NotasHoy escribe Antonio Piñero Quedamos el día anterior en explicar las dos últimas fundamentales de los Evangelios según el método de la historia de las formas. Seguimos a Heinrich Zimmemann, Los métodos histórico críticos en el Nuevo Testamento, B.A.C., Madrid, 1966, p. 142s, con pequeñas variaciones expansivas. 3. “El tercer rasgo de la interpretación de la tradición por el método de la historia de las formas es el siguiente: La predicación primitiva se hacía en forma de relato o exposición ‘histórica’. Esta frase significaría -formulado en su lado negativo- que los Evangelio no son lo que a primera vista pudiera parecer, lo que cree la gente comúnmente y lo que hemos criticado ya en ocasiones: no son exposiciones de una vida de Jesús. “El panorama de conjunto expuesto por Albert Schweitzer en su Historia de la investigación sobre la vida de Jesús demuestra hasta principios del siglo XX no sólo que la labor de los investigadores estuvo fascinada durante largo tiempo por esa falsa perspectiva, sino que trasluce al mismo tiempo que, en definitiva, fracasó ese enfoque por empeñarse en querer encontrar en los Evangelio simplemente al ‘Jesús histórico’. Cosa parecido vale de otros intentos, menos científicos, realizados en la misma dirección. “Formulado positivamente el tercer rasgo quiere expresar que el fin que se proponen los Evangelios es propiamente el anuncio de Cristo presente y actuante en la Iglesia. El que se haga esta predicación en forma de exposición histórica es en lo que reside lo típico de los Evangelios como género literario. Es posible que la vuelta a esa ‘forma histórica de los Evangelios, a la narración del predicador palestinense Jesús’, al ‘érase’ en lugar de ‘una vez para siempre’, a la exposición narrativa en el marco de la proclamación, es posible –debemos insistir- que haya que considerarlo como una reacción contra una teología espiritualizada sobre el cristianismo primitivo y, en área reducida, una reacción contra el modo de expresarse totalmente mitológico de la cristología usual. Este hecho puede haber producido el que –en palabras de Ernst Käsemann- ‘el Jesús real libere al Cristo predicador de quedar disuelto en la proyección simple de una conciencia escatológica, evitando que se pueda convertir en puro objeto de una ideología religiosa’. Sea de todo esto lo que fuere, la revelación teológica del género ‘evangelio’ solamente se puede apreciar en toda su significación cuando se efectúa debidamente el empalme de proclamación (kerigma) y exposición histórica. Es decir, cuando se tiene siempre en cuenta que la proclamación tiene la forma de una exposición histórica, aunque de hecho no lo sea si se juzga con los estrictos cánones de cómo debe escribirse la historia. Dejamos para la postal siguiente el cuarto rasgo o característica de la consideración general del género evangelio por parta de la historia de las formas. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Sábado, 14 de Agosto 2010
Comentarios
NotasHoy escribe Antonio Piñero Prometimos en la nota anterior enumerar las características fundamentales del género literario “evangelio”, que son cuatro e importantes, según Heinrich Zimmermann (p. 142s), al que seguimos con pequeñas variaciones. 1. “La primera es la indudable proximidad a la tradición sobre Jesús, que se manifiesta en la conexión con la tradición ya formada y el estado en el que se conserva ulteriormente. Los evangelistas son en realidad ‘compiladores’ –aunque no exclusivamente-, transmisores, redactores. “Este hecho se advierte en el modo como yuxtaponen, de una manera más o menos suelta las perícopas, cada una de ellas unidad ‘conclusa’, que cuenta con su correspondiente historial antes de haberlas situado el evangelista en el marco de su Evangelio. Al fijar esta característica queda dicho que no se trata, en los Evangelios, de una literatura ‘hecha’, elaborada, sino que se ha ido haciendo; pero por lo mismo no es una mera creación subjetiva, sino una cuidada redacción que tiene por fondo una tradición elaborada por muchas bocas y manos. 2. Como segundo rasgo característico pondríamos el marco común que se encuentra en los cuatro evangelios y que debe su estructura tal vez al kerigma (“proclamación” tanto en el culto como misionera) que se dio con anterioridad. El trazado del Evangelio de Marcos no coincide exactamente con el de los otros dos Sinópticos y se separa del de Juan; sin embargo nos encontramos prácticamente con el mismo marco narrativo en los cuatro evangelios. Se podría dibujarlo del modo siguiente: ‘Con el bautismo de Juan comienza el período de la actividad de Jesús en público, llena de hechos milagrosos y de enseñanza. Se cierra este periodo con la pasión y muerte de Jesús como Señor. Es característico que en los cuatro evangelios se dedique un espacio considerable, casi se diría que desproporcionado, a la pasión de Jesús. También aquí nos encontramos ante otra propiedad manifiesta de los Evangelios, pues tienen como punto de vista el que la pasión de Jesús no es obra de la voluntad de los hombres, sino de la de Dios. Es esa la que conduce la trama, y no los judíos, enemigos de Jesús, los que actúan, sino Dios. La tercer y cuarta características es que a) la predicación adopta la forma de una exposición ‘histórica’ y que la actualización de la historia es absolutamente necesaria. Lo vemos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Viernes, 13 de Agosto 2010
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Escribe Heinrich Zimmemann en los Métodos histórico-críticos en el Nuevo Testamento, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, nº 285, 1969, p. 141 (en conjunto –creo- la mejor introducción a los métodos histórico críticos que conozco a pesar de sus años): “Según la historia de las formas, los evangelios desde el punto de vista histórico de los géneros no se pueden catalogar entre las obras de la antigüedad que se dedicaban a escribir historia. Imposible tomarlos ni como “vidas” en el sentido de la biografía helenística, ni como colección de ‘historias’ en el sentido de los memoriales de la literatura antigua. En realidad los evangelios no muestra ningún interés por el desarrollo exterior o interno de Jesús, su origen, su formación o su carácter humano. “Falta en los evangelios el ‘retrato literario’ de Jesús como falta el de los discípulos, el de los enemigos y el del pueblo. Tampoco se atienen los evangelistas escrupulosamente a una cronología de la vida de Jesús. La descripción de las situaciones son la mayoría de las veces buhidas y generales (“Después de esto”, “En aquel tiempo”, “en la casa”, “en el monte”, “junto al mar”, etc.). “Todo ello se explica porque no se han escrito los evangelios para conservar entre las generaciones posteriores lo que hizo o dijo el Cristo en una situación determinada, sino que su propósito es anunciar las palabras y las realizaciones de Jesús a quienes se dirigen con su evangelio. Escribe Günther Bornkamm en un famoso artículo “Evangelien, formgeschichtliche” = “Evangelios – Historia de las formas" (citado por Zimmermann, también en la p. 141): "Esto hace que en el pensamiento de los evangelistas haya una idea dominante: “poner en relación a cada individuo ya todos los hombres en el hijo de Dios y Señor anunciado en la Palabra, y presente en el culto de la comunidad, ese Señor que es al mismo tiempo el Rabí y Profeta Jesús de Nazaret (Enciclopedia Religion in Geschichte und Gegenwart (= Religión en la historia y en el presente”) 3ª ed. II 750. A la luz de estas características es fácil darse cuenta de los caracteres fundamentales del género literario “evangelio”, que son cuatro e importantes. Seguimos el próximo día para no cansar al lector. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Jueves, 12 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos con el comentario y crítica de este libro, Los cristianos, de Jesús Mosterín. Lo que haremos será un largo resumen del libro; luego –intercaladamente- procederemos a hacer nuestras apostillas o críticas. Como creo que el libro es importante por lo que supone de síntesis crítica de muchos años de investigación y lecturas por parte del autor, y porque creo a la materia abordada es muy sensible iremos despacio y a ser posible emplearemos las propias palabras del autor. Lo primero que se plantea Mosterín (= M.) es la existencia real de Jesús. Pensaba que era ésta una cuestión ya solventada entre los investigadores serios, pero veo que persisten las dudas. “¿Existió realmente Jesús, o es una figura inventada por los cristianos posteriores? No lo sabemos. Desde luego, Jesús, si existió, pasó bastante desapercibido, no siendo registrado en los anales de su época ni en los escritos de sus coetáneos. De hecho, ninguna fuente (griega, romana o judía) contemporánea lo menciona siquiera. “Ya en la segunda mitad del siglo I, solo las cartas de Pablo (que nunca había conocido personalmente a Jesús, que no ofrece detalle alguno sobre su vida y que incluso parece ignorar las tradiciones biográficas y las doctrinas recogidas en los posteriores Evangelios) y los Evangelios mismos, escritos medio siglo después de su muerte por cristianos que nunca lo habían visto, y sometidos luego a todo tipo de manipulaciones y reediciones, contienen alguna información sobre el personaje, información que el análisis filológico ha logrado en parte desentrañar, aunque con todas las cautelas y dudas de rigor. Incluso entonces, ninguna fuente pagana menciona a Jesús. “Entre las fuentes judías, su nombre solo aparece brevemente en el historiador Yosef ben Matatiahu, más conocido como Flavio Josefo (37-101)”. Mosterín admite relativamente el testimonio de los libros XVIII (ns. 63-64) y XX (nº 200) de las Antigüedades judías (Mosterín los denomina incorrectamente capítulos), aunque tiene a disminuir su valor por estar interpolados. Estudia rápidamente los posibles restos arqueológicos de Jesús, el osario de piedra caliza que contenía los huesos de Santiago el hermano de Jesús, los restos de la vera cruz, el santo grial o cáliz de la última cena, la sábana santa, cuyo paño proviene sin duda del siglo XIV (prueba del carbono 14), y los declara claramente falsos, de modo que “no hay ningún resto arqueológico genuino que tenga relación alguna con Jesús (p. 16). M. admite por dos veces que la inmensa mayoría de los críticos e historiadores de hoy aceptan la tesis de la historicidad sustancial de Jesús, cuyos fundamentos puso Hermann Samuel Reimarus en la década de los 60 del siglo XVIII, a saber “que Jesús fue efectivamente un personaje real, un santón galileo que quizás aspiraba a convertirse en el mesías judío para acabar con el dominio romano, pero que fracasó en su empeño. Para sobreponerse a ese fracaso, sus discípulos se inventaron su resurrección y la redefinición de su misión”. Respecto a otros tratadistas posteriores a Reimarus, de la Ilustración y del siglos XIX y XX, que negaron la existencia histórica de Jesús -como Bruno Bauer (1809-1882), John M. Robertson (1856-1933), Arthur Drews (1865-1935), Prosper Alfaric (1876-1955), Earl Doherty, Robert M. Price, George A. Wells y Michel Onfrey- reconoce que llegaron a la conclusión de que Jesús no existió nunca, sino que se trata de una mera creación literaria, mítica o conceptual, basados sobre todo en las contradicciones de los Evangelios y en la inmensa cantidad de posibles paralelos a la vida y dichos de Jesús que se encuentran en la Historia de las religiones. No critica a fondo M. esta hipótesis porque creo que en el fondo no le convence. Sí analiza con cuidado el argumento en pro de la existencia de Jesús, a partir del análisis de las mismas fuentes cristianas, que expuso por primera vez en España G. Puente Ojea y que luego desarrollé yo mismo y más tarde, con mayor amplitud el mismo Puente Ojea. Pero a Mosterín este argumento “le pone los pelos de punta”: “Algunos tratadistas actuales partidarios de la existencia histórica de Jesús utilizan el curioso argumento de que las contradicciones son de tan grueso calibre que no podrían haber sido introducidas en un texto inventado, sino que tienen que recoger tradiciones anteriores insoslayables e incómodas para ellos. Es la postura que defienden, entre otros, Antonio Piñero y Gonzalo Puente Ojea, quienes señalan que las dificultades proceden del intento fallido de cohonestar dos discursos incompatibles: el que recoge los relatos tradicionales sobre la vida de Jesús y la gran especulación teológica paulina sobre el Cristo redentor y divino. Y continúa: "(De todos modos, y a pesar de la seriedad de dichos autores, a un lógico se le ponen los pelos de punta cuando oye que la contradicción puede ser usada como síntoma de verdad). Los partidarios del mito piensan que las contradicciones son típicas de la formación de los ciclos míticos y que se dan igualmente en las “biografías” mitológicas de los dioses de la Antigüedad. El libro ¿Existió Jesús Realmente?, editado por Piñero en 2008, expone argumentos de ambas partes y muestra el predominio de los partidarios de la existencia histórica de Jesús” (P. 17). A mí, ciertamente, me parece que este argumento es el más fuerte -aparte de la dificultad de explicar un judeocristianismo y luego un cristianismo sin la existencia real de un Jesús- para sustentar la existencia real de Jesús. Tomo ahora, del capítulo “La existencia histórica de Jesús en las fuentes cristianas”, del libro ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate, pp. 188-189, capítulo escrito por Puente Ojea, otro argumento sobre la existencia histórica de Jesús que casi nadie aduce: “Schürer aporta un rasgo analítico importante a propósito de la existencia real de Jesús de Nazaret: "En Antigüedades XX 9, 1, tenemos una afirmación que cualquier escritor del primer siglo pudo haber usado para describir la relación familiar (parentesco) entre Santiago y Jesús sin la intención de expresar dudas en cuanto a si el segundo fue llamado Christós. Un considerable número de personas con el nombre Jesús es mencionado por Josefo, quien, por consiguiente, juzgó necesario distinguir entre ellos . "No se le ocultará al lector que el vínculo de sangre entre un individuo realmente existente como Santiago -que ni siquiera los «mitólogos» ponen en cuestión- con otro cuya existencia tiene que estar realmente «implicada» en la fe y en el parentesco con el sujeto de la noticia en discusión, suministrada incuestionablemente por Josefo, representa una referencia segura en cuanto a la existencia necesaria de ambos. "Además, Pablo de Tarso, de cuya existencia real nadie ha podido seriamente dudar, afirma que «Santiago, Pedro y Juan, tenidos por columnas de la iglesia, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión» (Gál 2,8). Si Pablo pudiese creer que estaba negociando con personas no tenidas por él como testigos y fedatarios auténticos del Cristo Jesús, cuando todavía no se habían escrito los cuatro Evangelios canónicos, habría que pensar de él que era un personaje irreal y fantástico creado por algún escritor esquizofrénico. Pero a nadie se le ha ocurrido aún plantear esta hipótesis de un Pablo chiflado. El verdadero problema no se refiere a saber si existieron realmente Jesús, Santiago y Pablo, pues así fue, sino qué pensaban exactamente los dos primeros acerca de la aventura mesiánica y de su catastrófico desenlace. Por otro lado, Mosterín, que sostiene la existencia de Jesús como una hipótesis razonable, luego se comporta en todos sus razonamientos como si Jesús hubiese existido con la más absoluta seguridad y emplea los métodos histórico-críticos con rigor (imposibles de aplicar si Jesús es una mera hipótesis conveniente) para dilucidar qué pudo pertenecer al Jesús de la historia y qué a la fabulación teológica de Pablo, como él sostiene. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Miércoles, 11 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Voy a comentar –interrumpiendo un poco nuestro paso por la historia y método de la investigación del Nuevo Testamento, que retomaremos en su momento- un libro muy reciente del filósofo Jesús Mosterín que nos afecta directamente. Sus datos son: Los cristianos (serie “Historia del pensamiento”, sección Humanidades) El libro de bolsillo (Filosofía), de Alianza Editorial, Madrid 2010, 554 pp. ISBN: 978-84-206-4979-5. El libro presente se encuadra en una Historia del pensamiento, integrada por libros monográficos autónomos, que se caracterizan a mi parecer por una notable agudeza y frescura de la mirada, por un enfoque interdisciplinar, por la lucidez del análisis y por la claridad de la exposición. El autor no deja de tener en cuenta, ni mucho menos, el contexto social en el que se generan las concepciones que va presentando en su conjunto y en su evolución. Hay otro volumen de la serie que podría ser también interesante porque ofrece material complementario, “los judíos”, aparecido también en esta serie (hay otros volúmenes que salen de nuestro marco, pero que ofrecen buenas perspectivas en cuanto me parece por lo que he leído de ellos, como los dedicados a Grecia (“La Hélade”), y al Helenismo, más el de Roma. El autor confiesa que no es practicante, ni siquiera creyente, pero que se siente inmerso totalmente en la cultura cristiana. La historia del pensamiento occidental sería inconcebible sin tomar en cuenta la poderosa influencia cristiana. Conoce el cristianismo permite acceder a gran parte de la mejor pintura, música, literatura, arte, e historia en general de nuestro pasado. Como la historia del cristianismo es una temática inmensa, el autor restringe el ámbito de su mirada. Se ha limitado a trazar una panorámica resumida, incidiendo en lo piensa que son las figuras y los momentos cruciales de estos 20 siglos: • La vida y muerte de Jesús de Nazaret, • La predicación de Pablo de Tarso, • La adopción del cristianismo por Constantino, • Las discusiones trinitarias de los siglos IV y V, • Agustín de Hipona, • La guerra contra las imágenes (iconoclasia) y el cisma entre Oriente y Occidente, • La iglesia triunfante del siglo XIII, • Las universidades y la escolástica, • Tomás de Aquino, • Martín Lutero, • La Reforma protestante • La Contrarreforma católica. La tesis general de Mosterín del inicio del cristianismo es la siguiente: “Jesús era un judío ferviente que nunca pretendió romper con el judaísmo. Su principio de amar al prójimo como a uno mismo (que con la instauración del reino de Dios forman la columna vertebral del pensamiento de Jesús) no tiene nada de específicamente cristiano…; la ruptura con el judaísmo no fue obra de Jesús ni de sus discípulos directos, sino de Pablo de Tarso y de sus seguidores helenistas. Ideas tan poco judías como las del pecado original, la redención por la cruz, o la Cristo como hijo real, óntico, de Dios son doctrinas de Pablo, no de Jesús. Incluso la insistencia paulina de obediencia a las autoridades romanas se opone frontalmente a la actitud más bien rebelde de Jesús. Por todo ello, y más, puede considerarse que el cristianismo que conocemos es en gran parte un invento de Pablo. Además de las dificultades genéricas (que desde el punto de vista de la razón) afectan a las religiones monoteístas, el cristianismo –a diferencia del judaísmo y del islam- presenta a sus creyentes platos especiales difíciles de digerir como el dogma de la Santísima Trinidad, la doctrina del pecado original o la transustanciación eucarística. Una línea tenebrosa de pensamiento cristiana, que pasa por Pablo, Agustín y Lutero, añade la tesis de la condena eterna de los no bautizados, la salvación por la sola fe o la predestinación” (pp. 7-8). Comprendo que a los creyentes les molesten las generalidades. Pero piénsese que son propuestas desnudas de argumentación por ir en el prólogo, pero luego no carecen de ella ni muchísimo menos. Si en algo se caracteriza Mosterín es por ser un pensador absolutamente racional y metódico que no ofrece juicio alguno sin una sólida argumentación histórica, social y dialéctica detrás. Me imagino que muchos pensarán que habrá bastante tela que cortar en esta obra. Seguiremos con los capítulos iniciales de “Los cristianos” que es lo que más interesa a este blog. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Martes, 10 de Agosto 2010
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Historia de Drusiana La historia de esta mujer, esposa del que fuera general de Éfeso, ocupa un lugar destacado entre las tradiciones sobre Juan y concretamente en el contexto de este Apócrifo. Una vez que llegaron a Éfeso Juan y sus compañeros, se alojaron en casa de Andrónico, a donde acudieron los hermanos de la ciudad. Mientras todos gozaban de la presencia del apóstol, un cierto personaje, emisario de Satanás, se enamoró perdidamente de Drusiana aun sabiendo que era mujer casada. Sus amigos trataron de disuadirle recordándole que ya había tenido problemas con su marido por haber adoptado una conducta de castidad absoluta. Nos enteramos ahora que su marido Andrónico la había encerrado en una tumba para hacerla morir si no renovaba su vida marital. Si no había consentido hacer vida de casada con su propio marido, no podía esperar el enamorado que cediera a sus pretensiones adúlteras. Drusiana se sentía preocupada por haberse convertido en motivo de escándalo. Había contraído unas fiebres y pedía a Dios que la librara de causar el quebranto espiritual de aquel hombre. Y en efecto, Drusiana dejó esta vida en presencia de Juan y triste por las circunstancias causantes del desenlace. Su esposo Andrónico, entristecido especialmente por el modo del suceso, era consolado por Juan, conocedor de la virtud de la difunta. Pero el mismo Juan participaba de la tristeza de Andrónico. Y a los hermanos, que se congregaron para escuchar lo que diría sobre la difunta, les dirigió un largo discurso acerca de la importancia de cuidar lo eterno frente a lo efímero, el fin conseguido frente a un futuro inseguro. Pero mientras Juan pronunciaba aquellos discursos, tuvo lugar el intento del enamorado de Drusiana, quien compró del administrador de Andrónico la facultad de entrar en la tumba de la difunta para ejecutar en su cuerpo los planes que el mismo diablo había puesto en su intención. El enamorado, Calímaco de nombre, se decía pensando en Drusiana: “Ya que no quisiste unirte conmigo en vida, te ultrajaré después de muerta” (c. 70,2). Valiéndose, pues, del corrupto administrador de Drusiana, abrieron la puerta de la sepultura y comenzaron a despojar el cadáver de sus vestidos. Y cuando solamente quedaba sobe el cuerpo de la mujer un camisón de franja doble, (la versión latina de los Milagros de Juan habla del “velo de la parte genital”), ocurrió un espectáculo tremendo. Surgió una serpiente que atacó al administrador y lo mató; a Calímaco, no lo mordió, sino que se enrolló en sus pies y se subió sobre él. Al día siguiente, que era el tercero tras la muerte de Drusiana, iban muy de mañana al sepulcro Juan, Andrónico y los hermanos para celebrar allí la eucaristía. Buscaron las llaves de la tumba, pero no las encontraron. Entonces Juan dijo a Andrónico: “Se han perdido con razón, pues Drusiana no está ya en el sepulcro”. Cuando llegaron al monumento, se abrieron solas las puertas, y ellos vieron sobre la tumba a un joven hermoso que sonreía. Juan clamó en un grito: “También hasta aquí nos has precedido” (c. 73,1). Se oyó entonces una voz que decía: “He venido por causa de Drusiana, a la que vas a resucitar, y por el que ha muerto cerca de su tumba”. Y el Hermoso subió al cielo a la vista de todos. Enseguida vio Juan en la otra parte del sepulcro a un joven y a una serpiente dormida sobre él. Igualmente descubrió al administrador, de nombre Fortunato, mordido por la serpiente y ya cadáver. El apóstol quedó desconcertado. Pero Andrónico entró en la tumba, vio a Drusiana vestida solamente con el camisón de doble franja, comprendió el proceso de lo ocurrido. Explicó entonces a Juan cómo Calímaco se había enamorado de Drusiana, a la que no había podido seducir. Y tal como confesó a sus amigos, había intentado ultrajarla después de muerta. Dios había evitado el ultraje castigando a los atrevidos por medio de la serpiente. Andrónico pidió a Juan que resucitara primero a Calímaco en la seguridad de que confirmaría sus sospechas. Así lo hizo Juan, quien preguntó al joven qué pretendía cuando entró en la tumba. Calímaco confirmó cuanto había dicho Andrónico. El apóstol quiso saber si había dado cumplimiento a sus insidias. Contestó el joven que no había habido posibilidad desde el momento en que la serpiente se interpuso delante de ellos, derribó a Fortunato y a él lo había dejado en el estado en que lo habían encontrado. Daba detalles del suceso contando que cuando ya había despojado a la mujer de sus vestiduras y volvía para ejecutar su locura, contempló a un joven hermosísimo que la cubría con su manto. De su rostro brotaban rayos de luz hacia el rostro de la mujer. Después le dijo: “Calímaco, muere para que vivas”. Ese relato será luego la base de ciertos aspectos del resultado. Porque la realidad es que Calímaco sale muy bien parado del trance, en el que él era el verdadero responsable. Pero el augurio de su resurrección para la vida marca en cierto modo toda la trayectoria de su arrepentimiento. No sabía quién era el que lo sacaba de su enredo, pero acabó comprendiendo que era un ángel de Dios. El hombre muerto, el adúltero, el libertino, es ahora un hombre creyente y piadoso. Había resucitado, en efecto, en otro hombre, lo que glosa con gozo Juan. Pues no solamente alaba la actitud del resucitado, sino que descubre en él signos de un destino nuevo. Andrónico pidió a Juan que resucitara también a Drusiana, puesto que ya era creyente el que había sido causa de la tristeza que la había llevado a la muerte. Y así lo hizo el apóstol con una fórmula llena de autoridad y confianza: “Drusiana, levántate” (c. 80,1). La mujer salió de su sepulcro, sorprendida al verse medio desnuda, a Juan postrado en tierra y a Calímaco sumido en oración y hecho un mar de lágrimas. Su esposo Andrónico le dio una completa información de todo lo sucedido. Drusiana se vistió y descubrió a Fortunato tendido en el suelo y muerto. El gesto de la resucitada no podía ser más generoso. Pidió a Juan que también lo resucitara a pesar de haber tramado contra ella la peor traición. Calímaco no estaba de acuerdo con el deseo de Drusiana, basado en que la visión no había dicho nada al respecto. Juan, en cambio, hizo una apología del perdón universal que Dios concedía a todos los pecadores, empezando por Calímaco. Drusiana elevó una oración en la que recordaba los favores que Dios le había otorgado, incluso cuando su “antiguo marido” pretendía forzarla contra su voluntad. Acabó pidiendo la resurrección de Fortunato tomando la mano del traidor y diciendo: “Levántate, Fortunato, en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, aunque hayas sido el máximo enemigo de la sierva de Dios” (c. 83,1). Fortunato se levantó, contempló la situación, para él insoportable y huyó de la tumba. Juan hizo un comentario del suceso en el que venía a concluir que Fortunato no tenía ni meritos ni disposición para resucitar. A continuación, tomó Juan pan para partirlo allí. Y después de una sentida plegaria, “hizo partícipes a todos los hermanos de la eucaristía del Señor” (c. 86,1). Anunció luego que había conocido en espíritu que Fortunato debía morir por la mordedura de la serpiente. Aunque vuelto a la vida por la plegaria de Drusiana, Fortunato no merecía vivir sin la correspondiente conversión. Uno de los jóvenes fue corriendo y lo encontró hinchado y muerto, pues la mancha negra había alcanzado ya el corazón. Cuando anunció a Juan que Fortunato había muerto hacía tres horas, Juan dijo: “Recuperas a tu hijo, oh diablo” (c. 86,2). Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 9 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Según dijimos en la nota anterior, pasamos a hora a describir en sus líneas esenciales cuál es la imagen o cuadro histórico de cómo ha actuado la tradición cristiana primitiva que ha tenido una importancia absolutamente decisiva para comprender el Nuevo Testamento. Este cuadro es el siguiente: 1. Tras el aparente fracaso de la misión de Jesús (la muerte en cruz), sus discípulos creen firmemente que ha resucitado y esperan su inmediata venida como mesías, es decir su parusía. Debido a la creencia en la resurrección de su maestro comienzan a investigar en las Escrituras diversos pasajes que justifiquen el fracaso de la cruz y los eventos de la Pascua (la resurrección sobre todo). Al principio no hay ningún interés, o muy poco, en poner por escrito lo que se recuerda y dice sobre Jesús. Este recuerdo se produce sobre todo en las reuniones comunes litúrgicas donde se evocan sus hechos y palabras. A poner por escrito esas acciones o palabras del Maestro se llega tan sólo por necesidades de la predicación o propaganda, especialmente cuando se apaga el fervor de la expectativa inmediata de la parusía o venida de Jesús. La primera acción comunitaria, por tanto, fue la transmisión oral de material sobre Jesús y su interpretación por medio de las Escrituras (lo que hoy llamamos Antiguo Testamento). Estos dichos y hechos se transmiten de manera aislada, inconexa, sin datos de tiempo y de lugar. Son pequeñas unidades o “formas”. 2. La tradición sobre Jesús que se fijará por escrito más tarde en los Evangelios no se alimenta sólo de recuerdos puros, sino de una doble fuente: a) de los recuerdos de dichos y hechos de Jesús; b) y también de la interpretación, reconstrucción, recapitulación, resúmenes y puesta al día de ese material por profetas, apóstoles y maestros cristianos en la catequesis, actos litúrgicos y en la predicación misionera. Las leyes de transmisión crecimiento y fijación de todo este material son las propias de la tradición oral. Los tres tipos de personajes que se acaban de nombrar son los tipos prominentes en esas comunidades, aún no jerarquizadas, del todo y que se regían en especial por quienes tenían en su mano la enseñanza, el contacto por el Espíritu con Jesús resucitado y con la divinidad en general y los que habían emprendido la tarea de convencer a otros que Jesús era el mesías verdadero que ya había llegado. 3. La fijación por escrito de las pequeñas unidades, o “formas” tenía su modo de proceder específico: • Había una notable correspondencia entre la forma oral y la escrita; • La plasmación del material no se regía por motiva¬ciones individuales, sino sociológicas: por los intereses y necesidades vitales y espirituales del grupo cristiano que lo transmite. Por ejemplo, una iglesia, como la de Mateo, que mantenía notables disputas teológicas con los judíos circundantes sobre la interpretación de la Ley, recogerá con gusto y aplicará a su vida material sobre Jesús que trate de la Ley y de su interpretación por parte de Jesús : relatos polémicos con los fariseos y sentencias que interpretan las normas de la Ley. 4. El marco geográfico e histórico de las historias originales se perdió, pero se fue reconstruyendo o formando artificialmente después: en los evangelios canónicos este marco es claramente artifi¬cioso; es obra de los redactores o evangelistas. 5. Ciertas palabras de los profetas cristianos primitivos, pronunciadas en nombre de Jesús resucitado que los inspira con su Espíritu, se introducen dentro de la tradición del Jesús terreno sin ninguna marca distintiva especial, con lo que se confunden con éstas. Por tanto, hay “palabras de Jesús” en los Evangelios que no son propiamente de éste, sino de los profetas primitivos que hablaron en su nombre. La explicación de este proceso es, pues: Jesús vive en la comunidad; los profetas inspirados participan de su mismo Espíritu. Lo que diga un profeta inspirado es como si lo dijera Jesús. 6. El resultado actual final de todo un largo y complejo proceso de transmisión y recopilación son nuestras fuentes canónicas (evangelios, principalmente, y otros escritos). Los evangelios en concreto son el fruto de un proceso de tradición y redacción, junto con una historización posterior, es decir, la ordenación del material en forma de biografía de Jesús es un estadio muy tardío de la tradición. 7. El género literario que interesa para reconstruir en la posible la figura de Jesús es el Evangelio. El estudio de esta forma literaria al compararla con otras de la época helenistico-romana. En primer lugar: • No se pueden catalogar entre las obras dedicadas a escribir “historia”. • Tampoco es posible tomarlos como “vidas” en el sentido de una biografía helenística, • Ni como colección de historias y dichos en el sentido de los memoriales de la literatura antigua. (Material tomado en parte de la Guía para entender el Nuevo Testamento, pp. 143-144). Seguimos en la próxima nota Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Domingo, 8 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero En lo que sigue haremos un resumen de lo que pretende este método y qué imagen del proceso de composición del Nuevo Testamento, sobre todo de los evangelios, se deduce de la aplicación sistemática de estos sistemas de investigación, que están basados sobre todo en la última sistematización de Rudolf Bultmann. Los pasos del método son los siguientes (concentrándonos en los evangelios) I. La crítica o historia de las formas empieza por estudiar los géneros literarios del Nuevo Testamento, en especial los de los Evangelios y hace de los un catálogo descriptivo: ordena por grupos las unidades literario-lingüísticas de acuerdo con su estructura formal y según las peculiaridades de cada una de ellas. Recordemos que hemos afirmado ya que en realidad, la Historia de las formas no hace aquí otra cosa que partir de los resultados de la crítica literaria y que lo que desea es completarlos. La crítica literaria ha determinado primero, gracias al análisis, la existencia de diversos géneros literarios dentro del Nuevo Testamento y cómo cada uno de ellos está compuesto de formas más primitivas que el género mismo. II Una vez efectuado el catálogo completo de todos los géneros literarios que puedan hallarse dentro del Nuevo Testamento (cartas, Evangelios, tratados como Hebreos, apocalipsis), la Historia de las formas se concentra sobre todo en los Evangelios. Ahí descubre que las palabras de Jesús se pueden dividir en clases muy diversas: • Dichos jurídicos o legislativos, o normativos (ej. Mc 11,25: “Y cuando estéis orando, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras transgresiones”); • Sentencias sapienciales (ej. Mt 22,14: “Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos”); • Dichos proféticos y apocalípticos; • Parábolas; • Narraciones de milagros, • Apariciones pascuales, etc. III. Luego la Historia de las formas investiga la historia de cada género o “forma” dentro del Nuevo Testamento, especialmente en los Evangelios. Por ejemplo, las parábolas. En este caso la Historia de las formas examina el proceso de nacimiento y el progreso de esa forma literaria y estudia una por una todas las parábolas. IV. Luego la Historia de las formas investiga el “contexto vital” con sus condicionantes socio-culturales, en el que se genera cada forma, y qué función desempeña cada una de ellas dentro de ese contexto. Si seguimos con el mismo ejemplo, la forma “parábola”, la Historia de las formas tratará de determinar para cada uno de los casos: • Quién es el que habla, • A quiénes se dirige, • Qué situación especial –en la vida de Jesús o en la de la comunidad que transmite la parábola en concreto que se examina— ha motivado esa forma o parábola en cuestión, • Qué entorno sociológico supone o qué intención guió al autor (el Jesús o la comunidad cristiana) al desarrollar tal forma determinada, esa parábola concreta. A pesar del aparente interés sociológico que esta investigación supone, la Historia de las formas se halla de hecho mucho más interesada en las ideas de la teología que se supone dominante de esos contextos vitales que en cualquier otra circunstancia sociológica. V. Luego la Historia de las formas escudriña la historia de la tradición de cada género o forma. En concreto, dentro del género “parábola” la Historia de las formas debe aclarar el proceso de esa forma desde su nacimiento hasta su constitución definitiva. Aquí es posible señalar las posible variaciones de géneros o “contextos vitales” que puede sufrir una forma a lo largo de su transmisión. En el caso de una parábola el presumible contexto vital en la vida de Jesús puede ser muy diferente del contexto vital de la comunidad que la transmite y la aplica a su vida, p. ej., añadiendo a la parábola (que es básicamente una comparación) rasgos alegóricos. Dentro de esta historia de la tradición, y como complemento necesario, la Historia de las formas se ocupa del desarrollo de las concepciones teológicas que se han constituido dentro de cada “forma”. Lo que decimos de las parábolas hay que aplicarlo a la investigación de todas las formas evangélicas, que según Bultmann, se dividen en los siguientes tres grandes grupos: 1. Palabras de Jesús 2. Apotegmas 3. Narraciones sobre Jesús 1. Las palabras de Jesús, que unas veces forman un grupo, u otras (la mayoría) tienen un origen independiente. Se suelen dividir en A. Dichos sapienciales. Ejemplo: Mt 6,34: “Bástale a cada día su propio afán” B. Dichos proféticos. Por ejemplo: Lc 13,29: “Muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán en el banquete del reino de Dios” C. Otro tipo de sentencias, referidos a la misión de Jesús; sentencias que comienzan por “Yo soy”, oraciones, etc. E. Comparaciones, parábolas 2. Apotegmas: son anécdotas de Jesús que terminan con una palabra de éste, en forma de axioma o sentencia, con la que se intenta transmitir una enseñanza fundamental. Pueden ser didácticos, polémicos, o de tinte biográfico. Por ejemplo, Mc 2, 15-17: “15 Y sucedió que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y pecadores estaban comiendo con Jesús y sus discípulos; porque había muchos de ellos que le seguían. :16 Al ver los escribas de los fariseos que El comía con pecadores y recaudadores de impuestos, decían a sus discípulos: ¿Por qué El come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores? :17 Al oír esto, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. 3. Narraciones sobre Jesús que pueden ser "biográficas" (relatos e la infancia; bautismo; transfiguración; relato de la pasión; apariciones. Una vez analizadas estas formas detrás de ellas se descubre un mundo, una imagen o cuadro histórico de cómo ha actuado la tradición que ha tenido una importancia absolutamente decisiva para comprender el Nuevo Testamento. Lo veremos el próximo día Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Sábado, 7 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero El gran representante de este método, o quizá su gran divulgador y último sistematizador, fue Rudolf Bultmann con su obra “Historia de la tradición sinóptica” (Geschichte der synoptischen Tradition) Gotinga 1921. Su influencia hasta hoy día ha sido decisiva y tremenda. Partiendo de las conclusiones de Schmidt y Dibelius, Bultmann aplicó sistemáticamente en esta obra el método de la historia de las formas. A diferencia de las posturas más “conservadoras” (¡todo es relativo!) de Dibelius, Bultmann no se quedó en la clasificación literaria de las pequeñas unidades, sino que enjuició la historicidad y autenticidad de las mismas. Sus dudas sobre la historicidad de los textos evangélicos fueron más radicales y lo llevaron a identificar gran parte de este material como producto de la imaginación creativa de la iglesia. Lo que hay de genuino lo encuentra Bultmann en los dichos de Jesús, que según él, se encuentran en un contexto artificial creado totalmente por los evangelistas. Utilizando una metodología rigurosamente analítica, Bultmann se proponía presentar una imagen de la historia de cada uno de los fragmentos de la tradición. Partía, al igual que Dibelius, de la idea de una tradición absolutamente fragmentaria. Comenzando por la historia de la pasión extiende su análisis a la totalidad de los sinópticos y se pregunta por el origen histórico de cada perícopa utilizando claros esquemas de la crítica histórica, a saber, los rasgos definitorios y diferenciantes entre las comunidades palestina y helenística, productoras o transmisoras de tales narraciones. La historia de las formas de Bultmann concede un papel aún mayor a la comunidad en la formación y desarrollo de la tradición sobre Jesús y postula que el género literario “evangelio”, creado por Marcos, tiene sus raíces en el culto litúrgico de la comunidad helenística. Este método fue aplicado posteriormente a las Cartas del Nuevo Testamento. En este ámbito la historia de las formas busca reconocer, entre otras cosas, formas de argumento forense o retórico, incorporando a su vez la crítica retórica. Seguidores de este método fueron Ernst Lohmeyer y Hans Dieter Betz. El primero extendió el análisis al resto del Nuevo Testamento, haciendo especial hincapié en las epístolas de Pablo y en el Apocalipsis. Su obra principal en este aspecto, que yo sepa fue Señor Jesús. Investigación sobre Flp 2,5-11 ( Kyrios Jesus. Eine Untersuchung zu Phil 2,5-11”, en Sitzungsberichte der Heidelberger Akademie der Wissenschaften. Philosophische-histosrische Klasse 1927/28, 4,lss: “Actas de la Academia de las ciencias de Heidelberg, sección de filosofía e historia”). La tesis de Lohmeyer era la siguiente (se basaba no sólo en la crítica literaria, sino también en la Historia de las religiones y en observaciones teológicas): lo que tenemos en este himno es un material prepaulino. Éste ha sido tomado de un oficio (¡no "servicio"!) litúrgico cristiano primitivo. La cristología de este himno está formada por una mezcla de ideas judías y de concepciones gnósticas del descenso del Revelador, relacionadas con la cosmología irania. De este modo se observa cómo las tradiciones cristianas primitivas deben ser consideradas también una parte de la historia común de las religiones. El segundo fue pionero en la aplicación de la historia de las formas a la Carta a los Gálatas (Colección “Hermeneia” 104), Galatians, Filadelfia 1979. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Viernes, 6 de Agosto 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos con las ideas básicas de este método iluminándolas por medio de unas breves nociones de la historia de la investigación. De los presupuestos que demos desarrollado en la nota anterior, M. Dibelius confirma la conclusión que ya había formulado Schmidt, a saber que los evangelios no son obras de historia, sino testimonios de fe de la comunidad primitiva al servicio de la primitiva predicación cristiana. No podemos, por tanto, basarnos en ellos para determinar ni siquiera la duración del ministerio público de Jesús. Hastatal extremo llega, según Dibelius su falta de interés por la historia real. De hecho, la historia en sí tenía tan poca importancia para la comunidad cristiana primitiva, que los primeros cristianos no hicieron gran diferencia entre el período de la vida de Jesús anterior a la re¬surrección y el posterior a ella y su consiguiente presencia por el Espíritu en la Iglesia. Esta afirmación tenía grandes consecuencias: mucho material incorporado a los evangelios no procedía del Jesús histórico, sino que era “postpascual”, creación de la comunidad cristiana formada después de la Pascua, en donde –se creía- había acontecido la resurrección. En cuanto a las formas concretas -que podemos definir como uni¬dades literarias mínimas con sentido- Dibelius distinguía fundamentalmente dos géneros de narración, en sí distintos: los paradigmas y las “novellae” (novelas/cuentos). • Por “paradigmas” entendía narraciones breves del género de las que se utilizan en la predicación como ejemplos; • Las novellae o cuentos, en cambio, no estaban destinados a la predicación, sino que eran fruto de la complacencia del narrador en la pintura detallada de las situaciones y en la cuidada caracterización de la figura de Jesús. En el paso de una forma a otra se patentiza cómo el cristianismo, originariamente fuera del mundo, va pe¬netrando cada vez más en él. El mundo exterior fecunda la imaginación de los anónimos transmisores de tradiciones sobre Jesús en la comunidad primitiva que las van recreando, cada vez que las contaban, añadiendo “datos”, caracterizaciones de los personajes, detalles, etc. Todo ello tiene una enorme importancia a la hora de considerar el material evangélico como verdadera historia o no, pues sólo la calificación de novellae o cuentos dice ya mucho. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Jueves, 5 de Agosto 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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