Mikel Ayestaran: Jerusalén, santa y cautiva. Desde el corazón de la Ciudad Vieja a la eternidad. Barcelona: Península, 2021 (240 páginas).
La ciudad de Jerusalén ha sido objeto de una ingente atención bibliográfica a lo largo de su prolongada historia. En consecuencia, no es arriesgado afirmar que, siguiendo esta trayectoria, seguirá —con bastante probabilidad— suscitando una curiosidad similar en el futuro.
Toda una serie de personalidades que han frecuentado o vivido en dicha ciudad se han sentido tentadas en algún momento de sus vidas a dedicarle algunas páginas o bien una obra específica de mayor o menor envergadura.
Entre sus diferentes autores es frecuente encontrarse con religiosos, viajeros, aventureros, historiadores, periodistas, diplomáticos, académicos, políticos y activistas, como es en este último caso el de Meir Margalit: Jerusalén, la ciudad imposible. Claves para comprender la ocupación israelí (Madrid: Los Libros de La Catarata, 2018), texto galardonado con el IV Premio Catarata de Ensayo; además de autores de novelas gráficas o cómics como la recomendable de Guy Delisle: Crónicas de Jerusalén (Bilbao: Astiberri, 2011).
Junto a su alargada historia, Jerusalén presenta dos importantes vertientes. La principal es la simbólica o religiosa por ser considerada sagrada o santa por las tres grandes religiones monoteístas. Es esta condición por la que es más conocida y la que mayor número de obras bibliográficas ha suscitado, aunque no sean las más visibles para un público crecientemente secular. La otra acepción es más contemporánea y política, de una ciudad ocupada militarmente, situada en el epicentro o médula del conflicto colonial de Israel con el pueblo nativo de Palestina.
Ambas dimensiones se entrecruzan complejizando un conflicto ya de por sí complicado. Pese a que el mismo no tiene un origen religioso ni étnico, no cabe negar ambas dimensiones y, en particular, la instrumentalización política de los sentimientos religiosos e identitarios en favor de un determinado proyecto colonial. Una mención especial en este sentido merece la obra de historiador israelí Shlomo Sand: La invención del pueblo judío (Madrid: Akal, 2011); y del mismo autor, La invención de la Tierra de Israel. De la Tierra Santa a madre patria (Madrid: Akal, 2013).
Precedido por otras obras periodísticas sobre la región, entre las que destacan Oriente Medio, Oriente roto (2017) y Las cenizas del califato (2018), esta nueva entrega de Mikel Ayestaran tampoco es exactamente un libro de viajes ni un ensayo, sólo —como el propio autor señala— unas crónicas de Jerusalén. Pero cualquier lector avezado podrá encontrar elementos de ambos géneros, tanto de una guía para conducirse por Jerusalén como de una observación para comprender la compleja realidad que entraña la situación de una ciudad ocupada.
A modo de un cuadro impresionista, Mikel Ayestaran va imprimiendo diferentes pinceladas, algunas muy difuminadas y otras algo más perfiladas, que —en no pocas ocasiones— deja en manos de los protagonistas, para ir configurando un paisaje del que el lector puede extraer sus propias conclusiones.
Algunas imágenes, lugares, establecimientos y barrios jerosolimitanos pueden resultar familiares para quienes conozcan o hayan frecuentado la ciudad. Para quienes no han tenido esa oportunidad, el autor ofrece unas referencias que merece tomar en consideración: desde cafeterías, restaurantes, librerías, galerías de arte, artesanía y guías turísticas alternativas.
Pero Ayestaran no rehúye el conflicto ni toma una falsa equidistancia ante las injusticias, “puesto que la situación sobre el terreno es profundamente desigual”. Por el contrario, se muestra crítico con los poderes globales: “A la comunidad internacional se le llena la boca hablando de los palestinos y de los derechos humanos, pero nadie pasa de las palabras a los hechos”.
De la lectura de su texto sobre Jerusalén se extraen algunas conclusiones, entre las que caben destacar dos. Primero, cómo en dicha ciudad continúa la limpieza étnica de Palestina emprendida en 1947-1948, sólo que actualmente de una manera más sutil y a cuentagotas, con un creciente desalojo de la población palestina de Jerusalén Este en favor de su judaización.
Y segundo, acompañando de modo casi inherente a lo anterior, la política de memoricidio, que busca “borrar las huellas del pasado o al menos disimularlas”. En concreto, eliminar cualquier vestigio de existencia palestina anterior a la conquista israelí de Jerusalén o incluso apropiándose de sus bienes culturales, ya sean materiales e inmateriales (como las propias tradiciones culinarias árabe-palestinas).
En suma, para concluir en palabras del propio autor: “A la política de ocupación de Israel se la puede mirar directamente a los ojos en la Ciudad Vieja, donde los grupos ultranacionalistas judíos trabajan sin descanso para hacerse con casas en los barrios musulmán y cristiano con la entera complicidad de las autoridades. Avanzan protegidos por las fuerzas de seguridad y avalados por los distintos Gobiernos, en los que cada vez tiene mayor capacidad de influencia”.
La ciudad de Jerusalén ha sido objeto de una ingente atención bibliográfica a lo largo de su prolongada historia. En consecuencia, no es arriesgado afirmar que, siguiendo esta trayectoria, seguirá —con bastante probabilidad— suscitando una curiosidad similar en el futuro.
Toda una serie de personalidades que han frecuentado o vivido en dicha ciudad se han sentido tentadas en algún momento de sus vidas a dedicarle algunas páginas o bien una obra específica de mayor o menor envergadura.
Entre sus diferentes autores es frecuente encontrarse con religiosos, viajeros, aventureros, historiadores, periodistas, diplomáticos, académicos, políticos y activistas, como es en este último caso el de Meir Margalit: Jerusalén, la ciudad imposible. Claves para comprender la ocupación israelí (Madrid: Los Libros de La Catarata, 2018), texto galardonado con el IV Premio Catarata de Ensayo; además de autores de novelas gráficas o cómics como la recomendable de Guy Delisle: Crónicas de Jerusalén (Bilbao: Astiberri, 2011).
Junto a su alargada historia, Jerusalén presenta dos importantes vertientes. La principal es la simbólica o religiosa por ser considerada sagrada o santa por las tres grandes religiones monoteístas. Es esta condición por la que es más conocida y la que mayor número de obras bibliográficas ha suscitado, aunque no sean las más visibles para un público crecientemente secular. La otra acepción es más contemporánea y política, de una ciudad ocupada militarmente, situada en el epicentro o médula del conflicto colonial de Israel con el pueblo nativo de Palestina.
Ambas dimensiones se entrecruzan complejizando un conflicto ya de por sí complicado. Pese a que el mismo no tiene un origen religioso ni étnico, no cabe negar ambas dimensiones y, en particular, la instrumentalización política de los sentimientos religiosos e identitarios en favor de un determinado proyecto colonial. Una mención especial en este sentido merece la obra de historiador israelí Shlomo Sand: La invención del pueblo judío (Madrid: Akal, 2011); y del mismo autor, La invención de la Tierra de Israel. De la Tierra Santa a madre patria (Madrid: Akal, 2013).
Precedido por otras obras periodísticas sobre la región, entre las que destacan Oriente Medio, Oriente roto (2017) y Las cenizas del califato (2018), esta nueva entrega de Mikel Ayestaran tampoco es exactamente un libro de viajes ni un ensayo, sólo —como el propio autor señala— unas crónicas de Jerusalén. Pero cualquier lector avezado podrá encontrar elementos de ambos géneros, tanto de una guía para conducirse por Jerusalén como de una observación para comprender la compleja realidad que entraña la situación de una ciudad ocupada.
A modo de un cuadro impresionista, Mikel Ayestaran va imprimiendo diferentes pinceladas, algunas muy difuminadas y otras algo más perfiladas, que —en no pocas ocasiones— deja en manos de los protagonistas, para ir configurando un paisaje del que el lector puede extraer sus propias conclusiones.
Algunas imágenes, lugares, establecimientos y barrios jerosolimitanos pueden resultar familiares para quienes conozcan o hayan frecuentado la ciudad. Para quienes no han tenido esa oportunidad, el autor ofrece unas referencias que merece tomar en consideración: desde cafeterías, restaurantes, librerías, galerías de arte, artesanía y guías turísticas alternativas.
Pero Ayestaran no rehúye el conflicto ni toma una falsa equidistancia ante las injusticias, “puesto que la situación sobre el terreno es profundamente desigual”. Por el contrario, se muestra crítico con los poderes globales: “A la comunidad internacional se le llena la boca hablando de los palestinos y de los derechos humanos, pero nadie pasa de las palabras a los hechos”.
De la lectura de su texto sobre Jerusalén se extraen algunas conclusiones, entre las que caben destacar dos. Primero, cómo en dicha ciudad continúa la limpieza étnica de Palestina emprendida en 1947-1948, sólo que actualmente de una manera más sutil y a cuentagotas, con un creciente desalojo de la población palestina de Jerusalén Este en favor de su judaización.
Y segundo, acompañando de modo casi inherente a lo anterior, la política de memoricidio, que busca “borrar las huellas del pasado o al menos disimularlas”. En concreto, eliminar cualquier vestigio de existencia palestina anterior a la conquista israelí de Jerusalén o incluso apropiándose de sus bienes culturales, ya sean materiales e inmateriales (como las propias tradiciones culinarias árabe-palestinas).
En suma, para concluir en palabras del propio autor: “A la política de ocupación de Israel se la puede mirar directamente a los ojos en la Ciudad Vieja, donde los grupos ultranacionalistas judíos trabajan sin descanso para hacerse con casas en los barrios musulmán y cristiano con la entera complicidad de las autoridades. Avanzan protegidos por las fuerzas de seguridad y avalados por los distintos Gobiernos, en los que cada vez tiene mayor capacidad de influencia”.