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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
09/12/2012
Samir Amín: ¿Primavera Árabe? El mundo árabe en la larga duración. Barcelona: El Viejo Topo, 2011, (251 páginas).
A diferencia de otros textos que han ido apareciendo sobre las revueltas árabes, centrados en el estudio de casos o países más afectados por la nueva situación, la propuesta de Samir Amín tiene un propósito más teórico que empírico.
Como indica el subtítulo de la obra, El mundo árabe en la larga duración, su aproximación se inscribe en una perspectiva histórica de muy largo recorrido, en ocasiones con trazos muy gruesos (como en el segundo capítulo).
Pero, a su vez, esta perspectiva permite al autor realizar una lectura de la historia para entender el presente y, a la inversa, comprender el presente para dar sentido a esa lectura del pasado.
Desde esta óptica, Samir Amín dedica el grueso de su obra a esa síntesis histórica, recorriendo cuatro etapas: la de Oriente Medio en el sistema del mundo antiguo; la del Estado mameluco hasta la emergencia de la Nahda; la era de Bandung y de los nacionalismos populistas; y la del declive nacionalista hasta la denominada “recompradorización”. Por su cercanía, son estas dos últimas las que mejor contextualizan el periodo previo a las revueltas.
El autor advierte que desde principios del siglo XIX se registra una emergencia árabe que, con Egipto a la cabeza, perseguía un triple objetivo: la democracia, la independencia nacional (con su correspondiente expresión anticolonial y antiimperialista) y el progreso social.
En este contexto, pese a reconocer sus avances, Samir Amín se muestra muy crítico con la experiencia de los regímenes nacional populistas, de corte socializante (aunque prefiere en este caso emplear el término “progresista” en lugar de “socialista”).
No menos crítica es su visión del denominado Islam político o islamismo. Corriente sobre la que no realiza ninguna concesión y acusa de retrógrada y reaccionaria, alentada por el apoyo económico de Arabia Saudí y partidaria de las políticas económicas neoliberales.
En este mismo sentido, denuncia su connivencia con los poderes establecidos, en particular, en el Egipto de Sadat y Mubarak ha sido objeto de cooptación mediante ciertas concesiones en tres instituciones claves como educación, justicia y televisión.
Una mención especial merece sus comentarios sobre la política de Estados Unidos en la región, renuente a aceptar una democracia auténtica o con todas sus consecuencias, dado que cuestionaría la condición subordinada de la periferia árabe, el neoliberalismo económico y la política agresiva de Washington y la OTAN.
Por último, no descarta el escenario de connivencia de Estados Unidos con militares e islamistas en el poder a semejanza del modelo pakistaní. Los últimos acontecimientos en Egipto son muy elocuentes a raíz del denominado decretazo de Mursi que, pese a su derogación, mantiene el referédum constitucional en contra de los deseos de la oposición de izquierdas y liberal, que aboga por una Asamblea Constituyente más representativa de la sociedad egipcia.
A diferencia de otros textos que han ido apareciendo sobre las revueltas árabes, centrados en el estudio de casos o países más afectados por la nueva situación, la propuesta de Samir Amín tiene un propósito más teórico que empírico.
Como indica el subtítulo de la obra, El mundo árabe en la larga duración, su aproximación se inscribe en una perspectiva histórica de muy largo recorrido, en ocasiones con trazos muy gruesos (como en el segundo capítulo).
Pero, a su vez, esta perspectiva permite al autor realizar una lectura de la historia para entender el presente y, a la inversa, comprender el presente para dar sentido a esa lectura del pasado.
Desde esta óptica, Samir Amín dedica el grueso de su obra a esa síntesis histórica, recorriendo cuatro etapas: la de Oriente Medio en el sistema del mundo antiguo; la del Estado mameluco hasta la emergencia de la Nahda; la era de Bandung y de los nacionalismos populistas; y la del declive nacionalista hasta la denominada “recompradorización”. Por su cercanía, son estas dos últimas las que mejor contextualizan el periodo previo a las revueltas.
El autor advierte que desde principios del siglo XIX se registra una emergencia árabe que, con Egipto a la cabeza, perseguía un triple objetivo: la democracia, la independencia nacional (con su correspondiente expresión anticolonial y antiimperialista) y el progreso social.
En este contexto, pese a reconocer sus avances, Samir Amín se muestra muy crítico con la experiencia de los regímenes nacional populistas, de corte socializante (aunque prefiere en este caso emplear el término “progresista” en lugar de “socialista”).
No menos crítica es su visión del denominado Islam político o islamismo. Corriente sobre la que no realiza ninguna concesión y acusa de retrógrada y reaccionaria, alentada por el apoyo económico de Arabia Saudí y partidaria de las políticas económicas neoliberales.
En este mismo sentido, denuncia su connivencia con los poderes establecidos, en particular, en el Egipto de Sadat y Mubarak ha sido objeto de cooptación mediante ciertas concesiones en tres instituciones claves como educación, justicia y televisión.
Una mención especial merece sus comentarios sobre la política de Estados Unidos en la región, renuente a aceptar una democracia auténtica o con todas sus consecuencias, dado que cuestionaría la condición subordinada de la periferia árabe, el neoliberalismo económico y la política agresiva de Washington y la OTAN.
Por último, no descarta el escenario de connivencia de Estados Unidos con militares e islamistas en el poder a semejanza del modelo pakistaní. Los últimos acontecimientos en Egipto son muy elocuentes a raíz del denominado decretazo de Mursi que, pese a su derogación, mantiene el referédum constitucional en contra de los deseos de la oposición de izquierdas y liberal, que aboga por una Asamblea Constituyente más representativa de la sociedad egipcia.
30/11/2012
Joseph S. Nye Jr.: Las cualidades del líder. Barcelona: Paidós, 2011 (239 páginas).
Acuñada originalmente para su aplicación a los estudios de las relaciones internacionales, la distinción conceptual entre poder duro y poder blando introducida por Joseph Nye se extiende a las teorías del liderazgo.
A pesar de que la mayoría de los ejemplos con los que ilustra sus argumentaciones está tomada de la política mundial, el objeto que abarca en esta obra no se reduce a ese ámbito. Por el contrario, la reflexión en torno al liderazgo se ensancha hacia las actividades tanto públicas como privadas.
De ahí el interés que reviste para el estudio y ejercicio del liderazgo en general, con independencia del espacio que ocupe (local, nacional, trasnacional e internacional) y de su índole política (administración y gestión pública), económica (empresarial) o social (asociativa).
En su acepción original, ceñido a las relaciones internacionales, el poder duro posee un carácter coercitivo, ejercido mediante el recurso de la fuerza político-militar y la presión económica, ya sea en forma de amenaza (palo) o recompensa (zanahoria).
Por su parte, el poder blando, carente de coerción, emana de la atracción y la persuasión del líder, de un estilo de vida, de un modelo de convivencia o, entre otros aspectos, de un sistema político.
Si bien el liderazgo implica poder, no todo poder se ejerce desde el liderazgo. Puede suceder que un abuso o mal empleo del poder duro arruine el poder blando. Según Nye, para ejercer un liderazgo eficaz es necesario combinar adecuadamente ambos tipos de poder (duro y blando), dando lugar al poder inteligente.
A su vez, la combinación de ambos ejercicios de poder dependerá de cada situación o contexto. Esto es, de la aplicación de la inteligencia contextual, definida como “la capacidad de saber diagnosticar la necesidad (o no) del cambio”.
El autor advierte que en un mundo de grandes transformaciones, el ejercicio del liderazgo también está cambiando: “las jerarquías son cada vez más horizontales y se integran en redes fluidas de contactos”.
De la misma forma que la revolución de las telecomunicaciones ha cobrado un notable impacto en la información, la política y las organizaciones, el poder blando adquiere mayor relevancia, en particular, en “las sociedades y organizaciones democráticas modernas”. Ahora bien, el creciente uso del poder blando no excluye el recurso del poder duro, incluso en ese mismo contexto.
En suma, Joseph Nye amplía el concepto de poder blando (soft power), que acuñó hace dos décadas, desde el ámbito de las relaciones internacionales a otros espacios públicos y privados. Dedicado tanto a la teoría como a la práctica de la política mundial, este catedrático de la Universidad de Harvard cuenta con una prolífica y sólida obra que ha hecho del poder uno de sus principales objetos de estudio.
Acuñada originalmente para su aplicación a los estudios de las relaciones internacionales, la distinción conceptual entre poder duro y poder blando introducida por Joseph Nye se extiende a las teorías del liderazgo.
A pesar de que la mayoría de los ejemplos con los que ilustra sus argumentaciones está tomada de la política mundial, el objeto que abarca en esta obra no se reduce a ese ámbito. Por el contrario, la reflexión en torno al liderazgo se ensancha hacia las actividades tanto públicas como privadas.
De ahí el interés que reviste para el estudio y ejercicio del liderazgo en general, con independencia del espacio que ocupe (local, nacional, trasnacional e internacional) y de su índole política (administración y gestión pública), económica (empresarial) o social (asociativa).
En su acepción original, ceñido a las relaciones internacionales, el poder duro posee un carácter coercitivo, ejercido mediante el recurso de la fuerza político-militar y la presión económica, ya sea en forma de amenaza (palo) o recompensa (zanahoria).
Por su parte, el poder blando, carente de coerción, emana de la atracción y la persuasión del líder, de un estilo de vida, de un modelo de convivencia o, entre otros aspectos, de un sistema político.
Si bien el liderazgo implica poder, no todo poder se ejerce desde el liderazgo. Puede suceder que un abuso o mal empleo del poder duro arruine el poder blando. Según Nye, para ejercer un liderazgo eficaz es necesario combinar adecuadamente ambos tipos de poder (duro y blando), dando lugar al poder inteligente.
A su vez, la combinación de ambos ejercicios de poder dependerá de cada situación o contexto. Esto es, de la aplicación de la inteligencia contextual, definida como “la capacidad de saber diagnosticar la necesidad (o no) del cambio”.
El autor advierte que en un mundo de grandes transformaciones, el ejercicio del liderazgo también está cambiando: “las jerarquías son cada vez más horizontales y se integran en redes fluidas de contactos”.
De la misma forma que la revolución de las telecomunicaciones ha cobrado un notable impacto en la información, la política y las organizaciones, el poder blando adquiere mayor relevancia, en particular, en “las sociedades y organizaciones democráticas modernas”. Ahora bien, el creciente uso del poder blando no excluye el recurso del poder duro, incluso en ese mismo contexto.
En suma, Joseph Nye amplía el concepto de poder blando (soft power), que acuñó hace dos décadas, desde el ámbito de las relaciones internacionales a otros espacios públicos y privados. Dedicado tanto a la teoría como a la práctica de la política mundial, este catedrático de la Universidad de Harvard cuenta con una prolífica y sólida obra que ha hecho del poder uno de sus principales objetos de estudio.
26/11/2012
Vijay Prashad: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo. Barcelona: Península, 2012 (512 páginas).
“El Tercer Mundo no fue un lugar. Fue un proyecto”. Así de claro y firme comienza el texto de Vijay Prashad, profesor de Historia de Asia del Sur y de Estudios Internacionales en el Trinity College de Connecticut, en Estados Unidos.
En efecto, el Tercer Mundo agrupaba los deseos y aspiraciones de numerosas personas, cerca de dos tercios de la población mundial que vivían ―en su mayor parte― en países de reciente pasado colonial o sometidos todavía a la colonización, en condiciones materiales de vida muy precarias, con escasas posibilidades de mejorar sus expectativas y abocadas al fracaso en la mayoría de los casos.
Acuñado por el economista francés Alfred Sauvy en 1952, el término de Tercer Mundo cobraría naturaleza propia tras la conferencia de Bandung en 1955, a la que siguieron periódicamente otras como la de Belgrado, en 1961, en la que se fundó el Movimiento de Países No Alineados. Sin olvidar las que abogaron por un nuevo orden económico internacional, que reequilibrara los intercambios entre los países desarrollados y subdesarrollados.
La agenda del Tercer Mundo era clara. Apostaba prioritariamente por la independencia nacional frente al colonialismo y otras formas neocoloniales de dominación; y también por el crecimiento económico y el desarrollo social frente a la dependencia económica que sólo reproducía el subdesarrollo.
Para lograr ambos objetivos, los gobiernos del Tercer Mundo abogaban por el no alineamiento y por la reestructuración del sistema económico internacional. La división bipolar del mundo afectaba negativamente tanto a la recién estrenada soberanía como a las luchas de emancipación nacional, fuertemente bipolarizadas durante el periodo de la Guerra Fría. A su vez, el orden económico internacional de la posguerra no favorecía precisamente a los países postcoloniales a rebasar los obstáculos y dificultades para su desarrollo.
Pese a los enormes esfuerzos desplegados, el Tercer Mundo no alcanzó sus propósitos. El auge del tercermundismo fue rápidamente ensombrecido. El propio término tercermundismo no revestía entonces el carácter peyorativo que posee actualmente.
Por el contrario, su proyecto reivindicaba “la redistribución de los recursos mundiales, una tasa de retorno más digna para el factor trabajo de su población y un reconocimiento común del legado de la ciencia, la tecnología y la cultura”. En cierto modo, podría afirmarse que, salvando la distancia en el tiempo y en el espacio, los actuales movimientos alterglobalizadores se han hecho eco ―en parte― de su agenda.
Además de los condicionamientos externos, la heterogeneidad de los países del Tercer Mundo y las diferencias ―no menores― en el interior de sus respectivas sociedades, Vijay Prashad señala otros importantes factores que explicarían su fracaso.
En particular, el autor destaca que no concluyeron los procesos de transformación socioeconómica y política despuntados durante las luchas de emancipación nacional. Las exigencias de unidad nacional frente al colonialismo relegaron a un segundo plano las contradicciones internas con la esperanza de ser resueltas tras la independencia. Sin embargo, el resultado que siguió fue el de combinar “la promesa de igualdad con el mantenimiento de la jerarquía social”.
Las clases dominantes se reprodujeron mediante “la oficialidad del ejército” y del “partido popular vencedor”. Centradas en satisfacer sus necesidades e incrementar sus beneficios, dieron la espalda a las demandas populares de “tierras, pan y paz”; y se vieron más “como élites y no como parte de un proyecto”.
En este contexto, y dada su incapacidad para reflotar económica y financieramente a sus países, se acomodaron a las exigencias de “ajustes estructurales” del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De este modo, se inhabilitaba al “Estado para actuar en beneficio de la población”, se renunciaba a “la reivindicación de un nuevo orden internacional”, y también a “los objetivos del socialismo”.
Paralelamente, esta renuncia al “proyecto político y social del Tercer Mundo” se acompañó de un auge de los “nacionalismos culturales” y el “fundamentalismo”, que acentuaron las diferencias culturales y religiosas, los atavismos y las luchas intestinas.
No fue casualidad que este proceso, de reemplazo “del nacionalismo del Tercer Mundo por el nacionalismo cultural”, coincidiera con el de la globalización neoliberal y el socavamiento de la soberanía nacional. Las economías nacionales quedaron a merced de “las empresas sin Estado (y sin alma)” mientras se desplazaban “las culpas de la falta de bienestar a las minorías (religiosas, étnicas, sexuales y de cualquier otro tipo)”.
En síntesis, la muy recomendable obra de Vijay Prashad realiza un recorrido por la historia política del Tercer Mundo, por el auge y declive del tercermundismo, al mismo tiempo que invita a reflexionar en la era postercermundista acerca de un proyecto sucesor e igualmente digno.
“El Tercer Mundo no fue un lugar. Fue un proyecto”. Así de claro y firme comienza el texto de Vijay Prashad, profesor de Historia de Asia del Sur y de Estudios Internacionales en el Trinity College de Connecticut, en Estados Unidos.
En efecto, el Tercer Mundo agrupaba los deseos y aspiraciones de numerosas personas, cerca de dos tercios de la población mundial que vivían ―en su mayor parte― en países de reciente pasado colonial o sometidos todavía a la colonización, en condiciones materiales de vida muy precarias, con escasas posibilidades de mejorar sus expectativas y abocadas al fracaso en la mayoría de los casos.
Acuñado por el economista francés Alfred Sauvy en 1952, el término de Tercer Mundo cobraría naturaleza propia tras la conferencia de Bandung en 1955, a la que siguieron periódicamente otras como la de Belgrado, en 1961, en la que se fundó el Movimiento de Países No Alineados. Sin olvidar las que abogaron por un nuevo orden económico internacional, que reequilibrara los intercambios entre los países desarrollados y subdesarrollados.
La agenda del Tercer Mundo era clara. Apostaba prioritariamente por la independencia nacional frente al colonialismo y otras formas neocoloniales de dominación; y también por el crecimiento económico y el desarrollo social frente a la dependencia económica que sólo reproducía el subdesarrollo.
Para lograr ambos objetivos, los gobiernos del Tercer Mundo abogaban por el no alineamiento y por la reestructuración del sistema económico internacional. La división bipolar del mundo afectaba negativamente tanto a la recién estrenada soberanía como a las luchas de emancipación nacional, fuertemente bipolarizadas durante el periodo de la Guerra Fría. A su vez, el orden económico internacional de la posguerra no favorecía precisamente a los países postcoloniales a rebasar los obstáculos y dificultades para su desarrollo.
Pese a los enormes esfuerzos desplegados, el Tercer Mundo no alcanzó sus propósitos. El auge del tercermundismo fue rápidamente ensombrecido. El propio término tercermundismo no revestía entonces el carácter peyorativo que posee actualmente.
Por el contrario, su proyecto reivindicaba “la redistribución de los recursos mundiales, una tasa de retorno más digna para el factor trabajo de su población y un reconocimiento común del legado de la ciencia, la tecnología y la cultura”. En cierto modo, podría afirmarse que, salvando la distancia en el tiempo y en el espacio, los actuales movimientos alterglobalizadores se han hecho eco ―en parte― de su agenda.
Además de los condicionamientos externos, la heterogeneidad de los países del Tercer Mundo y las diferencias ―no menores― en el interior de sus respectivas sociedades, Vijay Prashad señala otros importantes factores que explicarían su fracaso.
En particular, el autor destaca que no concluyeron los procesos de transformación socioeconómica y política despuntados durante las luchas de emancipación nacional. Las exigencias de unidad nacional frente al colonialismo relegaron a un segundo plano las contradicciones internas con la esperanza de ser resueltas tras la independencia. Sin embargo, el resultado que siguió fue el de combinar “la promesa de igualdad con el mantenimiento de la jerarquía social”.
Las clases dominantes se reprodujeron mediante “la oficialidad del ejército” y del “partido popular vencedor”. Centradas en satisfacer sus necesidades e incrementar sus beneficios, dieron la espalda a las demandas populares de “tierras, pan y paz”; y se vieron más “como élites y no como parte de un proyecto”.
En este contexto, y dada su incapacidad para reflotar económica y financieramente a sus países, se acomodaron a las exigencias de “ajustes estructurales” del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De este modo, se inhabilitaba al “Estado para actuar en beneficio de la población”, se renunciaba a “la reivindicación de un nuevo orden internacional”, y también a “los objetivos del socialismo”.
Paralelamente, esta renuncia al “proyecto político y social del Tercer Mundo” se acompañó de un auge de los “nacionalismos culturales” y el “fundamentalismo”, que acentuaron las diferencias culturales y religiosas, los atavismos y las luchas intestinas.
No fue casualidad que este proceso, de reemplazo “del nacionalismo del Tercer Mundo por el nacionalismo cultural”, coincidiera con el de la globalización neoliberal y el socavamiento de la soberanía nacional. Las economías nacionales quedaron a merced de “las empresas sin Estado (y sin alma)” mientras se desplazaban “las culpas de la falta de bienestar a las minorías (religiosas, étnicas, sexuales y de cualquier otro tipo)”.
En síntesis, la muy recomendable obra de Vijay Prashad realiza un recorrido por la historia política del Tercer Mundo, por el auge y declive del tercermundismo, al mismo tiempo que invita a reflexionar en la era postercermundista acerca de un proyecto sucesor e igualmente digno.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850