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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
30/09/2013
Bernardo Vergara: Palestina. Un vistazo al pasado, una mirada al presente. Oviedo: Coordinadora de ONGD del Principado de Asturias y Conseyu de la Mocedá del Principáu d´Asturies, 2013 (20 páginas).
El conflicto palestino-israelí registra diferentes manifestaciones, que abarcan desde el campo de batalla hasta la diplomacia internacional. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, la controversia también se ha desplazado a la blogosfera.
Su expresión se intensifica en momentos de mayor tensión y crisis en la región. Por lo general, la pugna mediática suele preceder y acompañar a la que tiene lugar sobre el terreno. Su objetivo no es otro que el de propiciar un estado de opinión favorable o contrario a uno de los dos contendientes. A semejanza de lo que sucede en otros espacios, la diferencia de recursos mediáticos entre ambos es notoria.
Tradicionalmente, Israel ha contado con un aparato de propaganda exterior muy superior, amplificado por el respaldo de sus aliados occidentales. Sin embargo, su apoyo no se reduce sólo a los Estados, también cuenta con el de otros importantes actores no estatales. Un ejemplo evidente procede de algunos sectores de la industria cinematográfica, en particular la estadounidense.
Películas como Éxodo (1960), que narra la creación del Estado israelí, no han tenido hasta la fecha una réplica desde la óptica palestina, que cuente el reverso de esta misma historia y relate su limpieza étnica. Pero todo se andará.
En contrapartida, cabe destacar que, de momento, uno de los canales de expresión artística que más fértil se está mostrando en esta dirección es el del cómic. En este ámbito es obligado destacar los trabajos de Joe Sacco, Palestina: En la Franja de Gaza (Barcelona: Planeta DeAgostini, 2002); y, del mismo autor, Notas al pie de Gaza (Barcelona: Mondadori, 2010).
Sin olvidar títulos más recientes como el de Apartheid 2020. Retales de Palestina (Madrid: Bósforo Libros, 2013), con ilustraciones de Juan Fender y guión de Fernando Sancho y Sergio Pérez. Su propósito claramente divulgativo y de denuncia de la situación de apartheid en la que vive la población palestina, como ciudadanos de segunda en Israel desde 1948 y bajo ocupación militar israelí desde 1967, no resta en un ápice su rigor y calidad.
En una línea semejante se sitúa el texto más breve de Bernardo Vergara: Palestina. Un vistazo al pasado, una mirada al presente. En apenas unas veinte páginas, el autor sintetiza la historia del conflicto, recogiendo aquellos acontecimientos y hechos más sobresalientes y claves que han marcado su pasado, pero también su presente.
Pese a alguna errata en ciertas fechas (Fatah accedió a la presidencia de la OLP en 1969 no en 1968, el Consejo Nacional Palestino reconoció la resolución de partición 181 el 15 de noviembre de 1988 no el 15 de octubre, Transjordania pasó a denominarse Jordania en 1950 no en 1948), el texto cumple su función divulgativa, de sensibilización y solidaridad.
No menos importante es que el tebeo de Bernardo Vergara posee una licencia de Creative Commons, que permite su descarga gratuita y distribución sin fines comerciales, reconociéndose -obviamente- su autoría.
El conflicto palestino-israelí registra diferentes manifestaciones, que abarcan desde el campo de batalla hasta la diplomacia internacional. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, la controversia también se ha desplazado a la blogosfera.
Su expresión se intensifica en momentos de mayor tensión y crisis en la región. Por lo general, la pugna mediática suele preceder y acompañar a la que tiene lugar sobre el terreno. Su objetivo no es otro que el de propiciar un estado de opinión favorable o contrario a uno de los dos contendientes. A semejanza de lo que sucede en otros espacios, la diferencia de recursos mediáticos entre ambos es notoria.
Tradicionalmente, Israel ha contado con un aparato de propaganda exterior muy superior, amplificado por el respaldo de sus aliados occidentales. Sin embargo, su apoyo no se reduce sólo a los Estados, también cuenta con el de otros importantes actores no estatales. Un ejemplo evidente procede de algunos sectores de la industria cinematográfica, en particular la estadounidense.
Películas como Éxodo (1960), que narra la creación del Estado israelí, no han tenido hasta la fecha una réplica desde la óptica palestina, que cuente el reverso de esta misma historia y relate su limpieza étnica. Pero todo se andará.
En contrapartida, cabe destacar que, de momento, uno de los canales de expresión artística que más fértil se está mostrando en esta dirección es el del cómic. En este ámbito es obligado destacar los trabajos de Joe Sacco, Palestina: En la Franja de Gaza (Barcelona: Planeta DeAgostini, 2002); y, del mismo autor, Notas al pie de Gaza (Barcelona: Mondadori, 2010).
Sin olvidar títulos más recientes como el de Apartheid 2020. Retales de Palestina (Madrid: Bósforo Libros, 2013), con ilustraciones de Juan Fender y guión de Fernando Sancho y Sergio Pérez. Su propósito claramente divulgativo y de denuncia de la situación de apartheid en la que vive la población palestina, como ciudadanos de segunda en Israel desde 1948 y bajo ocupación militar israelí desde 1967, no resta en un ápice su rigor y calidad.
En una línea semejante se sitúa el texto más breve de Bernardo Vergara: Palestina. Un vistazo al pasado, una mirada al presente. En apenas unas veinte páginas, el autor sintetiza la historia del conflicto, recogiendo aquellos acontecimientos y hechos más sobresalientes y claves que han marcado su pasado, pero también su presente.
Pese a alguna errata en ciertas fechas (Fatah accedió a la presidencia de la OLP en 1969 no en 1968, el Consejo Nacional Palestino reconoció la resolución de partición 181 el 15 de noviembre de 1988 no el 15 de octubre, Transjordania pasó a denominarse Jordania en 1950 no en 1948), el texto cumple su función divulgativa, de sensibilización y solidaridad.
No menos importante es que el tebeo de Bernardo Vergara posee una licencia de Creative Commons, que permite su descarga gratuita y distribución sin fines comerciales, reconociéndose -obviamente- su autoría.
18/09/2013
Ignacio Álvarez-Ossorio: Siria contemporánea. Madrid: Síntesis, 2009 (223 páginas).
Uno de los temas de mayor actualidad y tensión internacional es el conflicto sirio. A raíz del uso de gas sarín saltaron todas las alarmas. Las dudas sobre su empleo han sido despejadas por el informe presentado por los inspectores de las Naciones Unidas. Obviamente, ninguno de los contendientes asume su autoría y, por el contrario, se siguen acusando mutuamente.
El uso de armas químicas rebasó la línea roja trazada por Obama. Desde la óptica estadounidense era necesario otorgar una respuesta acorde a la amenaza emitida. De lo contrario, la credibilidad de futuras amenazas estaba en juego. Dicho en otros términos, para que sea efectiva, la amenaza tiene que ser creíble. Así ha sido en el caso de Siria, pero también se estaba pensando en Irán.
El principio de acuerdo alcanzado entre Moscú y Washington parece haber desactivado, de momento, los planes de ataque ―teóricamente limitados― de Estados Unidos sobre las posiciones gubernamentales en el territorio sirio. Además de las discrepancias de rusos y estadounidenses sobre el recurso a la fuerza, todavía está pendiente que el pacto se implemente y verifique sobre el terreno. Esto es, que Damasco destruya su arsenal de armas químicas en los próximos nueve meses.
De cumplirse dicho acuerdo en su totalidad, el régimen sirio se quedaría sin capacidad disuasiva frente a otros Estados de la región. De hecho, el origen de su programa de armas químicas tenía como objetivo complementar su armamento convencional frente a Israel. De ahí que, desde fuentes israelíes, se alberguen dudas sobre su entero cumplimiento, y se apunte a una posible transferencia parcial hacia Hezbolá.
Esto es sólo un botón de muestra de la enorme complejidad del conflicto sirio. A la guerra fratricida entre las fuerzas gubernamentales y los denominados rebeldes, se superpone otra de carácter regional en el mismo territorio sirio. Pese a que el espacio, el tiempo y muchos de sus actores son diferentes, en cierto modo la guerra civil siria recuerda a la libanesa (1975-1990) por sus implicaciones regionales e internacionales.
Para comprender cómo se ha llegado a esta situación no basta sólo con recordar que la ola de protesta y cambio político que protagonizó buena parte del mundo árabe durante el 2011 alcanzó también a la República Árabe de Siria. Es igualmente necesario observar su evolución política durante las últimas décadas.
Una obra muy esclarecedora al respecto se debe al arabista Ignacio Álvarez-Ossorio. A pesar de ser uno de los Estados más políticamente herméticos de la región, la Siria contemporánea comenzó su andadura de manera no muy distinta a otros países de la región, con la excepción de la malograda Palestina. Después de acceder a su independencia, en 1946, se vertebró un sistema político todavía débil y falto de consolidación, con grandes y constantes sobresaltos.
Pese a que muy tempranamente registró cortos y significativos periodos de auténtica apuesta democrática, rápidamente quedaron ensombrecidos por los más prolongados de predominio autoritario. Esta pugna, centrada en el pulso entre la apertura y el cierre del sistema político a la participación y a la pluralidad, terminó instalándose en un periodo de permanente inestabilidad política e institucional que, en el plazo de dos décadas, conoció “quince golpes de Estado” (entonces Siria era considerada la Bolivia de Oriente Medio).
Sólo tras el contragolpe de Estado de un sector del partido Baaz, en 1966, y más concretamente tras el triunfo del Movimiento Rectificador liderado por Hafez al-Asad, en 1970, el país logró gozar de cierta estabilidad institucional, pero a expensas de un enorme coste político: ver instalado el presidencialismo autoritario desde entonces.
Semejante inmovilidad fue deliberadamente reforzada por la inestabilidad y conflictividad regional, llena de acechanzas que, a su vez, permitió al régimen extraer buena parte de su legitimidad de esa anómala situación, de constante tensión y periódica confrontación árabe-israelí, durante la que no se podía permitir bajar la guardia tanto en el frente exterior como, no menos, en el interior.
El reemplazo en la jefatura del Estado (2000) no dejó de ser más que un relevo generacional en la cúspide del poder. No obstante, los deseos de cambio político de la sociedad siria no se hicieron esperar, expresados en la denominada “primavera siria”. El manifiesto de su sociedad civil demandaba reformas políticas al nuevo presidente, Bashar al-Asad.
Sin embargo, pese a la inicial flexibilidad que entonces mostró el poder y sus fuerzas de seguridad en algunos aspectos, no logró traducir esos gestos en cambios políticos concretos y significativos. Semejante oportunidad de cambio político fue desaprovechada entonces; y definitivamente abortada por su respuesta meramente represiva a las legítimas demandas democratizadoras de su ciudadanía a caballo de la denominada primavera árabe.
El libro de Ignacio Álvarez-Ossorio es una ineludible referencia para comprender la evolución política del régimen sirio. Aunque el texto no abarca las protestas (fue publicado en 2009), el autor ha mantenido el seguimiento de la crisis siria, haciéndose eco de distintos análisis y aportando su propia reflexión, que se pueden seguir en su blog Próximo Oriente.
Uno de los temas de mayor actualidad y tensión internacional es el conflicto sirio. A raíz del uso de gas sarín saltaron todas las alarmas. Las dudas sobre su empleo han sido despejadas por el informe presentado por los inspectores de las Naciones Unidas. Obviamente, ninguno de los contendientes asume su autoría y, por el contrario, se siguen acusando mutuamente.
El uso de armas químicas rebasó la línea roja trazada por Obama. Desde la óptica estadounidense era necesario otorgar una respuesta acorde a la amenaza emitida. De lo contrario, la credibilidad de futuras amenazas estaba en juego. Dicho en otros términos, para que sea efectiva, la amenaza tiene que ser creíble. Así ha sido en el caso de Siria, pero también se estaba pensando en Irán.
El principio de acuerdo alcanzado entre Moscú y Washington parece haber desactivado, de momento, los planes de ataque ―teóricamente limitados― de Estados Unidos sobre las posiciones gubernamentales en el territorio sirio. Además de las discrepancias de rusos y estadounidenses sobre el recurso a la fuerza, todavía está pendiente que el pacto se implemente y verifique sobre el terreno. Esto es, que Damasco destruya su arsenal de armas químicas en los próximos nueve meses.
De cumplirse dicho acuerdo en su totalidad, el régimen sirio se quedaría sin capacidad disuasiva frente a otros Estados de la región. De hecho, el origen de su programa de armas químicas tenía como objetivo complementar su armamento convencional frente a Israel. De ahí que, desde fuentes israelíes, se alberguen dudas sobre su entero cumplimiento, y se apunte a una posible transferencia parcial hacia Hezbolá.
Esto es sólo un botón de muestra de la enorme complejidad del conflicto sirio. A la guerra fratricida entre las fuerzas gubernamentales y los denominados rebeldes, se superpone otra de carácter regional en el mismo territorio sirio. Pese a que el espacio, el tiempo y muchos de sus actores son diferentes, en cierto modo la guerra civil siria recuerda a la libanesa (1975-1990) por sus implicaciones regionales e internacionales.
Para comprender cómo se ha llegado a esta situación no basta sólo con recordar que la ola de protesta y cambio político que protagonizó buena parte del mundo árabe durante el 2011 alcanzó también a la República Árabe de Siria. Es igualmente necesario observar su evolución política durante las últimas décadas.
Una obra muy esclarecedora al respecto se debe al arabista Ignacio Álvarez-Ossorio. A pesar de ser uno de los Estados más políticamente herméticos de la región, la Siria contemporánea comenzó su andadura de manera no muy distinta a otros países de la región, con la excepción de la malograda Palestina. Después de acceder a su independencia, en 1946, se vertebró un sistema político todavía débil y falto de consolidación, con grandes y constantes sobresaltos.
Pese a que muy tempranamente registró cortos y significativos periodos de auténtica apuesta democrática, rápidamente quedaron ensombrecidos por los más prolongados de predominio autoritario. Esta pugna, centrada en el pulso entre la apertura y el cierre del sistema político a la participación y a la pluralidad, terminó instalándose en un periodo de permanente inestabilidad política e institucional que, en el plazo de dos décadas, conoció “quince golpes de Estado” (entonces Siria era considerada la Bolivia de Oriente Medio).
Sólo tras el contragolpe de Estado de un sector del partido Baaz, en 1966, y más concretamente tras el triunfo del Movimiento Rectificador liderado por Hafez al-Asad, en 1970, el país logró gozar de cierta estabilidad institucional, pero a expensas de un enorme coste político: ver instalado el presidencialismo autoritario desde entonces.
Semejante inmovilidad fue deliberadamente reforzada por la inestabilidad y conflictividad regional, llena de acechanzas que, a su vez, permitió al régimen extraer buena parte de su legitimidad de esa anómala situación, de constante tensión y periódica confrontación árabe-israelí, durante la que no se podía permitir bajar la guardia tanto en el frente exterior como, no menos, en el interior.
El reemplazo en la jefatura del Estado (2000) no dejó de ser más que un relevo generacional en la cúspide del poder. No obstante, los deseos de cambio político de la sociedad siria no se hicieron esperar, expresados en la denominada “primavera siria”. El manifiesto de su sociedad civil demandaba reformas políticas al nuevo presidente, Bashar al-Asad.
Sin embargo, pese a la inicial flexibilidad que entonces mostró el poder y sus fuerzas de seguridad en algunos aspectos, no logró traducir esos gestos en cambios políticos concretos y significativos. Semejante oportunidad de cambio político fue desaprovechada entonces; y definitivamente abortada por su respuesta meramente represiva a las legítimas demandas democratizadoras de su ciudadanía a caballo de la denominada primavera árabe.
El libro de Ignacio Álvarez-Ossorio es una ineludible referencia para comprender la evolución política del régimen sirio. Aunque el texto no abarca las protestas (fue publicado en 2009), el autor ha mantenido el seguimiento de la crisis siria, haciéndose eco de distintos análisis y aportando su propia reflexión, que se pueden seguir en su blog Próximo Oriente.
Nur Masalha: Nakba. Limpieza étnica, lucha por la historia. Barcelona: Bellaterra, 2012 (290 páginas)*.
La creación del Estado israelí y la tragedia o catástrofe (Nakba) palestina han sido tradicionalmente presentadas por la historiografía oficial israelí como acontecimientos relativamente independientes, pese a que ocurrieron simultáneamente en 1948.
Dicho en términos más propios del darwinismo social, el movimiento sionista mostró ser más fuerte, adaptarse mejor a la situación de cambio y, en definitiva, aprovechar la oportunidad que se presentaba para llevar a cabo su proyecto estatal. Por el contrario, el movimiento palestino adoleció de debilidad, no desarrolló capacidad de adaptación alguna y, en suma, rechazó la oportunidad histórica de construir su propio Estado en el territorio adjudicado por la resolución de las Naciones Unidas, 181 (II), del Plan de Partición de Palestina.
Éste viene a ser, en líneas generales, uno de los mitos más comunes y repetidos por la historia convencional israelí. Sin embargo, a finales de la década de los ochenta, y después de indagar en los archivos del propio movimiento sionista y del Estado de Israel, académicos israelíes, mayoritariamente historiadores y algunos sociólogos, llegaron a una conclusión diferente e incluso opuesta a la versión oficial sobre dichos acontecimientos.
Pese a no ser un grupo monolítico, los denominados nuevos historiadores israelíes tuvieron un notable impacto en la comprensión del conflicto, sobre todo entre “sus colegas occidentales”. Sin duda, que fueran profesionales israelíes, utilizando fuentes israelíes, los que deconstruyeran los principales mitos israelíes sobre el conflicto, poseía un valor añadido. Dicho en otras palabras, pero sin llamarse a engaño, se les presuponía una mayor “objetividad” que la otorgada a otros académicos de origen árabe o palestino, percibidos como partisanos. Pero, ironías de la historia, lo que venían a confirmar los nuevos historiadores israelíes era lo relatado por varias generaciones de refugiados y exiliados palestinos; y, también, algunos investigadores palestinos.
En esta línea de investigación, cabe destacar la obra del académico palestino Nur Masalha. Sus diferentes títulos han sido traducidos al castellano: La expulsión de los palestinos. El concepto de <<transferencia>> en el pensamiento político sionista, 1882-1948. Madrid: Bósforo Libros, 2008; Israel. Teorías de la expansión territorial. Barcelona: Bellaterra, 2002; Políticas de la negación. Israel y los refugiados palestinos. Barcelona: Bellaterra, 2005; La Biblia y el sionismo. Invención de una tradición y política poscolonial. Barcelona: Bellaterra, 2008.
En su nueva entrega, Nur Masalha aborda la Nakba y su significado, de “punto de inflexión en la historia moderna de Palestina”, de “ruptura traumática en la continuidad del espacio y en el tiempo de su historia”. De ahí que posea un “lugar central en la psique palestina”; y, por extensión, en su “identidad nacional” de manera contradictoria. Supuso, de un lado, “la destrucción de una gran parte de su sociedad”, además de su expulsión, dispersión, fragmentación y negación. Pero, de otro lado, también la reemergencia de una “identidad palestina distinta y resistente”.
Con este trasfondo temático, que atraviesa toda su obra, el nuevo texto de Masalha aborda en sus siete capítulos diferentes aspectos de esta renovada y continuada tragedia. El sionismo, como expresión de un movimiento e ideología colonial europea, y articulado como colonialismo de poblamiento, se caracterizó por la destrucción, la limpieza étnica, el desplazamiento y la sustitución de la población indígena. A su vez, este modelo colonial busca borrar las huellas del pasado (y del delito) mediante el memoricidio cultural, manifestado ―en este caso― con la hebraización de la geografía palestina, su desarabización, supresión de la historia y de la memoria colectiva. Esto es, la desposesión no sólo de la tierra, sino también de la “voz y el conocimiento”.
En esta misma tesitura, se produce la creación de un paisaje europeo que oculta y suprime el autóctono. Pero, también, la apropiación de la historia mediante el saqueo de los registros, archivos, fondos bibliográficos y documentales de los centros de estudios e investigación palestinos.
Una reflexión no menos incisiva es la dedicada a los nuevos historiadores israelíes, entre los que advierte tres corrientes: la colonial, representada por Benny Morris, que justifica moralmente la limpieza étnica; la liberal, encabeza por Avi Shlaim, que define el conflicto como resultado del choque entre “dos nacionalismos legítimos”; y, finalmente, la poscolonial o antisionista, liderada por Ilan Pappé, que identifica el sionismo con una empresa colonial de origen europeo.
El autor reivindica ir más allá de la historia positivista con el rescate de las fuentes orales palestinas. Su objetivo no es otro que descolonizar la historia y otorgar voz a los sometidos: la historia oral palestina, las memorias indígenas y de género. Sobre este último aspecto, pese a algunos importantes trabajos como los de Rosemary Sayigh, reconoce la ingente tarea que hay por delante. Sin olvidar, por último, pero no menos importante, la resistencia al memoricidio con la conmemoración de la Nakba entre los palestinos en Israel.
Quizás, convenga subrayar, uno de los aspectos más importantes de la aportación de la obra de Nur Masalha a la historia y compresión del conflicto israelo-palestino no sólo resida en mostrar la vinculación ―clara, directa y deliberada― existente entre la creación del Estado israelí y la tragedia o catástrofe (Nakba) palestina, sino también su continuidad en el tiempo y en el espacio.
En síntesis, la ocupación y colonización de Palestina no comenzó en 1967, ni tampoco concluyó en 1948. De ahí la importancia que tiene para Masalha volver a los acontecimientos y hechos que rodearon la Nakba para comprender lo que sucedió entonces, pero también para explicar lo que acontece ahora.
* Este texto fue publicado originalmente en la revista Al Kubri, núm. 8, Abril / Junio 2013, que edita el Centro de Estudios de Medio Oriente y África del Norte (CEMOAN), Escuela de Relaciones Internacionales - Universidad Nacional de Costa Rica.
La creación del Estado israelí y la tragedia o catástrofe (Nakba) palestina han sido tradicionalmente presentadas por la historiografía oficial israelí como acontecimientos relativamente independientes, pese a que ocurrieron simultáneamente en 1948.
Dicho en términos más propios del darwinismo social, el movimiento sionista mostró ser más fuerte, adaptarse mejor a la situación de cambio y, en definitiva, aprovechar la oportunidad que se presentaba para llevar a cabo su proyecto estatal. Por el contrario, el movimiento palestino adoleció de debilidad, no desarrolló capacidad de adaptación alguna y, en suma, rechazó la oportunidad histórica de construir su propio Estado en el territorio adjudicado por la resolución de las Naciones Unidas, 181 (II), del Plan de Partición de Palestina.
Éste viene a ser, en líneas generales, uno de los mitos más comunes y repetidos por la historia convencional israelí. Sin embargo, a finales de la década de los ochenta, y después de indagar en los archivos del propio movimiento sionista y del Estado de Israel, académicos israelíes, mayoritariamente historiadores y algunos sociólogos, llegaron a una conclusión diferente e incluso opuesta a la versión oficial sobre dichos acontecimientos.
Pese a no ser un grupo monolítico, los denominados nuevos historiadores israelíes tuvieron un notable impacto en la comprensión del conflicto, sobre todo entre “sus colegas occidentales”. Sin duda, que fueran profesionales israelíes, utilizando fuentes israelíes, los que deconstruyeran los principales mitos israelíes sobre el conflicto, poseía un valor añadido. Dicho en otras palabras, pero sin llamarse a engaño, se les presuponía una mayor “objetividad” que la otorgada a otros académicos de origen árabe o palestino, percibidos como partisanos. Pero, ironías de la historia, lo que venían a confirmar los nuevos historiadores israelíes era lo relatado por varias generaciones de refugiados y exiliados palestinos; y, también, algunos investigadores palestinos.
En esta línea de investigación, cabe destacar la obra del académico palestino Nur Masalha. Sus diferentes títulos han sido traducidos al castellano: La expulsión de los palestinos. El concepto de <<transferencia>> en el pensamiento político sionista, 1882-1948. Madrid: Bósforo Libros, 2008; Israel. Teorías de la expansión territorial. Barcelona: Bellaterra, 2002; Políticas de la negación. Israel y los refugiados palestinos. Barcelona: Bellaterra, 2005; La Biblia y el sionismo. Invención de una tradición y política poscolonial. Barcelona: Bellaterra, 2008.
En su nueva entrega, Nur Masalha aborda la Nakba y su significado, de “punto de inflexión en la historia moderna de Palestina”, de “ruptura traumática en la continuidad del espacio y en el tiempo de su historia”. De ahí que posea un “lugar central en la psique palestina”; y, por extensión, en su “identidad nacional” de manera contradictoria. Supuso, de un lado, “la destrucción de una gran parte de su sociedad”, además de su expulsión, dispersión, fragmentación y negación. Pero, de otro lado, también la reemergencia de una “identidad palestina distinta y resistente”.
Con este trasfondo temático, que atraviesa toda su obra, el nuevo texto de Masalha aborda en sus siete capítulos diferentes aspectos de esta renovada y continuada tragedia. El sionismo, como expresión de un movimiento e ideología colonial europea, y articulado como colonialismo de poblamiento, se caracterizó por la destrucción, la limpieza étnica, el desplazamiento y la sustitución de la población indígena. A su vez, este modelo colonial busca borrar las huellas del pasado (y del delito) mediante el memoricidio cultural, manifestado ―en este caso― con la hebraización de la geografía palestina, su desarabización, supresión de la historia y de la memoria colectiva. Esto es, la desposesión no sólo de la tierra, sino también de la “voz y el conocimiento”.
En esta misma tesitura, se produce la creación de un paisaje europeo que oculta y suprime el autóctono. Pero, también, la apropiación de la historia mediante el saqueo de los registros, archivos, fondos bibliográficos y documentales de los centros de estudios e investigación palestinos.
Una reflexión no menos incisiva es la dedicada a los nuevos historiadores israelíes, entre los que advierte tres corrientes: la colonial, representada por Benny Morris, que justifica moralmente la limpieza étnica; la liberal, encabeza por Avi Shlaim, que define el conflicto como resultado del choque entre “dos nacionalismos legítimos”; y, finalmente, la poscolonial o antisionista, liderada por Ilan Pappé, que identifica el sionismo con una empresa colonial de origen europeo.
El autor reivindica ir más allá de la historia positivista con el rescate de las fuentes orales palestinas. Su objetivo no es otro que descolonizar la historia y otorgar voz a los sometidos: la historia oral palestina, las memorias indígenas y de género. Sobre este último aspecto, pese a algunos importantes trabajos como los de Rosemary Sayigh, reconoce la ingente tarea que hay por delante. Sin olvidar, por último, pero no menos importante, la resistencia al memoricidio con la conmemoración de la Nakba entre los palestinos en Israel.
Quizás, convenga subrayar, uno de los aspectos más importantes de la aportación de la obra de Nur Masalha a la historia y compresión del conflicto israelo-palestino no sólo resida en mostrar la vinculación ―clara, directa y deliberada― existente entre la creación del Estado israelí y la tragedia o catástrofe (Nakba) palestina, sino también su continuidad en el tiempo y en el espacio.
En síntesis, la ocupación y colonización de Palestina no comenzó en 1967, ni tampoco concluyó en 1948. De ahí la importancia que tiene para Masalha volver a los acontecimientos y hechos que rodearon la Nakba para comprender lo que sucedió entonces, pero también para explicar lo que acontece ahora.
* Este texto fue publicado originalmente en la revista Al Kubri, núm. 8, Abril / Junio 2013, que edita el Centro de Estudios de Medio Oriente y África del Norte (CEMOAN), Escuela de Relaciones Internacionales - Universidad Nacional de Costa Rica.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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