PANORAMA MUNDIAL. José Abu-Tarbush







Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros


A Spiridon Vazdekis (Abu Cristo), in memoriam.


Palestinos y, además, cristianos
Jean Rolin: Cristianos. Barcelona: Libros del Asteroide, 2011 (165 páginas).

(Este texto fue publicado en la Revista electrónica Hoja de Ruta, Edición No. 39, Febrero de 2012)


La identidad presenta múltiples facetas. Frente a la imagen singular y unidimensional, que reduce la identidad a un único y exigente aspecto, cabe contraponer la compleja riqueza de su diversidad.

Como señala Amartya Sen, las identidades son plurales. “La misma persona puede ser, sin ninguna contradicción, ciudadano estadounidense de origen caribeño con antepasados africanos, cristiano, liberal, mujer, vegetariano, corredor de fondo, historiador, maestro, novelista, feminista, heterosexual, creyente en los derechos de los gays y las lesbianas, amante del teatro, activo ambientalista, fanático del tenis, músico de jazz y alguien que está totalmente comprometido con la opinión de que hay seres inteligentes en el espacio exterior con los que es imperioso comunicarse (preferentemente en inglés)”[1].

A su vez, la pertenencia a un mismo tiempo a este elenco de colectividades otorga a la persona una identidad particular, pero ésta no necesariamente se reduce a una de sus dimensiones por importante que sea. Por el contrario, cabe la opción de decidir en cada contexto su filiación.

Por ejemplo, el título de esta nota acentúa la condición nacional sobre la confesional (“Palestinos y, además, cristianos”), de haber invertido los términos (“Cristianos y, además, palestinos”) estaría anteponiendo su pertenencia religiosa a la nacional. Por tanto, todo dependerá del aspecto que se quiera enfatizar. Ambos forman parte de la misma realidad y no son contradictorios.

La opción que adopta el autor, Jean Rolin, es la de acentuar su filiación confesional. Ni siquiera en el título genérico de su obra, Cristianos, se añade su condición nacional de palestinos. Por tanto, se podría estar igualmente aludiendo a los cristianos en un sentido genérico, independientemente de su nacionalidad, sus preferencias políticas, ideológicas o de cualquier otra índole, e incluso de su pertenencia a una u otra obediencia dentro de la misma religión cristiana (católica, ortodoxa, protestante o cualquier otra entre su extensa variedad). Esta perspectiva es la que desarrolla el autor a lo largo de sus crónicas acerca de los palestinos de confesión cristiana de los territorios ocupados.

En su periplo de dos meses, durante el otoño de 2002, por Cisjordania, Gaza y Jerusalén, Jean Rolin fue recogiendo diferentes testimonios con los que, a modos de teselas, formó un mosaico sobre los cristianos palestinos. El paisaje que esboza es el de una minoría atrapada en una situación incómoda, ubicada entre la ocupación militar israelí y la intolerancia religiosa de algunos elementos de la mayoría musulmana.

Sin embargo, conviene precisar, la intransigencia afecta no sólo a los palestinos de confesión cristiana, sino también a los de tradición musulmana o, igualmente, a los que no profesan activamente ningún credo más allá de su pertenencia cultural a una u otra tradición religiosa. Sin olvidar otras aristas de la obcecación como las referidas a la condición de género.

A partir de este esbozo el autor explica la fuerte propensión a la emigración que se registra entre los cristianos palestinos. La mayoría tiene una parte de la familia (a veces la más numerosa) en el extranjero. Esta misma tendencia viene recogida periódicamente en la prensa internacional, con la consecuente preocupación por la disminución de la población palestina de confesión cristiana[2].

Ante esta situación, es obligado preguntar si su salida se debe a la ocupación militar israelí o al sectarismo religioso o, también, a ambas cosas a la vez. Quizás arroje algo de luz el saber que no sólo emigran los palestinos cristianos, sino también los musulmanes; y que, sin duda alguna, su número sería aún mayor si encontraran facilidades (visados, permiso de residencia y trabajo, principalmente) para su salida.

Pero además de los importantes condicionantes internos (factores de expulsión), cabe sumar el fuerte atractivo que ejercen los externos (factores de atracción). En este sentido, conviene recordar la mayor tradición migratoria existente entre la minoría cristiana en Palestina, pero también en otros países de su entorno como el Líbano.

Si bien el factor religioso (derivado de los enfrentamientos interconfesionales en Monte Líbano, Alepo y Damasco a mediados del siglo XIX) estuvo presente en los inicios de esa tradición, no menos cierto es que se combinó con otros igualmente importantes para emprender su aventura migratoria. En concreto, las mayores facilidades y conexiones externas que encontraron los miembros de las minorías cristianas para su desplazamiento y asentamiento en el exterior. Sus motivaciones no fueron del todo ajenas a la labor misionera europea y estadounidense que, en el terreno educativo, contribuyó a elevar su nivel cultural y sus expectativas materiales de vida.

De este modo, se fue forjando una cultura de la emigración, con referentes de éxito e incentivos para asumir la misma aventura, que fue expandiéndose socialmente y alcanzó también a los árabes sirios, libaneses y palestinos de religión musulmana. La emigración árabe a América, iniciada a partir del último cuarto del siglo XIX, no se redujo sólo a los árabes cristianos, también atrajo a los musulmanes, pese a que los primeros protagonizaron inicialmente y en mayor proporción esta corriente migratoria. De ahí que fuera una manifestación social (de carácter económico, principalmente) más que confesional.

Nada de esto, obviamente, pretende minusvalorar los condicionantes que empujan actualmente a los palestinos de confesión cristiana a buscar en la salida de su país natal una nueva vida, con mejores expectativas de realización personal, familiar y profesional. Tendencia que, sin embargo, no se reduce a la minoría cristiana, sino que es igualmente extensible a la mayoría musulmana.

De hecho, el grueso de las familias palestinas, independientemente de su pertenencia religiosa, tiene a una parte de sus miembros en el exterior y muy frecuentemente se encuentran repartidos por varios países. La limpieza étnica de la que fueron objeto (1948), con la consiguiente expulsión, desposesión y dispersión, seguido por la posterior ocupación (1967), habla por sí misma de la condición diaspórica de los palestinos.

Ahora bien, lo que el autor no toma en consideración es precisamente esos otros factores que se han ido esbozando aquí. En particular, la mayor tendencia a emigrar sigue otros itinerarios más allá de los meramente confesionales. Uno de los más importantes es el socioeconómico. Por la misma fecha en que el autor compilaba sus testimonios (2002), el deterioro y agravamiento de la situación política y material en los territorios palestinos llevó a que ciertos grupos sociales, sobre todo clases medias integradas por profesionales liberales, emprendieran provisional o definitivamente nuevos desplazamientos.

Del mismo modo, cabe advertir que la mayor tradición migratoria entre la minoría cristiana juega algún factor que explicaría su mayor tendencia a emigrar como, entre otros, sus mayores contactos y redes familiares en el exterior. Obviamente, esto no niega el peso de la ocupación militar ni tampoco su creciente incomodidad con las expresiones de intolerancia religiosa en la región.

Por último, es necesario precisar el término de emigración que se viene utilizando aquí. En realidad, no se trata de un movimiento migratorio más, de naturaleza eminentemente socioeconómica, que surge de forma espontánea y voluntaria como habitualmente se considera. Por el contrario, en el caso de los territorios palestinos se trata de un movimiento forzado o, como mínimo, inducido por una política de ocupación colonial, que pretende continuar de manera más sutil y dosificada la limpieza étnica acometida en Palestina (1948); y que afecta a toda su población autóctona, la árabe-palestina, ya sea de tradición cristiana o musulmana.

P.D.: Esta breve nota está dedicada a la memoria de Spiridon Vazdekis (1924-2008), más conocido como Abu Cristo. Su propia trayectoria vital ilustra la complejidad y riqueza de la identidad. De padre griego, Abu Cristo era árabe-palestino, natural de Beit-Jala, de confesión cristiana (católica), aunque a decir verdad no era una persona particularmente religiosa.

Como otros muchos miembros de su generación, se vio forzado a salir de Palestina en la búsqueda de un futuro mejor para él y, en particular, para su familia. Sin embargo, su aventura diaspórica en el archipiélago canario no implicó el desarraigo ni el olvido. Por el contrario, siguió aferrado a su tierra y adquirió importantes compromisos políticos, desde la militancia nacionalista en la filas de Fatah hasta la dinamización y organización de la comunidad palestina en Canarias. Comunidad que presidió muy activamente durante algo más de una década, prolongada con su presidencia honorífica hasta su muerte en Palestina (2008).

Alejado de todo tipo de sectarismo, su origen cristiano no fue una rémora para que gozara del apoyo, confianza y amistad de otros connacionales de ascendencia musulmana, entre los que se encontraban muchos de sus amigos como el también desaparecido Taher Muti.

Como buen palestino, Abu Cristo era un gran consumidor de informativos, en particular, los emitidos por las televisiones árabes vía satélite. Curiosamente, entre sus canales preferidos se encontraba la cadena Al-Manar, vinculada a Hezbolá, pese a que no era de confesión musulmana ni islamista.

Su ejemplo es una clara manifestación de que el principal problema en Palestina es político, de carácter nacional y territorial, no confesional, aunque la ocupación militar israelí instrumentalice las innegables fallas existentes en la sociedad palestina.


[1] Amartya Sen: Identidad y violencia. La ilusión del destino. Madrid: Katz Editores, 2007, p. 11.

[2] Más recientemente en la prensa española venía recogido esta tendencia, véase Ana Garralda: “Los cristianos cada vez son menos en Tierra Santa”, El País, 8 de enero de 2012,
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/01/08/actualidad/1326027627_877291.html
 

China vista por Kissinger
Henry Kissinger: China. Barcelona: Debate, 2012 (624 páginas).

China es uno de los países que, con diferencia, mayor atención e interés ha suscitado en la política mundial durante las últimas décadas.

Sólo basta con echar un vistazo a la creciente producción bibliográfica de la que ha sido objeto para advertir esta tendencia. Desde prácticamente todos los ángulos ―histórico, político, periodístico, económico e internacional, entre otros―, la emergencia económica y política china en la escena mundial no ha dejado indiferente a nadie.

Entre los numerosos títulos ofertados, algunos destacan no sólo por el tema del que se ocupan, sino también por quién se ocupa del tema. Este es el caso de la voluminosa obra sobre China firmada por Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado norteamericano (1973-1977) durante las presidencias de Nixón (1973-1974) y Ford (1974-1977).

Con un estilo en el que se mezcla la perspectiva histórica con pinceladas autobiográficas y el ensayo en materia de política internacional, Kissinger despliega todo su bagaje político y académico en su aproximación a China.

La importancia otorgada a su historia, y en particular a la humillante dominación que ejercieron las principales potencias de la época, permite al autor contextualizar la política exterior que desarrolló posteriormente la China maoísta.  Su teoría de los tres mundos (superpotencias, mundo desarrollado y Tercer Mundo) resultará imprescindible para comprender la no siempre entendida política exterior china, en particular,  durante el periodo de la Guerra Fría.

En esta tesitura, una de las claves en la que abunda el autor, por su implicación personal, es en el proceso de acercamiento que protagonizaron Estados Unidos y China al mismo tiempo  que entre Moscú y Pekín se registraba un creciente distanciamiento, que desembocó en el conocido cisma sino-soviético.

Otra etapa no menos importante que aborda es la transición y lucha por el poder que siguió a la desaparición de Mao, en la que finalmente se impuso Deng Xiaoping después de pasar por numerosas vicisitudes. Junto con Zhou Enlai, Deng recibe un cálido tratamiento  a lo largo del libro.

Estados Unidos y China han registrado numerosos desencuentros en distintos momentos, desde la guerra de Corea (1950-1953) y de Vietnam (1965-1975) hasta los acontecimientos más cercanos de la Plaza de Tianiamen (1989) y los recelos estadounidenses acerca de las teorías del supuesto “ascenso” o “auge pacífico” de China, entre otros.

Desde la perspectiva realista de las Relaciones Internacionales a la que pertenece el autor, Kissinger otorga una explicación de la relación bilateral entre Washington y Pekín en los términos de la primacía de los imperativos geopolíticos sobre los límites de la ideología. 

En concreto, para China el acercamiento a Estados Unidos era un baluarte frente al temido expansionismo soviético; y, viceversa, la aproximación de Washington a Pekín no sólo contribuía a la división y debilitamiento del bloque socialista o contra-hegemónico, sino que también buscaba su enfrentamiento y destrucción.

Esta máxima realista es expuesta por el propio Kissinger: ante el dilema de “escoger entre necesidades estratégicas y convicción moral”, cabe optar primero “por imponerse en la lucha geopolítica” para, luego, “llevar adelante finalmente las convicciones morales”. Sobre este particular es necesario recordar que El Príncipe de Maquiavelo es uno de los libros de cabecera de los realistas. 

Por último, en referencia al futuro de las relaciones sino-estadounidenses y su importancia para el conjunto de la sociedad internacional, el autor sugiere la necesidad de un diálogo y consulta permanente entre ambos países, en aras de forjar conjuntamente un orden mundial. Semejante escenario no descarta el conflicto ante la ausencia de acuerdo, como se desprende de la cita de La paz perpetua de Immanuel Kant en la conclusión del libro.

Política interior global
Ulrich Beck: Crónicas desde el mundo de la política interior global. Barcelona: Paidós, 2011 (157 páginas).

La sociedades cohesionadas e integradas en un Estado han sido el objeto tradicional de estudio de la Sociología. Cuando esta disciplina se aventuraba más allá de las fronteras estatales, por lo general lo hacía para realizar estudios comparativos entre unas sociedades y otras. Sin embargo, esta práctica reducida a las sociedades nacionales o intraestatales ya no se corresponde del todo con la realidad.

Si bien muchos sociólogos se siguen ocupando de la realidad social dentro de un determinado espacio estatal, no menos cierto es que otros tantos se dedican al análisis de esa misma realidad en el terreno transnacional. Sin olvidar que ambos grupos, independientemente de su objeto de estudio e interés, no pueden ignorar la realidad exterior e internacional dada la creciente interdependencia mundial.

Uno de los sociólogos que ha rebasado la frontera nacional para ubicar su perspectiva en la transnacional es Ulrich Beck. Conocido por acuñar los conceptos de sociedad del riesgo y segunda modernidad, Beck se ha ocupado de otros muchos aspectos relativos a la modernización, globalización, ecología, trabajo e individualización.

Denominador común de los temas que suele abordar el autor es su visión desdibujada de las fronteras y del espacio territorial en sintonía con los nuevos riesgos y amenazas: cambio climático, pandemias, crisis económica y financiera, hundimiento del sistema económico mundial.

Desde esta perspectiva multilateral y cosmopolita, el autor señala la siguiente paradoja: problemas que a diario se tornan “globales”, pero que ―en el mejor de los casos― sólo obtienen “respuestas” desde instituciones nacionales. De ahí la colisión entre lo que denomina la política interior global y las instituciones nacionales.

En estas crónicas, que fueron publicadas mensualmente, Ulrich Beck reivindica un “cambio de paradigma”: “de la concepción del mundo propia del Estado nacional, que separa entre política interior y exterior, a la concepción de la política interior global (…)”.

Llama la atención que semejante reivindicación sea uno de los rasgos caracterizadores del denominado paradigma transnacional en la disciplina de las Relaciones Internacionales desde los años setenta. Su unidad de análisis, lejos de reducirse al Estado, se ensanchaba a otros numerosos actores no estatales. Y definía el mundo como una red de múltiples conexiones, interdependiente y compleja.

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Editado por
José Abu-Tarbush
Eduardo Martínez de la Fe
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.





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