Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
El apóstol Juan de Zebedeo en los HchJnPr Travesía de Éfeso a Patmos Cuenta luego el autor el viaje marino camino del destierro en la isla de Patmos. Y da detalles nimios sobre los alimentos de que disponían. A saber, seis onzas de pan para los dos, medio litro de agua y un vaso de vinagre. Juan tomaba dos onzas de pan y la octava parte del agua; el resto se lo dejaba a Prócoro. A los tres días de navegación, se entretenían los soldados y los pasajeros después de comer cuando un joven cayó al mar. Se produjo una gran consternación en el pasaje, tanto más cuanto que en la nave se encontraba el padre del náufrago que quería arrojarse al mar. Los guardias se dirigieron a Juan, que estaba atado junto a Prócoro y le echaron en cara su tranquilidad, porque mientras todos estaban consternados, él permanecía impasible ante el dolor ajeno. Le pidieron ayuda. Juan les preguntó si sus dioses no tenían poder para resolver la tragedia. “Será porque no somos puros”, replicaron los guardianes. Entonces Juan sacudió sus cadenas e imprecó al mar diciendo: “Devuélvenos sano y salvo al joven” (HchJnPr 15,4). Se produjo una gran sacudida del mar, un fuerte estruendo y una ola gigante que arrojó al joven vivo a los pies de Juan. Los guardianes, admirados y espantados, quitaron las cadenas que sujetaban a Juan y trataron a los dos prisioneros con deferente familiaridad. Después de un desembarco en Katoikía y una parada en la que todos bajaron a tierra menos Juan, Prócoro y los guardianes, levaron anclas cuando el sol se ponía y zarparon de nuevo. Pero hacia las diez de la noche se levantó una fortísima tempestad que amenazaba la estabilidad de la nave. Los guardianes abordaron a Juan para pedirle que resolviera el problema él que había rescatado al joven náufrago de las profundidades del abismo. Juan ordenó al mar y se hizo una gran bonanza. Pudieron, pues, navegar otros tres días y tres noches hasta arribar a la ciudad (tópos) de Epicuro. Si aceptamos los datos cronológicos del texto, el viaje había durado ya seis días. El lugar denominado es desconocido, pero podría tener alguna relación con la isla de Samos, patria del filósofo Epicuro, que estaba situada en la línea recta que va desde Éfeso a Patmos. La distancia de este viaje a vuelo de pájaro no llegaba a los cien kilómetros. La travesía marítima desde Éfeso a Patmos, de unos noventa kilómetros de distancia, podía realizarse prácticamente en línea recta a través del estrecho que separa la isla de Samos del promontorio de Micala. En Epicuro residía una amplia colonia judía, uno de cuyos dirigentes era el Mareón que ya había causado molestias a Juan y Prócoro en Éfeso. Mareón disponía de abundantes recursos y seguidores, a los que pretendió indisponer contra los dos desterrados. La firmeza y la honradez de los funcionarios regios impidieron cualquier operación que pusiera en peligro el cumplimiento de las órdenes imperiales. Mareón y los suyos no se conformaban con menos que con la muerte de Juan y Prócoro. Pero los guardianes argumentaron partiendo del mandato del emperador, que les había encomendado la tarea de conducirlos al destierro en Patmos. Mareón les objetaba que la situación de libertad en que vivían los prisioneros no era la más apropiada para unos magos y delincuentes. Y fue tanta su insistencia que acabaron confraternizando con Mareón, y después de participar de su mesa en tierra, regresaron a la nave y volvieron a sujetar con cadenas a los prisioneros y a someterlos a las mismas privaciones que al principio del viaje. Zarparon de nuevo y después de dos días de navegación arribaron a Mireón, donde lanzaron el ancla (c. 18). Pero surgió un incidente que retrasó el viaje hasta siete días. La causa fue la grave enfermedad que atacó a uno de los guardianes hasta ponerlo en peligro de muerte. El códice P3 la define con el término técnico de “disentería”. Sus colegas discutían sobre la conveniencia de cumplir el mandato del emperador y abandonar al enfermo o retrasar la gestión encomendada hasta que su compañero mejorara. Conoció Juan la situación y con la colaboración de Prócoro aportó la solución curando al funcionario de sus dolencias. El enfermo, que no podía ponerse en pie ni había probado bocado en siete días, se presentó a los suyos para anunciarles que ya podían todos continuar el viaje. La nueva singladura condujo la expedición hasta un lugar llamado Lofos. El relato define el lugar como carente de agua potable, húmedo y sometido al encuentro de dos corrientes contrarias (c. 19,1). La situación en la nave volvió a ser nuevamente desesperada. Juan tenía una vez más la solución. Ordenó a Prócoro que tomara un ánfora, la llenara repetidas veces con agua del mar y de ella vertiera en las vasijas de los pasajeros. Juan remató el lance a su manera: “En el nombre del crucificado, tomad, bebed y viviréis”. Los guardianes, agradecidos otra vez, le quitaron las cadenas y se excusaron de no darle la libertad para no contravenir a las órdenes recibidas. Juan aprovechó la ocasión para instruir a los guardianes, a quienes acabó administrando el bautismo que ellos mismos espontáneamente habían solicitado. Pretendían incluso continuar con Juan, que consideró más conveniente que regresaran a sus casas. El texto de la narración parece dar a entender que el trayecto de Lofos a la isla de Patmos debía de ser corto, porque lo refiere de la forma más concisa: “Levamos anclas en Lofos y llegamos a la isla de Patmos” (c. 19,5). Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 13 de Septiembre 2010
Comentarios
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo de J. Mosterín “Incluso aceptando las novedades paulinas, uno podría pensar que el Cristo, como redentor universal, inmolándose por todos, habría librado a todos del pecado hereditario, y punto. Pero no, Pablo complicó las cosas con su nueva doctrina de la salvación por la fe (pístis), que luego sería adoptada por Agustín y Lutero. Ya no sería la Ley, la Torá, ni las buenas obras, ni la virtud y ni siquiera la obediencia lo que salva, sino solo y exclusivamente la fe en el Cristo redentor Jesús. Apostilla: Opino que Pablo pretendió simplificar en extremo el acto de la salvación de los gentiles. Para un judío normal, la salvación viene sólo de la “ortopraxia”, traducida en un cumplimiento leal y puntilloso de la Ley. Para Pablo el acto de fe, impulsado y ayudado por la gracia concomitante de Dios (formulación posterior) sustituye a la ortopraxia. Es una comodidad enorme y mucho más sencillo. La salvación por la fe sólo puede entenderse y sólo pudo surgir en un ámbito intelectualista helénico, no puramente judío. Sigue Mosterín: “En efecto, a partir de su conversión, Pablo dejó de creer que el ser humano se justifica por sus obras, por su cumplimiento de la Ley, y pasó a sostener que solo la fe en Cristo podía justificarlo. g[ El indulto del pecado, es decir, la gracia, es un don gratuito de Cristo. Y Cristo, que es Dios, se lo da a quien cree en él. Esta doctrina de Pablo será luego recogida por Agustín de Hipona y Lutero. Porque yo no me acobardo de anunciar la buena noticia, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree, primero al judío, pero también al griego, pues por su medio se está revelando la amnistía que Dios concede única y exclusivamente por la fe [...] (Rom 1, 16). En resumen: lo mismo que el delito de uno solo resultó en la condena de todos los hombres, así el acto de fidelidad de uno solo resultó en el indulto y la vida para todos los hombres; es decir, como la desobediencia de aquel solo hombre constituyó pecadores a la multitud, así también la obediencia de este solo constituirá justos a la multitud. [...] Así, mientras el pecado reinaba dando muerte, la gracia reina concediendo un indulto que acaba en vida eterna, gracias a Jesús, el Cristo, Señor nuestro (Rom 5, 18). Ahora, en cambio, independientemente de toda Ley, está proclamada una amnistía que Dios concede, avalada por la Ley y los profetas, amnistía que Dios otorga por la fe en Jesús el Cristo a todos los que tienen esa fe. A todos sin distinción, porque todos pecaron y están privados de la presencia de Dios; pero graciosamente van siendo rehabilitados por la generosidad de Dios, mediante el rescate presente en el Cristo Jesús (Rom 3, 21). ]g Sigue ahora una crítica desde el punto de vista de hoy día: "Desde un punto de vista filosófico o psicológico, la fe no es ninguna virtud, sino un vicio, no constituye excelencia alguna, sino un defecto, un fallo del aparato cognitivo. Creer lo que no podemos ver ni comprobar ni demostrar, creer lo absurdo, creer lo increíble, es más bien una patología mental que una virtud o excelencia que merezca recompensa alguna. “El judaísmo nunca insistió en la fe, sino en la praxis, en la acción, en el cumplimiento de la Torá en la conducta. Desde el punto de vista judío, lo más grave de la acción de Pablo no eran sus teorías sobre el pecado y la redención, sino su renuncia a la circuncisión de los conversos. Un judío podía discutir cualquier creencia, pero tenía que circuncidarse. De todos modos, las comunidades judías posteriores, para defender su cohesión en un medio hostil, hicieron uso a veces de la excomunión (jérem) por opiniones chocantes, como la impuesta por la comunidad de Amsterdam a Baruc de Spinoza en 1656. “De todos modos, la insistencia obsesiva en la fe sería en el futuro una característica del cristianismo de terribles consecuencias, la fuente de las nociones de heterodoxia y herejía, de las cruzadas contra los infieles y los heréticos, de las persecuciones religiosas y de las torturas y hogueras de la inquisición. Ya nos queda poco para concluir con el libro de Mosterín. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Domingo, 12 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo de J. Mosterín “Jesús había predicado la inminente llegada del reino de Dios, pero el cristianismo primitivo cambió de óptica, fijándose no tanto en el mensaje como en el mensajero. En la famosa frase de Rudolf Bultmann (1884-1976), “el proclamador se transformó en el proclamado”. “Pablo inventó la figura del Cristo redentor y el drama cósmico de la redención de la humanidad. Pablo transformó la noción judía del mesías liberador militar de su pueblo en una figura divina y sacrificial llamada a liberar a todos los pueblos del pecado y de la muerte. “Según Pablo, Dios, no como juez, sino como soberano, puede indultar a los hombres pecadores, a base de ofrecerse a sí mismo un sacrificio expiatorio que aplaque su ira divina y lo haga indultar a los hombres. En efecto, los hombres son incapaces de purgar su culpa por sí mismos, de ofrecer un sacrificio de la suficiente importancia y valor. Dios se ofrece a sí mismo el sacrificio de sus propio hijo, Jesús, que, él sí, tiene bastante enjundia para aplacar al Padre. El efecto de ese sacrificio es el indulto de los pecadores, la salvación de los hombres, pero solo a condición de tener fe en el mesías Jesús, el “cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. “Los judíos pensaban que el cumplimiento de la Ley produciría un mérito que salvaría al hombre. Pero eso es vanidad y orgullo desorbitado, según Pablo. El hombre está tan caído por el pecado de Adán que no puede acumular mérito alguno. El indulto o amnistía de sus pecados que recibe de Dios no se debe a sus obras ni méritos, sino solo al valor infinito del sacrificio de Jesús, lo único capaz de lavar la ofensa infinita (no por quien la hace, sino de aquel a quien se hizo). Richard Dawkins ha criticado con gracia y sentido común el demencial sadomasoquismo de esta doctrina: g[ Dios se encarnó como hombre, Jesús, para que pudiera ser torturado y ejecutado como expiación del pecado heredado de Adán. A partir de que san Pablo expusiera su repelente doctrina, Jesús ha sido adorado como el redentor de nuestros pecados. [...] He descrito la expiación, la doctrina central del cristianismo, como cruel, sadomasoquista y repelente. También podríamos desestimarla por ser una locura. [...] Si Dios quería perdonar nuestros pecados, por qué no perdonarlos simplemente, sin tener que ser torturado y ejecutado en pago. [...] ¿A quién trataba Dios de impresionar? Probablemente, a sí mismo –juez y jurado, así como víctima de la ejecución—. Para coronarlo todo, Adán, el supuesto perpetrador del pecado original, nunca existió; un hecho embarazoso, excusablemente desconocido para san Pablo, pero tal vez conocido para un Dios omnisciente. [...] Oh, pero, por supuesto, la historia de Adán y Eva siempre ha sido simbólica, ¿no? ¿Simbólica? Así que, para impresionarse a sí mismo, ¿hizo Jesús que lo torturaran y ejecutaran, como chivo expiatorio, por un pecado simbólico, cometido por un individuo inexistente? Como ya he dicho, una locura [...] (The God Delusion (2006), traducción española: El espejismo de Dios (2007), pp. 270-272). ]g “Pablo procedió a una fantástica reinterpretación del término Khristós (Cristo), que de ser simplemente la traducción griega del concepto hebreo de mesías (Mashiaj), el liberador militar de Israel y el restaurador del reino de Dios sobre la tierra prometida (algo peligroso para el dominio romano), paso a expresar una noción completamente nueva y desconocida por el judaísmo del que Jesús había formado parte, la idea de un redentor universal del presunto pecado hereditario de toda la humanidad, una idea confusa y despreciable para los romanos, que no verían en ella ningún tipo de peligro. “A pesar de los esfuerzos de Pablo de congraciarse con las autoridades romanas, estas no olvidaban que el presunto redentor en realidad había sido uno de los numerosos rebeldes peligrosos que había producido la levantisca Palestina, del que ya ellos habían dado buena cuenta ejecutándolo con la muerte oprobiosa de la cruz. Los romanos registraban estas cosas en sus archivos y no las olvidaban tan fácilmente. Que la secta de los cristianos había sido fundada por un rebelde ajusticiado sería un estigma permanente de los cristianos durante los dos y medio siglos siguientes. Apostilla: Creo que sobra alguna que otra adjetivación respecto a las doctrinas de Pablo, ya que son un producto del siglo I, que se critica desde la óptica del siglo XXI. Es bien conocida mi opinión que las doctrinas antiguas se deben transcribir sin crítica alguna mientras se hace el resumen. Posteriormente –en realidad eso hace Dawkins situándose expresamente en el siglo XXI- se puede hacer la crítica desde el punto de vista que se estime conveniente. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Sábado, 11 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo del libro “Los cristianos”, Edit. Alianza, Madrid, 2010, de J. Mosterín. “En Pablo se encuentran los primeros indicios de la noción de pecado hereditario, ancestral u original, aunque la expresión misma ‘pecado original’ y el desarrollo de la correspondiente doctrina solo aparecen con Agustín de Hipona, tres siglos más tarde. “Enlazando con el mito hebreo de Adán, Pablo considera no solo que Adán cometió el más grave de los pecados al comer el fruto prohibido (cosa a todas luces sacada de quicio), sino que incluso todos sus descendientes, la humanidad entera, por el mero hecho de serlo, han heredado la culpa y son reos de muerte (cosa tan absurda que nunca se había planteado siquiera en el judaísmo, ni se plantearía luego en el islam). “El crimen de ser descendiente de Adán merece la pena de muerte y el tormento eterno. El crimen es tan grave porque Adán, con su desobediencia respecto a la manzana, ofendió a Dios. Esa ofensa es infinita y merece un castigo infinito e inacabable. La única posibilidad de escapar al castigo consiste en que Dios mismo (o su hijo) se ofrezca a sí mismo como chivo expiatorio que cargue sobre sus hombros la culpa y el pecado de los hombres. Ese chivo expiatorio que nos redime del pecado hereditario es el redentor, el Cristo, Jesús. Apostilla: Este esquema mental paulino no es novedoso. Ya lo hemos comentado alguna vez, pero debo insistir en él: se trata de un esquema doble –que aparece en las religiones del Mediterráneo en general, y en otros lugares- : a) el núcleo de la religión es el sacrificio, “do ut des” (“ Te doy par que me des”). c) Una persona importante, por ejemplo, el rey, soluciona un grave problema aplacando (sacrificando) a la divinidad con aquello que más le agrada, por ejemplo, un hijo suyo. Esta es la base de los sacrificios humanos en el Mediterráneo antiguo, Israel incluido (consúltese Josué 6,26 y 1 Reyes 16,34: “Y en aquel tiempo Josué juró diciendo: Maldito sea delante del SEÑOR el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. En su primogénito eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas”. “ En su tiempo Jiel de Betel reedificó a Jericó. Al precio de Abiram su primogénito echó el cimiento, y al precio de Segub su hijo postrero puso sus puertas; conforme a la palabra del Señorque había hablado por Josué hijo de Nun”. Y dijimos que, mutatis mutandis, el esquema es el mismo: Dios entristecido por el pecado de su criatura predilecta, el ser humano, soluciona el problema sacrificando a su Hijo primogénito. Mosterín aludirá de modo rápido a este esquema en las páginas siguientes. Sigue Mosterín: “Pablo compara a Adán, por el que entró el pecado y la muerte en el mundo, con Jesús el Cristo, que redimió al mundo del pecado y la muerte. Para Pablo, la muerte es una consecuencia del pecado, aunque no atribuye pecado a los animales no humanos, que obviamente también mueren, lo cual no deja de ser una contradicción más. “Utiliza un curioso argumento para probar la existencia del pecado hereditario. Dice que, tras la promulgación de la Ley por Moisés, el pecado actual consistía en la desobediencia a la ley; por tanto, antes de que se promulgase, antes de Moisés, no había pecado actual, por lo que la gente no tendría que haberse muerto. A pesar de ello, la gente se moría igual, lo cual probaría que, aunque no pecasen, estaban ya en pecado congénitamente, por el pecado hereditario de Adán. « Igual que por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, la muerte se propagó sin más a todos los hombres, dado que todos pecaban. Porque antes de la Ley ya había pecado en el mundo; y, aunque donde no hay Ley no se imputa el pecado, a pesar de eso la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso entre los que no hacían pecado cometiendo un delito como Adán (Romanos 5, 12-14). » “Esto fue acompañado por la transmutación del mesías liberador de los judíos en el Cristo redentor universal, un invento de Pablo. La salvación es un regalo de Dios a través de Jesús. Los humanos, desde Adán, estaban esclavizados por el pecado, pero Jesús el Cristo, el redentor divino, nos ofrece la liberación del pecado, la resurrección y la vida eterna gloriosa, con la sola condición de aceptar su mensaje, de creer en él, y de practicar la caridad. Los viejos preceptos de la Ley son irrelevantes. « Antes de que llegara la fe estábamos custodiados por la Ley, encerrados esperando a que la fe se revelase. Así la Ley fue nuestra niñera, hasta que llegase el Cristo y fuésemos rehabilitados por la fe. En cambio, una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos a la niñera, pues por la adhesión al Cristo Jesús sois todos hijos de Dios (Gal 3, 23-26). » Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Viernes, 10 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos con la síntesis del pensamiento de Pablo de Tarso según J. Mosterín: • Circuncisión y caducidad de la Torá “El miedo y el rechazo que producía entre los gentiles la exigencia de la circuncisión mantenía a los temerosos de Dios en la periferia de la sinagoga; no se animaban a circuncidarse y adoptar toda la Ley judía, con su pesada casuística, convirtiéndose así en prosélitos. Apostilla: La no necesidad de la circuncisión hizo que las damas se “convirtieran” más fácilmente que los varones. Pero aceptar la ley ritual y alimentaria era también una pesada carga Sigue Mosterín: “El sentido del marketing de Pablo le hizo comprender desde el principio que la expansión exitosa del cristianismo en el ancho mundo helenístico-romano pasaba por facilitar la entrada a los gentiles, eximiéndoles de la obligación de circuncidarse y de los otros preceptos de la Ley. “El gran problema de la expansiva y misionera secta judeocristiana durante el primer siglo de su existencia se planteaba así: ¿cómo se podía admitir a paganos en una secta judía sin obligarlos a aceptar todo el “yugo de la Torá”: la circuncisión, el shabbat estricto, las reglas minuciosas de pureza ritual y de alimentación kosher? “Los “pilares” de la comunidad jesusita de Jerusalén (como Jacobo, el hermano del Señor, o Simón Kefas, alias Pedro) eran judíos piadosos, y consideraban obvio que los paganos y temerosos de Dios que se convirtieran a la secta judeocristiana debían aceptar todo el peso de la Torá. Pablo pensaba lo contrario: los gentiles podían ser admitidos en la secta cristiana con tal de que aceptasen el mensaje paulino de la mesianidad divina de Cristo, sin necesidad de tener que someterse al yugo de la Ley. Esta posición resultaba chocante para judíos y jesusitas, por lo que la actividad de Pablo dio lugar a agrias controversias. « Es que he recibido informes, hermanos míos, por la gente de Cloe, de que hay discordias entre vosotros. Me refiero a eso que cada uno por vuestro lado andáis diciendo: “Yo estoy con Pablo, yo con Apolo, yo con Kefas, yo con Cristo” (1 Corintios 1, 11-12). » “Pablo ofrecía a los gentiles temerosos de Dios, que merodeaban en torno a las sinagogas, la entrada a precio reducido en la secta judeocristiana, sin necesidad de circuncidarse: « Esos que intentan forzaros a la circuncisión son ni más ni menos los que desean quedar bien en lo exterior; su única preocupación es que no los persigan por causa de la cruz del Cristo, porque la Ley no la observan ni los mismos circuncisos; pretenden que os circuncidéis para gloriarse de que os habéis sometido a ese rito (Gálatas 6, 12-13). » “La Torá o Ley (sobre todo el trauma de la circuncisión de los prosélitos adultos y la casuística arcaica de las leyes alimentarias) estorbaba a la conversión de los temerosos de Dios, que se sentían atraídos por el mensaje monoteísta judío y la promesa cristiana de resurrección, pero vacilaban en pagar el alto coste de entrada en la sinagoga. Pablo quería abrirles las puertas de par en par, rebajando el precio de entrada. En realidad el precio ya lo había pagado Jesús por todos. Sin embargo, las sinagogas no aceptaron la interpretación alegórica propuesta por Filón, ni aceptaron la política de rebajas de Pablo. “Aunque la mayor parte de los ciudadanos romanos eran personas sensatas, realistas y con los pies en el suelo, otros se dejaban embaucar por las múltiples ofertas de las religiones mistéricas y los cultos de moda de Isis, Deméter, Mitra, Serapis y otras divinidades orientales, en cuyos trances, muerte y resurrección participaba el adepto mediante ritos misteriosos celebrados en lejanos santuarios. “Esta participación salía cara en tiempo y en dinero, pues con frecuencia implicaba largos viajes y dispendios, aunque al final se prometía nada menos que la inmortalidad. Estos cultos mistéricos también atraían a los temerosos de Dios que merodeaban en torno a la sinagoga y que constituían la clientela de Pablo. “Pablo se presenta ante los paganos como el mercader de una doctrina de salvación que es más fácil y más barata (de hecho, gratuita) que las de la concurrencia (las religiones mistéricas). La predicación de Pablo para los paganos [...] contenía todavía en su manga un as de grandísimo valor [...]: la salvación y la inmortalidad que ofertaban las religiones de misterios del mundo helénico las otorgaba el cristianismo exactamente igual, más fácil y barato: bastaba la fe en el sacrificio de Cristo; luego las ceremonias del bautismo [...] y de la eucaristía [...] hacían exactamente las mismas funciones salvíficas que los costosos ritos de iniciación de las religiones de misterios. Ahora, gracias a la revelación del plan divino del que era mensajero Pablo, todo era sencillo, fácil ... y además gratis. A la larga el éxito entre los “temerosos de Dios” y los paganos en general estaba asegurado. “Para fundamentar su postura de prescindir de la circuncisión, Pablo presentó la Ley judía como caduca y superada por el Cristo Jesús. Sin embargo, y como ya vimos, esa doctrina paulina de la caducidad de la Ley judía no tenía nada que ver con la postura de Jesús, recogida por el evangelio de Mateo (desde luego, posterior a Pablo, y que este no tenía por qué conocer): “¡No penséis que he venido a derogar la Ley o los Profetas! No he venido a derogarla, sino a darle cumplimiento!” (Mateo 5, 17-18). Apostilla: Creo que en líneas generales la interpretación de este apartado del pensamiento paulino es correcta y está de acuerdo con lo que he expresado en la Guía para entender el Nuevo Testamento. Sólo añadiría que habría que fundamentar el por qué de esa “política de rebajas” para la salvación. Hay que precisar expresamente. • Esa política estaba decidida por Dios según Pablo; no era un efecto de su idea de vender un producto teológico nuevo. Esta decisión divina iba contenida en la revelación inicial del “Evangelio” a Pablo, o se desarrolló a partir de ese núcleo muy pronto. • El impulso psicológico paulino para tanta celeridad en la necesidad de conversión de un cierto número de gentiles (al principio) y luego de cuantos más mejor era una mentalidad apocalíptica-escatológica doble: a) para la restauración del verdadero Israel (ahora los seguidores de Cristo ) era preciso un cierto número de paganos (E. P. Sanders, en Jesús y el judaísmo, caps. 2 y 3, pp. 125ss; 143ss; Trotta, Madrid, 2004). b) Pablo sigue aquí una idea marcana, que a su vez parece un recuerdo histórico de Jesús: éste pensó que le fin del mundo presenta y el alumbramiento del mundo futuro = reino de Dios, no tendría lugar hasta que se predicara la “buena nueva” del advenimiento del Reino en todos los rincones de Israel (Mt 10, 23). Pablo expandió este pensamiento: El fin del mundo no vendrá hasta que se haya predicado en evangelio a todos los gentiles. La comprensión de este “todos” es para nosotros un enigma. Escribe Joel Marcus comentando Mc 13, 7: “7 Mas cuando oyereis de guerras y de rumores de guerras no os turbéis, porque conviene hacerse así ; mas aún no será el fin” y Mc 13,10: “Y es necesario que a todos los gentiles el evangelio sea predicado antes (de que llegue el fin) ”: “El versículo redaccional 13, 10 sitúa en un contexto escatológico la predicación de cristianos ”a todas las naciones”: es una de las cosas claves que deben pasar antes de que pueda llegar el final (cf. nota a ”primero” en 13, 10). Esta idea puede representar una ampliación de la perspectiva del Jesús histórico, que pudo haber pensado que su mensaje tenía que llegar a todos sus connacionales judíos, o al menos aquellos que estaban en Tierra Santa, antes de que pudiera llegar el fin (cf. 10, 23). Cuando la mayor parte de los correligionarios de Jesús rechazaron el mensaje cristiano, sus seguidores postpascuales se orientaron cada vez más a los gentiles, cuya evangelización quedó imbuida de una urgencia escatológica similar (cf. Rom 11, 25-27; Ap 14, 6-7). Como miembro de la misión paulina, Marcos pensaba probablemente que este requisito previo escatológico de la evangelización mundial estaba casi completo (cf. Rom 15, 23-24; Col 1, 23), por lo que el final era inminente. Así pues, al igual que el versículo redaccional 7, 27, el versículo redaccional 13, 10 utiliza un proton adverbial para delinear la cronología marcana de la salvación: la buena nueva ha ido a los judíos (7, 27; cf. Rom 1, 16), luego a los gentiles (13, 10)…, y ahora cuando eso ha ocurrido, el final vendrá rápidamente” (Mark 8-16. A new Translation with Introduction and Commentary [The Anchor Yale Library], Yale University Press, 2009, p. 886). Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Jueves, 9 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Sigo con la transcripción –con reordenación, en ciertos casos- de los párrafos de Mosterín, cap. 3º de su obra “Los cristianos” de Alianza Editorial. • Adaptación de los cristianos al Imperio romano “Una vez convencido de sus nuevas ideas judeocristianas, la principal preocupación de Pablo era el marketing del cristianismo, el asegurar a cualquier precio la extensión del mensaje cristiano paulino entre los gentiles del Imperio romano. “La primera dificultad con que se enfrentaba era la fama de subversivos y peligrosos que los cristianos tenían entre las autoridades establecidas, debido a las circunstancias de la muerte de Jesús, ajusticiado por rebeldía. Pablo trató de borrar la huella del carácter antiautoritario y socialmente conflictivo de Jesús; por ello aconsejó a los cristianos tener la conducta menos provocativa posible, presentándose siempre como pacíficos, obedientes a la autoridad establecida, socialmente conformistas, sumisos y leales al Imperio. g[ Sométase todo individuo a las autoridades constituidas; no existe autoridad sin que lo disponga Dios y, por tanto, las actuales autoridades han sido establecidas por él. En consecuencia, el insumiso a la autoridad se opone a la disposición de Dios y los que se le oponen se ganarán su sentencia. [...] Si no eres honesto, teme, que por algo lleva [la autoridad] la espada: es agente de Dios, ejecutor de su reprobación contra el delincuente. [...] Y por la misma razón pagáis impuestos, porque son funcionarios de Dios dedicados en concreto a esa misión. [Pablo, Carta a los Romanos, 13]. ]g • Los discípulos de Pablo acatan también la autoridad del Imperio en el que viven “La presunta primera carta de Pedro, que en realidad es posterior y representa más bien las ideas de Pablo que las de Pedro, va en la misma dirección: g[ Acatad toda institución humana por amor del Señor; lo mismo al emperador como a soberano que a los gobernadores como delegados suyos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien. Porque así lo quiere Dios. [...] Criados, sed sumisos a los amos con todo respeto, no solo a los buenos y comprensivos, sino también a los esquinados. Porque dice mucho en favor de uno si, por la experiencia que tenemos de Dios, soporta que lo maltraten injustamente. Vamos a ver, ¿qué hazaña supone aguantar que os peguen si os portáis mal? En cambio, si hacéis el bien y además aguantáis el sufrimiento, eso dice mucho ante Dios (1 Pedro 2, 13-20). ]g • Pablo no cuestiona la esclavitud “Incluso los esclavos tenían que aceptar su condición y aguantar con paciencia los posibles malos tratos que sufrieran. s[ Siga cada uno en el estado en que Dios lo llamó. ¿Te llamó Dios de esclavo? No te importe (aunque si de hecho puedes obtener la libertad, aprovéchate), porque si el Señor llama a un esclavo, el Señor le da la libertad, y lo mismo, si llama a uno libre, es esclavo de Cristo. [...] Hermanos: cada uno siga ante Dios en la condición en que lo llamaron (1 Corintios 7, 20-24).]s “En la presunta carta de Pablo a los efesios, que no es de Pablo, sino posterior, pero que a pesar de todo refleja su pensamiento, leemos: Esclavos, obedeced a vuestros señores terrenales con temor y temblor, de corazón. No os limitéis a la obediencia externa que busca concitarse el favor de los hombres, sino afanaos como esclavos del Cristo que ponen toda su alma en cumplir la voluntad de Dios (Efesios 6, 5-7). Apostilla: Creo que la archisabida explicación de que a Pablo, obsesionado por la idea del “poco tiempo que resta” para el fin del mundo, no podía ni ocurrírsele cualquier tipo de reforma de una sociedad caduca, destinada a la perdición (¿a la aniquilación junto con sus gentes? Los salvados serán muy pocos). Buscar un Pablo reformista es “pedir peras al olmo”. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Miércoles, 8 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Transcribo –reordenando un tanto- la síntesis sobre el pensamiento del Apóstol, confeccionada por el filósofo e historiador de las ideas, J. Mosterín. Se trata de una síntesis, a modo de fogonazos. Es interesante, estimo, para los creyentes ver cómo se ven las cosas desde fuera. • Pablo y el monoteísmo frente al politeísmo gentil “Pablo se dirigía en sus cartas a conversos, prosélitos y temerosos de Dios, que ya creían en el monoteísmo, por lo que no necesitaba argumentar a su favor. • Pablo admite la existencia de démones/espíritus/ mal llamados dioses: “Además del dios único de Israel, Pablo admitía una variada demonología, demonios y espíritus maléficos diversos. “Pues aunque hay los llamados dioses, ya sea en el cielo, ya en la tierra –y de hecho hay numerosos dioses y numerosos señores—, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre" (1 Cor 8, 5-6). “Conforme a la concepción helenística popular, los demonios influyen constantemente en nuestras vidas. El mismo Satanás se interfiere en la de Pablo: “nos propusimos haceros una visita, ... pero Satanás nos cortó el paso” (1 Tesalonicenses, 2: 18). • Pablo y el Jesús histórico “Pablo no conoció a Jesús, ni parece haberse interesado por su vida ni haber sabido gran cosa acerca de él o de sus dichos o actividades. En sus cartas, Pablo hace muchas reflexiones y dice muchas cosas sobre el Cristo glorioso y trascendente, pero apenas parece saber nada sobre el Jesús histórico. A Pablo no le interesaba est Jesús, el galileo Yeshúa, sino el mensaje abstracto de la muerte y resurrección de Jesús el Cristo, el Señor (kýrios), el hijo de Dios, a quien conocía bien, pues él se lo había inventado. “Del Jesús histórico solo nos dice que era “nacido de mujer, sometido a la Ley” (Gal, 4), que “por línea carnal nació de la estirpe de David” (Rom, 1) y que "se hizo servidor de los judíos para demostrar la fidelidad de Dios, ratificando las promesas hechas a los profetas” (Rom, 15). “Las expectativas apocalípticas se habían cumplido, y una nueva época de salvación había comenzado, en la que la antigua Ley judía había quedado superada por la fe en Cristo. Jesús ya no era un santón rebelde ni un rabino con opiniones interesantes. Jesús era el Cristo, el protagonista divino del drama cósmico de la redención universal. No puede negarse la creatividad de Pablo, autor del drama y fundador de esa extraña rama de la teología que es la “cristología”. • Pablo y el matrimonio “Aparte de la especulación cristológica, Pablo también se ocupaba de la vida cotidiana de los conversos, a los que da consejos prácticos en sus cartas, a veces como respuesta a sus consultas. Él no tenía la relajada actitud de Jesús ante las mujeres, ni se había casado, como los discípulos de Jesús. Pablo era soltero y casto y eso es lo que recomendaba a los demás; pero si no podían, les permitía también que se casaran. “Paulina es la idea de que uno no se pertenece a sí mismo, ni su cuerpo ni su vida le pertenecen a uno, pues Dios los ha “comprado” con la redención, muriendo en la cruz. Ahí está el punto de partida (o la excusa) de la obcecada oposición de los fundamentalistas cristianos actuales al aborto y la eutanasia, aunque él nunca habló de eso temas. Sin embargo, Pablo, que vivía en la esperanza enfebrecida de la inminente vuelta del Cristo, no se preocupaba especialmente por las minucias del erotismo y nunca llegó a los extremos de obsesión antisexual que caracterizarían a Agustín de Hipona tres siglos más tarde. El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor [...] Sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. No os pertenecéis a vosotros mismos. Fuisteis comprados pagando un precio; por lo tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo. g[ Está bien que uno no se case. Sin embargo, por tanta inmoralidad como hay, tenga cada uno su propia mujer y cada mujer su propio marido [...] A los solteros y a las viudas les digo que estaría bien que se quedaran como están, como hago yo. Sin embargo, si no pueden contenerse, que se casen; más vale casarse que quemarse. Lo que afirmo es que el plazo se ha acortado; en adelante los que tienen mujer pórtense como si no la tuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que gozan, como si no gozaran [...], porque el papel de este mundo está para terminar. ]g • Pablo y el estatus de las mujeres “También aparecen en las cartas de Pablo opiniones y consejos que subordinan las mujeres a los hombres, lo cual, por otro lado, no era especialmente original en el mundo de la sinagoga en que se desenvolvía. g[ Quiero que sepáis que el Mesías es cabeza de todo hombre, el hombre cabeza de la mujer y Dios cabeza del Mesías. [...] Las mujeres guarden silencio en la asamblea, no les está permitido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas, como lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que les pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen mujeres en las asambleas. ]g “Algunos autores feministas, como Elaine Pagels, piensan que todos los pasajes que minusvaloran a las mujeres son interpolaciones posteriores para marginalizar a las mujeres en la comunidad cristiana, aunque la mayoría de los expertos los consideran auténticos. Apostilla: Hay aquí, en este último punto (prescindo momentáneamente de los otros), materia de discusión: ¿Podía Pablo pensar de otra manera? ¿Era posible en esa época distinguir entre religión y “biología” decidida por un Dios creador? La posición de E. Pagels es meramente escapista. El “feminismo” es sólo una adquisición moderna, y no en todas partes (islam), y en retroceso entre ciertos jóvenes de nuestra sociedad. Opino que el verdadero feminismo, el esencial, es el que considera a la mujer esencialmente igual al varón, en lo anímico, intelectual, espiritual, en ser persona, en sus responsabilidades sociales y políticas…, etc. Es feminismo aceptar que de un cuerpo esencialmente diverso al del varón, como es el de la mujer, se derivan concepciones diversas del mundo (tiene la mujer un cuerpo distinto, luego piensa distinto al varón, ya que el alma no es más que la “forma” de la “materia” o cuerpo = Artistóteles) y funciones diversas que dependen puramente de la biología. Aceptar las diferencias biológicas y sus consecuencias sociales no es ser antifeminista. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Martes, 7 de Septiembre 2010
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Juan arrojado en una caldera de aceite hirviente Los capítulos 8-11 de los Hechos de Juan escritos por Prócoro se han conservado solamente en su versión latina. Tratan del viaje de Juan a Roma para ser juzgado por orden del emperador Domiciano. Si Juan persistía en sus errores, sería justamente castigado. Pero Juan manifestaba su disposición a morir antes que traicionar a su Maestro, lo que disgustó al procónsul hasta el paroxismo porque consideraba la postura de Juan como delito de lesa majestad. A una carta anterior de Domiciano, en la que expresaba su criterio de hacer cambiar a Juan de su actitud, el procónsul de Éfeso envió una relación a Roma sobre la situación del prisionero cristiano. Informaba que Juan predicaba a Cristo crucificado, del que afirmaba que era Dios e Hijo de Dios. Como apóstol de Jesús perseguía el culto de los dioses inmortales y destruía sus templos. Ni halagos ni amenazas habían conseguido hacerle cambiar de actitud. Recurría el procónsul a la majestad del emperador para que le manifestara lo que debía hacerse con aquel rebelde recalcitrante. Cuando el emperador leyó los informes sobre Juan, dio órdenes para que fuera encadenado y enviado a Roma. Domiciano no quiso ni siquiera ver al Apóstol, pero ordenó que fuera conducido hasta la Puerta Latina y arrojado en una caldera de aceite hirviente. En ese lugar preciso de la ciudad de Roma se levantó la iglesia de San Juan Ante Portam Latinam para conmemorar el suceso avalado por una tradición conocida ya por Tertuliano y por San Jerónimo. Tertuliano refiere el suceso en De praescriptione haereticorum 36, hacia el año 220. Por su parte, Jerónimo, en su Comm. in Mt 20,23, conoce la leyenda y asegura que Juan salió de la caldera como un atleta ungido para el combate. Así suena el relato del acontecimiento en el texto latino del Apócrifo: “Se reunió el senado romano junto con el procónsul y el pueblo romano delante de la puerta Latina, y ordenaron que llevaran una caldera llena de aceite hirviente en la que arrojaron al bienaventurado apóstol Juan, desnudo, azotado y arrastrado ignominiosamente, el día anterior a las nonas de mayo. En efecto, el día 6 de mayo celebra la Iglesia la festividad de san Juan ante portam Latinam. Pero por la protección de nuestro Señor, salió de la caldera de aceite en ebullición e hirviente como un fortísimo atleta, no quemado, sino como ungido, ileso e intacto. Y por la gracia salvadora y refrigerante del Señor que lo amó, apareció tan ileso y libre de daño cuanto permaneció íntegro e inmune de la corrupción de la carne” (HcJnPr 11,1). El autor del Apócrifo relaciona los triunfos de Pedro y Juan en Roma. Y lo que fue la Puerta Vaticana en el caso de Pedro, lo fue la Puerta Latina en el de Juan. El suceso de la caldera de aceite hirviente fue tan clamoroso que el procónsul hubiera querido dar a Juan la libertad, pero tuvo miedo de la ira del emperador. El mismo Domiciano ordenó que Juan no fuera atormentado más, sino que ya pensaría él lo que convenía hacer con el personaje. Y lo que pensó fue desterrar a Juan a la isla de Patmos. Una visión avanzó a Juan la noticia del destierro, en el que tendría que superar variadas pruebas, pero lograría también sembrar la buena semilla. Los habitantes de Éfeso se dirigieron al emperador para avisarle de los peligros que temían de aquellos forasteros. Aunque el texto griego habla de Trajano, no faltan códices que se refieren a Adriano. La versión latina, lo mismo que el Pseudo Abdías, piensan en Domiciano en consonancia con la tradición más aceptada. Pues contaban que aquellos forasteros iban acompañados de fama de magos y de enemigos de la religión romana, cuyos templos habían incluso destruido. Trajano les respondió de acuerdo con su carácter de justiciero y piadoso. Enumeraba tres faltas graves contra el orden establecido: “En primer lugar, y esta es su maldad más importante, ultrajan a los dioses; en segundo lugar, porque menosprecian las leyes y luego porque no respetan al emperador” (HchJnPr 13,2). En consecuencia, ordenaba el emperador que fueran desterrados a la isla de Patmos. Allí encontrarían “los apóstatas Juan y Prócoro” pesadumbres que los harían reflexionar, acordarse de los dioses y recobrar la sensatez. Los funcionarios reales arrestaron a Juan y a Prócoro; luego pusieron en cadenas a Juan de forma desconsiderada. Lo consideraban como mago y embaucador peligroso. De sí mismo dice Prócoro que “no me ataron, sino que me dieron muchos golpes y me dedicaron duras palabras” (HchJnPr 14,1). Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 6 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero La descripción por Mosterín de la vida misionera de Pablo sigue más o menos la pauta de los Hechos y la reconstrucción hoy dominante entre los investigadores de las cartas auténticas de Pablo. Por ello admite como auténticas las siguientes: “Las cartas o epístolas (en griego, epistolaí) de Pablo conservadas y consideradas genuinas son: • Carta 1 a los Tesalonicenses, escrita en Corinto hacia 50. Es el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, y el escrito cristiano más antiguo conservado. • Carta a los Gálatas, escrita hacia 56. • Carta 1 a los Corintios, escrita hacia 56. • Carta a los Romanos, escrita en Corinto hacia 57. • Carta a los Filipenses, escrita en la cárcel en Éfeso, hacia 54-57. • Carta a Filemón, escrita entre 54 y 62. • Carta 2 a los Corintios, mezcla de escritos de varias épocas. “En conjunto, todas estas cartas auténticas de Pablo, escritas entre 50 y 62, son anteriores a cualquier otro escrito cristiano y, desde luego, anteriores a los Evangelios. Según el acuerdo casi unánime de los expertos, el resto de las cartas que la tradición atribuye a Pablo (como la epístola 2 a los Tesalonicenses o las dos dirigidas a Timoteo) no son suyas y se escribieron bastante más tarde de su muerte. Apostilla: Poco que comentar, salvo que la cronología y orden de las cartas auténticas serán muy dudosos para algunos lectores. El final de Pablo fue así: “Cuando en 58 volvió a Jerusalén a entregar el dinero recaudado en esa colecta, se armó un tumulto contra él en el templo (Hechos 21, 27-33) y quedó detenido. Pasó dos años (58-60) en la cárcel, en Cesarea (Kaisáreia), en parte para su propia protección. No quería que lo entregasen a las autoridades judías, que podían matarlo por hereje. Apeló a su condición de ciudadano romano para ser juzgado en Roma, adonde finalmente fue enviado como prisionero. Después de varias vicisitudes, incluyendo un naufragio en Malta, llegó a Roma hacia el año 60. “No sabemos cómo acabó su vida. La narración de Hechos, escrita por su amigo Lucas veinticinco o treinta años después de su muerte, es legendaria. En cualquier caso, no menciona para nada el supuesto martirio que Pablo habría sufrido en Roma, según la tradición posterior. La obra Hechos termina con una curiosamente idílica descripción de los dos últimos años de Pablo en Roma: Cuando entramos en Roma, le permitieron a Pablo tener su propio domicilio con un soldado que lo custodiase. [...] Vivió allí dos años enteros en su casa alquilada, recibiendo a todos los que lo visitaban, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesús el Cristo con toda libertad y sin obstáculos (Hch 28,16. 30-31). “El ansia misionera y proselitista de Pablo lo llevó a eximir a los conversos a la secta judeocristiana del requisito de la circuncisión, esencial en la Ley judaica. « Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os dejáis circuncidar, el Mesías no os servirá ya de nada. Y a todo el que se circuncida le declaro de nuevo que está obligado a observar la Ley entera. Los que buscáis la rehabilitación por la ley habéis roto con el Cristo, habéis caído en desgracia. Por nuestra parte, la anhelada rehabilitación la esperamos de la fe por la acción del Espíritu, pues como cristianos da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo que vale es una fe que se traduce en caridad (Gál 5, 2-6). » “Con ello se ganó la oposición no solo de los judíos ortodoxos (saduceos o fariseos), sino incluso de la mayor parte de la comunidad cristiana madre, la de los jesusitas de Palestina y Jerusalén. Por otro lado, la actividad del judío Pablo y su proselitismo tenía lugar bajo el amparo jurídico de la sinagoga, a la que por tanto estaba sometido disciplinalmente. “Por ello tuvo frecuentes problemas y fue repetidamente expedientado, encarcelado y azotado en diversas sinagogas de las que formó parte. Sus perseguidores no eran los romanos, indiferentes respecto a las polémicas religiosas de sus súbditos, sino las autoridades judías ortodoxas o incluso judeocristianas de tendencia jesusita de las sinagogas de la diáspora. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Domingo, 5 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Transcribiré en extracto y apostillaré donde parezca oportuno el capítulo 3º, dedicado a Pablo de Tarso. Omito el inicio del capítulo, donde trata Mosterín los datos básicos y elemntales de su vida, conocidos por Hechos de los apóstoles o por él mismo. Inicio el tema con la educación de Pablo: “A diferencia de Filón de Alejandría, que asimiló la filosofía griega y trató de incorporarla al acervo cultural judío, mostrando que coincidía con la Torá bien interpretada, Pablo se mostraba ignorante y despreciativo de la filosofía, a la que rechazaba de plano. Aunque influido por la cultura popular helenística de las clases bajas, ignoraba cualquier sutileza filosófica. Cita con aprobación al profeta Isaías (29,14): “Oráculo de Yahvé: Destruiré la sabiduría de los sabios, reduciré a la nada el entendimiento de los prudentes”. Y añade de su cosecha: ¿Acaso no hizo Dios estúpida la sabiduría de este mundo? Mirad: cuando Dios mostró su saber, el mundo no lo reconoció; por eso Dios tuvo a bien salvar a los que creen en esa locura que predicamos. Pues mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura [...] Pero la locura de Dios es más sabia que los hombres [...] Y si no, hermanos, fijaros a quiénes os llamó Dios: no a muchos intelectuales ...; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios (1 Corintios 1, 20-27). “Unos seis años después de la crucifixión de Jesús, durante un viaje a Damasco, Pablo tuvo una alucinación en la que se le apareció Jesús, a quien él nunca llegó a conocer personalmente. Como consecuencia, Pablo se convirtió a la secta judeocristiana. “Ya en la Antigüedad, la epilepsia o “enfermedad sagrada” parece haber estado asociada a fenómenos religiosos que involucran la visión de fogonazos y la pérdida de consciencia. Frecuentemente se ha considerado epiléptico a Pablo. En la vieja Irlanda, la epilepsia era conocida como “la enfermedad de San Pablo”. "Esta atribución viene motivada por diversos pasajes de los Hechos de los apóstoles, que recuerdan a psicólogos y psiquiatras los síntomas de esa enfermedad: En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente una luz celeste relampagueó en torno a él. « Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Preguntó él: “¿Quién eres, Señor?”. Respondió la voz: “Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer”. Sus compañeros de viaje se habían detenidos mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. De la mano lo llevaron hasta Damasco, y allí estuvo tres días sin vista y sin comer ni beber. (Hch 9, 3-9). » “Esta descripción se parece mucho a la de un ataque de epilepsia. La visión de luces y audición de voces, el desvanecimiento, la caída y la pérdida de la vista durante varios días son síntomas, como ya había señalado Williams James. “Más recientemente y entre nosotros escribía Francisco J. Rubia: “Tanto la luz cegadora, que ha sido interpretada como un aura visual previa al ataque epiléptico y muy común entre estos enfermos, como la caída del caballo que, para algunos autores, se debió a la pérdida de la consciencia, lo que también es común en el ataque epiléptico, como la conversión súbita, indican que se podría tratar de un ataque epiléptico del lóbulo temporal” (Francisco J. Rubia, El cerebro nos engaña, Temas de hoy, Madrid, 2000, pág. 292). Él mismo ya sospechaba esa enfermedad. g[ Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás, para que me abofetee y no tenga soberbia. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él [...]. (2 Cor 12, 7-8). Recordáis que la primera vez os anuncié el evangelio con motivo de una enfermedad mía, pero no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire, aunque mi estado físico os debió de tentar a eso. (Gál 4, 13-14). ]g “Otros textos posteriores también le atribuyen alucinaciones: « Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo; con el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. Lo cierto es que este hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir (2 Cor 12, 1-4). “Inmediatamente después de su conversión inició su actividad proselitista y misionera, en Arabia y Damasco. » “Pablo no era un discípulo directo de Jesús, y ni siquiera lo había conocido, pero se autoproclamó “apóstol de los gentiles”. Y, en efecto, hizo más que nadie para extender el cristianismo entre los paganos. Desde el principio de su actividad misionera, Pablo actuó con independencia de la comunidad jesusita de Jerusalén, con la que estuvo en constante polémica. Él subrayaba que solo dependía directamente de Jesús y de Dios, y no de los cristianos jerosolimitanos. g[ Pablo, elegido apóstol no por disposición humana, ni por intervención de hombre alguno, sino por designio de Jesús Cristo y de Dios Padre que lo resucitó de entre los muertos. [...] Y cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos, no consulté con nadie de carne y hueso ni tampoco subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que inmediatamente salí para Arabia, de donde volví otra vez a Damasco (Gál 1,1.15-17). ]g Aparte del grave conflicto con Pedro relatado en Gál 2,11-14, Pablo se siente totalmente libre ante el “evangelio” de los judeocristianos. Mosterín opina que Pablo escribe en contra, o frente a ellos, “los apóstoles jesusitas de Jerusalén”, lo siguiente: g[ Quiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que yo predico no es una invención de hombres, pues no lo recibí, ni lo aprendí, de hombre alguno. Jesús el Cristo es quien me lo ha revelado. [...] No hay otro evangelio. Lo que sucede es que algunos están desconcertados al querer manipular el evangelio de Cristo. Pues sea maldito quienquiera –yo o incluso un ángel del cielo— que os anuncie un evangelio distinto del que yo os anuncié (Gál, 1, 14, y 1, 7-9). ]g Apostilla: Poco tenemos que comentar, tan sólo la insistencia tanto implícita como explícita de Mosterín en mostrar a Pablo como individuo que no conoció a Jesús, que recibió el judeocristianismo de oídas, que era un epiléptico visionario, y que el “evangelio” de Dios acerca de su Hijo que él predicaba no era un mero producto de la tradición refundida, sino una auténtica revelación divina, nueva y diferente en su contenido al de los jesusitas de Jerusalén a los que tiene enfrente y con los que debe llegar a un “pacto de no agresión”. Las líneas generales me parecen correctas; el énfasis en ciertos aspectos puede parece exagerado y unilateral a muchos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Sábado, 4 de Septiembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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