EL ARTE DE PENSAR. Alfonso López Quintás







Blog de Tendencias21 sobre formación en creatividad y valores

Estamos sumergidos en la descripción del modo de belleza que esmalta el nivel 1, el de las realidades infrapersonales. Y, de pronto, algunos científicos alzan la vista y nos instan a subir de golpe al nivel 4, el de las realidades religiosas.


El orden del universo nos eleva al nivel 4

La ciencia moderna, instaurada por Galileo y Newton, salió decidida en busca de las leyes que rigen el orden del universo. Advertir que el mundo no es caótico, procede con orden y mantiene su estabilidad durante siglos inspira a los investigadores un sentimiento de «profunda reverencia y de humildad mental frente a la grandeza de la razón encarnada en la existencia».

«Ahora bien ‒advierte Albert Einstein‒, esta actitud, a mi modo ver, es una actitud religiosa en el más alto sentido de la palabra», pues «justamente los hombres a quienes la ciencia debe sus logros más significativamente creativos fueron individuos impregnados de la convicción auténticamente religiosa de que este universo es algo perfecto y susceptible de ser conocido por medio del esfuerzo humano de comprensión racional. De no haber estado dotada esta convicción de una fuerte carga emocional, y de no haber estado inspirados en su búsqueda por el amor dei intellectualis de Spinoza, difícilmente habrían podido dedicarse a su tarea con esa infatigable devoción, única que permite al hombre llegar a las más encumbradas metas» (1).
En esta línea, Max Planck ‒fundador de la mecánica cuántica‒ advierte que el gran Johannes Kepler mantuvo su investigación científica a través de mil avatares gracias a su «fe profunda en la existencia de un plan definido detrás de la creación entera» (2). Esta idea la expuso también Werner Heisenberg de forma muy bella en varios pasajes de sus obras (3).

Análisis de la belleza en el mundo infrapersonal.

Alfonso López Quintás
28/07/2023

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Método tercero

Al ahondar, con admirable agudeza, en los últimos secretos de la materia y en las posibilidades expresivas del lenguaje matemático, los científicos actuales nos están abriendo vías insospechadas para la comprensión lúcida del fecundo nexo entre ciencia y belleza. Afortunadamente, algunos de los más destacados científicos conocen por experiencia el arte musical, que dispone nuestro espíritu para conseguir la flexibilidad y la agudeza que caracterizan la «mirada profunda». Las características de esta forma profunda de contemplar la realidad produjo un cambio en el estilo de pensar.


Formas de belleza características de los cuatro niveles positivos

Comencemos por el nivel 1

Cuando nos asomamos a los hallazgos últimos de la Astrofísica y la Física de las partículas elementales, sentimos en principio una especie de zozobra intelectual, pues nos parece entrar en un mundo evanescente, incapaz de ampararnos. No bien nos acomodamos a esta nueva concepción de la realidad, observamos con asombro que nos hemos introducido en un nuevo modo de pensar, de ver y expresarnos, y la vida humana nos presenta un aspecto grandioso. Lo describe de este modo sencillo y conmovedor, a la vez, el físico canadiense Henri Prat:

«Si hacemos una vez el esfuerzo de reflexionar sobre la verdadera complejidad del espacio que nos rodea, y del que formamos parte; si hemos comprendido que en él debemos incluir no sólo las tranquilizantes dimensiones euclidianas, sino el tiempo y la energía en sus múltiples formas, los campos de fuerza, la materia, la información, etc., no podemos ya sentirnos nunca más “como antes”: confortablemente asentados (...) sobre un suelo inmóvil, al hilo de un tiempo que transcurre plácidamente. Comprendemos que, en realidad, estamos inmersos en un torbellino de energía, de materia y de vida en ebullición, sobre una nave espacial gigantesca (el planeta tierra), lanzada velocísimamente por el Universo; que no somos sino partículas ínfimas y muy relativamente autónomas de este espacio multidimensional. (...) En esto consiste el gran salto actual hacia lo desconocido: el paso brutal del pequeño acerbo de conocimientos estables y bien etiquetados de nuestros abuelos a la cegadora explosión de la ciencia contemporánea; a la adquisición de fuerzas prodigiosas, de un dominio ilimitado de la naturaleza, de la apertura al espacio cósmico. Con todo lo que esto implica de magníficas posibilidades, pero también de riesgos de catástrofes si, en el gran cerebro del “mono desnudo”, la ingeniosidad prevalece sobre la inteligencia, la violencia sobre la armonía y el odio sobre el amor».

Es impresionante pensar que, en el fondo, todas las realidades terrestres venimos a ser un torbellino de energías estructuradas, que cabalgamos sobre una enorme bola de energía que gira en torno a otra mucho más voluminosa, en la cual la fusión atómica produce altísimas temperaturas, y gira, a su vez, en torno a otros astros, formando parte de la multitud de sistemas intervinculados que se extienden por espacios de amplitud inimaginable...

En virtud del modo de ser del universo estudiado hasta sus últimos reductos, la investigación física actual nos lleva a un cambio de mentalidad, de estilo de pensar. El modo de pensar “cosista” u “objetivista” no puede dar razón de los nuevos descubrimientos. La investigación física actual no ve la realidad como una especie de inmensa caja china, dentro de la cual se hallan cajas cada vez más pequeñas. Las más diminutas serían los átomos, y dentro de ellos las últimas partículas a las que se tiene hoy acceso. La física de las partículas elementales no interpreta éstas como cuerpos pequeñísimos, sino como “eventos”, acontecimientos, algo que aparece y se desvanece en tiempos mínimos. Un protón y un electrón no ocupan espacio, no son cosas permanentes, son centros de eficiencia o de acción transespaciales, inmateriales, inintuibles.

«Las partículas elementales ‒escribe Werner Heisenberg‒ son más bien un mundo de tendencias o posibilidades que un mundo de cosas y de hechos».

Relación, armonía y belleza

Al relacionarse esas energías primarias entre sí, dan lugar a las diversas formas de realidad física.

«(...) La materia ‒advierte H. Prat‒ no es más que energía “dotada de forma”, informada; es energía que ha adquirido una estructura. La destrucción parcial de esta estructura desencadena torrentes de energía hasta entonces tenida en reserva sabiamente en los pequeños edificios, más o menos estables, que son los átomos».

Una estructura es un conjunto ordenado de relaciones. Una relación es el ingrediente mínimo de una estructura. Lo expone así el físico y filósofo alemán Wolfgang Strobl:

«Los conceptos de relación (...) y de estructura (...) vienen a figurar, cada vez más, en el primer lugar y rango de las categorías científicas. Se impone la primacía de la totalidad e integración mutua sobre sus constituyentes». «(...) Todas las “cualidades” que adscribe la física a las partículas elementales ‒masa, niveles energéticos, estados cuánticos, carga eléctrica, carga nucleónica o número barónico, “spin” e “isospin”, paridad...‒ son conceptos relativos, o mejor: relacionales».

Estas admirables interrelaciones y estructuras las estudia la ciencia, con el ineludible medio del lenguaje matemático. La armonía interna de la realidad y el ajuste admirable de las estructuras de la realidad y las de la mente humana que elaboró las estructuras matemáticas son fuente de muy honda belleza. Lo expresa así el astrofísico y filósofo Manuel Carreira:

«Una teoría científica para que sea verdadera debe ser bella, es decir, ordenada, armónica. Lo que busca el científico en el universo es orden y armonía, y eso se traduce en belleza»

Alfonso López Quintás
22/05/2023

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Método tercero

En las exposiciones anteriores hemos visto que le belleza es un tema complejo, sumamente rico y difícil de definir, que implica delimitar. Más que marcar sus límites, hemos de adentrarnos en su campo de acción y mostrar algunas de sus características más destacadas. Hoy nos corresponde indicar tres aspectos o vertientes desde las cuales se intentó explicar el origen de la belleza: la vertiente de la armonía, la de la expresión, la de la trascendencia.


Tres criterios para explicar el origen de la belleza

a) El criterio de la armonía. Acabamos de observar que los griegos se inclinaron a pensar que la belleza surge como fruto de la armonía ‒suscitada, a su vez, por la proporción y la medida o mesura‒, fenómeno admirable que se manifiesta y concreta en varias categorías o conceptos básicos ‒repetición, simetría, contraste… ‒, que florecen en un modo singular de luminositas o esplendor. Este criterio de la armonía, el orden, la luz inspiró la orientación estética de Occidente ‒Santos Padres, Edad Media, Renacimiento…‒ hasta nuestros días. El caso del arquitecto Le Corbusier es bien expresivo.

b) El criterio de la expresión. Sin romper con el criterio clásico de la armonía, a lo largo del tiempo se aplicó el criterio de la expresión. Dominado por la angustia al descubrir que su sordera era total e incurable, el joven Beethoven compuso con ardor febril un Cuarteto para cuerdas. Tras el estreno en Viena, Mozart se le acercó y, tras felicitarle por su gran talento, le indicó que esta obra mostraba los sentimientos de forma demasiado descarnada. Beethoven le indicó que «la música debe expresar la vida humana». Mozart asintió, pero añadió: «Con tal de rendir el debido culto a la diosa Belleza». Beethoven se mostró dubitativo, y Mozart, acercándose a él, añadió: «Oye de nuevo el final de mi Don Giovanni, y verás lo que quiero decir». En el decisivo pasaje de la cena, Mozart muestra la implacable catástrofe del triunfante Don Juan ‒representante del nivel 1‒, que no resiste la confrontación con las exigencias éticas de los niveles 2 y 3, y las religiosas del nivel 4, representadas todas ellas en la figura del Comendador.

Alfonso López Quintás
24/02/2023

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Método tercero

El blog anterior terminaba mi exposición con este párrafo:

La belleza, para suscitar algún tipo de agrado, debe presentar ciertas condiciones, que la Estética ha ido descubriendo a lo largo del tiempo. La belleza causa alguna forma de agrado, pero no es causada por él: responde a la conjunción de varias cualidades, que hemos de precisar en cada nivel de realidad. Una realidad no es consideraba bella porque nos agrada al contemplarla. Más bien a la inversa: nos agrada porque reúne las condiciones de lo bello. Estas condiciones cambian de un nivel a otro; consiguientemente, hemos de ajustar nuestro concepto de agrado y de belleza al modo de ser de cada uno de los niveles.


LA BELLEZA QUE SALVA, II


1. Concepción relacional de la belleza

Dicho ajuste no responde a una concepción relativista de la belleza sino relacional, que es bien distinto. El relativismo concede la primacía al sujeto de la acción. El relacionalismo valora por igual al sujeto y al objeto que entran en relación, bien entendido que, en los niveles 2, 3 y 4, el objeto de conocimiento con el que nos relacionamos no es un mero objeto, sino una realidad abierta, donante de posibilidades.

Pensemos en una obra cultural ‒literaria, artística, musical...‒, una persona, una institución… Cuando un sujeto humano ‒una persona abierta al diálogo‒ asume las posibilidades que le ofrece una realidad abierta de su entorno, tiene lugar una experiencia reversible, en la cual ambos quedan enriquecidos.

2. Condiciones de la belleza según la estética griega

Antes de causar agrado, una realidad considerada como bella debe presentar ciertas condiciones que le otorguen excelencia. Destacamos algunas:

a) La armonía, la sensación placentera de ajuste entre las diversas partes de una realidad que se produce cuando hay proporción entre ellas y medida o equilibrio entre el conjunto de la realidad y una figura humana modélica. En el Partenón, por ejemplo, la altura de las columnas dóricas es proporcional al radio de la base; ha de ser 16 veces mayor. Si fueran jónicas, serían 18 veces mayores. Las de estilo corintio, 20. El edificio conjunto ha de ser «comedido»; ni demasiado grande ni demasiado pequeño en relación a la figura del hombre. Lo «desmesurado» era para el gusto heleno «bárbaro», propio de extranjeros, como los egipcios o los babilonios.

Los griegos intuyeron tempranamente que había una relación esencial entre los números, que dan la medida de las cosas, y la belleza que éstas irradian. De ahí que la estética griega y la romana, la patrística, la medieval y la renacentista estuvieran impulsadas, en buena medida, por la intuición de que los fenómenos estéticamente valiosos se ofrecen al hombre por dos vías: la intuitiva‒sensible y la intelectual‒matemática. A ello responde la importancia de los números en la estética de Aristóteles y San Agustín, como figuras señeras entre innumerables tratadistas.

Los números y las fórmulas generan proporción y, por tanto, unidad y orden, en el sentido positivo de ordenación. Una realidad bien configurada es luminosa, en el sentido de que patentiza lo que es con toda claridad. Tal patentización constituye su verdad. La verdad, la luminosidad y el orden van siempre unidos en la generación de belleza. Nada ilógico que la armonía –y las categorías que de ella se derivan‒ constituyan otras tantas fuentes de luz.


Alfonso López Quintás
10/12/2022

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Método tercero

Queridos amigos:
Por causas muy ajenas a mi voluntad, me vi forzado a interrumpir mi blog durante una larga temporada. Lo siento de veras, y quisiera ahora renovarlo.
Lo dejé cuando me encontraba –por cierto, muy animado– tratando temas de estética musical. Para redondear esta apasionante materia, voy a prestar alguna atención a un asunto que afecta en la raíz a lo tratado en el método tercero: «la belleza que salva». Seguidamente, saltaré al método quinto, porque cada día se acrecienta la urgencia de tratarlo, como veremos en su momento: «La manipulación a través del lenguaje».
Cordialmente, A. López Quintás


«El poder formativo de las artes y la música».

EPÍLOGO

LA BELLEZA QUE SALVA

1. ¿Es posible definir la belleza?

No es fácil definir el concepto de belleza, como quedó patente en uno de los diálogos más sugestivos de Platón: el Hipias major. El engreído sofista Hipias no acertó a determinar «qué es la belleza»; se redujo a indicar varias realidades bellas: una joven hermosa, una yegua de buena figura, el resplandeciente oro… Cuando, al final, se vio burlado, pidió impaciente a Sócrates que respondiera él mismo a su pregunta. Y Sócrates, muy en su línea, le confesó que no lo sabía, pero añadió que no fue tiempo perdido el que dedicaron a precisar «qué es la belleza». Algo muy importante quedó claro, a saber: que «lo bello es difícil» (1).

Bien lo supieron los eminentes pensadores que se propusieron, en todo tiempo, describir las características esenciales de la belleza, y destacaron la importancia del agrado, el orden, la irradiación de una luz singular, la vinculación con la bondad… Y, una y otra vez, hubieron de reconocer que, siendo ciertos, sus puntos de vista eran muy parciales.

- Sin duda, lo que es bello nos agrada contemplarlo, pero ¿basta que nos agrade para que sea considerado como bello? ¿No será, más bien, al contrario, que nos agrada porque es bello, como sugirió tempranamente San Agustín?

- Aunque concluyamos que el causar agrado es una característica de lo bello, no hemos hecho sino comenzar el análisis, porque la belleza es distinta en cada uno de los cuatro niveles positivos ‒el uno, el dos, el tres y el cuatro‒, y cada modo de belleza suscita un tipo de agrado diferente.

- Esto complica el estudio notablemente, pero hemos de aceptarlo gustosos por cuanto supone una gran riqueza de matices, que nos ayudarán a descubrir en qué sentido y en qué medida puede abrirnos una vía para llegar a Dios ese acontecimiento multiforme y enigmático que llamamos belleza.


Alfonso López Quintás
30/08/2022

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Método tercero

II. "La flauta mágica, de Mozart, no es mágica sino transfiguradora" (continuación)


La música es radicalmente amorosa

Lo grandioso de la música de calidad es que se da con amor, con un amor incondicionalmente generoso; se irradia como la luz y como el bien. Un director de orquesta manifestó en una entrevista que, durante sus largas giras por África, sufría, al principio, porque se veía lejos de su mujer y sus hijos pequeños. Pero pronto observó que los niños africanos que asistían a algunos de sus conciertos irradiaban alegría. Y él pensaba: «¿Cómo no van a estar satisfechos si la música es toda ella comunicación desinteresada, donación pura, afanosa de crear unidad y belleza?».


En efecto, la música se da, crea vínculos dentro de sí y con los oyentes. Es toda amor. Oye El arte de la fuga, de Bach. Es un juego de melodías severas, aparentemente sosas, a veces monótonas, pero todo él es un juego amoroso, una donación de sí desinteresada, que te lleva como de la mano, sin arrastrarte, suavemente, pero con la energía de lo que crea unidad.
Esta audición se orla de encanto si la música, vinculación mutua, concordia suprema, nos eleva al reino de la belleza, uno de los grandes valores del nivel 3. Y esto nos transforma interiormente, nos da fuerza para superar las dificultades y colma nuestra vida de sentido.
Al ver todo lo antedicho en suspensión, vislumbramos lo que quiso sugerir el gran Mozart cuando un noble francés le rogó que expusiera en su libro de honor lo que entendía por «genialidad». El que era considerado como «un ser milagroso (en Viena se hablaba del «Wunder Mozart» –el milagro Mozart–) escribió sencillamente esto:

«¡Amor, amor, amor! Ni una gran inteligencia, ni la imaginación, ni las dos juntas hacen el genio. Amor, amor, amor. He aquí el alma del genio».

Así, repetida tres veces, la palabra amor adquiere un valor superlativo. El amor más alto es el amor depurado, el que intentaron conseguir dos jóvenes de espíritu noble, que se sometieron a la prueba de transformar la vida placentera, pasional, en un esforzado ascenso a un modo de amor desprendido, creador de formas elevadas de unidad.
Para mostrar que la elevación de miras no es fruto de una tensión espontánea, sino de una búsqueda lenta y creativa, nos presenta Mozart a dos jóvenes enamorados –Tamino y Pamina– que desean descubrir toda la altura que encierra el verbo amar.
A ellos se contraponen dos figuras más elementales, en su porte y su actitud: Papageno y Papagena. Buscan, en el amor, la satisfacción inmediata de la pulsión erótica, sin preocuparse de dar a la actividad amorosa la elevación que sin duda anhelaban Pamina y Tamino. Esta especie de caída que experimentan los dos Papagenos al ser confrontados con la actitud de los protagonistas produce ante el público cierta hilaridad. En cambio, los dos jóvenes sometidos a prueba se ven rodeados de un creciente halo de solemnidad y honorabilidad, que los acerca al Reino de la Luz que preside el noble Sarastro.
Conviene advertir que las dos parejas ─Tamino y Pamina; Papageno y Papagena─ no se oponen; tan sólo se contraponen, como dos aspectos complementarios del ser humano. Por eso Mozart los trata con sumo respeto. No ocultó su afecto hacia Papageno, cuya simpatía y desparpajo compartía, en buena medida, pero también admiraba al máximo la actitud de seriedad y gravedad ante los grandes temas de la existencia, como más de una vez confesó a su padre Leopoldo, alarmado a veces por sus travesuras de niño grande, que amaba la vida con todo su ser, pero procuraba no envilecerla nunca.
Hay dos personajes que siguen una vía cómica: los dos Papagenos. Tamino y Pamina escogen el arduo camino de una seria y solemne purificación. Las dos parejas no se oponen, sino se contrastan; son dos tendencias del ser humano que deben complementarse. Se trata de dos actitudes distintas, llamadas a integrarse: la de quienes buscan, en el amor, una satisfacción sensible inmediata; la de quienes entienden el amor con más hondura, porque lo ven como una forma de auténtico encuentro. Pamina y Tamino no desprecian lo que Papageno tanto aprecia. Quieren asumir los goces en un sentimiento de gozo que los transfigure y convierta en una fuente de felicidad personal.
Esta elevada meta se la sugiere Sarastro a Tamino al advertirle que su búsqueda azarosa acabará «tan pronto como una mano amiga lo conduzca al santuario para vivir una fraternidad eterna». Se vincula, así, el auténtico amor con la fraternidad. Confirma esta idea el anciano sacerdote Sarastro en su aria nº 15, llena de una honda paz contagiosa.

Alfonso López Quintás
23/10/2021

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Método tercero

I. La flauta mágica, de Mozart, no es mágica
sino transfiguradora


Mozart estimaba sobremanera su ópera Don Giovanni, por su expresividad y su perfección formal, pero quedó algo decepcionado porque la concepción ética del amor ‒representada por la figura de Don Gonzalo, el Comendador‒ presentaba en ella un aspecto demasiado adusto. En dos obras posteriores ‒Las bodas de Fígaro y La Flauta mágica‒ quiso plasmar una idea más atractiva del verdadero amor.



Tamino y Pamina, en camino hacia la transfiguración del amor

Hermann Hesse resalta el hecho de que, desde el comienzo, se advierte en La flauta mágica un ansia de transfiguración, que nos eleva a un plano de belleza y autenticidad. Buen número de espectadores prestan suma atención a las figuras de Papageno y su adorada Papagena, debido a su simplista concepción del amor. Mozart quiso mostrarlos como el necesario contrapunto a la idea profunda del amor que ansían los protagonistas ─Pamina y Tamino─ y que se deja traslucir en la luminosidad y la noble belleza de muchos pasajes musicales.
La relación amorosa que quiere destacar esta obra ha de ser fruto de un proceso de purificación. Varios pormenores aluden a ello.
Tamino ─joven príncipe de rectas costumbres─ es atacado por una serpiente, animal que simboliza la tentación de entregarse a formas imperfectas de amor. Lo salvan las tres damas de la Reina de la Noche, mujer ambiciosa que desea destruir el templo de la luz. Para liberar a su hija Pamina de su maléfico influjo, el noble Sarastro se la lleva consigo (1) .
Las tres damas castigan a Papageno por haber mentido, al atribuirse la hazaña de vencer a la serpiente. Mentir supone decir algo falso con voluntad de engañar. Por eso amengua la confianza de que el mentiroso mantenga su promesa de crear relaciones de encuentro. La mentira cierra la posibilidad de que se genere un amor de entrega, generoso, oblativo.
Las damas entregan a Tamino un retrato de Pamina de parte de la Reina de la Noche, con el encargo de que la rescate de manos de Sarastro. Al contemplar la figura de la bella joven, Tamino se ve introducido en el ámbito del amor, entendido como una respetuosa relación de encuentro. Vibra esta actitud en el aria nº 3: «Dies Bildnis is bezaubern schön!» (Este retrato es encantadoramente bello). El aria expresa ─ya por su tonalidad de mi bemol mayor (2) ─, la voluntad noble y casta de unirse a un tú con voluntad creativa de fundar una relación fecunda.
En este momento entra la música a ejercer una función protectora frente a los peligros. La primera dama regala a Tamino una flauta de oro, y las tres damas ordenan a Papageno que acompañe a Tamino en su viaje al castillo de Sarastro y le ofrecen un carillón para que lo proteja durante el viaje. La belleza de esta música es propia de la «belleza que salva», porque nos eleva de nivel; del nivel de los meros objetos –nivel 1– nos insta a ascender al nivel 2 –el de las realidades personales y las culturales–, al nivel 3 –el de los valores– y al nivel 4, el de las realidades religiosas.
Al encontrar a Pamina, Papageno le cuenta que el príncipe Tamino está enamorado de ella e intenta liberarla, liberarla del amor pasional, representado por los dos Papagenos. A partir de ahora, ambos jóvenes ─Tamino y Pamina─ se hallan en actitud de búsqueda del auténtico amor. Papageno entiende el amor como una forma de atracción gratificante que desea sencillamente saciar pulsiones (nivel 1). Pamina aspira a vivir el amor con una actitud de generosidad, estima y colaboración (nivel 2). Al contemplar su figura, hasta Papageno se une a ella ‒en el dueto del número 7‒ para entonar un himno al verdadero amor, que tiende a «elevarse hasta el plano de lo divino» –nivel 4–.
La música es fuente de belleza por cultivar la armonía y crear un clima de amistad (nº 8).

«Sólo en la armonía de la amistad se alivia el dolor; sin esta empatía no hay felicidad en la tierra».

Alfonso López Quintás
18/10/2021

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Método tercero

El arte de componer

La forma de componer varía notablemente de un autor a otro. Sabemos que algunos compositores –por ejemplo, Beethoven- se veían a veces sorprendidos por uno o varios temas musicales de calidad; los anotaban, y posteriormente seleccionaban entre ellos los que podían vertebrar una obra.


El enigma de la inspiración

Este proceso duraba, en casos, largo tiempo, como parece haber sucedido con el tema principal del Cuarto Tiempo de la Novena Sinfonía. Sin embargo, el resultado del proceso de composición de la obra -ensamblaje y desarrollo de los temas...- es un todo coherente, espontáneo, lleno de sentido. Aquí descubrimos un nexo fecundo entre la inspiración que procede del inconsciente y la labor de composición racional –que combina varios temas, los desarrolla en melodías, practica diversas modulaciones...–. Al compositor le vienen dadas diversas ideas musicales, pero es él quien debe dirigir esa fuerza interior que le inspira y le transporta, es decir, le impulsa a «engendrar obras en la belleza» (Platón) (1). Esta labor de configuración era, a veces, en Beethoven muy ardua: luchaba con los temas, corregía, tachaba febrilmente pasajes enteros, comenzaba de nuevo y se extenuaba buscando la expresión adecuada.

Contrasta este laborioso procedimiento con el proceder rápido y contundente de otros compositores –presididos por el increíble Mozart–a los que parecía venirles prodigiosamente dado tal proceso -con su trama de temas, melodías y armonías, todo bien ensamblado y desarrollado-, de tal forma que, al componer, parecían escribir al dictado. A Schubert le brotaban las melodías a borbotones, de modo que su gran trabajo era seleccionarlas y encuadrarlas en una forma bien definida. El mismo Beethoven, sorprendido al oír una de sus obras, exclamó: “Verdaderamente, en este Schubert hay un destello divino” (2).

Asombra ver con qué tino los grandes compositores consiguen formas perfectas sin perder el frescor de las melodías y la emoción profunda de las armonías. Sus obras son mesuradas y conservan la palpitación primera; tienen el fuego de los orígenes, y muestran, al mismo tiempo, una impresionante madurez.

Se dice de André M. Grétry (1712-1813) que antes de ir a dormir se proponía realizar una determinada composición, y a la mañana siguiente se limitaba a transcribir lo que su interior le dictaba. El gran liederista Hugo Wolf (1860-1903) solía leer y releer un poema hasta que le conmovía; al día siguiente, la melodía brotaba en él de modo espontáneo y decidido. En estos casos es patente la colaboración del inconsciente. También cuenta Tchaikowski que, a veces, en medio de una conversación notaba que se estaba gestando en su interior un tema o un pasaje entero de una obra. De F. Chopin cuenta George Sand que “la creación era en él espontánea, milagrosa; la hallaba sin buscarla, sin preverla, le venía completa, súbita, sublime” (3).

Este tipo de inspiración es el que dio lugar al concepto romántico de artista transportado por las “musas” a un plano de genialidad. Sin embargo, el mayor o menor esfuerzo por parte del compositor no da la medida de la calidad de una obra. En definitiva, a la Estética musical no le interesa tanto el enigmático tema de la potencia inventiva de los diversos compositores cuanto el resultado de la misma, el legado de obras que nos han dejado y que podemos reactualizar creativamente. En qué medida esa capacidad creativa la deben los compositores a la contribución de su inconsciente y a la riqueza de las experiencias que hayan realizado en todos los órdenes de la vida es tarea propia de la Psicología. El cometido de la Estética musical consiste, más bien, en descubrir toda la envergadura de las obras: su belleza, el sentido musical que en ellas late, su capacidad formativa y la intención de fondo que movió al compositor.

El sentido musical nos ayuda a descubrir la lógica propia de cada obra, el modo peculiar de ordenar los temas, desarrollarlos y crear un todo coherente. Es una forma de lógica distinta a la que guía nuestros razonamientos, pero no inferior en coherencia. Canto un tema, y la lógica del canto me lleva a prolongar ese tema en uno segundo en tonalidad distinta, para regresar de nuevo al primero y conseguir, así, realizar la categoría estética de la “unidad en la variedad”. Comienzo una obra en una tonalidad determinada, y el sentido musical me sugiere que realice diversas modulaciones -para diversificar la expresión- y vuelva de nuevo a la tonalidad primera, que juega el papel de fundamento de todo el discurso.

Alfonso López Quintás
12/03/2021

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Método tercero

El pastor primitivo oía el canto de los pájaros y sentía alegría, pero, además, cortaba una caña y la disponía para poder tocar una melodía, y la repetía una vez y otra, con energía renovada. Se dice que lo hacía para llenar los tiempos vacíos y distraerse. Es cierto, pero lo importante es advertir que la música distrae porque es creativa y nos eleva al nivel 2.


EL CULTIVO CREATIVO DE LA MÚSICA

El sentido del oído, en cuanto lo usamos para detectar ruidos sospechosos y defendernos, se halla en el nivel 1. Tener oído musical significa ser capaz de percibir y reproducir los intervalos, que son la base primaria de la música. Esta capacidad hace posible el sentido musical, que pertenece al nivel 2 porque nos permite crear estructuras sonoras, expresar en ellas toda suerte de sentimientos, estilos de vida, anhelos. El oído del nivel 1 se desarrolla por instinto de conservación biológica. El sentido musical del nivel 2 se cultiva por afán de creatividad, de instaurar tramas de sonidos desbordantes de sentido.

Los ornitólogos destacan que los pájaros cantan para expresar su gozo de vivir, afirmar el territorio que han acotado en torno al nido, dar cauce a su plenitud vital. El ser humano, cuando se halla exuberante, lleno de energía, abierto al encanto de la amistad, afanoso de mostrar sus sentimientos ante la persona amada o ante el Señor de todas las cosas, rompe a cantar, que es una forma de lenguaje tan poderoso como fácilmente accesible.
Alfonso López Quintás
08/10/2020

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Método tercero

A veces, tras oír una interpretación especialmente lograda de una obra, por ejemplo de Bach, exclamamos: “¡Esto es verdadero Bach!”. Tuve esta experiencia cuando oí por primera vez la Pasión según San Mateo al Coro y Orquesta Bach de Munich, bajo la dirección del llorado Karl Richter, en una iglesia evangélica muniquesa, un día de Viernes Santo. La interpretación formaba parte del oficio litúrgico. De ahí que en el templo reinara un silencio absoluto en todo momento. Karl Richter, con su sentido privilegiado para determinar los tempi y ajustar el discurso musical al sentido profundo de los textos, nos ayudó a vivir emocionadamente el drama de la Pasión del Salvador. Al final, me dije espontáneamente: “¡Esto sí que es verdadero Bach!”. Su orientación estética, su acendrado sentimiento religioso, su adhesión cordial al culto evangélico..., todo Bach quedó patente de forma luminosa en esa interpretación. Tal patentización luminosa constituye su verdad, o, dicho en griego, su “aletheia” o “desocultación”.


La verdad de la música

Para descubrir que una interpretación es auténtica y verdadera, no hace falta confrontarla con otra considerada como modélica; basta advertir que todo en ella es coherente, expresivo, desbordante de sentido, fiel a una especie de alma que inspira la obra y la desarrolla. Cuando, al empezar a oír la Pasión antedicha, te sientes inmerso en la atmósfera sombría de la noche del prendimiento y vibras con los grupos de fieles que se comunican su zozobra, y al final te sientas con ellos ante el sepulcro para decirle al Señor con la más dulce de las melodías: “¡Mein Jesu, gute Nacht! ¡Ruhe sanfte, sanfte Ruh!” (¡Jesús mío, buenas noches; descansa dulcemente!”), puedes estar seguro de que la intención de Bach al ofrecernos su versión musical de la Pasión se ha cumplido plenamente. Ese propósito es difícil que se logre cuando la interpretación de esta magna obra es privada del sexto de los ocho modos de realidad que la componen: «la situación vital para la que fue compuesta». En este caso, esa situación fue la adecuada, y, como la calidad de los intérpretes garantizó la presencia de los siete niveles restantes, la audición constituyó una verdadera “vivencia”, una de esas experiencias decisivas que no sólo te conmueven sino que quedan en tu memoria como un referente incuestionable.

Como ya se indicó, Herbert von Karajan quiso ofrecer, poco antes de morir, una Misa solemne por la paz del mundo y dirigió en San Pedro de Roma la Misa de la Coronación de Mozart. Me sorprendió el énfasis con que interpretó el «Agnus dei», como si la paz de los pueblos dependiera de esa oración. Cuanto más voy comprendiendo la figura enigmática de Mozart, más me convenzo de que fue un “verdadero Mozart” lo que oímos esa mañana del día de Resurrección. El compositor que llamamos “Mozart” no se reduce a un joven salzburgués disgustado con el arzobispo Coloredo, aficionado al billar, amigo de bromas y chistes banales... Era también, y sobre todo, el hombre maduro que, en 1789 -dos años antes de morir-, le dijo a Johann Fiedrich Doles, Cantor de la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig, que los protestantes no pueden adivinar lo que significa rezar el “Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo”, y le confesó la profunda conmoción que le produjo desde niño rezar en la Misa el “Bendito el que viene en nombre del Señor”, y antes de comulgar pedir por la paz al cordero de Dios que nos trajo la salvación (1). Quien compone una obra musical es todo el “ámbito de vida” que cada uno va gestando a lo largo de su existencia. Por eso, el mundo que reflejan ciertas composiciones supera inmensamente la apariencia banal o incluso frívola de sus compositores en la vida diaria. Sin duda tuvo esto en cuenta Karajan al interpretar el «Agnus dei». Por eso, al oír cómo la soprano suplica al Señor por la paz, y el coro entero se une luego de forma intensa a la plegaria hasta culminar en los vibrantes acordes finales, no pudimos sino sentir que en ese momento la música de Mozart había alcanzado una altísima cota de belleza, precisamente porque había mostrado esplendorosamente sus ocho modos de realidad y había aparecido, por tanto, en su verdad plena.

Tampoco Beethoven se reducía, en Viena, a ser un forastero alemán, sordo y desvalido, que discutía con las sirvientas a diario y las despedía precipitadamente. Era el hombre que superó la tentación de suicidio merced a su amor a la virtud y al arte musical, se sentía profundamente solidario con los demás y con el Creador, se desvivía por ayudar a unas monjas menesterosas, sufría hondamente por los conflictos sociales, y, cuando a la altura de los maduros 50 años, se vio convertido en un despojo humano –totalmente sordo, casi ciego, arruinado económicamente, incluso depreciado estéticamente–, se retiró a una aldea de la frontera austrohúngara para “realizar un acto de agradecimiento y alabanza al Supremo Hacedor”. El fruto de este retiro fue unas de las cimas del arte universal: la Missa Solemnis». Quien de verdad compone es esa realidad compleja que ensambla toda una vida de sentimientos, anhelos, decepciones, creencias, superaciones de todo orden... La capacidad de sufrir, anhelar, amar, saborear los pequeños goces de la vida diaria... que tuvieron estas grandes personalidades enigmáticas nunca podremos descubrirla del todo. Son sus obras las que nos acercan a ese misterio, que merece por nuestra parte un gran respeto y un profundo agradecimiento.

En un Diario póstumo, Romano Guardini, el gran pensador y escritor italiano alemán, confiesa que le costaba muy caro realizar la labor que estaba llevando a cabo. ¿Qué nos hubieran podido decir acerca de sus luchas íntimas los grandes compositores cuyas obras nos alegran y dignifican la vida a diario? Leamos, a este respecto, las palabras de la Postdata del testamento de Beethoven, fechado en Heiligenstadt -extramuros de Viena- el 10 de octubre de 1802:

“Me despido, pues, de ti –y, por cierto, triste–. Sí, la amada esperanza que traje aquí conmigo de curarme al menos hasta cierto punto debo ahora abandonarla del todo; así como las hojas del otoño caen, están marchitas, así se me ha marchitado la esperanza; casi como he venido me voy. Incluso el buen ánimo que me inundaba a menudo en los días hermosos del verano ha desaparecido. ¡Oh Providencia, haz que brille por una vez un día puro de alegría! Tan largo tiempo me es ajeno el eco íntimo de la verdadera alegría. Oh, ¿cuándo –cuándo, oh divinidad- podré volver a sentirlo en el templo de la naturaleza y de los hombres? ¿Nunca? ¡No! Oh, sería demasiado duro” (2).
Alfonso López Quintás
21/07/2020

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Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.





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