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Conferencias y artículos
1. La diferencia entre “tener cuerpo” y “ser corpóreo”
Para descubrir las consecuencias devastadoras que puede tener el pensar frívolamente y utilizar los vocablos de forma inadecuada, sometamos a revisión crítica la frase siguiente –ya citada en el Primer Método-, y veamos si el pensamiento que late en su trasfondo es riguroso y su forma de expresión tiene el grado de precisión debido: "La mujer tiene un cuerpo y hay que concederle libertad para disponer de él y de cuanto en él acontezca". Tomemos en serio el análisis, porque no se trata de una mera cuestión académica, ajena a los avatares de la vida humana. Esta frase fue pronunciada, en ocasión solemne, por el ministro responsable de la introducción en cierto país de una ley proabortista, con objeto de justificarla ante el pueblo. Vayamos al fondo de la misma, desmontémosla, descubramos cómo es posible que alguien haga esas afirmaciones y qué meta persigue con ello. Pensar con rigor significa penetrar a fondo en los temas que uno analiza. Si nos adentramos en el estudio de la Antropología actual, advertimos rápidamente que el cuerpo humano no es un objeto que el hombre posee. No es una pertenencia, algo que pueda ser tenido y de lo que se pueda disponer. A la luz de lo que sabemos hoy sobre el cuerpo humano, no tiene sentido afirmar que la mujer tiene cuerpo y necesita libertad para disponer de él. Por fortuna, la mujer y el varón no tienen cuerpo; son corpóreos. Y nadie que tenga un conocimiento somero de la vida humana argüirá que es lo mismo, porque media un abismo entre ambas expresiones. Mujeres y varones somos corpóreos a la vez que somos espirituales. Cuerpo y espíritu son dos aspectos de la persona, y como tales han de ser valorados y respetados. Afirmar que la mujer tiene un cuerpo equivale a considerar el cuerpo como un objeto, objeto de posesión y disposición. Y esto –tras las investigaciones contemporáneas de la Fenomenología filosófica- supone una descalificación del cuerpo, un rebajamiento de su valor injustificado a todas luces. Bajo pretexto de ensalzar a la mujer, concediéndole libertad de maniobra sobre su cuerpo, se la desplaza a un plano inferior al que le corresponde. Tal desplazamiento es el origen de todas las manipulaciones de la figura de la mujer que hoy con razón lamentamos. Por eso, cuando se afirma que conceder a la mujer libertad para disponer de su cuerpo supone una actitud «progresista», se renuncia al rigor en el pensar y se entra en el reino de la confusión. Ya veremos cómo un fallo en el pensar impide plantear en serio el tema del respeto incondicional que se debe a la vida naciente y, en general, a la vida humana: la de la mujer y la del varón. El gran escritor ruso León Tolstoi nos cuenta en su Historia de un caballo que un caballo ruso sirvió a diversos señores y, de mayor, escribió unas memorias de corte filosófico. En ellas se muestra el caballo sorprendido de que los hombres utilicen pronombres posesivos para designar su relación con distintas realidades: casas, tiendas, fábricas, animales, personas... «Cuando oía las palabras `mi caballo', me parecía todo tan tonto y tan raro como si yo dijese, por ejemplo, `mi yerba', o `mi aire', o `mi agua'» . ¿A qué razón profunda se debe ese uso impreciso del lenguaje y qué expresiones serían las adecuadas en los casos indicados en el texto? Para responder adecuadamente a esta pregunta, convendría que analizáramos el distinto sentido que adquieren los llamados “pronombres posesivos” en distintos contextos. Indiquemos el sentido exacto de tales pronombres en las expresiones siguientes: - Mi madre, - mis hijos, - mis amigos, - mis libros preferidos –entre los que conozco de otros autores-, - mis libros –los escritos por mí-, - mi conciencia, - mi moral, - mi religión -mi “buen Dios”, - mi colegio, mi universidad, - mi lugar de trabajo, - mi patria, - mi estilo artístico preferido… Los pronombres mí, mis, míos… ¿son siempre “posesivos”? Si contestamos afirmativamente, podemos temer que nos movemos exclusivamente en el nivel 1. El lenguaje delata las actitudes básicas del hombre. El uso constante del verbo tener y de adjetivos y pronombres posesivos -mi, mío- es signo de la voluntad de reducirlo todo a objeto de posesión y disposición. De forma análoga, el uso indiscriminado del verbo «hacer» indica el afán de entender toda forma de actividad como un modo de producción sometido al poder arbitrario del hombre. Ello resalta de manera especialmente penosa en la frase, de origen francés, «hacer el amor». El amor se crea, se colabora a que surja, se lo fomenta..., pero no se lo hace. Se hacen sillas, trajes, relojes..., pero no el amor. Empeñarse en utilizar el verbo hacer en este contexto significa que se entiende el amor como una actividad infracreativa que uno puede realizar a su antojo sin atenerse a norma o cauce alguno. Esta interpretación supone un rebajamiento injusto y, por tanto, violento del rango que tiene el amor humano. Es un descenso ilegítimo del nivel 2 al nivel 1. Ahora vemos con mayor claridad que tampoco está justificada la costumbre que lleva a los actores teatrales a decir «hicimos Hamlet», en vez de «interpretamos Hamlet». Interpretar –nivel 2- es una actividad muy superior a la fabril –nivel 1-. Una silla vulgar, no artística, la hace un carpintero cuando y como quiere. Una silla artística es fruto de la inspiración. Surge a impulsos de un diálogo entre el artista y una serie de realidades que constituyen su entorno físico y espiritual. La silla artística se gesta en un proceso creativo, y éste constituye siempre un diálogo, que no puede ser dominado por el artista. Éste toma parte en él, participa de él, colabora con él, pero no es su dueño. La utilización precisa de los vocablos resulta ineludible porque hace justicia a lo que es cada una de las realidades o procesos a los que se alude. Significa, por ello, pensar con rigor. Si no se piensa con rigor, se violenta la realidad, y este acto de violencia se paga siempre muy caro porque la realidad acaba vengándose. La venganza de la realidad consiste en no permitir al hombre desarrollarse debidamente. Cada vez vamos viendo con mayor claridad que pensar sin rigor, frívolamente, causa estragos en la vida del hombre. Hasta tal punto es peligroso que puede llevar a la humanidad a una grave “emergencia educativa”, a lavez que cree ascender a cotas nunca alcanzadas de “progreso”. A poco que reflexionemos, advertiremos que nos hallamos en una encrucijada: podemos encaminarnos hacia un humanismo perfectamente adaptado a nuestro ser más profundo, o bien dirigirnos hacia la destrucción de todo humanismo digno de tal nombre. De cada uno de nosotros pende que la humanidad se encamine por una vía o por la otra. 2. La falta de un pensar aquilatado supone un analfabetismo de grado superior El analfabetismo de primer grado consiste en no saber descubrir el significado más a mano de los términos. El analfabetismo de segundo grado se da cuando no se capta el sentido profundo de las palabras. Yo puedo ver los colores. Si no sé ver el valor que adquieren los colores en la estructura de un cuadro, soy analfabeto respecto al lenguaje pictórico. Veo estas ocho letras: l, i, b, e, r, t, a, d, y sé que, unidas de esa forma, expresan el concepto de libertad. Pero ¿sé adivinar bajo tales letras lo que implica la libertad humana, su relación viva con otros conceptos? En caso negativo, soy analfabeto respecto al lenguaje de la vida creativa personal. Pronuncio la palabra «egoísmo», y estoy seguro de que la conoces y sabes lo que significa. Lo mismo pasa con la palabra «ambición» y la palabra «hedonismo», que alude a la actitud del que busca en todo momento lo más agradable para sí. Conoces los tres vocablos -hedonismo, ambición, egoísmo-, pero ¿sabrías explicar con precisión la relación profunda que existe entre ellos? Supongamos que aciertas a marcar con nitidez la línea que nos lleva del egoísmo a la actitud de hedonismo, y de ésta al vértigo de la ambición de poseer y dominar. ¿Sabrás seguir ahondando e indicarme cómo este vértigo de la ambición de dominar lo que encandila los instintos provoca otros muchos vértigos: el vértigo de la embriaguez, del erotismo, de la droga, de los celos, de la venganza...? Si lo sabes, conoces el lenguaje propio de la vida creativa, porque conocer una palabra es penetrar en su relación con otras, descubrir sus influjos mutuos, la trama que forman todas entre sí. Si no lo sabes, eres víctima del «analfabetismo de grado superior». No saber leer constituye una desgracia, porque cierra las puertas de la información. Esta calamidad está patente y pide a gritos que se le ponga remedio. No conocer el lenguaje de la vida creativa acarrea males sin cuento al hombre porque lo mantiene desinformado respecto a lo que debe hacer para realizarse cabalmente. Pero este tipo de analfabetismo no da la cara. Colapsa la vida personal, no permite darle su sentido pleno, y esto significa un infortunio para quien tenga una idea clara de los valores. Pero la gente apenas repara en ello debido a que dispone de bastante información y ésta se confunde fácilmente con la formación por cuanto permite hablar y opinar con soltura. Si se piensa de modo riguroso, se advierte claramente que la mera información no suple en modo alguno a la formación. Lamentablemente, hoy se estima a veces más la información superficial que la formación profunda. Estar informado supone cierto tipo de dominio de la realidad. El frenesí informativo actual está en buena medida inspirado por el ideal de la posesión: se ansía poseer información. Saberlo todo es una forma de poder. De ahí que la libertad de información y expresión, malentendida como algo absoluto, se enfrente a menudo con el derecho a la intimidad de los ciudadanos y los grupos sociales. 3. El analfabetismo de segundo grado domina la sociedad Los que deciden en buena medida la marcha de la sociedad actual, por disponer de medios para modelar la opinión pública, desconocen con frecuencia el lenguaje de la vida creativa. A juzgar por sus discursos, por las razones que aducen para justificar ciertas leyes y determinadas orientaciones pedagógicas y por el modo de orientar los medios de comunicación, parecen tener una idea errónea de lo que es una persona humana, cómo se desarrolla, de qué forma puede llegar a plenitud y ser feliz. Recientemente, varios periodistas afamados se quedaron perplejos cuando el moderador de la tertulia en la que participaban les pidió que explicaran las causas de la actual escalada de la violencia en la vida familiar, en la calle, en los deportes... Al no obtener respuesta, el moderador afirmó con decisión que “la violencia es algo inexplicable, un ejemplo de pura irracionalidad». Esta costumbre de considerar como irracional lo que uno no logra entender viene ya de siglos y es tan cómoda como nefasta. La escalada de violencia es insensata, «absurda», pero no es irracional en el sentido de que no pueda ser explicada. Se explica perfectamente con sólo saber que reducir una acción creativa a pura fascinación es una operación violenta y fuente de violencia. Practicar un deporte con generosidad crea unión, armonía, amparo. Jugar egoístamente para ganar al precio que sea es mera competición. Reduce a los compañeros de juego a medios para los propios fines. Esa reducción engendra violencia, desune, enfrenta a unos con otros. De forma semejante, el amor personal aúna; el amor reducido a puro erotismo o fascinación reduce la realidad amada a mero objeto fascinante, fuente de gratificaciones para uno. En la medida en que reduce, empobrece, hace violencia, desgaja a quienes dicen amarse. No es difícil descubrir la raíz de la violencia. Basta con pensar de modo cuidadoso, analizar las cuestiones en su raíz, no contentarse con medias verdades. Pero aquellos contertulios no lo hicieron. Se quedaron en la zona cómoda de la frivolidad. Sería magnífico que se decidieran a completar su preparación, ahondando en las experiencias humanas más profundas y descubriendo los procesos que el hombre sigue en su vida hacia la construcción o hacia la destrucción. Si no lo hacen, desconocen el lenguaje de la vida personal. Seguirán modelando la opinión pública, pero lo harán de modo superficial. No ofrecerán pautas de interpretación de los acontecimientos. Su labor se quedará muy corta, muy menesterosa. Y quedarse a medias en el estudio de la vida equivale a deformarla. Esta precariedad se advierte hoy por doquier y constantemente. Cierto partido político elaboró un programa de acción para el próximo decenio. Subraya en él su voluntad de luchar contra la droga, que es un vértigo, pero en sus ocho amplios volúmenes no alude siquiera a otra serie de vértigos, que proceden de la actitud general de hedonismo. Si pensaran con el suficiente rigor, los autores de tal escrito sabrían que es una ley de la vida personal humana que cada tipo de vértigo, al incentivar el egoísmo, provoca otros vértigos, y, en consecuencia, no tiene sentido fomentar la actitud de hedonismo y afirmar que se está contra la droga. Es un planteamiento tan incoherente que no puede sino provocar devastaciones en la vida social. Observe el lector a qué riesgos nos lleva la falta de rigor en el pensar. Cuando se estrena democracia, los gobernantes suelen decir al pueblo que «le han devuelto las libertades». Pero no suelen indicar cuáles. Es una falta de rigor lamentable, porque la teoría actual de la creatividad nos enseña que cierto tipo de libertades destruyen la libertad humana auténtica, que es la libertad para actuar creativamente. ¿De verdad tales gobernantes ignoran este dato elemental, o pretenden solamente convencer al pueblo de que es totalmente libre al tiempo que lo privan de toda libertad interior? Nada hay tan peligroso en la sociedad actual como el desequilibrio que existe, a menudo, entre la función social que ejercen ciertas personas y su formación humanística. A veces nos quejamos de que se hayan promulgado ciertas leyes, se obstaculice la enseñanza de la ética en las escuelas, se degraden las pantallas televisivas con productos infraculturales. Además de lamentarnos, deberíamos investigar las causas de tales errores o desafueros. Entre ellas se cuenta la ignorancia de lo que es la persona humana y lo que implica su poder creativo. 4. La precariedad de la formación académica Esta peligrosísima forma de analfabetismo procede de la poca o nula atención que se suele prestar en los centros académicos a la formación del estilo de pensar. La sociedad parece no haber caído en la cuenta de que aquí se juega su ser o no ser como sociedad humana. Analícenlo ustedes conmigo: Durante nuestros años de estudio se nos habló de mil temas. Se nos exigió demostrar que los habíamos asimilado. Pero ¿nos inició alguien en el arte del buen pensar? ¿Nos dijo algún profesor que pensar bien no es tan sencillo como prestar atención a algo? Multitud de datos y observaciones nos confirman en la idea de que actualmente se piensa con poco rigor y se ignora el lenguaje propio de la vida creativa, y de ambos fallos se derivan males nada leves. Pero ¿se está poniendo remedio a esta situación defectuosa? ¿Se enseña a niños y jóvenes de forma expresa y sistemática a pensar de forma adecuada? Este tipo de enseñanza no suele darse en los centros educativos. El resultado lógico es que niños y jóvenes no están ni siquiera iniciados en el arte del buen pensar y del recto expresarse. Si quieres comprobarlo por ti mismo, haz este par de pruebas, tan sencillas como eficaces. Estás, por ejemplo, viendo una película con tu hijo. Uno de los personajes adopta una actitud egoísta y, consiguientemente, se entrega al vértigo de la ambición de poseer, y este vértigo, en ciertos momentos, lo lanza al vértigo de la ira. (Pensemos en la película Ciudadano Kane, de Orson Welles). Tu hijo va tomando nota de los diversos hechos, pero no advierte la vinculación entre ellos. Ello es signo de que no aprendió a pensar con rigor. No está todavía preparado debidamente para moverse en la sociedad actual, no sabe prever, no tiene poder de discernimiento. Como segunda experiencia, supongamos que estás presenciando un programa televisivo. Alguien escinde diversas fuerzas humanas que están llamadas a integrarse, por ejemplo la actividad sexual y el amor personal. Tu hijo lo advierte, pero no descubre que tal escisión empobrece gravemente la vida humana. Esa ingenuidad indica que todavía no piensa con rigor y está en buena medida desarmado espiritualmente. Tal desamparo espiritual es muy peligroso en las circunstancias actuales. Por fortuna, esa laguna puede colmarse, si conocemos y seguimos un método adecuado para fomentar el poder crítico de niños y jóvenes. ¿Ves con qué espontaneidad distingue un niño lo caliente de lo frío, lo húmedo de lo seco? Con esa misma facilidad distinguirá lo noble de lo plebeyo, lo constructivo de lo destructivo, lo valioso de lo mezquino si lo ejercitamos en el arte de pensar con rigor. Si no lo hacemos, lo dejaremos sumido en la inseguridad intelectual, y expuesto, consiguientemente, a graves males. |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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