Ricardo Martín de la Guardia: 1989, el año que cambió el mundo. Los orígenes del orden internacional después de la Guerra Fría. Madrid: Akal, 2012 (320 páginas).
1989 marcó un indudable punto de inflexión en la historia más reciente de las relaciones internacionales.
Fue el año de la caída del muro de Berlín, símbolo anticipado de las transformaciones de los regímenes políticos de Europa del Este, la desaparición de la Unión Soviética y, por extensión, del fin de la Guerra Fría o, igualmente, del orden mundial bipolar surgido tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La crisis de la Unión Soviética se agravó durante la primera mitad de los ochenta. El vacío en la cúpula del poder en Moscú se hizo evidente con la muerte sucesiva de sus máximos dirigentes: Brézhnev (1982), Andrópov (1984) y Chernenko (1985).
Esto llevó a la Secretaría del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a un relativamente joven y reformista dirigente, Gorbachov, en 1985.
Su programa de reformas (Perestroika) obtuvo una acogida más entusiasta fuera que dentro de su país, donde encontró grandes dificultades para su implementación y agilización por parte del sector más conservador.
Esta paradójica situación, señala Ricardo Martín de la Guardia, se debía a que el PCUS en lugar de ser el dinamizador de los cambios –como ingenuamente creía Gorbachov– era parte principal del problema. De este modo, el sistema soviético se mostró mucho más débil de lo que aparentaba. En principio, su reforma implicaba desarrollar la capacidad de supervivencia, de la que finalmente careció o fue muy débil frente a los acontecimientos que terminaron superándola.
Lejos de conflictos internos que la desangrara o de guerras con otras potencias (no fue el caso de Afganistán, pese al obvio desgaste y apoyo estadounidense), el desplome de la Unión Soviética se produjo por su propio peso o, si se quiere, contradicciones. En tesis del autor, “El agotamiento del modelo, la inanidad de su discurso y la imposibilidad de reformar el sistema hicieron por sí solos más que el despliegue armamentístico nuclear o la Iniciativa de Defensa Estratégica” (p. 74).
A partir de los cambios en este polo de poder mundial comenzó a reconfigurarse una nueva estructura de poder en el sistema internacional que ha recibido, desde entonces, diversas calificaciones: unipolaridad (o momento unipolar), unimultipolaridad, tripolaridad, multipolaridad o, entre otras, era no polar.
La gestión realizada de la posguerra fría no significó un mundo más seguro. Por el contrario, la seguridad mundial se complejizó enormemente. Viejas y nuevas amenazas aparecieron en el horizonte de las relaciones internacionales.
Sobre la evolución de los hechos y acontecimientos acaecidos desde entonces da buena cuenta el autor con un repaso por todas las áreas geopolíticas, desde Europa Occidental y del Este, Estados Unidos, Asia-Pacífico, África subsahariana, Mundo árabe e islámico y América Latina.
De lectura muy ágil y amena, el texto de Ricardo Martín de la Guardia, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, no sólo es una reflexión sobre los acontecimientos que rodearon la caída del muro de Berlín en 1989, sino también sobre las consecuencias y escenarios todavía –en muchos casos– emergentes.
1989 marcó un indudable punto de inflexión en la historia más reciente de las relaciones internacionales.
Fue el año de la caída del muro de Berlín, símbolo anticipado de las transformaciones de los regímenes políticos de Europa del Este, la desaparición de la Unión Soviética y, por extensión, del fin de la Guerra Fría o, igualmente, del orden mundial bipolar surgido tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La crisis de la Unión Soviética se agravó durante la primera mitad de los ochenta. El vacío en la cúpula del poder en Moscú se hizo evidente con la muerte sucesiva de sus máximos dirigentes: Brézhnev (1982), Andrópov (1984) y Chernenko (1985).
Esto llevó a la Secretaría del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a un relativamente joven y reformista dirigente, Gorbachov, en 1985.
Su programa de reformas (Perestroika) obtuvo una acogida más entusiasta fuera que dentro de su país, donde encontró grandes dificultades para su implementación y agilización por parte del sector más conservador.
Esta paradójica situación, señala Ricardo Martín de la Guardia, se debía a que el PCUS en lugar de ser el dinamizador de los cambios –como ingenuamente creía Gorbachov– era parte principal del problema. De este modo, el sistema soviético se mostró mucho más débil de lo que aparentaba. En principio, su reforma implicaba desarrollar la capacidad de supervivencia, de la que finalmente careció o fue muy débil frente a los acontecimientos que terminaron superándola.
Lejos de conflictos internos que la desangrara o de guerras con otras potencias (no fue el caso de Afganistán, pese al obvio desgaste y apoyo estadounidense), el desplome de la Unión Soviética se produjo por su propio peso o, si se quiere, contradicciones. En tesis del autor, “El agotamiento del modelo, la inanidad de su discurso y la imposibilidad de reformar el sistema hicieron por sí solos más que el despliegue armamentístico nuclear o la Iniciativa de Defensa Estratégica” (p. 74).
A partir de los cambios en este polo de poder mundial comenzó a reconfigurarse una nueva estructura de poder en el sistema internacional que ha recibido, desde entonces, diversas calificaciones: unipolaridad (o momento unipolar), unimultipolaridad, tripolaridad, multipolaridad o, entre otras, era no polar.
La gestión realizada de la posguerra fría no significó un mundo más seguro. Por el contrario, la seguridad mundial se complejizó enormemente. Viejas y nuevas amenazas aparecieron en el horizonte de las relaciones internacionales.
Sobre la evolución de los hechos y acontecimientos acaecidos desde entonces da buena cuenta el autor con un repaso por todas las áreas geopolíticas, desde Europa Occidental y del Este, Estados Unidos, Asia-Pacífico, África subsahariana, Mundo árabe e islámico y América Latina.
De lectura muy ágil y amena, el texto de Ricardo Martín de la Guardia, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, no sólo es una reflexión sobre los acontecimientos que rodearon la caída del muro de Berlín en 1989, sino también sobre las consecuencias y escenarios todavía –en muchos casos– emergentes.