EL ARTE DE PENSAR. Alfonso López Quintás







Blog de Tendencias21 sobre formación en creatividad y valores

Sigo ofreciendo en esta nueva aportación (dic. 2011) algunos ejemplos de la eficacia del método expuesto bajo el epígrafe Método Primero. Como indiqué en la aportación anterior, este método nos enseña el arte de pensar de forma ajustada a los ocho niveles de realidad y de conducta en que podemos vivir. Para mostrar la eficacia de este método para asimilar dicho arte, ofrezco aquí varios ejemplos referentes a la experiencia estética y al análisis de textos literarios de calidad.


1. La comicidad responde a un descenso de nivel

Todo el mundo de la comicidad se apoya en la diferencia de nivel en que nos podemos mover. Toda una rama de la cultura pende, en cuanto a su sentido profundo, de la teoría de los niveles.

Advertir, en cada momento, en qué nivel nos movemos implica flexibilidad de mente, y ésta hemos de conseguirla mediante un ejercicio tenaz. Por ejemplo, te cuento un chiste y te ríes. Piensa de dónde procede tal comicidad y verás que, muy posiblemente, ha tenido lugar una caída brusca y pasajera de un nivel superior a un nivel inferior. Vas muy engalanado a una boda y te mueves por la calle mayor del pueblo con firmeza, creyéndote el árbitro de la elegancia. De repente resbalas y caes al suelo. Al levantarte, lo primero que miras es si alguien te ha visto y se está riendo. Supones que se reirá, porque has bajado súbitamente de la altura de la autoestima (nivel 2) a la humillación de caer de forma incontrolada, como un fardo (nivel 1).

Algo semejante sucede en multitud de chistes. Se cuenta de un instructor, que, acomplejado por no haber hecho la carrera militar, quiso dar una lección de balística a los jóvenes de las milicias universitarias. Les explicó que la bala del cañón sube hasta un punto llamado “máximo” y luego desciende y cae, debido a “eso que llaman fuerza de la gravedad”. Pero “yo os aseguro –agregó, muy confiado- que, aunque no hubiera tal fuerza, la bala caería por su propio peso…” Los estudiantes estallaron en una carcajada debido a la brusquedad de la caída que sufrió el improvisado profesor desde la cumbre de un magisterio ansiado -nivel 2- al abismo de la ignorancia no reconocida -nivel 1-.

Hay múltiples modalidades de caída de un nivel superior a otro inferior y, correlativamente, diversas formas de comicidad. «¡Qué! ¿nos vamos?», pregunta Vladimir a Estragón, en la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot. «Vamos», contesta Estragón. Y el autor agrega: «No se mueven» (1). Los dos protagonistas caen del nivel de coherencia que se supone normal entre personas adultas a un nivel de falta absoluta de lógica. De ahí que ese esbozo de diálogo produzca cierta hilaridad, pero, como no se trata de una caída pasajera sino de un “estado de postración”, la risa se hiela en los labios y da lugar a un sentimiento tragicómico.

2. La gracia brota merced a un ascenso de nivel

De modo inverso a la comicidad, la gracia surge cuando acontece una elevación de un nivel inferior a otro superior. Decimos que un bailarín se mueve con gracia cuando su cuerpo es de tal manera dócil a su espíritu que parece ingrávido y sumamente expresivo. Lo corpóreo material parece que aquí no pesa, se hace todo él palabra, lugar de expresión transparente y lúcida. En general, puede decirse que la impresión de gracia se suscita cuando, con medios escasos, se consigue una gran expresividad. La fuerza del espíritu eleva los medios expresivos a un nivel de gran elocuencia. Este ascenso de un nivel inferior a otro superior se advierte en realidades tan distintas como el barrio de Santa Cruz en Sevilla, un jarrón helénico, un minueto de Mozart, un poema del cancionero español…

3. El descubrimiento de los niveles nos lleva a realizar tres distinciones decisivas

Al descubrir la distinción de objetos y ámbitos, de nivel 1 y nivel 2, se nos afina la capacidad de mirar, y observamos que pertenecen a niveles distintos los hechos y los acontecimientos, el significado de algo y su sentido, los procesos meramente artesanales y los procesos creativos.

• Un hecho es algo que realizamos o que acaece en el mundo y no nos ofrece posibilidades nuevas ni nos priva de las que tenemos. Alguien nos pregunta si son las diez y respondemos que sí. Esta respuesta es un mero hecho en nuestra vida. Pertenece al nivel 1. Pero, si en el juzgado o en la iglesia, una persona autorizada nos pregunta si aceptamos a otra persona como cónyuge y respondemos que sí, damos lugar a un acontecimiento. En este contexto, pronunciar la breve palabra “sí” nos abre una serie de posibilidades y nos quita otras. Algo acontece en nuestra vida que tiene una significación especial. Estamos en el nivel 2.
• Esta significación especial recibe el nombre de “sentido”. El significado de beber un vaso de vino es siempre igual, porque se trata de un mero hecho. Beber un vaso de vino a solas, para matar las penas, y hacerlo en un banquete para brindar en honor de un amigo presentan un sentido distinto. El sentido se da en el nivel 2, que es el nivel de las interrelaciones que fundan un ámbito de vida. El sentido de una actividad se alumbra siempre en el contexto en que ésta acontece. El contexto propio de la vida humana viene dado por una trama de diversas personas e instituciones vinculadas entre sí. Por eso, brindar con un amigo tiene un sentido positivo; beber a solas para embriagarse presenta un sentido negativo, pues la embriaguez empasta pero no une, no crea vida de interrelación comunitaria.
• Si un carpintero desea hacer un sencillo pupitre de clase, sigue un proceso de producción, de elaboración artesanal. Con un material determinable a voluntad y una idea clara de la forma que ha de dar al pupitre, según la finalidad del mismo, el artesano produce este objeto cuando y como quiere. Actúa con dominio. Conoce la técnica de trabajar los materiales y les imprime la forma que el cliente le indica. En cambio, un poeta no “hace” un poema cuando y como quiere, sencillamente porque no lo “hace”; debe “crearlo”. La forma que ha de imprimirle no le viene dada antes de comenzar el proceso de creación; se le ilumina a lo largo de este proceso y en contacto con la materia expresiva que va dando cuerpo al poema y en virtud del diálogo constante del poeta con la realidad que desea expresar. El poema no es producto de un proceso de elaboración que realice una persona desde sí misma, a solas. Es fruto de múltiples encuentros: encuentro con la realidad que se quiere expresar, encuentro con el poder expresivo de una materia –en este caso, un determinado tipo de lenguaje-, encuentro con los primeros versos que se van plasmando y adquieren en seguida poder inspirador de los que van a seguir. El poema no es un objeto producido por el poeta; es un “ámbito expresivo” que surge como fruto del entreveramiento fecundo de diversos ámbitos –el ámbito personal del poeta y los ámbitos de las realidades del entorno con las que entró en relación fecunda-. Los procesos artesanales se dan en el nivel 1; los procesos creativos acontecen en el nivel 2. Alumbran un sentido especial; suponen un acontecimiento en la vida del poeta y de los posibles lectores.

4. Una extrapolación injusta de un nivel a otro

José Ortega y Gasset afirma en El hombre y la gente que el hombre está destinado a vivir en soledad:

“Mi humana vida, que me pone en relación directa con cuanto me rodea –minerales, vegetales, animales, los otros hombres-, es, por esencia, soledad”. “Solo en nuestra soledad somos nuestra verdad” .

A fin de mostrar que la soledad es esencial a la vida del hombre, pone dos ejemplos y concluye que “el hombre tiende a cegarse para las existencias ajenas”:

… Por el pronto, dos vidas son incomunicantes. No se puede saltar de la una a la otra: cada una es hermética, cerrada hacia sí. Por ventura o por desgracia, no me puede doler la muela del prójimo ni cabe injertar en mí la delicia que acaso está gozando. Cada cual es el peludo Robinsón de su vida desierta. De ahí que, instalado el individuo en su solipsismo vital, tienda a cegarse para las existencias ajenas" (3).

Para saber si la conclusión del autor es justa, debemos precisar en qué nivel de la realidad están situados los dos ejemplos que aduce -uno de dolor y otro de goce-, y ver si la conclusión se refiere a un nivel distinto. En este caso, hay una extrapolación injusta de un nivel a otro. Lo adecuado hubiera sido concluir que en el nivel biológico los seres humanos estamos aislados. En efecto, aunque seamos amigos íntimos, mi corazón no puede bombear tu sangre. Cada uno debe arreglárselas por sí mismo. Estamos condenados a la soledad. Pero si, a partir de los ejemplos aducidos, afirmamos que nuestra esencia, como personas, es la soledad, cometemos un fallo metodológico que invalida el razonamiento.

5. El encuentro, visto en el nivel 2, es fuente de luz

En la novela de Benito Pérez Galdós Marianela, Pablo, el ciego, y su lazarillo, Marianela, sostienen este interesante diálogo:

- «¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé porque no sé lo que es brillar.
- Brilla mucho, sí, señorito mío. ¿Y a ti qué te importa eso? El sol es muy feo. No se lo puede mirar a la cara.
- (…) Ya veo que estas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día cuando hablaba la gente; era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos.
-¡Ay divina Madre de Dios! –exclamó la Nela (…). A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo»
(4).

Esta última consideración del ciego significa –si la vemos desde la perspectiva del nivel 1- que las horas en que están juntos son las del día, y las de la noche van unidas con su separación física. Una interpretación más penetrante y fecunda la ofrece el que se sitúa en la perspectiva del nivel 2 y ve expresada en esa frase la idea de que, al estar juntos los protagonistas y encontrarse –en sentido estricto-, brota la luz del encuentro y ambos quedan envueltos en la luz de la comprensión, la sinceridad y el afecto, y se hace de noche cuando dejan de encontrarse. Al principio, el ciego se movía en el nivel 1; consideraba la noche como la falta de luz física, que lleva a las gentes a retirarse y dormir. Más tarde, se eleva al nivel 2 y entiende la noche como la carencia de la luz que alumbra el encuentro personal.

Al realizarse un encuentro, se enciende una luz en el universo, pues el encuentro es una forma de juego creador, y el juego es fuente de luz (5). Cuando un encuentro se rompe, una luz se apaga. Con fina intuición, Antoine de Saint Exupéry sitúa la aparición del principito al alba, con la luz naciente. Sabemos que los escritores cualificados no proceden a su antojo; escriben con coherencia, fieles a la lógica interna de cuanto narran. El principito aparece a una con la luz porque es heraldo de la importancia del encuentro incluso en los momentos límite de la existencia. «Es bueno haber tenido un amigo, aun si vamos a morir», dijo el pequeño al final de la obra, una vez logrado el encuentro (6).

Empezamos a entrever un principio básico de “hermenéutica” o teoría de la interpretación: una interpretación tiene validez cuando es coherente en todo momento y revela la riqueza de la obra interpretada.

Alfonso López Quintás
04/11/2011

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1. La diferencia entre “tener cuerpo” y “ser corpóreo”

Para descubrir las consecuencias devastadoras que puede tener el pensar frívolamente y utilizar los vocablos de forma inadecuada, sometamos a revisión crítica la frase siguiente –ya citada en el Primer Método-, y veamos si el pensamiento que late en su trasfondo es riguroso y su forma de expresión tiene el grado de precisión debido:

"La mujer tiene un cuerpo y hay que concederle libertad para disponer de él y de cuanto en él acontezca".

Tomemos en serio el análisis, porque no se trata de una mera cuestión académica, ajena a los avatares de la vida humana. Esta frase fue pronunciada, en ocasión solemne, por el ministro responsable de la introducción en cierto país de una ley proabortista, con objeto de justificarla ante el pueblo. Vayamos al fondo de la misma, desmontémosla, descubramos cómo es posible que alguien haga esas afirmaciones y qué meta persigue con ello.

Pensar con rigor significa penetrar a fondo en los temas que uno analiza. Si nos adentramos en el estudio de la Antropología actual, advertimos rápidamente que el cuerpo humano no es un objeto que el hombre posee. No es una pertenencia, algo que pueda ser tenido y de lo que se pueda disponer. A la luz de lo que sabemos hoy sobre el cuerpo humano, no tiene sentido afirmar que la mujer tiene cuerpo y necesita libertad para disponer de él. Por fortuna, la mujer y el varón no tienen cuerpo; son corpóreos. Y nadie que tenga un conocimiento somero de la vida humana argüirá que es lo mismo, porque media un abismo entre ambas expresiones. Mujeres y varones somos corpóreos a la vez que somos espirituales. Cuerpo y espíritu son dos aspectos de la persona, y como tales han de ser valorados y respetados. Afirmar que la mujer tiene un cuerpo equivale a considerar el cuerpo como un objeto, objeto de posesión y disposición. Y esto –tras las investigaciones contemporáneas de la Fenomenología filosófica- supone una descalificación del cuerpo, un rebajamiento de su valor injustificado a todas luces.

Bajo pretexto de ensalzar a la mujer, concediéndole libertad de maniobra sobre su cuerpo, se la desplaza a un plano inferior al que le corresponde. Tal desplazamiento es el origen de todas las manipulaciones de la figura de la mujer que hoy con razón lamentamos. Por eso, cuando se afirma que conceder a la mujer libertad para disponer de su cuerpo supone una actitud «progresista», se renuncia al rigor en el pensar y se entra en el reino de la confusión. Ya veremos cómo un fallo en el pensar impide plantear en serio el tema del respeto incondicional que se debe a la vida naciente y, en general, a la vida humana: la de la mujer y la del varón.

El gran escritor ruso León Tolstoi nos cuenta en su Historia de un caballo que un caballo ruso sirvió a diversos señores y, de mayor, escribió unas memorias de corte filosófico. En ellas se muestra el caballo sorprendido de que los hombres utilicen pronombres posesivos para designar su relación con distintas realidades: casas, tiendas, fábricas, animales, personas... «Cuando oía las palabras `mi caballo', me parecía todo tan tonto y tan raro como si yo dijese, por ejemplo, `mi yerba', o `mi aire', o `mi agua'» . ¿A qué razón profunda se debe ese uso impreciso del lenguaje y qué expresiones serían las adecuadas en los casos indicados en el texto? Para responder adecuadamente a esta pregunta, convendría que analizáramos el distinto sentido que adquieren los llamados “pronombres posesivos” en distintos contextos. Indiquemos el sentido exacto de tales pronombres en las expresiones siguientes:

- Mi madre,
- mis hijos,
- mis amigos,
- mis libros preferidos –entre los que conozco de otros autores-,
- mis libros –los escritos por mí-,
- mi conciencia,
- mi moral,
- mi religión -mi “buen Dios”,
- mi colegio, mi universidad,
- mi lugar de trabajo,
- mi patria,
- mi estilo artístico preferido…

Los pronombres mí, mis, míos… ¿son siempre “posesivos”? Si contestamos afirmativamente, podemos temer que nos movemos exclusivamente en el nivel 1.

El lenguaje delata las actitudes básicas del hombre. El uso constante del verbo tener y de adjetivos y pronombres posesivos -mi, mío- es signo de la voluntad de reducirlo todo a objeto de posesión y disposición. De forma análoga, el uso indiscriminado del verbo «hacer» indica el afán de entender toda forma de actividad como un modo de producción sometido al poder arbitrario del hombre. Ello resalta de manera especialmente penosa en la frase, de origen francés, «hacer el amor». El amor se crea, se colabora a que surja, se lo fomenta..., pero no se lo hace. Se hacen sillas, trajes, relojes..., pero no el amor. Empeñarse en utilizar el verbo hacer en este contexto significa que se entiende el amor como una actividad infracreativa que uno puede realizar a su antojo sin atenerse a norma o cauce alguno. Esta interpretación supone un rebajamiento injusto y, por tanto, violento del rango que tiene el amor humano. Es un descenso ilegítimo del nivel 2 al nivel 1.

Ahora vemos con mayor claridad que tampoco está justificada la costumbre que lleva a los actores teatrales a decir «hicimos Hamlet», en vez de «interpretamos Hamlet». Interpretar nivel 2- es una actividad muy superior a la fabril –nivel 1-. Una silla vulgar, no artística, la hace un carpintero cuando y como quiere. Una silla artística es fruto de la inspiración. Surge a impulsos de un diálogo entre el artista y una serie de realidades que constituyen su entorno físico y espiritual. La silla artística se gesta en un proceso creativo, y éste constituye siempre un diálogo, que no puede ser dominado por el artista. Éste toma parte en él, participa de él, colabora con él, pero no es su dueño.

La utilización precisa de los vocablos resulta ineludible porque hace justicia a lo que es cada una de las realidades o procesos a los que se alude. Significa, por ello, pensar con rigor. Si no se piensa con rigor, se violenta la realidad, y este acto de violencia se paga siempre muy caro porque la realidad acaba vengándose. La venganza de la realidad consiste en no permitir al hombre desarrollarse debidamente.

Cada vez vamos viendo con mayor claridad que pensar sin rigor, frívolamente, causa estragos en la vida del hombre. Hasta tal punto es peligroso que puede llevar a la humanidad a una grave “emergencia educativa”, a lavez que cree ascender a cotas nunca alcanzadas de “progreso”. A poco que reflexionemos, advertiremos que nos hallamos en una encrucijada: podemos encaminarnos hacia un humanismo perfectamente adaptado a nuestro ser más profundo, o bien dirigirnos hacia la destrucción de todo humanismo digno de tal nombre. De cada uno de nosotros pende que la humanidad se encamine por una vía o por la otra.

2. La falta de un pensar aquilatado supone
un analfabetismo de grado superior


El analfabetismo de primer grado consiste en no saber descubrir el significado más a mano de los términos. El analfabetismo de segundo grado se da cuando no se capta el sentido profundo de las palabras. Yo puedo ver los colores. Si no sé ver el valor que adquieren los colores en la estructura de un cuadro, soy analfabeto respecto al lenguaje pictórico. Veo estas ocho letras: l, i, b, e, r, t, a, d, y sé que, unidas de esa forma, expresan el concepto de libertad. Pero ¿sé adivinar bajo tales letras lo que implica la libertad humana, su relación viva con otros conceptos? En caso negativo, soy analfabeto respecto al lenguaje de la vida creativa personal.

Pronuncio la palabra «egoísmo», y estoy seguro de que la conoces y sabes lo que significa. Lo mismo pasa con la palabra «ambición» y la palabra «hedonismo», que alude a la actitud del que busca en todo momento lo más agradable para sí. Conoces los tres vocablos -hedonismo, ambición, egoísmo-, pero ¿sabrías explicar con precisión la relación profunda que existe entre ellos? Supongamos que aciertas a marcar con nitidez la línea que nos lleva del egoísmo a la actitud de hedonismo, y de ésta al vértigo de la ambición de poseer y dominar. ¿Sabrás seguir ahondando e indicarme cómo este vértigo de la ambición de dominar lo que encandila los instintos provoca otros muchos vértigos: el vértigo de la embriaguez, del erotismo, de la droga, de los celos, de la venganza...? Si lo sabes, conoces el lenguaje propio de la vida creativa, porque conocer una palabra es penetrar en su relación con otras, descubrir sus influjos mutuos, la trama que forman todas entre sí. Si no lo sabes, eres víctima del «analfabetismo de grado superior».

No saber leer constituye una desgracia, porque cierra las puertas de la información. Esta calamidad está patente y pide a gritos que se le ponga remedio. No conocer el lenguaje de la vida creativa acarrea males sin cuento al hombre porque lo mantiene desinformado respecto a lo que debe hacer para realizarse cabalmente. Pero este tipo de analfabetismo no da la cara. Colapsa la vida personal, no permite darle su sentido pleno, y esto significa un infortunio para quien tenga una idea clara de los valores. Pero la gente apenas repara en ello debido a que dispone de bastante información y ésta se confunde fácilmente con la formación por cuanto permite hablar y opinar con soltura.

Si se piensa de modo riguroso, se advierte claramente que la mera información no suple en modo alguno a la formación. Lamentablemente, hoy se estima a veces más la información superficial que la formación profunda. Estar informado supone cierto tipo de dominio de la realidad. El frenesí informativo actual está en buena medida inspirado por el ideal de la posesión: se ansía poseer información. Saberlo todo es una forma de poder. De ahí que la libertad de información y expresión, malentendida como algo absoluto, se enfrente a menudo con el derecho a la intimidad de los ciudadanos y los grupos sociales.

3. El analfabetismo de segundo grado domina la sociedad

Los que deciden en buena medida la marcha de la sociedad actual, por disponer de medios para modelar la opinión pública, desconocen con frecuencia el lenguaje de la vida creativa. A juzgar por sus discursos, por las razones que aducen para justificar ciertas leyes y determinadas orientaciones pedagógicas y por el modo de orientar los medios de comunicación, parecen tener una idea errónea de lo que es una persona humana, cómo se desarrolla, de qué forma puede llegar a plenitud y ser feliz.

Recientemente, varios periodistas afamados se quedaron perplejos cuando el moderador de la tertulia en la que participaban les pidió que explicaran las causas de la actual escalada de la violencia en la vida familiar, en la calle, en los deportes... Al no obtener respuesta, el moderador afirmó con decisión que “la violencia es algo inexplicable, un ejemplo de pura irracionalidad». Esta costumbre de considerar como irracional lo que uno no logra entender viene ya de siglos y es tan cómoda como nefasta. La escalada de violencia es insensata, «absurda», pero no es irracional en el sentido de que no pueda ser explicada. Se explica perfectamente con sólo saber que reducir una acción creativa a pura fascinación es una operación violenta y fuente de violencia. Practicar un deporte con generosidad crea unión, armonía, amparo. Jugar egoístamente para ganar al precio que sea es mera competición. Reduce a los compañeros de juego a medios para los propios fines. Esa reducción engendra violencia, desune, enfrenta a unos con otros. De forma semejante, el amor personal aúna; el amor reducido a puro erotismo o fascinación reduce la realidad amada a mero objeto fascinante, fuente de gratificaciones para uno. En la medida en que reduce, empobrece, hace violencia, desgaja a quienes dicen amarse.

No es difícil descubrir la raíz de la violencia. Basta con pensar de modo cuidadoso, analizar las cuestiones en su raíz, no contentarse con medias verdades. Pero aquellos contertulios no lo hicieron. Se quedaron en la zona cómoda de la frivolidad. Sería magnífico que se decidieran a completar su preparación, ahondando en las experiencias humanas más profundas y descubriendo los procesos que el hombre sigue en su vida hacia la construcción o hacia la destrucción. Si no lo hacen, desconocen el lenguaje de la vida personal. Seguirán modelando la opinión pública, pero lo harán de modo superficial. No ofrecerán pautas de interpretación de los acontecimientos. Su labor se quedará muy corta, muy menesterosa. Y quedarse a medias en el estudio de la vida equivale a deformarla.

Esta precariedad se advierte hoy por doquier y constantemente. Cierto partido político elaboró un programa de acción para el próximo decenio. Subraya en él su voluntad de luchar contra la droga, que es un vértigo, pero en sus ocho amplios volúmenes no alude siquiera a otra serie de vértigos, que proceden de la actitud general de hedonismo. Si pensaran con el suficiente rigor, los autores de tal escrito sabrían que es una ley de la vida personal humana que cada tipo de vértigo, al incentivar el egoísmo, provoca otros vértigos, y, en consecuencia, no tiene sentido fomentar la actitud de hedonismo y afirmar que se está contra la droga. Es un planteamiento tan incoherente que no puede sino provocar devastaciones en la vida social. Observe el lector a qué riesgos nos lleva la falta de rigor en el pensar.

Cuando se estrena democracia, los gobernantes suelen decir al pueblo que «le han devuelto las libertades». Pero no suelen indicar cuáles. Es una falta de rigor lamentable, porque la teoría actual de la creatividad nos enseña que cierto tipo de libertades destruyen la libertad humana auténtica, que es la libertad para actuar creativamente. ¿De verdad tales gobernantes ignoran este dato elemental, o pretenden solamente convencer al pueblo de que es totalmente libre al tiempo que lo privan de toda libertad interior?

Nada hay tan peligroso en la sociedad actual como el desequilibrio que existe, a menudo, entre la función social que ejercen ciertas personas y su formación humanística. A veces nos quejamos de que se hayan promulgado ciertas leyes, se obstaculice la enseñanza de la ética en las escuelas, se degraden las pantallas televisivas con productos infraculturales. Además de lamentarnos, deberíamos investigar las causas de tales errores o desafueros. Entre ellas se cuenta la ignorancia de lo que es la persona humana y lo que implica su poder creativo.

4. La precariedad de la formación académica

Esta peligrosísima forma de analfabetismo procede de la poca o nula atención que se suele prestar en los centros académicos a la formación del estilo de pensar. La sociedad parece no haber caído en la cuenta de que aquí se juega su ser o no ser como sociedad humana. Analícenlo ustedes conmigo: Durante nuestros años de estudio se nos habló de mil temas. Se nos exigió demostrar que los habíamos asimilado. Pero ¿nos inició alguien en el arte del buen pensar? ¿Nos dijo algún profesor que pensar bien no es tan sencillo como prestar atención a algo?

Multitud de datos y observaciones nos confirman en la idea de que actualmente se piensa con poco rigor y se ignora el lenguaje propio de la vida creativa, y de ambos fallos se derivan males nada leves. Pero ¿se está poniendo remedio a esta situación defectuosa? ¿Se enseña a niños y jóvenes de forma expresa y sistemática a pensar de forma adecuada? Este tipo de enseñanza no suele darse en los centros educativos. El resultado lógico es que niños y jóvenes no están ni siquiera iniciados en el arte del buen pensar y del recto expresarse.

Si quieres comprobarlo por ti mismo, haz este par de pruebas, tan sencillas como eficaces. Estás, por ejemplo, viendo una película con tu hijo. Uno de los personajes adopta una actitud egoísta y, consiguientemente, se entrega al vértigo de la ambición de poseer, y este vértigo, en ciertos momentos, lo lanza al vértigo de la ira. (Pensemos en la película Ciudadano Kane, de Orson Welles). Tu hijo va tomando nota de los diversos hechos, pero no advierte la vinculación entre ellos. Ello es signo de que no aprendió a pensar con rigor. No está todavía preparado debidamente para moverse en la sociedad actual, no sabe prever, no tiene poder de discernimiento.

Como segunda experiencia, supongamos que estás presenciando un programa televisivo. Alguien escinde diversas fuerzas humanas que están llamadas a integrarse, por ejemplo la actividad sexual y el amor personal. Tu hijo lo advierte, pero no descubre que tal escisión empobrece gravemente la vida humana. Esa ingenuidad indica que todavía no piensa con rigor y está en buena medida desarmado espiritualmente. Tal desamparo espiritual es muy peligroso en las circunstancias actuales. Por fortuna, esa laguna puede colmarse, si conocemos y seguimos un método adecuado para fomentar el poder crítico de niños y jóvenes. ¿Ves con qué espontaneidad distingue un niño lo caliente de lo frío, lo húmedo de lo seco? Con esa misma facilidad distinguirá lo noble de lo plebeyo, lo constructivo de lo destructivo, lo valioso de lo mezquino si lo ejercitamos en el arte de pensar con rigor. Si no lo hacemos, lo dejaremos sumido en la inseguridad intelectual, y expuesto, consiguientemente, a graves males.
Alfonso López Quintás
01/11/2011

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Como expusimos al comienzo de este blog, el Método Primero tiene por meta ayudarnos a aprender el difícil arte de pensar bien, de forma ajustada a las condiciones y exigencias de las realidades que tratamos. Ese método se basa en el descubrimiento de las doce fases de nuestro desarrollo personal y en el análisis cuidadoso de los ocho niveles de realidad y de conducta. Este análisis y ese descubrimiento lo hemos realizado en las aportaciones anteriores. Antes de abordar el Segundo Método, conviene que dejemos patente en ésta cómo la lucidez adquirida en el Método Primero nos permite ahora
a) superar malentendidos,
b) utilizar el lenguaje con la debida precisión,
c) arrojar luz sobre cuestiones del máximo interés para nuestra vida, como son el verdadero camino para obtener la felicidad; el carácter complementario de libertad y normas, independencia y solidaridad; la gravedad que encierra rebajar a una realidad del nivel a que pertenece, por ejemplo tratar a una persona como objeto, y otros temas semejantes.


1. El verdadero camino hacia la felicidad

Un joven alemán, llamado Norberto, escribió una carta al famoso teólogo y filósofo P. Karl Rahner. En ella le decía: “Mis amigos y yo buscamos la felicidad frenéticamente, sin límites, con todas nuestras fuerzas. No nos ahorramos ninguna experiencia placentera. Incluso acudimos al latigazo de las drogas, el alcohol, las relaciones amorosas locas. Y, en plena juventud, acabamos quemados. Somos carne de hospital, y no hacemos sino preguntarnos qué es eso de la felicidad, ilusión que te promete todo y te lo quita todo a no tardar. Por favor, P. Rahner ¿podría decirme usted, por ventura, lo que es la felicidad?” (1).

Me hubiera gustado decirle a Norberto lo siguiente: Hiciste bien en querer ser feliz. Todos queremos serlo, porque es un deseo básico de nuestra naturaleza humana. Pero, con frecuencia, no sabemos cuál es el camino verdadero para lograr la felicidad. Está claro, por lo que dices, que has equivocado el camino hacia ella, y ahora te ves sin salida, es decir, estás desesperado. Pero no debes desanimarte. Has cometido un error –como podemos cometer todos-, pero ahora vas a descubrir cuál es el verdadero camino para llegar a la dicha y no a la desgracia. Y esto debe alegrarte.

La clave de solución consiste en distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. En general, tendemos a pensar que ser felices es poder hacer lo que queremos, lo que nos gusta. Por eso reclamamos libertad para satisfacer nuestras apetencias. Pero no aclaramos bien qué valor tienen éstas y qué es la libertad y cuántas formas presenta. Hoy suele hablarse en general de la libertad, sin matizar. Y, al hacerlo, se piensa casi siempre en la forma más elemental de libertad, que es la libertad de hacer lo que nos apetece en cada instante (nivel 1). Esta libertad –que suelo llamar “libertad de maniobra”, de moverme a mi antojo- nos conduce con frecuencia a la destrucción, como es tu caso.

De hecho, tú hiciste cuanto deseaste para ser feliz; te concediste todos los gustos, pero al final caíste en un pozo de amargura, y no te sientes nada libre, sino esclavizado por tus apetencias. Lo malo de todo ello es que, en este momento, no sabes qué hacer, estás desorientado –igual que tus amigos-, porque no puedes comprender que algo tan valorado y apetecido como la libertad os haya llevado a la más desoladora decepción. Esta desorientación no responde a falta de inteligencia, porque tu forma de escribir revela que no te faltan dotes. Lo que sí te falta es una clave para discernir por qué, buscando la felicidad, caíste en la amargura.

Esa clave es la siguiente: La felicidad no se encuentra en el nivel 1, sino sólo a partir del nivel 2. Lo vas a descubrir enseguida. Ya sabes por experiencia que saciar las apetencias no equivale a ser feliz. La razón es porque los gustos suponen un goce o una cadena de goces. Éstos sacian algunos impulsos, halagan nuestra sensibilidad a veces de modo intenso, pero son fugaces, y sólo producen verdadero gozo cuando, al vivir esas experiencias gratificantes, nos desarrollamos como personas. Este desarrollo se da, según la ciencia actual más cualificada –Biología, Medicina, Antropología-, cuando lo que hacemos colabora a encontrarnos de veras con otras personas, con grupos humanos, con obras de arte...

Ahora piensa en esto: Tú buscaste tu felicidad a solas, sólo para ti, egoístamente. Aunque lo hiciste en grupo, seguiste tus deseos instintivos. Fuiste a lo tuyo. Pero bien sabes, por la ciencia actual, que los seres humanos somos seres de encuentro. Sobre esto no hay dudas en la investigación de hoy. Sólo podemos ser felices encontrándonos de veras con otras personas, y creando modos de auténtica amistad (nivel 2). Para crear encuentro y amistad debemos ser generosos, sinceros, cordiales, comunicativos, participativos… Estas condiciones del encuentro se llaman “valores”, y, cuando asumimos éstos como principios internos de acción, reciben el nombre de virtudes. En latín, virtutes significa capacidades. Las virtudes son capacidades para crear encuentros. Los encuentros y la práctica de las virtudes se dan en el nivel 2, en el cual no dominamos y manejamos realidades para ponerlas a nuestro servicio; las tratamos con respeto, estima y voluntad de colaboración.

Esta actitud virtuosa implica sin duda muchas renuncias. Y toda renuncia supone un sacrificio, pero el sacrificarse no es reprimirse, no significa bloquear nuestro desarrollo como personas. Al revés, maduramos como personas cuando renunciamos libremente a un valor inferior para ganar un valor superior. Este tipo superior de libertad es la libertad creativa, la que nos lleva a crear relaciones de encuentro y ser, con ello, felices.

Ya tenemos bien clara esta idea: La felicidad no debemos buscarla directamente. Lo que hemos de buscar directamente es la relación de encuentro. No importa que nos cueste, porque hayamos de renunciar a algo inmediatamente agradable, apetitoso, seductor. El encuentro es la meta, digamos “el ideal” de toda persona que abriga en su interior el deseo de vivir lo valioso. Y nada más valioso –como nos dijo el viejo y sabio Aristóteles- que la auténtica amistad, que es una forma muy alta de unidad. Cuando prescindimos de nuestros intereses inmediatos y egoístas, y perseguimos con tenacidad el ideal de la pura amistad, la pura bondad, la justicia inquebrantable…, nos situamos en la cima del nivel 3. Entonces, nuestros encuentros serán perfectos y nuestra felicidad alcanzará su grado máximo. Por tanto, subir a los niveles 2 y 3 es el camino regio para lograr la felicidad.

Ahora vemos nítidamente lo alejado que se halla de la verdad pensar que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque este ir a la caza de satisfacciones puede hacer imposible el encuentro. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro. Esto supone un sacrificio, naturalmente, pero bendito sacrificio si nos lleva a la auténtica amistad, que, como decía el viejo y sabio Aristóteles en su Ética a Nicómaco, es lo más importante de la vida.

La amistad leal, generosa y sacrificada va unida con la felicidad auténtica. Y esto por la razón poderosa de que sólo podemos vivir felices si realizamos en la vida nuestro auténtico ideal, que es el ideal del encuentro, el ideal de la unidad. Si actúo en virtud del ideal egoísta de servirme a mí mismo, podré acumular sensaciones placenteras, darme todos los gustos, pero no seré feliz porque no crearé formas de unidad valiosa con los demás.

2. El descubrimiento de la creatividad salva una familia

Al terminar una conferencia, se acercaron a mí dos jóvenes esposos. El esposo me dijo:

“Hemos venido a la conferencia sólo por darle un abrazo”. Yo no los conocía de nada, pero nos dimos un abracito –un abracito él, un abracito ella-, e inmediatamente agregó el esposo: “Para que no llame usted al loquero, le diré a qué responde esto. Durante años, mi vida de familia –mi mujer, mis dos hijos y yo- fue un infierno. Mi mujer estaba crispada por creer que, al tener que dedicar bastante tiempo al hogar, estaba perdiendo su juventud, lo mejor de su vida. Su malestar me lo comunicaba a mí, y los dos se lo transmitíamos a los pequeños. Nuestra convivencia se convirtió en un calvario. Hasta que una tarde, al llegar a casa y abrir la puerta, vi que mi mujer –cosa insólita- salía a recibirme con una gran sonrisa. Y, a través del pasillo, entreví que en el comedor había flores y un mantel vistoso.

• “Esperas a tus amigas a cenar…”, le dije.
• “No, no espero a nadie –contestó ella-; te espero a ti, ¿te parece poco?”.
• “No, poco no –añadí yo-, pero ya me explicarás este cambio…”.
• Entonces ella me invitó a sentarme y me dijo, con toda seriedad: “Esta tarde, de pura desesperación, salí de casa y me puse a callejear por la ciudad sin rumbo…, hasta que me encontré con unas gentes que se agolpaban ante una puerta.
• “¿Qué reparten aquí?”, pregunté.
• “No reparten nada, me dijo un señor; vamos a una conferencia”. Y yo, sin saber ni quién hablaba ni de qué, entré como llevada por una ola. El conferenciante explicó, entre otras cosas, que una madre de familia, cuando cuida con cariño a su bebé, es eminentemente creativa y otorga a su vida una altísima dignidad, porque está creando con el hijo esa “urdimbre afectiva” que, según los expertos, es imprescindible para su desarrollo normal. Hoy sabemos que lo que más necesita un niño al nacer es ser bien acogido. Una madre, la más humilde de las madres, que colabora a crear en su hogar un clima de acogimiento, realiza una labor de gran trascendencia para toda la sociedad… “.
• “Me impactó esta idea, y salí de la sala diciéndome: ´¡Seré tonta…! Claro que estoy perdiendo la juventud y la vida, pero no porque sea poco importante lo que hago en casa, sino porque desconozco su valor´. Por el camino, tomé la determinación de empezar hoy mismo a crear un clima de hogar, mediante gestos tan sencillos como adornar el comedor y acogerte a ti con afecto”.
• “No me lo podía creer, agregó el esposo. Y me puse enseguida a la tarea de reconstruir el hogar. Porque el hogar no es sólo el piso. Es el piso cuando en él se crean encuentros. Los dos niños notaron enseguida el cambio y se sumergieron encantados en esa atmósfera cálida, hasta entonces desconocida. Días después, uno de los niños me sorprendió con esta pregunta: ´ Papa, ¿aquí las cosas han cambiado mucho, no?´"
• “Bien. Ahora ya sabe usted por qué deseábamos darle un abrazo”.


Esta joven esposa vivía amargada porque no veía el sentido de las renuncias y las consideraba como un fracaso injustificado, humillante. Luego descubrió que, si renunciamos a un valor inferior –por atractivo que sea- para conseguir uno superior, estamos en el camino de la auténtica felicidad. Es un error creer que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque tal saciedad ocurre en el nivel 1, y el encuentro se crea en el nivel 2. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro.

3. En el nivel 2, la libertad y las normas se enriquecen mutuamente

En la actualidad, suele considerarse a menudo como obvio que la libertad humana y las normas se oponen. Más que nunca, es obligado aquí dar una respuesta matizada: eso es cierto en el nivel 1; no lo es en el nivel 2. La libertad de maniobra –propia del nivel 1- se opone a toda norma que limite nuestra capacidad de elegir. En el nivel 2, no nos preocupa poder elegir arbitrariamente sino actuar con eficacia, con libertad creativa. Esta forma de libertad es nutrida por las normas, vistas como fuente de posibilidades. Lo vimos al hacer la experiencia de los doce descubrimientos.

Cuando nos proponemos realizar una experiencia reversible –como es declamar un poema o interpretar una obra musical- no nos interesa hacer lo que queramos –con libertad de maniobra-, sino ser inspirados por una realidad estéticamente valiosa, cargada de posibilidades expresivas, y gozar así de libertad creativa, fruto singular del nivel 2. Renunciamos gozosamente a una forma de libertad desarraigada, desvinculada de normas, para obtener un tipo de libertad vinculada a cauces fecundos. Por eso, a mayor fidelidad a tales cauces –en este caso, el poema y la obra musical-, más libres nos sentimos para darles vida. Resulta patente que esta forma creativa de libertad es superior en rango a la libertad que no es sino franquía absoluta para elegir.

4. La falsa libertad conduce a la esclavitud

En un programa televisivo, un joven hizo la siguiente confesión: “Hasta hace poco yo era totalmente feliz. Adoraba a mi madre, con la que vivía; me encantaba mi novia; cursaba con gusto mi carrera, pero, un mal día, me entregué al juego de azar, y desde entonces ni mi madre, ni mi novia ni mi carrera me interesan nada. Sólo me interesa una cosa: seguir jugando. Me he convertido en un enfermo del juego, un ludópata. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente, y ahora me veo convertido en un esclavo”. Y acabó con las manos cruzadas, como si estuviera esposado”. Yo pensé que el director del programa, psicólogo de profesión, le daría al joven –que mostraba una tristeza profunda- alguna clave de orientación que le mostrara una salida y le levantara el ánimo. Pero se redujo a decirle el consabido “Gracias por haber venido”.

Una buena clave hubiera la siguiente: “Has cometido sin duda un par de errores -como nos puede pasar a todos alguna vez-, pero no debes abatirte, pues vas a realizar ahora un descubrimiento decisivo para tu futuro. Pensaste que para vivir a tope basta con hacer aquello que nos atrae hasta seducirnos: por ejemplo, el juego de azar que te fascina con la idea de ganar un dinero fácil (nivel 1). La fascinación es una excitación que tiene una apariencia de plenitud, pero nos deja pronto vacíos. Pensaste sólo en la satisfacción de tus impulsos y te olvidaste de que la felicidad viene del encuentro y la amistad verdadera. Tal vez tuviste experiencias excitantes, como las de obtener ganancias copiosas y fáciles; y viviste el choque de pérdidas masivas…, y este cúmulo de experiencias intensas pero nada creativas te llevaron a un estado de verdadera desolación. De ahí la tristeza infinita que mostraste en tu relato. Este amargo proceso podías haberlo previsto si conocieras que, además y por encima de la libertad de maniobra –la capacidad de hacer lo que más apetece en cada momento- está la libertad creativa –la libertad de crear relaciones que enriquecen y llenan interiormente de felicidad-; y, además de los procesos excitantes de vértigo, existen los procesos serenos de éxtasis que nos piden sacrificios pero al final nos llenan de gozo.

En conclusión. No conocías lo que es el vértigo y su oposición al proceso de éxtasis. Te lanzaste al vértigo creyendo que era éxtasis y te iba a llevar en volandas a saturarte de felicidad. Y ahora te encuentras en los antípodas de la dicha. Ya ves la importancia que tiene elegir bien el camino. No has hecho mal en querer “vivir a tope”. Pero te hubiera convenido pensar que vivir a tope es entendido de modo distinto en cada nivel de realidad. Si vivimos en el nivel 1, tendemos a pensar que vivir a tope va unido a la embriaguez, los amoríos fáciles y pasionales, los falsos éxtasis de la velocidad, los placeres de todo orden… Si subimos al nivel 2, cambian nuestras primacías: el botellón nos parece una excitación grupal vacía; los amoríos se nos antojan un empobrecimiento del concepto de amor; la entrega libre a la saciedad de los impulsos elementales la sentimos como una sombría servidumbre… Entonces vislumbramos lo que perdemos cuando ignoramos las leyes propias de cada nivel. Y ante esa pérdida no basta lamentarse y hacer promesas de recuperar el tiempo perdido. No lo conseguiremos si no aprendemos a pensar bien.

Pensar bien significa conocer las trampas que se nos tienden en el camino. La peor trampa es vivir en el nivel 1 y creer que lo que ahí acontece se aplica a toda nuestra vida. Esto nos lleva a desconocer las inmensas posibilidades que se nos abren cuando damos el salto a los niveles superiores.

5. En el nivel 2, la independencia y la solidaridad se enriquecen mutuamente

Numerosos jóvenes estiman que no es posible coordinar la independencia y la solidaridad, por ejemplo con los padres. “Si quiero ser solidario con ellos –me expone un joven estudiante-, no puedo ser independiente en la planificación de mis noches de fin de semana”.

Esto nos pasa a todos cuando vivimos en el nivel 1, en el que tomamos cuanto nos rodea como un medio para nuestros fines. El trabajo y el ocio, el día y la noche, los padres y los hermanos.., juegan en nuestro entorno el papel que les adjudica nuestra visión egoísta de la vida. No son para nosotros una meta, sino un medio. El criterio de nuestras elecciones no es el de hacer felices a nuestros allegados, sino el de tomarlos como medios para nuestros fines. Subamos al nivel 2, y veremos cómo son perfectamente compatibles.

En este nivel, la meta de mi vida, el ideal de la unidad, no es acumular sensaciones placenteras, sino encontrarme con los demás. Y el encuentro exige ante todo generosidad. Esta actitud de generosidad me lleva a pensar en el bien de los demás, no sólo en el mío, porque en ese nivel –que es el de las experiencias reversibles- mi bien implica el de quienes me acompañan en la vida. Este bien compartido implica un valor superior a mi bien aislado. Por eso, si tengo que renunciar a este valor inferior –por ejemplo, el gusto de disfrutar de una noche sin límite de tiempo- para conseguir aquel valor superior –mi bienestar unido al de mis padres-, haré este sacrificio gustosamente, bien seguro de que no ve voy a reprimir –es decir, a bloquear mi desarrollo personal-; me elevaré a lo mejor de mí mismo. No tardaré en experimentar que el gusto que me concedo dentro de los límites que me impone mi deseo de complacer a mis padres me reporta más gozo –más satisfacción honda- que la entrega a una diversión ilimitada. Si queremos aquilatar más, hemos de notar que no debemos actuar conforme a los dictados del nivel 2 con el fin de lograr una gratificación mayor, porque entonces bajamos al nivel 1, el de la búsqueda preferente de autosatisfacciones, y quedamos sometidos a su lógica, según la cual la independencia y la solidaridad se oponen insalvablemente.

Alfonso López Quintás
01/11/2011

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En el último Cuaderno de Bitácora, transcribí el texto de una entrevista que me realizaron en Televisión Española Internacional sobre el tema de la “Emergencia educativa”. Al ser preguntado por los posibles remedios a esta calamitosa situación, hablé de la necesidad de pensar con rigor y extraer de cada área de conocimiento todo el poder formativo que alberga. Si se consigue esto último, se logra una meta muy deseada: convertir a los profesores en formadores de la personalidad de los alumnos. Dejamos este último tema para una segunda conferencia. Este es el texto de la misma.


- En diversas obras suyas y conferencias ha mostrado usted gran interés en destacar el poder formativo de las diversas actividades culturales: las ciencias, la historia, la literatura, el cine, el arte plástico, la música…

- Sí. Es necesario descubrir nuevas fuentes de formación, porque todo es poco actualmente para entusiasmar a niños y jóvenes con los valores. De no hacerlo, quedarán sin desarrollarse en ellos mil posibilidades, y esa inmadurez les producirá frustración e infelicidad. Las personas podrían ser mucho más útiles a los demás, irradiar felicidad en su entorno y ser felices ellas mismas si, a su tiempo, se hubieran abierto a las diversas posibilidades creativas que existen. Recuerdo que, de niño, ansiaba introducirme en la música. El día en que pude poner las manos en un magnífico armonio -de una renombrada firma francesa- me sentí feliz, porque intuí que me introducía en un mundo nuevo, rebosante de posibilidades insospechadas. Recuerdo con emoción que las primeras armonías que hice salir de aquel delicioso instrumento procedían del gran Palestrina –Giovanni Perluigi da Palestrina-. Esa impresión me inspiró luego multitud de estudios y conferencias sobre la Polifonía romana clásica, que cuajaron, recientemente, en mi obra El poder formativo de la música. Estética musical.

- Ese empeño le llevó a estudiar el poder formativo de todas las áreas de conocimiento

- En efecto, quise mostrar que cada área de conocimiento tiene un gran poder formativo. Sin salirse de su área, todo profesor puede ser un formador de la personalidad de los alumnos, no sólo un informador de la materia que le compete enseñar. Lo vemos de manera impresionante si pensamos en un alumno que curse matemáticas, física, arte griego y música con un profesor que procure destacar la importancia de la relación en estas áreas de conocimiento.

- Veámoslo, primero, en las ciencias matemáticas y en las físicas

- Las ciencias matemáticas crean estructuras, y el profesor debe enseñar a operar con ellas. Pero, al mismo tiempo, ha de hacer ver a los alumnos el poderío de las mismas, por ejemplo el de unas fórmulas, que son modos de interrelación y constituyen una fuente de conocimiento y de belleza, debido a su interna armonía. El alumno sale de la clase admirando el poder de las relaciones, que juegan un papel muy superior al de un mero accidente de una sustancia. Conviene tener muy en cuenta la creciente importancia que está adquiriendo el concepto de relación en la ciencia y en la filosofía contemporáneas.

Acude el alumno a la clase de ciencias físicas y oye al profesor destacar que lo último de la realidad material no son trozos infinitivamente pequeños de materia sino “energías estructuradas”, “informadas”, es decir, dotadas de forma y, por tanto, interrelacionadas. Su asombro ante el poder de la relación va en aumento.

- Entremos ahora en el mundo del arte, que parece ser tan distinto

- Lo parece, pero presenta una gran afinidad. Para iniciar a los alumnos en la estética del arte occidental, el profesor suele subrayar que los antiguos griegos descubrieron que la belleza surge como fruto de la armonía. Subes a la Acrópolis de Atenas, y te ves sorprendido por la majestuosidad del Partenón, su serenidad clásica y su bellísimo equilibrio. Y recuerdas que esas cualidades responden al hecho de que está armónicamente configurado. Pero la armonía surge cuando hay proporción -entre las distintas partes de la obra- y medida, es decir: una relación ajustada entre el conjunto del edificio y la figura humana. La imponente belleza de este templo se debe, en definitiva, a dos interrelaciones. Y algo semejante sucede con la esbelta figura de la Venus de Milo, configurada conforme a las relaciones sugeridas por la llamada “Sección aurea” o “Número de Oro”.

El alumno sale de la clase pensando qué enigmático poder alberga la relación, pues no sólo se halla en el origen de la realidad y permite que la mente humana elabore estructuras que sirven para penetrar en el secreto de la realidad material, sino que da razón, además, de esa otra forma de realidad, la artística, que eleva nuestros sentidos y los transfigura.

Alfonso López Quintás
05/09/2011

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Hemos visto anteriormente que, en el nivel 2, podemos establecer relaciones cada vez más valiosas y creativas con realidades de rango progresivamente superior (el ordenador, el piano, el libro, la persona...). Si las tratamos con actitud dominadora y posesiva, tendemos a hacer tabla rasa de esas diferencias y reducimos tales realidades al nivel 1, tomándolas como medios para nuestros fines, simples “objetos que están ahí a nuestra disposición”. Sabemos bien que son relaciones distintas las que creamos con un ordenador, con un instrumento musical, con un libro, con una persona, y que, al tomarlos como simples utensilios para cubrir nuestras necesidades, no los reducimos a meros objetos. Pero lo cierto es que, si adoptamos una actitud egoísta, no reparamos tanto en la valía de dichas realidades -en su capacidad de ofrecernos posibilidades con cierto poder de iniciativa- cuanto en el hecho de que pueden satisfacer nuestras necesidades y deseos.


Es importante distinguir los diversos modos de realidad con los que entramos en relación, pero lo decisivo es si adoptamos ante ellos una actitud de respeto, de adecuación a sus exigencias, o bien una actitud banalmente utilitarista. Sabemos bien que la tendencia egoísta al dominio suele volvernos toscos, elementales, insensibles al análisis cuidadoso de cuanto implican las distintas realidades de nuestro entorno. Por eso nos lleva a reducirlas a simples medios para satisfacer nuestros intereses. Con frecuencia, nos acostumbramos desde niños a manejar objetos de manera expeditiva (nivel 1) y luego aplicamos esa forma de trato a realidades -utensilios, instrumentos, libros, personas, instituciones- que, merced a las posibilidades que pueden ofrecernos, están llamadas a ejercer en nuestra vida un papel relevante si las tratamos con el debido espíritu colaborador (nivel 2).

Esta actitud empobrecedora nos quita libertad interior y nos somete a las situaciones externas en que nos hallemos. Si éstas son desconsoladoras, no sabremos cómo levantar el ánimo. Ello explica que en situaciones límite, como las propias de los campos de concentración, la única salvación posible sea mirar hacia lo alto, es decir: asumir el ideal de la unidad y consagrar la vida a realizarlo. Esta consagración permitió a no pocos reclusos orientar todo su dinamismo personal hacia el bien, situarse por encima de la mezquindad espiritual de quien pretendía envilecerlos mediante el poder destructivo de las vejaciones y alcanzar cotas de gran dignidad (1). Estamos, con ello, en el nivel 3.

1. Integración de los niveles positivos

La experiencia propia del nivel 4 -el religioso- hace posible la del nivel 3 -el axiológico-, que es, a su vez, la base de la vida de encuentro propia del nivel 2, el antropológico. En un ser corpóreo-espiritual como es el hombre, estos tres niveles se apoyan en el nivel 1. Y, viceversa, la vida en el nivel 1 adquiere un sentido personal en las experiencias propias del nivel 2, que, para ser auténticas, remiten al nivel 3, que, a su vez, requiere la fundamentación última del nivel 4. Esta implicación mutua y jerarquizada de los cuatro niveles es la base de su interna riqueza y del papel decisivo que juegan en nuestro desarrollo personal. Veámoslo sucintamente.

1. Por nuestra condición corpórea, los seres humanos debemos cubrir ciertas necesidades materiales. Para satisfacerlas, hemos de movilizar a menudo los servicios de otras personas. Si alguien trabaja fuera de casa para aportar a ésta un salario, tiene derecho a esperar que alguien dedicado a las labores domésticas le prepare la comida y le arregle la ropa. Esto no implica egoísmo ni afán de dominio, pues viene exigido por el reparto de papeles y puede y debe hacerse con una actitud de mutuo respeto y estima.

2. Sucede, no obstante, que, al estar dotados de espíritu, no podemos quedarnos en una relación de mero trueque de servicios. Al tiempo que gratificamos el servicio que se nos presta, debemos otorgar felicidad a los demás, que son personas, no meros robots destinados a realizar una función determinada. La felicidad se da en el encuentro, y éste exige ante todo una actitud de generosidad, desprendimiento y abnegación. No basta adoptar una actitud de pura reciprocidad, según la cual tanto doy cuanto recibo, o doy para recibir. Hay que optar por dar y darse. Esta opción nos eleva al nivel 2. Vemos aquí con claridad cómo se entretejen los niveles. La persona humana es muy compleja, y ninguna actitud se da en estado puro; remite a otras que la fundamentan y colman de sentido.

3. Por su condición corpórea y espiritual, el ser humano tiende por naturaleza a integrar sus diversas potencias, las instintivas y las espirituales, y a procurar que éstas orienten aquéllas hacia el encuentro, y por tanto, hacia el bien, la justicia, la belleza, la verdad y la unidad. El hombre vive como persona y se perfecciona ascendiendo a los niveles superiores, a través del proceso de éxtasis o de encuentro, que lo eleva a lo mejor de sí mismo porque lo aúna consigo y con los demás. Al ordenar nuestras potencias de abajo arriba -lo que implica una jerarquización-, establecemos paz en nosotros mismos y en nuestro entorno. En cambio, si autonomizamos nuestra tendencia a poseer y dominar y poner todas las realidades a nuestro servicio –actitud propia del nivel 1-, nos volvemos inauténticos, falsos, porque nuestra verdad de hombres se patentiza cuando nos abrimos para crear encuentros (nivel 2) de modo bondadoso, justo y bello (nivel 3). Ese poder de ordenar todas las potencias a la creación de modos de unidad relevantes es privilegio del espíritu. Bien entendida, la energía que procede de la opción por el ideal de la unidad no se opone a la energía que albergan las fuerzas instintivas. Cuando nuestra meta es lograr los modos más valiosos de unión, ambas formas de energía se complementan, no se oponen.

4. Nuestro organismo biológico se halla cerrado en sí. Aunque te quiera con toda el alma, mi corazón no puede bombear tu sangre si el tuyo enferma. Estamos aislados. Pero nuestro organismo, para subsistir, debe abrirse al entorno pues necesita aire, sol, alimento, agua... En cuanto personas, tenemos el privilegio único de poder contemplar todos los seres como algo distinto de nosotros, y decidir en nombre propio. Esta sorprendente autonomía se expresa en la breve partícula “yo”. La conciencia de poder decir “yo pienso esto y decido hacerlo porque lo quiero...”, nos inclina a sentirnos el centro de universo y olvidar que, si bien nuestro yo puede distanciarse de todos los seres del entorno, no puede alejarse de ellos. No hemos de olvidar nunca que nuestro ser es dinámico y su energía procede de dos centros: el yo y el tú, visto como el conjunto de las demás personas, las instituciones, los valores, todas las realidades que son para nosotros fuente de posibilidades.

5. Quedarse en el yo aislado reduce el alcance de nuestra realidad personal y la empobrece. Limita nuestro haz de relaciones al campo de nuestros intereses vitales, más egoístas que altruistas. Nos retiene en el nivel 1, frenando la tendencia natural hacia los niveles 2, 3 y 4. Lo ajustado a nuestra naturaleza espiritual es ejercitar la fuerza de unificación que proviene del espíritu. Hoy sabemos por la ciencia que los seres humanos somos “seres de encuentro”. Lo somos por ser “ambitales”, ya que cada ámbito tiende de por sí a abrirse a los demás, ofreciéndoles posibilidades y recibiendo las que ellos le otorgan. Al tender por naturaleza a vivir creando encuentros, somos seres “ambitalizables” y “ambitalizadores”, es decir, podemos recibir ayuda de otros ámbitos para enriquecer nuestra vida y podemos –y debemos- ayudar a otros a vivir plenamente su condición ambital, abierta. Por presentar estas tres condiciones, lo normal es vivir ascendiendo, unificando energías, creciendo al unirnos a cuanto nos rodea de forma bondadosa, justa y bella.

6. Este movimiento ascendente o “extático” viene promovido por las normas juiciosas que recibimos, desde niños, de personas dotadas de sabiduría, expertas en el conocimiento de las leyes del crecimiento personal. Esas normas nos instan a integrar nuestras energías en orden a la creación de unidad: “No nos cansemos de hacer el bien”, nos exhorta San Pablo. “Por tanto, siempre que tengamos oportunidad , hagamos el bien a todos...” (Gal. 6, 9-10). Las normas de este género nos instan a subir a niveles altos, vivir creativamente, considerar los niveles 2 y 3 como nuestro hogar. Si alguien nos dice que la cultura, el arte, la religión deben servir a la vida –entendida, de modo pseudoromántico, como una forma de actividad espontánea, no reglada por las normas procedentes del espíritu-, ya sabemos desde ahora que se nos sugiere, de modo reduccionista, renunciar al movimiento de ascenso que viene dado por el proceso de éxtasis y ponernos en peligro de caer por el tobogán del vértigo.

La vida biológica, con toda su trama de pulsiones vitales, encierra un gran valor. Toda actividad realizada con buena salud suscita cierta dosis de agrado. Lo agradable es valioso, no sólo por ser placentero sino por indicarnos que estamos ante algo saludable. Pero reducir toda actividad a fuente de goce es un reduccionismo ilegítimo, ya que el valor de lo agradable debe supeditarse a otros valores superiores; pensemos en la propia salud y en el bien de los demás. Para realizar un valor superior –por ejemplo, cuidar a un enfermo-, debemos con frecuencia renunciar a valores inferiores, como puede ser un rato de descanso. Pero esa renuncia no implica una represión –el bloqueo de nuestro desarrollo personal-, sino un ascenso a los niveles donde se da el encuentro. Supone, por tanto, la elevación a lo mejor de nosotros mismos. No hay aquí conflicto alguno entre lo que, de forma un tanto vaga, se denomina vida y espíritu. Hay colaboración en orden al logro del ideal de la persona. Lo ha visto Gustavo Thibon con perspicacia:

“El verdadero conflicto no se plantea entre la vida y el espíritu, sino entre (...) la comunión y el aislamiento (...). Y la solución del conflicto no consiste en escoger entre el espíritu y la vida, que no son más que partes del hombre, sino en optar por el amor, que es el todo del hombre. El amor y su unidad se adueñan de todo en el hombre, incluso del conflicto” (2).

De lo antedicho se desprende que nuestra forma de vivir es éticamente valiosa -es decir, justa- cuando se ajusta a nuestra realidad personal y a las realidades vinculadas con nosotros. Los problemas morales son, en buena medida, cuestiones ontológicas, relativas al modo de ser de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno vital.

Nuestra realidad humana es auténtica y verdadera cuando se traduce en vida generosa de encuentro, y ésta no puede darse plenamente si no hacemos una opción decidida a favor del bien, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad. Necesitamos el nivel 1 porque debemos cubrir múltiples necesidades, pero no hemos de considerar la satisfacción de éstas como nuestra meta en la vida. Ese nivel nos sirve de apoyo para ascender a niveles superiores (el 2, el 3, el 4), que vienen exigidos por nuestra realidad de personas, si la vemos en su última raíz.



LA ACTITUD ADECUADA A LOS DISTINTOS NIVELES
Alfonso López Quintás
05/09/2011

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El gran pedagogo que fue Romano Guardini, buen conocedor de los enigmas de la persona humana, destaca una y otra vez el vínculo que media entre la vida espiritual sana y la atenencia del hombre a los grandes valores: la verdad, el amor, el bien, la justicia... Leamos atentamente el texto siguiente, que nos adentra en las profundidades del nivel 3:


ALEJADO DE LA VERDAD Y EL AMOR, EL ESPÍRITU ENFERMA (Romano Guardini)
“La vida del espíritu -y esto caracteriza su modo de ser- no depende sólo de los seres, sino también y radicalmente de lo que es fuente de autenticidad: la verdad y el bien. Si se aparta de ambos, entra en peligro. (...) Si abandona la verdad, el espíritu enferma. Este abandono no tiene lugar cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque sea con frecuencia, sino cuando deja de considerar la verdad como vinculante; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma del espíritu. Lo cual no se traduce necesariamente en perturbaciones psicopatológicas; un hombre así podría incluso ser muy fuerte y tener éxito. Pero estaría enfermo, y un observador penetrante en cuestiones no sólo psíquicas sino también espirituales lo advertiría. Esa disfunción podría, sin embargo, afectar a la vertiente psíquica y causar perturbaciones patentes. De esta enfermedad no le podría curar ninguna simple psiquiatría, sino que debería convertirse. Y tal conversión no sería realizable con un sencillo acto de voluntad. Consistiría en un verdadero cambio de actitud y sería más dificultosa que cualquier tratamiento terapéutico”.

“De tales consideraciones se desprende que parece también posible que la persona como tal corra peligro cuando nos desvinculamos de las realidades y normas que son la garantía de la persona: la justicia y el amor. La persona enferma si abandona la justicia. No cuando comete injusticia, aunque sea a menudo, sino cuando abandona la justicia. Ésta significa el reconocimiento de que las cosas tienen su propio modo de ser –su esencia- y la disposición a salvaguardar esas esencias y la ordenación entre las cosas que de ellas se deriva. Como persona, el hombre, sin ser Dios, es autónomo y capaz de tomar iniciativas. La condición para que este modo de ser tenga pleno sentido es que el hombre se mueva dentro del orden que viene dado por la verdad, y en esto consiste ser justo y convertir la justicia en la tarea por excelencia de la propia vida. La persona finita sólo tiene sentido si se orienta hacia la justicia; si se aparta de ella, corre peligro y se convierte en un peligro: un poder desordenado. Justamente por ello enferma como persona. Está como fuera de sí...”.

“Igualmente decisivo para la salud de la persona es el amor. Amar significa percibir lo que hay de valioso en los seres distintos de uno, sobre todo los personales; sentir su validez y descubrir que es importante que perdure y se desarrolle; preocuparse a fondo por este desarrollo como por algo propio. El que ama camina constantemente hacia la libertad; hacia la liberación de sus propias cadenas, es decir, de sí mismo. Pero, justamente, cuando se elimina a sí mismo de su mirada y su sentimiento, llega a su plenitud. Se abre un horizonte en torno a él, y, a medida que lo hace propio, adquiere espacio para desplegarse. El que sabe de amor conoce esta ley: que sólo al salirnos de nosotros mismos se ensancha nuestro espacio interior, y en éste se realiza lo que nos es más propio, y todo florece. Y en este espacio tiene lugar también el auténtico crear y la actividad pura; todo aquello que testifica que el mundo merece existir. En cuanto la persona renuncia a este amor, enferma. No enferma todavía cuando actúa contra él, lo viola, cae en el egoísmo o en el odio, sino cuando lo reduce a algo poco serio y rige su vida con criterios de cálculo, prepotencia y astucia. Entonces la existencia se convierte en una cárcel. Todo se cierra en sí mismo. Las cosas oprimen. Todas las realidades se vuelven interiormente ajenas y hostiles. El sentido último y evidente de las mismas desaparece. El ser ya no florece”
(1).

(1) Cf. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, págs. 96-98; Mundo y persona, Encuentro, Madrid 2000, págs. 106-108.
Alfonso López Quintás
11/07/2011

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1. Lo decisivo es la actitud humana ante los distintos modos de realidad

Hemos visto anteriormente que, en el nivel 2, podemos establecer relaciones cada vez más valiosas y creativas con realidades de rango progresivamente superior (el ordenador, el piano, el libro, la persona...). Si las tratamos con actitud dominadora y posesiva, tendemos a hacer tabla rasa de esas diferencias y reducimos tales realidades al nivel 1, tomándolas como medios para nuestros fines, simples “objetos que están ahí a nuestra disposición”. Sabemos bien que son relaciones distintas las que creamos con un ordenador, con un instrumento musical, con un libro, con una persona, y que, al tomarlos como simples utensilios para cubrir nuestras necesidades, no los reducimos a meros objetos. Pero lo cierto es que, si adoptamos una actitud egoísta, no reparamos tanto en la valía de dichas realidades -en su capacidad de ofrecernos posibilidades con cierto poder de iniciativa- cuanto en el hecho de que pueden satisfacer nuestras necesidades y deseos.

Es importante distinguir los diversos modos de realidad con los que entramos en relación, pero lo decisivo es si adoptamos ante ellos una actitud de respeto, de adecuación a sus exigencias, o bien una actitud banalmente utilitarista. Sabemos bien que la tendencia egoísta al dominio suele volvernos toscos, elementales, insensibles al análisis cuidadoso de cuanto implican las distintas realidades de nuestro entorno. Por eso nos lleva a reducirlas a simples medios para satisfacer nuestros intereses. Con frecuencia, nos acostumbramos desde niños a manejar objetos de manera expeditiva (nivel 1) y luego aplicamos esa forma de trato a realidades -utensilios, instrumentos, libros, personas, instituciones- que, merced a las posibilidades que pueden ofrecernos, están llamadas a ejercer en nuestra vida un papel relevante si las tratamos con el debido espíritu colaborador (nivel 2).

Esta actitud empobrecedora nos quita libertad interior y nos somete a las situaciones externas en que nos hallemos. Si éstas son desconsoladoras, no sabremos cómo levantar el ánimo. Ello explica que en situaciones límite, como las propias de los campos de concentración, la única salvación posible sea mirar hacia lo alto, es decir: asumir el ideal de la unidad y consagrar la vida a realizarlo. Esta consagración permitió a no pocos reclusos orientar todo su dinamismo personal hacia el bien, situarse por encima de la mezquindad espiritual de quien pretendía envilecerlos mediante el poder destructivo de las vejaciones y alcanzar cotas de gran dignidad (1). Estamos, con ello, en el nivel 3. (En la Sección "Conferencias y artículos" puede leerse un texto magistral de Romano Guardini sobre la vinculación de nuestra salud espiritual y la fidelidad a la verdad y al amor).

2. Integración de los niveles positivos

La experiencia propia del nivel 4 -el religioso- hace posible la del nivel 3 -el axiológico-, que es, a su vez, la base de la vida de encuentro propia del nivel 2, el antropológico. En un ser corpóreo-espiritual como es el hombre, estos tres niveles se apoyan en el nivel 1. Y, viceversa, la vida en el nivel 1 adquiere un sentido personal en las experiencias propias del nivel 2, que, para ser auténticas, remiten al nivel 3, que, a su vez, requiere la fundamentación última del nivel 4. Esta implicación mutua y jerarquizada de los cuatro niveles es la base de su interna riqueza y del papel decisivo que juegan en nuestro desarrollo personal. Veámoslo sucintamente.

1. Por nuestra condición corpórea, los seres humanos debemos cubrir ciertas necesidades materiales. Para satisfacerlas, hemos de movilizar a menudo los servicios de otras personas. Si alguien trabaja fuera de casa para aportar a ésta un salario, tiene derecho a esperar que alguien dedicado a las labores domésticas le prepare la comida y le arregle la ropa. Esto no implica egoísmo ni afán de dominio, pues viene exigido por el reparto de papeles y puede y debe hacerse con una actitud de mutuo respeto y estima.

2. Sucede, no obstante, que, al estar dotados de espíritu, no podemos quedarnos en una relación de mero trueque de servicios. Al tiempo que gratificamos el servicio que se nos presta, debemos otorgar felicidad a los demás, que son personas, no meros robots destinados a realizar una función determinada. La felicidad se da en el encuentro, y éste exige ante todo una actitud de generosidad, desprendimiento y abnegación. No basta adoptar una actitud de pura reciprocidad, según la cual tanto doy cuanto recibo, o doy para recibir. Hay que optar por dar y darse. Esta opción nos eleva al nivel 2. Vemos aquí con claridad cómo se entretejen los niveles. La persona humana es muy compleja, y ninguna actitud se da en estado puro; remite a otras que la fundamentan y colman de sentido.

3. Por su condición corpórea y espiritual, el ser humano tiende por naturaleza a integrar sus diversas potencias, las instintivas y las espirituales, y a procurar que éstas orienten aquéllas hacia el encuentro, y por tanto, hacia el bien, la justicia, la belleza, la verdad y la unidad. El hombre vive como persona y se perfecciona ascendiendo a los niveles superiores, a través del proceso de éxtasis o de encuentro, que lo eleva a lo mejor de sí mismo porque lo aúna consigo y con los demás. Al ordenar nuestras potencias de abajo arriba -lo que implica una jerarquización-, establecemos paz en nosotros mismos y en nuestro entorno. En cambio, si autonomizamos nuestra tendencia a poseer y dominar y poner todas las realidades a nuestro servicio –actitud propia del nivel 1-, nos volvemos inauténticos, falsos, porque nuestra verdad de hombres se patentiza cuando nos abrimos para crear encuentros (nivel 2) de modo bondadoso, justo y bello (nivel 3). Ese poder de ordenar todas las potencias a la creación de modos de unidad relevantes es privilegio del espíritu. Bien entendida, la energía que procede de la opción por el ideal de la unidad no se opone a la energía que albergan las fuerzas instintivas. Cuando nuestra meta es lograr los modos más valiosos de unión, ambas formas de energía se complementan, no se oponen.

4. Nuestro organismo biológico se halla cerrado en sí. Aunque te quiera con toda el alma, mi corazón no puede bombear tu sangre si el tuyo enferma. Estamos aislados. Pero nuestro organismo, para subsistir, debe abrirse al entorno pues necesita aire, sol, alimento, agua... En cuanto personas, tenemos el privilegio único de poder contemplar todos los seres como algo distinto de nosotros, y decidir en nombre propio. Esta sorprendente autonomía se expresa en la breve partícula “yo”. La conciencia de poder decir “yo pienso esto y decido hacerlo porque lo quiero...”, nos inclina a sentirnos el centro de universo y olvidar que, si bien nuestro yo puede distanciarse de todos los seres del entorno, no puede alejarse de ellos. No hemos de olvidar nunca que nuestro ser es dinámico y su energía procede de dos centros: el yo y el tú, visto como el conjunto de las demás personas, las instituciones, los valores, todas las realidades que son para nosotros fuente de posibilidades.

5. Quedarse en el yo aislado reduce el alcance de nuestra realidad personal y la empobrece. Limita nuestro haz de relaciones al campo de nuestros intereses vitales, más egoístas que altruistas. Nos retiene en el nivel 1, frenando la tendencia natural hacia los niveles 2, 3 y 4. Lo ajustado a nuestra naturaleza espiritual es ejercitar la fuerza de unificación que proviene del espíritu. Hoy sabemos por la ciencia que los seres humanos somos “seres de encuentro”. Lo somos por ser “ambitales”, ya que cada ámbito tiende de por sí a abrirse a los demás, ofreciéndoles posibilidades y recibiendo las que ellos le otorgan. Al tender por naturaleza a vivir creando encuentros, somos seres “ambitalizables” y “ambitalizadores”, es decir, podemos recibir ayuda de otros ámbitos para enriquecer nuestra vida y podemos –y debemos- ayudar a otros a vivir plenamente su condición ambital, abierta. Por presentar estas tres condiciones, lo normal es vivir ascendiendo, unificando energías, creciendo al unirnos a cuanto nos rodea de forma bondadosa, justa y bella.

6. Este movimiento ascendente o “extático” viene promovido por las normas juiciosas que recibimos, desde niños, de personas dotadas de sabiduría, expertas en el conocimiento de las leyes del crecimiento personal. Esas normas nos instan a integrar nuestras energías en orden a la creación de unidad: “No nos cansemos de hacer el bien”, nos exhorta San Pablo. “Por tanto, siempre que tengamos oportunidad , hagamos el bien a todos...” (Gal. 6, 9-10). Las normas de este género nos instan a subir a niveles altos, vivir creativamente, considerar los niveles 2 y 3 como nuestro hogar. Si alguien nos dice que la cultura, el arte, la religión deben servir a la vida –entendida, de modo pseudoromántico, como una forma de actividad espontánea, no reglada por las normas procedentes del espíritu-, ya sabemos desde ahora que se nos sugiere, de modo reduccionista, renunciar al movimiento de ascenso que viene dado por el proceso de éxtasis y ponernos en peligro de caer por el tobogán del vértigo.

La vida biológica, con toda su trama de pulsiones vitales, encierra un gran valor. Toda actividad realizada con buena salud suscita cierta dosis de agrado. Lo agradable es valioso, no sólo por ser placentero sino por indicarnos que estamos ante algo saludable. Pero reducir toda actividad a fuente de goce es un reduccionismo ilegítimo, ya que el valor de lo agradable debe supeditarse a otros valores superiores; pensemos en la propia salud y en el bien de los demás. Para realizar un valor superior –por ejemplo, cuidar a un enfermo-, debemos con frecuencia renunciar a valores inferiores, como puede ser un rato de descanso. Pero esa renuncia no implica una represión –el bloqueo de nuestro desarrollo personal-, sino un ascenso a los niveles donde se da el encuentro. Supone, por tanto, la elevación a lo mejor de nosotros mismos. No hay aquí conflicto alguno entre lo que, de forma un tanto vaga, se denomina vida y espíritu. Hay colaboración en orden al logro del ideal de la persona. Lo ha visto Gustavo Thibon con perspicacia:

“El verdadero conflicto no se plantea entre la vida y el espíritu, sino entre (...) la comunión y el aislamiento (...). Y la solución del conflicto no consiste en escoger entre el espíritu y la vida, que no son más que partes del hombre, sino en optar por el amor, que es el todo del hombre. El amor y su unidad se adueñan de todo en el hombre, incluso del conflicto” (2).

De lo antedicho se desprende que nuestra forma de vivir es éticamente valiosa -es decir, justa- cuando se ajusta a nuestra realidad personal y a las realidades vinculadas con nosotros. Los problemas morales son, en buena medida, cuestiones ontológicas, relativas al modo de ser de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno vital.

Nuestra realidad humana es auténtica y verdadera cuando se traduce en vida generosa de encuentro, y ésta no puede darse plenamente si no hacemos una opción decidida a favor del bien, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad. Necesitamos el nivel 1 porque debemos cubrir múltiples necesidades, pero no hemos de considerar la satisfacción de éstas como nuestra meta en la vida. Ese nivel nos sirve de apoyo para ascender a niveles superiores (el 2, el 3, el 4), que vienen exigidos por nuestra realidad de personas, si la vemos en su última raíz.


Alfonso López Quintás
09/07/2011

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No hace mucho me realizaron una entrevista en Televisión Española Internacional sobre un tema preocupante: la emergencia educativa. El tema parece haber interesado mucho a la audiencia, pues al día siguiente recibí más de trescientos correos de distintas partes del mundo. Es buen síntoma que las gentes se mantengan alerta ante fenómenos, como éste, que comprometen nuestro futuro.

Con la esperanza de que también suscite interés entre mis amables lectores, les ofrezco el texto íntegro del diálogo.


- Hoy se está hablando mucho de “Emergencia educativa”.

- Ciertamente. Intelectuales y dirigentes considerados hoy como un referente utilizan, a menudo, esta expresión cuando abordan el problema educativo, y diversas asociaciones de gran calado cultural y social están dedicando gran esfuerzo a analizar la situación actual, para ver de encontrar una salida airosa a esta crisis pedagógica.

- ¿Qué se quiere indicar, exactamente, con la expresión “Emergencia educativa”?

- Hay dos tipos de emergencia educativa. Uno indica el hecho de que los alumnos presentan un grado de ignorancia inaceptable en cuestiones académicas básicas. Tal fallo puede superarse si se aumenta debidamente el nivel de exigencia y se concede la necesaria autoridad al profesor.

El segundo tipo de emergencia se refiere a la calidad de la enseñanza humanista. Se trata de una situación límite, de graves consecuencias. No se alude sólo a un problema grave, ni a una serie de problemas que puedan ser tratados uno a uno para mejorar la situación. Se quiere indicar que es el conjunto de la situación el que se tambalea peligrosamente, y se requieren soluciones que vayan a la raíz del problema y planteen el tema educativo sobre nuevas bases, más sólidas y fecundas.

- ¿Cree usted que nos hallamos en una situación de emergencia, en el segundo aspecto?

- Lamentablemente sí, en buena medida. Y ello requiere un estudio profundo, pues se trata de una quiebra radical de la forma de pensar. Cuando un alumno dice que “no hay que buscar la verdad, porque cada uno tiene la suya”, nos deja descolocados a profesores y alumnos, literalmente nos desquicia, porque el quicio o eje del proceso formativo es la búsqueda en común de la verdad, es decir, de la realidad tal como se nos patentiza a lo largo de la vida. Si un alumno dice al profesor: “Usted tiene su verdad y la respeto, pero yo tengo la mía y usted debe respetarla”, parece que es muy respetuoso y procura el consenso y la concordia, pero anula nuestra capacidad de conocer la realidad y atenernos a ella, con lo cual mina la base del entendimiento entre formadores y alumnos, y, en general, entre personas y pueblos. Cuando este desgajamiento se hace general, se produce una situación de emergencia educativa.

Si los alumnos de filosofía contemporánea desconocen que Max Scheler y Nicolai Hartmann escribieron sendos libros sobre Ética, están desinformados. Necesitan ampliar sus conocimientos de Historia de la Ética. Pero, si afirman que la libertad y las normas se oponen siempre, les falla la forma de pensar. Piensan sólo en un nivel elemental y aplican esa forma de pensar a los niveles superiores, sin matización alguna. Cuando lo hacen porque ignoran que hay que distinguir niveles de realidad y de conducta, entonces el fallo en la forma de pensar es todavía más profundo; afecta a las bases de su pensamiento. En cuanto este fallo se propague, da lugar a una emergencia educativa.

- ¿Es posible, a su juicio, superar esta situación de emergencia? ¿Tiene algún método para ello?

- Afortunadamente, sí. Debido a una serie de malentendidos y prejuicios, se ha producido una especie de bloqueo intelectual en multitud de personas, especialmente niños y jóvenes. Es necesario conseguir que éstos se liberen de tales malentendidos por propia experiencia. De ahí que mi método –promovido por la Escuela de Pensamiento y Creatividad- no se dirija tanto a “enseñar contenidos” cuanto a “ayudar a niños y jóvenes a descubrir claves de orientación”.

- Me temo que este método de ayudar a descubrir debe de ser más difícil que el mero enseñar lo que uno ya sabe…

- Al principio sí, porque transmitir las enseñanzas por vía de búsqueda exige al profesor asimilar muy bien las ideas y adoptar un método muy bien articulado, pero luego todo marcha mucho mejor, pues cada descubrimiento que hacemos nos dispone para el siguiente. Voy a hacer, en esquema, una experiencia de descubrimiento, y veremos lo que avanza un joven en cuanto a descubrir los distintos modos de libertad. Yo le invito a que haga conmigo esta experiencia:

Figúrese que tengo un fajo de papel. Puedo hacer con él lo que quiero. Es un objeto, y dispongo de absoluta libertad para usarlo como medio para mis fines, o canjearlo por otro, o simplemente desecharlo… A este plano de los objetos y de nuestra capacidad de dominarlos y manejarlos para nuestros fines vamos a llamarle nivel 1.

Ahora bien. Si escribo en ese papel una obra musical, lo transformo en partitura. La partitura es una realidad superior al papel, pues tiene la capacidad de revelarnos una obra musical. Pertenece a un plano más alto que el de los meros objetos: el plano de las realidades “abiertas”, expresivas, capaces de ofrecernos posibilidades de actuar con sentido. Está, por tanto, situada en el nivel 2. Con el papel puedo hacer lo que quiera, pero con la partitura no. Si quiero interpretarla al piano, debo seguir sus instrucciones. Y, cuanto más obediente le sea, más libre me siento, pero con otro tipo de libertad, la libertad creativa. Pierdo, con ello, en buena medida mi libertad anterior, la libertad de maniobra, pero adquiero una forma de libertad superior. Tener libertad creativa significa aquí que interpreto la obra con soltura y destreza. Pero interpretar bien una obra es crearla de nuevo. Al renunciar a la libertad de maniobra, gano capacidad creativa, y, con ella, el poder de unirme a la obra con un tipo de unión muy estrecha, una unión de intimidad.

Ahora vemos claramente que, en este nivel 2, la libertad y las normas no se oponen; se complementan y enriquecen. Comprender bien esto nos da una luz inmensa. Si alguien me dice que la libertad y las normas se oponen, le contesto con toda precisión: en el nivel 1, sí; en el nivel 2, no, porque aquí sucede todo lo contrario: la libertad y las normas se exigen mutuamente y se ayudan a abrir todo un campo de creatividad. Esa capacidad creativa me perfecciona como persona. En cambio, el que se obstina en dar por supuesto que las normas se oponen a la libertad, ciega la fuente de su capacidad creativa, y rebaja la calidad de su vida personal.

- ¿Puede descubrirse esto mismo con un ejemplo tomado de la literatura, que es más accesible que la música para la mayoría?

- Por supuesto. Si declamo un poema, siento por propia experiencia que el poema influye sobre mí, me ofrece sus posibilidades estéticas, y yo influyo sobre él. Los dos colaboramos a partes iguales, ambas indispensables. Es otra fuente de luz, porque me enseña a vivir –pensar, sentir, decidir…- de forma dialógica, relacional. Al pensar así, veo con toda lucidez dos ideas decisivas para mi vida:

1) mi libertad creativa se coordina muy bien con la obediencia a quienes tienen autoridad sobre mí, autoridad en el sentido de capacidad promotora, enriquecedora. (Ya sabemos que autoridad procede del verbo latino augere, que significa promover);

2) yo desempeño un papel ineludible en el conocimiento de los valores, y éstos no se me revelan si no estoy dispuesto a asumirlos activamente y realizarlos, pero yo no soy dueño de los valores. Con esto se supera el malentendido del relativismo subjetivista, que quiere enaltecer al sujeto y acaba achicando sus espacios interiores, el horizonte de su vida, su creatividad.

- ¿Sirve también este método para formar a los jóvenes en el desarrollo y ejercicio de la afectividad?

- Muchísimo. A un joven que conoce los niveles de realidad ni se le ocurre confundir el amor personal con la mera apetencia, porque ésta se da en el nivel 1, el del manejo de objetos para la propia satisfacción; y el amor personal surge en el nivel 2, el del respeto, la estima y la colaboración. Si un chico le dice a una chica que la ama con toda el alma, pero lo que ama es el agrado que le producen sus bellas cualidades corpóreas, tergiversa la realidad, porque no la ama, la apetece; la toma como un medio para sus fines, y la rebaja así al nivel 1, en el cual no hay todavía amor personal, sino saciedad de una apetencia. Un pastel podemos apetecerlo, pero no amarlo. A la persona podemos empezar por apetecerla porque nos atrae, pero, mientras la apetencia no se transforma en amor –al ascender al nivel 2-, no podemos decir que la amamos.

Este ascenso constituye la tarea del noviazgo. Para realizarla, los novios necesitan descubrir lo que es el encuentro, bien entendido. Si no lo saben, corren peligro de pensar que amar significa sencillamente saciar una apetencia. Esto supone un empobrecimiento lamentable del amor, pero, si nos movemos en el nivel 1, no nos damos cuenta del estado de pobreza en que vivimos. Por eso es tan importante, realmente decisivo, que los niños y los jóvenes descubran los niveles de realidad en que podemos vivir. Al hacerlo, aprenden a distinguir los diversos afectos y actuar con poder de discernimiento. Estas capacidades constituyen la formación ética.

- ¿Ha hecho usted experiencias concretas de esto con los jóvenes?

- Con frecuencia y en diversos lugares de España e Iberoamérica. En un memorable programa de TVE, dos grupos de jóvenes sostuvieron un debate acerca del amor. Un grupo defendía el amor libre, es decir, el ejercicio de la sexualidad sin cauce alguno, sin relación con el amor personal y la creación de un hogar. El otro era partidario del amor comprometido, creador, abierto a la donación de nueva vida. Éstos sabían distinguir los conceptos, los niveles, las actitudes. Razonaban sus puntos de vista con una sorprendente madurez. Al día siguiente, muchos televidentes se preguntaron de dónde habían salido estos chicos, quién los había formado. La respuesta fue muy sencilla: esos chicos habían hecho un curso sobre el arte de pensar bien y habían ordenado la mente.

- Se trata, sin duda, del mismo curso que ahora ofrece en Internet la "Escuela de Pensamiento y Creatividad"...

- Ese curso, ampliado y mejorado, dio lugar a los tres cursos que estamos impartiendo on line con el título de “Experto universitario en creatividad y valores”. Quienes realicen los tres cursos adquieren este titulo universitario. Los que sólo cursen uno, reciben un certificado oficial. Información sobre los cursos se halla en la WEB de la "Escuela" ( www.escueladepensamientoycreatividad.org). Una idea muy condensada de los mismos la expongo en el libro Descubrir la grandeza de la vida (editorial Desclée de Brouwer, Bilbao).

- ¿Resultan muy difíciles estos cursos?

- Las personas un tanto formadas no encuentran mayor dificultad en asumirlos y asimilarlos. Naturalmente, se requiere alguna dedicación, pues se trata de adquirir un arte, el arte de pensar con precisión y expresarse de forma ajustada a las distintas formas de realidad. Como todo arte, también éste requiere ejercicio, pero, a medida que éste nos procura destreza, vemos compensado el esfuerzo. Mis alumnos en la universidad suelen andar un poco náufragos al principio, pero, en cuanto se familiarizan con el método, están felices, pues notan que saben distinguir los conceptos, los niveles, los distintos modos de libertad…, y se sienten más libres al razonar. “¡Ahora todo encaja!”, suelen decir. De verdad que encaja, y por eso resulta tan fecundo y sugerente para la labor formativa de las tutorías escolares.

- En alguno de sus libros, habló usted de la necesidad de que los profesores sean no sólo “informadores” sino también “formadores”

- Ciertamente, y este perfeccionamiento puede conseguirse muy bien con el método que he elaborado. Si se aplicara en los centros escolares, con un guía un tanto experto, se abrirían vías fecundas para superar el peligro de la "emergencia educativa”. Pero esta cuestión exige más tiempo para exponerla.

- Le dedicaremos, con gusto, otra entrevista.
Alfonso López Quintás
30/06/2011

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En principio, Sartre concibió La náusea en forma de ensayo filosófico y le dio el título de «Melancholía», en recuerdo del famoso grabado de Durero, por el que sentía gran predilección. A instancias del editor Gallimard, cambió el género ensayístico por el novelístico y puso a la obra un título más agresivo y ambiguo: La náusea(1). Esta segunda versión fue terminada en 1934. En 1936, la editorial Gallimard rechazó la propuesta de publicación; la aceptó en la primavera del año siguiente. La publicación tuvo lugar en 1938.


EXPRESIÓN NOVELÍSTICA DE UNA INTUICIÓN FILOSÓFICA. "La náusea", de Jean-Paul Sartre
El trasvase de un contenido filosófico al género novelístico tuvo por resultado una obra marcadamente ambigua y, como tal, poderosamente expresiva. La expresividad es, a menudo, fruto de la interacción brusca de elementos significativos diversos. De ahí la potencialidad expresiva de la metáfora y las extrapolaciones de conceptos.

Esta interacción de elementos extraños da lugar a un género literario falso (Brice Parain), en sentido de híbrido (2). Tal hibridismo responde a una intención manifiesta del mismo Sartre: «Expresar en forma literaria verdades y sentimientos metafísicos»(3). La idea filosófica que Sartre deseaba exponer era la de la «contingencia» o no-necesidad de los seres. Para dotar a esta idea de ropaje novelístico, Sartre desciende al nivel de la experiencia humana y adopta un estilo narrativo en primera persona. La narración novelesca describe las diversas fases de las distintas experiencias realizadas, sobre todo por el protagonista. Ello confiere al relato la indispensable unidad y tensión dramática.

A través de diferentes anécdotas y episodios, descritos con técnicas estilísticas diferentes, Sartre intenta mostrar cómo el protagonista, Antoine Roquentin, va experimentando un profundo cambio en su modo de ver las cosas y, consiguientemente, en su actitud hacia el entorno. Es una aventura intelectual y vital al mismo tiempo, pues al cambio en la valoración de las cosas sigue una mutación en el modo de valorar la vida y conducir la propia existencia. En realidad, el sentido de lo que son las cosas se alumbra en el trato del hombre con las mismas. De ahí que la vertiente intelectual y la vertiente práctica de la existencia humana vayan profundamente vinculadas.

Debido a las exigencias del estilo novelesco de narrar, esta multiforme experiencia de Roquentin no aparece a los ojos del lector de modo articulado y sucesivo, sino fragmentado y discontinuo. Se requiere particular atención para no reducir este proceso experiencial a una sola de sus fases, como acontece cuando se identifica la experiencia de Roquentin con la experiencia de la raíz en el jardín (4) .

Nuestro análisis pondrá singular interés en destacar la génesis y el sentido cabal de la doble experiencia que lleva a Roquentin, en principio, al sentimiento de la «náusea» y a la revelación de la «contingencia» de todo, y, posteriormente, le permite vislumbrar una puerta de salvación en la creatividad estética. Los temas de la investigación histórica, la aventura, el erotismo, el humanismo y otros semejantes que constituyen la trama argumental de la obra sólo serán considerados en cuanto esclarecen la experiencia fundamental del protagonista.

Roquentin se muestra deslumbrado por la vertiente «objetiva» de las cosas (vertiente mensurable, asible, verificable por cualquiera) y por la consiguiente posibilidad de unirse fusionalmente a ella (nivel 1). Simultáneamente, siente añoranza por un modo de realidad superior, metaobjetiva, con la cual el hombre pueda relacionarse a distancia de perspectiva y fundar un verdadero campo de libre juego, es decir, un ámbito de libertad (nivel 2). Se ve atraído por la fascinación de lo objetivo (lo corpóreo, sensible, asible, susceptible de darse a conocer por vía de inmediatez táctil) y experimenta un profundo horror ante la posibilidad de empastarse o coagularse en lo meramente objetivo, pues –no obstante la intensidad fascinante, embriagadora, con que se vincula a los objetos– sigue teniendo conciencia viva de ser un hombre y no una mera cosa.

Esta doble orientación de la experiencia de Roquentin compromete el tema de la relación del hombre con las realidades del entorno, y consiguientemente, el tema de la temporalidad (esencial asimismo en la obra de Beckett Esperando a Godot).

Análisis sintético de las experiencias nucleares

Toda lectura debe ser una re-creación de la obra. Para volver a crear una obra, el lector ha de asumirla como si la estuviera gestando por primera vez; debe tomar sus elementos integrantes -conceptos, frases, escenas...- en su albor, en su interno dinamismo, en su poder de vibración, en su capacidad de conferir cuerpo expresivo a mundos de sentido, es decir, de vida en relación. Ello es posible si lee los textos a la luz ganada en la propia experiencia, experiencia tematizada, ahondada y articulada a través de una reflexión filosófica rigurosa que permita ver la trabazón estructural de acontecimientos, conceptos y términos.

Gabriel Marcel, a la luz de su triple experiencia de filósofo, músico y dramaturgo, subrayó el carácter creativo de toda interpretación auténtica:

"Interpretar un texto literario implica una verdadera creación, como sucede con el intérprete musical que quiere descubrir el sentido profundo de una obra más allá de su significado inmediato que cualquier conocedor de la escritura musical puede ver en los signos de la partitura. Esta interpretación creadora es una ´participación´ efectiva en la inspiración misma del compositor" .

Rehagamos, como ejercicio de lectura creativa, participativa, las tres experiencias básicas de Antoine Roquentin, protagonista de La Náusea.

1. La experiencia de la raíz. Roquentin se halla sentado en un banco del jardín, mirando fijamente la raíz de un árbol (6) . De repente, siente que todo el mundo de las significaciones desaparece, y las realidades se funden y nivelan en un magma amorfo, carente de cualificación y razón de ser; injustificado, contingente, sobrante. Todo está de más, y el suicidio no disminuirá en grado alguno el número de seres oprimentes, abotargantes, pues los "huesos mondos y lirondos bajo la tierra también estarían de más".

Al terminar la lectura de este pasaje, uno se pregunta cómo la mirada de la raíz puede provocar esta interpretación de lo real. He aquí el punto nuclear de la obra que todo intérprete o hermeneuta ha de intentar esclarecer. Para lograrlo, debemos ahondar en los diversos modos de mirada. El análisis de los pasajes anteriores de la obra nos permite entrever que se trata aquí de una mirada fija, obsesionada, fascinada; una mirada sin distancia. Recordemos que el conocimiento humano auténtico supone una relación de presencia con la realidad conocida, y la presencia debe conseguirse conjugando una forma de inmediatez y otra de distancia (7). Si hacemos la experiencia de la fascinación, advertimos que ésta fusiona, empasta, anula la capacidad de crear un campo de libre juego entre nosotros y la realidad que nos fascina, y, con ello, extingue la luz que brota en este campo de iluminación y permite captar el significado de las realida¬des que lo fundan (8). Una realidad sin significado es absurda. Por eso, cuando repetimos maquinalmente -es decir, no creadoramente- un nombre conocido -por ejemplo, mesa-, acaba pareciéndonos absurdo. Al relajar la atención y decir "mesa, mesa, me/samé, samé...", la palabra "mesa" se reduce a una cascada de sonido, a un susurro. Una vez situada la palabra en un nivel meramente sensible, su significado se desvanece. Estamos en el estadio inferior del nivel 1 (nivel 1 a). El significado de la raíz se alumbra cuando se considera su relación con otras realidades a ella conexas. Seguimos en el nivel 1, pero hemos subido unos peldaños pues nos hemos elevado al mundo de las relaciones, en el que se alumbra el significado (nivel 1 b).

Un proceso análogo tiene lugar respecto a la vista cuando se adopta una actitud de relax extremo, opuesta a la tensión propia de la creatividad. Al mirar Roquentin la raíz con este tipo de mirada fascinada, fusionante, carente de la distancia que exige el juego (nivel 1 a), las cosas pierden para él su significación peculiar, y los nombres dejan de ser lugares de vibración de las realidades a que aluden. Los nombres adquieren su significado propio en el dinamismo de la interrelación creadora entre el hombre y las realidades del entorno (nivel 1 b). Anulado este dinamismo, los hombres y las cosas se escinden, y éstas pierden su significado peculiar. Las cosas, aisladas de sus nombres y de las tramas de interrelaciones que les dan una significación peculiar, se le aparecen a Roquentin como grotescas, informes, deformes, excesivas, masivas, empeñadas tercamente en imponer su existencia sin una justificación interna de la misma.
Alfonso López Quintás
29/06/2011

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Al recorrer –en entregas anteriores- las doce fases de nuestro desarrollo personal, advertimos la importancia de distinguir diversos niveles o modos de realidad y de conducta. Al hacerlo, ganamos una valiosísima clave de interpretación de la vida humana. Para orientarnos en la vida, hemos de tener una idea clara de los ocho niveles de realidad y de conducta –cuatro positivos y cuatro negativos- en que podemos vivir.


Un transeúnte vio a un niño que llevaba un niño más pequeño a cuestas y le dijo: “¿Cómo cargas tu espalda con semejante peso?” El niño le contestó: “¡No es un peso, señor; es mi hermano!”. ¿En qué nivel se hizo la pregunta y en cuál se dio la respuesta? El niño intuía que llevar con afecto a un hermano a la espalda (nivel 2) implica cargar con un peso (nivel 1), pero no se reduce a ello. Qué es lo que implica de más podemos determinarlo con precisión si analizamos cuidadosamente los ocho niveles de realidad y de conducta.

Para comenzar, lo decisivo es distinguir con lucidez los niveles 1, 2 y 3.

• El nivel 1 es el propio de los objetos, o de realidades superiores tratadas como si fueran objetos.
• El nivel 2 es el de los “ámbitos” -o “realidades abiertas”-, la creatividad y el encuentro.
• En el nivel 3 se da la opción incondicional por los grandes valores: unidad, verdad, bondad, justicia, belleza...

Una vez indicadas estas características de los tres primeros niveles, conviene matizar más y distinguir dentro de cada nivel diferentes planos. Ello nos permite descubrir las características de los restantes niveles y configurar un mapa bastante claro y preciso del diferente rango que tienen las realidades que tratamos a diario y de las actitudes que debemos adoptar frente a ellas.

En esta aportación y las siguientes describiré los cuatro niveles positivos, luego analizaré los niveles negativos.

1. Los niveles positivos

Nivel 1 a)

Cuando me uno a una realidad y me fusiono o empasto con ella, sin tomar distancia alguna que me permita verla en relación con otras realidades, me pierdo en ella y no puedo conocerla (1) . La unión fusional que gano con esa realidad parece muy intensa -y puede serlo en el plano de las sensaciones y las emociones psicológicas-, pero es muy pobre en cuanto a creatividad. De hecho, no creo un modo de unión sólido y estable con dicha realidad. Me hallo en el nivel 1 a. En él vive quien se entrega a la fascinación de las puras sensaciones, sin impulso creativo alguno, sin voluntad de conocimiento y de lenguaje. Renuncia, con ello, a la vida propia del estado de vigilia.

Ahora podemos comprender por dentro el sentido profundo del mito de Orfeo y Eurídice. Hoy sabemos que el sentido vulgar del término “mito” -visto como la narración de algo irreal, producto de una mera ficción-, debe ser superado. El mito intenta sugerir aspectos muy hondos de la vida humana con un lenguaje sencillo, propio de la narración de anécdotas cotidianas. En el mito de Orfeo se advierte a éste que, si quiere retener consigo a Eurídice, debe pasar una noche sin mirarla al rostro. Aceptan ambos la prueba, y, cerca del alba, tiene lugar entre ellos este diálogo:

Eurídice: “El día va a levantarse pronto, querido, y podrás mirarme...”
Orfeo: “Sí, hasta el fondo de tus ojos, de un golpe, como en el agua (...). Y que me quede allí, que me ahogue allí...”
Eurídice: “Sí, querido”.
Orfeo: “... ¡Es intolerable ser dos!”. “Estamos solos. ¿No crees que estamos demasiado solos?”
Eurídice: “Apriétate fuerte contra mí”. “No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más”.
Orfeo: ¿Crees que esto es a lo que llaman felicidad?”
Eurídice: “Sí, tu mano es feliz en este momento. Tu mano no me pide más que estar ahí, dócil y caliente bajo ella. No me pidas nada tú tampoco. Nos amamos, somos jóvenes; vivamos. Acepta ser feliz, por favor...”
Orfeo: “No puedo”.
Eurídice: “Acepta, si es que me amas”.
Orfeo: “No puedo”.
Eurídice: “Pues cállate, al menos”(2).


Al hablar Orfeo de unirse profunda y establemente a Eurídice, emplea el verbo “ahogarse”, que implica un modo de fusión anegante, en el que se anula no sólo toda actividad creadora sino incluso el acto biológico básico de respirar. Es llamativo que se confunda la exultante unión amorosa (nivel 2 d) con un acto de asfixia biológica, que, de ser voluntario, pertenecería al nivel -3.

Al plantear el tema del amor de esta forma errónea, Orfeo estima que, por ser distintos, somos inevitablemente distantes y extraños, de modo que estamos condenados a una situación insufrible de soledad. Sabemos que hay diversas formas de soledad, entre las que descuellan a) la soledad fecunda de quien se recoge para unirse más profundamente al entorno, sobre todo a las realidades más valiosas, b) la soledad de desarraigo, provocada por la ruptura de toda forma de encuentro con los seres que nos ofrecen posibilidades de vida creativa. Orfeo no repara en que la soledad constructiva se da en el nivel 2 -en sus cuatro modalidades: a, b, c, d- y se destruye en el nivel 1 a, con su tendencia a entregarse a relaciones fusionales, que constituyen modos diversos de vértigo y embriaguez (3) .

Tampoco Eurídice advierte que el problema de la soledad destructiva sólo puede resolverse por vía de elevación, ascendiendo a los niveles 2 y 3. Por eso propone refugiarse en el nivel 1 a: tomar como un hogar las puras sensaciones y renunciar al uso del lenguaje. Piensa sin duda que el lenguaje nos aleja inevitablemente de la realidad en torno, olvidando que su función propia es distanciarnos para conceder a nuestra cercanía con los demás seres la necesaria perspectiva. Al carecer de “distancia de perspectiva”, no entramos en relación de presencia y de encuentro con las realidades que nos rodean (4) .

Por experiencia sabemos que sólo el encuentro nos lleva a la plenitud interior que genera alegría y entusiasmo y denominamos felicidad. Se equivoca, pues, Eurídice cuando sugiere a Orfeo que se limite a deslizar su mano sobre ella, pues la forma de agrado que reporta constituye –a su entender- un estado de felicidad para el ser humano. Orfeo rehúye cerrar de ese modo su horizonte amoroso, y Eurídice le advierte duramente que, si no puede hacerlo, al menos se calle, es decir, no provoque, al hablar, un distanciamiento respecto a ella que rompa el hechizo del contacto erótico.

Esta interpretación embosca el sentido esencial del mito de Orfeo y Eurídice. A Orfeo se le había advertido que, para conservar a su amada, recién recobrada, debería abstenerse, durante una noche, de mirarla al rostro. Sabemos que la noche significa, en buen número de textos, un tiempo de purificación, de modo afín a como el desierto es un espacio de prueba. La mirada es el sentido más posesivo después del tacto. El rostro es el lugar expresivo por excelencia de la persona. Pasar una noche sin mirar al rostro de una persona apetecida equivale a renunciar a la voluntad de poseerla y evitar, así, el peligro de confundir el amor personal con el afán de dominio.

Tránsito del nivel 1 a) a los niveles 1 b), 1 c) y 1 d)

Si dejo de estar empastado en las impresiones sensoriales y tomo distancia de perspectiva respecto a las realidades a las que accedo por los sentidos, me pongo en disposición de conocer lo que son y el rango que les compete.

Figurémonos que alguien me ordena almacenar unos ordenadores en mi despacho. En un primer momento, los considero como puros objetos que pesan y ocupan un lugar en el espacio. (Recordemos que los objetos son realidades mensurables, asibles, pesables, manejables, situables en un lugar o en otro…). Me muevo entonces en el nivel 1 b), el de los “puros objetos”, realidades que no me ofrecen posibilidades, al menos por ahora. Si, más tarde, tomo uno de ellos para mi uso, lo inserto en un proyecto vital mío y lo convierto en un “utensilio”; lo transformo en una realidad abierta y, de esa forma, lo “ambitalizo” en cierta medida.

Ascendemos, con ello, a un plano un tanto superior dentro del nivel 1; llamémosle nivel 1 c). El utensilio no puedo manejarlo a mi arbitrio, como si fuera un simple objeto; debo atenerme a las condiciones de uso. Pero lo tomo como medio para mis fines. Estamos todavía en el nivel 1, si bien un tanto por encima de la unión que tenemos con una realidad cuando nos fusionamos con ella o cuando la tomamos como un puro objeto, realidad mensurable, asible, pesable, manejable...

Al considerar a una persona como un medio para nuestros fines, suele decirse que la reducimos a “objeto” (nivel 1 b). En realidad, la rebajamos del nivel 2 al nivel 1 d), porque una persona nunca puede convertirse en objeto, ni en utensilio (nivel 1 c), como luego veremos.
Alfonso López Quintás
29/06/2011

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Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.





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