Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
En el haber de lo positivo dentro de los seguidores de Pablo han de señalarse dos logros respecto a la consideración de la mujer. A. En primer lugar -y dentro de la tendencia antes indicada de una Iglesia que va acomodando su ética a un fin del mundo ya no inminente sino cada vez más lejano-, el que el autor de 1ª Timoteo diga ya de modo expreso: “Quiero que las jóvenes se casen, que tengan hijos y que gobiernen la propia casa, no dando al Adversario ningún motivo para hablar mal” (5,14) y que el autor de Hebreos honre la institución marital (13,4): “Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado” Quizás, sin embargo, estas recomendaciones no expresen una valoración positiva del eros matrimonial en sí, pues acabamos de decir que los segundos matrimonios estaban muy mal vistos en el cristianismo primitivo, como inducidos por los “placeres contrarios a Cristo”: “Descarta (de la beneficencia eclesiástica) a las viudas jóvenes, porque cuando les asaltan los placeres contrarios a Cristo, quieren casarse, e incurren así en condenación por haber faltado a su compromiso anterior “ (es decir, cumplido ya el “deber biológico” del matrimonio con las primeras nupcias, deben consagrase a Dios): 1 Tim 5,11; cf. 1 Tim 3, 2. 12 (el obispo sólo casado una vez). Mirado desde otra óptica, ya en 1 Tes 4,4, citado anteriormente en diversa perspectiva, había un cierto adelanto de esta noción algo más elevada del matrimonio: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo (el suyo, o el de su mujer) con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios” B. En segundo lugar, la insistencia misma de los textos citados en el amor y respeto del marido por la mujer. Así 1 Pedro 3,7: “Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas”; Colosenses 3,19b: “Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”; Efesios 5,33: “En todo caso, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido”), pues en la recepción de la gracia divina son iguales ambos sexos, 1 Pe 3,7: “Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas”. Puede asegurarse que para la sociedad antigua estos textos son realmente un progreso. Elogios al amor a la propia mujer no son difíciles de encontrar en la Antigüedad, pero el tono de este elenco de pasajes es distinto y muy positivo. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Viernes, 8 de Octubre 2010
Comentarios
NotasHoy escribe Fernando Bermejo Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante el que diversas investigaciones recientes hayan mostrado que existen pruebas de que varios altos dignatarios vaticanos (según algunas, también Joseph Ratzinger en su época como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) han sido cómplices de numerosos casos de pederastia, al menos en la modalidad de encubridores, y que deberían comparecer por ello ante los tribunales de justicia. Al fin y al cabo, el corporativismo eclesiástico ha existido siempre y va a seguir existiendo. Tal vez no sea lo más preocupante que las actuales alharacas del Vaticano y de las jerarquías eclesiásticas sobre la “intolerancia” con la pederastia no estén, por tanto, obviamente expresando una profunda convicción moral ni la sensibilidad moral de muchos (no todos, por supuesto, pero sí muchos) dignatarios eclesiásticos –cómplices (cuando no algo peor), junto con el pontífice, del encubrimiento de sus colegas pederastas–, sino solo el intento hipócrita y cínico de lavar la cara a una institución en un momento en el que resulta ya imposible ocultar la existencia de múltiples escándalos a la opinión pública. Al fin y al cabo, el cinismo de tantos dignatarios eclesiásticos no es nada nuevo. [A propósito, en España se han producido varios condenas a sacerdotes –la punta del iceberg– cuyos abusos fueron conocidos v. gr. por el Arzobispado de Madrid sin que su titular, Rouco Varela, hiciera nada al respecto–; v.gr., en julio de 2007, el Tribunal Supremo ratificó una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid condenando al Arzobispado de Madrid a pagar 30.000 euros de indemnización por abusos sexuales a un menor, como responsable civil subsidiario]. Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante que algunas circunstancias básicas (doctrinales, sociológicas, psicológicas) que han posibilitado la comisión de tal cantidad de abusos y delitos (el fomento del respeto y aun la veneración por una casta de individuos a los que se confiere una especial autoridad y fiabilidad en función de supuestas encomiendas divinas) ni se hayan cuestionado ni vayan a ser cuestionadas. Al fin y al cabo, lo que los sociólogos de la religión llaman “compensadores” –las ventajas de tipo material y/o social que obtienen los grupos de especialistas religiosos– son muy apetitosos, y nadie va a renunciar a ellos. Tal vez no sea tampoco lo más preocupante que Joseph Ratzinger, el máximo representante de una Iglesia bimilenariamente corresponsable de una “enseñanza del desprecio” al pueblo judío, que firmó acuerdos con el Tercer Reich y muchos de cuyos altos dignatarios, tanto en Alemania como en Italia (incluyendo al pontífice Pío XII) fueron tan complacientes o tan cobardes con este régimen, y en particular con sus ultrajes al pueblo judío, tenga la desfachatez de haber asociado –en su reciente visita al Reino Unido– nazismo y laicismo, como si la irreligiosidad fuera sinónimo de barbarie o la religiosidad sinónimo de decencia. Al fin y al cabo, sabemos que la tendencia a ver –o inventar– la paja en el ojo ajeno en lugar de considerar la viga en el propio es algo inherente a la condición humana, y que toda la prédica del “amor cristiano” no lo aminora lo más mínimo. [A propósito: en 1939, casi la mitad (el 43, 1%) de la población del Tercer Reich era católica. En el mismo año, casi una cuarta parte (22, 7%) de los miembros de las SS eran católicos]. Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante que tantos dignatarios eclesiásticos, que deberían ser perseguidos por los tribunales de justicia, y que son además corresponsables del daño que causan a tantas personas con enseñanzas simplemente insensatas y perversas en relación a cuestiones como la homosexualidad o el uso de preservativos, vayan dando lecciones de moralidad por el mundo, siendo aclamados y jaleados por millones de individuos. Al fin y al cabo, que vivimos literalmente rodeados de idiotas morales no es ninguna novedad. Tal vez lo más preocupante sea, en estas circunstancias, que resulte tan difícil decidir qué es lo más preocupante de todo. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 7 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Preguntábamos: ¿de dónde se obtenía el dinero para pagar las prestaciones a diáconos, presbíteros y para las ayudas sociales? Para una época unos cien años posterior a la que estamos considerando, Tertuliano (hacia el 210) nos informa del cómo…, y podemos suponer que cien años antes existía algo parecido, pues el sistema era ya usual en el judaísmo del que procedían en último término los cristianos. Éstos, una vez al mes, daban lo que podían de sus emolumentos o salarios al tesoro de la Iglesia: « “No hay compra ni venta de ningún tipo en las cosas de Dios. Aunque tenemos nuestra caja, no está hecha de dinero obtenido de las ventas como una religión que tiene su precio. En un día del mes, si se desea, cada uno aporta una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y si puede; puesto que no hay obligación alguna; todo es voluntario. Estos dones son por así decirlo los fondos de la piedad” (Apologético 39). » Y sabían que estos dineros se gastarían adecuadamente: « “Los fondos de las donaciones no se sacan de las iglesias y se gastan en banquetes, borracheras y comilonas, sino que van destinados a apoyar y enterrar a la gente pobre, a proveer las necesidades de niños y niñas que no tienen padres ni medios, y de ancianos confinados en sus casas, al igual que los que han sufrido un naufragio; y si sucede que hay alguno en las minas, o exilado en alguna isla, o encerrado en prisión por sólo la fidelidad a la causa de la iglesia de Dios, son como infantes cuidados por los de su misma fe (Apologético, 39)”. » « “Es nuestra preocupación por el desposeído, nuestra práctica de amorosos cuidados, lo que nos marca ante los ojos de nuestros adversarios. “¡Mira tan sólo! -dicen -, ¡Mira cómo se aman!” (Apologético, 39). » En segundo lugar, según el pasaje de 1 Timoteo que comentamos en la nota anterior, parece que se hacía un “catálogo” (v. 9) de viudas, también de vida irreprochable, para el cumplimiento de ciertas obligaciones hacia la comunidad, como orar por ella (v. 5), enseñar la virtud a las jóvenes (deducido no de este pasaje, sino de la Epístola a Tito, 2,3-5: « “Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.”) y practicar las visitas domésticas (deducido de la crítica a las “malas” viudas en v. 13). » Las viudas jóvenes, al no haber cumplido, por supuesto, 60 años, deben casarse de nuevo (aunque lo consigan es un mal menor, porque el segundo matrimonio era en general mal visto en el cristianismo: ¿una tendencia de la teología esenia recogida por el mismo Jesús? Cf. A. Piñero, Jesús y las mujeres, 2008, 171ss; También J. P. Meier, Un judío marginal, 2010, Verbo Divino, 114ss). En realidad, esto es todo lo que sabemos de esta institución para las primeras comunidades deuteropaulinas, pero estas pocas normas servirán de pauta para épocas posteriores. .............................. Por otro lado, hay que destacar que la escuela postpaulina prosigue, como el maestro Pablo muy tímidamente, el intento teológico de enmarcar el ámbito de la mujer, lo sexual y el matrimonio en “la esfera de Cristo” (1 Cor 6,15). El paso hacia una radical sublimación del matrimonio es notable respecto a Pablo, pues llega hasta contradecir al maestro: el amor entre hombre y mujer no es algo tolerado, un mal menor como en 1 Corintios 7, sino que es ya el símbolo sagrado (gr. mysterion; lat. sacramentum) del amor que Cristo tiene por su Iglesia. Este progreso estaba, sin embargo, incoado en Pablo, 2 Cor 11,2: “Os he dispuesto como virgen pura para presentaros a Cristo”. Recordemos que dadas las premisas socio-teológicas de Pablo, jamás podría hallarse en él un valoración positiva del eros y de la sexualidad por sí misma. Es en la Epístola a los Efesios donde percibimos con más claridad este nuevo enfoque teológico, que redunda sin duda alguna a mejorar la situación de la mujer en el cristianismo: « “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella… los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos… porque nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia”. » Sigue luego la cita de Gn 2,24 (“Se harán una sola carne”), y exclama el autor: “¡Gran misterio es éste!, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (5,25-33). El transfondo para esta sublimación estaba ya en el Antiguo Testamento: el matrimonio de Dios con Israel: Os 2,19.21; Is 54,4; 61,10; 62,4, o del Rey, como representante de la divinidad, con su esposa (Sal 45,10), y lo que más tarde sería una tradición rabínica de las bodas en el Sinaí entre Dios y el pueblo (cf. para quien pueda leer en alemán, E. Stauffer, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament I 652 = “Diccionario teológico del Nuevo Testamento”; lástima que no esté en castellano, porque su información, sobre todo de análisis de textos antiguos, es impresionante). Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Miércoles, 6 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero En estas comunidades postpaulinas, cuya atmósfera social hemos intentado dibujar en las notas que han antecedido, sigue existiendo el diaconado en el que participan las mujeres, al parecer en pie de igualdad con los varones. Leemos en 1 Tim 3,8-13: « De la misma manera (griego hosaútos; se sobreentiende que los “obispos”: vv. 1ss), también los diáconos deben ser dignos, deben tener una sola palabra, no dados al mucho vino, ni amantes de ganancias deshonestas, 9 sino guardando el misterio de la fe con limpia conciencia. 10 Que también éstos sean sometidos a prueba primero, y si son irreprensibles, que entonces sirvan como diáconos. 11 De igual manera (griego hosaútos), las mujeres (diáconos) deben ser dignas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. 12 Que los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus propias casas. 13 Pues los que han servido bien como diáconos obtienen para sí una posición honrosa y gran confianza en la fe que es en Cristo Jesús. » Este diaconado nada tiene que ver con la institución -o estamento- de las “viudas” como ayudantes en el ministerio de la Iglesia que se regula unas cuantos párrafos más adelante en la Epístola (cap. 5) y que veremos a continuación. El párrafo que acabamos de citar más arriba es muy oscuro en cuanto al estado civil de las mujeres que, al perecer, han de servir como diaconisas. ¿Casadas una sola vez? (en el sentido no tanto de ser divorciadas y vueltas a casar, como de viudas que permanecen como tal, sin volver a contraer matrimonio). Sin embargo, en el caso de las mujeres diáconos no parece que pudieran estar casadas, puesto que se exigía una dedicación completa al servicio de la comunidad. Tanto era así que para poder subsistir los diáconos de ambos sexos percibían ya probablemente una compensación económica de las arcas de la comunidad al igual que los presbíteros gobernantes. Lo deducimos del siguiente pasaje (1 Tim 6,17-18): « Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza. 18 Porque la Escritura dice: ‘No pondrás bozal al buey cuando trilla’ (Dt 25,4), lo cual significa que el obrero es digno de su salario, incluso los que tienen por cometido el servicio al Señor en el Tabernáculo (véase Núm 18,31). » La institución del “orden” de las viudas 1 Tim 5,3-16 es el texto básico que rige la institución de las viudas, como orden más o menos clerical/eclesial (no puede saberse si recibían o no la ordenación estricta por medio de la imposición de las manos; lo más probable es que no fuera así): « “Honra a las viudas que en verdad son viudas; 4 pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios. 5 Pero la que en verdad es viuda y se ha quedado sola, tiene puesta su esperanza en Dios y continúa en súplicas y oraciones noche y día. 6 Mas la que se entrega a los placeres desenfrenados, aun viviendo, está muerta. 7 Ordena también estas cosas, para que sean irreprochables. 8 Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo. 9 Que la viuda sea puesta en la lista (griego, literalmente “catálogo”) sólo si no es menor de sesenta años, habiendo sido la esposa de un solo marido, 10 que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra. 11 Pero rehúsa poner en la lista a viudas más jóvenes, porque cuando sienten deseos sensuales, contrarios a Cristo, se quieren casar, 12 incurriendo así en condenación, por haber abandonado su promesa anterior. 13 Y además, aprenden a estar ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no son dignas. 14 Por tanto, quiero que las viudas más jóvenes se casen, que tengan hijos, que cuiden su casa y no den al adversario ocasión de reproche. 15 Pues algunas ya se han apartado para seguir a Satanás. 16 Si alguna creyente tiene viudas en la familia , que las mantenga, y que la iglesia no lleve la carga para que pueda ayudar a las que en verdad son viudas. » En primer lugar, las viudas auténticas, desprotegidas y de vida irreprochable no son ante todo una institución que ofrece sus prestaciones, sino particularmente una que las recibe: deben ser cuidadas por el sistema de “seguridad social de la comunidad”, es decir, bien por su familia (hijos, v. 4, o parientes, v. 16), o por los fondos al respecto de la comunidad misma. ¿Cómo se conseguían estos fondos? Lo veremos en la próxima postal. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com Postscriptum: Acabo de cambiar totalmente la "página web", cuya dirección sigue siendo la misma. La anterior cumplía más o menos su cometido, pero era muy estática y apenas permitía añadir contenidos, por lo que he debido cambiarla. Estamos en pruebas. Si algunos de los lectores que la visiten, tiene algún comentario que hacer, tanto el diseñador -Guillermo León, el mismo que ha diseñado la página web de Iker Jiménez- como yo mismo, estaríamos muy agradecidos por las observaciones que pudieran ayudar a corregir algún defecto. Repetiré este anuncio algún día más. Saludos cordiales de nuevo.
Martes, 5 de Octubre 2010
Notas![]()
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Nuevos prodigios de Juan en Patmos Había otro hombre rico en la ciudad de Forá que se llamaba Basilio y era el tribuno. Tenía una pena particular porque su esposa, Caris de nombre, era estéril por lo que no podría nunca dar a luz un hijo. Basilio tuvo noticia de que algo importante sucedía en casa de Mirón. Se dirigió a un sobrino de Mirón para informarse. Y supo de Juan, hombre que nunca se equivocaba cuando hacía alguna afirmación y que era capaz de hacer todo cuanto quería. El tribuno se acordó de su problema y se encaminó a casa de Mirón para encontrarse con Juan. La solución a la esterilidad de su mujer no podía ser más sencilla: “Basilio, hijo mío, cree en Cristo y él cumplirá todos los deseos de tu corazón” (c.22,4). Lleno de ilusión, Basilio fue con su esposa a visitar al Apóstol. Cuando Juan se encontró con los esposos, les garantizó que Dios cumpliría sus deseos y “a ti, Caris, te dará un buen fruto de tu seno”. Suplicaron a Juan que los iluminase, lo que realizó Juan bautizándolos en el nombre de la Trinidad. Basilio quería que Juan y Prócoro se trasladasen a su casa, pero Mirón permitió solamente que Juan fuera con los esposos para rezar con ellos. “Regresamos”, sigue diciendo Prócoro, “a la casa de Mirón”. Por su parte, la esposa de Basilio concibió y dio a luz un hijo a quien puso el nombre de Juan en señal de recuerdo y gratitud. Basilio entregó a Juan bienes en abundancia para que los distribuyera entre los pobres. Y como en otros casos, el Apóstol prefirió que se encargara el mismo Basilio de repartir sus bienes en la esperanza de que así tendría un tesoro en los cielos. Al cabo de dos años, fue liberado de su cargo el gobernador Lorenzo, esposo de Crisipa. Se dirigió a Juan con la intención de cumplir su promesa de hacerse cristiano perfecto. Le explicó en forma un tanto confusa las razones de su retraso, por el que solicitaba comprensión y perdón. El Apóstol le instruyó sirviéndose de las Escritura sagradas. Y después de haberlo catequizado suficientemente, lo bautizó y lo envió a su casa en paz. En Forá se encontró Juan con otro hombre importante, llamado Crisos, que era politarca o jefe de la ciudad. Aquel hombre tenía un hijo único que estaba atormentado por un espíritu inmundo. Al oír hablar de los prodigios que Juan realizaba, se dirigió a casa de Mirón en su busca. Juan conoció las razones de la situación y echó en cara al politarca su actitud de venalidad en el ejercicio de su cargo. Pensaba que Juan actuaba según sus mismos criterios personales, por lo que le ofreció cualquier cosa que deseara con tal de devolver la salud a su hijo. Pero las palabras del Apóstol no ofrecían duda: “Criso, tus pecados están matando a tu hijo. Deja de aceptar regalos, y serás alabado por Dios. No practiques la acepción de personas en contra de tu alma, y así guardarás el mandamiento de Dios” (c 24,1). Le pedía, además, que creyera en el crucificado si quería ver sano a su hijo. El politarca respondió con la plegaria literal del padre del epiléptico de Mc 9,23: “Creo, Señor, ayuda mi incredulidad” (c. 24,3). Para ayuda de su incredulidad, Criso fue catequizado por Juan con el apoyo de las Escrituras. Luego regresó a su casa para recoger a su esposa y a su hijo y volvió con grandes regalos a casa de Mirón, donde solicitó el sello en Cristo para toda la familia. Juan explicó a Criso que el sello en Cristo no exigía ninguna clase de riquezas, sino solamente una fe sincera. El episodio acabó un vez más con el bautismo. Tres años llevaba Juan residiendo con Prócoro en la casa de Mirón, donde seguía predicando a los creyentes. Salió un día con su discípulo y se dirigió al lugar donde se levantaba el templo de Apolo. Unos eran fieles a Juan, otros eran paganos. Había allí unos sacerdotes de Apolo, que hablaron a la multitud reunida acusando a Juan de impostor recordando que había venido a la isla como desterrado por su práctica de la magia. El Apóstol replicó con las palabras de Jesús en Mt 23,38 y Lc 13,35: “He aquí que vuestra morada de Apolo queda desierta”. Al momento, el templo se vino abajo, aunque sin provocar ninguna víctima. Los sacerdotes de Apolo golpearon a Juan y lo encerraron en una cárcel tenebrosa con Prócoro. Se dirigieron luego al gobernador al que dijeron que el mago y desterrado había destruido el templo de Apolo con sus artes mágicas. Enterados Mirón y su hijo Apolónidas de lo sucedido, se dirigieron al nuevo gobernador al que pidieron que dejara libre a los prisioneros. Ellos se hacían responsables con sus personas y sus bienes de lo que pudiera suceder. La autoridad de los suplicantes y la fuerza de sus razonamientos lograron lo que pretendían. Mirón pedía a Juan que no abandonara su casa porque la gente de la ciudad era malvada y hostil. Pero Juan insistía en recordar que los apóstoles no habían sido enviados para estarse quietos en las casas, sino para predicar al mundo. Para cumplir su misión estaban dispuestos incluso a morir si preciso fuera. Salieron Juan y Prócoro de la casa de Mirón y se dirigieron a la localidad de Tiquio, donde había un paralítico que les abordó diciendo que tenía alimentos y que los invitaba a comer con él. Juan le prometió que comerían juntos aquel día. En eso estaban cuando una mujer se acercó a Juan para preguntarle que dónde estaba el templo de Apolo. La pobre tenía un hijo atormentado de un mal demonio y quería consultar al dios acerca de su modo de tratar el caso. Pero Juan resolvió el problema a su manera: “Vete a tu casa, que tu hijo ya está curado en el nombre de Cristo” (c. 26,3). Continuaron Juan y Prócoro su camino hacia Tiquio, donde los esperaba el paralítico. “Aquí estamos para la comida”, -le dijo Juan-, “a ver quién nos sirve”. El paralítico se excusaba por haberlos molestado. Pero Juan replicó: “Nada de eso, sino que en el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios, levántate y sírvenos tú”. Y tomaron juntos la comida, servida por el paralítico ya curado de su dolencia. Al día siguiente, llegó a casa de Mirón el antiguo paralítico, se arrojó a los pies de Juan y le pidió el sello en Cristo. El relato termina diciendo: “El Apóstol lo catequizó y lo bautizó” (c. 26,5). Al día siguiente de los hechos, se dirigieron Juan y Prócoro a un lugar llamado Proclo, situado junto al mar, donde había varias tiendas de curtidores. Uno de ellos era el judío Caros, quien entabló con Juan un fuerte debate sobre los libros de Moisés. Juan le explicaba los misterios del cristianismo a partir de las Escrituras. Pero Caros empezó a blasfemar. Juan le espetó sin contemplaciones: “Calla, enmudece”. Caros se tornó mudo, incapaz de hablar. Juan, en cambio, continuaba hablando a la turba. Un filósofo que se hallaba presente intercedió por el mudo recordando que “la miel no conoce amargura, ni la leche malicia”. Después de tres horas, Juan habló a Caros diciendo: “En el nombre de Jesucristo quedó cerrada tu boca; en el mismo nombre tus labios se abrirán” (c. 27,3). El suceso terminó con la habitual instrucción y el consiguiente bautismo. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 4 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Los sucesores de Pablo (los autores de las Epístolas falsamente atribuidas a Pablo= 2 Tesalon.; 1 2 Timoteo, Tito, Colosenses, Efesios) enmarcan su parenesis, es decir, su exhortación ética, acerca de la posición de las mujeres (e indirectamente sobre su función meramente doméstica en relación con su sexo, el amor y el matrimonio) en dos coordenadas: 1. En la doble realidad –ya señalada- de la imperiosa necesidad de acomodación de la estructura organizativa y de gobierno de las comunidades cristiana dentro del Imperio a las estructuras de éste, y a la realidad de la salvación en una iglesia más asentada en este mundo, puesto que el fin y la esperada venida del Mesías Jesús (parusía) no tenía lugar. En época postapostólica lo carismático, tan paulino (1 Cor 12 y 13) va perdiendo terreno. Por ello la actuación libre de la mujer en el nuevo ámbito o desaparece; o pierde terreno (una profetisa como Jezabel, antes mencionada, puede ser declarada ya hereje o “hija de Satánas”); o bien se acomoda a una comunidad ya regulada de otro modo no carismático ni doméstico. 2. En el orden de la creación, según las pautas de Gn 2,18: « “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" » y 2,20-23: « “El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo, mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él. Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada”. » El capítulo 3 del Génesis, la historia de la seducción de Eva por la Serpiente, y consecuentemente la “falta” o “pecado” originario (que será entendido de muy diversas formas), tendrá también una enorme importancia en contra de la mujer: ella fue, no el varón, quien se dejó seducir. El varón, conforme a este texto –entendido durante muchos siglos al pie de la letra- tendrá siempre la posibilidad de echar la culpa a la mujer de todo lo malo. Que el nuevo orden comunitario de los grupos cristianos, acomodado a su tiempo, requería el cambio de situación de la mujer que conllevaba una absoluta subordi¬nación -como señaló ya hace tiempo Lidia Falcón, Mujer y Sociedad. Cap. II “Las técnicas de la sumisión”. Barcelona 1973, 33-38- lo expresará muy claramente el autor, postpaulino, de la 1ª carta a Timoteo en 2,11-14: « “Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia. No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva. Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión”. » Concepciones por el estilo, dentro de una parenesis matrimonial, se hallan en Colosenses 3,18s: g[ “Las mujeres sean sumisas a sus maridos como viene en el Seño […] porque el marido es cabeza de la mujer”. ]g Y en Efesios 5,22-24: « “Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo”. » Y en Tito 2,4-5: « “(Hay que enseñar a) las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. » Y en 1 Pedro 3,1: « “Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres”. » De la misma época que las epístolas deuteropaulinas es la denominada Primera carta de Clemente (compuesta en Roma hacia el 95-96 d.C.). Leemos en ella: « (En los tiempos en que erais fieles, vosotros, los hermanos de Corinto) recomendabais a vuestras jóvenes sentimientos de moderación y reverencia, y mandabais a vuestras mujeres que cumplieran todos sus deberes con conciencia intachable, reverente y pura, amando de modo debido a sus maridos; y las enseñabais a trabajar religiosamente, fieles a la regla de la sumisión, en todo lo atañente a su casa, guardando toda templanza. Todos erais humildes, sin arrogancia de ninguna clase, amigos antes de obedecer que de mandar, más prestos y alegres en dar que en recibir… (1,3-2,1). » Son éstos unos textos en los que se dibuja a la mujer cristiana a la par de la imagen tradicional de la fémina en el Imperio helenístico-romano: meramente casera, hacendosa, modesta y separada de toda vida pública, mal vista cuando se adorna provocati¬va¬mente (1 Pe 3,3; 1 Tim 2,9). Su virtud principal y obligatoria era el pudor y la castidad. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Domingo, 3 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Como decíamos en la postal anterior hay probablemente un aspecto positivo en todo ellos en lo que respecta a la consideración de la mujer. Ocurriría con Pablo en este ámbito lo que pasa también cuando se considera la Epístola a Filemón. En ella el Apóstol no discute la situación y estado de la esclavitud, y la acepta sin más como existente en su propio sistema socio-económico implícito. Pero, en su comportamiento real con el esclavo Onésimo, es Pablo de una cordialidad y humanismo de tal calibre, que puso para el futuro las semillas en el suelo del cristianismo para que otros, con el tiempo, pudieran superar sus propias posturas, condicionadas por su época. No puede afirmarse ni siquiera –de acuerdo con los textos conservados- que el hecho de que las comunidades paulinas estuvieran de facto regidas por mujeres garantizara que esas mismas féminas fueran conscientes de unas posibles exigencias sociales de emancipación, ni tampoco de la revolución que podría suponer en el mundo grecorromano su liderazgo. Entonces ¿por qué esta “utilización” por parte de Pablo de las mujeres como coadyuvantes en sus tareas? ¿Por qué la “utilización” de los valores femeninos en el gobierno de sus comunidades? En mi opinión por unas razones sociales y meramente prácticas que poca gente tiene en cuenta: 1. Las primeras comunidades eran muy pequeñas, domésticas. Por tanto las mujeres podían aplicar en su gobierno las mismas virtudes y cualidades que la sociedad patriarcalista aceptaba que tenía la mujer en el gobierno de las unidades familiares: prudencia, sentido práctico, etc. La “iglesia doméstica” era en realidad una entidad “familiar” un poco mayor. 2. Para las comunidades paulinas -totalmente gobernadas por la férvida creencia en un fin del mundo inmediato-, la religión no pertenecía al ámbito de lo externo, público y político (reino de los varones, como insistiremos luego), sino a lo interno, privado, doméstico (reino de las mujeres). Por tanto, si las mujeres ejercían en este ámbito un cierto liderazgo no se vulneraban las costumbres sociales, que diferenciaban claramente lo externo y público/político como ámbito varonil, de las virtudes masculinas, y superior, ni se producía “escándalo” alguno. Pero en el momento en el que parecen trascenderse los límites de la naturaleza inferior, secundaria, sujeta a obediencia, ínsita al ser de las mujeres porque así se lo enseñaba su Biblia, por ejemplo orar o profetizar con la cabeza descubierta… ¡como los varones! (1 Cor 11), Pablo pone auténticamente el grito en el cielo y ordena obedecer a la naturaleza u ordenamiento de la creación. El paso dentro del cristianismo a comunidades más grandes y numerosas, no gobernadas ya por el temor o el deseo del inmediato fin del mundo (debido al retraso de la parusía) hará que cambie la situación preferente de la mujer en los grupos paulinos. En efecto, una comunidad con un notable mayor número de miembros, ya en el siglo II, da un cierto paso –precisamente porque comienza a establecerse bien en este mundo y por su propio tamaño- hacia lo público y político. El cristianismo, cuando crece en número de fieles a la vez que se separa ideológicamente del judaísmo, se ve enfrentado –aun sin querer- a la estructura política del Imperio. De acuerdo con el espíritu de la época, y de acuerdo también con el hecho de que -a pesar del retraso de la parusía- la Iglesia no tenía el menor impulso interno para hacer una revolución social pues se creía peregrina en el mundo (1 Pedro 1,1: el cristiano como extranjero, de paso en este mundo), los cristianos comenzaron a desbancar conscientemente a las mujeres de su rango superior en sus comunidades; se inició su eliminación de los cargos eclesiásticos –salvo excepciones-, y se propugnó la vuelta de las mujeres a su denominada “situación natural”, la sumisión, y la obediencia al varón en lo público, exterior y político…. Y como veremos, en el ámbito familiar la pretendida independencia es un sometimiento real al pater familias. Este tránsito lo veremos de un modo claro coleccionando -y reflexionando simplemente sobre ellos- los textos que hablan de las situación de la mujer en la escuela de Pablo, que crean una iglesia que comienza a organizarse como las instituciones externas del Imperio y que inicia decididamente su acomodación a un estado largo, indefinido, de residencia en este mundo. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Sábado, 2 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Naturalmente el cuadro paulino parcialmente igualitario en la intimidad del matrimonio no lo es, ni mucho menos, en la valoración social de la mujer, por el hecho de que Pablo postula como norma de convivencia social el que la mujer quede subordinada al varón. En este misma Primera carta a los Corintios escribe el Apóstol (11,3-10): « Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. 4 Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza. 5 Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada. 6 Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra. » « 7 Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. 8 Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre; 9 pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre. 10 Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles. » Apenas hay que nada que comentar en ese pasaje, pues el sentido es claro en las líneas generales que aquí nos interesan. Como indicamos arriba, Pablo concentra su argumentación en el texto de Génesis 2,7 (el segundo comentado) olvidando el primero. Un eco débil de la tendencia igualitaria que podría obtenerse con buena voluntad de este mismo pasaje genesiaco le sirve a Pablo para restablecer un cierto equilibrio entre varón y mujer (1 Cor 11,11-15): Sin embargo, en el Señor, ni la mujer es independiente del hombre, ni el hombre independiente de la mujer. 12 Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; y todas las cosas proceden de Dios. 13 Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? 14 ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra, 15 pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo. 3 Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. Pero el texto de 1 Tes 4,3-5 « “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual; 4 que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”, » en el que Pablo utiliza para designar a la mujer un término que parece teóricamente vejatorio (griego skeúos, “objeto”), nos hace pensar que Pablo, en el fondo, albergaba sobre la mujer las mismas ideas negativas que su época. Un talante análogo fundamenta la alta estima de la virginidad en 1 Cor 7,25-38, el texto que principalmente estamos comentando. En síntesis, de la premisa cristonómica de Gál 3,28 no deriva Pablo ninguna norma ético-social, ningún dictum igualitario varón-mujer en el ámbito de lo social. La igualdad escatológica queda aplastada en la vida, aquí en la tierra antes del fin, por la desigualdad patriarcalista, según esquemas tradicionales. Y normalmente no podría esperarse que fuera de otro modo, porque el Apóstol es hijo de su tiempo y porque la preocupación por el fin del mundo presente hace que no le importaran nada las reformas sociales de “acá abajo”. ¿Podría decirse, pues, que para Pablo la mujer es un ser humanode segundo grado? Muchos comentaristas lo niegan rotundamente, pues hay que tener en cuenta los pasajes que más arriba hemos expuesto acerca de las funciones de las mujeres en la comunidad como patronas, benefactoras, maestras, evangelizadoras, diaconisas, etc., más la igualdad de manifestarse en público como orantes en alta voz y profetisas. Otros aceptan que Pablo albergaba para su interior, y lo dejó mostrar en 1 Cor 7, un dualismo que contrapone “lo espiritual a lo mundano/sexual”, representado sobre todo en la carnalidad de las mujeres, pero que, por suerte, no llega a deducir de ello una norma antimundana y antimateria/anticuerpo de tal calibre como cien años más tarde hará el cristianismo gnóstico. En general podría decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel uno y otro (el uno para el otro) en las relaciones sexuales y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad. En la próxima postal comentaremos algunos aspecto positivos de la consideración paulina de la mujer. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Viernes, 1 de Octubre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Decíamos en la nota anterior que ahondaríamos en la idea de que para Pablo la soltería o el matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna importancia salvífica Entre los primeros cristianos se daban –entre otras dos posturas extremas y contradictorias respecto al sexo, bien representadas entre los pertenecientes a esa comunidad griega de Corinto, fundada por Pablo: unos, totalmente contrarios al sexo; otros, los llamados “gnósticos libertinos”, para quienes el sexo era materia sólo corpórea y por tanto indiferente: podía practicarse, incluso con prostitutas, sin consecuencias para el espíritu (1 Corintios 6,13-16). Estos cristianos, que se consideraban superiores gracias a haber resucitado ya espiritualmente y al don de su especial sabiduría (conocimiento o “gnosis”) recibida de Dios, pensaban que se había trastocado la esencia de su persona, que ésta se hallaba por encima de la “carne”, por lo que cualquier acto de sexo era en sí inocuo, indiferente, no afectaba al “espíritu”, su parte superior, ya unida con la divinidad. Y como afirmamos, Pablo no defiende ni lo uno ni lo otro. Pero, para su aprecio por la virginidad había otra razón: el Apóstol estaba verdaderamente obsesionado por el inmediato fin del mundo: el tiempo final está a las puertas. Desde ese punto de vista, el de la proximidad del fin, sí llega Pablo a una relativización absoluta del eros y del matrimonio. Éste es un mero “remedio de la concupiscencia” (v. 2: “por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido”), y las relaciones sexuales sólo deben practicarse, naturalmente dentro del matrimonio, en principio para la procreación de los hijos y por razón de la imposibilidad de la continencia (v. 5: “No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia”). Dentro de la misma perspectiva del fin del mundo y de la “atmósfera gnóstica”, tan anticarnal, Pablo efectúa una valoración positiva del celibato sobre el matrimonio, como hemos dicho: a) el trasfondo gnóstico le lleva a mirar mal, en el fondo, al cuerpo; y b) por otra parte, el próximo final del mundo conduce a Pablo, a pensar que en realidad debe acabarse todo casamiento ya que los cristianos deberían dedicarse en cuerpo y alma al Señor, a esperar su pronta venida. El celibato no requiere una gracia, un carisma especial, sino que es una cuestión de razón cristiana debido a la “angustia del presente” (v. 26), y porque tiene menos problemas: “Yo os quisiera libre de preocupaciones”, escribe Pablo. “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se ocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está, por tanto, dividido…, os digo esto para vuestro provecho… para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor” (vv. 32-35). Pero el que no pueda ser consecuente con esta perspectiva, que se case: “Más vale casarse que abrasarse” (v. 9). El matrimonio es, pues, una especie de mal menor para Pablo, o por lo menos no deseable por sí mismo. Y el que se halla en el estado matrimonial, por supuesto, no debe separase: v. 17, pero debe al menos relativi¬zarlo; “El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen” (v. 29). Pero Pablo no es un gnóstico consumado, ni mucho menos (eso ocurrirá unos 100 años más tarde); no se deja llevar al completo por la corriente cuyos juicios negativos sobre el cuerpo material y la mujer hemos expuesto antes. Desde el punto de vista feminista, el aspecto positivo de la doctrina paulina radica en una innegable valoración de la mujer al mismo nivel que el hombre en ciertos estratos del horizonte matrimonial-sexual. Pablo puede situarse también en la línea del primer texto del Génesis (1,27): la prohibi¬ción del divorcio afecta por igual al hombre y a la mujer (vv. 10-11), y en cuanto a las relaciones conyugales, el Apóstol presupone una igualdad absoluta de condiciones (vv.2-4); el celibato no parece fundamentarse a pesar de todo en una estimación negativa del ser femenino, en cuanto femenino, al estilo del Testamento de Rubén, como objeto sexual perverso. Como comparación con la mentalidad de Pablo, judío al fin y al cabo, merece la pena citarse este texto del judaísmo apocalíptico, texto que está englobado en la obra Testamentos de los XII Patriarcas, que se compuso en una época va del siglo I a.C. al I d.C. (eliminadas las excrecencias de escribas cristianos posteriores): « "No prestéis atención a la hermosura de las mujeres ni os detengáis a pensar en sus cosas... Ruina del alma es la lujuria; aparta de Dios y acerca a los ídolos, engaña continuamente la mente y el juicio y precipita a los jóvenes en el Hades antes de tiempo.. .Pues, perversas son las mujeres hijos míos: como no tienen poder o fuerza sobre el hombre lo engañan con el artifi¬cio de su belleza para arrastrarlo hacia ellas. Al que no pueden seducir con la apariencia lo subyugan por el engaño. Sobre ellas me habló también el ángel del Señor y me enseñó que las mujeres son vencidas por el espíritu de la lujuria más que el hombre. Contra él urden maquinaciones en su corazón y con los adornos lo extravían, comenzando por las mentes. Con la mirada siembran el veneno y luego lo esclavizan con la acción. Una mujer no puede vencer por la fuerza a un hombre, sino que lo engaña con artes de meretriz. Huid, pues, de la fornicación, hijos míos, y ordenad a vuestras mujeres e hijas que no adornen sus cabezas y rostros, porque a toda mujer que usa engaños de esta índole le está reservado un castigo eterno... Guardaos de la fornicación y si deseáis mantener limpia vuestra mente, guardad vuestros sentido apartándolos de las mujeres. La lujuria no posee ni sabiduría ni piedad, y la envidia habita en su deseo" (caps. 4, 5 y 6; cf. A. Piñero, Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento. Selección de textos, Cátedra, Madrid, 2010). » Como vemos, hay una atmósfera distinta en Pablo a la de este texto que es –quizás, la fecha de composición es dudosa- un poco anterior, del siglo I a.C. Seguiremos comentando la postura de Pablo en lo que afecta al estatus de las mujeres reflejado en 1 Corintios 7 Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Jueves, 30 de Septiembre 2010
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos hoy explicando someramente qué es “cuerpo” en el pensamiento de Pablo. Nos apoyamos en la obra de Günther Bornkamm, citada en la postal anterior) que nos parece tener un resumen ideal sobre el tema. B. “Cuerpo” es utilizado por Pablo muchas veces en un sentido que llamaríamos normal o directo: la presencia corporal del ser humano (1 Cor 5,3), los dolores y sufrimientos unidos a lo corpóreo (Gál 6,17 1 Cor 9,27), las relaciones sexuales (1 Cor 6,17; 7,14); abundancia o falta de fuerza física (Rom 4,19). • También es familiar a Pablo la idea, común en la Antigüedad y elemental, de la unidad del cuerpo a pesar de la enrome diversidad de sus miembros y sentidos (Rom 12,4; 1 Cor 12,12). • Para Pablo, y el judaísmo en general, no es admisible una noción común sobre el “cuerpo” propia de la “mística” o espiritualidad de loa religión griega, herencia del pensamiento de los órficos o seguidores del dios/héroe Orfeo, y que Platón difundió en sus diálogos: el cuerpo es una prisión o tumba del cuerpo (juego de palabras en griego soma/ sema = “cuerpo”/ “tumba”). • Tampoco el cuerpo para Pablo es separable en todos los sentidos del alma y del espíritu del hombre, ya que éstos no se dan en este mundo sin el cuerpo. Por tanto, para Pablo el cuerpo es la realidad concreta y palpable del ser humano. Así el hombre no tiene cuerpo, sino que es cuerpo. Por esto, ofrecer el cuerpo a Dios es ofrecer en un cierto aspecto el ser entero del hombre. Pablo dice: “Vuestros cuerpos pertenecen a Cristo” (1 Cor 6,15); “Vosotros sois cuerpo de Cristo (1 Cor 12,27); “Ofreced vuestro cuerpos como víctima propiciatoria (Rom 12,1). Por tanto “en mi cuerpo” puede significar en Pablo “en mí mismo completo” no en “una parte de mí mismo”. • Pero al tener el ser humano “cuerpo”, Pablo piensa que el ser humano no es dueño completo de sí mismo, como podría pensarse. “Cuerpo” caracteriza más bien al hombre como un ser que no se pertenece totalmente a sí mismo, sino que está sometido a fuerzas dominadoras que controlan (con permiso de Dios, naturalmente, pero de modo misteriosamente contrario a la voluntad de Éste) todo el ámbito corpóreo. Así el cuerpo está dominado al Diablo, al Pecado y a la Muerte (personificados). Tras el pecado primigenio de Adán, y de modo misterioso que Pablo nunca explica satisfactoriamente, el ser humano corpóreo está dominado por esos tres poderes. El principal es el Pecado. Eso significa que al estar dominado por éste se ha hecho indigno de todas sus maravillosas posibilidades (que tenía el primer hombre en el Paraíso) y ya no tiene libertad verdadera. Está condenado a la perdición tras la Muerte. De hecho Dios creó el cuerpo, pero en la historia y en tiempo del mundo presente (la edad o eón presente) el hombre está como dentro de la cárcel de la historia terrena y de la temporalidad terrena. No puede liberarse para salir de esta dimensión. • Pero una vez que el ser humano es justificado (declarado justo y liberado del Pecado, y por tanto del Diablo y de la Muerte eterna) ante Dios, el cuerpo humano puede ya servir a la justicia divina (Rom 6, 12-23). De hecho es que tanto el mundo como el cuerpo tras la redención de Cristo –según Pablo- son vivificados de tal modo que se puede hablar de una “nueva creación”. • El ser humano entero –no sólo el alma y el espíritu- participan de la bondad de la nueva creación. Éste el fundamento de por qué es necesaria la resurrección corporal (pensamiento judío) y no basta con la inmortalidad del alma/espíritu. Pero esta resurrección corporal, del cuerpo no es propiamente la resurrección de la “carne”, sino del cuerpo espiritualizado (todo el cap. 15 de 1 Corintios). Ahora que -creo- entendemos mejor el pensamiento de Pablo, podemos comprender algunos otros aspectos de su consideración de la mujer, prototipo de lo corpóreo. Aunque no me atrevo a asegurarlo firmemente, pienso que es probable que el pensamiento de Pablo fuera asimilar al de Jesús en este extremo. Así opina B. Withe¬rington, Women in the Ministry of Jesus. A Study of Jesus' Attitude to Women as Reflected in his earthly Life = La mujeres en el ministerio de Jesús. Estudio sobre la actitud de Jesús respecto a las mujeres. Cambridge (Studiorum Novi Testamenti Societas, Monogr. Series), 51 1984, 28ss. Estas ideas -hoy día consideradas por algunos tan antifemeninas- pueden tener además otro fundamento en las nociones de Pablo sobre la historia de la salvación. La venida del Reino de Dios no desempeña ya en el pensamiento de Pablo la función que tenía en Jesús. Pablo, como es sabido, apenas utiliza el concepto del Reino de Dios futuro (Rom 14,17; 1 Cor 4,20; 6,9; 15,50; Gál 5,21; cf. 1 Tes 2,12), que es sustituido en su sistema por el anuncio de un acto salvador de Dios, realizado ya en el pasado, por la muerte voluntaria y expiatoria de su Hijo. Dentro de este contexto, lo único que importa para Pablo es la relación “con el Señor” que nos ha salvado. El matrimonio, la suprema institución social y religiosa de relación entre varón y mujer, no es en sí ni bueno ni malo. Todo depende de cómo se relacionen los esposos con el Señor. Pero el Apóstol intenta ser equilibrado: contra las exageraciones de algunos cristianos de Corinto, probablemente “protognósticos”, que afirmaban “bien le está al hombre abstenerse de mujer” (1 Cor 7,1: esta frase es dudosa; en mi opinión no parece ser de Pablo -aunque de facto él asiente con su contenido-, sino de quienes le preguntan por escrito desde Corinto sobre su pensamiento en torno al eros y el matrimonio), él, Pablo, afirma sin ambages que el matrimonio no es en sí perverso, y que, tanto el matrimonio, como el celibato voluntario, el suyo, son estados de este mundo, en los cuales se podía ya estar cuando Dios otorga la “vocación” de la fe. Pablo piensa en los paganos convertidos: a unos les llega la fe como solteros y a otros ya como casados. Los estados de soltería o de matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna importancia salvífica (v. 17). Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Miércoles, 29 de Septiembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
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Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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