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Conferencias y artículosEl gran pedagogo que fue Romano Guardini, buen conocedor de los enigmas de la persona humana, destaca una y otra vez el vínculo que media entre la vida espiritual sana y la atenencia del hombre a los grandes valores: la verdad, el amor, el bien, la justicia... Leamos atentamente el texto siguiente, que nos adentra en las profundidades del nivel 3:
“La vida del espíritu -y esto caracteriza su modo de ser- no depende sólo de los seres, sino también y radicalmente de lo que es fuente de autenticidad: la verdad y el bien. Si se aparta de ambos, entra en peligro. (...) Si abandona la verdad, el espíritu enferma. Este abandono no tiene lugar cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque sea con frecuencia, sino cuando deja de considerar la verdad como vinculante; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma del espíritu. Lo cual no se traduce necesariamente en perturbaciones psicopatológicas; un hombre así podría incluso ser muy fuerte y tener éxito. Pero estaría enfermo, y un observador penetrante en cuestiones no sólo psíquicas sino también espirituales lo advertiría. Esa disfunción podría, sin embargo, afectar a la vertiente psíquica y causar perturbaciones patentes. De esta enfermedad no le podría curar ninguna simple psiquiatría, sino que debería convertirse. Y tal conversión no sería realizable con un sencillo acto de voluntad. Consistiría en un verdadero cambio de actitud y sería más dificultosa que cualquier tratamiento terapéutico”.
“De tales consideraciones se desprende que parece también posible que la persona como tal corra peligro cuando nos desvinculamos de las realidades y normas que son la garantía de la persona: la justicia y el amor. La persona enferma si abandona la justicia. No cuando comete injusticia, aunque sea a menudo, sino cuando abandona la justicia. Ésta significa el reconocimiento de que las cosas tienen su propio modo de ser –su esencia- y la disposición a salvaguardar esas esencias y la ordenación entre las cosas que de ellas se deriva. Como persona, el hombre, sin ser Dios, es autónomo y capaz de tomar iniciativas. La condición para que este modo de ser tenga pleno sentido es que el hombre se mueva dentro del orden que viene dado por la verdad, y en esto consiste ser justo y convertir la justicia en la tarea por excelencia de la propia vida. La persona finita sólo tiene sentido si se orienta hacia la justicia; si se aparta de ella, corre peligro y se convierte en un peligro: un poder desordenado. Justamente por ello enferma como persona. Está como fuera de sí...”. “Igualmente decisivo para la salud de la persona es el amor. Amar significa percibir lo que hay de valioso en los seres distintos de uno, sobre todo los personales; sentir su validez y descubrir que es importante que perdure y se desarrolle; preocuparse a fondo por este desarrollo como por algo propio. El que ama camina constantemente hacia la libertad; hacia la liberación de sus propias cadenas, es decir, de sí mismo. Pero, justamente, cuando se elimina a sí mismo de su mirada y su sentimiento, llega a su plenitud. Se abre un horizonte en torno a él, y, a medida que lo hace propio, adquiere espacio para desplegarse. El que sabe de amor conoce esta ley: que sólo al salirnos de nosotros mismos se ensancha nuestro espacio interior, y en éste se realiza lo que nos es más propio, y todo florece. Y en este espacio tiene lugar también el auténtico crear y la actividad pura; todo aquello que testifica que el mundo merece existir. En cuanto la persona renuncia a este amor, enferma. No enferma todavía cuando actúa contra él, lo viola, cae en el egoísmo o en el odio, sino cuando lo reduce a algo poco serio y rige su vida con criterios de cálculo, prepotencia y astucia. Entonces la existencia se convierte en una cárcel. Todo se cierra en sí mismo. Las cosas oprimen. Todas las realidades se vuelven interiormente ajenas y hostiles. El sentido último y evidente de las mismas desaparece. El ser ya no florece” (1). (1) Cf. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, págs. 96-98; Mundo y persona, Encuentro, Madrid 2000, págs. 106-108. |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
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