Aurèlia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi: Argelia en transición hacia una Segunda República. Barcelona: Icaria & IEMed, 2019 (136 páginas).
Durante las décadas de los sesenta y setenta Argelia fue un faro en el que se orientaban muchos movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo; y, en menor medida, también fue una referencia para muchas organizaciones de izquierda en un mundo bipolar en el que, a su vez, Argel se situaba al lado de las fuerzas progresistas frente a la reacción y el imperialismo, según la jerga de la época.
Sin embargo, esta imagen exterior de Argelia, elevada al “mito” de un Estado “moderno, socialista y laico”, terminaría resquebrajándose en las décadas siguientes. Según apuntan los autores, tres importantes puntos de inflexión han marcado desde entonces ese resquebrajamiento. Primero, la respuesta represiva a la oleada de protestas populares en 1988; segundo, el estado de excepción impuesto tras la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las elecciones legislativas de 1991; y, por último, tercero, la represión gubernamental durante la denominada “década negra” o guerra civil larvada que dejó un saldo de unos 200.000 muertos.
El origen de esta situación, en tesis de Aurèlia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi, remite a la propia configuración del Estado argelino. Sin pasar por alto el largo pasado colonial, de exclusión de la población musulmana autóctona, árabe y bereber, que no contribuyó precisamente a la creación de una “estructura política argelina propia”, ni tampoco a “un sujeto político argelino”, los citados autores subrayan el beligerante proceso de independencia que dio lugar a la construcción del actual Estado argelino, con el creciente desplazamiento de la dirección política por la militar.
En concreto, partiendo de algunos trabajos ya clásicos como el de Muhammad Harbi, Le FLN, mirage et réalité des origines à la prise du pouvoir (1945-1962), y el posterior de Hugh Roberts, The Battlefield: Argeria 1988-2002: Studies in a Broken polity, los autores indagan y profundizan en esa línea de investigación, con sus correspondientes aportaciones y actualización.
Entienden que el centro de gravedad del poder argelino ha descansado, desde entonces, sobre el trípode del Estado Mayor del Ejército, los servicios de seguridad y, cara “civil” y “visible de ambos”, la Presidencia del Estado. A semejanza de lo que ocurre en otros países del entorno (véase el caso de Egipto recientemente analizado por Yezid Sayigh), el Ejército ha sido “la única institución argelina organizada y aparentemente cohesionada”.
No obstante, esta cúpula de poder no está exenta de contradicciones o intereses encontrados entre las diferentes “baronías territoriales” y, en suma, facciones o “clanes” configurados a lo largo del tiempo. O dicho en otros términos, la denominada “competición circular y permanente entre las propias elites del poder” (Ferrán Izquierdo y Athina Kemou), que ha sido también analizada en el caso argelino (Rafael Bustos y Aurèlia Mañé).
A su vez, y en sintonía con otras experiencias similares, entre las fuentes de legitimidad de la dirección política argelina destacó la participación en la lucha por la liberación nacional. Pero tras alcanzar la independencia se imponían otros desafíos, como el desarrollo, que se centró en la nacionalización y explotación de los hidrocarburos. La distribución de los ingresos derivados de las fuentes energéticas otorgaban otra segunda fuente de legitimidad y apoyo, pero al mismo tiempo manifestaba las debilidades de una economía rentista y dependiente de los mercados internacionales. Por último, la diplomática era una tercera base de legitimidad que descansaba en su labrada imagen y relaciones exteriores, en particular, entre muchos países de África y América Latina.
Sin embargo, estas fuentes de legitimidad se han ido agotando con el paso del tiempo. Difícilmente las rentas históricas y nacionalistas se podían prolongar tras la sucesión de varias generaciones desde la independencia. Del mismo modo, las fluctuaciones de los precios de los hidrocarburos en los mercados internacionales han tenido serias repercusiones internas; además del fracaso para reformar y transformar una economía rentista en otra productiva. Sin olvidar la falta de oportunidades, la desigualdad y la injusticia social.
La única renta que se ha logrado renovar ha sido la diplomática, con especial énfasis en la seguridad, que permitió la vuelta de Argelia a la escena internacional a tenor de la nueva coyuntura internacional creada tras los atentados del 11-S, la acumulada experiencia del régimen argelino en el combate de la violencia yihadista y el entorno de inseguridad en Libia, Mali y en el Sahel.
Sin embargo, dos décadas después de la elección de Bouteflika como presidente de la República en 1999, con “el retorno a la estabilización después de una década de violencia”, esta salida de la crisis pareció cerrase en falso, pues no resolvió la “dualidad de Estado argelino” entre una aparente “arquitectura institucional del sistema (poderes legislativos, ejecutivo y judicial)” y otra “con un poder en la sombra a modo de Estado profundo”.
Las movilizaciones de 2019 así lo pusieron de manifiesto. Si durante las revueltas antiautoritarias de 2010-2011 la sociedad argelina no protagonizó un papel significativo debido, según muchos análisis, a la losa de la violencia que pesaba sobre su historia más reciente, las actuales no dejan de sorprender. En particular, por su civismo, horizontalidad y, en suma, el aprendizaje que adquieren los movimientos sociales mediante experiencias propias y ajenas.
Además de apuntar hacia la deseable fundación de una Segunda República sobre unas nuevas bases de consenso e inclusión, el escenario que se abre en Argelia es imprevisible. No menos importante en la gestión de este complejo panorama político es el económico y, en particular, el energético. Tema al que los autores dedican también buena parte de su análisis, unido al de las relaciones hispano-argelinas.
En síntesis, cabe congratularse por contar con un texto, el de Aurèlia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi, que aporta importantes claves para comprender la realidad social argelina; y, además, en un tiempo record, cuando los procesos de cambio político siguen abiertos, facilitando así su seguimiento.
Durante las décadas de los sesenta y setenta Argelia fue un faro en el que se orientaban muchos movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo; y, en menor medida, también fue una referencia para muchas organizaciones de izquierda en un mundo bipolar en el que, a su vez, Argel se situaba al lado de las fuerzas progresistas frente a la reacción y el imperialismo, según la jerga de la época.
Sin embargo, esta imagen exterior de Argelia, elevada al “mito” de un Estado “moderno, socialista y laico”, terminaría resquebrajándose en las décadas siguientes. Según apuntan los autores, tres importantes puntos de inflexión han marcado desde entonces ese resquebrajamiento. Primero, la respuesta represiva a la oleada de protestas populares en 1988; segundo, el estado de excepción impuesto tras la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las elecciones legislativas de 1991; y, por último, tercero, la represión gubernamental durante la denominada “década negra” o guerra civil larvada que dejó un saldo de unos 200.000 muertos.
El origen de esta situación, en tesis de Aurèlia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi, remite a la propia configuración del Estado argelino. Sin pasar por alto el largo pasado colonial, de exclusión de la población musulmana autóctona, árabe y bereber, que no contribuyó precisamente a la creación de una “estructura política argelina propia”, ni tampoco a “un sujeto político argelino”, los citados autores subrayan el beligerante proceso de independencia que dio lugar a la construcción del actual Estado argelino, con el creciente desplazamiento de la dirección política por la militar.
En concreto, partiendo de algunos trabajos ya clásicos como el de Muhammad Harbi, Le FLN, mirage et réalité des origines à la prise du pouvoir (1945-1962), y el posterior de Hugh Roberts, The Battlefield: Argeria 1988-2002: Studies in a Broken polity, los autores indagan y profundizan en esa línea de investigación, con sus correspondientes aportaciones y actualización.
Entienden que el centro de gravedad del poder argelino ha descansado, desde entonces, sobre el trípode del Estado Mayor del Ejército, los servicios de seguridad y, cara “civil” y “visible de ambos”, la Presidencia del Estado. A semejanza de lo que ocurre en otros países del entorno (véase el caso de Egipto recientemente analizado por Yezid Sayigh), el Ejército ha sido “la única institución argelina organizada y aparentemente cohesionada”.
No obstante, esta cúpula de poder no está exenta de contradicciones o intereses encontrados entre las diferentes “baronías territoriales” y, en suma, facciones o “clanes” configurados a lo largo del tiempo. O dicho en otros términos, la denominada “competición circular y permanente entre las propias elites del poder” (Ferrán Izquierdo y Athina Kemou), que ha sido también analizada en el caso argelino (Rafael Bustos y Aurèlia Mañé).
A su vez, y en sintonía con otras experiencias similares, entre las fuentes de legitimidad de la dirección política argelina destacó la participación en la lucha por la liberación nacional. Pero tras alcanzar la independencia se imponían otros desafíos, como el desarrollo, que se centró en la nacionalización y explotación de los hidrocarburos. La distribución de los ingresos derivados de las fuentes energéticas otorgaban otra segunda fuente de legitimidad y apoyo, pero al mismo tiempo manifestaba las debilidades de una economía rentista y dependiente de los mercados internacionales. Por último, la diplomática era una tercera base de legitimidad que descansaba en su labrada imagen y relaciones exteriores, en particular, entre muchos países de África y América Latina.
Sin embargo, estas fuentes de legitimidad se han ido agotando con el paso del tiempo. Difícilmente las rentas históricas y nacionalistas se podían prolongar tras la sucesión de varias generaciones desde la independencia. Del mismo modo, las fluctuaciones de los precios de los hidrocarburos en los mercados internacionales han tenido serias repercusiones internas; además del fracaso para reformar y transformar una economía rentista en otra productiva. Sin olvidar la falta de oportunidades, la desigualdad y la injusticia social.
La única renta que se ha logrado renovar ha sido la diplomática, con especial énfasis en la seguridad, que permitió la vuelta de Argelia a la escena internacional a tenor de la nueva coyuntura internacional creada tras los atentados del 11-S, la acumulada experiencia del régimen argelino en el combate de la violencia yihadista y el entorno de inseguridad en Libia, Mali y en el Sahel.
Sin embargo, dos décadas después de la elección de Bouteflika como presidente de la República en 1999, con “el retorno a la estabilización después de una década de violencia”, esta salida de la crisis pareció cerrase en falso, pues no resolvió la “dualidad de Estado argelino” entre una aparente “arquitectura institucional del sistema (poderes legislativos, ejecutivo y judicial)” y otra “con un poder en la sombra a modo de Estado profundo”.
Las movilizaciones de 2019 así lo pusieron de manifiesto. Si durante las revueltas antiautoritarias de 2010-2011 la sociedad argelina no protagonizó un papel significativo debido, según muchos análisis, a la losa de la violencia que pesaba sobre su historia más reciente, las actuales no dejan de sorprender. En particular, por su civismo, horizontalidad y, en suma, el aprendizaje que adquieren los movimientos sociales mediante experiencias propias y ajenas.
Además de apuntar hacia la deseable fundación de una Segunda República sobre unas nuevas bases de consenso e inclusión, el escenario que se abre en Argelia es imprevisible. No menos importante en la gestión de este complejo panorama político es el económico y, en particular, el energético. Tema al que los autores dedican también buena parte de su análisis, unido al de las relaciones hispano-argelinas.
En síntesis, cabe congratularse por contar con un texto, el de Aurèlia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi, que aporta importantes claves para comprender la realidad social argelina; y, además, en un tiempo record, cuando los procesos de cambio político siguen abiertos, facilitando así su seguimiento.