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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
31/10/2013
Lourdes Benavides de la Vega (ed.): La integración regional y el desarrollo en África. Madrid: La Catarata & Casa África, 2009 (187 páginas).
El siglo XIX fue testigo del reparto colonial de África. Las potencias europeas competían por ensanchar sus fronteras geopolíticas, sus mercados y, en definitiva, su poder, influencia y prestigio.
La política del poder no sólo implicaba incrementar sus propias fortalezas, sino también contrarrestar las de sus adversarios. En esta disputa imperialista entró en liza la repartición del continente africano, concebido como un espacio periférico en el que resolver algunas de las contradicciones del centro político y económico del sistema internacional de la época.
Además de consagrar el reparto colonial, la Conferencia de Berlín (1884-85) estableció las reglas del juego por las que debían guiarse las potencias europeas en la adquisición de sus nuevos territorios coloniales. Los Estados africanos surgidos tras la descolonización llevan esta marca de registro.
Sus fronteras fueron trazadas por los gobernantes europeos, no por los africanos. El diseño de su espacio territorial tampoco respondía a las realidades sociales, políticas, económicas o culturales africanas, sino a las acuñadas por los intereses de las metrópolis europeas.
Pese a que desde su creación, en 1963, la propia Organización para la Unidad Africana reconociera como un hecho consumado las fronteras delineadas por el colonialismo, los africanos no han dejado de buscar formulas de integración regional que cohesione y fortalezca la unidad de su continente.
Las ventajas estratégicas de la integración regional africana son inmensas. Abarca desde el orden económico hasta el político; además del social, el medioambiental, el de seguridad y el internacional.
En síntesis, se busca superar su fragmentación en todos estos terrenos, reforzando su complementariedad, fomentando la confianza entre sus miembros, animando su cooperación y fortaleciendo su posición en el marco de las negociaciones de ámbito global.
Pese a sus enormes y reconocidas ventajas, la integración regional africana todavía es un proyecto, con numerosos obstáculos en su camino, de los que no están exentos de responsabilidad tanto los actores regionales como los internacionales.
El siglo XIX fue testigo del reparto colonial de África. Las potencias europeas competían por ensanchar sus fronteras geopolíticas, sus mercados y, en definitiva, su poder, influencia y prestigio.
La política del poder no sólo implicaba incrementar sus propias fortalezas, sino también contrarrestar las de sus adversarios. En esta disputa imperialista entró en liza la repartición del continente africano, concebido como un espacio periférico en el que resolver algunas de las contradicciones del centro político y económico del sistema internacional de la época.
Además de consagrar el reparto colonial, la Conferencia de Berlín (1884-85) estableció las reglas del juego por las que debían guiarse las potencias europeas en la adquisición de sus nuevos territorios coloniales. Los Estados africanos surgidos tras la descolonización llevan esta marca de registro.
Sus fronteras fueron trazadas por los gobernantes europeos, no por los africanos. El diseño de su espacio territorial tampoco respondía a las realidades sociales, políticas, económicas o culturales africanas, sino a las acuñadas por los intereses de las metrópolis europeas.
Pese a que desde su creación, en 1963, la propia Organización para la Unidad Africana reconociera como un hecho consumado las fronteras delineadas por el colonialismo, los africanos no han dejado de buscar formulas de integración regional que cohesione y fortalezca la unidad de su continente.
Las ventajas estratégicas de la integración regional africana son inmensas. Abarca desde el orden económico hasta el político; además del social, el medioambiental, el de seguridad y el internacional.
En síntesis, se busca superar su fragmentación en todos estos terrenos, reforzando su complementariedad, fomentando la confianza entre sus miembros, animando su cooperación y fortaleciendo su posición en el marco de las negociaciones de ámbito global.
Pese a sus enormes y reconocidas ventajas, la integración regional africana todavía es un proyecto, con numerosos obstáculos en su camino, de los que no están exentos de responsabilidad tanto los actores regionales como los internacionales.
23/10/2013
Eugenio García Gascón: La cárcel identitaria. Dietario de Jerusalén. Madrid: Libros del K.O., 2013 (324 páginas).
Escrito a modo de dietario, el libro de Eugenio García Gascón reúne numerosas entradas escritas a lo largo de los últimos años. Pese a abordar diversos aspectos de Oriente Próximo, su hilo conductor es el conflicto israelo-palestino.
A diferencia de su texto anterior sobre la misma temática (Israel en la encrucijada. Crónicas e historia de un sueño imperfecto. Barcelona: Debate, 2004), más centrado en la aventura colonial sionista y su articulación en el Estado israelí, el actual recoge diferentes dimensiones del conflicto.
Entre los temas que son objeto de sus comentarios y reflexiones, cabe destacar la persistente ocupación militar israelí, su política de asentamientos y la represión sistemática que conlleva; las relaciones entre Estados Unidos e Israel (desde la animadversión hacia Obama hasta la mayor cercanía de éste a Israel); la inoperancia ―cuando no, la indiferencia― de la comunidad internacional (en particular, de Estados Unidos y la Unión Europea) frente a la violación sistemática del Derecho internacional por parte de la potencia ocupante; y los nuevos historiadores israelíes y sus esclarecedoras aportaciones a la comprensión del conflicto.
No menos insistentes son sus entradas sobre la exaltación identitaria (en particular, la de carácter confesional), en las que el autor manifiesta su escepticismo sobre las posibilidades reales de que la democracia arraigue y fructifique en sociedades con un peso tan significativo de la religión como las de Oriente Próximo.
Pero la tendencia a una religiosidad totalitaria no se reduce sólo al mundo musulmán, también está muy presente en Israel. Incluso ha penetrado en su Ejército. De hecho, la mitad de los oficiales que sirve en los territorios ocupados “no ha recibido una educación laica, sino que ha acudido a escuelas religiosas”.
El libro de Eugenio García Gascón puede leerse como un mosaico que, integrado por teselas de información, análisis y opinión, dibuja un panorama sombrío sobre las posibilidades de resolución de este prolongado conflicto. No menos importante es la perspectiva sobria y serena del autor. Algunas de sus frases pueden ser consideradas como auténticos aforismos acerca del conflicto:
“Los dirigentes occidentales se engañan, quizás a sabiendas, al creer, o hacer creer, como hace Israel, que el conflicto árabe israelí es simétrico, que las dos partes deben hacer mucho para conseguir la paz. La realidad es bien distinta. La solución del conflicto es una cuestión interna israelí y no dará ningún fruto a menos que Occidente presione a Israel con energía y determinación”.
Conocedor de primera mano y sobre el terreno de la situación, Eugenio García Gascón reside en Jerusalén desde 1991. Está considerado como el decano de los periodistas españoles destacados en esta región. Pero, quizás, su característica más sobresaliente es su maestría a la hora de diferenciar entre informar y desinformar. Dicho con sus propias palabras:
“A mi modo de ver, hay dos formas de informar sobre el conflicto: poniendo énfasis en las declaraciones o poniendo énfasis en los hechos. Dependiendo de la opción que se escoja, se transmitirá ficción o realidad. A veces esta confusión tiene su origen en los periodistas que están en las redacciones en Occidente, quienes tienden a poner énfasis en las declaraciones rimbombantes y no en los hechos cotidianos”.
Quien desee familiarizarse con esta parte del mundo, tiene en el texto de Eugenio García Gascón una guía introductoria, que se puede acompañar con sus colaboraciones en el periódico Público, donde mantiene el blog Balagán.
Escrito a modo de dietario, el libro de Eugenio García Gascón reúne numerosas entradas escritas a lo largo de los últimos años. Pese a abordar diversos aspectos de Oriente Próximo, su hilo conductor es el conflicto israelo-palestino.
A diferencia de su texto anterior sobre la misma temática (Israel en la encrucijada. Crónicas e historia de un sueño imperfecto. Barcelona: Debate, 2004), más centrado en la aventura colonial sionista y su articulación en el Estado israelí, el actual recoge diferentes dimensiones del conflicto.
Entre los temas que son objeto de sus comentarios y reflexiones, cabe destacar la persistente ocupación militar israelí, su política de asentamientos y la represión sistemática que conlleva; las relaciones entre Estados Unidos e Israel (desde la animadversión hacia Obama hasta la mayor cercanía de éste a Israel); la inoperancia ―cuando no, la indiferencia― de la comunidad internacional (en particular, de Estados Unidos y la Unión Europea) frente a la violación sistemática del Derecho internacional por parte de la potencia ocupante; y los nuevos historiadores israelíes y sus esclarecedoras aportaciones a la comprensión del conflicto.
No menos insistentes son sus entradas sobre la exaltación identitaria (en particular, la de carácter confesional), en las que el autor manifiesta su escepticismo sobre las posibilidades reales de que la democracia arraigue y fructifique en sociedades con un peso tan significativo de la religión como las de Oriente Próximo.
Pero la tendencia a una religiosidad totalitaria no se reduce sólo al mundo musulmán, también está muy presente en Israel. Incluso ha penetrado en su Ejército. De hecho, la mitad de los oficiales que sirve en los territorios ocupados “no ha recibido una educación laica, sino que ha acudido a escuelas religiosas”.
El libro de Eugenio García Gascón puede leerse como un mosaico que, integrado por teselas de información, análisis y opinión, dibuja un panorama sombrío sobre las posibilidades de resolución de este prolongado conflicto. No menos importante es la perspectiva sobria y serena del autor. Algunas de sus frases pueden ser consideradas como auténticos aforismos acerca del conflicto:
“Los dirigentes occidentales se engañan, quizás a sabiendas, al creer, o hacer creer, como hace Israel, que el conflicto árabe israelí es simétrico, que las dos partes deben hacer mucho para conseguir la paz. La realidad es bien distinta. La solución del conflicto es una cuestión interna israelí y no dará ningún fruto a menos que Occidente presione a Israel con energía y determinación”.
Conocedor de primera mano y sobre el terreno de la situación, Eugenio García Gascón reside en Jerusalén desde 1991. Está considerado como el decano de los periodistas españoles destacados en esta región. Pero, quizás, su característica más sobresaliente es su maestría a la hora de diferenciar entre informar y desinformar. Dicho con sus propias palabras:
“A mi modo de ver, hay dos formas de informar sobre el conflicto: poniendo énfasis en las declaraciones o poniendo énfasis en los hechos. Dependiendo de la opción que se escoja, se transmitirá ficción o realidad. A veces esta confusión tiene su origen en los periodistas que están en las redacciones en Occidente, quienes tienden a poner énfasis en las declaraciones rimbombantes y no en los hechos cotidianos”.
Quien desee familiarizarse con esta parte del mundo, tiene en el texto de Eugenio García Gascón una guía introductoria, que se puede acompañar con sus colaboraciones en el periódico Público, donde mantiene el blog Balagán.
14/10/2013
Bárbara Azaola Piazza: Historia del Egipto contemporáneo. Madrid: Los Libros de La Catarata, 2008 (232 páginas).
La intervención del Ejército egipcio el pasado 3 de julio ha recibido diferentes eufemismos. Su denominador común venía a presentar el golpe de Estado como un mero “golpe de timón”, que corregía el rumbo del país ante la deriva autoritaria hacia la que estaba siendo arrastrado por los Hermanos Musulmanes.
La destitución del presidente electo Morsi se produjo al amparo del creciente descontento social y las reiteradas protestas de la heterogénea oposición, junto a la propia inexperiencia en el gobierno y, en particular, en la gestión de crisis de la Hermandad.
No era la primera vez que a la sombra de las protestas populares el Ejército daba un golpe de Estado. Así ocurrió en 2011. Paralelamente a la revuelta en la calle, la Junta Militar destituyó a Mubarak, a modo de chivo expiatorio, para continuar con las riendas del poder.
Que en un primer momento el golpe no se saldara con un baño de sangre, e incluso fuera interpretado como una intervención preventiva de una guerra civil a semejanza de la siria, suscitó ciertas dudas y engaño entre algunos sectores de la opinión pública, más allá de las adhesiones de apoyo. Pero, como todo golpe de Estado, no tardó en mostrar su rostro más sangriento y represivo.
La dura represión de los Hermanos Musulmanes recuerda viejos tiempos, de persecuciones y vejaciones. Difícilmente se pueda acabar con una organización tan arraigada entre algunos sectores de la sociedad egipcia desde hace unas ocho décadas. Más efectivo políticamente sería imitar la labor de asistencia social de los islamistas que combatirlos por la fuerza.
Por el contrario, como ha mostrado la historia más reciente de Egipto, la represión de los Hermanos Musulmanes, lejos de erosionar o eliminar su presencia, ha propiciado el efecto inverso, su fortalecimiento y arraigo popular. Es más, también ha cosechado una consecuencia no deseada y contraproducente, como la radicalización de algunos sectores hacia una deriva violenta y terrorista.
Como recoge Bárbara Azaola Piazza, en un libro muy recomendable para comprender el presente de Egipto desde su historia contemporánea, “A finales de la década de los noventa el ambiente político y social vivió un recorte de las libertades de expresión en general, cerrando el espacio político a los islamistas moderados, como a los miembros de al-Wasat, al tiempo que se radicalizaban los grupos islamistas extremistas que multiplicaban sus acciones violentas…”
Por otra parte, el empleo de los eufemismos en referencia al golpe militar se ha realizado también para eludir las implicaciones que tendría para la política exterior de algunos países con El Cairo. Sin olvidar su descrédito por apoyar ―ya sea por acción u omisión― la interrupción de un proceso de transición hacia la democracia.
El caso más evidente, pero único, ha sido el de Estados Unidos. Sin embargo, el Departamento de Estado ha anunciado recientemente (9 de octubre) que “reajustará” la ayuda estadounidense a Egipto. La adopción de esta medida se debe, principalmente, a las presiones internas en uno de los momentos más críticos para la presidencia de Obama, pero también ante las incertidumbres externas sobre el nuevo proceso abierto manu militari en Egipto.
Esto no significa una suspensión ―temporal o definitiva― de la asistencia que brinda Washington a El Cairo desde la firma de los Acuerdos de paz de Camp David (1978), sino su reacomodación. Esto es, se mantiene la ayuda en algunas áreas (seguridad regional, contraterrorismo, salud y educación), pero se retira en otras (ayuda económica directa al gobierno y entrega de algunos sistemas militares).
Precedido por la suspensión de las maniobras militares conjuntas egipcio-estadounidenses, este gesto parece querer marcar cierto distanciamiento de la violencia ejercida por el Ejército. Pero no supone una ruptura en la relación estratégica que mantiene Estados Unidos con Egipto, asentada sobre el trípode del Canal de Suez, Acuerdos de Camp David y lucha contra el terrorismo.
Es también muy probable que la retirada parcial de la ayuda estadounidense sea reemplazada por Arabia Saudí, que había anunciado esta eventualidad junto con otras petromonarquías del Golfo. No en vano Riad fue de las primeras capitales en dar la bienvenida al golpe militar. Solo este hecho aconsejaba distanciarse del mismo.
Pero todavía siguen pesando más las razones geoestratégicas y económicas que la democracia y el respeto a los derechos humanos, pese a su retórico apoyo durante el intenso año de la primavera árabe. De hecho, la cúpula militar egipcia es consciente de su rol estratégico en la región y, por tanto, juega sus cartas en este sentido.
Sin estar centrado específicamente en el Ejército, el texto de Bárbara Azaola es muy esclarecedor del papel desempeñado por los militares en la historia de Egipto. Acompañado de una introducción sobre sus orígenes contemporáneos y paréntesis monárquico, el grueso de su obra se ocupa de los tres grandes mandatos de Naser, Sadat y Mubarak, que tenían en común proceder de la institución militar.
La intervención del Ejército egipcio el pasado 3 de julio ha recibido diferentes eufemismos. Su denominador común venía a presentar el golpe de Estado como un mero “golpe de timón”, que corregía el rumbo del país ante la deriva autoritaria hacia la que estaba siendo arrastrado por los Hermanos Musulmanes.
La destitución del presidente electo Morsi se produjo al amparo del creciente descontento social y las reiteradas protestas de la heterogénea oposición, junto a la propia inexperiencia en el gobierno y, en particular, en la gestión de crisis de la Hermandad.
No era la primera vez que a la sombra de las protestas populares el Ejército daba un golpe de Estado. Así ocurrió en 2011. Paralelamente a la revuelta en la calle, la Junta Militar destituyó a Mubarak, a modo de chivo expiatorio, para continuar con las riendas del poder.
Que en un primer momento el golpe no se saldara con un baño de sangre, e incluso fuera interpretado como una intervención preventiva de una guerra civil a semejanza de la siria, suscitó ciertas dudas y engaño entre algunos sectores de la opinión pública, más allá de las adhesiones de apoyo. Pero, como todo golpe de Estado, no tardó en mostrar su rostro más sangriento y represivo.
La dura represión de los Hermanos Musulmanes recuerda viejos tiempos, de persecuciones y vejaciones. Difícilmente se pueda acabar con una organización tan arraigada entre algunos sectores de la sociedad egipcia desde hace unas ocho décadas. Más efectivo políticamente sería imitar la labor de asistencia social de los islamistas que combatirlos por la fuerza.
Por el contrario, como ha mostrado la historia más reciente de Egipto, la represión de los Hermanos Musulmanes, lejos de erosionar o eliminar su presencia, ha propiciado el efecto inverso, su fortalecimiento y arraigo popular. Es más, también ha cosechado una consecuencia no deseada y contraproducente, como la radicalización de algunos sectores hacia una deriva violenta y terrorista.
Como recoge Bárbara Azaola Piazza, en un libro muy recomendable para comprender el presente de Egipto desde su historia contemporánea, “A finales de la década de los noventa el ambiente político y social vivió un recorte de las libertades de expresión en general, cerrando el espacio político a los islamistas moderados, como a los miembros de al-Wasat, al tiempo que se radicalizaban los grupos islamistas extremistas que multiplicaban sus acciones violentas…”
Por otra parte, el empleo de los eufemismos en referencia al golpe militar se ha realizado también para eludir las implicaciones que tendría para la política exterior de algunos países con El Cairo. Sin olvidar su descrédito por apoyar ―ya sea por acción u omisión― la interrupción de un proceso de transición hacia la democracia.
El caso más evidente, pero único, ha sido el de Estados Unidos. Sin embargo, el Departamento de Estado ha anunciado recientemente (9 de octubre) que “reajustará” la ayuda estadounidense a Egipto. La adopción de esta medida se debe, principalmente, a las presiones internas en uno de los momentos más críticos para la presidencia de Obama, pero también ante las incertidumbres externas sobre el nuevo proceso abierto manu militari en Egipto.
Esto no significa una suspensión ―temporal o definitiva― de la asistencia que brinda Washington a El Cairo desde la firma de los Acuerdos de paz de Camp David (1978), sino su reacomodación. Esto es, se mantiene la ayuda en algunas áreas (seguridad regional, contraterrorismo, salud y educación), pero se retira en otras (ayuda económica directa al gobierno y entrega de algunos sistemas militares).
Precedido por la suspensión de las maniobras militares conjuntas egipcio-estadounidenses, este gesto parece querer marcar cierto distanciamiento de la violencia ejercida por el Ejército. Pero no supone una ruptura en la relación estratégica que mantiene Estados Unidos con Egipto, asentada sobre el trípode del Canal de Suez, Acuerdos de Camp David y lucha contra el terrorismo.
Es también muy probable que la retirada parcial de la ayuda estadounidense sea reemplazada por Arabia Saudí, que había anunciado esta eventualidad junto con otras petromonarquías del Golfo. No en vano Riad fue de las primeras capitales en dar la bienvenida al golpe militar. Solo este hecho aconsejaba distanciarse del mismo.
Pero todavía siguen pesando más las razones geoestratégicas y económicas que la democracia y el respeto a los derechos humanos, pese a su retórico apoyo durante el intenso año de la primavera árabe. De hecho, la cúpula militar egipcia es consciente de su rol estratégico en la región y, por tanto, juega sus cartas en este sentido.
Sin estar centrado específicamente en el Ejército, el texto de Bárbara Azaola es muy esclarecedor del papel desempeñado por los militares en la historia de Egipto. Acompañado de una introducción sobre sus orígenes contemporáneos y paréntesis monárquico, el grueso de su obra se ocupa de los tres grandes mandatos de Naser, Sadat y Mubarak, que tenían en común proceder de la institución militar.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850