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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
29/11/2013
Avi Shlaim: El muro de hierro. Israel y el mundo árabe. Granada: Almed, 2011, segunda edición ampliada y actualizada (856 páginas).
La editorial granadina Almed reeditó hace unos dos años el libro de Avi Shlaim sobre las relaciones entre Israel y el mundo árabe. En esta segunda edición, ampliada y actualizada, se recogen algunos textos del autor aparecidos durante los últimos años en diferentes medios.
Catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oxford, Avi Shlaim pertenece a la escuela de los denominados nuevos historiadores israelíes, que han revisado la historia oficial de Israel utilizando fuentes de primera mano, entre las que destacan los propios archivos del movimiento sionista e israelíes.
En este trabajo, el autor invierte la tradicional imagen de intransigencia árabe en sus relaciones con Israel para mostrar otra bien diferente, en la que los halcones israelíes se han impuesto sobre los denominados palomas en sus relaciones con los Estados árabes.
Frente a los moderados, partidarios de la negociación y más sensibles a la presión externa, se impusieron los inclinados a la expansión, que apostaban por una estrategia dilatoria y se mostraban indiferentes a la opinión pública mundial.
Desde el primer momento, el movimiento sionista aplicó una táctica flexible acompañada de una estrategia inamovible en su proyecto colonial en Palestina. Sin embargo, a medida que fue fortaleciendo su posición, su táctica terminó mostrándose tan inflexible como su estrategia.
En esta tesitura, su apuesta por la política de los hechos consumados pretendía consolidar sus conquistas militares, asentada sobre la superioridad militar, al mismo tiempo que mostraba su desprecio hacia el Derecho Internacional con su explicitada negativa a cumplir las resoluciones de Naciones Unidas relativas a la resolución del conflicto, así como otras normas y convenciones internacionales.
Desde esta lógica, que no concibe la reconciliación con el mundo árabe, se impuso la denominada política de muro de hierro, orientada a explicitar la superioridad militar israelí (o, a la inversa, la inferioridad de las fuerzas armadas árabes) que disuadiera e hiciera desistir la lucha contra Israel.
De este recorrido histórico que realiza Avi Shlaim por las relaciones interestatales entre Israel y el mundo árabe, cabe extraer algunas importantes pautas de su comportamiento exterior, que se mantienen vigente hasta hoy día.
En suma, El muro de hierro. Israel y el mundo árabe es una obra mayor, un texto destinado a ser un clásico y, por tanto, una referencia imprescindible para comprender en toda su complejidad el conflicto israelo-palestino y su ramificación regional o árabe-israelí.
La editorial granadina Almed reeditó hace unos dos años el libro de Avi Shlaim sobre las relaciones entre Israel y el mundo árabe. En esta segunda edición, ampliada y actualizada, se recogen algunos textos del autor aparecidos durante los últimos años en diferentes medios.
Catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oxford, Avi Shlaim pertenece a la escuela de los denominados nuevos historiadores israelíes, que han revisado la historia oficial de Israel utilizando fuentes de primera mano, entre las que destacan los propios archivos del movimiento sionista e israelíes.
En este trabajo, el autor invierte la tradicional imagen de intransigencia árabe en sus relaciones con Israel para mostrar otra bien diferente, en la que los halcones israelíes se han impuesto sobre los denominados palomas en sus relaciones con los Estados árabes.
Frente a los moderados, partidarios de la negociación y más sensibles a la presión externa, se impusieron los inclinados a la expansión, que apostaban por una estrategia dilatoria y se mostraban indiferentes a la opinión pública mundial.
Desde el primer momento, el movimiento sionista aplicó una táctica flexible acompañada de una estrategia inamovible en su proyecto colonial en Palestina. Sin embargo, a medida que fue fortaleciendo su posición, su táctica terminó mostrándose tan inflexible como su estrategia.
En esta tesitura, su apuesta por la política de los hechos consumados pretendía consolidar sus conquistas militares, asentada sobre la superioridad militar, al mismo tiempo que mostraba su desprecio hacia el Derecho Internacional con su explicitada negativa a cumplir las resoluciones de Naciones Unidas relativas a la resolución del conflicto, así como otras normas y convenciones internacionales.
Desde esta lógica, que no concibe la reconciliación con el mundo árabe, se impuso la denominada política de muro de hierro, orientada a explicitar la superioridad militar israelí (o, a la inversa, la inferioridad de las fuerzas armadas árabes) que disuadiera e hiciera desistir la lucha contra Israel.
De este recorrido histórico que realiza Avi Shlaim por las relaciones interestatales entre Israel y el mundo árabe, cabe extraer algunas importantes pautas de su comportamiento exterior, que se mantienen vigente hasta hoy día.
En suma, El muro de hierro. Israel y el mundo árabe es una obra mayor, un texto destinado a ser un clásico y, por tanto, una referencia imprescindible para comprender en toda su complejidad el conflicto israelo-palestino y su ramificación regional o árabe-israelí.
Alejandro García: Historia del Sáhara y su conflicto. Madrid: La Catarata, 2010 (100 páginas).
En el año 2010 los saharauis de los territorios ocupados protagonizaban una singular protesta con el establecimiento de un campamento en las afueras de El Aaiún.
La reivindicación saharaui poseía una naturaleza inicialmente socioeconómica, pero pronto adquirió un rostro político, de perfil nacionalista y anticolonial, tras la intervención marroquí que desmanteló por la fuerza el campamento de Gdeim Izik, hace ahora unos tres años.
Con su pacífico movimiento de protesta y de resistencia civil, los saharauis retiraban simbólicamente su obediencia a la autoridad de ocupación marroquí, al mismo tiempo que reafirmaban su identidad colectiva.
Pese a lo publicitado por Rabat durante los últimos años, acerca de que los saharauis en los campos de refugiados en Tinduf eran “rehenes” del Frente Polisario y de Argelia, los de los territorios ocupados estaban -por el contrario- bajo ocupación marroquí.
Sin embargo, ni su mordaza informativa ni su sistemática represión disuadió a los saharauis de emprender sus acciones colectivas de protesta. Los costes y riesgos de su movilización fueron considerados menores frente a su voluntad de afirmación política. La ocupación marroquí, durante más de tres décadas, no había logrado cooptarlos ni integrarlos. Sus hombres y mujeres tampoco estaban dispuestos a otorgarle su consentimiento y legitimidad.
La protesta saharaui precedió en pocas semanas a la primavera árabe. No fue exactamente su detonante, pero sí su preludio. Los saharauis pusieron nuevamente de manifiesto la prolongada irresolución de su conflicto; además de su incesante deseo de ejercer su derecho a la autodeterminación.
Uno de los problemas asociados con el largo enquistamiento de un conflicto es que las causas que lo originaron se pierden en el tiempo. Sin embargo, mientras no se aborden sus causas estructurales, el conflicto está condenado a reproducirse cíclicamente. El del Sáhara Occidental es un claro ejemplo.
El texto de Alejandro García refresca la memoria a unos y sirve de introducción a otros para comprender las claves del conflicto por el Sáhara Occidental.
En el año 2010 los saharauis de los territorios ocupados protagonizaban una singular protesta con el establecimiento de un campamento en las afueras de El Aaiún.
La reivindicación saharaui poseía una naturaleza inicialmente socioeconómica, pero pronto adquirió un rostro político, de perfil nacionalista y anticolonial, tras la intervención marroquí que desmanteló por la fuerza el campamento de Gdeim Izik, hace ahora unos tres años.
Con su pacífico movimiento de protesta y de resistencia civil, los saharauis retiraban simbólicamente su obediencia a la autoridad de ocupación marroquí, al mismo tiempo que reafirmaban su identidad colectiva.
Pese a lo publicitado por Rabat durante los últimos años, acerca de que los saharauis en los campos de refugiados en Tinduf eran “rehenes” del Frente Polisario y de Argelia, los de los territorios ocupados estaban -por el contrario- bajo ocupación marroquí.
Sin embargo, ni su mordaza informativa ni su sistemática represión disuadió a los saharauis de emprender sus acciones colectivas de protesta. Los costes y riesgos de su movilización fueron considerados menores frente a su voluntad de afirmación política. La ocupación marroquí, durante más de tres décadas, no había logrado cooptarlos ni integrarlos. Sus hombres y mujeres tampoco estaban dispuestos a otorgarle su consentimiento y legitimidad.
La protesta saharaui precedió en pocas semanas a la primavera árabe. No fue exactamente su detonante, pero sí su preludio. Los saharauis pusieron nuevamente de manifiesto la prolongada irresolución de su conflicto; además de su incesante deseo de ejercer su derecho a la autodeterminación.
Uno de los problemas asociados con el largo enquistamiento de un conflicto es que las causas que lo originaron se pierden en el tiempo. Sin embargo, mientras no se aborden sus causas estructurales, el conflicto está condenado a reproducirse cíclicamente. El del Sáhara Occidental es un claro ejemplo.
El texto de Alejandro García refresca la memoria a unos y sirve de introducción a otros para comprender las claves del conflicto por el Sáhara Occidental.
11/11/2013
Ben White: Apartheid israelí. Una introducción. Madrid: Bósforo Libros, 2012 (228 páginas).
La creación del Estado de Israel sobre los escombros de la sociedad palestina dio lugar a un creciente régimen de apartheid. La población palestina que escapó a la limpieza étnica y permaneció en sus hogares y tierras, quedando dentro de las fronteras del incipiente Estado israelí de 1948-49, sufrió una evidente discriminación racial.
Pese a que, desde entonces, su situación ha mejorado, los denominados árabes-israelíes o, igualmente, los palestinos del 48 continúan siendo ciudadanos de segunda categoría, como ha estudiado el profesor Isaías Barreñada Bajo.
Con la ocupación del resto del territorio palestino en 1967 (que comprende la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este), la política de apartheid se hizo aún más evidente. La ocupación militar israelí, la más prolongada de la historia contemporánea, cercana a alcanzar su quinta década, institucionalizó la discriminación racial.
Entre sus diferentes mecanismos de dominación, cabe destacar la confiscación de tierras que pertenecen a la población nativa; el asentamiento de colonos; una red de carreteras de circunvalación que conecta las colonias israelíes y fragmenta el territorio palestino; la restricción de movimientos de la población autóctona mediante un sistema de permisos, checkpoints, cierres y aislamiento de los territorios; la demolición de casas; la expropiación y desviación de los recursos acuíferos palestinos hacia la parte israelí; el levantamiento de un muro de separación; además de una represión sistemática caracterizada por su brutalidad militar, tortura y detenciones administrativas sin cargos ni juicios que se pueden prolongar indefinidamente.
A semejanza del sistema de apartheid en Sudáfrica, su objetivo es “consolidar e implementar la desposesión, asegurando el control sobre las mejores tierras y recursos naturales en interés de un grupo y a expensas de otro” (p. 39). Sus víctimas directas son también las primeras en presentar resistencia a este sistema segregacionista. Pero, como ha mostrado la historia todavía reciente de la Sudáfrica del apartheid, no basta sólo con los esfuerzos locales, es igualmente necesario acompañarlo de los internacionales.
En este sentido, el autor hace un breve repaso por las diversas campañas en contra del apartheid israelí, entre las que destaca la más conocida por sus iniciales BDS (boicot, desinversión y sanciones); y también por las distintas organizaciones israelíes y palestinas comprometidas en esta ingente tarea. Del mismo modo, ofrece una serie de interrogantes y respuestas claves en esta materia; además de un glosario de términos y recursos disponibles en la red.
Con objeto de despejar cualquier duda y confusión (apoyar la campaña BDS no es antisemitismo), Ben White deja bien claro que sumarse a ésta u otra estrategia anti-apartheid no implica “hacer que los judíos israelíes se sientan incómodos en la tierra que es también su hogar”. Por el contrario, lo que se busca es que “los palestinos disfruten de los mismos derechos que tienen los judíos en una misma tierra”, dado que, en su opinión, la solución de este conflicto no descansará sobre una “fórmula geopolítica”, sino en “la imposición de los derechos humanos, la dignidad y la justicia” (p. 155).
De ahí que, entiende el autor, no se trata de llegar a “un compromiso con el apartheid”, sino de su “desmantelamiento” para garantizar “la igualdad en derechos individuales y colectivos para todos los pueblos de Israel/Palestina”, y lograr “el futuro en paz que les ha sido negado a las generaciones anteriores” (p. 156).
Por último, conviene recordar la labor que está realizando en esta misma línea la pequeña editorial Bósforo Libros, con la divulgación de textos inéditos en lengua castellana sobre la comprensión de este prolongado conflicto. Recientemente ha puesto en marcha una campaña de micro-mecenazgo o micro-financiación solidaria con varios proyectos en marcha (http://namlebee.com/), entre los que también se recoge la traducción y edición de obras clásicas sobre esta misma materia. En suma, el apoyo al conocimiento y su divulgación también es una forma de combatir el apartheid.
La creación del Estado de Israel sobre los escombros de la sociedad palestina dio lugar a un creciente régimen de apartheid. La población palestina que escapó a la limpieza étnica y permaneció en sus hogares y tierras, quedando dentro de las fronteras del incipiente Estado israelí de 1948-49, sufrió una evidente discriminación racial.
Pese a que, desde entonces, su situación ha mejorado, los denominados árabes-israelíes o, igualmente, los palestinos del 48 continúan siendo ciudadanos de segunda categoría, como ha estudiado el profesor Isaías Barreñada Bajo.
Con la ocupación del resto del territorio palestino en 1967 (que comprende la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este), la política de apartheid se hizo aún más evidente. La ocupación militar israelí, la más prolongada de la historia contemporánea, cercana a alcanzar su quinta década, institucionalizó la discriminación racial.
Entre sus diferentes mecanismos de dominación, cabe destacar la confiscación de tierras que pertenecen a la población nativa; el asentamiento de colonos; una red de carreteras de circunvalación que conecta las colonias israelíes y fragmenta el territorio palestino; la restricción de movimientos de la población autóctona mediante un sistema de permisos, checkpoints, cierres y aislamiento de los territorios; la demolición de casas; la expropiación y desviación de los recursos acuíferos palestinos hacia la parte israelí; el levantamiento de un muro de separación; además de una represión sistemática caracterizada por su brutalidad militar, tortura y detenciones administrativas sin cargos ni juicios que se pueden prolongar indefinidamente.
A semejanza del sistema de apartheid en Sudáfrica, su objetivo es “consolidar e implementar la desposesión, asegurando el control sobre las mejores tierras y recursos naturales en interés de un grupo y a expensas de otro” (p. 39). Sus víctimas directas son también las primeras en presentar resistencia a este sistema segregacionista. Pero, como ha mostrado la historia todavía reciente de la Sudáfrica del apartheid, no basta sólo con los esfuerzos locales, es igualmente necesario acompañarlo de los internacionales.
En este sentido, el autor hace un breve repaso por las diversas campañas en contra del apartheid israelí, entre las que destaca la más conocida por sus iniciales BDS (boicot, desinversión y sanciones); y también por las distintas organizaciones israelíes y palestinas comprometidas en esta ingente tarea. Del mismo modo, ofrece una serie de interrogantes y respuestas claves en esta materia; además de un glosario de términos y recursos disponibles en la red.
Con objeto de despejar cualquier duda y confusión (apoyar la campaña BDS no es antisemitismo), Ben White deja bien claro que sumarse a ésta u otra estrategia anti-apartheid no implica “hacer que los judíos israelíes se sientan incómodos en la tierra que es también su hogar”. Por el contrario, lo que se busca es que “los palestinos disfruten de los mismos derechos que tienen los judíos en una misma tierra”, dado que, en su opinión, la solución de este conflicto no descansará sobre una “fórmula geopolítica”, sino en “la imposición de los derechos humanos, la dignidad y la justicia” (p. 155).
De ahí que, entiende el autor, no se trata de llegar a “un compromiso con el apartheid”, sino de su “desmantelamiento” para garantizar “la igualdad en derechos individuales y colectivos para todos los pueblos de Israel/Palestina”, y lograr “el futuro en paz que les ha sido negado a las generaciones anteriores” (p. 156).
Por último, conviene recordar la labor que está realizando en esta misma línea la pequeña editorial Bósforo Libros, con la divulgación de textos inéditos en lengua castellana sobre la comprensión de este prolongado conflicto. Recientemente ha puesto en marcha una campaña de micro-mecenazgo o micro-financiación solidaria con varios proyectos en marcha (http://namlebee.com/), entre los que también se recoge la traducción y edición de obras clásicas sobre esta misma materia. En suma, el apoyo al conocimiento y su divulgación también es una forma de combatir el apartheid.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850