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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
29/12/2013
Álvaro Espina: El año I de la revolución democrática árabe. Un análisis sociológico. Madrid: Biblioteca Nueva, 2012 (344 páginas).
Uno de los textos de mayor pretensión e interpretación teórica sobre la denominada primavera árabe se debe a Álvaro Espina, profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid.
Desde la sociología de la revolución, el autor aborda el primer año de las revueltas árabes, valiéndose de este mismo armazón teórico, una base de datos integrada por “más de dos mil quinientos artículos y documentos gráficos”, y su propio bagaje de lecturas especializadas.
En su recorrido por las cuatro generaciones de las teorías de la revolución, junto al “nuevo paradigma actualmente vigente”, Álvaro Espina encuentra el apoyo para analizar los diversos aspectos del proceso de contestación política desatado en el mundo árabe: etapas, probabilidades de emergencia, impacto de las condiciones estructurales, nuevas definiciones identitarias, resultados y “condiciones para facilitarlos”.
Desde esta óptica, el autor considera que “todos los indicadores de desarrollo, pobreza y desigualdad (excepto los relativos a la mujer) situaban al grupo de países árabes en una posición próxima ya a la zona intermedia de los países de renta media-baja, que es la franja en la que se maximiza la probabilidad de tránsito a la democracia (…), y se minimiza la de aparición de las dictaduras (…)”.
Donde otros autores de obediencia neo-orientalista ven en el islam “un factor de inhibición de la democracia”, el profesor Espina sitúa el retraso de este cambio político en el mundo islámico en, “probablemente”, el “grado de sometimiento de la mujer”.
La clave de esta explicación reside en el protagonismo de la mujer en “los procesos de socialización infantil”, en los que tiene lugar “la formación de preferencias de valores relacionados con la igualdad de género”, vinculada “al nivel de democracia”.
Del mismo modo, considera que el impacto de las condiciones estructurales (crecimiento económico, modernización, y distribución de la renta y riqueza) inciden en “la propensión hacia la transición democrática y la eliminación de dictaduras” no tanto individual (“país por país”) como colectivamente (“por grupos de países”).
En su opinión, estos procesos tienden a “prender con mayor probabilidad cuando se producen simultáneamente en zonas geográficas con señas de identidad culturalmente afines, que refuerzan el efecto de difusión de este tipo de comportamientos colectivos (…)”.
En suma, el texto del profesor Álvaro Espina, aunque centrado en el primer año de las revueltas árabes, ofrece importantes claves teóricas e interpretativas de este proceso de cambio político todavía abierto, pese a los retrocesos y atolladeros registrados desde entonces.
Uno de los textos de mayor pretensión e interpretación teórica sobre la denominada primavera árabe se debe a Álvaro Espina, profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid.
Desde la sociología de la revolución, el autor aborda el primer año de las revueltas árabes, valiéndose de este mismo armazón teórico, una base de datos integrada por “más de dos mil quinientos artículos y documentos gráficos”, y su propio bagaje de lecturas especializadas.
En su recorrido por las cuatro generaciones de las teorías de la revolución, junto al “nuevo paradigma actualmente vigente”, Álvaro Espina encuentra el apoyo para analizar los diversos aspectos del proceso de contestación política desatado en el mundo árabe: etapas, probabilidades de emergencia, impacto de las condiciones estructurales, nuevas definiciones identitarias, resultados y “condiciones para facilitarlos”.
Desde esta óptica, el autor considera que “todos los indicadores de desarrollo, pobreza y desigualdad (excepto los relativos a la mujer) situaban al grupo de países árabes en una posición próxima ya a la zona intermedia de los países de renta media-baja, que es la franja en la que se maximiza la probabilidad de tránsito a la democracia (…), y se minimiza la de aparición de las dictaduras (…)”.
Donde otros autores de obediencia neo-orientalista ven en el islam “un factor de inhibición de la democracia”, el profesor Espina sitúa el retraso de este cambio político en el mundo islámico en, “probablemente”, el “grado de sometimiento de la mujer”.
La clave de esta explicación reside en el protagonismo de la mujer en “los procesos de socialización infantil”, en los que tiene lugar “la formación de preferencias de valores relacionados con la igualdad de género”, vinculada “al nivel de democracia”.
Del mismo modo, considera que el impacto de las condiciones estructurales (crecimiento económico, modernización, y distribución de la renta y riqueza) inciden en “la propensión hacia la transición democrática y la eliminación de dictaduras” no tanto individual (“país por país”) como colectivamente (“por grupos de países”).
En su opinión, estos procesos tienden a “prender con mayor probabilidad cuando se producen simultáneamente en zonas geográficas con señas de identidad culturalmente afines, que refuerzan el efecto de difusión de este tipo de comportamientos colectivos (…)”.
En suma, el texto del profesor Álvaro Espina, aunque centrado en el primer año de las revueltas árabes, ofrece importantes claves teóricas e interpretativas de este proceso de cambio político todavía abierto, pese a los retrocesos y atolladeros registrados desde entonces.
17/12/2013
Albert Garrido: La sacudida árabe. Fractura histórica y tradición. Barcelona: Icaria, 2013 (152 páginas).
Se cumplen hoy tres años del incidente que, a modo de revulsivo e inesperadamente, provocó la denominada primavera árabe.
El 17 de diciembre de 2010, preso de la frustración y la impotencia ante las reiteradas vejaciones y humillaciones sufridas a mano de la policía, un desconocido joven tunecino, que se ganaba la vida como vendedor ambulante, se quemó a lo bonzo en señal de cólera y protesta.
Su nombre, Muhammad Bouazizi, saltó desde el anonimato a una trágica notoriedad. Las primeras manifestaciones de protestas registradas en su localidad, Sidi Bouzid, se extendieron por otras localidades tunecinas y el núcleo urbano más importante de su capital.
Tres semanas después de su inmolación, Bouazizi fallecía como resultado de sus graves heridas el 4 de enero de 2011. Paralelamente, otros ciudadanos tunecinos también morían a manos de la represión policial que tenía lugar ante las movilizaciones de protesta colectiva que se sucedían un día tras otro.
En contra de las previsiones habituales sobre este tipo de movilizaciones en el mundo árabe, la represión no acalló las protestas. Por el contrario, el presidente tunecino Ben Ali se vio forzado a huir del país. El ejército tunecino se había negado a abrir fuego contra la multitud, retirándole de esta forma su apoyo y desplazándolo a la oposición ciudadana.
La imagen de la revuelta tunecina tuvo un temido efecto de contagio en su entorno árabe, donde comenzó a producirse una concatenación de levantamientos políticos en Yemen, Egipto, Bahréin, Libia y Siria; además de numerosas acciones de protestas en Marruecos, Jordania, Omán, Arabia Saudí, Kuwait y Argelia con diferente grado de intensidad y alcance.
Desde entonces se ha iniciado una línea de reflexión e investigación sobre las revueltas árabes. Entre los diferentes títulos aparecidos, cabe reseñar hoy el de Albert Garrido, periodista y profesor en la Universidad Pompeu Fabra e Internacional de Cataluña.
Su texto tiene un claro objetivo didáctico. De hecho, es el resultado de un trabajo que redactó para sus estudiantes de Periodismo Internacional. Antes de adentrarse en la materia específica de la primavera árabe, el autor realiza una introducción por el mundo árabe, su cultura, sistemas políticos, economía, división religiosa y relaciones con Occidente en los tres primeros capítulos.
A partir de aquí, en los dos capítulos restantes aborda las revueltas, su actores y herramientas. Considera que las movilizaciones forman parte de los ciclos de protestas registrados en el mundo árabe durante las últimas décadas. Este tercero vendría precedido, en su opinión, por el de las revueltas del pan (o de la sémola) en los ochenta y el de las protestas contra la guerra y ocupación de Iraq “en torno a 2004”.
Objeto de su reflexión es también el papel desempeñado por el islamismo político, la oposición laica, las nuevas tecnologías de la información y comunicación (desde las redes sociales hasta las televisiones vía satélite), el “golpe de Wikileaks”, los jóvenes y las mujeres.
En su conclusiones, Albert Garrido resalta la continuada presencia del controvertido “factor religioso”, la construcción de una incierta democracia que no necesariamente seguirá el modelo liberal, el potencial que posee el clientelismo político ante un Estado que no provee bienes y servicios básicos; además del sempiterno conflicto israelo-palestino en un contexto cambiante y no precisamente favorable a su resolución.
Se cumplen hoy tres años del incidente que, a modo de revulsivo e inesperadamente, provocó la denominada primavera árabe.
El 17 de diciembre de 2010, preso de la frustración y la impotencia ante las reiteradas vejaciones y humillaciones sufridas a mano de la policía, un desconocido joven tunecino, que se ganaba la vida como vendedor ambulante, se quemó a lo bonzo en señal de cólera y protesta.
Su nombre, Muhammad Bouazizi, saltó desde el anonimato a una trágica notoriedad. Las primeras manifestaciones de protestas registradas en su localidad, Sidi Bouzid, se extendieron por otras localidades tunecinas y el núcleo urbano más importante de su capital.
Tres semanas después de su inmolación, Bouazizi fallecía como resultado de sus graves heridas el 4 de enero de 2011. Paralelamente, otros ciudadanos tunecinos también morían a manos de la represión policial que tenía lugar ante las movilizaciones de protesta colectiva que se sucedían un día tras otro.
En contra de las previsiones habituales sobre este tipo de movilizaciones en el mundo árabe, la represión no acalló las protestas. Por el contrario, el presidente tunecino Ben Ali se vio forzado a huir del país. El ejército tunecino se había negado a abrir fuego contra la multitud, retirándole de esta forma su apoyo y desplazándolo a la oposición ciudadana.
La imagen de la revuelta tunecina tuvo un temido efecto de contagio en su entorno árabe, donde comenzó a producirse una concatenación de levantamientos políticos en Yemen, Egipto, Bahréin, Libia y Siria; además de numerosas acciones de protestas en Marruecos, Jordania, Omán, Arabia Saudí, Kuwait y Argelia con diferente grado de intensidad y alcance.
Desde entonces se ha iniciado una línea de reflexión e investigación sobre las revueltas árabes. Entre los diferentes títulos aparecidos, cabe reseñar hoy el de Albert Garrido, periodista y profesor en la Universidad Pompeu Fabra e Internacional de Cataluña.
Su texto tiene un claro objetivo didáctico. De hecho, es el resultado de un trabajo que redactó para sus estudiantes de Periodismo Internacional. Antes de adentrarse en la materia específica de la primavera árabe, el autor realiza una introducción por el mundo árabe, su cultura, sistemas políticos, economía, división religiosa y relaciones con Occidente en los tres primeros capítulos.
A partir de aquí, en los dos capítulos restantes aborda las revueltas, su actores y herramientas. Considera que las movilizaciones forman parte de los ciclos de protestas registrados en el mundo árabe durante las últimas décadas. Este tercero vendría precedido, en su opinión, por el de las revueltas del pan (o de la sémola) en los ochenta y el de las protestas contra la guerra y ocupación de Iraq “en torno a 2004”.
Objeto de su reflexión es también el papel desempeñado por el islamismo político, la oposición laica, las nuevas tecnologías de la información y comunicación (desde las redes sociales hasta las televisiones vía satélite), el “golpe de Wikileaks”, los jóvenes y las mujeres.
En su conclusiones, Albert Garrido resalta la continuada presencia del controvertido “factor religioso”, la construcción de una incierta democracia que no necesariamente seguirá el modelo liberal, el potencial que posee el clientelismo político ante un Estado que no provee bienes y servicios básicos; además del sempiterno conflicto israelo-palestino en un contexto cambiante y no precisamente favorable a su resolución.
08/12/2013
Ricardo Martín de la Guardia: 1989, el año que cambió el mundo. Los orígenes del orden internacional después de la Guerra Fría. Madrid: Akal, 2012 (320 páginas).
1989 marcó un indudable punto de inflexión en la historia más reciente de las relaciones internacionales.
Fue el año de la caída del muro de Berlín, símbolo anticipado de las transformaciones de los regímenes políticos de Europa del Este, la desaparición de la Unión Soviética y, por extensión, del fin de la Guerra Fría o, igualmente, del orden mundial bipolar surgido tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La crisis de la Unión Soviética se agravó durante la primera mitad de los ochenta. El vacío en la cúpula del poder en Moscú se hizo evidente con la muerte sucesiva de sus máximos dirigentes: Brézhnev (1982), Andrópov (1984) y Chernenko (1985).
Esto llevó a la Secretaría del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a un relativamente joven y reformista dirigente, Gorbachov, en 1985.
Su programa de reformas (Perestroika) obtuvo una acogida más entusiasta fuera que dentro de su país, donde encontró grandes dificultades para su implementación y agilización por parte del sector más conservador.
Esta paradójica situación, señala Ricardo Martín de la Guardia, se debía a que el PCUS en lugar de ser el dinamizador de los cambios –como ingenuamente creía Gorbachov– era parte principal del problema. De este modo, el sistema soviético se mostró mucho más débil de lo que aparentaba. En principio, su reforma implicaba desarrollar la capacidad de supervivencia, de la que finalmente careció o fue muy débil frente a los acontecimientos que terminaron superándola.
Lejos de conflictos internos que la desangrara o de guerras con otras potencias (no fue el caso de Afganistán, pese al obvio desgaste y apoyo estadounidense), el desplome de la Unión Soviética se produjo por su propio peso o, si se quiere, contradicciones. En tesis del autor, “El agotamiento del modelo, la inanidad de su discurso y la imposibilidad de reformar el sistema hicieron por sí solos más que el despliegue armamentístico nuclear o la Iniciativa de Defensa Estratégica” (p. 74).
A partir de los cambios en este polo de poder mundial comenzó a reconfigurarse una nueva estructura de poder en el sistema internacional que ha recibido, desde entonces, diversas calificaciones: unipolaridad (o momento unipolar), unimultipolaridad, tripolaridad, multipolaridad o, entre otras, era no polar.
La gestión realizada de la posguerra fría no significó un mundo más seguro. Por el contrario, la seguridad mundial se complejizó enormemente. Viejas y nuevas amenazas aparecieron en el horizonte de las relaciones internacionales.
Sobre la evolución de los hechos y acontecimientos acaecidos desde entonces da buena cuenta el autor con un repaso por todas las áreas geopolíticas, desde Europa Occidental y del Este, Estados Unidos, Asia-Pacífico, África subsahariana, Mundo árabe e islámico y América Latina.
De lectura muy ágil y amena, el texto de Ricardo Martín de la Guardia, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, no sólo es una reflexión sobre los acontecimientos que rodearon la caída del muro de Berlín en 1989, sino también sobre las consecuencias y escenarios todavía –en muchos casos– emergentes.
1989 marcó un indudable punto de inflexión en la historia más reciente de las relaciones internacionales.
Fue el año de la caída del muro de Berlín, símbolo anticipado de las transformaciones de los regímenes políticos de Europa del Este, la desaparición de la Unión Soviética y, por extensión, del fin de la Guerra Fría o, igualmente, del orden mundial bipolar surgido tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La crisis de la Unión Soviética se agravó durante la primera mitad de los ochenta. El vacío en la cúpula del poder en Moscú se hizo evidente con la muerte sucesiva de sus máximos dirigentes: Brézhnev (1982), Andrópov (1984) y Chernenko (1985).
Esto llevó a la Secretaría del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a un relativamente joven y reformista dirigente, Gorbachov, en 1985.
Su programa de reformas (Perestroika) obtuvo una acogida más entusiasta fuera que dentro de su país, donde encontró grandes dificultades para su implementación y agilización por parte del sector más conservador.
Esta paradójica situación, señala Ricardo Martín de la Guardia, se debía a que el PCUS en lugar de ser el dinamizador de los cambios –como ingenuamente creía Gorbachov– era parte principal del problema. De este modo, el sistema soviético se mostró mucho más débil de lo que aparentaba. En principio, su reforma implicaba desarrollar la capacidad de supervivencia, de la que finalmente careció o fue muy débil frente a los acontecimientos que terminaron superándola.
Lejos de conflictos internos que la desangrara o de guerras con otras potencias (no fue el caso de Afganistán, pese al obvio desgaste y apoyo estadounidense), el desplome de la Unión Soviética se produjo por su propio peso o, si se quiere, contradicciones. En tesis del autor, “El agotamiento del modelo, la inanidad de su discurso y la imposibilidad de reformar el sistema hicieron por sí solos más que el despliegue armamentístico nuclear o la Iniciativa de Defensa Estratégica” (p. 74).
A partir de los cambios en este polo de poder mundial comenzó a reconfigurarse una nueva estructura de poder en el sistema internacional que ha recibido, desde entonces, diversas calificaciones: unipolaridad (o momento unipolar), unimultipolaridad, tripolaridad, multipolaridad o, entre otras, era no polar.
La gestión realizada de la posguerra fría no significó un mundo más seguro. Por el contrario, la seguridad mundial se complejizó enormemente. Viejas y nuevas amenazas aparecieron en el horizonte de las relaciones internacionales.
Sobre la evolución de los hechos y acontecimientos acaecidos desde entonces da buena cuenta el autor con un repaso por todas las áreas geopolíticas, desde Europa Occidental y del Este, Estados Unidos, Asia-Pacífico, África subsahariana, Mundo árabe e islámico y América Latina.
De lectura muy ágil y amena, el texto de Ricardo Martín de la Guardia, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, no sólo es una reflexión sobre los acontecimientos que rodearon la caída del muro de Berlín en 1989, sino también sobre las consecuencias y escenarios todavía –en muchos casos– emergentes.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850