NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas” La innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara; más bien lo contrario. A pesar de la declaración fundamental, cristonómica, escatológica, de Gál 3,28 (transcrita completa más arriba: “…no hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”), Pablo mantiene una postura más bien contemporizante con las ideas sociales-jurídicas normales sobre la mujer de su entorno judeocristiano y el mundo helenístico-romano. Cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos no cita el texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 + 5,2 (“Y dijo Dios: hagamos al hombre a imagen nuestra… Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”), como sí lo hizo Jesús sintéticamente según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24. Al citar Jesús no sólo el capítulo 2 del Génesis sino también el primero, mostraba al parecer una mayor sensibilidad hacia las féminas, del mismo modo que de facto la prohibición jesuánica absoluta del divorcio (Mc 10,2-12) era favorecer realmente a las mujeres en su situación vital. Pablo, por el contrario, se olvida del capítulo 1 del Génesis y carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale muy mal parada, como un ser de segunda clase, creado secundariamente y para el varón (ese segundo relato de la creación del hombre y la mujer en el Génesis da a entender que únicamente para que el varón tuviera compañía y no se aburriera con los solos animales). En las cartas auténticas de Pablo no hallamos por ninguna parte –a excepción de la formulación básica, escatológica de Gál 3,28- ninguna valoración positiva de la mujer o del eros (de este vocablo procede "erotismo") (que en la Antigüedad se asociaba preferente y muchas veces negativamente con el cuerpo femenino), como aspecto fundamental de la persona humana, ni especialmente tampoco del matrimonio, en donde la mujer tiene una función esencial. Sí presenta Pablo en 1 Corintios 7 una cierta apología del celibato, sin condenar el matrimonio por supuesto. Precisamente una idea negativa de lo que constituye el aspecto corpóreo, material, del hombre (producto de cierta “atmósfera” gnóstica como a continuación veremos), conducirá a Pablo todo lo más a una valoración simplemente permisiva del matrimonio. En efecto, aunque el cuerpo del hombre (gr. soma), o el ser humano en cuanto considerado ser viviente material, no sea sinónimo de sarks, “carne”, con todo su sentido peyorativo paulino de bajeza y pecado (la “carne” es el hombre entero, completo, pero en cuanto se mueve en la esfera de lo visible, de lo perceptible, de los acontecimientos naturales o históricos: el ser humano en el ámbito de sus propias fuerzas), sí es cierto que la “carne”, pecadora, acaba dominando al ser humano corpóreo, quien queda subyugado bajo poderes satánicos, salvo que sea liberado por la fe. Las “flaquezas de la carne”, incluso en los creyentes, se concentran en Pablo en el aspecto más negro de la sexualidad: el apetito lujurioso. Las “tribulaciones de la carne” se presentan incluso en la unión lícita de marido y mujer (1 Cor 7,28). Es absolutamente necesario detenerse ahora un momento en un aspecto del trasfondo ideológico de Pablo - el trasfondo gnóstico de su pensamiento antropológico y teológico- que me parece absolutamente esencial para captar profundamente su sentido negativo de la mujer y de sus funciones, asociadas al cuerpo, al eros del matrimonio y cuál es el sentido paulino de lo contrario, del celibato. Seguiremos en la próxima nota www.antoniopinero.com
Sábado, 25 de Septiembre 2010
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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