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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
04/01/2016
Jesús A. Nuñez Villaverde: Boko Haram. El delirio del califato en África occidental. Madrid: Los Libros de La Catarata & Casa África, 2015 (112 páginas).
El terrorismo yihadista se articula en diferentes expresiones y espacios. Uno de los más periféricos respecto a su núcleo árabe-islámico es el de Boko Haram, ubicado en el corazón de África occidental. Pero su condición periférica no implica que sea menos cruento.
Por el contrario, Boko Haram se ha convertido en uno de los grupos terroristas más mortíferos del mundo. De hecho, Nigeria es uno de los cinco países que, junto con Siria, Irak, Afganistán y Pakistán, concentraron el 78 por ciento de las víctimas del terrorismo en 2014, según el Índice de Terrorismo Global.
Ocurre, sin embargo, que el caso nigeriano reviste un menor seguimiento y conocimiento mediático respecto a otras manifestaciones igualmente violentas. En este sentido, el texto de Jesús A. Nuñez Villaverde viene a cubrir un importante vacío informativo. Con un carácter muy didáctico, el autor analiza el contexto de conflicto en el que ha surgido esa violencia política que, a su vez, ha terminado derivando hacia el terrorismo yihadista.
Con este propósito enumera el conjunto de desigualdades económicas, injusticias sociales e inestabilidad política que padece Nigeria; además de la coincidencia entre estas líneas de fractura y las étnico-confesionales. Sin menospreciar la inestabilidad generalizada en el Sahel, agravada por el inconcluso conflicto en Libia; y, en general, por la fragilidad de unos Estados incapaces de “satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos” y de “garantizar su seguridad”.
Aunque Boko Haram se inscribe en la red de grupos yihadistas, con su adscripción a Al-Qaeda en 2006 y más recientemente a Daesh en 2015, su emergencia responde a causas locales y no a una supuesta internacional yihadista férreamente estructurada y jerarquizada. Es más, la capacidad de resilencia de los grupos yihadistas reside precisamente en su autonomía, con sus propias estrategias nacionales, regionales o pretensiones transnacionales. En suma, su agenda responde a causas estrictamente nacionales y, según el autor, no constituye una amenaza que pueda colapsar al Estado nigeriano ni tampoco a sus Estados vecinos.
Lejos de una perspectiva exclusivamente securitaria, en tesis del autor, la eliminación del terrorismo que goza de cierto apoyo o base social requiere de un conjunto de medidas políticas, económicas y sociales , acompañadas también de las militares y policiales, pero que no pueden ni deben ser las “únicas ni principales”, sino puntuales y subordinadas a una estrategia civil de resolución de conflictos.
Codirector del Instituto sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), economista y militar en reserva, el profesor Nuñez Villaverde profundiza en el itinerario iniciado en una obra anterior, de carácter colectivo (escrita conjuntamente con Balder Hageraats y Malgorzata Kotomska), titulada Terrorismo internacional en África. La construcción de una amenaza en el Sahel (Madrid: Los Libros de La Catarata, 2009).
El terrorismo yihadista se articula en diferentes expresiones y espacios. Uno de los más periféricos respecto a su núcleo árabe-islámico es el de Boko Haram, ubicado en el corazón de África occidental. Pero su condición periférica no implica que sea menos cruento.
Por el contrario, Boko Haram se ha convertido en uno de los grupos terroristas más mortíferos del mundo. De hecho, Nigeria es uno de los cinco países que, junto con Siria, Irak, Afganistán y Pakistán, concentraron el 78 por ciento de las víctimas del terrorismo en 2014, según el Índice de Terrorismo Global.
Ocurre, sin embargo, que el caso nigeriano reviste un menor seguimiento y conocimiento mediático respecto a otras manifestaciones igualmente violentas. En este sentido, el texto de Jesús A. Nuñez Villaverde viene a cubrir un importante vacío informativo. Con un carácter muy didáctico, el autor analiza el contexto de conflicto en el que ha surgido esa violencia política que, a su vez, ha terminado derivando hacia el terrorismo yihadista.
Con este propósito enumera el conjunto de desigualdades económicas, injusticias sociales e inestabilidad política que padece Nigeria; además de la coincidencia entre estas líneas de fractura y las étnico-confesionales. Sin menospreciar la inestabilidad generalizada en el Sahel, agravada por el inconcluso conflicto en Libia; y, en general, por la fragilidad de unos Estados incapaces de “satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos” y de “garantizar su seguridad”.
Aunque Boko Haram se inscribe en la red de grupos yihadistas, con su adscripción a Al-Qaeda en 2006 y más recientemente a Daesh en 2015, su emergencia responde a causas locales y no a una supuesta internacional yihadista férreamente estructurada y jerarquizada. Es más, la capacidad de resilencia de los grupos yihadistas reside precisamente en su autonomía, con sus propias estrategias nacionales, regionales o pretensiones transnacionales. En suma, su agenda responde a causas estrictamente nacionales y, según el autor, no constituye una amenaza que pueda colapsar al Estado nigeriano ni tampoco a sus Estados vecinos.
Lejos de una perspectiva exclusivamente securitaria, en tesis del autor, la eliminación del terrorismo que goza de cierto apoyo o base social requiere de un conjunto de medidas políticas, económicas y sociales , acompañadas también de las militares y policiales, pero que no pueden ni deben ser las “únicas ni principales”, sino puntuales y subordinadas a una estrategia civil de resolución de conflictos.
Codirector del Instituto sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), economista y militar en reserva, el profesor Nuñez Villaverde profundiza en el itinerario iniciado en una obra anterior, de carácter colectivo (escrita conjuntamente con Balder Hageraats y Malgorzata Kotomska), titulada Terrorismo internacional en África. La construcción de una amenaza en el Sahel (Madrid: Los Libros de La Catarata, 2009).
Juan Fender, Fernando Sancho y Sergio Pérez: Apartheid 2020. Retales de Palestina . Madrid: Bósforo Libros, 2013 (edición bilingüe en castellano y euskera).
La reanudación de la negociaciones israelo-palestinas en el verano de 2013 ha llevado aparejado un notable silencio mediático a la espera de su conclusión el próximo mes de abril.
La mediación estadounidense, con la implicación personal de su Secretario de Estado, John Kerry, escenificada en sus continuos viajes a la región, suscitaron entonces numerosas expectativas.
Pese a su denodado empeño por mantener el curso de las discusiones en un ámbito secreto o, al menos, discreto, fuera del alcance de las cámaras y de la presión mediática, lo cierto es que los obstáculos para el avance de las mismas han terminado trascendiendo a la opinión pública.
Paradójicamente, el propio Kerry ha contribuido a desvelar el estancamiento del proceso, y también en quién reside la principal responsabilidad para su éxito, al advertir al gobierno israelí que el fracaso de las negociaciones podría dar lugar a un boicot internacional a Israel.
Semejantes declaraciones eran más una advertencia que una amenaza, realizadas como una medida de presión de Washington sobre Tel Aviv, que Estados Unidos no secundaría e incluso rechazaría, pese a que complicaría su actuación diplomática en la región.
No obstante, Kerry no se libró de numerosas críticas entre los círculos israelíes más inmovilistas, ni tampoco de la sempiterna descalificación como antisemita ante la más somera crítica a la política israelí. Incluso un hermano de Kerry, convertido al judaísmo, tuvo que salir al paso defendiendo su honorabilidad.
Este acontecimiento se acompañó de otro de no menor eco mediático, protagonizado por la actriz estadounidense Scarlett Johansson, con su promoción publicitaria de un refresco elaborado en un asentamiento israelí en los territorios palestinos ocupados. Además de contradecir el Derecho internacional (en concreto, el IV Convenio de Ginebra de 1949, que regula los derechos de las poblaciones bajo ocupación militar), también contradecía la política de Oxfam de la que la actriz era embajadora internacional.
El desacuerdo entre Oxfam y Johansson terminó con la ruptura de la colaboración mantenida entre esta conocida ONG y la afamada actriz. Curiosamente, estas desavenencias han contribuido a visibilizar, aún más, la campaña internacional de boicot, desinversión y sanción a Israel, más conocida por sus siglas como BDS.
La campaña del BDS responde a un llamamiento realizado por la sociedad civil palestina, en 2005, para acabar de manera no violenta con el apartheid israelí. Haciéndose eco del precedente de lucha contra el apartheid en Sudáfrica, la sociedad palestina apelaba a la solidaridad internacional, consciente de que su resistencia al apartheid israelí sólo será efectiva si encuentra su correspondiente eco y apoyo en el ámbito exterior, integrado tanto por la sociedad de Estados como por la sociedad civil transnacional o global.
Sus reivindicaciones son muy diáfanas y concretas: primero, “finalizar con la ocupación y colonización de las tierras árabes”, incluido “el desmantelamiento del muro”; segundo, “el reconocimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos palestinos de Israel para una igualdad completa”; y, por último, tercero, “el respeto, la protección y la promoción del derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y propiedades (…)”.
Conviene aclarar, como enfatiza Ben White, Apartheid israelí. Una introducción (Madrid: Bósforo Libros, 2012), que apoyar la campaña BDS no es antisemitismo, ni implica “hacer que los judíos israelíes se sientan incómodos en la tierra que es también su hogar”. Por el contrario, lo que se busca es que “los palestinos disfruten de los mismos derechos que tienen los judíos en una misma tierra”.
Una de las muestras más importantes de solidaridad y eco que está teniendo esta campaña procede del ámbito de la sociedad civil en diferentes partes del mundo; y, en particular, desde el área de sensibilización, con objeto de promocionarla, explicando sus razones e invitando a secundar sus acciones.
Además de la red que impulsa el BDS en España, en esta línea de actuación se enmarca el cómic Apartheid 2020. Retales de Palestina, cuyo diseño gráfico se debe a Juan Fender y el guión a Fernando Sancho y Sergio Pérez.
A semejanza de otras obras elaboradas en esta misma línea, el cómic ilustra de manera amena y rigurosa la situación de segregación racial en la que vive la población palestina. En concreto, cómo las duras condiciones de vida impuesta por la ocupación militar israelí persiguen minar la resistencia y moral del pueblo palestino.
Lejos de buscar la convivencia e igualdad con los árabes-palestinos y de posibilitar un Estado palestino, la política de ocupación israelí, por el contrario, alienta el abandono y, en concreto, la limpieza étnica de lo que queda de Palestina con medios indirectos y más sutiles que la perpetrada entre 1947-1949.
El creciente eco y éxito de la campaña del BDS se puede medir por el actual nerviosismo que muestra el gobierno israelí, que ha puesto en marcha una contraofensiva política, con un fuerte énfasis mediático e incluso cultural para blanquear su expediente de segregación racial.
En suma, desde la perspectiva del apartheid israelí, a la población palestina que resiste la ocupación militar durante cerca de cinco décadas no se le permite ni la resistencia armada ni tampoco la no violenta, sólo la claudicación.
Como señala un personaje del cómic: “Nuestras historias son tristes. La tristeza es la historia reciente de Palestina”. Que esta situación cambie depende más de los diferentes actores internacionales que de los propios palestinos, prisioneros en su propia tierra, en los guetos establecidos por la política de apartheid israelí.
La reanudación de la negociaciones israelo-palestinas en el verano de 2013 ha llevado aparejado un notable silencio mediático a la espera de su conclusión el próximo mes de abril.
La mediación estadounidense, con la implicación personal de su Secretario de Estado, John Kerry, escenificada en sus continuos viajes a la región, suscitaron entonces numerosas expectativas.
Pese a su denodado empeño por mantener el curso de las discusiones en un ámbito secreto o, al menos, discreto, fuera del alcance de las cámaras y de la presión mediática, lo cierto es que los obstáculos para el avance de las mismas han terminado trascendiendo a la opinión pública.
Paradójicamente, el propio Kerry ha contribuido a desvelar el estancamiento del proceso, y también en quién reside la principal responsabilidad para su éxito, al advertir al gobierno israelí que el fracaso de las negociaciones podría dar lugar a un boicot internacional a Israel.
Semejantes declaraciones eran más una advertencia que una amenaza, realizadas como una medida de presión de Washington sobre Tel Aviv, que Estados Unidos no secundaría e incluso rechazaría, pese a que complicaría su actuación diplomática en la región.
No obstante, Kerry no se libró de numerosas críticas entre los círculos israelíes más inmovilistas, ni tampoco de la sempiterna descalificación como antisemita ante la más somera crítica a la política israelí. Incluso un hermano de Kerry, convertido al judaísmo, tuvo que salir al paso defendiendo su honorabilidad.
Este acontecimiento se acompañó de otro de no menor eco mediático, protagonizado por la actriz estadounidense Scarlett Johansson, con su promoción publicitaria de un refresco elaborado en un asentamiento israelí en los territorios palestinos ocupados. Además de contradecir el Derecho internacional (en concreto, el IV Convenio de Ginebra de 1949, que regula los derechos de las poblaciones bajo ocupación militar), también contradecía la política de Oxfam de la que la actriz era embajadora internacional.
El desacuerdo entre Oxfam y Johansson terminó con la ruptura de la colaboración mantenida entre esta conocida ONG y la afamada actriz. Curiosamente, estas desavenencias han contribuido a visibilizar, aún más, la campaña internacional de boicot, desinversión y sanción a Israel, más conocida por sus siglas como BDS.
La campaña del BDS responde a un llamamiento realizado por la sociedad civil palestina, en 2005, para acabar de manera no violenta con el apartheid israelí. Haciéndose eco del precedente de lucha contra el apartheid en Sudáfrica, la sociedad palestina apelaba a la solidaridad internacional, consciente de que su resistencia al apartheid israelí sólo será efectiva si encuentra su correspondiente eco y apoyo en el ámbito exterior, integrado tanto por la sociedad de Estados como por la sociedad civil transnacional o global.
Sus reivindicaciones son muy diáfanas y concretas: primero, “finalizar con la ocupación y colonización de las tierras árabes”, incluido “el desmantelamiento del muro”; segundo, “el reconocimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos palestinos de Israel para una igualdad completa”; y, por último, tercero, “el respeto, la protección y la promoción del derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y propiedades (…)”.
Conviene aclarar, como enfatiza Ben White, Apartheid israelí. Una introducción (Madrid: Bósforo Libros, 2012), que apoyar la campaña BDS no es antisemitismo, ni implica “hacer que los judíos israelíes se sientan incómodos en la tierra que es también su hogar”. Por el contrario, lo que se busca es que “los palestinos disfruten de los mismos derechos que tienen los judíos en una misma tierra”.
Una de las muestras más importantes de solidaridad y eco que está teniendo esta campaña procede del ámbito de la sociedad civil en diferentes partes del mundo; y, en particular, desde el área de sensibilización, con objeto de promocionarla, explicando sus razones e invitando a secundar sus acciones.
Además de la red que impulsa el BDS en España, en esta línea de actuación se enmarca el cómic Apartheid 2020. Retales de Palestina, cuyo diseño gráfico se debe a Juan Fender y el guión a Fernando Sancho y Sergio Pérez.
A semejanza de otras obras elaboradas en esta misma línea, el cómic ilustra de manera amena y rigurosa la situación de segregación racial en la que vive la población palestina. En concreto, cómo las duras condiciones de vida impuesta por la ocupación militar israelí persiguen minar la resistencia y moral del pueblo palestino.
Lejos de buscar la convivencia e igualdad con los árabes-palestinos y de posibilitar un Estado palestino, la política de ocupación israelí, por el contrario, alienta el abandono y, en concreto, la limpieza étnica de lo que queda de Palestina con medios indirectos y más sutiles que la perpetrada entre 1947-1949.
El creciente eco y éxito de la campaña del BDS se puede medir por el actual nerviosismo que muestra el gobierno israelí, que ha puesto en marcha una contraofensiva política, con un fuerte énfasis mediático e incluso cultural para blanquear su expediente de segregación racial.
En suma, desde la perspectiva del apartheid israelí, a la población palestina que resiste la ocupación militar durante cerca de cinco décadas no se le permite ni la resistencia armada ni tampoco la no violenta, sólo la claudicación.
Como señala un personaje del cómic: “Nuestras historias son tristes. La tristeza es la historia reciente de Palestina”. Que esta situación cambie depende más de los diferentes actores internacionales que de los propios palestinos, prisioneros en su propia tierra, en los guetos establecidos por la política de apartheid israelí.
03/02/2014
Brian Whitaker: ¿Qué sucede en Oriente Próximo? Madrid: Aguilar, 2012 (338 páginas).
(Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista Al-Kubri, No.10, octubre-diciembre 2013, pp. 26-27).
A diferencia de los trabajos que se han ido publicando al calor de la primavera árabe, el de Brian Whitaker vio la luz un año antes de su estallido a finales de 2010. Su texto ilustra de manera sistemática las diferentes causas del malestar que ha llevado a este proceso de cambio político en el mundo árabe; y en el que vaticinaba la inevitabilidad de esa demanda.
La tesis que sostiene el autor es que para el éxito del cambio político es preciso que se acompañe del cambio social. Desde esta perspectiva, su estudio abarca no sólo los regímenes políticos, sino también sus sociedades. En sintonía con esta visión, Whitaker se detiene en distintos aspectos que afligen a los Estados y sociedades árabes.
En el ámbito social considera que su sistema educativo es acrítico, memorístico y reproductivo del control social; y, por tanto, desalentador de la creatividad y la innovación. La familia y las relaciones de parentesco expresan una visión tradicional y comunitaria de la vida, en las que prevalece el grupo por encima del individuo. Sus valores patriarcales reproducen en la base de la sociedad el autoritarismo instalado en su cúspide.
En este mismo sentido, el autor se detiene en el concepto y práctica del wasta o intermediación, haciendo un repaso de la función positiva que históricamente tenía para terminar pervirtiéndose en una práctica corrupta, que atraviesa toda el entramado institucional de sus Estados.
En el terreno estrictamente político destaca la gran resistencia al cambio mostrada por sus regímenes, con unos dirigentes que han prolongado su vida pública en exceso. Divorciados de sus sociedades y carentes de legitimidad, su longevidad política sólo se sostiene mediante la coerción y la opresión. La restricción de todas las libertades, desde la de expresión hasta la de asociación, sólo ha contribuido a la debilidad de su sociedad civil.
Su concepción neopatrimonialista del Estado, en medio de un clima de corrupción, amiguismo y nepotismo, se refleja en las relaciones familiares y de parentesco existentes entre los miembros de sus gobiernos y elites políticas, económicas, burocráticas y militares.
Sin embargo, su obsesión por el control ha tropezado con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), de manera que, como señala el autor, desde mediados de la década de los noventa comenzó a incrementarse la distancia entre lo que los regímenes querían controlar y lo que realmente controlaban. De ahí que advirtiera, de manera premonitoria, la potencial función de las redes sociales como articuladoras de la comunicación y movilización de la contestación social y política.
En este mismo espacio sociopolítico destaca la instrumentalización de la religión islámica y la preponderancia política e ideológica del islamismo. Fuente de consuelo personal y colectivo, la religión ha sido erigida también como un distintivo de la identidad que, en algunos casos, acompaña a otros factores y, en otras ocasiones, según el autor, predomina sobre estos.
De aquí las dificultades que observa para la reconstrucción de un Estado árabe laico. Del mismo modo que pronosticaba, como muchos otros especialistas, que ante una hipotética apertura a la participación política, los movimientos islamistas cosecharían un importante respaldo electoral.
Por último, el autor pone de relieve la galopante discriminación social que, en prácticamente todas sus dimensiones (económica, comunitaria, étnica, sectaria y sexual), persisten en el mundo árabe; y la ausencia de una política que la combata.
En este mismo sentido, llama la atención sobre las resistencias a la influencia externa bajo el parapeto de una supuesta peculiaridad cultural para no aplicar derechos universales (por ejemplo, en materia de derechos humanos), al mismo tiempo que se aceptan doctrinas económicas tan exógenas como el neoliberalismo.
Lejos de una lectura (neo)orientalista, de considerar esta situación como fruto de una supuesta barrera cultural, Whitaker recuerda situaciones similares en otras sociedades que en su día fueron patriarcales.
De hecho, el autor vaticinaba la inevitabilidad del cambio con estas palabras: “(…) el cambio no parece tanto difícil o imposible, sino inevitable: los países árabes no pueden continuar como están pura y llanamente porque su estado de cosas se ha vuelto insostenible”.
“La cuestión, en realidad, no es si el cambio se va a producir, sino cuánto tiempo falta para que se produzca”.
(Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista Al-Kubri, No.10, octubre-diciembre 2013, pp. 26-27).
A diferencia de los trabajos que se han ido publicando al calor de la primavera árabe, el de Brian Whitaker vio la luz un año antes de su estallido a finales de 2010. Su texto ilustra de manera sistemática las diferentes causas del malestar que ha llevado a este proceso de cambio político en el mundo árabe; y en el que vaticinaba la inevitabilidad de esa demanda.
La tesis que sostiene el autor es que para el éxito del cambio político es preciso que se acompañe del cambio social. Desde esta perspectiva, su estudio abarca no sólo los regímenes políticos, sino también sus sociedades. En sintonía con esta visión, Whitaker se detiene en distintos aspectos que afligen a los Estados y sociedades árabes.
En el ámbito social considera que su sistema educativo es acrítico, memorístico y reproductivo del control social; y, por tanto, desalentador de la creatividad y la innovación. La familia y las relaciones de parentesco expresan una visión tradicional y comunitaria de la vida, en las que prevalece el grupo por encima del individuo. Sus valores patriarcales reproducen en la base de la sociedad el autoritarismo instalado en su cúspide.
En este mismo sentido, el autor se detiene en el concepto y práctica del wasta o intermediación, haciendo un repaso de la función positiva que históricamente tenía para terminar pervirtiéndose en una práctica corrupta, que atraviesa toda el entramado institucional de sus Estados.
En el terreno estrictamente político destaca la gran resistencia al cambio mostrada por sus regímenes, con unos dirigentes que han prolongado su vida pública en exceso. Divorciados de sus sociedades y carentes de legitimidad, su longevidad política sólo se sostiene mediante la coerción y la opresión. La restricción de todas las libertades, desde la de expresión hasta la de asociación, sólo ha contribuido a la debilidad de su sociedad civil.
Su concepción neopatrimonialista del Estado, en medio de un clima de corrupción, amiguismo y nepotismo, se refleja en las relaciones familiares y de parentesco existentes entre los miembros de sus gobiernos y elites políticas, económicas, burocráticas y militares.
Sin embargo, su obsesión por el control ha tropezado con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), de manera que, como señala el autor, desde mediados de la década de los noventa comenzó a incrementarse la distancia entre lo que los regímenes querían controlar y lo que realmente controlaban. De ahí que advirtiera, de manera premonitoria, la potencial función de las redes sociales como articuladoras de la comunicación y movilización de la contestación social y política.
En este mismo espacio sociopolítico destaca la instrumentalización de la religión islámica y la preponderancia política e ideológica del islamismo. Fuente de consuelo personal y colectivo, la religión ha sido erigida también como un distintivo de la identidad que, en algunos casos, acompaña a otros factores y, en otras ocasiones, según el autor, predomina sobre estos.
De aquí las dificultades que observa para la reconstrucción de un Estado árabe laico. Del mismo modo que pronosticaba, como muchos otros especialistas, que ante una hipotética apertura a la participación política, los movimientos islamistas cosecharían un importante respaldo electoral.
Por último, el autor pone de relieve la galopante discriminación social que, en prácticamente todas sus dimensiones (económica, comunitaria, étnica, sectaria y sexual), persisten en el mundo árabe; y la ausencia de una política que la combata.
En este mismo sentido, llama la atención sobre las resistencias a la influencia externa bajo el parapeto de una supuesta peculiaridad cultural para no aplicar derechos universales (por ejemplo, en materia de derechos humanos), al mismo tiempo que se aceptan doctrinas económicas tan exógenas como el neoliberalismo.
Lejos de una lectura (neo)orientalista, de considerar esta situación como fruto de una supuesta barrera cultural, Whitaker recuerda situaciones similares en otras sociedades que en su día fueron patriarcales.
De hecho, el autor vaticinaba la inevitabilidad del cambio con estas palabras: “(…) el cambio no parece tanto difícil o imposible, sino inevitable: los países árabes no pueden continuar como están pura y llanamente porque su estado de cosas se ha vuelto insostenible”.
“La cuestión, en realidad, no es si el cambio se va a producir, sino cuánto tiempo falta para que se produzca”.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850