de los censos convocados bajo su autoridad:

“En mi sexto consulado hice el censo del pueblo teniendo como colega a Marcos Agripa. Hice el sacrificio expiatorio después de cuarenta y dos años. En aquel censo fueron registrados cuatro millones sesenta y tres mil ciudadanos romanos. Nuevamente, con mi autoridad consular, siendo cónsules Cayo Censorino y Cayo Asinio, hice solo un censo en el que fueron registrados cuatro millones doscientos treinta y tres mil ciudadanos romanos. Por tercera vez y con mi autoridad consular hice un censo con mi hijo Tiberio César como colega siendo cónsules Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo; en aquel censo fueron registrados cuatro millones novecientos treinta y siete mil ciudadanos romanos”.

Augusto hace referencia explícita a tres de los censos (apotimēseis) convocados por su autoridad consular. El primero de ellos, en colaboración con Marcos Agripa, en el tiempo de su sexto consulado, es decir, el año 28 a. C. El número de ciudadanos romanos alcanzaba la cifra de 4. 063.000. Menciona un nuevo censo hecho (feci) por él en solitario el año 5 a. C. con una cifra de 4.233.000 ciudadanos romanos. Convocó un tercer censo, teniendo como colega a su hijastro Tiberio César el año 14 d. C., con un resultado creciente de 4.937.000 ciudadanos. En los tres casos, Augusto menciona expresamente a los “ciudadanos romanos”, mientras que el texto griego habla simplemente de “romanos”.

Como no habla el texto de los lugares donde se realiza el censo, no podemos sacar conclusiones más precisas, ni mucho menos su eventual relación con el censo narrado por Lucas, objeto de dudas y disensiones seculares. Lo que podemos asegurar es que el emperador Augusto contaba entre sus actividades consulares la de convocar censos. No necesito decir que el censo al que se vieron obligados José y María nada tiene que ver con los que realizó Augusto entre los ciudadanos romanos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 27 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”

Hoy se piensa comúnmente que la gnosis no era una religión específica en el siglo I de nuestra era, sino una “atmósfera espiritual”, como un conjunto de ideas religiosas que circulaban por todo el Mediterráneo oriental ya incluso –es muy posible- antes de la era cristiana. Esta atmósfera conceptual, aun sin constituirse en religión, influyó como ideología subyacente en diversas religiones.

En el sistema de la gnosis es esencial un dualismo óntico y ético -de fuerte componente órfico y platónico por un lado e iranio, por otro-, según el cual el mundo del espíritu, de arriba, o de las ideas, o la luz, es el único bueno y verdadero, mientras que el ámbito de las tinieblas, de la materia, de abajo, lo corpóreo, es malo: es una degradación de la divinidad o último escalón del ser.

Lo mejor del ser humano, su espíritu, se halla, según la gnosis, aherrojado en la materia. Para que este espíritu se salve, para que retorne al mundo de arriba de donde procede, la divinidad envía un Revelador/Redentor que revela, salva y que luego retorna al cielo. La revelación salvífica consiste en una “gnosis”, un conocimiento de cuál es la verdadera esencia del hombre, la espiritual; consiste en saber de dónde procede lo mejor que hay en el ser humano, cómo ha de retornar allí, a las alturas celestes, de donde vino. Saberlo y poner los medios para realizarlo constituye la salvación.

Pero la mujer en los sistemas gnósticos, como generadora de nuevos seres humanos aherrojados en la materia, representa sobre todo el aspecto más material de la pareja humana donde se percibe con más nitidez el proceso de generación y de corrupción. El fenómeno de la menstruación, a la que se unen concepciones míticas en torno a la sangre y la mácula, ayuda también a considerar a la mujer como representante de la carnalidad dentro de la dualidad del ser humano.

Así pues, la gnosis muestra una inmensa prevención contra el sexo, generador de seres encadenados a la materia, y contra la mujer, como la personificación más visible y adecuada del sexo. Y es curioso en extremo esta prevención hacia el sexo y la mujer en la gnosis, cuando por otro lado, son en estas comunidades, como e bien sabido, donde la mujer tiene una función más predominante que en otros tipos de cristianismo.

Y tampoco deja de ser curioso que en los textos gnósticos abunden las metáforas de tipo sexual. Eran bien conscientes que en la vida aherrojada en la materia es difícil encontrar imágenes más explícitas de la unión de todo tipo entre los humanos, y por reflejo de la unión del espíritu con la divinidad con la que es consustancial.

Teniendo en cuenta este trasfondo volvamos al pensamiento paulino sobre el tema de la mujer que está relacionado con el pensamiento acerca del sexo. Será evidente que para Pablo el eros nada vale por sí mismo, y es tratado por el Apóstol sólo en relación con el matrimo¬nio, como concesión (1 Cor 7,5-7) a la debilidad humana (“Más vale casarse que abrasarse”: 1 Cor 7,9), cuya carta magna se halla en el cap. 7 de la 1ª Epístola a los Corintios. Lo transcribimos en la nota de hoy y en la de la próxima ocasión

1 En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno es para el hombre no tocar mujer. 2 No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. 3 Que el marido cumpla su deber para con su mujer, e igualmente la mujer lo cumpla con el marido. 4 La mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido. Y asimismo el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 5 No os privéis el uno del otro, excepto de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaros a la oración; volved después a juntaros a fin de que Satanás no os tiente por causa de vuestra falta de dominio propio. 6 Mas esto digo por vía de concesión, no como una orden. 7 Sin embargo, yo desearía que todos los hombres fueran como yo. No obstante, cada cual ha recibido de Dios su propio don, uno de una manera y otro de otra.

8 A los solteros y a las viudas digo que es bueno para ellos si se quedan como yo. 9 Pero si carecen de dominio propio, cásense; que mejor es casarse que quemarse.

10 A los casados instruyo, no yo, sino el Señor: que la mujer no debe dejar al marido 11 (pero si lo deja, quédese sin casar, o de lo contrario que se reconcilie con su marido), y que el marido no abandone a su mujer.

12 Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. 13 Y la mujer cuyo marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido. 14 Porque el marido que no es creyente es santificado por medio de su mujer; y la mujer que no es creyente es santificada por medio de su marido creyente; de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mas ahora son santos. 15 Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe; en tales casos el hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para vivir en paz. 16 Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? ¿O cómo sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?

17 Fuera de esto, según el Señor ha asignado a cada uno, según Dios llamó a cada cual, así ande. Y esto ordeno en todas las iglesias. 18 ¿Fue llamado alguno ya circuncidado? Quédese circuncidado. ¿Fue llamado alguno estando incircunciso? No se circuncide. 19 La circuncisión nada es, y nada es la incircuncisión, sino el guardar los mandamientos de Dios. 20 Cada uno permanezca en la condición en que fue llamado. 21 ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; aunque si puedes obtener tu libertad, prefiérelo.22 Porque el que fue llamado por el Señor siendo esclavo, liberto es del Señor; de la misma manera, el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. 23 Comprados fuisteis por precio; no os hagáis esclavos de los hombres. 24 Hermanos, cada uno permanezca con Dios en la condición en que fue llamado.

25 En cuanto a las doncellas no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi opinión como el que habiendo recibido la misericordia del Señor es digno de confianza. 26 Creo, pues, que esto es bueno en vista de la presente aflicción; es decir, que es bueno que el hombre se quede como está. 27 ¿Estás unido a mujer? No procures separarte. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. 28 Pero si te casas, no has pecado; y si una doncella se casa, no ha pecado. Sin embargo, ellos tendrán problemas en esta vida, y yo os los quiero evitar.

El próximo día termino con la transcripción de este cap. 7 de 1 Cor, y haremos algún comentario

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 26 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”


La innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara; más bien lo contrario. A pesar de la declaración fundamental, cristonómica, escatológica, de Gál 3,28 (transcrita completa más arriba: “…no hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”), Pablo mantiene una postura más bien contemporizante con las ideas sociales-jurídicas normales sobre la mujer de su entorno judeocristiano y el mundo helenístico-romano.

Cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos no cita el texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 + 5,2 (“Y dijo Dios: hagamos al hombre a imagen nuestra… Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”), como sí lo hizo Jesús sintéticamente según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24.

Al citar Jesús no sólo el capítulo 2 del Génesis sino también el primero, mostraba al parecer una mayor sensibilidad hacia las féminas, del mismo modo que de facto la prohibición jesuánica absoluta del divorcio (Mc 10,2-12) era favorecer realmente a las mujeres en su situación vital. Pablo, por el contrario, se olvida del capítulo 1 del Génesis y carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale muy mal parada, como un ser de segunda clase, creado secundariamente y para el varón (ese segundo relato de la creación del hombre y la mujer en el Génesis da a entender que únicamente para que el varón tuviera compañía y no se aburriera con los solos animales).

En las cartas auténticas de Pablo no hallamos por ninguna parte –a excepción de la formulación básica, escatológica de Gál 3,28- ninguna valoración positiva de la mujer o del eros (de este vocablo procede "erotismo") (que en la Antigüedad se asociaba preferente y muchas veces negativamente con el cuerpo femenino), como aspecto fundamental de la persona humana, ni especialmente tampoco del matrimonio, en donde la mujer tiene una función esencial. Sí presenta Pablo en 1 Corintios 7 una cierta apología del celibato, sin condenar el matrimonio por supuesto. Precisamente una idea negativa de lo que constituye el aspecto corpóreo, material, del hombre (producto de cierta “atmósfera” gnóstica como a continuación veremos), conducirá a Pablo todo lo más a una valoración simplemente permisiva del matrimonio.

En efecto, aunque el cuerpo del hombre (gr. soma), o el ser humano en cuanto considerado ser viviente material, no sea sinónimo de sarks, “carne”, con todo su sentido peyorativo paulino de bajeza y pecado (la “carne” es el hombre entero, completo, pero en cuanto se mueve en la esfera de lo visible, de lo perceptible, de los acontecimientos naturales o históricos: el ser humano en el ámbito de sus propias fuerzas), sí es cierto que la “carne”, pecadora, acaba dominando al ser humano corpóreo, quien queda subyugado bajo poderes satánicos, salvo que sea liberado por la fe. Las “flaquezas de la carne”, incluso en los creyentes, se concentran en Pablo en el aspecto más negro de la sexualidad: el apetito lujurioso. Las “tribulaciones de la carne” se presentan incluso en la unión lícita de marido y mujer (1 Cor 7,28).

Es absolutamente necesario detenerse ahora un momento en un aspecto del trasfondo ideológico de Pablo - el trasfondo gnóstico de su pensamiento antropológico y teológico- que me parece absolutamente esencial para captar profundamente su sentido negativo de la mujer y de sus funciones, asociadas al cuerpo, al eros del matrimonio y cuál es el sentido paulino de lo contrario, del celibato.

Seguiremos en la próxima nota
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Sábado, 25 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”. Nos preguntamos ¿Sacerdotisas?


No existía en los principios del cristianismo ninguna figura parecida al “sacerdote” (del latín “sacerdos”, el que administra lo sacro) de hoy día, sino que los “presbíteros” o ancianos eran gente provecta que formaba el consejo que regía la comunidad, o bien que presidía la “fracción de pan” (aún no un sacramento).

La introducción al libro de Karen Jo Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes, El Almendro 2005, p. 15) es de una gran imprecisión a este respecto:

« “Sirviéndose de antiguas inscripciones, como epitafios y dedicatorias, Bernadette Brooten y Ross Kraemer han demostrado que las mujeres ejercían en las comunidades judías toda gama de funciones religiosas como las de jefa de sinagoga, madre de la sinagoga, anciana y sacerdote, desde el siglo I a.C. hasta el siglo VI d.C.”.  »

De ahí parece deducir la autora que no sólo en el judaísmo, sino también en el cristianismo primitivo hubo sacerdotes…, vocablo que el lector entiende que tiene el mismo significado –no se le advierte de lo contrario- que hoy día. Pero jamás en el judaísmo, ni en tiempos de la existencia física del templo de Jerusalén, ejercieron las mujeres de sacerdotisas. ¡Cuánto menos cuando el templo ya no existía físicamente! Y que existieran en el cristianismo de un modo general es como veremos en extremo dudoso. El texto citado confunde extraordinariamente al lector.

Del mismo modo sostiene K. J. Torjesen que

« “Giorgio Otranto, profesor italiano de historia de la Iglesia, ha demostrado mediante cartas pontificias e inscripciones que las mujeres ejercieron el sacerdocio católico durante los primeros años de la historia de la Iglesia. Los investigadores norteamericanos de los últimos treinta años han aportado un asombroso cúmulo de pruebas sobre mujeres que ejercieron las funciones de diáconos, sacerdotes, presbíteros e incluso obispos en las iglesias cristianas desde el siglo I hasta el XIII”. Op. cit., 16). »

Pero luego, a la hora de la verdad, para la época que nos interesa, los orígenes del cristianismo o “comunidades primitivas”, ese mismo libro de Torjesen (¡“Cuando las mujeres eran sacerdotes”!) no aporta ni una sola prueba convincente. Es más, ¡ni siquiera habla de ello en todo el libro! Sólo presenta (¡sin fecha!) una inscripción de una Theodora episcopa, tomada de un volumen publicado en inglés cuyo título habla de la “hidden history”, la historia secreta (¡por supuesto jamás contada hasta el momento!), de un tal J. Morris, de 1973 (Torjesen, p. 23).

Y luego aporta la autora una inscripción de la isla de Tera (para algunos italianizantes, Santorini) de una tal Epiktas, presbytis (“Epictas presbítera”) del siglo IV (BCH 101 [1977] pp. 210,212).

Ambos títulos, episcopa y presbytis, prueban poco sin un contexto claro, y menos para la época que tratamos ahora (“primeras comunidades”) porque pueden significar “inspectora” y “anciana”, respectivamente y no “obispa” o “sacerdote” en el sentido de hoy día.

Sabemos además por Epifanio de Salamina que nunca habían existido mujeres sacerdotes en la Iglesia (citado por E. Gryson, The Ministry of Women in the Early Church, Liturgical Press, Collegeville, MN 1976, 109; he buscado la cita en la Patrologia Graeca vol. 41, sin encontrarla exactamente) hasta que los montanistas evolucionaron en el sentido de nombrarlas no sólo diaconisas y presbíteras, sino también obispas (A. Piñero, Los cristianismos derrotados, Edaf 2007, p. 127).

Sin embargo, debo ser en extremo cauto porque en la literatura más o menos popular cristiana que son los Hechos apócrifos de los apóstoles (de los que se han conservado 19; edición de Piñero- del Cerro; tercer volumen en prensa; aparición primer trimestre del 2011) se encuentran dos casos de “presbíteras” o “sacerdotisas” (griego presbýtis, acusativo presbýtidas, aunque ciertamente ninguno de “obispa” griego epískopa; aparte de otros dos de presbíteras que ciertamente significan simplemente “ancianas”: Hechos de Juan 30 y 31). Tenemos la seguridad de que es así porque la mencionada edición multilingüe de estos Hechos apócrifos está provista de índices griegos y latinos completos.

Por su extrema importancia, he aquí los textos:

Martirio de Mateo: 28,2 (siglo IV o mejor del V)

« 2En aquella misma ocasión Mateo nombró presbítero al rey, que tenía treinta y siete años; al hijo del rey, de diecisiete años, lo nombró diácono; a la mujer del rey la nombró presbítera, y diaconisa a la mujer de su hijo, que también tenía diecisiete años. Hubo gran alegría en la Iglesia y todos gritaron unos a otros:
- Amén, glorificado sea el sacerdocio en la intención de Cristo. Amén. »

Hechos de Felipe (siglo IV o principios del V). Descripción del infierno por un hombre resucitado por el Apóstol

g[ “[I A 12]. 1Cuando oí estas cosas, me di prisa para salir y una vez fuera vi delante de la puerta a un hombre y a una mujer. El gran perro llamado Cerbero, el de las tres cabezas, estaba atado a la puerta con cadenas de fuego y devoraba al hombre y a la mujer sujetando entre sus patas los hígados de ambos. Ellos, como medio muertos, gritaban:
- Tened piedad de nosotros, ayudadnos.
Y nadie les ayudaba. Yo me lancé para echar hacia atrás el perro, pero me dijo Miguel:
2- Déjalo tú, porque también ellos han blasfemado contra los presbíteros, las presbíteras, los ‘eunucos’ (es decir, varones vírgenes, consagrados), los diáconos, las diaconisas, las vírgenes, acusándolos falsamente de libertinaje y adulterio. Después de haberse afanado en el intento, dieron conmigo Miguel, con Rafael y con Uriel, y los entregamos como alimento a este perro hasta el gran día del juicio”. ]g

Lo único que podemos decir es que a principios del siglo V no debía extrañar al pueblo cristiano de la iglesia oriental que una mujer, recién convertida, sin preparación teológica alguna, pero socialmente importante y rica, pudiera ser nombrada “presbítera” o sacerdotisa. Y que lo consideraran igualmente probable para la época apostólica. Pero, ¿qué contenido o significado tiene este vocablo? No lo sabemos, pero sin duda hace referencia a la presidencia de la eucaristía, sea del modo como se entendiera. Desde luego no se entendía el término como lo comprende un cristiano de hoy día, tal como he criticado el texto de Torjesen citada arriba.

Por tanto, a falta de más testimonios, dejamos la cuestión en el ámbito de las dudas razonables.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Viernes, 24 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”

D. Maestras

En una organización tan laxa e incipiente como la de las iglesias domésticas paulinas, del hecho de que las mujeres fueran profetas parece deducirse que podrían actuar también como “maestras”. “Maestros y profetas” son los dirigentes espirituales máximos del grupo paulino como tal, a excepción de alguna comunidad, como la de Filipos, que adopta la forma de “asociación cultual” de tipo grecorromano normal, que tenía un “inspector” / “intendente” (o varios), diversos servidores (ministros o diáconos), un “tesorero”, etc.


Así hay que entender el inicio de la Epístola a los filipenses:

« “Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús: A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, incluyendo a los obispos y diáconos: Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Flp 1,1-2). »

Epískopos y diákonos pueden pertenecer en griego al género epiceno (la misma forma para el masculino que para el femenino), por lo que no hay que excluir que esos cargos fueran ocupados por mujeres, aunque parece improbable. De hecho veremos inmediatamente que dos féminas Evodia y Síntique era dirigentes de la comunidad pues eran “evangelizadoras” (Flp 4,2).


E. Evangelistas / apóstoles

En los grupos paulinos las mujeres actuaron como difusoras del Mensaje (“colaboran en la causa del evangelio”). Es decir, fueron ayudantes/colaboradoras de Pablo. Suponemos que normalmente no eran itinerantes (como Apolo: Hch 18,24; 1 Cor 1,12), sino que actuaban en un núcleo eclesial a partir del cual irradiaban la proclamación. No hubo mujeres entre los acompañantes continuos de Pablo (Bernabé, Juan Marcos; luego Timoteo, Tito, Silas o Silvano…), sino sólo varones.


“Ruego a Evodia y a Síntique, que vivan en armonía en el Señor. En verdad, fiel compañero, también te ruego que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Flp 4,2-3).


Priscila y su marido Áquila son igualmente evangelistas colaboradores de Pablo:

« “Y Pablo, después de quedarse muchos días más, se despidió de los hermanos y se embarcó hacia Siria, y con él iban Priscila y Áquila. Y en Céncreas se hizo cortar el cabello, porque tenía hecho un voto” (Hch 18,18).

“Saludad a Priscila y a Áquila, mis colaboradores en Cristo” (Rom 16,3).

“Las iglesias de Asia os saludan. Áquila y Priscil »a, con la iglesia que está en su casa, os saludan muy afectuosamente en el Señor” (1 Cor 16, 19).

También en este apartado han de considerarse a las mujeres “apóstoles” (probablemente igual a evangelistas). El caso conocido es el de Junia/s (es una cuestión disputada si se trata de una mujer o de un varón; la investigación de hoy se decanta por lo primero):

« “Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisión, que se destacan entre los apóstoles y quienes también vinieron a Cristo antes que yo” (Rom 16,7).  »

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Jueves, 23 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Nuestro tema general es: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”



B. Ministras o diaconisas (funciones a veces difícilmente distinguibles de las evangelizadoras):

« • Rom 16,1: Febe (texto citado en la postal anterior).

• Rom 16,6: “Saludad a María que ha trabajado (griego kopiáo) mucho por vosotros”.

• Rom 16,12: “Saludad a Trifena y a Trifosa, trabajadoras (griego. en participio: kopiósas) del Señor. Saludad a la querida (hermana) Pérsida, que ha trabajado mucho (griego: ekopíasen ) en el Señor”. »


C. Profetisas

Que las mujeres ejercieron en las comunidades paulinas como “profetisas”, es decir, de algún modo como “dirigentes”, es muy claro y queda fácilmente probado por diversos textos paulinos:


• De una comunidad helenística, relativamente cercana (¿?) al pensamiento paulino dicen los Hch 21,8-9:

« “Al día siguiente partimos (Pablo y acompañantes) y llegamos a Cesarea, y entrando en la casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los ‘siete’ (diáconos según Hch 6,59, nos quedamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban”. »


• En comunidades estrictamente paulinas la mujer podía orar y profetizar en público (1 Cor) con ciertas condiciones, como luego veremos. Sólo este hecho sitúa a Pablo en contra de las costumbres de la época en las que estaba mal visto que una mujer apareciera en público en alguna función normalmente reservada a los varones, y más si tenía alguna característica docente. Como veremos también, profetas y maestros son los personajes principales, al modo de dirigentes sui generis, en las comunidades paulinas, pequeñas (domésticas) y carismáticas, gobernadas principalmente por el Espíritu. El pasaje importante es el siguiente:


“Toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada” (1 Cor 11,5).

Pero este texto, que afirma la posibilidad de que una mujer pueda recibir el carisma público de la profecía, se halla en franca contradicción con 1 Cor 14,33b-35:

« “Como en todas las iglesias de los santos, las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten a sus propios maridos en casa; porque no es correcto que la mujer hable en la iglesia (es decir, en las reuniones o ‘asambleas’ comunitarias)”. »

Estas violentas expresiones contra las mujeres aparecen unánimemente en todos los manuscritos importantes de las cartas de Pablo. Por tanto, o bien es un fragmento original o bien es una glosa muy temprana, que pasó a la primera colección de cartas paulinas. Es hoy opinión común que los textos de Pablo se reunieron y editaron probablemente a finales del siglo I, aunque sufrieron otra profunda reedición en la segunda mitad del siglo II.

Se han intentado toda suerte de piruetas exegéticas para aceptar este texto como auténticamente paulino. Especialmente se ha argumentado que Pablo prohibía aquí el que la mujer se lanzase a hablar u orar en la asamblea de un modo espontáneo, pero que no condenaba el que hiciera lo mismo por el impulso irrefrenable del Espíritu.

Creo que este punto de vista y otros por el estilo deben rechazarse. Opino con otros muchos intérpretes que estos vv. son una de las posibles y múltiples glosas que se han introducido en el texto paulino a lo largo de la transmisión textual y que un análisis minucioso detecta en él (una de las más célebres es 2 Cor 6,14-7,1). Como apuntamos, el glosador actuó al principio del siglo II y tuvo suerte de que su glosa pasara a todos los manuscritos posteriores.

Algunos, sin embargo, nos ayudan a detectar lo añadido porque muestran dudas en su colocación. Algunos manuscritos sitúan la glosa en otro lugar: después del v. 40 (así D F G algunos minúsculos y ciertos manuscritos de la Vulgata y de la versión siríaca). En concreto esta glosa sería la obra de un escriba que tenía unas ideas parecidas a las de los autores de las Epístolas Pastorales. Por tanto, rechazamos este texto como espurio.

En este apartado del profetismo femenino tenemos que incluir también a Jezabel, acerbamente criticada en el Apocalipsis 2,20:


« “Pero tengo esto contra ti: que toleras a esa mujer Jezabel, que se dice ser profetisa, y enseña y seduce a mis siervos a que cometan actos inmorales y coman cosas sacrificadas a los ídolos. »

Probablemente esta mujer era una “paulina” estricta, de una mentalidad parecida a la de los “fuertes” o “espirituales” de 1 Corintios, para quienes lo corporal, o material, importaba poco, pues habían resucitado ya. Por ello se permitían comer carne sacrificada a los ídolos paganos, representantes de unos dioses a los que estimaban como “nada”, inexistentes. El autor del Apocalipsis se muestra aquí como un judeocristiano estricto.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Miércoles, 22 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”


Más noticias tenemos sobre la participación de las mujeres en la actividad comunitaria, en diversas funciones, en los grupos de cristianos fundados por Pablo, o bien en los que él o sus cartas ejercieron alguna influencia (¿comunidad de Roma?).

El grupo paulino se caracteriza –según Gálatas 1 y 2- por tener “otro evangelio”, diferente por tanto del judeocristiano, basado fundamentalmente en revelaciones directas y exclusivas a Pablo, hechas por Dios naturalmente no sobre un suelo yermo y vacío, sino sobre la base de los previos conocimientos del judeocristianismo que tenía Pablo, pues había ido su perseguidor (Gál 1,13).

Las diferencias teológicas entre las comunidades paulinas y las judeocristianas hubieron de ser grandes; de lo contrario no se explica la necesidad de haber convocado un “concilio” en Jerusalén para llegar a un convenio (muy diferentemente narrado en Hch 15 y Gál 2).

Brevemente: según Pablo, su “evangelio” se caracteriza no por proclamar el reino de Dios como Jesús (no se niega naturalmente; pero no desempeña apenas papel alguno), sino por anunciar a éste como mesías celestial, redentor y salvador de toda la humanidad. Desde el punto de vista paulino Jesús pasa de ser proclamador del reino de Dios (judío) a proclamado como salvador (universal). Las características de la teología paulina debían de ser muy sorprendentes para un judeocristiano.

En este nuevo grupo mesiánico, que está a la espera del inminente fin del mundo (1 Tes 4,15ss), las mujeres tienen ante Dios, y en lo esencial de la salvación, la misma participación que los varones. Son iguales a ellos. El texto básico de esta igualdad es Gál 3,28:

« (Entre los bautizados en Cristo), “no hay judío, ni griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. »

Consecuente con este programa de igualdad espiritual, las funciones de la mujer en las comunidades paulinas son las siguientes:

A. Patronas y benefactoras (esquema típico del Imperio romano helenístico de “patrón – cliente”):

• Éste es el caso de una mercader de púrpura, rica, temerosa de Dios, de nombre Lidia, según Hch 16,14-15:

« “Y estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía. Cuando ella y su familia se bautizaron, rogó, diciendo: Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid a mi casa y quedaos. Y nos persuadió”. »

• Y de Febe, según Rom. 16,1-2:

“Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia en Céncreas; que la recibáis en el Señor de una manera digna de los santos, y que la ayudéis en cualquier asunto en que ella necesite de vosotros, porque ella también ha ayudado a muchos (lit. “ha sido “patrona”: griego prostátis) y a mí mismo”.

Febe, por tanto, era –como Lidia- una mujer rica, y se había constituido en benefactora de la comunidad de Corinto, situada en Céncreas. Éste era el segundo puerto de la ciudad, que daba a la zona orienta, al golfo Sarónico. En esa comunidad actuaba Febe como ayudante o ministra (griego diákonos). Debido al significado de este vocablo debemos imaginarnos que Febe debía de estar a las órdenes de los epískopoi (“intendentes o vigilantes”) del grupo, o del consejo de ancianos (griego presbýteroi), si es que lo había en esa comunidad.

• También Priscila y su marido Áquila actuaban como benefactores, pues cedían su casa en Éfeso para las reuniones de la iglesia doméstica de la ciudad: Rom 16,19:

« “Las iglesias de Asia os saludan. Áquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan muy afectuosamente en el Señor”.  »

A propósito, y como breve excursus: en el cap. 16 de Romanos Pablo saluda a otras gentes de Éfeso que al parecer jamás estuvieron en Roma. Es muy posible, por tanto, que Rom 16 sea un billete a la iglesia de Éfeso, añadido por el primer editor de las cartas de Pablo a la carta a los Romanos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com


Martes, 21 de Septiembre 2010
El apóstol Juan en la literatura apócrifa (HchJnPr)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Juan en su destierro de Patmos

Era el lugar elegido para el destierro de Juan, un lugar poco propicio para una vida agradable. Desembarcaron, pues, en la ciudad de Forá, posiblemente la más importante de la isla. Allí fueron recibidos en hospitalidad por un rico ciudadano, de nombre Mirón. Tenía una abundante servidumbre y una situación social de prestigio, entre otras razones, porque era suegro del gobernador de la isla. El Apócrifo dedica todo el largo capítulo 20 a la extraña historia de Mirón y su familia.

Mirón tenía tres hijos oradores (rhétores), de los cuales el mayor, Apolónidas, estaba poseído de un mal espíritu de Pitón. Y en cuanto supo que Juan se alojaba en casa de sus padres, huyó a otra ciudad. Mirón y su mujer Fone interpretaron el suceso como efecto de la presencia de Juan. Concluían, pues, que no debía de tratarse de buenas personas, cuando su mera presencia producía efectos tan nefastos.

Tramaron los peores castigos contra el culpable de la ausencia del hijo. Pero Juan conoció por el Espíritu las intenciones de Mirón y animó a Prócoro anunciando el feliz resultado final de los sucesos. El ausente envió una carta a su padre acusando a Juan de lo sucedido y exigiendo nada menos que su muerte como condición de su deseado regreso al hogar. Mirón encadenó a sus dos huéspedes y comunicó al gobernador los detalles de su caso. Como el espíritu maligno sugería, el gobernador tomó la decisión de condenar a Juan a las fieras. En consecuencia, encerró a los dos desterrados en una prisión pública. El gobernador interrogó a Juan acerca de sus actividades y su profesión; luego le exigió que cesara de predicar su doctrina y que hiciera regresar a Apolónidas. Respondió Juan que no podía dejar de predicar, pero que enviaría a su discípulo para traer al orador a su hogar. Escribió una carta al espíritu que habitaba en el huido ordenándole que saliera del poseso y se ausentara definitivamente. Cuando Prócoro se acercaba con la carta, salió el espíritu inmundo del joven orador que quedó en estado de absoluta sensatez.

Apolónidas tomó su caballo, ofreció un mulo a Prócoro y partieron ambos de regreso. Al conocer el orador la situación de Juan, evitó saludar a nadie y se dirigió a la cárcel, donde Juan yacía encadenado con doble cadena. Se postró rostro en tierra ante el Apóstol y le quitó los hierros. Salieron, pues, de la cárcel y se dirigieron a la casa de Mirón, donde reinaba el más amargo duelo por la ausencia del hijo. Pero todo cambió cuando vieron a Apolónidas sano y salvo. El orador dio las explicaciones de rigor, señalando como razón de su ausencia los pecados de la familia. Se imponía una visita urgente al gobernador para que deshiciera el entuerto provocado con la prisión de Juan. La hostilidad del gobernador se tornó en benevolencia.

Crisipa, la esposa del gobernador

Continúa la narración dentro del contexto de los episodios sucedidos con Mirón. En su casa se encontraban los desterrados, donde Juan, Biblia en mano, instruía a sus anfitriones. Después de adoctrinarlos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les administró el bautismo siguiendo la secuencia habitual de instruir, convertir, bautizar. Cuando Crisipa, hija de Mirón y esposa del gobernador, tuvo conocimiento de que la familia de su padre había creído en el crucificado y vivía en el gozo y en la paz, abordó a su marido para pedirle que creyera también. La respuesta del gobernador tuvo más de política pragmática que de sincero convencimiento. Expresaba su criterio de que mientras ocupara el cargo de gobernador, no convenía ni a su familia ni a los cristianos que hiciera pública profesión de cristiano. Un gobernador bautizado no haría ningún favor a su sociedad, en la que había numerosos ciudadanos hostiles al nombre y a la práctica del cristianismo. Pero veía con buenos ojos que su mujer y su hijo pequeño fueran instruidos en profundidad por el apóstol Juan. Pronto llegaría el día en que dejara su cargo y gozaría de la libertad de ser y manifestarse cristiano a todos los efectos. Era, además, un buen síntoma que su marido estuviera de acuerdo con los deseos y las intenciones de Crisipa. En consecuencia, Juan pudo rematar su tarea de adoctrinamiento, y bautizó a Crisipa y a su hijo en el nombre de la Trinidad.

Mirón ofreció a su hija bienes abundantes para que nunca se viera en la necesidad. Le proponía incluso la posibilidad de irse a vivir con el apóstol. Pero Juan desaprobó los planes de Mirón afirmando que no había venido a separar a la esposa de su marido ni al marido de su mujer. Y cuando Mirón puso a su disposición bienes de fortuna para que los distribuyera entre los pobres, Juan le recomendó que se encargara él mismo de hacer la distribución. El gesto llenó de satisfacción a sus familiares, gozosos de ver cómo los necesitados recibían ayuda generosa.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 20 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Continuamos con la segunda entrega de la miniserie “Viudas, mártires, diáconos, sacerdotes… Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas “


La tradición primitiva judeocristiana sobre la resurrección de Jesús recuerda que -aunque las mujeres no fueran en el judaísmo circundante capaces de dar testimonio judicial por sí mismas- fueron de hecho los primeros testigos de ella (Mc 16,1-8, aunque se callan por miedo; Jn 20: María Magdalena es la primera testigo de la resurrección y transmite el mensaje).

Dentro de esta comunidad judeocristiana primitiva se supone que las mujeres eran también profetisas en la vida diaria (¿?), aunque el único testimonio específico de los Hechos no se refiera a esta comunidad, sino a la de los judíos helenistas –que tiene ya otra teología-: en Hch 21,8, en Cesarea habitaba como evangelista Felipe (uno de los siete diáconos nombrados en Hch 6,5; 8,5), que tenía “cuatro hijas profetisas”, que eran vírgenes. En este pasaje comienza a insinuarse la unión de virginidad y carisma divino que será típico del cristianismo posterior..

Además, a juzgar por Hch 9,36:


En la ciudad de Jope había una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir ‘Gacela’. Estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía,


ciertas mujeres ricas cumplían la función de “benefactoras” dentro del grupo. No es preciso suponer que tal beneficencia tuviera un origen especial divino, es decir, carismático.

Podría suponerse también (muy dudoso) que, al no diferenciarse apenas el judeocristianismo, salvo en la tensión escatológica y la teología que conllevaba, del judaísmo medio de su época, y como en éste existía la posibilidad teórica de que una mujer leyera la Torá en la sinagoga (Oepke, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament ,“Diccionario teológico del Nuevo Testamento”; no traducido al español, pero sí al inglés y al italiano, artículo Gyné [“mujer”], columnas 787,30, que reenvía a Strack- Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash [“Comentario al Nuevo Testamento a partir del Talmud y del Midrás”], III 467, IV 157s), pudiera ser posible que tal costumbre existiera teóricamente también en el judeocristianismo.

Pero, según la misma costumbre, la mujer debía declinar una posible invitación de este estilo y retirarse al anonimato en público que la costumbre le asignaba (es decir, recluirse en el lugar de las mujeres, en la zona superior y tapadas por celosías, si la sinagoga era grande; si no, a un lado, distinto de los varones y todas juntas).

De todos modos opino que esta costumbre apuntada por Oepke parece referirse a época posterior a Jesús. Sin duda alguna en Tosephta, Meg. IV 226,4 (ya en pleno siglo III: época de la Misná) se desaprueba expresamente que las mujeres hagan lecturas públicas en las sinagogas.


Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com


Domingo, 19 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


El tema que vamos a tratar en esta miniserie lleva el título de esta primera postal. Ante esta tarea lo primero que creo debemos hacer es definir qué entendemos por “primeras comunidades”, puesto que en el cristianismo primitivo había varias y muy diversas dentro de él. Así:

1. La comunidad o “familia espiritual” constituida en torno al discipulado de Jesús;

2. Las comunidades judeocristianas de los inicios, por ejemplo, la de Galilea (de la que apenas tenemos noticias), la de Samaría (que quizás se refleje detrás del IV Evangelio), y sobre todo la de Jerusalén, dibujada directamente en los Hechos de los Apóstoles, en los evangelios judeocristianos tardíos, de finales del siglo II, conservados sólo fragmentariamente;

3. Las comunidades paulinas de los primeros momentos (hasta la muerte de Pablo: en torno al 60/62/64?);

4. Las comunidades deuteropaulinas formadas por los discípulos de Pablo (tal como se reflejan en las Epístolas Pastorales; en la 1ª Carta de Clemente, en el Pastor, de Hermas);

5. Las comunidades que están detrás de las primeras novelas cristianas, que comienzan hacia el 140: los Hechos apócrifos de los apóstoles, donde el protagonismo de las mujeres es increíble;

6. Otras comunidades luego declaradas heréticas como las de los “montanistas”;

7. Finalmente, el variado grupo de comunidades gnósticas que comienzan a apuntar en el siglo I y se consolidan definitivamente en el II, comunidades que duran hasta bien entrado los siglos IV o V.

Son muchas comunidades para tratar de ellas pormenorizadamente en nuestro blog(pues supongo, que los lectores se cansarán) aunque aludamos a todas ellas, al menos. Para atenernos a lo práctico, detendremos nuestra mirada en las comunidades más importantes, que son los que ofrecen más datos dentro de la escasez general de ellos en la literatura cristiana primitiva.


I La comunidad judeocristiana de Jerusalén

De ella tenemos noticias ante todo por los Hechos de los apóstoles. Sus rasgos distintivos son:

· Procede directamente de los apóstoles y de la familia de Jesús trasladada a Jerusalén. ¿Por qué a esta ciudad donde había padecido muerte el Maestro y en donde había múltiples enemigos? Probablemente porque la tradición judía decía desde que se asentó en la tradición que recoge (¿o inicia?) Zacarías 14,4 que la venida (definitiva) del mesías tendría lugar en la ciudad santa; más en concreto en el Monte de los Olivos, considerado dentro del perímetro de la “Gran Jerusalén”.

Esta ampliación de la “ciudad” fuera del ámbito estricto del perímetro de las murallas nació por necesidades de la fiesta de la Pascua, y de otras, sobre todo de los tabernáculos, de acoger peregrinos que tenían por tradición –por ejemplo en el caso de la Pascua- que sacrificar los corderos en el Templo y comerlos dentro del perímetro de la ciudad. De este modo, nació por motivos prácticos entre los doctores de la Ley la idea de la Gran Jerusalén. Muchos piadosos pensaban que preferentemente, había que esperar allí, en la capital, la “vuelta” de Jesús como mesías en pleno sentido, es decir, que ya no sería impedido por circunstancias externas –complot contra el Jesús carnal- en su tarea de implantar el Reino de Dios.

· No tiene esta comunidad de Jerusalén a mi parecer, y según el de muchos, una teología aún específicamente “cristiana” sino “judeocristiana”, en el sentido de que la única gran diferencia con sus correligionarios de la corriente mayoritaria del judaísmo era que creían firmemente que el mesías había venido ya; que ese mesías había sido Jesús el crucificado pero resucitado por Dios; que Éste había vindicado su tarea y que había hecho divino al Resucitado “de algún modo”, es decir le había dado una nueva naturaleza, que sin dejar de ser hombre lo situaba de pie (Hch 7,58) o sentado a la diestra del Padre.

· Creían además que Jesús -constituido el “Viviente” por Dios, el “Resucitado”, “Mesías” y “Señor” (Hch 2: discurso de Pedro)- había de venir de nuevo a la tierra a cumplir su tarea, frustrada por la iniquidad de los jefes judíos y de los romanos, a instaurar por fin el Reino como acabamos de indicar;

· Y creían finalmente que esa venida iba a ser inmediata, tanto que podían vender todos sus bienes y esperar a que ésta se produjera, orando, asistiendo al Templo diariamente, cumpliendo con otros preceptos de la ley mosaica, etc., sin preocuparse de nada más.

Según Lucas, el autor de los Hechos, el “judeocristianismo” nace en y después de lo ocurrido en Pentecostés (cap. 2 de Hechos), donde –según el discurso puesto en boca de Pedro- se cumple la profecía de Joel:

« Y será en los días postreros, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños. Y ciertamente sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días, derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hch 2,17-18 = Joel 3,1-5). »

Estamos, pues, en un momento escatológico, del final de esta era y del comienzo de otra, definitiva; en ella, en lo que se refiere a la recepción del Espíritu, no hay distinción entre hombre y mujer. Aquí estaríamos en la línea de Génesis 1,27.


Ahora bien, en este supuesto del final de los tiempos tampoco habría esta distinción para el judaísmo circundante, a pesar de que en la vida diaria, antes de los instantes escatológicos, la mujer valía tanto como medio varón (por ejemplo, por su casi nula capacidad de ser testigos, por su nula capacidad de intervenir en la vida pública en todas sus esferas) y en la mayoría de los casos menos que medio hombre. Creo, pues, que esta igualdad de hombre y mujer en los tiempos finales no es mérito especial de los judeocristianos, ya que se cumple lo dicho por el profeta Joel como válido para todo el judaísmo.

Todos éstos (los Doce más Santiago, el hermano del Señor) perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos (Hch 1,14).


« (Pedro, liberado milagrosamente por un ángel de la cárcel de Herodes Agripa I) llegó a casa de María, la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban juntos orando (Hch 12,12). »


Por el ambiente general de lo que cuentan los Hechos es de suponer que en la primera comunidad judeocristiana las mujeres estaban al mismo nivel que los varones en la plegaria y profecía carismática (carisma = ‘don’ del Espíritu divino). Ahora bien, esta plena participación de las mujeres en pie de igualdad con los varones en la vida de la comunidad primitiva jerusalemita debe suponerse para el ámbito espiritual, no para el social, donde las normas de la costumbre judía respecto a las mujeres seguirían inalteradas.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com



Sábado, 18 de Septiembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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