Vijay Prashad: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo. Barcelona: Península, 2012 (512 páginas).
“El Tercer Mundo no fue un lugar. Fue un proyecto”. Así de claro y firme comienza el texto de Vijay Prashad, profesor de Historia de Asia del Sur y de Estudios Internacionales en el Trinity College de Connecticut, en Estados Unidos.
En efecto, el Tercer Mundo agrupaba los deseos y aspiraciones de numerosas personas, cerca de dos tercios de la población mundial que vivían ―en su mayor parte― en países de reciente pasado colonial o sometidos todavía a la colonización, en condiciones materiales de vida muy precarias, con escasas posibilidades de mejorar sus expectativas y abocadas al fracaso en la mayoría de los casos.
Acuñado por el economista francés Alfred Sauvy en 1952, el término de Tercer Mundo cobraría naturaleza propia tras la conferencia de Bandung en 1955, a la que siguieron periódicamente otras como la de Belgrado, en 1961, en la que se fundó el Movimiento de Países No Alineados. Sin olvidar las que abogaron por un nuevo orden económico internacional, que reequilibrara los intercambios entre los países desarrollados y subdesarrollados.
La agenda del Tercer Mundo era clara. Apostaba prioritariamente por la independencia nacional frente al colonialismo y otras formas neocoloniales de dominación; y también por el crecimiento económico y el desarrollo social frente a la dependencia económica que sólo reproducía el subdesarrollo.
Para lograr ambos objetivos, los gobiernos del Tercer Mundo abogaban por el no alineamiento y por la reestructuración del sistema económico internacional. La división bipolar del mundo afectaba negativamente tanto a la recién estrenada soberanía como a las luchas de emancipación nacional, fuertemente bipolarizadas durante el periodo de la Guerra Fría. A su vez, el orden económico internacional de la posguerra no favorecía precisamente a los países postcoloniales a rebasar los obstáculos y dificultades para su desarrollo.
Pese a los enormes esfuerzos desplegados, el Tercer Mundo no alcanzó sus propósitos. El auge del tercermundismo fue rápidamente ensombrecido. El propio término tercermundismo no revestía entonces el carácter peyorativo que posee actualmente.
Por el contrario, su proyecto reivindicaba “la redistribución de los recursos mundiales, una tasa de retorno más digna para el factor trabajo de su población y un reconocimiento común del legado de la ciencia, la tecnología y la cultura”. En cierto modo, podría afirmarse que, salvando la distancia en el tiempo y en el espacio, los actuales movimientos alterglobalizadores se han hecho eco ―en parte― de su agenda.
Además de los condicionamientos externos, la heterogeneidad de los países del Tercer Mundo y las diferencias ―no menores― en el interior de sus respectivas sociedades, Vijay Prashad señala otros importantes factores que explicarían su fracaso.
En particular, el autor destaca que no concluyeron los procesos de transformación socioeconómica y política despuntados durante las luchas de emancipación nacional. Las exigencias de unidad nacional frente al colonialismo relegaron a un segundo plano las contradicciones internas con la esperanza de ser resueltas tras la independencia. Sin embargo, el resultado que siguió fue el de combinar “la promesa de igualdad con el mantenimiento de la jerarquía social”.
Las clases dominantes se reprodujeron mediante “la oficialidad del ejército” y del “partido popular vencedor”. Centradas en satisfacer sus necesidades e incrementar sus beneficios, dieron la espalda a las demandas populares de “tierras, pan y paz”; y se vieron más “como élites y no como parte de un proyecto”.
En este contexto, y dada su incapacidad para reflotar económica y financieramente a sus países, se acomodaron a las exigencias de “ajustes estructurales” del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De este modo, se inhabilitaba al “Estado para actuar en beneficio de la población”, se renunciaba a “la reivindicación de un nuevo orden internacional”, y también a “los objetivos del socialismo”.
Paralelamente, esta renuncia al “proyecto político y social del Tercer Mundo” se acompañó de un auge de los “nacionalismos culturales” y el “fundamentalismo”, que acentuaron las diferencias culturales y religiosas, los atavismos y las luchas intestinas.
No fue casualidad que este proceso, de reemplazo “del nacionalismo del Tercer Mundo por el nacionalismo cultural”, coincidiera con el de la globalización neoliberal y el socavamiento de la soberanía nacional. Las economías nacionales quedaron a merced de “las empresas sin Estado (y sin alma)” mientras se desplazaban “las culpas de la falta de bienestar a las minorías (religiosas, étnicas, sexuales y de cualquier otro tipo)”.
En síntesis, la muy recomendable obra de Vijay Prashad realiza un recorrido por la historia política del Tercer Mundo, por el auge y declive del tercermundismo, al mismo tiempo que invita a reflexionar en la era postercermundista acerca de un proyecto sucesor e igualmente digno.
“El Tercer Mundo no fue un lugar. Fue un proyecto”. Así de claro y firme comienza el texto de Vijay Prashad, profesor de Historia de Asia del Sur y de Estudios Internacionales en el Trinity College de Connecticut, en Estados Unidos.
En efecto, el Tercer Mundo agrupaba los deseos y aspiraciones de numerosas personas, cerca de dos tercios de la población mundial que vivían ―en su mayor parte― en países de reciente pasado colonial o sometidos todavía a la colonización, en condiciones materiales de vida muy precarias, con escasas posibilidades de mejorar sus expectativas y abocadas al fracaso en la mayoría de los casos.
Acuñado por el economista francés Alfred Sauvy en 1952, el término de Tercer Mundo cobraría naturaleza propia tras la conferencia de Bandung en 1955, a la que siguieron periódicamente otras como la de Belgrado, en 1961, en la que se fundó el Movimiento de Países No Alineados. Sin olvidar las que abogaron por un nuevo orden económico internacional, que reequilibrara los intercambios entre los países desarrollados y subdesarrollados.
La agenda del Tercer Mundo era clara. Apostaba prioritariamente por la independencia nacional frente al colonialismo y otras formas neocoloniales de dominación; y también por el crecimiento económico y el desarrollo social frente a la dependencia económica que sólo reproducía el subdesarrollo.
Para lograr ambos objetivos, los gobiernos del Tercer Mundo abogaban por el no alineamiento y por la reestructuración del sistema económico internacional. La división bipolar del mundo afectaba negativamente tanto a la recién estrenada soberanía como a las luchas de emancipación nacional, fuertemente bipolarizadas durante el periodo de la Guerra Fría. A su vez, el orden económico internacional de la posguerra no favorecía precisamente a los países postcoloniales a rebasar los obstáculos y dificultades para su desarrollo.
Pese a los enormes esfuerzos desplegados, el Tercer Mundo no alcanzó sus propósitos. El auge del tercermundismo fue rápidamente ensombrecido. El propio término tercermundismo no revestía entonces el carácter peyorativo que posee actualmente.
Por el contrario, su proyecto reivindicaba “la redistribución de los recursos mundiales, una tasa de retorno más digna para el factor trabajo de su población y un reconocimiento común del legado de la ciencia, la tecnología y la cultura”. En cierto modo, podría afirmarse que, salvando la distancia en el tiempo y en el espacio, los actuales movimientos alterglobalizadores se han hecho eco ―en parte― de su agenda.
Además de los condicionamientos externos, la heterogeneidad de los países del Tercer Mundo y las diferencias ―no menores― en el interior de sus respectivas sociedades, Vijay Prashad señala otros importantes factores que explicarían su fracaso.
En particular, el autor destaca que no concluyeron los procesos de transformación socioeconómica y política despuntados durante las luchas de emancipación nacional. Las exigencias de unidad nacional frente al colonialismo relegaron a un segundo plano las contradicciones internas con la esperanza de ser resueltas tras la independencia. Sin embargo, el resultado que siguió fue el de combinar “la promesa de igualdad con el mantenimiento de la jerarquía social”.
Las clases dominantes se reprodujeron mediante “la oficialidad del ejército” y del “partido popular vencedor”. Centradas en satisfacer sus necesidades e incrementar sus beneficios, dieron la espalda a las demandas populares de “tierras, pan y paz”; y se vieron más “como élites y no como parte de un proyecto”.
En este contexto, y dada su incapacidad para reflotar económica y financieramente a sus países, se acomodaron a las exigencias de “ajustes estructurales” del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De este modo, se inhabilitaba al “Estado para actuar en beneficio de la población”, se renunciaba a “la reivindicación de un nuevo orden internacional”, y también a “los objetivos del socialismo”.
Paralelamente, esta renuncia al “proyecto político y social del Tercer Mundo” se acompañó de un auge de los “nacionalismos culturales” y el “fundamentalismo”, que acentuaron las diferencias culturales y religiosas, los atavismos y las luchas intestinas.
No fue casualidad que este proceso, de reemplazo “del nacionalismo del Tercer Mundo por el nacionalismo cultural”, coincidiera con el de la globalización neoliberal y el socavamiento de la soberanía nacional. Las economías nacionales quedaron a merced de “las empresas sin Estado (y sin alma)” mientras se desplazaban “las culpas de la falta de bienestar a las minorías (religiosas, étnicas, sexuales y de cualquier otro tipo)”.
En síntesis, la muy recomendable obra de Vijay Prashad realiza un recorrido por la historia política del Tercer Mundo, por el auge y declive del tercermundismo, al mismo tiempo que invita a reflexionar en la era postercermundista acerca de un proyecto sucesor e igualmente digno.